Claudia

Un joven conoce a la bella señora Claudia.

Un viernes justo antes de marcharme a mi casa, me notificaron en la empresa de que los días martes 22 y miércoles 23 de abril debía asistir a una conferencia sobre un nuevo software que se iba a aplicar. El evento se iba a llevar a cabo en el salón “fama” del centro de convenciones e Iba a ser dictado por un reconocido conferencista a varios funcionarios de diferentes compañías.

De la empresa fuimos tres invitados y ese martes nos sentamos juntos en el pequeño salón en el cual había como 25 personas más de otras empresas. El conferencista resultó ser una persona amena de esas con un espíritu hecho para la docencia. Hizo de la charla algo muy agradable y jamás aburrida pese a lo extenso y técnico de los temas. Nos revolvió a todos con todos para fomentar la integración y efectuar actividades y dinámicas pedagógicas para la buena comprensión de los temas abordados. Fue entonces durante una dinámica a dúo en la que me tocó por azar y fortuna trabajar con una señora hermosa mucho mayor que yo, de unos ojos verdes como sendas perlas preciosas; se llamaba Claudia.

Claudia resulto ser una dama elegante que trabajaba para una compañía de productos lácteos con la que solo bastaron escasos minutos para que yo me sintiera armonizado. Me enamoró con sus perfumes, cadencias, sonrisas y sobre todo con su encanto personal. Hubo fuerte química de entendimiento entre ambos de forma inmediata. Parecíamos contemporáneos a pesar de ser ella mayor que yo quince años y medio como sabría mas tarde. Cualquiera hubiera dicho al vernos que nos conocíamos desde hacía mucho tiempo, pues las bromas, chistes y conversaciones ligeras discurrían como riachuelos entre ella y yo. Me sentí de pronto halagado y enamorado de esa mujer bonita que me cayó del cielo. Sentí de repente hacia ella respeto, cariño, afecto, pero también mucho deseo.

Apenas era natural desearla, pues claudia era ante todo bonita, muy bonita. Una cabellera castaña le caía en abundancia hasta sus espaldas, su tez blanca como la nieve la hacía ver como extranjera. Su boca larga de labios delgados hacía parecer como si siempre estuviera sonriendo. Todo era delicado en ella; su nariz delgada y sus cejas lineales en poca curva enmarcaban perfectamente esos ojos preciosos de muñeca grande que robaban de inmediato el corazón a más de uno. Hasta su cuerpo mediano y algo delgado parecía frágil a pesar de los pechos mayúsculos que la hacían ver por momentos atrevida. Resultó ser pues un encanto de mujer entre las nueve restantes que allí había, muy a pesar de ser la mayor de todas, puesto que el resto difícilmente sobrepasaban los treinta años.

Durante el segundo día acentuamos nuestra empatía y hasta la invité a almorzar durante el receso. Fue una hora y media muy agradable durante la cual intercambiamos muchas cosas de nuestra vida personal. Supe que estaba próxima a cumplir 43 años, que era madre de dos adolescentes mujercitas y que se había casado muy joven, a los veinte años con un hombre dieciocho años mayor que ella con el cual aún convivía, pese a las dificultades que habían tenido durante esos 23 años de casados. Claudia trabajaba duro en esa compañía desde hacía siete años y se notaba a leguas que estaba falta de emociones y pasión. Estaba cansada de las decenas de pretendientes huecos que solo la ven con ojos de sexo. Ella pedía con urgencia un amigo, un compañero, una persona con quien compartir y hasta porqué no; un buen amante que avivara los orgasmos olvidados y que su marido senil escasamente le regala.

Se acabó la capacitación, pero la relación quedó bien fijada. Nos mandábamos mensajes por celular, o manteníamos contacto diario a través de la Internet. Se nos convirtió una obsesión de novios primerizos el estar enviándonos mensajes tontos que con el paso de los días se fueron tornando de amigables a amorosos y de amorosos a eróticos. Llegado éste punto, la confianza desenmascaró nuestros deseos y cualquier sábado aprovechando una ausencia poco usual de su marido y sus hijas, me invitó a su apartamento. Fui con el corazón en la mano después de haber dedicado tantas pajas a esa mujer elegante de ojos verdes.

