Claudia

Desde que la vio, Francisco se enamoró de Claudia. Pero sabía que no estaba a su alcance. Que jamás sería suya

Francisco es un hombre de cuarenta años. Soltero. Vive solo en un piso de una gran ciudad. De vida tranquila,  los vecinos no le conocen novias, ni mujeres que acudan a su casa. Es un tipo normalito, del montón.

Su tranquila vida cambió el día en que la casa colindante a la suya fue ocupada por una nueva inquilina, Claudia. Una mujer joven, de unos 28 años. Hermosa, muy hermosa. Parecía una modelo, y de hecho, había probado suerte en ese mundillo hacía unos años.

Joven y guapa. Reclamo para hombres. Ella y Francisco coincidían a veces en la entrada, en el ascensor. Sólo se daban respetuosos saludos. Ella ignoraba a Francisco. No era el tipo de hombre con quien estaba acostumbrada a relacionarse. Él no la ignoraba a ella. En cuanto la veía, la miraba con disimulo. Su cabello rubio, su preciosa cara de labios abultados. Sus generosos pechos, casi siempre lucidos en igualmente generosos escotes. Su linda figura, su tentador culito.

Pero Francisco sabía que una mujer así estaba fuera de su alcance. Eso no le impedía contemplarla siempre que tenía ocasión, admirarla con respeto.

No era extraño que Claudia subiera hombres a su casa. Casi siempre distintos. Algunos duraban unos días. Hombres jóvenes, de cuerpos cuidados, guapos, seguros de sí mismos. La clase de hombres que uno asociaría como una mujer como Claudia.

En el edificio, lleno de marujas a las que les gustaba más seguir las vidas de los demás que las suyas propias, enseguida se bautizó a Claudia. La zorra del quinto. Eran unas envidiosas. La chica tenía todo lo que ellas no tenían. Vivía la vida con plenitud, sin importarle el qué dirán. No se metía con nadie y esperaba que nadie se metiera con ella.

En las casas modernas de hoy en día, con esos tabiques que parecen de papel, casi todo se oye. Sobre todo si se hace ruido. Y cuando Claudia se acostaba con alguno de sus ligues, hacía ruido. Francisco se conocía sus gemidos, las palabras que decía. Sabía como le gustaba ser tratada en la cama. La frase que más le oía decir era "Fóllame como a una perra". Sus partenaires no le iban a la zaga. La ponían de zorra para arriba. Esa mujer hacía el amor de forma salvaje.

Francisco, acostado en su cama, lo oía todo. Deseándola. Pero no entendía como una criatura tan bella se comportaba así. Él jamás podría decirle las cosas que ellos le decían. Pero también se decía que cada uno es libre de hacer lo que quiera con quien quiera.

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A los pocos meses de la llegada de Claudia, Francisco notó algo distinto. Uno de los jóvenes duró más de lo normal. Los oyó todas las noches, siempre salvajes. Los gritos, los gemidos de ella. Y las frases. Siempre esas frases tan fuertes que no entendía. Lo habitual era que los chicos le duraran dos o tres días. Pero éste último ya llevaba más de una semana.

Quizás, Claudia, por fin había encontrado una pareja estable. Y aunque ella no tenía nada que ver con Francisco, sintió celos. Algo que no sintió con los anteriores. Ellos sólo eran pasatiempos. Este tal José parecía algo más.

Un día coincidieron los tres en el ascensor. Claudia, sin rubor alguno, se besaba con José, ignorando completamente a Francisco, que, de reojo los miraba. Vio como el chico llevaba sus manos al culo de Claudia y se lo sobaba, mientras sus bocas estaban pegadas y sus lenguas, sin duda, entrelazadas. Cuando llegaron a su piso, Francisco se bajó y se dirigió directamente hacia su casa, sin decir nada. De todas maneras, los otros dos estaban a lo suyo y ni lo hubiesen oído.

