Claudia, hija de Alicia (Claudia III)

Claudia llega a casa tras una dura jornada de estudio en la Universidad, y se encuentra con su madre...

El Ford corría muy rápido, a través de la carretera. A ambos lados solo había enormes setos de pinos poco cuidados, y no era un lugar muy frecuentado, por lo que Claudia podía disfrutar de una de sus mayores adicciones: la velocidad. A 120 kilómetros por hora, atravesó la carretera recta como una flecha. No tardó mucho en estar ante la verja negra que daba a su casa, y la abrió con un mando a distancia. Penetró en el terreno, dirigiéndose hacia el aparcamiento, y allí estacionó el coche. No había ningún otro vehículo, lo que significaba que ni su padre ni sus hermanos habían vuelto a casa. Eran las ocho de la tarde, podían tardar todavía bastante, dependiendo de lo mucho que el trabajo los retrasara.

Unos segundos después entraba en casa, arrastrando tras de si la bolsa de los libros, como un peso muerto. El salón estaba oscuro, debido a la hora. Era una habitación grande, con una chimenea ahora apaga, una gran mesa de comedor con sillas tapizadas de respaldo alto, y cuatro sofás de cuero comodísimos en torno a una mesita de café, frente al televisor. Puesto que no había nadie, pasó a la cocina, donde encontró a su madre sentada, leyendo un libro mientras vigilaba la cocción de una salsa.

-Buenas, ya estoy aquí-la saludó. Su madre levantó la vista de su libro y le sonrió, una de esas sonrisas con suficiente electricidad para iluminar el mundo.

-¿Ya has terminado por hoy? ¿Qué tal las clases?

Claudia se encogió de hombros.

-Bastante bien. Solo he recogido algunos apuntes, nada importante.

Su madre asintió, volviendo la vista a su libro, y le añadió.

-¿Tienes hambre? ¿Quieres picar algo antes de cenar?

Claudia asintió, hambrienta. Pero el ofrecimiento de su madre no era exactamente lo que parecía. Se puso de pie, sonriente, y comenzó a desvestirse. Era una belleza alta y morena, tenía algo de india. Piel bronceada, una cascada de pelo negro y liso cayéndole sobre la espalda y unos ojos marrones intensísimos. Tenía un rostro precioso, de modelo, y un cuerpo espléndido pese a haber parido cuatro hijos y tener ya cerca de 45 años. Delgada, con una cintura estupenda y piernas preciosas. Usaba una talla de sujetador 115, que a Claudia, cuando era una chiquilla, siempre le había dado una envidia tremenda. Ahora ya no; conocía aquellos pechos como si fueran los suyos propios, centímetro a centímetro. Aunque no salía leche de ellos desde hacía mucho tiempo, sus hijos habían seguido mamando.

-¿Quieres que te ayude a desvestirte?-preguntó, cuando estuvo completamente desnuda, de pie en medio de la cocina. Una mata de pelo púbico oscuro sobresalía de entre sus piernas, en aquel rincón donde Claudia tantas veces se había refugiado en tardes de lluvia aburridas, o cuando estaba deprimida por algún mal examen, o un mal amigo. Su madre, con unos dedos rápidos, le desabotonó la blusa y la lanzó lejos de ellas, quitándole el sujetador. Claudia usaba una 90 de pecho, bastante pobre en comparación con su madre, cierto, aunque nada despreciable. Los ojos de su madre chispeaban de anticipación. Su boca se había curvado en una sonrisa de alegre bienvenida. Era tan maravilloso estar en casa...

Su madre, que se llamaba Alicia, comenzó a besar tiernamente su cuello y sus senos mientras desabotonaba sus vaqueros. Claudia, impaciente, se los quitó de dos patadas, haciendo un roto justo en la entrepierna, que más tarde habría que reparar, y se sacó las bragas, que ya tenían una pequeña mancha húmeda, epenas el prólogo de la cascada que prometía brotar de entre sus piernas. Juntas, abrazadas, comenzaron a bailar totalmente desnudas, una danza tonta y divertida mientras se desplazaban hacia el dormitorio donde sus padres dormían. Alicia seguía lamiendo a su hija como podía, mientras apretaba sus nalgas.

