Claudia, mi pornochacha

Mi novia quería ser dominada y yo la convertí en mi pornochacha durante un fin de semana.

Claudia, mi pornochacha

Había planeado aquel fin de semana desde que mi novia, Claudia, me dejase conocer su fantasía de ser dominada. Ella es una morena preciosa, de 21 años, con ojos enormes y un cuerpo fibroso que sustenta unos pechos redondos y un culo para comérselo.

Le había comprado un disfraz de pornochacha que consistía en un minúsculo tanga negro con volantitos blancos y un top ajustado de lycra de la misma forma y color. Además, una minúscula pajarita, una cofia, unas medias negras y tacones altos completaban el disfraz. Aproveché para hacerme también con algunos juguetes en el sex shop.

Durante el viaje al apartamento de la playa fui contándole mis planes y ella excitándose más y más.

  • Te voy a explicar cuáles serán tus obligaciones como pornochacha este fin de semana y más te vale cumplirlas a rajatabla si no quieres ser castigada – sabía que no estaba acostumbrada a que le hablase de aquel modo, pero notaba un brillo ansioso en sus ojos, casi podía sentir su coño empapándose por momentos -. Para empezar, te dirigirás a mí siempre como señor y deberás tener el coño siempre bien depilado, ¿de acuerdo?

  • Sí...

  • Llevarás tu uniforme de trabajo en todo momento e irás perfectamente maquillada, para que tu señor disfrute mirándote – su respiración nerviosa me hacía saber que aquello le gustaba -. En cuanto a tu comportamiento, no mirarás a los ojos a tu señor, salvo que te lo ordene y vigilarás siempre mi estado de excitación. En caso de verme excitado deberás pedirme si deseo utilizar cualquiera de tus orificios para mi placer. Debes estar siempre atenta a mis necesidades, no quiero tener ni que molestarme en pedírtelo, ¿queda claro?

  • Sí, muy claro... – en estos momentos su coño debía de ser un mar...

Cuando llegamos preparé la cena para ambos, lo último que haría por ella este fin de semana, salvo proporcionarle múltiples orgasmos, claro está...

Tras cenar, vi que en el congelador no había hielo y decidí ir a comprar, pues me apetecía tomar una copa. Consideré que sería el mejor momento para que comenzara su "trabajo". Había redactado un pequeño "contrato" de pornochacha que incluía las condiciones que le había explicado anteriormente y se lo hice firmar. Quería que sintiera que realmente tenía obligación de cumplirlas, que ahora ése era su trabajo.

  • Desde este momento eres mi sirvienta, así que ve a arreglarte mientras yo voy a por algo de hielo. Cuando vuelva, quiero que salgas a la puerta a recibirme como es debido.

Me dirigí a la gasolinera con tranquilidad, en parte para darle tiempo para que se vistiera y en parte para disfrutar de la sensación de que, al llegar a casa, tendría mi propia criada deseando satisfacer todos mis deseos. La sensación de poder era muy excitante.

Compré el hielo y di una vuelta con el coche pensando en ella. Estaría allí vestida con esas minúsculas piezas de ropa y esperándome. Sin duda, se sentiría mucho más excitada incluso de lo que yo lo estaba ahora. Llegué a casa y, aunque tenía llave, llamé a la puerta. Ella debía salir a recibirme, como buena criada. Escuché el sonido de los tacones acercándose. Hasta en sus pasos podía detectar el nerviosismo y la excitación. Entonces abrió la puerta...

-Bienvenido, señor.

¡Dios! ¡Estaba preciosa! No estaba preparado para esto. Se había recogido el pelo en una larga cola, dejando dos flequillitos colgándole a ambos lados de los ojos, que estaban sombreados y resaltados en negro. Los gruesos labios los llevaba pintados de un rojo extremadamente provocativo y los pómulos muy resaltados. El conjunto le quedaba de infarto, pues dejaba verlo casi todo. Estaba muy colorada, no sabía si del maquillaje o de la mezcla de turbación y excitación que debía sentir.