A los pocos minutos, empezó a oír los gemidos de Claudia. Estaba siendo follada, como siempre, salvajemente. Y pedía más y más. Abandonó su cuarto y se fue al salón. No quería oírlo.

Esa noche, pasó algo distinto. Cuando se esperaba oírles nuevamente haciéndolo, los oyó discutir. Apenas podía distinguir las palabras, pero claramente por el tono que los dos usaban se notaba que era una discusión gorda. De repente, oyó u golpe, como un tortazo, seguido de un grito de Claudia. Carreras y después un portazo.

Enseguida supo lo que había pasado. José había golpeado a Claudia. Se lo confirmó las suplicas de perdón que le oyó a José después. Seguramente Claudia se había refugiado en el baño que había contiguo a la habitación.

Francisco se enervó. ¿Cómo podía un hombre pegar a una mujer? ¿Cómo podía ese tal José golpear a Claudia? Tenía ganas de salir corriendo y partirle la cara, darle una buena paliza, pero eso lo hubiese puesto a su nivel, y él no era así. Se calmó. Y se puso a pensar. Ahora ella lo echaría y volvería a ser como antes. Amantes ocasionales, de usar y tirar.

Para su desgracia, a los pocos minutos los oyó hablar. Él le pedía perdón. Le decía que nunca más volvería a pasar, que no sabía cómo había llegado a eso...

Oyó besos.

Y después, la oyó gemir. ¿Cómo podía ella, después de lo que él le había hecho, dejarse besar?

No pudo seguir escuchando eso. Se levantó y se fue al salón. Esa noche durmió en el sofá.

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Al día siguiente coincidió con ella bajando en el ascensor.

-Buenos días - le dijo.

-Hola. - respondió Claudia, seca

Francisco se fijó en el bello rostro de la mujer. Y se percató de que su labio inferior estaba un poco hinchado, con una pequeña herida, fruto, sin duda, del golpe que José le había dado.

-¿Todo bien? - se atrevió a preguntarle.

Ella lo miró. Respondió con un simple sí. Francisco fue a decirle algo, pero se calló. No era asunto suyo. No era su problema. Se limitó abrirle la puerta al llegar a la planta baja. Y a mirar como se alejaba, altiva... Hermosa. Tan hermosa.

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Dos días después, cuando creía que el episodio había sido algo puntual, oyó una nueva discusión. Esta vez, más gorda que la anterior. Oyó como caían objetos contra la pared, contra el suelo. Y para su dolor, oyó más golpes. Llantos. Se tapó la cabeza con una almohada, tratando de desinhibirse, pero no pudo. Agudizó el oído.

Ella le gritaba que se fuera, que lo odiaba. Él le decía que era una zorra. Gritos. Más cosas lanzadas. Un golpe más. Y después silencio.

Fue ese silencio lo que más asustó a Francisco. Pegó la oreja a la pared, tratando de oírla. Nada. Sólo silencio.

Ya iba a salir corriendo cuando le oyó a él pedirle perdón. A ella insultarle. Más perdones. Y después... besos. Después, gemidos. Lleno de rabia, volvió al sofá del salón. No podía seguir allí. ¿Pero no se daba cuenta ella de que él tipo ese no era más que un asqueroso maltratador?

La próxima vez que la vio, ella tenía unas gafas de sol. Se adivinaba un moretón en un ojo.

Francisco no dijo nada. No era su problema.

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Pasaron los días. Las peleas iban en aumento. Las palizas subían en intensidad. Pero Claudia siempre lo perdonaba. ¿Qué diablos veía en ese tipo? Francisco no dejaba de preguntárselo.

Un sábado por la mañana, después de una buena pelea y reconciliación, los oyó volver a discutir. Esa vez, fue distinto. Francisco de verdad se asustó. Parecía que la casa de al lado la iban a tirar abajo.

-¡ Vete! ¡Vete de mi casa, cabrón! - gritaba Claudia.

-Calla, zorra. No eres más que una puta asquerosa.

-No...por favor... no me pegues más. Me vas a matar.

