Claudia

Un verano, una Lolita... el tiempo de las uvas, la alta vida.

Claudia, flor lasciva

-A Noe, por haberme querido

-A Shiala "pajarito", que tal vez ya me olvidó, para que sepa

que yo nunca la olvidaré

, nada más que una niña viciosa

–Cristina Peri-Rossi-

, como decía

Acetes: doy por seguro

Que en ella habita un dios

-José María Álvarez-

Vladimir Nabokov, un ruso-americano amante de las mariposas, escribió la que es, tal vez, la historia de amor más triste y más bella de todas: Lolita. Siempre me gustó ese libro, y siempre desee una Lolita en mi vida... Debí recordar aquel ten cuidado con lo que deseas...

¿Vieron American Beauty ? El protagonista se enamora como un batracio –aunque, ¿los batracios se enamoran?- de una amiga de su hija... una chica rubita que sacude su rutinaria existencia... pues a mí me pasó algo parecido, les contaré mi historia y lo comprobarán.

Mi nombre es Alberto. Cuando sucedió lo que les contaré yo tenía cuarenta y cinco años recién cumplidos. Trabajaba en una asesoría, estaba casado desde hacía veinte años con Adriana, una bella mujer cinco años menor que yo, y teníamos una hija de dieciséis años, Eva...

Nabokov adjudica a la nínfula casi exclusivamente una edad temprana, frisante casi en la niñez –doce, trece años...-. Una jovencita de dieciséis primaveras escapa, para nuestro lepidopterófilo amigo, al calificativo de nínfula... pero yo he visto ese brillo de niña traviesa en los ojos de Claudia, una chica de la edad de mi hija y amiga de ella, mayor ya, por tanto, para ocupar en las entomologías nabokovianas un puesto en el elenco nínfico. Pero ahí estaba ese brillo perverso... más tarde de estos sucesos aún alcancé a ver también dicho brillo en una mujer de más de cuarenta años... Nabokov no hubiera podido negar esa perversidad, esa sed de juego, ese alma inasible, a esta soberbia mujer, por encima de su edad... pero dicha mujer pertenece a una época posterior de mi vida, que tal vez algún día les narre... volvamos pues a Claudia.

Claudia era compañera de clase de Eva, mi hija. Era morena y tenía el pelo largo como Ada, la incestuosa nínfula de Ada o el ardor. Pese a su edad, dieciséis años ya, aún tenía sonrisa y rodillas de niña, aunque unos pechos altivos y un trasero respingón –la dulce y redonda bunda brasileira , exactamente- desmentían tal impresión de niñez... Claudia venía a casa muchas tardes, a hacer los deberes con mi hija Eva. Supongo que la mayor parte del tiempo, en cambio, lo pasaban hablando de chicos o poniendo verdes a sus compañeras de clase... yo disfrutaba contemplando la belleza de Claudia, pero durante meses no pasó nada entre nosotros, aunque conversábamos de forma fluida y agradable.

Pronto empezó el verano, con sus largas vacaciones escolares... He de decir que en el jardín de mi casa tenemos una piscina de obra, con su trampolín incluido... Eva no perdió ocasión de invitar a Claudia y a alguna amiga más a disfrutar de la piscina. De repente una tarde vine de trabajar y me encontré a mi hija Eva con cuatro jovencitas más, las cinco en bikini, bañándose, charlando, tomando el sol... allí estaba Claudia, su pelo recogido en una larga coleta, sus ojos ocultos tras unas gafas oscuras, recostada en una tumbona y leyendo una revista... me deslumbró la visión de ese cuerpo en bikini, su piel aparecía blanca aún –recién iniciado el verano, poco sol había recibido-, aunque rosacea en las mejillas... sus senos parecían querer desbordar la tela del exiguo bikini, su sexo abultaba la tela... me quedé mirándola embobado y caí, por no mirar, de cabeza a la piscina, con traje y corbata incluidos. Tras tan memorable ridículo me dirigí a casa chorreando mientras las chicas intentaban contener las risas... ¡bonita forma de empezar el verano!, pensé.

Sin embargo, mejoraría...

Poco a poco fue avanzando el verano... Eva invitaba a menudo a alguna amiga a dormir y/o a comer... algunas veces esa amiga era Claudia. Sumen esta circunstancia a esta otra: mi mujer se perdía por las tardes con sus amigas, dejando al nínfulomano a solas con su víctima y (sigh!) su hija... siempre acechaba la ocasión de quedarme a solas con Claudia, pero Eva siempre pululaba alrededor, impidiéndome todo intento de "acoso".

Un día estaba yo leyendo un libro en el comedor... en realidad, para ser sincero, no leía, más bien sostenía un libro abierto mientras pensaba con que excusa subir a la habitación de mi hija, donde esta se encontraba con Claudia... cuando el objeto de mis delirios bajó las escaleras con mi hija. Ambas iban en bikini, reían.