Traté de hacer como que no le prestaba la más mínima atención (es tu objeto de placer, me recordé) y le tendí la bolsa con el hielo.

-Hola, Claudia. Toma, guarda esto.

Mientras se alejaba hacia la cocina pude ver sus largas piernas aún más hermosas con las medias negras hasta los muslos. Los tacones le levantaban su culito, ya de por sí respingón, que, con la tirita del tanga perdiéndose en su pliegue, hicieron que se me pusiera dura al momento.

Entré en el apartamento y me dirigí al cuarto de baño. Una vez allí, la llamé:

  • ¡Claudia, tráeme la toalla y unos bóxers que voy a ducharme! – cuando llegó con todo le hice dejarlo en la silla -. Ahora, desvísteme.

Comenzó a quitarme la ropa lentamente. Verla arrodillada ante mí así vestida era ya un dulce suplicio y mi polla casi saltó de mis calzoncillos cuando me los quitó. Ella se quedó mirando mi polla extasiada, pero evitó mirarme a los ojos. Me metí rápidamente en la ducha y me dirigí a ella con reproche:

  • Claudia, no me has pedido que satisfaga mis necesidades contigo como es tu obligación , cuando es evidente que lo necesito.

  • Yo... Lo siento, señor.

  • ¡Pues que no vuelva a ocurrir, que para eso te pago! Luego serás convenientemente castigada.

  • Sí, señor...

Cuando terminé de ducharme, salí y le ordené que me secara. Cuando se agachó para secarme la piernas, recordó que estaba a punto de cometer otro error y me dijo:

  • Señor, ¿quiere que le chupe la polla o follarme alguno de mis agujeros?

  • Muy bien, Claudia, así me gusta. Puedes comerme la polla, quiero que te tragues hasta la última gota de leche.

  • Sí, señor.

Agarró mi polla con su mano y se la acercó a la boca. Sacó la lengua y la lamió desde la base hasta la punta y luego, otra vez, hasta dejarla bien ensalivada. Lamió mis huevos y me pajeó mientras con la mano. Si algo tiene mi novia, es que hace unas mamadas de infarto. Sabe casi mejor que yo lo que más placer me da en cada momento y ahora, tan excitada como estaba, se estaba esmerando. Se dirigió finalmente de nuevo hasta la punta y, de una vez, se la metió entera hasta la garganta, dejándola ahí unos segundos. El contraste frío de la saliva que se había secado y el calor de su garganta me hicieron dejar escapar un gemido de absoluto placer. Hizo lo mismo varias veces, hasta que su saliva chorreaba por mis huevos y goteaba hasta el suelo. Entonces empezó un mete-saca, primero lento y, gradualmente más rápido, que acompañaba con la mano. Yo estaba en el cielo.

  • Mastúrbate con la otra mano y mírame a los ojos.

Ella lo hizo. La imagen era brutal, verla así vestida en cuclillas ante mí, masturbándose frenéticamente y, mientras, mi polla entrando y saliendo de su boca, con sus labios rojos intensos y sus ojos clavados en los míos... No podía más...

  • Ufffffffffff, me corro... – gemí...

Ella se la metió hasta el fondo y succionó con ansia hasta que mi semen empezó a salir disparado en cantidades industriales.

-Aaaaaaaaaaaaaaggghhhhhhhhhhhh – grité entre enormes espasmos.

Ella se lo tragó todo como pudo y siguió chupándomela lentamente hasta dejarla completamente limpia. Había sido maravilloso, de las mejores mamadas que me había dado, que ya es decir. Después de un rato, la detuve.

  • Está bien, Claudia, muy bien. Puede que hoy incluso te deje correrte.

  • Gracias, señor.

  • Ahora, vísteme y vete a prepararme una copa.

Noté su mano izquierda húmeda de sus jugos al vestirme y pensé en reprenderla, pero esa muestra de excitación me encantó y la dejé terminar, aunque en realidad sólo me puse unos calzoncillos. Observé su increíble culo mientras se alejaba y su bamboleo al caminar con los tacones empezó a excitarme de nuevo.