-Eso es lo que quiero. Matarte de una puta vez.

Portazos, golpes. Oyó abrirse la puerta principal de la casa de Claudia. Y más gritos que venían ahora de la escalera.

.-Te he dicho que te largues. Veta a la mierda, José.

Algo cayó al suelo.

"¡ Claudia !", pensó Francisco. Salió corriendo, abrió su puerta y la vio. Arrodillada en el suelo, sangrando por la nariz y la boca. José, como un energúmeno, tenía su mano abierta levantada, dispuesto a darle un nuevo puñetazo.

-Déjala en paz, hijo de puta - gritó Francisco con todas sus fuerzas.

Ella le miró con terror en los ojos. José lo miró con ira en los suyos.

-Métete en tu casa, imbécil. Esto no es asunto tuyo - ladró José.

Bajó la mano dispuesto a golpear. Claudia se tapó la cara, protegiéndose la con los brazos. Francisco, como un rayo, se lanzó sobre José y le paró la mano antes de que golpeara a la chica. José se quedó sorprendido. No entendía que pasaba. Y cuando se dio cuenta de que había sido Francisco el que lo había detenido, se giró, dispuesto a descargar toda su rabia contra aquel vecino entrometido. Cerró su puño y lo lanzó contra la cara de Francisco.

En ese momento, Francisco agradeció las clases de defensa personal a las que había asistido de joven. Esquivó la mano de José y sin pensar, le dio un puñetazo en la boca del estómago, que hizo que José se doblara, de dolor y sin aire.

-Te he dicho que la dejes en paz. Lárgate. - volvió a gritar Francisco.

Claudia, aterrorizada, se acurrucó contra la pared, mirando a los dos hombres. Vio como José levantaba la mirada hacia su vecino. En esa mirada vio odio. Pensó que José iba a matar al hombre que había salido en su defensa.

-Cabrón de mierda. Ahora vas a ver - respondió José, rabioso.

Se echó con todas sus fuerzas sobre Francisco, lanzando nuevamente su puño cerrado. Con una elegante finta, Francisco lo esquivó, le dio un puñetazo en el pómulo y José. Con todo su peso y la inercia que llevaba, cayó al suelo, golpeándose la cabeza contra la pared. Se hizo una brecha que sangró ligeramente. Se llevó la mano a la cabeza, y cuando vio la sangre, se lanzó, gritando, contra Francisco. Éste lo esperaba. Con otra finta se quitó de en medio y con una patada en el culo lo volvió a tirar al suelo.

Humillado, dolorido, José miró a aquel maldito hombre. Se levantó, esta vez, despacio, aprendiendo de sus errores.

-Te voy a matar, viejo de mierda.

Se acercó lentamente. Lanzó un puñetazo, que Francisco esquivó. Otro más, que fue esquivado. José cada vez se enervaba más. Francisco vio en sus ojos que de verdad estaba dispuesto a matarlo. Francisco no era un hombre violento, pero estaba en juego su vida.

El siguiente puñetazo no sólo lo esquivó. Lo devolvió. Estrelló su puño contra la mandíbula de aquel energúmeno.

-Será mejor que te largues, cabrón - le dijo

-Ahhhhhhhhhhh - gritó Daniel.

Ese grito que José dio, de rabia, hizo ver a Francisco que aquel tipo no se iba a detener, así que actuó. Puñetazo a la cara, puñetazo al estómago. Rodillazo en los cojones. José, lleno de dolor, cayó de rodillas, agarrándose los doloridos huevos.

Francisco, de pie ante aquella piltrafa, lo agarró con fuerza por el pelo, haciendo que levantara la cara. Cerró su puño, dispuesto a estrellarlo contra el rostro. Pero se detuvo. La mirada de José había cambiado. Ya no era una mirada de rabia. Era una mirada de miedo, de terror. Como todos los cobardes, cuando le plantaban cara se amedrentaba. Muy valientes ante una débil mujer pero cobardes cuando les planta cara un igual.

