Claudia, Mi cuñada

Siempre tuve una especie de reserva hacia mi cuñada que desapareció de una manera muy particular durante un fin de semana en la playa. (Relato largo, asado a fuego lento)

Claudia, mi cuñada.

Me llamo Sara. Soy una mujer de 42 años, empleada en una oficina. Estoy casada y tengo dos hijos, ya en la universidad. Soy una mujer de clase media alta y estudios universitarios. Físicamente estoy bastante bien, a decir de la gente. Soy alta y estilizada, de piernas largas y manos elegantes; Rubia, de pelo corto que me llega a cubrir la nuca, ojos azules y labios gorditos y sensuales. Tengo una nariz larga pero recta, y una barbilla un poco en punta. Mi pecho es generoso y mis caderas son anchas. Tengo un culito respingón. Así que creo que estoy bastante bien.

Vengo de una familia bien. Me casé con mi marido bastante joven, porque no había motivo esperar más, y nos trasladamos a una ciudad del interior, a 100 kms de la costa.

Esta historia ha pasado  el último fin de semana  de junio. Mi marido, Juan, tiene una hermana, Claudia, que también está casada con Pablo. El caso es que nos invitaron a su casa de la playa. Ellos se compraron una casa hace unos años y nos habían invitado a visitarla, pero nunca a pasar el fin de semana. El caso es que como tanto sus hijos como los nuestros tenían que estudiar para los exámenes finales, no había problemas de cama, así que debieron pensar que era un sitio ideal. La casa, que es un adosado, está en la costa atlántica del Sur, cerca de nuestra ciudad de procedencia, y relativamente cerca de donde vivimos.

Claudia y Juan son dos hermanos diametralmente opuestos. Juan es un pijo de derechas, con todo lo que eso lleva, y Claudia, una pija de izquierdas, funcionaria, con todo lo que eso conlleva. Juan es recto, tradicional y estricto en las convenciones sociales. Claudia se las da de abierta y liberal, pero en el fondo es una clasista, creída y prepotente.

A mí, eso de pasar un fin de semana con mis cuñados me daba un poco de miedo, porque yo, a pesar de ser también un poco pija, soy bastante  corta. Mi cuñada tiene una personalidad que me sobrepasa, me asusta.

Bueno, pues llegamos a la casa de mis cuñados el viernes por la tarde, pusimos las bolsas de viaje en la habitación que nos asignaron, a cada uno, porque no tenían dos habitaciones con cama de matrimonio, así que yo fui a la cama de su hija, y Juan a la del niño, y nos fuimos a cenar y a pasear por la playa, que es lo que se suele hacer en estos sitios, antes de tomar alguna copita.

Con mis cuñados, siempre he medido mucho mis palabras y he vigilado mis actos, gestos, y todo lo que pueda ser utilizado en mi contra, pero la canción de moda ahora es la de la película famosa, 50 sombras de Grey. Yo no la he visto ni he leído el libro, pero Claudia nos confesó que sí lo había leído. Mi cuñado ni se inmutó. Claudia hablaba de la historia, y claro yo entré el trapo

-Pero, me han dicho que tiene muchas escenas eróticas- Dije temerosa de ser prejuzgada por mis contertulios

  • No tiene tantas. El libro es más directo- Respondió Claudia en plan de experta.

  • Pero creo que tiene escenas de sadomasoquismo ¿no?- Le dije, recordando algún comentario que alguna chica del trabajo me había hecho.

-¡Bah! Unos azotitos en el culo. Nada desagradable- Claudia clavó mis ojos en los míos. Yo no quería parecer mogigata, que es justo la imagen que Claudia tenía de mí.

-No, si a mí un poco de esas cosas no me disgustan.- Y quise hacer una broma -¡Lo que pasa es que tu hermano no quiere pegarme!- Y nos reímos todos.

Entonces Claudia hizo la broma más graciosa todavía.- ¡A mí tampoco me disgusta! ¡Pero es que Pablo no deja que le pegue!.- Y nos reímos todavía más. Claudia me miró. Yo creo que me puse colorada.

Y nos fuimos a casa. Los planes de la mañana eran que mi marido y el marido de Claudia se irían a hacer una ruta de senderismo que empezarían bien temprano; Y que regresarían por la tarde. Tal vez ni comerían. Claudia se negó en redondo a participar, así que yo pensé que mi sitio era estar al lado de mi cuñada, en casa, y así los dos hombres podrían andar al ritmo que quisieran.

Cuando llegamos a casa, fui a beber agua a la cocina. Mi cuñada entró detrás de mí. Me rozó las nalgas con el vientre, como por casualidad, pero yo sabía que no era por casualidad. Se me pusieron tiesos los pelos de la nuca. Me dio las buenas noches. Me pasé un buen rato en la cama pensando en Claudia.

Claudia es un año mayor que yo, rubia, pero de pelo rizado y largo. Es más baja que yo y más delgada. De piel que agradece los rayos de sol y se vuelve canela. Yo soy más blanca de piel que ella. Por lo demás, tiene menos pecho que yo, y tiene una figura que refleja más elasticidad.

Claudia se cuida. Gana dinero y se lo gasta en ella. Siempre con las uñas pintadas, el pelo cuidado, oliendo a crema y a perfume caro. Ya os he dicho que me desborda en personalidad.

Yo no he tenido muchas experiencias lésbicas. Os confesaré que en una cena de Navidad de la empresa, en un bar, me fui con una chica a su casa y me hizo el amor… como si fuera un hombre. Ya me entendéis, se puso un strap-on y me montó. También tuve una noche loca con una compañera de universidad en el viaje de fin de carrera. Eso es todo.

A pesar de todo, lo que me gustan son los hombres. Mi marido es de polvo semanal, el de los sábados, y además, en la postura del misionero. Nada de variaciones, nada de fantasía. Estoy un poco aburrida de esa forma de practicar sexo, y por eso, tengo la líbido a flor de piel, así que las perspectivas de tener una aventurilla con Claudia, aunque razonablemente me asustara, en el fondo despertaba mis fantasías.

Nuestros hombres se marcharon temprano, después de revolver toda la casa para hacerse la mochila. Cuando cerraron la puerta, ya no me pude dormir. Me levanté y me hice y tomé el desayuno. Al poco salió Claudia del dormitorio. Salió en camisón. Era un camisón en el que se transparentaban sus formas, sus pezones, el tanga que llevaba puesto. Me saludó desenvuelta, y se dejó ver. Yo sabía que se estaba exhibiendo. Pensé que en ese sentido tenía ventaja, porque ella estaba con su marido y su hermano, mientras que esos mismos hombres eran mi marido y mi cuñado; pero luego me di cuenta que ninguno de los dos estaba, luego se estaba exhibiendo para mí.

Yo llevaba puesto un pijama de pantalones cortos y mangas cortas, pero desde luego, no se trasparentaba.

Entonces empezó de nuevo la conversación.

-Oye ¿Quieres que te deje el libro?- Me soltó Claudia sin mirarme.

-¿Qué libro?-

-Pues de el que hablamos ayer; Cincuenta sombras.-

-Uff, Claudia. No tengo tiempo para leer.-

-Pensaba que te interesaba la temática… Sobre todo lo de los azotes. ¿De verdad nunca lo has practicado?-

Me empecé a sentir un poco incómoda. –Ya te dije que tu hermano esas cosas no le van.- Y entonces sentí la necesidad de desahogarme con Claudia.- Tu hermano no hace el amor más que los sábados por la noche y siempre igual.-

Claudia movió la cabeza de un lado a otro, compadeciéndose de mí. –Este Juan es más soso.- Luego me miró fijamente a los ojos –Aunque si tú quieres, puedes practicar los juegos de dominación-sumisión sin tener sexo, ¿Sabes? Lo único que tienes que buscar es alguien que te ordene.-

-¿Eso es posible?- Le dije con cara de extrañeza, aunque debió notar claramente que aquello había despertado mi interés. Claudia es muy sutil.