Cayeron sobre la cama, una enorme cama nupcial antigua con una elaborada cabecera de madera, y allí se fundieron las dos en un beso tierno, que pretendía abarcar todo su cuerpo, no solo sus labios. Su madre, mientras masajeaba sus tetas con la lengua, comenzó a frotar su vagina en su pierna, y no tardó en correrse a chorros sobre Claudia. Lejos de estar saciada, la mujer agarró la cabeza de su hija, lamiéndole las mejillas e introduciendo su lengua en la boca. La lengua de Claudia acudió obediente a recibirla, y ambas, muy amigas, se enroscaron dentro de la boca, cada vez más húmeda. Los dedos de su madre parecían deslizarse sobre un piano, cuando colocó su mano en la vagina y comenzó a palparla. La chica tenía el clítoris hinchado, como un pequeño pene, toda ella abierta y rogando que la saciaran. Sus muslos parecieron volverse de miel cuando la sacudió el primer orgasmo, y el largo beso se deshizo cuando su madre le dio a lamer sus dedos, manchados de flujo, y los lamía ella misma. Se quedaron tumbadas en la cama, acariciándose ahora, más como madre e hija que como amantes, exhaustas, aunque no del todo colmadas.

-¿Tienes ganas de más, cariño?-le preguntó Alicia un rato después. Claudia asintió, sonriendo. Su madre la hizo sentarse, apoyada en la cabecera de la cama, y le abrió mucho las piernas. Un segundo después, su cabeza había desaparecido entre sus caderas, y su lengua estaba dentro de su hija. Claudia gimió, excitada, sin poder evitarlo. Odiaba gemir de placer, lo consideraba una especie de falsedad femenina. Prefería gritar durante el orgasmo, que gemir antes de él. Pero ahora, sin poder evitarlo, gimió, mientras acariciaba la larga cabellera de su madre, y esta se metía más y más en sus rincones más íntimos. La mano de su madre culebreó por la cama, a ciegas, y se coló debajo de ella. Su dedo medio se insertó de golpe dentro de su culo y comenzó a moverse en círculos, rápidamente. ¿Acaso no sabía su madre todas las formas existentes de dar placer, tanto a hombres como mujeres?

-Joder... joder... joder-Claudia era incapaz de decir otra cosa. Su voz temblaba, como sacudida por las ondas de un magnífico orgasmo que estaba a punto de llegarle. Sus piernas se levantaban, las caderas caían una y otra vez, sobre la cama, no lo bastante lejos de la lengua que hacía cosquillas a su clítoris, ni del dedo juguetón que exploraba su ano. Finalmente, reventó literalmente en la boca de su madre, todo su cuerpo tenso, el rostro enrojecido del esfuerzo, los pechos subiendo y bajando, sintió un inmenso placer cuando se corrió. Gritó, gritó hasta quedarse a gusto. Entrecerró los ojos, luchando por recuperar la respiración. Cuando los abrió, su madre le miraba, con la barbilla apoyada en su pelvis, sonriendole.

-Me he tragado las cataratas del Niágara, cari-le susurró. Claudia le sonrió, incapaz de hablar, revolviéndole el pelo. Y cuando estuvo lista, se levantó y se dirigió hacia la mesita de noche, con sus piernas temblando todavía. En aquella casa, cuando se trataba de amor, o de placer, nadie daba nada sin recibir algo a cambio, y ahora le tocaba a ella darle placer a su madre, y con mucho gusto se lo daría. En la mesita de noche, en los cajones, estaban perfectamente distribuidos los juguetes sexuales. Tomó un arnés, del que colgaba un miembro viril de látex, de 15 centímetros de largo, pero bastante grueso, y se lo colocó alrededor de la cintura, apretándoselo bien. Su madre la recibió en la cama, con los brazos y las piernas abiertas, y Claudia se hundió en ella, escuchando su gemido cuando el pene le entró. Su madre mordisqueó sus labios, mientras Claudia comenzaba a penetrarla una y otra vez. Aunque acababa de correrse a lo bestia, el roce de sus tetas contra las enormes mamellas de su mamá la volvió a poner cachonda, y no tardó en dedicar todos sus esfuerzos a que su madre se corriera lo mejor posible y cuanto antes, primero porque quería que su madre gozara, pero segundo, porque quería que le volviera a tocar el turno a ella.