Sin abrir el puño, aún dispuesto a golpear, tiró con fuerza de José, haciendo que se pusiera de pie. La mirada de miedo aumentó. Lo agarró del cuello y casi sin dejarlo respirar, lo llevó hacia la escalera.

-Ahora te vas a largar de aquí, cabrón. Y no vas a volver. Te juro por lo más sagrado que si te vuelvo a ver por aquí, te mato.

Lo empujó hacia la escalera. Y como buen cobarde, en cuando se vio libre, José empezó a amenazar mientras bajaba los escalones.

-Te voy a denunciar, estúpido, por agresión - gritó como una niña

Francisco hizo el gesto de perseguirlo y José salió corriendo escaleras abajo. Sabía que no le iba a denunciar. Tenía más que perder que él. Se quedó mirando como José desaparecía. En ese momento, fue consciente de lo que había pasado. El corazón le latía con tal fuerza que parecía que se le iba a salir por la boca. Aún tenía el puño cerrado con fuerza. Se relajó. Respiró hondo y se dio la vuelta. Ella le miraba. Temblaba.

Se acercó lentamente a  Claudia, que lo vio acercarse con el terror reflejado en los ojos. La sangre seguía manando de su nariz. Cuando Francisco estuvo a su lado, ella se llevó las manos a la cara, tapándose, temiendo un nuevo golpe. Francisco sintió una punzada de dolor. ¿Cómo creía ella que él fuera capaz de pegarle?

Se arrodilló delante de ella. Acercó sus manos a las de ella y las cogió.

-Tranquila, Claudia. Ya se ha ido. No te volverá a hacer daño.

Ella le miró, aún asustada.

-Déjame ver - dijo él apartando las manos de ella de sobre su cara.

Francisco inspeccionó las heridas de la mujer. No parecía nada grave, pero le saldrían unos buenos moretones.

-Ven, tenemos que cortar esa hemorragia.

Se levantó y tiró de ella, ayudándola a levantarse.

-Agggg - se quejó la chica.

-¿Qué te pasa?

-Me duele. La mano... uf

Francisco se la miró. No parecía que hubiese nada mal. Le pidió que moviera los dedos. Ella lo hizo, aunque con dolor. Le pidió que moviera la muñeca. Más dolor, pero la movía.

-No parece que haya nada roto. Debe ser algo muscular o un tendón.

Dudó en si ir a la casa de ella o a la suya. Se decidió por la suya, pues sabía en donde estaban las cosas. La agarró, con suavidad por los hombros y la llevó a su piso. Claudia temblaba.

La llevó al salón y la hizo sentar.

-Espera aquí.

Fue al baño. Cogió agua oxigenada, algodón y gasas. Regresó a donde la había dejado. La pobre chica seguía temblando.

Se sentó a su lado. Acercó una mano para quitarle el precioso cabello rubio, ahora enmarañado, de sobre los ojos. Claudia dio un respingo, apartando la cara.

-Tranquila. No te voy a hacer daño.

Claudia se quedó quieta y de dejó apartar el cabello. Miró a aquel hombre, a su vecino. La había salvado. Vio como cogía una gasa, la mojaba con el agua oxigenada y le limpiaba los labios. Los sentía doloridos. Y en su boca el acre sabor de la sangre.

Humedeció otra gasa y se la pasó por las mejillas, limpiándola. Después, con un poco de algodón hizo una bolita con la que taponó la nariz por el sitio que sangraba.

Poco a poco, Claudia se fue tranquilizando. Dejó de temblar.

-Bueno, creo que no vas a necesitar puntos. La herida del labio es superficial, y la nariz parece que ha dejado de sangrar.

-Gracias.

El cabello le había vuelto a caer sobre los ojos. Francisco se lo apartó de nuevo, pasándose por detrás de la oreja. La piel de ella era cálida y suave. Claudia, esta vez, no apartó la cara.

-No hay de qué. ¿Lo vas a denunciar?

-¿Qué?