-¡Claro!. Yo no lo he hecho nunca, pero se cómo hacerlo. Tienes que obedecer y ya está. Lo que hace falta es alguien que te mande; Pero ¿Te gusta obedecer?.-

-No lo se- Le dije a Claudia mordisqueándome los labios

  • Pues lo vamos a comprobar. Me obedecerás a mí.-  Claudia se puso en pie. La tenía en frente de mí. –Para empezar, quiero que te quites ese pijama y te pongas en bañador. ¡Vamos!.-

Claudia me habló con tanta determinación que no pude hacer otra cosa que ir al cuarto y cambiarme. No entendía lo que estaba haciendo. Me decía a mí misma que no debía seguir por ese camino, pero la obedecí. Me puse el bañador de una pieza, floreado y discreto, que le gustaba a Juan que me pusiera para evitar mirones.

Claudia esbozó una sonrisa al verme. Terminó de beberse el café y se levantó. Me cogió de la mano. Nunca me había cogido de la mano. Me llevó con determinación al dormitorio y para mi sorpresa, se quitó el camisón.

Los pezones de Claudia eran marrones y grandes. Tenía un físico espectacular. Luego se quitó el tanga. Tenía unas nalgas muy bien puestas. Cogió un bikini y se lo puso. Me fijé que tenía el pelo del pubis casi afeitado al cero; Y le miré el coño.

-Ahora ven tú.- Me dijo. –Estate quieta.- La obedecí.

Claudia bajó un tirante de mi bañador, y luego el otro. Se quedó mirando mis pechos, más grandes que los suyos, y mis pezones de color rosa, excitados por la situación. Luego me bajó el bañador hasta las rodillas. Me sentía avergonzada, enseñando mi pubis y mi sexo a mi cuñada. Bajé la mirada.

Dio un par de vueltas alrededor mío, observándome desnuda. Sentí la punta de sus uñar rozar la piel de mis nalgas.  Me hacía sentir como una mercancía, como una esclava que estuviera en venta y quisiera comprarme, pero todo aquello me hacía sentirme muy excitada. Con los pies me deshice de mi bañador y ella me dio uno de los suyos.

Naturalmente, aquel bañador me estaba algo chico, y se notaba. Las costuras de la parte de abajo dividían cada nalga en dos zonas, y la tendencia era a subir y dejar mis nalgas al descubierto. Hice ademán de bajarme las costuras pero me lo impidió mediante una escueta orden -¡No!-

Luego me puse la parte de arriba. Mis pechos estaban aprisionados y se salían por ambos lados, y dejaban a la vista un canal exquisito.

-Bueno, ahora, nos vamos de compras.-

-¿Pero así?-

-¡No, mujer! Mira, vamos a ponernos estos trajes.- Claudia me alargó un kaftán de color blanco, muy ligero y cómodo. Me lo puse y le abroché el cinturón. Nos fuimos al cuarto de baño a maquearnos un poco. Me estaba pintando los labios cuando de nuevo sentí que se rozaba en mis nalgas. Se puso a mi lado, y comenzó a pintarse ella también. - ¿Te gusta que te domine? – Me dijo, y me miró a los ojos a través del espejo. Y seguro que sutilmente adivinó mi zozobra interna. No le contesté.

Fuimos a la calle. La cafetería estaba algunas calles más allá. Nos sentamos en la terraza, donde todavía se estaba bien, y nos pedimos un café y una tostada. Hablamos de tonterías, de nuestros maridos, de nuestros hijos, y poco más. En un momento, Claudia, que se había sentado a mi lado me ordenó –Súbete la falda, quiero verte los muslos.-

Yo me hice la loca y no hice nada. Se produjo un silencio que se me antojó larguísimo, aunque tal vez fueran unos segundos. –Te he ordenado que te levantes la falda.-

Sentí como mi cara se ponía colorada y cómo el calor invadía mi cuerpo. Me puse nerviosa. Claudia me mirada con  una sonrisa pícara y socarrona que yo no podía mantener. Al final, me dijo con desdén.- Me has desobedecido –

Y seguimos hablando de nuestras cosas.

Después fuimos a un supermercado y compramos el pan, y la compra para cuatro personas durante un par de días. Al pasar por la estantería de los desodorantes, Claudia se quedó mirando uno de ellos. Era un bote estilizado de cristal, de esos que se meten en el bolso. -¡Uy! ¡Este está de promoción! ¡Es un poco más largo que otras veces!-

Era un desodorante de una forma curiosa, estrechándose ligeramente por el centro. Claudia lo metió en el carrito.

Después nos dirigimos hacia la casa. Al meternos en nuestra calle, ya no había gente en la calle. Sentí de repente un azote en el culo. –Zasssss-

-¿Qué haces?- Le dije a Claudia espantada. –Me has desobedecido, y te mereces un castigo.-

-¡Ay, Claudia! ¡No se lo que estás haciendo!- Y por respuesta, Claudia me dio otro azote, más suave, y con otras intenciones: la mano se dejó deslizar por mis nalgas suavemente.

Al llegar a la casa, en la calle, Claudia me cargó con las bolsas de la compra y se puso a buscar la llave. Abrió la primera puerta. Entre la puerta de la calle y la vivienda, la casa de mi cuñada tiene un pequeño zaguán, con una reja de hierro. Claudia abrió la puerta de la calle, pero antes de abrir la de la reja, volví a sentir su mano en mi trasero.-Zass-

-¿Qué haces? ¿Me quieres dejar ya?- le grité indignada

-¡No! ¡Has sido mala y tengo que castigarte! – Me dijo con autoridad. Me miro con una cara pícara que me derretía. –No me has querido enseñar el bañador en la cafetería.- Y se vino hacia mí.

Yo me refugié contra la pared, pero sin soltar las bolsas. Iban huevos y cosas delicadas. Claudia me tomó de un brazo y me obligó a darme la vuelta. -¡Claudia! ¡Por favor!- Le dije suplicando, viendo que en realidad no estaba dispuesta a ofrecerle más resistencia.

Claudia me levantó el borde del kaftán y mi trasero apareció. Mi cuñada me sobó suavemente las nalgas y comenzó a azotarme, ni suave ni fuerte, con una presión que hacía sentir el calor pero sin sentir un dolor desagradable. –Zass-

Los azotes se repetían lentamente, y después de cada azote, sentía el suave roce de su mano en mis nalgas. –Zassss-

Me quedé quieta, rendida, aguantando estoicamente, pensando que no debía de permitir aquello, pero permitiéndolo, no sé si por la novedad de la aventura sexual, por no contradecir a mi cuñada, o un poco por todo. No reacción ni siquiera cuando Claudia apartó la parte de abajo del bañador de mi nalgas metiéndomela en medio.

Claudia paró. Noté su respiración acelerada. Yo no me atrevía a mirarla.  Colocamos las cosas en la nevera, sin mirarnos y cuando acabamos, Claudia ya tenía hechos planes. –¡Vamos a la playa!-

Me fui a poner otro bañador. -¿Dónde vas?- Me espetó Claudia

-A cambiarme de bañador-

-¿Por qué?- me dijo Claudia extrañada

-A tu hermano no le gustaría-

-¡Mi hermano! ¡Juan está con mi marido en sus cosas!¡No se van a enterar!-

-¡Pero lo notará en la marca del sol!-

Claudia se acercó a mí. Me cogió de los hombros y me tranquilizó. –No te preocupes, nos pondremos crema protectora y no te quemarás-

-¡Pero…!

-¡No se hable más!-

Me cogió de la mano y me echó a la calle mientras ella agarraba el bolso y cerraba las puertas. Cogimos el coche. Naturalmente, ella conducía. En el coche tenía toallas y una sombrilla. Lo cogimos porque me dijo que deseaba un ambiente tranquilo para pasar la mañana, y para eso, había que alejarse del pueblo.

A mitad del camino, Claudia volvió a las andadas.- Sara, levántate la falda. Quiero verte los muslos.- Dudé unos instantes, pero me subí la falda al final. Claudia fue a cambiar de marcha, pero lo que realmente buscaba era poner su mano en mi muslo. Así fue conduciendo unos kilómetros. Fui a cerrar las piernas, pero me golpeó en el muslo - ¡Las piernas abiertas.-

Me sorprendió. Titubeé, y a las dejó abiertas.

Nos alejamos 6 o 7 kilómetros del pueblo. Nos pusimos en una parte un poco protegida de las vistas a costa de colocarnos en una  La playa un poco inclinada. Tendimos las toallas. Caludia comenzó a untarse la crema solar, y en un momento, me pidió que le extendiera la crema por la espalda. Luego, de repente se quitó la parte de arriba del bikini, y con una mirada me insinuó que le extendiera la crema en los pechos.