Fui a la habitación y cogí la caja con los juguetes que había comprado y me la llevé al salón. La dejé sobre la mesa y puse una película porno en el DVD. Sobre pornochachas, como no podía ser de otro modo. Ella llegó y me sirvió la copa. Yo miraba distraídamente la película, con los pies sobre la mesa y no la miré. Dudó un momento qué hacer y preguntó:

  • ¿Quiere el señor alguna otra cosa?¿Quiere usar alguno de mis agujeros?

  • Uhmmm, puedes lamerme los pies, necesito relajarme.

  • Sí, señor.

Ella se agachó y cogió uno de mis pies delicadamente, como si no quisiera molestarme en lo más mínimo. Desde luego se había metido completamente en su papel y, como la conozco tanto, sabía que estaría deseando gritarme que me la follara como fuera. Siempre ha tenido obsesión por conseguir sus orgasmos cuanto antes cuando está tan excitada, no puede evitarlo, por eso me encanta hacerla sufrir haciéndoselo todo lentamente. Y por eso le excita ser dominada y que sólo yo pueda decidir cuándo dejarla acabar.

Lamió las plantas de mis pies y metió la lengua entre mis dedos, cosa que me excita enormemente. Entonces, introdujo el dedo gordo en su boca y la lamió como si fuera mi polla. Poco a poco, entre sorbos de mi copa, miradas a las escenas de la película y, sobre todo, a sus tetas, su culo, sus piernas... Me empalmé nuevamente. Ella lo notó inmediatamente, había aprendido bien la lección.

  • ¿Quiere el señor usar alguno de mis agujeros?

  • ¿Cuál te gustaría que utilizase?

  • Pues... – la pregunta la pilló por sorpresa y yo reprimí una sonrisa -. ¿Quiere el señor follarme el culo?

Ahora el sorprendido fui yo. Hay que reconocer que sabe bien lo que me gusta...

  • Puede que más tarde, de momento siéntate ahí – señalé un sillón frente a mí.

Ella se sentó, muy tiesa, con las piernas juntas y las manos sobre las rodillas.

  • Así no, quiero verte bien el coño, quítate el tanga y abre las piernas – ella obedeció.

  • Uhmmm, muy bien, veo que te lo has depilado completamente.

  • Sí, señor.

  • Mastúrbate, quiero verte.

Ella comenzó a tocarse y se excitó rápidamente. Se veía que todo esto la estaba poniendo cachondísima. Yo estaba recostado en el sofá, frente a ella, bebiéndome mi copa a pequeños sorbos. Cuando la terminé, me levanté y me arrodillé ante ella.

  • No se te ocurra correrte.

Su cara se mostró contrariada, pero no se le ocurrió negarse.

  • No, señor.

Lamí lentamente sus labios mayores, tan suaves y calientes que me daban ganas de morderlos para metérmelos completamente en la boca. Ella suspiraba de anticipación. Me entretuve lamiendo hacia arriba, hacia abajo, dando pequeños mordisquitos a los que ella respondía con ahogados gemidos y, finalmente, lamí todo su coño arrastrando mi lengua desde su agujero hasta su clítoris fuertemente. Lo repetí varias veces mientras ella gemía de placer y se agarraba con fuerza a los brazos del sillón. Sus jugos inundaban mi boca.

  • Aaaaaaaah, aaaaah, síííí...

Entonces metí dos dedos en su coño, que entraron sin problemas, deslizándose en su flujo abundantísimo y, al tiempo que frotaba en círculos la parte superior de su vagina, lamí su clítoris, lenta y fuertemente a veces, rápida y fugazmente otras, acompasando mis dedos con mi lengua. Ella gemía sin parar y se veía que ya estaba cerca de correrse. Entonces paré y la miré con cara enojada:

  • ¡No se te ocurra correrte!

  • Nnnn, nno, señor... – la voz apenas le salía del cuerpo.

  • Bueno, entonces sigue con esto.