-A ese animal que te hizo esto. Seré testigo.

-No...No....no quiero volver a verlo jamás.

-Deberías hacerlo.

-No.

-Como quieras.

No insistió más. No era ese el momento. La dejó tranquila.

-¿Quieres algo? ¿Agua?

-Sí, por favor.

Francisco fue a la cocina y le trajo un vaso de agua fresca. Claudia se lo tomó de un trago. Tenía la garanta seca. Además, la ayudó a sacarse el sabor de la sangre.

-Veamos como va esa nariz.

Con cuidado, Francisco le quitó el algodón. No salió sangre.

-Bien, parece que ha parado.

-Gracias por todo. De verdad. Si no es por Vd. creo que me hubiese matado.

-No me llames de Vd., por favor.

-No sé su...tu nombre.

Aquello fue como una patada en el estómago de Francisco. Ella ni siquiera sabía como se llamaba.

-Me llamo Francisco.

-Gracias, Francisco. Ahora, tengo que irme

Ella se levantó. Francisco también.

-Te acompaño.

La siguió hasta la puerta. Se quedó en el quicio y la siguió con la mirada mientras ella entraba en su casa. La puerta se había quedado abierta. Antes de cerrar, se miraron.

-Cualquier cosa que necesitas, no dudes en pedírmela, Claudia.

-Muchas gracias.... Francisco. Adiós.

-Adiós.

Cerró la puerta. Francisco unos segundos después, la suya. Fue al salón a recoger las gasas ensangrentadas para tirarlas a la basura.

"Qué hermosa es", se decía. A pesar de estar herida, asustada, seguía siendo hermosa. Y la había tocado. Había sentido el calor y la suavidad de su piel. Además, ahora ella sabía su nombre. Se sentó un rato, sin hacer nada. Sólo recordándola sentada en ese mismo sofá.

Al rato creyó oír un quejido. Se levantó y se fue a su dormitorio. Allí el sonido era más claro. Agudizó el oído. Alguien lloraba. Claudia lloraba. Con ese llanto del que está sufriendo.

Se le partió e corazón. No podía soportar saber que Claudia estaba sufriendo. Quiso salir corriendo a su casa, pero se retuvo. ¿Quién era él? Sólo un vecino. Del que ella además no sabía ni su nombre hasta ese mismo día. Se quedó allí, sentado en su cama, oyéndola llorar. Sufriendo por ella. Sufriendo con ella.

El llanto duró unos minutos. Poco a poco fue desapareciendo, hasta que se hizo el silencio. Francisco imaginó que Claudia se había dormido. Se levantó y volvió al salón. Allí pasó el resto del día, tratando de olvidarse de ella. No lo consiguió, y fue varias veces a su dormitorio para tratar de oírla. Pero nada. Sólo silencio. O dormía, o estaba en el salón, o habría salido.

Por la noche, después de ver un rato la televisión, se fue a dormir. Se metió en su cama, apagó las luces y se dispuso a descansar. Antes de poder conciliar el sueño, la oyó. Volvía a llorar. Esta vez aún más desconsoladamente. Francisco no lo soportó. Se levantó, se vistió y salió corriendo hacia la casa de Claudia.

Tocó el timbre. Esperó, pero la puerta no se abrió.

Volvió a tocar. Más insistentemente. Pero ella no abría la puerta. Pensó que ella creería que aquel animal habría vuelto, así que tocó con los nudillos.

-Claudia, soy yo, Francisco. Abre la puerta.

Pasó un minuto. Al fin la oyó.

-¿Qué... quieres? - dijo, con un hilo de voz.

-Saber que estás bien. Abre, por favor.

Oyó como ella pasaba la llave. Después, lentamente, la puerta se abrió.

-Estoy bien.

No era cierto. Tenía los ojos hinchados de llorar. El labio hinchado. Y se sostenía la mano derecha con la izquierda.

-¿Te duele la mano?

-Sí.

-Déjame ver.