Fue todo tan diciente desde el momento en que llegué a ese piso pulcro y cómodo. Claudia había preparado una ensalada exquisita y su vestimenta consistía simplemente en un vestido enterizo ajustado a sus curvas. Le cubría parte de sus muslos gruesos y se sostenía de sus  hombros desnudos por unas tirantas delgadas que luego se convertían en su escote seductor. Se notaba que no tenía sostenes, pues sus pezones se dibujaban claramente sobre la tela suave. Lucía tan linda metida en esa vestimenta azul cielo y con su cabellera suelta. Hasta sus ojos verdes se tornaban azulosos. Por ropa íntima se dibujaba de lejos una tenga diminuta. Lucía muy jovial.

Luego de haber comido y charlado un poco nos sentamos en el sofá supuestamente a mirar una película, pero lo cierto era que ambos bien sabíamos que la película la íbamos a hacer nosotros mismos. No sabía como romper el hielo. Lo único que se me ocurrió fue decirle un cumplido honesto a propósito de lo preciosa que se veía. La miré a los ojos y como novios en el cine le tomé la mano regalándole unas caricias suaves. No me rechazó. Se quedó quieta y nerviosa mientras sus mejillas blancas enrojecían. Me sentí tan atrevido, como niño ante esa señora. Entrecrucé mis dedos con los de ella y por fin cedió agarrándome con ganas de la mano. Era una forma romántica de aceptación. Claudia es una mujer ante todo romántica. Me levanté halándola. Ella extrañada se levantó como inquieta y preguntándose que me traía entre manos, pero me siguió sin objetar nada. Coloqué música baja y suave; gustosa aceptó bailar.

No le quité la mirada de encima durante la   pieza hasta que fui cadenciosamente acercando mi rostro al sonriente suyo. Nuestras bocas quedaron a escasos centímetros y fue ella quien dio la estocada final. El beso tuvo muchos colores y sabores según la emoción de nuestras almas al son de la música. No me lo creía. Claudia la señora bonita había caído a mis encantos o más bien yo había caído a los suyos.

Su piel de mujer cuarentona aún mantenía una frescura algo jovial. Su boca besaba con pasión retenida de años de no amar con emoción. Mi sexo creció por encima de mi pantalón y sus senos bellos y erguidos se apachurraban contra mí como almohadas. Sin parar de besarnos ya en tono pasional nos fuimos desplazando hasta su alcoba matrimonial de cama ancha sobre la cual solo ocurrían polvos tristes de vez en cuando. Se sentó al borde y con desespero me bajó la bragueta de mi pantalón. Yo la ayudé un poco en la maniobra y saqué mi pene erguido por entre la ranura sin desnudarme aún. Como bebé famélico Claudia metió el biberón en su boca. Se sintió entonces calmada. Bajó sus ansias y cerró sus ojos verdes entregándose a mamar de lo lindo una buena verga joven y fresca que tanto le hacía falta. Yo hacía un esfuerzo para mantenerme de pie frente a ella mirándola sacudir suavemente su cabeza en una danza exquisita. Se tomó confianza y tornó la chupada un poco mas violenta. Abrió sus ojos y me miraba gozosa sin descansar de meter y sacar mi sexo viril de esa boca cálida y húmeda. El placer me consumía hasta el mismo delirio. Su rostro señorial se veía tan diferente en pleno goce.

Pronto se sintió algo agotada y detuvo sus embestidas fuertes. Se subió completamente en la vieja cama y me abrió sus piernas. Esa imagen me subió el deseo loco a la cabeza. Su vestido replegado en su cintura me dejaba ver en pose atrevida el triángulo de la blanca prenda diminuta que tapaba su monte de Venus  y sus potentes muslos de una blancura reluciente. Me fui lanza en ristre hacia ella. Mi boca ansiosa recorrió los muslos uno a uno tragándome el vaho indescifrable de su sexo maduro. Fui poco a poco ascendiendo mientras ella gimoteando abría más sus piernas en posición de parto para que yo pudiera entrar más mi cabeza. Mi nariz se apretujó en su sexo suave robándole el aroma de mujer mayor. Con mis dedos necios eché a un lado la costura de su calzoncito blanco y una mota de pelos castaño oscuro se adueñaron de mis labios. Se sentían tan suaves que hasta jugué pasándolos por mi mentón y mis mejillas respirando hondo esos aromas suaves de hembra en calor.