Me levanté y saqué de la caja un nuevo vibrador de unos 18x3,5 centímetros, con forma natural, lo puse en marcha y se lo di.

Ella se sorprendió al verlo, pero lo cogió con ganas (ya habíamos usado vibradores antes) y empezó a frotarlo contra su clítoris y a introducirlo lentamente en su coño. Apenas sí abría los ojos y gemía sin parar. Yo, mientras tanto, volví a sentarme y me serví una nueva copa mientras observaba el espectáculo. A estas alturas, la tenía dura como la pared. Cuando vi que empezaba a acelerar sus movimientos, la detuve, le quité el vibrador y cogí de la caja unas bolas thailandesas de goma y un bote de lubricante. Eran diez bolas de goma unidas, cinco de unos 2 centímetros de diámetro en un extremo y las otras cinco de 3 en el otro.

  • Ponte a cuatro patas sobre el sillón, quiero abrirte ese culo.

Se puso a cuatro patas dejando su culo ante mis ojos. Con las medias negras y los tacones y ese coño completamente rasurado y abierto, el espectáculo era impresionante.

Metí un dedo en su coño y lo empapé bien en sus jugos. Acto seguido empecé a jugar con la entrada de su culo. Ella ya empezaba a suspirar de nuevo y a tener pequeños escalofríos. Le encanta que juegue con su culo. Introduje el dedo de un tirón, a lo que ella soltó un gritito y luego gimió al yo comenzar a moverlo. Lo saqué y lo lamí, metiendo mi lengua dentro de su culo lo más profundo que podía. Ella se estaba volviendo loca y yo lo sabía. Entonces cogí las bolas, las lubriqué un poco y metí la primera del extremo más delgado. Entre gemidos metí las cuatro restantes, al tiempo que metía mis dedos en su coño y tocaba las bolas en su culo a través de la pared de su vagina. Entonces, cogí el otro extremo, más grueso, y se lo metí por el coño, dejándola completamente ensartada. Ella disfrutaba como nunca.

  • Bien, ahora ponte de pie.

Me volví a sentar en el sillón y vi cómo se levantó como pudo, con las diez bolas dentro de ella.

  • Ahora, Claudia, ponte de rodillas y chúpamela como tú sabes, pero no vayas a dejar que se salga ninguna bola.

  • Sí, señor. No, señor.

Ella se arrodilló y comenzó a chupármela. Tenía que hacer fuerza con los músculos del culo y la vagina para no dejar que se salieran las bolas, lo que aumentaba el roce y su calentura. Esta vez no empezó a chupar lentamente, sino que se la metió completamente desde el principio. Se notaba que estaba muy, pero que muy caliente. Yo seguía bebiendo mi copa con aire indiferente, mirando la porno en la televisión de vez en cuando. Pero no podía apartar la vista del espectáculo de tener a esa morena de enormes ojos negros y carnosos labios, comiéndome la polla con fruición con su cofia y su pajarita puestas. Estaba en el cielo.

Cuando estaba a punto de correrme de nuevo, la detuve y la puse de pie. Le hice abrir las piernas y saqué las bolas de su coño, pero dejé las otras cinco en su culo. La puse de espaldas a mí y le dije:

  • Date la vuelta y siéntate aquí – y señalé mi polla a punto de reventar.

Ella obedeció al instante y se sentó sobre mi polla, que se deslizó sin problemas entrando entera de una vez.

  • ¡Vamos, fóllame! – le grité.

Y ella empezó a moverse como una loca gritando de placer. Yo, mientras, jugaba metiendo y sacando las bolas de su culo, que notaba rozando mi polla dentro de su coño, amasaba sus tetas o frotaba su clítoris. Ella seguía gritando como nunca antes la había oído. Cuando vi que estaba de nuevo a punto de correrse, la detuve de un tirón y la puse en pie.

  • No tienes permiso todavía para correrte – ella no dijo nada, pero se la veía muy frustrada -. Además, aún te mereces un castigo. Ponte de rodillas sobre el sofá, quiero verte ese culo.