"Papá, vamos a bañarnos en la piscina"

" Véngase si quiere –dijo Claudia-, pero esta vez ¡no olvide quitarse el traje y ponerse el bañador!"

Qué "mona"... aunque aún me trataba de usted, ya se atrevía a reírse a mi costa... las vi salir descojonándose del "viejo"... pronto oí chapoteos, risas, gritos...

Anonadado tras la ventana contemplé la carne joven y firme, la piel pletórica de brillos del agua, el oro de la juventud, virgen aún de los pesares del tiempo...

De repente, vi como hablaban entre sí y se quitaban la parte superior de sus bikinis... sus pechos desnudos y mojados brillaron al sol, mientras charlaban sentadas en el borde de la piscina. Yo ya había visto los pechos de mi hija muchas veces, en la playa, en la piscina... sus pequeños y puntiagudos senos de gacela, pero era la primera vez que veía las grandes tetas de Claudia, sus grandes aureolas sonrosadas, sus llenos pechos de mujer hecha, aún con sólo dieciséis años, sus hermosas tetas de ama de cría...

Entonces me vieron mirarlas desde mi ventana, y me hicieron signos de que fuera con ellas...

"¡Vente papá, el agua está rica!" gritaba mi niña...

Yo corrí, sobra decirlo, a por mi bañador... cuando llegué mi hija seguía en topless, pero Claudia se había puesto de nuevo la parte superior del bikini...

"Es que le da algo de vergüenza" dijo mi hija.

"Mujer, ¿vergüenza de qué? ¡Pues no se ven hoy pechos desnudos ni nada! En la playa, en la tele, en las revistas... ¡si es lo más normal!" dije yo.

"¿Verdad que sí? Eso le he dicho yo... además las tiene muy bonitas para tapárselas, ¿verdad papá?"

"¡Ya lo creo, hija!"

"Bueno, pues siendo así..." dijo Claudia, volviendo a mostrar sus hermosos pechos.

"¿Ves? No pasa nada..." dijo Eva.

Al poco tiempo ellas jugaban en el agua mientras yo las contemplaba fumando un cigarrillo, sentado en el borde de la piscina. Me perdía extasiado contemplando la mojada piel de Claudia, su cuerpo firme y joven, sus generosas tetas... Desde entonces Claudia y Eva ya no tuvieron vergüenza de ir en topless, hasta dentro de la casa, se sentaban así a mi lado, a ver la tele, incluso, en pantaloncito o bragas, con las tetas al aire... Yo contemplaba las tetas de Claudia, su vientre liso, su raja marcada en las bragas...y al rato, invariablemente, tenía que ir a masturbarme. Ella sabía que me excitaba viéndola, y cada vez se mostraba más abiertamente, y con bragas más provocativas... encajes que dejaban ver la sombra de los pelos de su sexo, tangas...

Una noche estábamos viendo la tele, mi hija abrazada a mí, sentada en mi regazo, con sólo un short puesto. Claudia llevaba sólo unas braguitas de algodón, blancas, y parecía triste, sentada a nuestro lado.

"¿Qué te pasa, guapa?" le pregunté –a estas alturas la confianza ya era mucha-.

"Es que le veo con Eva y me da tristeza, porque yo no tengo un padre al que abrazar viendo la tele..."

Era cierto, el padre de Claudia había desaparecido hace años, había abandonado a su mujer y a su hija, había sido la comidilla del barrio.

"Pues ven aquí, yo puedo ser tu padre de repuesto, si quieres... no te importa, ¿verdad, Eva?" le pregunté a mi hija.

"Claro que no, papá", respondió mi niña, sonriendo... alargó su mano hacia Claudia, ésta la aferró, se levantó y se dejó guiar hasta estar sentada con mi hija sobre mí, una en mi pierna derecha y otra en la izquierda, abrazadas a mi, sus cabezas sobre mi pecho...

" Mis niñas..." susurré yo, besando sus frentes, y acariciando sus espaldas desde el nacimiento de sus culitos hasta la nuca...

" Se está muy bien así..." susurró Claudia, alzando la cabeza y sonriendo...

Yo cojí una mantita y nos tapé, y pronto nos quedamos dormidos.

Así que me convertí en el "padre suplente" de Claudia. Como Eva siempre me había besado en la boca –pequeños piquitos, no vayan a pensar nada raro-, Claudia también se acostumbró a hacerlo. La primera vez fue un día en que se iban al cine. Al despedirse Eva me dio un piquito, Claudia nos miró y no dijo nada, pero por su mirada yo adiviné que quería otro piquito... la cojí de la barbilla y besé sus labios... fue delicioso para ambos.