Yo dudé. Al principio no hacía más que dudar, por no entender, o no querer entender, a donde me llevaba todo aquello. Tímidamente comencé a tocar los pechos de mi cuñada; a untar la crema y expandirla. Puede ver cómo se le excitaban los pezones. Yo misma me sentía muy excitada por todo aquello.  Claudia me miraba como siempre, con picardía.

Cuando acabé, me preguntó si quería crema. –Sí, mujer. En eso quedamos. En que nos echaríamos crema solar para no quemarnos.- Le conteste.

Claudia se echó un buen pegote de crema en la mano y se disponía a untármela.- ¿Me la vas a echar tú? Puedo echármela yo- Le dije, intentando luchar contra sus intenciones.

-¡Ah, no!- Me contestó teatralmente. –La crema es mía y la echo yo.-

Claudia me untó crema en la espalda, en los brazos, en las manos. Me sentía deliciosamente mimada por los masajes y caricias de mi cuñada.  Luego en los pies, en las pantorrillas, en las nalgas, que había azotado media hora antes. Me untó crema en los muslos, por fuera y por dentro, haciendo llegar el canto del pulgar hasta mi mismo sexo. Luego se puso a darme crema en los hombros.

Mi cuñada hace top-less. A mi Juan no le gusta que yo lo haga, por eso, cuando Claudia, después de darme crema en la cara, me fue a bajar los tirantes del bañador, protesté y tiré del tirante con violencia hacia arriba.

Claudia me miró pensativa. -¿Por qué no quieres que te de crema en los senos? Son muy delicados-

-Es que ahí no voy a tomar el sol- Le contesté categórica.

-Claro que lo vas a tomar- Me dijo igual de categórica.- Comenzó a untarme crema en los hombros de nuevo y deslizó la mano hacia mis pechos, sin sobrepasar el bañador.  Su mano derrumbaba todas las murallas de mi conciencia, y antes de que me diera cuenta me bajó el tirante de nuevo. Sentí la brisa de la playa y el calor sobre mi piel. No me podía negar.

-Bueno, te dejo que me eches crema pero no me voy a poner a hacer top-less. Juan se enfadaría mucho.-

Claudia me había bajado ya los dos tirantes y me untaba los pechos de crema con las dos manos. Jugaba con mis pechos como un novio adolescente. –Vale, Sara. No vas a tomar el sol en top-less… más de diez minutos, pero serán los diez minutos que yo quiera.-

Y fueron diez largos minutos. Habíamos pasado como una hora corta en la playa cuando se acercaron por la orilla unos chicos, jóvenes. Claudia me habló con dulzura y determinación. –Ahora, cuñada. Ahora vas a hacer top-less-

-¿Delante de los chicos?- Le dije asustada y avergonzada.

-Sí-

En España, el top-less está permitido en cualquier playa, pero algunos ambientes son más tradicionales que otros. Bajé los tirantes del bañador y con ellos, la parte de arriba, hasta el ombligo. Aquellos chicos ralentizaron su marcha. Se pusieron a mirarnos a las dos, pero sobre todo a mí, porque mis pechos son más grandes, mi piel más clara. Podía oír sus sucios comentarios sobre nosotras. Sus fantasías delirantes. Uno de los chicos incluso se acercó a darnos coba. Preguntó si teníamos fuego.  Claudia le dijo que no, pero se puso a charlar con ellos, amigablemente, sin coqueteos, pero permitiendo que el chico viera con todo lujo de detalles mi cuerpo.

Cuando al final se fueron, Claudia me informó de que ya podía cubrir mis pechos si quería.

Cuando el sol estaba picando, a la una más o menos, Claudia me indicó que teníamos que volver. Ella se colocó su vestido, pero a mí me ordenó que no lo hiciera. Tenía que ir con aquel vestido indecente hasta el coche, y luego, salir de él hasta la casa en la propia urbanización. Los motivos eran que había sido reacia a enseñarle mis muslos antes. Así que fuimos por la orilla de la playa hasta el lugar donde el coche estaba aparcado. Me sentía incómoda y avergonzada cuando me cruzaba con alguien.

Durante el viaje de regreso, Claudia me pidió, me exigió, que no cerrara las piernas. De nuevo, tras un cambio de marcha, colocó su mano derecha sobre mi muslo izquierdo y sus dedos en la parte interna de mi muslo.  Estuvo acariciándome silenciosamente durante gran parte del viaje.

Al llegar a la casa, abrió de nuevo la puerta de la casa y creía que me volvería a azotar otra vez en el zaguán, pero sólo me dio un azote. Me reprimí mis protestas y esperé a que terminara de abrir la reja.

-¿Te vas a duchar, Sara?- Me preguntó.

-¿No te vas a duchar tú antes?- Le contesté.

-¡Ah! ¡Métete tu antes! Pero, por favor, deja la puerta abierta. Tengo que entrar a por una cosa.-

Me desnudé en el baño y miré en el espejo las marcas rojas que había dejado el sol. Me convencí de que mi marido no se percataría de haber hecho top-less y del provocativo bañador que había lucido. Me metí en la ducha y abrí el grifo. Comencé a lavarme el pelo. Cuando Claudia entró estaba con el pelo lleno de jabón.

La puerta de la ducha se abrió. Claudia estaba frente a mí, con la parte inferior del bañador puesta únicamente. Me cubrí tímidamente, porque ella me observaba con ojos pícaros, lascivos, llenos de deseo.

-Te voy a enjabonar- Me dijo, con un pie dentro de la ducha ya.

-No; no hace falta.-

Pero antes de que me diera cuenta, Claudia acariciaba mi espalda con la mano llena de jabón líquido. No había forma de parar a mi cuñada. Después de la espalda vinieron mis nalgas y mis piernas. Se colocó detrás de mí y pasó su mano por mi cintura. Comenzó a enjabonarme el vientre y los pechos. La espuma se escurría entre sus dedos y mi piel. Sentí sus labios en mi hombro, en mi clavícula, en mi cuello. Me daba besitos suaves. Se bebía el agua que caía en mi piel.

Sus dedos empezaron a jugar con mis pezones. Yo arqueé mi columna y coloqué mis nalgas en su vientre. No sentía la tela de su bañador, así que me imaginé que las dos estábamos desnudas. Pensé en la sorpresa que se llevaría Juan si nos viera. Aquello me excitó.

Claudia deslizó su mano por mi vientre y comenzó a meter su mano entre mis piernas. Me encontró mojada, peor no sólo de agua. Yo frotaba mis nalgas en su vientre. Entonces tiró de mi pelo hasta que mi cabeza se apoyó en su hombro.  Claudia seguía jugando con mis pezones, y ahora tocaba mi sexo descaradamente, frotando mi clítoris, a veces, y otras, metiendo la punta de sus dedos entre los labios de mi sexo. Giré la cabeza hacia ella, y mi boca encontró su boca, y su lengua.  En ese momento, Claudia hincó sus dedos en mi sexo y comenzó a moverlos de un lado a otro. Yo comencé a correrme, frotando más aún mis nalgas en su vientre. Ella me seguía el ritmo. Ella me imponía el ritmo, moviendo sus caderas a la par que manejaba mi coño con sus hábiles dedos.

Estuvimos corriéndonos un rato. Para mí fue eterno.

Luego me di la vuelta y coloqué a mi cuñada contra la pared y me puse a abrazarla y a besarla en la boca, entrelazando nuestras lenguas. De repente, Claudia me cogió de las muñecas - ¡Aún no hemos acabado!- Y me colocó a mí contra la pared.

Me quedé quieta, mientras ella cogía el mango de la ducha y dirigía un chorrito de agua templada contra mi cuerpo. Con la excusa de quitar el jabón, mi cuñada dirigía el chorrito sobre mis zonas más sensibles. Empezó por los senos, los pezones, luego lo dirigió al vientre y al ombligo, y finalmente, después de recorrer mis muslos, hacia mi sexo. Separó los labios y dejó mi clítoris al descubierto. El chorrito impactaba directamente. Me comencé a excitar otra vez.