En cuando Francisco se la cogió, ella se quejó de dolor. Estaba hinchada. Y ahora ya no ponía mover los dedos sin sentir un dolor intenso.

-Ven. Vamos a urgencias.

-No...No...Estoy bien.

-No estás bien. Esa mano está empeorando. Que te hagan una radiografía.

La cogió por el otro brazo. Ella no quería ir. Con cuidado, pero firmemente, tiró de ella.

Claudia se rindió. Se dejó sacar de su casa.

-¿Llevas llaves de casa encima?

-Sí.

-Pues vamos.

Llamó al ascensor y los dos subieron. Bajaron al garaje. Ella no le miraba. Miraba al suelo, sosteniendo la dolorida mano. La llevó a su coche. Le abrió la puerta y la ayudó a entrar. Claudia no pudo ponerse sola el cinturón de seguridad, así que él tuvo que ponérselo. Francisco no pudo evitar mirar sus pechos cuando se lo abrochó.

Partieron en dirección al centro de salud más cercano, aparcaron y entraron por la puerta de urgencias. La dejó sentada en una silla y fue al mostrador a explicarle a la enfermera lo que pasaba. Le dio la documentación de la chica. Claudia se quedó allí como una zombi.

-Bien, enseguida le llamamos. - dijo la enfermera

Francisco se sentó al lado de ella, a esperar.

-Enseguida nos llaman.

Francisco se dio cuenta de que la enfermera lo miraba con recelo. Vio como hacía una llamada. Al poco apareció una doctora. Se acercó a Claudia.

-¿Claudia Castillo?

-Sí.

-Acompáñeme, por favor.

Francisco hizo el ademán de levantarse para acompañarla, pero la doctora, secamente, le dijo que no. Que tenía que ir Claudia sola.

Las miró alejarse y desaparecer tras una puerta. Se quedó allí, esperando.

La doctora, lo primero que hizo fue mirarle la mano a Claudia. Después, los golpes de la cara. Vio más golpes en otras partes del cuerpo. Lo siguiente que hizo, fue llamar a la policía. Tenía experiencia y aquella pobre chica era una clara víctima de malos tratos.

El tiempo pasó. Media hora. Francisco se empezó a impacientar y se fue al mostrador a hablar con la enfermera.

-Srta. ¿Sabe algo de Claudia Castillo?

-La están atendiendo, señor. Enseguida sale. - respondió, seca.

-Gracias.

Volvió a sentarse. Pasaron otros diez minutos. Entonces, por la puerta entraron tres policías. Dos hombres y una mujer. La mujer directamente entró por la puerta por la que Claudia había entrado. Los policías se dirigieron al mostrador a hablar con la enfermera. Ésta señaló hacia Francisco. Los policías le miraron y se acercaron a él.

-Buenas noches - dijo uno, saludándole.

-Buenas noches.

-Documentación, por favor.

-¿Ocurre algo, agente?

-Documentación.

Francisco se la dio. El policía la miró.

-¿Trajo Vd. a Claudia Castillo?

-Sí, Es mi vecina.

-Nos han informado que la Srta. Castillo ha sido agredida.

-Sí, lo sé. Ah, ya entiendo. Creen que he sido yo.

Comprendió entonces la actitud de la enfermera hacia él.

-¿La agredió Vd.?

-Por supuesto que no, agente. ¿Por quién me toma? - dijo, levantando la voz.

-Cálmese, don... Francisco. Aclararemos este asunto.

-Por supuesto que lo aclararemos.

La mujer policía salió en ese momento y el policía estaba hablando con Francisco se acercó a ella. Hablaron y miraron a Francisco. El policía se aceró a él otra vez.

-Bien. La Srta. Castillo dice que el individuo que la agredió fue un tal Daniel. Que esta mañana la estaba golpeando y que Vd. salió en su defensa.

-Así fue. Y no era la primera vez que ese desgraciado la golpeaba. Le dije a ella que lo denunciara, que yo sería testigo, pero me dijo que no.