Adiós, papá!" me dijeron las dos a la vez.

"No volvaís tarde, cariños", les dije...

Una tarde estábamos hablando los tres, en la habitación de Eva. Fumábamos un porro, ellas iban inusualmente vestidas. Claudia nos hablaba de sus carencias afectivas, de todo lo que le faltó por no tener un padre....

" Por ejemplo, me hubiera gustado tener un padre que me bañase"

"Pues ahora lo tienes y, oye, después de jugar al fútbol hoy olemos a tigre... ¿nos bañas, papá?"

Claudia abrió los ojos desmesuradamente, como diciendo "estás loca", pero Eva dijo "bah, si ya te ha visto prácticamente desnuda... total, lo que le falta por ver... además, hace siglos que mi padre no me baña... ¡venga, será divertido!"

La convenció. Pronto las tenía desnudas en la bañera... Claudia tenía un coñito hinchado, bastante peludo... el de mi hija tenía menos pelos, estaba claro que Eva estaba menos desarrollada que Eva... reían, chapoteaban, jugaban a ser niñas, se peleaban por un pato de goma que había por ahí... yo les daba besos y las restregaba con la esponja, sus brazos, sus espaldas, sus senos, sus muslos...

" Papi, el culito y el chichi, que no se te olviden..." me susurró Claudia, sonrojándose.

" Claro, mi vida..." restregué ese culito redondo y esa rajita, con suavidad, con amor... ella se abrazaba a mí y suspiraba. Eva estaba sentada en el borde dela bañera, viéndonos y tocándose el coño con las piernas abiertas... veía el coño abierto de mi hija adolescente por primera vez. ¡La situación se desmadraba por momentos! Yo tiré la esponja al agua y froté el enjabonado chochito de Claudia con mis dedos... ella me besaba, se apretaba a mi, me estaba empapando, sus pezones erectos se clavaban en mi pecho... La penetré con un dedo, tenía la vagina preparada... de repente me susurró al oído:

" Sécame, llévame a la cama y hazme el amor, papi..."

Yo la cogí en brazos para sacarla de la bañera, y entre Eva y yo la secamos... la volví a coger en brazos y la llevé hasta el cuarto de Eva... Mi hija nos seguía, cogiendo de la mano a su amiga... tumbé a Claudia y empecé a besarla, esta vez con lengua, a lamerla, a comerme sus tetas, sus inflados pezones, su vientre, su preciosa raja... su sexo estaba mojado, y no de agua precisamente... desprendía zumito, quería ser penetrado... Eva sonreía y no soltaba la mano de su amiga, le acariciaba el pelo... chupé ese coñito mientras penetraba con un dedo su apretado ojete... era maravilloso ver a una chica tan hermosa desnuda y abierta de piernas pidiendo a gritos ser follada, sobre la cama de mi hija... ¡los peluches nos miraban! Parecía un sueño, pero era algo real. Cuando Claudia se incorporó y empezó a desnudarme me olvidé de toda duda... ella me besaba el pecho, se le notaba inexperiencia pero mucho deseo.

" No lo has hecho mucho antes, ¿verdad?" le susurré

" Muy poco, papi..."

Cuando liberó mi verga esta ya estaba erecta, muy dura... la chupaba torpemente, pero yo me moría de placer... mi hija nos miraba y se acariciaba... yo no podía resistir más sin penetrarla, así que la tumbé, la besé y la penetré. Ella gimió más con el alma que con la garganta, y me rodeó el trasero con sus piernas, me empujaba para que la follara más fuerte. Yo aumenté el ritmo, su coño me daba un placer inimaginable, era tan suave, tan caliente, tan húmedo, abrazaba tan íntimamente mi verga... Mi excitación era tanta que no duré mucho, la saqué y me corrí sobre su vientre y sus tetas... luego caí vencido sobre ella, me abrazó... mi hija nos dejó solos... nos quedamos mucho tiempo así, yo sobre ella, rendido, ella acariciando mi pelo y mi espalda...

Lo hicimos muchas más veces ese verano, nos volvimos adictos uno del otro... sin embargo, el sino de las Lolitas es marchar de nuestras vidas antes o después. Pronto comenzaron las clases y nuestros encuentros se distanciaron en el tiempo. Luego se sacó novio y ya no volvió.

¡En fín! A veces aún recuerdo su risa, su voz al susurrarme, su cara de placer... fue hermoso mientras duró, y por eso doy gracias a la vida.

Eso es todo... este semi cadáver –tan poca vida verdadera me dejó mi Lolita tras su marcha- se retira ahora, a los cuarteles de invierno de su vida...

-José Alfonso Pérez Martínez, finalizado el 7 de noviembre de 2004-