Comencé a manosearme los pechos pero cuando Claudia se dio cuenta, me las apartó de un manotazo. –Cariño, ahora eres mi esclava. No puedes hacer eso si no te lo permito.-

Claudia se puso de pie, me cogió las manos por las muñecas y me las colocó detrás de la nuca. –Así es como tienen que estar.-

Y entonces aprovechó, y mientras dirigía el chorrito de agua sobre mi coño, me cogió un pezón entre sus dedos y me lo apretó. Empezó suavemente, pero luego fue apretando hasta conseguir hacer que me quejara. Entonces movió el mando para que saliera agua fría y lo colocó sobre mi pezón dolorido. Aquello era una sensación deliciosa. Claudia no resistió mi expresión de dolor y de gozo y me comió la boca.

Ahora el chorrito de agua fría estaba colocado justo en mi coño. Claudia se había puesto de rodillas, y en su camino de descenso había lamido, cogido entre sus labios y apretado suavemente mis pezones, y luego había intentado mamar de ellos, metiéndose el pezón en la boca y succionando ligeramente.

Ahora separaba mis labios y de repente la vi acercar su cara, sentí su lengua en mi clítoris, mezclada con el agua fría que salía del chorrito. Hizo en mi clítoris lo mismo que en mis pezones: Los lamió, los chupó, lo apretó con sus labios y después, intentó mamar de él, succionándolo todo cuanto pudo.

No me soltaba, teniéndome atrapada de tan delicado sitio, cuando noté que el chorro frío me recorría todo mi coño una u otra vez, y después, tras unas cuantas idas y venidas, Claudia se acompañó con los largos dedos de su mano.

Comencé a sentir un orgasmo lento, profundo. Lo sentía venir como esos terremotos que sientes avanzar y que no puedes evitar su avance, pero a cámara lenta, super lenta. De nuevo me movía de un lado a otro al ritmo que ella me imponía. Sus dedos se hincaban en mi coño profundamente. Me estaba masturbando, y estaba excitada como una perra.

Deseaba tocarme, acariciarme, arrancarme los pezones, pero ella me había dicho que no me podía tocar, así que toda mi excitación se concentró en mi coño, y todo el placer obtenido venía de él, así que lo movía como una loca, buscando que sus dedos me penetraran profundamente y que sus labios, los de su boca, se fundieran con los míos, los de mi coño.

Cuando mi orgasmo acabó, ella se puso de pie y me miro triunfante. Me besó en la boca y se marchó, y a mí me dejó rendida, cabizbaja, porque pensaba que ella era mi cuñada, pensaba en Juan, pensaba en que lo que había hecho no estaba bien… y pensaba en lo bien que me lo había pasado.

No sabía cómo iba a salir de la ducha y la iba a mirar a la cara. Al final salí, vestida de la manera en que quería que mi marido me viera, y cuando la vi, ella estaba de la misma forma, discreta y comedida, como si no hubiera pasado nada; como si en el fondo, no nos hubiéramos comportado como dos zorrones, a espaldas de nuestros maridos.

Preparamos el almuerzo, pues nuestros maridos habían llamado para darnos novedades sobre la marcha de la excursión y decirnos que estarían para la hora de comer, un poco tarde, pero para la hora de comer. Durante este tiempo, Claudia actuó con normalidad, a pesar de que yo hubiera soltado todo y me hubiera puesto a morrear con ella otra vez.

Llegaron nuestros maridos, comimos y como estaban muy cansados, se ducharon (uno después del otro) y se fueron a dormir la siesta, cada uno a su cama. Yo también me fui a dormir la siesta. A pensar en lo sucedido, de nuevo, con  sentimientos encontrados.

Claudia disimulaba muy bien, y yo intenté hacer igual que ella delante de nuestros maridos, pero era evidente que, por una parte, entre las dos se habían acortado las distancias, por lo que yo, especialmente me sentía más unida y más cómplice. Por otra parte, ahora me sentía subordinada a ella, dispuesta a darle siempre la razón y a dejarme manipular delante del que fuera. Juan estaba feliz, porque notaba que esa barrera que siempre había existido entre su esposa y su hermana se había esfumado. ¡Si supiese la verdad del asunto!

Lógicamente, un fin de semana en la playa con compañía no se entiende si no se va a cenar fuera y después se va a tomar unas copas.

La cena fue en un restaurante de playa, de un nivel medio y precios asequibles, aunque el restaurante tenía mantel y servilletas de tela. Nuestros maridos hablaron de ña excursión y nos comunicaron que al día siguiente les habían invitado a ir a pescar, por lo que se levantarían más temprano aún y se irían más temprano aún. Sentí un sobrecogimiento. Miré a Claudia, que me miró sonriendo y me guiñó un ojo. Ya estaba segura que esta historia tendría una segunda parte, en el día siguiente.

Sentí que algo rozaba mi pierna. Era Claudia. Se había quitado el zapato y comenzaba a acariciar mi pierna con su pie desnudo. Primero mis pantorrillas y la espinilla, luego colocó su pie entre mis muslos. Lo hacía lenta y disimuladamente. Su pie avanzaba, así que cerré mis piernas. Quedó atrapado entre mis muslos. Claudia me miró, insinuándome que no me estaba portando bien. Yo le respondí con una mirada suplicante,  y entonces retiró el pie poco a poco.

Al rato, Claudia se levantó para ir al servicio, y yo, como tenía ganas de ir también me levanté a acompañarla. Ella entró antes, y luego, entré yo, aunque ella no salió. Me subí la falda del vestido y me bajé las bragas, y comencé a orinar.

Claudia llevaba unos zapatos de tacón, y los colocó encima de mis bragas. – Quítate las braga.- Me ordenó.

Mis bragas estaban casi en el suelo, por la parte que cubría mi sexo. Me cabreaba hacer eso, pero, tampoco estaba muy dispuesta a ponérmelas, después de haber estado en el suelo de un servicio público. Así que cuando dejé de orinar, las terminé de bajar, y enfadada se las tiré a la cara. Las cogió, las olió y se las metió en el bolso.

Me puse de pie, pero antes de bajarme la falda, me dio la vuelta y me dio un azote sonoro. -Esto, cuñadita, por cerrar las piernas. No te enteras que me tienes que obedecer.- Salió del baño, sin mirar hacia detrás, casi sin darme tiempo a bajarme la falda.

Me sentía muy incómoda sin bragas, Pensaba que todo el mundo me miraba. Me sentía avergonzada y humillada, pero me sentía excitada y me gustaba que Claudia me tratara así. Me producía una sensación que no podría explicar. Mi corazón latía más fuerza y sólo pensaba en qué sería lo próximo que Claudia me pediría. Casi no escuchaba lo que me decía mi marido cuando regresábamos a casa. Ellos se montaron en el coche, delante. Nosotras nos montamos detrás. Claudia me ordenó primero –Ábrete de piernas-

Luego me volvió a ordenar, con voz queda.- Súbete la falda. Quiero verte los muslos-

Me acarició furtivamente, mientras nuestros maridos charlaban despistados y hacían planes para la jornada de pesca del día siguiente. Claudia tenía otros planes, desde luego.

Cuando me acosté me di cuenta que mi cuarto estaba pared con pared con el de mi cuñada. Pude escuchar como mis cuñados se acaramelaban y cómo terminaban follando. Mi cuñada gemía escandalosamente. Yo supuse que pretendía que la escuchara. Entre la caña que me había metido en la ducha y por la noche  en el bar, estaba muy cachonda, y después de oir cómo gemía mi cuñada, más todavía.

Me levanté y me metí en la habitación de Juan. Me metí en su cama, pero mi marido no estaba por hacer el amor esa noche-¿Qué haces?-

-Pues no se… tengo ganas de ti-

-¡Uff! ¡Aquí en casa de mi hermana!¿Y en esta cama tan chica?¡Anda!¡Anda!-

-¡Cariñito! ¡Me vas a dejar sí!-

-¡Anda!¡Anda!¡Que mañana tengo que levantarme temprano!¡Qué ocurrencias!¡En casa de mi hermana!-

Me fui como perro con el rabo entre las piernas, pero no precisamente el rabo de Juan. Me tumbé en la cama y comencé a acariciarme. Metí la mano entre mi vientre y mis bragas y me rocé el clítoris mientras me pellizcaba los pezones. Pensé en Claudia, gimiendo. Pensé en Claudia, gozándome y siendo yo misma la que gemía como una perra. Me metí el dedo en la vagina y comencé a recorrer mi coño lentamente y profundamente, hasta correrme, pensando siempre en Claudia…Y me dormí.