Ella se quitó la prenda y por fin tuve en pleno la visión de su vulva adornada triangularmente por esos pelos suaves y escasos. Los repliegues de sus labios menores ya aumentados eran de un rosado único. Un beso. Luego arrastré mi lengua por entre esas carnosidades hasta posarme en su clítoris. Claudia llegó a la gloria. Convulsionó como loca en delirio absoluto apretando las piernas contra mis oídos y condenándome así, a comerme su almeja sobre mojada una y otra vez hasta el mismo abuso y cansancio. Su cuerpo se contorneaba serpentinamente y sus gemidos profundos eran la música reinante. Se sintió entonces resuelta y exhausta dándose por fin un respiro pos orgásmico fascinante que sus ojos verdes manifestaban con un brillo exquisito. Había vuelto por fin a sentirse mujer.

Me entretuve como bebe famélico succionando sus redondos pezones un rato para que se recuperara. Luego la besé por el cuello y descendí luego para volver a mordisquear sus carnosos senos blancos tan novedosos para mí. Su vestido se había vuelto un cinturón de trapo argollado y arrugado en su cintura medio tapando su sexo. Sintió fuerzas otra vez y lentamente se incorporó sentándose sobre mi sexo. Inició una cabalgata salvaje con energías renovadas.

Yo miraba boca arriba sus senos lindos bambolearse como masas en ingravidez al ritmo de su danza. Ella solita se subía, se bajaba, se meneaba y se sacudía de acuerdo al ritmo de su sentir. Yo estaba entregado al calor de esa chocha preciosa y supremamente caliente que increíblemente había estado casi en desuso. Mi verga entraba y salía a su ritmo de esa gruta húmeda que parecía succionar con fuerza silvestre. Claudia me miraba con esos ojazos y sonría de gozo puro musitando cosas a veces poco audibles. Estaba agradecida con la vida en ese instante. La cama chillaba y eso nos hacía reír. Hacíamos chistes sobre comprar un aceite nuevo para poder culear en silencio en esa vieja cama oxidada.

No me contuve y le anuncié que estaba a punto de llegarme. Ella se quedó quietita como una muñeca a disfrutar de las fuertes palpitaciones de mi verga eyaculando en su vagina. Gozaba tanto como yo el orgasmo que inundaba su sexo. Yo me quedé tranquilo con el pene en su horno hasta que dejó de latir. No nos desprendimos. Nos quedamos copulados dándonos besitos de enamorados nuevos. Sentí con los minutos que recobraba fuerzas para continuar, pero le sugerí cambiar de pose. Ella se acostó boca a bajo con su culo desnudo a toda plenitud. Era tan precioso como todo lo de ella. De una blancura inusitada con cierto matiz rosado en el centro. Se acostó en diagonal con su cabeza apoyada en sus manos e irónicamente mirando frente a sus narices el retrato de bodas de ella con su viejo marido que estaba como adorno sobre la mesita de noche. Se reía mientras que mi verga se zambullía con violencia en su chucha desde atrás. Era delicioso estar encima de su espalda. Yo besaba su cuello con aroma de mujer madura, con mis manos acariciaba sus senos blandos y mi verga se ensartaba algo incómodo en su chocho rosado.

Claudia empezó a gemir nuevamente en progresivo aumento de volumen hasta que volvió a estallar en otro orgasmo intenso. Nos quedamos adormilados no supe cuanto tiempo. Luego nos bañamos juntos bajo la regadera de su baño estrecho y no paramos de acariciarnos y prometernos más momentos divinos.

Jugó a bañarme con su orín caliente y amarillo sobre mi espalda para luego echarme agua fresca. Se fascinó con mi orín resbalando por sus mejillas, su cuello y sus pechos de fantasía. Nos dimos miles de besitos y consagramos así nuestro amor en esa tarde de encuentros prohibidos. Así, dos personitas venidas de dos generaciones encontraron un amor sin proponérselo.