-Sí, eso también le ha dicho a mi compañera. Que no quiere presentar ninguna denuncia.

-Está aterrorizada.

-Sí, es lo normal en estos casos. Le han hecho fotos y un expediente completo. Si se decidiera a hacer la denuncia, eso será determinante. Y su testimonio.

-¿Está bien?

-No lo sé. Pregúntele a la enfermera.

-Eso he intentado. Pero me mira como si fuera un asesino.

-No la culpe. Muchas veces son los propios agresores los que traen a sus víctimas a urgencias. Dicen que se han caído o cosas así. Acompáñeme.

Los dos se acercaron al mostrador.

-Srta. Está todo aclarado. Don Francisco no es el agresor. Es sólo un buen vecino que la ha traído. ¿Cómo está la chica?

-Ah, bien. No lo sé. Espere un segundo.

La salió del mostrador y entró. A los pocos segundos, abrió la puerta.

-Don Francisco, puede Vd. pasar.

-Oh, gracias.

-Y... discúlpeme por ser tan con Vd.

-No se preocupe. Lo entiendo.

Entró por la puerta y la enfermera le indicó una habitación. Dentro estaba Claudia sentada sobre una camilla. Le habían enyesado el brazo, desde el codo hasta la mano.

-¿Cómo está, doctora?

-Está bien. Aún conmocionada, pero bien. Lo de la mano es una fisura del cúbito. Es una lesión frecuente cuando le retuercen a uno el brazo.

Se acercó a Claudia. Miraba al suelo.

-Le he mandado unos calmantes. El dolor disminuirá en pocas horas.

-¿Cómo estás? - preguntó a la Claudia.

-Mejor, gracias - respondió ella, sin mirarle.

Francisco se acercó a la doctora.

-¿Se tiene que quedar?

-No es necesario. Ya se puede marchar a casa. Lo que necesita es reposo. Que venga dentro de un mes para quitarle el yeso.

-Ah, perfecto. Muchas gracias, doctora.

Se volvió a acercar a Claudia.

-Ven. Ya nos podemos ir a casa.

Ella se levantó como una autómata. Caminaron en silencio hasta el coche. Le abrió la puerta y después se subió y arrancó hacia su casa.

-¿Quieres que llame a alguien?

-¿Cómo?

-Que si llamo a alguien. No sé, algún familiar, una amiga. Para que te ayude y te haga compañía.

-No...No... Estoy bien.

-No estás bien. Esa mano no la podrás usar en unos días.

-Yo... no tengo a nadie a quien llamar.

-¿Y tu familia?

-Están lejos. Y no quiero preocuparlo.

Francisco siguió conduciendo en silencio. Tenía el corazón encogido. Sufría por ella. Casi más que ella misma.

Llegaron al edificio, aparcaron y subieron el ascensor, en silencio. Ella, mirando al suelo. Él, mirándola a ella.

Claudia intentó sacarse las llaves del bolsillo derecho de sus pantalones vaqueros, usando la mano izquierda. No pudo, y empezó a llorar.

-Tranquila. Déjame a mí.

Francisco se acercó, metió una mano en su bolsillo y sacó las llaves. Le abrió la puerta y se las dio.

-Gracias.

Claudia se metió en la casa y fue a cerrar la puerta. Deseaba estar sola. Francisco detuvo la puerta. Ella se asustó y se encogió.

-No tienes que tener miedo de mí, Claudia. Jamás te pondría la mano encima.

-Eso decía él.

-Yo no soy como él. Sólo quería decirte que estoy ahí al lado. Cualquier cosa que necesites, lo que sea, me avisas. ¿De acuerdo?

-Sí... Gracias, Francisco

-Ah, y deja ya de darme las gracias - le dijo, con una gran sonrisa.

Por primera vez, Claudia le miró a los ojos y una tenue sonrisa se dibujó en sus labios.

Francisco soltó la puerta y él mismo la cerró. Se marchó a su casa. Contento, de haberla visto sonreír, aunque fuera tan débilmente. Porque esa sonrisa era para él.