A las cinco y media, nuestros maridos se levantaron, y parecía que se levantaban los soldados de un cuartel. Sólo faltaba la trompeta tocando diana. Estuvieron quince o veinte minutos preparando todo, haciendo ruido y despertando a todo el mundo. A las seis menos diez se fueron. Me propuse dormir de nuevo, y comencé a reconciliar el sueño, pero cuando estaba en la nube de la semi-conciencia, noté que la puerta del dormitorio se abría. Giré la cabeza y en sueños vi entrar a Claudia, que llevaba puestas solas unas bragas minúsculas. Miré el reloj. Eran seis.

Claudia me levantó y apartó la sábana. Yo llevaba un camisón corto. Se percató de que estaba despierta y tiró de mi brazo hasta levantarme sin mediar palabra y sin pedir una explicación por mi parte. Me arrastró suavemente hacia su cuarto. La cama estaba deshecha. Me depositó sobre el colchón, tumbada mirando al techo. –He estado pensado en ti toda la noche.- Me dijo. Y me besó tiernamente.

Claudia se acostó al otro lado. Pronto estábamos abrazadas. Me desabrochó los dos botones del camisón, y con la mano buscó mi pecho y con su boca lamió mi pezón. Yo sentía su pelo rizado en mis mejillas. Me gustaba el olor de su cabeza. Sentía su muslo en mi muslo, y me daba calor, pero a pesar de ser verano, me gustaba.

Mi cuñada se iba afanando cada vez con más arte en mis pezones y su muslo se frotaba con el mío rítmicamente. Poco a poco se fue colocando encima de mí, y su boca más que lamer, mordía y chupaba de mis pezones, mientras su muslo se metía entre los míos y se clavaba en mi sexo, Yo también sentía su coño en mi muslo, húmedo, detrás de la minúscula tela de su tanga.

-¿Nos oíste anoche?- Me preguntó mientras me miraba y seguía frotando su muslo en mi almeja

-Siii- Le dije tímidamente. Y me sinceré. – No podía dormir pensando.-

-Yo sólo pensaba en ti, Sara.-

Entonces Claudia se escurrió hasta mi vientre. Sonrió al olerme. –Tu coño huele a orgasmo. ¿Has sido una chica mala y te has corrido?-

Tardé unos segundos en contestar  -Anoche, pensando en ti.-

-¡Vaya, vaya!- Me dijo, incorporándose.- Tendré que obligarte a ducharte.-

Claudia tiró de mí y me llevó a la ducha. Nos metimos las dos llevando las bragas puestas.

-¡Quédate quieta.- Me ordenó Claudia, sin abrir el grifo del agua. -Yo te limpiar-. Y puso champú en una manopla que sí humedeció en el lavabo,  y comenzó a enjabonarme enterita. Todo mi cuerpo, incluso mis senos. La sensación de la manopla húmeda con el agua templada era excitante. La manopla recorrió todo mi cuerpo; mis senos, mis muslos, mis piernas, los brazos, el cuello… Yo dejaba que Claudia me enjabonara. Al llegar a las nalgas, metió mis bragas entre ellas y comenzó a enjabonarme despacio. Ya sólo quedaba mi coño.

Claudia es así, deja siempre lo mejor de las comidas para el final. Empezó a restregar la manopla por mi coño, pero sin quitarme las bragas. –Las manos tienes que ponerlas detrás del cuello.- Me dijo, y yo la obedecí.

Claudia me pasaba la esponja, y mientras se acercaba más a mí hasta que al final no pude contenerme más y fundí mi boca en la suya. Ella me recibió calurosamente. Antes de que me diera cuenta, la esponja había desaparecido de su mano y me frotaba el coño con toda la mano.

-¡Méteme los dedos!- Le supliqué, pero ella sonrió pícaramente y sacudió la cabeza negándome el placer. En cambio, tiró de mis bragas hacia abajo. Mis bragas mojadas no se deslizaban bien por mi cuerpo, así que yo le ayudé. Entonces abrió el grifo de la ducha y probó la temperatura del agua en su mano.

Comenzó a aplicar el agua de la ducha contra mi piel, primero en las zonas menos sensibles, luego en las más sensibles. Mi piel aparecía soleada debajo de la espuma. Dejó para el final mis pechos y los pezones, y no se tomó ninguna prisa en apartar el chorrito de agua a presión de mis pechos, y sobre todo de mis senos. Luego puso su boca en ellos y me los chupó, bebiéndose el agua que se estrellaba contra mi piel como si fuera mi propia leche.

Después me ordenó que me diera la vuelta. Sentí la presión del agua contra mi ojete, y cómo también se deslizaba esa presión por entre mis muslos, recorriendo los labios de mi sexo, una y otra vez. Yo me hubiera masturbado, pero no podía mover las manos de detrás de mi nuca.

De pronto empecé a sentir la sensación de su lengua, escurridiza y dura, entre mis muslos y en mi coño. Se bebía el agua como antes se la había bebido de mis senos. Me azotó –Zass- Y entendí que me debía de dar la vuelta. Su cabeza fue contra mi vientre y al mirar abajo, podía ver lo que sentía; su lengua lamiéndome el clítoris, mientras el chorrito de agua me caía desde abajo hacia arriba, por tener colocado el chorrito mirando hacia mí desde abajo.

Puse mis manos en su cabeza, desobedeciendo su orden, pero ella no me regañó. Su cara se clavaba en mi vientre y su lengua en mi sexo, recorriéndolo de adelante hacia atrás, y parando en mi clítoris.

Sentía que mis piernas se doblaban por el instinto de ofrecerle a mi cuñada todo mi coño. Mi espalda se combaba y sentía que el orgasmo estaba próximo.  Me dejé llevar – ¡Me corro!... ¡Me corro!... ¡Ahmmmm!....¡Ahmmmm!

Me estuvo lamiendo hasta que mi orgasmo no cesó.  Entonces se levantó y buscó mi boca. Nos fundimos en un abrazo breve, que a mí me hubiera gustado que fuera eterno, pero Claudia se separó de mí.- ¡Ahora tú. Sara!- Y colocando una mano en mi cabeza me obligó a arrodillarme, mientras se bajaba las bragas.

Su sexo estaba delante de mí, y yo sabía lo que en justicia debía de hacer. Sentí primero los vellos del pubis en la lengua, y luego, la sedosa, suave sensación de su clítoris, húmedo y con un olor picante, entre sus labios. La lamí tímidamente al principio, pero luego comencé a lamerla con mucho gusto. Como ella había hecho, comencé a mover mi lengua en su coño. Ella misma era la que apuntaba directamente el chorrito de agua a su coñito.

Quise poner mis manos en sus muslos para apoyarme, pero ella me negó el derecho.- ¡De ninguna manera! ¡Las manos cruzadas detrás del culo!-

Mi lengua empezó a hacer efectos. Lo notaba porque ella me agarraba con fuerza y se movía con mucha más intensidad. Yo aplicaba mis conocimientos sobre la comida de pollas a los coños, y aunque es distinto, hay cosas que son las mismas. Miraba a mi cuñada a los ojos, con cara de no haber roto un plato en mi vida mientras movía la lengua. Luego cerraba los ojos y los abría como si me estuviera comiendo lo más delicioso del mundo. Daba lametones intensos a veces, y otras movía la punta de la lengua nerviosa en su clítoris. Al final Claudia cogió mi cabeza con las dos manos. Yo imaginé que el orgasmo estaba próximo, así que me afané en los lametones, hasta sentirla gemir del placer. -¡Ohhh! ¡Siiiiii! ¡Asííí! OOOOOHHHH!

Cuando acabó, nos abrazamos bajo la ducha y nos besamos, durante un buen rato. Luego nos duchamos, enjabonándonos la una a la otra, pero esta vez, sin mayores pretensiones que las de nuestro reciente amor.

Cuando acabamos de la ducha, fuimos desnudas a la cama. Estaba amaneciendo, así que nos echamos y dormimos las dos juntas un par de horas. Me desperté agradablemente, por las caricias que mi cuñada me hacía en la espalda.