Claudia abria mucho las piernas, para que todo el pene entrase en la vagina de su madre, en penetraciones cada vez más profundas y placenteras. Su madre dejó de besarla para impulsar a su hija, agarrándola de sus glúteos, y volvió a meterle un dedo en su ano, esta vez moviéndolo con más violencia, impulsada por su deseo de correrse. Esto acabó de poner cachonda perdida a la joven, que se aplicó del todo, moviendo su cuerpo al unísono del de su mamá, hasta que esta se corrió en un largo orgasmo. Soltaba pequeños chillidos de gusto, seguidos de los gemidos complacidos de una gata satisfecha. Se quedaron las dos tumbadas, recuperando fuerzas. Alicia rodeó el pene de látex con una mano, recogiendo todos sus propios flujos vaginales antes de llevárselos a la boca, con un gesto distraido.

-Me has dejado muy sucia-comentó-Y tú tampoco estás mu limpia que digamos. Lo mejor sería darnos una ducha rápida antes de cenar.

-Vale, mami-sonrió Claudia, complaciente. Las dos se levantaron y se dirigieron, de la mano, al cuarto de baño. La ducha era amplia, tenía que serlo, pues los domingos Claudia solía ducharse con todos sus hermanos. Pero su madre se equivocaba, no fue una ducha rápida. Primero se abrazaron las dos, para sentirse muy cerca, y se besaron. ¡Era una sensación tan increíble, sentirse empapada por dentro y por fuera! Su mama era experta besando, ¿acaso no la había enseñado a besar a ella misma, a todos sus hermanos?

La hizo sentarse sobre el borde de la bañera, y arrodillada entre sus piernas, dirigió la alcachofa de la ducha hasta su vagina, expulsando agua caliente. Claudia pronto se encontró gimiendo sin cesar, acariciándose los pechos, pellizándose un poco los pezones. ¡Aquello era realmente caliente! Y su madre, lejos de dejarlo así, añadió al agua caliente su propio dedo, que introdujo en su vagina, y comenzó a mover de dentro afuera con agilidad, mientras le hacía un guiño. ¡Cuanto amaba Claudia a su madre! Y no se sentía menos amada por ella... sobre todo, con aquel dedo entrando y saliendo, aquel dedo travieso que la abría entera, exponiéndola al agua caliente. Claudia recordó la primera vez que su madre y ella se habían unido en un rico 69, descubriendo por primera vez la sensación de dar y recibir placer al mismo tiempo. Y con aquello en mente, volvió a correrse, no tan espectacularmente como la ocasión anterior, pero si lo suficiente. Un chorrito de flujon vaginal salió de su rajita, deslizándose por ella y goteando en sus muslos. Su madre lo recogió con la lengua, dedicándole un guiño.

-Perdona por volver a ensuciarte-dijo-Ahora tú me ensuciarás un poquito a mi, y después me ayudarás a preparar la cena.

Claudia parpadeó, fingiéndose la hija rebelde que accede de mala gana a una petición de disciplina materna.

-Bueno, vale. Te ayudo a preparar la cena, pero a cambio esta semana, tendrás que aumentarme la paga.

-¿Y cómo quieres exactamente que la aumente?-preguntó su madre. Claudia le tapó la boca con un dedo.

-Ya se me ocurrirá algo, mami.

---CONTINUARA...