Ella se puso a cuatro patas nuevamente en el sofá, con el coño completamente abierto ante mí y las bolas saliendo de su culo.

  • Ahora recibirás tu castigo. Voy a azotarte y tú vas a ir contando los azotes.

  • Vale...

  • ¿Cómo has dicho? ¡No me hagas enfadar!

  • Sssí, señor... – respondió apresuradamente.

  • Aún así, te daré el doble de azotes.

Empecé a pegarle con la mano derecha en esa nalga, al tiempo que, con mi mano izquierda sacaba de un tirón una bola de su culo. Ella los iba contando.

  • Uno...

  • ¿Cómo? ¡Más fuerte!

  • ¡Uno!...¡Dos!...

Fui sacando las cinco bolas con sus respectivos azotes. Entonces, se las volví a meter todas y repetí la maniobra con el lado izquierdo. Ella gemía, un poco por dolor y un mucho por placer. Cuando terminé, me dirigí a ella:

  • Este habría sido tu castigo, pero ahora mereces el doble.

Entonces comencé a meter nuevamente las bolas en su culo, pero esta vez por el extremo más grueso. La primera costó un poco, pero poco a poco entraron todas. Ella volvía a gemir descaradamente. Entonces repetí la operación de azote y bola.

  • ¡Sigue contando!

  • Sí, señor... ¡Uno!...¡Dos!...¡Tres!...

Los azotes se sucedían y su culo se iba poniendo rojo, mientras que ella gemía más y más. Cuando terminé con ambos lados, cogí las bolas y se las metí en el coño otra vez.

  • Muy bien, ahora voy a follarte el culo como me pediste.

  • Gracias, señor – agradeció ella en un susurro.

Esa respuesta me puso a mil. Me subí tras ella en el sofá y, sin contemplaciones, se la metí entera hasta que mis huevos tocaron la entrada de su coño.

  • Aaaaaaaaaaaaahhhhhhhh.... Sííííí, ¡¡¡¡Métemela enteraaaaa!!!!

Empecé a follarme su culo salvajemente, estaba cachondísimo y a ella la veía más caliente de lo que nunca había imaginado. La saqué completamente y se la volví a meter entera. Lo repetí varias veces y ella lo agradeció gritando como una loca de caliente perdida que estaba. Entonces se la metí otra vez y empecé a moverme rápidamente, al tiempo que, con la mano, acariciaba su clítoris y metía y sacaba las bolas de su coño, que rozaban en su movimiento con mi polla dentro de su culo.

  • Ahora puedes correrte, Claudia – dije casi sin respiración

Aquel polvo era salvaje, yo gritaba sin contemplaciones ya también y ella parecía que iba a caer desmayada, mientras se agarraba con fuerza a los cojines del sofá. Entonces, empezó a moverse compulsivamente:

  • Aaaaaaaaaaaaaaaaaaa aaaaaaaaaaaaagg gggggggggggghhhhhhhhhhhhhhh, sííííííí, fóllame el culoooooo, síííí, aaaaaaaaaaaaaaaaggggggghhhhhhhhhhhh, me corrooooooo....

Mientras la escuchaba correrse de esa manera, yo no pude aguantar más y me corrí también, llenando todo su culo de mi leche caliente.

  • Uffffffffffffffffffff, aaaaaaaaggggggggghhhh, qué culooooooo, me corrooooo...

Ella, al sentir mi corrida, volvió a tener nuevas convulsiones y se corrió al menos dos veces más. Finalmente, caí sobre ella completamente desmadejado y nos quedamos así unos minutos. Cuando mi polla empezó a decrecer, la saqué de su culo y me tumbé a su lado.

Entonces me miró a los ojos, con aquellos ojos negros que me habían enamorado en su día y que lo hacían cada día y me susurró:

  • Te quiero... Ha sido maravilloso...

  • Yo también te quiero, mi amor –le respondí.

Y nos fundimos en un profundo beso hasta que nos quedamos dormidos abrazados el uno al otro.