Nos pusimos unas bragas. Ella se puso unas suyas, y yo, me puse unas tangas que me enseñó y me ordenó que me pusiera. Desayunamos y nos movimos por la casa con esas guisas. Me sentía algo incómoda, porque los vecinos de enfrente nos podían ver, pero ella sonreía cuando se lo decía, y me respondía con guasa.- Mejor si nos ven. A ver si la chica se nos une.-

-¡Tenemos que ir a comprar unas cosillas!- Me dijo sobre las 10 de la mañana. –¡La tienda del chino está abierta! –

El “chino” era el bazar típico donde se vendían de toda clase de productos. Hay personas que son compradores habituales de este tipo de productos de poca calidad e inútiles, pero Claudia no era de este tipo. No me la imaginaba haciendo una compra compulsiva. Las dos íbamos vestidas con los Kaftanes blancos  ceñidos por un cinturón a juego, como el día anterior. LA diferencia es que ningún a de las dos llevaba la parte de arriba del bikini. Nuestros pechos se movían libre y vistosamente. Los míos se movían más, porque estoy más dotada, y los ojos de los hombres se me clavaban. Menos mal que las dos llevábamos gafas de sol y no se podía adivinar mi turbación ante tanta atención.

Fuimos pasando por las estanterías del establecimiento. Claudia se quedó parada ante un collar de perro. A mí me parecía un poco endeble. Le pregunté -¿Para qué quieres eso?-

-Ah, es para la perra de una amiga. Siempre está hablando de ella.-

Luego cargó con uno de esos matamoscas de los de antes, que tienen un mango y en la otra parte una superficie plana, de plástico, con agujeritos y un dibujito impreso. Yo no comprendía muy bien esas compras…

Volvimos a casa después de parar en la panadería y hacer alguna compra más, en una frutería. Compró unos plátanos amarillos y largos, de esos que vienen del Caribe. Y luego volvimos a casa. Serían sobre las once de la mañana.

Luego fuimos a la playa, de nuevo. No paramos casi en la casa. El tiempo justo de ponernos el bañador, cosa que hicimos las dos juntas, en su dormitorio. Yo tuve que volverme a poner el minibikini que ella me ofreció. El suyo era también muy indecente. Eran bikinis de su hija, mi sobrina, que a las dos nos estaban ridículamente pequeños. Luego nos enfundamos nuestro kaftanes.

Nos dirigimos un poco más lejos, en el coche. Durante el trayecto siguió ordenándome y yo. Seguí obedeciéndola, como si se tratara de un juego morboso de chicas adolescentes. Mis piernas permanecían bien abiertas, y ella me sobaba el muslo, pero ya no disimulaba como el día anterior.  De repente, me dijo –Tócate-

La miré incrédula de lo que acababa de oir, pero ella no se echó atrás – Vamos, cuñadita. Acaríciate. –

Me subí el kaftan hasta el vientre y metí la mano entre mi vientre y el bikini, y comencé a tocarme el chichi, el clítoris. Me mojaba y me toqueteaba los pezones, para ayudarme a desaharme. Claudia me miraba de reojo.

Paramos en la carretera, al lado de la playa, más lejos que el día anterior. Claudia puso su mano sobre la mía, y allí, al pié de la carretera, me ayudaba a masturbarme, mientras ella misma se tocaba disimuladamente.

Me eché hacia detrás y dejó de preocuparme el paso de los vehículos a nuestro lado, que pasaban de cuando en cuando. Claudia se abalanzó sobre mí y comenzó a devorarme los pezones, mientras su mano se hacía paso , y desplazaba a mi propia mano. Me corrí en su mano, gimiendo de placer.

Luego fuimos a tomar el sol y a bañarnos.

No llevábamos ni veinte minutos cuando Claudia empezó a frotarme crema de protección en mi cuerpo. Comenzó de manera sutil, pero no era difícil adivinar sus intenciones. Yo me quedé quieta, abandonada a sus caprichos. Comenzó por los brazos y las manos, los hombros y la cara, y luego, los muslos por fuera y más despacio, por la parte interior.

Me ordenó que me diera la vuelta y empezó a magrearme las nalgas.  La palma de su mano pasaba una y otra vez, y sus dedos cada vez se tomaban más confianza, hasta meterse entre mis nalgas, donde tenía la tira del minúsculo tanga que llevaba.

Luego me desabrochó el bikini y me ordenó que me diera la vuelta. Entonces comenzó a magrearme los pechos, y los pezones. Yo misma podía ver mis pezones, de nuevo endurecidos y sentirme mojada.

Su mano se deslizó por el vientre, entre las piernas. Cerré las piernas al notar su dedo en mi clítoris. -¿Qué haces? ¡Nos van a ver!.- Le dije preocupada.

No había nadie cerca, pero en la lejanía se veía la figura de un hombre que avanzaba por la orilla de la playa.- Mira. ¿Ves ese hombre?.- Me dijo señalando la figura difuminada. -Te voy a masturbar. Si te corres antes de que el hombre llegue, no  pasará nada, pero yo no voy a parar hasta que no te corras,  así que a lo mejor nos ve a las dos…-

Me mojé más ante la perspectiva de ser observada y de que alguien me contemplara así, siendo tomada por otra mujer. Abrí mis piernas y me quedé quieta, permitiendo que Claudia, a su antojo me metiera el dedo mientras me lamía los pezones.

Luego Claudia, que se había percatado de lo cachando que me había puesto cuando casi roza mi ojete con su dedo, se untó bien el dedo de crema y comenzó a meter el dedo entre mis nalgas, presionando contra mi ano, mientras con la otra mano cogía mi clítoris y mis labios entre los dedos y los movía, causándome una gran ola de placer. Miré hacia el horizonte por la parte de la orilla. El hombre estaría a unos doscientos metros aún cuando comencé a correrme, intentando ahogar mis gemidos de placer e intentando disimular mis movimientos convulsivos, mientras el orgasmo venía, trascurría y se iba.

Deseé que la situación durara hasta que el hombre estuviera bastante cerca, pero no fue así. Pero de todas formas, algo debió de ver el hombre, porque se pasó de largo sin quitarnos ojo, y se quedó parado unos metros más allá, discretamente.

Claudia decidió explotar la situación y me ordenó darme un baño. Me cogió de la mano y las dos nos metimos en el agua, llevando sólo el minúsculo tanga. Yo comprendí que el juego consistía ahora en provocar un calentón al espectador, así que me puse a jugar con ella, moviendo mucho los pecho cada vez que venía una ola y luego nos echábamos agua y nos arrimábamos mucho la una a la otra, y nuestro espectador no nos quitaba ojo, eso sí, con mucho disimulo.

En una de esas, Claudia me agarró de la cintura y bajó sus manos de repente. No me di cuenta de lo que había hecho hasta que vi que en su mano llevaba mi tanga. Estaba desnuda. Le pedí mi bañador en vano, y cuando se lo intenté arrebatar, ella salió del agua riéndose. Se quedó mirándome en la orilla, agitando mi tanga, para que el espectador se percatara de la situación.

-¿Lo quieres? ¡Pues ven por el!-

Le supliqué que me lo devolviese, y me acercaba a la orilla, pero tratando de que el hombre no me viera desnuda. Estuve así un buen rato. Ya era demasiado para mí que el hombre me viera los pechos, que antes le enseñaba impúdicamente. Ahora el agua iba y venía, y en su retirada, le mostraba el pubis a él y a Claudia, esperando que aquello fuera suficiente.

-¡Vamos, Sara!¡Va a venir más gente y va a ser peor!-

Las figuras de otras personas se veían avanzar en el horizonte por la orilla. Me mordí los labios y sentí una gran vergüenza y rabia cuando salí hasta que el agua no me cubría más allá de las rodillas. Claudia me tiró el bikini a un par de metros de mí. Yo lo atrapé rápidamente y me sumergí en el agua para ponérmelo. Estuve esperando a ver si el espectador se marchaba, pero no se iba. Quería verme entera. Al final me armé de valor para salir a la arena, en tanga.

Claudia se divertía con aquello, pero no quería seguir perdiendo el tiempo con tonterías, así que me ordenó que recogiera mis cosas mientras ella hacía lo propio y nos fuimos a la casa.

-Ahora vas a ser mi esclava ¿Sabes? Lo primero que voy a hacer es ponerte un nombre de esclava. ¿Qué te parece Zora? Zora es un nombre perfecto para ti.- Me dijo mientras acariciaba mis muslos y movía el volante.

Nada más entrar en la casa, Claudia sacó del bolso aquel collar de perro que había comprado en “El Chino”. Se colocó delante de mí y pasó el cuero por mi cuello. Apretó la hebilla y me cogió de la anilla del collar. Yo la seguí sumisamente. Me llevó a su cuarto, donde todavía estaba su cama sin hacer. El armario de su dormitorio tiene un espejo de esos de cuerpo entero. Claudia me colocó delante del espejo, con los brazos extendidos. Veía mi propia cara a dos palmos. –Espera aquí, Zora.-

Esperé hasta que entró de nuevo, con un bañador negro de una pieza, muy elegante y discreto, mientras que yo parecía un putón con aquel bikini. Llevaba las chanclas de la playa y el bolso en la otra. Se deshizo de la parte de arriba de mi bikini, y luego, del tanga. Estaba desnuda. Si miraba al espejo, un poco bajo, podía ver mi sexo, con un matojo de pelo rubio depilado en la entrepierna.

-Ahora vas a sentir mis azotes.- Me dijo.- No te voy a hacer daño, pero te van a escocer, espero. Cada vez que te azote, me tendrás que dar las gracias. Es lo menos que tu ama se merece ¿No crees?-

-S… Si.- Dije dudando.

De repente, -Zassssss- sentí el matamoscas estrellarse contra mi nalga. Sentí un escozor en la nalga, y eso se tradujo inmediatamente en un endurecimiento de mis pezones, y un vailoteo de mariposas en mi vientre.

Volví a sentir el azote y tras percibir como el matamoscas zumbaba en el aire - ¡Zasssss!-

-Tienes que ser más agradecida.- Me dijo Claudia tras colocarse en uno de mis lados y tirarme del pelo para obligarme a girar la cabeza. -¡Zassssss!-

-Gra…Gracias.- Pronuncié tímidamente.

-Zaaaasssss- ¿Es eso lo que te gustaba? ¿No? ¿No dijiste eso la otra noche?

-¡Zaassssss!-

-Gracias- Dije, tras empezar a sentir calor en las nalgas.

-¡Zasssssss!- No sabía la clase de puta con la que se había casado mi hermano.- Me espetó Caludia.- Aunque yo siempre sospeché que detrás de esos modales de mogigata se escondía una putita muy viciosa.-

-¡Zassssss!-

-Gracias-

Claudia rozaba mi piel enrojecida con el mango del matamoscas y yo lo sentía como un matamoscas. Me azotó varias veces más, y cada vez me sentía más excitada al ser azotada. De repente, Claudia me cogió del pelo y me obligó a ponerme erguida. -¡Las manos detrás de la nuca! ¡Y las piernas separadas!-

Ahora podía ver la cara de Claudia; una cara llena de lascivia y de lujuria. Rozó mi cara con el matamoscas y de repente.  -¡Zassss! ¡Zassss!.- Me cruzó la cara con él. Me sentía humillada y dolida.

-Una puta de cuidado, diría yo.- Me decía mientras rozaba con el matamoscas mi cuerpo, mis pechos, mis pezones.  -¡zas zas zas zas zas!- Me golpeó en los pechos con el matamoscas con azotes cortos y seguidos. Mis pezones me ardían. Primero me azotó en un pecho, y luego -¡zas zas zas zas zas!-, en el otro.

No sabía si llorar o pedir que siguiera azotándome. Me dolían sus azotes pero los deseaba. Me sentía humillada y eso me excitaba. El matamoscas se deslizó por el vientre  y el pubis y Claudia lo colocó en sentido vertical, paralelo a mis muslos abiertos. De repente me azotó de nuevo, en la parte interior de mis muslos, alternativamente  a la izquierda y la derecha , de forma rápida. -¡Zas Zas Zas Zas Zas Zas Zas Zas!- Mis piernas temblaban.

Luego pasó el filo del matamoscas entre los labios de mi sexo. Lo sentía deslizarse desde el ano al clítoris. La miré horrorizada y suplicante, y descubrí la misma cara de lascivia y adiviné el poder que sentía sobre mí. –Separa bien las piernas.- Me dijo, y la obedecí.

-¡Zasssssss!- El matamoscas se estrelló contra mi coño y me causó dolor y placer.

-Gracias-

-¡Zasssssss!- De nuevo

-Gracias.-

-¡Zasssssss!-

-Gracias.-

Claudia puso la parte central del mago del matamoscas en mi boca, para que lo mantuviera así y me ordenó que me quedara quieta mientras venía. Me miré en el espejo. Mis pechos estaban enrojecidos, como mis muslos y supongo que mi sexo y mis nalgas. Tenía una expresión estúpida, sosteniendo el matamoscas en mi boca. Vino al cabo de un rato con un vaso en el que habían varios hielos. –Ahora voy a curarte esto.- Me dijo, cogiendo uno de los hielos con sus dedos.

Colocó el hielo sobre uno de mis pechos. Me sentí desmallar del placer que me proporcionaba aquel frío aplicado sobre mi piel enrojecida. Pronto el picazón se trasformó en una sensación cortante provocada por el hielo, pero me gustaba. Claudia deslizaba el hielo por mis pechos y mis pezones, y si antes estaban endurecidos y puntiagudos, ahora estaban mucho más. El dolor era distinto, menos picante, pero en algunos aspectos, más intenso. Me causaba mucho placer.

Aquel placer hacía que el dolor de las nalgas, los muslos, el sexo, pasara a segundo plano, pero Claudia no se olvidó de nada. Luego el hielo se deslizó por mis nalgas, a través de mi espalda y de mi nuca, zonas que no había azotado, pero en los que el hielo me causaba escalofrío de placer.

Claudia no se olvidó de mi ano. Sentí el hielo entre las nalgas y pegué un respingo. A Claudia este tipo de reacciones le divertían mucho, así que insistió en hacerme sentir el hielo en el ano. Yo me movía de un lado a otro. Comprendí que le excitaba verme turbada y exageré mi lucha contra su capricho.

El hielo se deslizó por la parte interior de mis muslos, suavemente. En un momento dado, mantuvo el hielo pegado a mi muslo durante medio minuto, primero uno, y luego el otro. Una gota de agua fría se deslizaba por mi piel hasta mis tobillos.

Por último, Claudia puso el hielo en mi clítoris. Aquello me dolía y me excitaba como nada. Gemí de placer. Claudia empezó a  deslizar el hielo, primer entre el muslo y el sexo, y luego, en la raja, entre los dos labios de mi sexo. Estaba muy cerca de mí. La abracé y puse la cabeza en su hombro, mientras ella me follaba con el hielo. No podía correrme, aunque lo deseara. Claudia me estuvo pasando el hielo hasta que casi se derrite totalmente. Cuando paró, yo le entregué mi boca. Nos besamos apasionadamente durante minutos. Ella me agarraba de las nalgas y metía su muslo entre los míos, mientras me decía cosas que me deberían hacer enrojecerme de la vergüenza.- Eres una putita muy rica ¿Sabes? MI hermano no te folla como debe. Si yo fuera tu marido te la metería todos los días un par de veces.-

Yo me puse un poco tonta – Tu hermano no me la mete. Ayer no quiso metérmela.- Le dije con voz de estar haciendo pucheros, como se suele decir.

-¿Ah, no? ¿Mi hermano ayer no cumplió?-

-Nooo- Le dije poniendo cara de niñita tonta e inocente.

-Pues no te preocupes, que yo voy a hacer el trabajo de Juan.- Y me condujo de espaldas un metro, despacio y me dio un empujón que me tiró sobre la cama de matrimonio.

-Ahora quiero que te estés quietecita. Te voy a atar.-

La miré con incertidumbre. Después de lo que me había hecho durante todo el fin de semana ¿Qué era lo que me reservaba para los próximos momentos?

Me tumbé en la cama, mirando hacia el techo. Claudia juntó mis manos y ató mis dos manos juntas, con unas medias, y a uno de los barrotes del cabecero de su cama.  Yo me estaba poniendo nerviosa porque no sabía cuál era el objeto de este juego.

Claudia registró su bolso y sacó de él el desodorante que habíamos comprado el día antes en el supermercado. Recordad que era un desodorante de unos 13 centímetros de largo, de cristal y que tenía unas curvas muy sugerentes, ya que se estrechaba en medio, como si lo hubieran apretado.  Claudia le quitó la capucha y deslizó la bola de la cabeza por mis sobacos, pero estaba claro que no se detendría ahí.

Pronto mis pechos, mi vientre, mis costados, despedían el agradable olor del desodorante. Después pasó el roll-on por mis muslos. Claudia entonces paró, puso la capucha al desodorante y trasteó en la mesilla. Se sentó a mi lado y puso la cabeza del frasco de desodorante en mi boca. Yo la abrí y casi sin darme cuenta empecé a mover los labios como si estuviera haciendo una felación.  Claudia estaba extasiada mirándome como lamía y movía mis labios alrededor del frasco.

Me retiró el frasco de la boca y me dijo – Ahora vas a follar conmigo.- Y vi que abría un preservativo y lo colocaba alrededor del frasco.

Cerré las piernas instintivamente. -¿Qué vas a hacer?- Le pregunté excitada, y por respuesta, Claudia volvió a colocar el matamoscas en mi boca.

Me separó las piernas y colocó una de ellas por detrás de su cuello. Con una de las manos mantenía mi otra pierna bien abierta, y pronto sentí la cabeza del frasco entre los labios de mi sexo. Claudia se tomaba las cosas con tranquilidad, pero yo estaba muy excitada. Sentía que mi vientre me traicionaba y podía sentirme húmeda sin tocarme.

El frasco se fue metiendo en mi vagina presionado por la mano de Claudia, casi completamente, dejando fuera de mi sexo solamente un par de centímetros, por donde mi cuñada lo manejaba. Entonces Claudia comenzó a moverla dentro de mí.

Hacía movimientos llenos de intención, largos y profundos, pero lentos. Yo tenía, por obligación las piernas abiertas, pero las abrí más aún y comencé a arquear las caderas, mientras emitía gemidos que se escapaban por mi boca entrecerrada, pues todavía tenían el matamoscas entre los dientes.

Sentí los dedos de mi cuñada en mi clítoris, mientras con la otra mano me metía el frasco y lo sacaba armoniosamente. Mi cuñada hacía maravillas y pronto comencé a sentir que el orgasmo me llegaba. Mi respiración se aceleró y comencé a sentir el frasco entrar y salir de mí cada vez con más rapidez y  más energía. Solté el matamoscas de la boca y comencé a gemir de placer. Me movía contra el frasco y los dedos de la mano de Claudia es estrellaban contra los labios de mi sexo.

-Ahhhhmmmm….Ahmmmmmm….Ahmmmmm.-

Mi cabeza se movía lentamente, buscando ese contacto que siempre desea una cuando hace el amor.

-Ahmmmmm…Ahmmmmm….Ahmmmmm-

Claudia se echó encima de mí. Buscó mi boca ardiente y yo se la entregué. Su lengua traspasó mis labios y mi lengua traspasó los suyos. Sentí el calor de su cuerpo sobre el mío, sudoroso.

Claudia sacó el frasco y se puso de rodillas. Yo la maldije entre dientes, pues todavía me hubiera gustado tener aquello más tiempo metido en mi vagina. Claudia colocó el frasco en su pubis, como si fuera su pene, sostenido por sus elegantes dedos. De repente, se puso a cuatro patas y luego, se echó sobre mí. Yo intenté zafarme, moviéndome de un lado a otro, pero como estaba atada, no podía hacer gran cosa.

Sentí la boca ardiente de Claudia en mi cuello a la par que el frasco, sostenido en su vientre, me volvía a penetrar, empujado por sus caderas. Abrí bien las piernas, pues era inútil oponerse. Me sentí como si estuviera siendo violada por mi cuñada, pues después del orgasmo anterior, poca ganas me quedaban de seguir follando.

Pero pronto me volví a sentir excitada. Mi cuñada me tomaba con agresividad. Me estrujaba los pechos mientras se esforzaba en mover las caderas de manera pronunciada, para que el improvisado falo entrara y saliera de mí rápido y con energía. Su cara reflejaba una especie de furia que me hacía sentir miedo y me excitaba más aún. Comencé a sentir de nuevo la llegada del orgasmo, o tal vez fuera el anterior, que retomaba nuevas fuerzas. Lo cierto es que antes de lo esperado, y contra mi voluntad, comencé a gemir de nuevo como antes.

-Ahmmmmmm….Ahmmmmmm….Ahmmmmm.-

-¡Date la vuelta, zorra!- Me dijo Claudia mientras me corría. La miré extrañada y con sorpresa. Se levantó y se puso de rodillas, lo que de nuevo causó en mí una gran frustración pues todavía, y de nuevo, mi orgasmo estaba inacabado. -¡Vamos, a cuatro patas!

Obedecí y me coloqué a cuatro patas, y antes de que estuviera en posición, ya tenía el frasquito metido de nuevo en la vagina. Claudia me cogió por un lado de las caderas y sentía su otra mano, sosteniendo el falo cuando me embestía y me lo todo lo profundamente que podía en la vagina. Puse la cabeza sobre mis manos atadas y miré cómo sus piernas aparecían detrás de las mías abiertas. De nuevo mi sexualidad me traicionaba y volvía el orgasmo inacabado a exigirme convertirse en un hecho completo y consumado. Mis coño no me pertenecía, mis piernas parecían doblarse o echar a volar de un momento a otro. Arqueé todo lo que pude la espalda y extendí mis brazos y mi cuello hacia arriba. Claudia desde detrás metió un dedo en mi boca y yo lo lamí mientras me inundaba una ola de calor y el orgasmo hacía que me perdiera de mí misma.

Quedé tumbada sobre la cama, sudando copiosamente. Claudia se tumbó a mi lado y me besaba el cuerpo, la espalda, el cuello, a pesar del sudor.

-Eres una mujer perfecta.- Me susurró al oído. – El tonto de mi hermano no sabe lo que tiene. La miel no se ha hecho para la boca del burro.-

Me soltó y se fue a ducharse. Cuando salió me miró. YO estaba aún recuperándome del orgasmo. Salió de la habitación como si tal cosa, como si nada hubiera sucedido. YO adiviné que todo había acabado, como si se tratara nada más que de un sueño. Me fui a duchar y dejé la puerta del baño sin cerrar, esperando que ella entrara de nuevo, pero no entró.

Cuando salí del baño, ella se dirigía a mí como si nada hubiese sucedido, mientras yo apenas si podía sostenerle la mirada y la conversación. Así hasta que llegaron nuestros maridos y tuve que disimular.

Cuando por la tarde preparamos todo para volver a casa, Claudia entró en el cuarto y puso el frasco de desodorante en mi bolsa. –Es que como sé que te ha gustado el desodorante este, pues te lo regalo. Para que te acuerdes de este fin de semana.-

Me puse colorada de vergüenza, delante de mi marido, que no se dio cuenta de nada, y le dí las gracias.

Cuando me monté en el coche, no me lo creía. Estaba deseando que llegara el momento, porque todo aquello había sido demasiado para mí, y esperaba que no tuviera mayores consecuencias que el de ser un juego de dos mujeres maduras en ausencia de sus maridos, aunque al pasar los días, empecé a sentir una gran excitación y deseo cada vez que recordaba lo que había sucedido aquel fin de semana.

Ayer me llamó mi cuñada.-

-Hola Sara.-

-Hola.-

-Me acuerdo mucho de ti. ¿Sabes? ¿No te gustaría que fuéramos de compras este sábado?

-¿Este sábado?- Me extrañó que me pidiera ir de compras. –Bueno, no se, le preguntaré a tu hermano si tenemos algún otro plan.-

-¿Has vito la foto que te he mandado?-

-¿Una foto? ¡No!.-

-Mírala, mírala.-

La busqué y la encontré sin dificultad. Allí estaba, tirada desnuda en la cama, exhausta después de haberme corrido tres veces seguidas. No me di cuente cuando me la hizo, aunque identifiqué el momento justo. Me quedé petrificada, porque la foto decía mucho y si mi marido la veía pensaría lo mejor

-¡Como se te ocurre! ¿Qué quieres?- No me dejó seguir.

-El sábado es buen día para hablar, cara a cara ¿No crees? ¿Tienes aún el bote de desodorante que te regalé?

-S..Sí.-

-¿Estás sola en casa?-

-S…Sí-

-Quítate las bragas y coge el frasco. Vamos a hacerte rememorar viejos tiempos…-

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