"! Qué hermosa es ¡ ¿Cómo puede alguien maltratar algo tan hermoso?"

El resto de la mañana Francisco se dedicó a ver la tele, hasta la hora de comer. ¿Qué estaría haciendo ella? ¿Se las arreglaría sola? La incertidumbre no lo dejó tranquilo, así que salió de su casa y tocó a la puerta de ella.

-Claudia, soy yo, Francisco.

Tardó en abrir. Él se dio cuenta de que Claudia había estado llorando. Tenía los ojos rojos, hinchados.

-¿Estás bien? ¿Te duele la mano?

-No... apenas me duele.

-¿Ya comiste?

-No.

Francisco no sabía que el motivo de las lágrimas de Claudia, aparte de por todo lo que le había pasado, eran que no pudo preparase la comida. Lo intentó, pero el plato con la pasta que le había sobrado del día anterior, al cogerlo con la mano izquierda, se le había caído, rompiéndose en mil pedazos. Eso la derrumbó y se puso a llorar como una niña hasta que oyó la puerta.

-Mira, me iba a preparar algo rapidito. Pero si quieres, podría pedir algo. ¿Te gusta la comida china?

-No tienes que molestarte.

-No es molestia. ¿Te gusta?

-Sí.

-Ah, perfecto. A mí me encanta. Ahora vuelvo.

Francisco se fue a su casa y llamó al restaurante chino al que solía llamar. Pidió comida para dos y regresó corriendo la casa de ella. Claudia había dejado la puerta abierta. Se asomó pero no la vio.

-¿Claudia?

No hubo respuesta. Se atrevió a entrar, despacito.

-¿Claudia?

Oyó ruidos en la cocina. Se acercó y se la encontró arrastrando con un pie una pala, y con el brazo izquierdo un cepillo. Trataba de recoger unos cristales y lo que parecían espaguetis del suelo. Pero no podía. La pala se le movía y sólo conseguía esparcir más y más el tomate por el suelo. Lloraba, en silencio.

-Claudia... por dios. Déjame a mí.

-No. NO,- contestó ella, gritándole con rabia. - Puedo sola.

Que le gritara fue como si le hubiese golpeado físicamente. Pero no era ella, era la desesperación.

-No puedes. Tranquila. No pasa nada.

Se acercó lentamente a la chica. Le quitó con delicadeza el cepillo de la mano. Claudia temblaba, pero no era de miedo.

-Vete al salón. Ya me encargo yo.

Ella se dio la vuelta y se fue. Francisco terminó de recoger el estropicio, tirando a la basura los restos de comida y cristales. Después, encontró la fregona en la solana y limpió el suelo. Lo dejó todo inmaculado y fue al salón. Ella ya había dejado de llorar.

-Bueno, listo.

-Gracias, Francisco.

-¿Qué habíamos quedado en cuando a las gracias?

Ella le regaló otras de aquellas leves sonrisas.

Francisco miró su reloj.

-La comida debe de estar a punto de llegar. Enseguida regreso.

El chino que le solía traer la comida solía ser puntual, y justo entrando en su casa sonó el telefonillo.

-¿Sí?

-Hola, don Francisco. Le tlaigo su pedido.

-Perfecto. Sube Chang

Le pagó al muchacho y regresó junto a Claudia.

-Rollitos de primavera, arroz tres delicias, ternera con pimientos y pollo con almendras. Espero que te gusten.

-Sí, gra... Sí.

-Jeje, bien.

Francisco había pensado en dejarle la comida y dejarla tranquila. Pero sólo había un envase con cada plato. Tendría que sacar primero su parte. Se moría de hambre.

-Voy a sacar mi parte... O... si no quieres comer sola, te podría hacer compañía.

-Como quieras.

Un 'Como quieras' no es un sí. Pero tampoco es un no. Eso le bastó a Francisco. Eso significaría estar un rato más con ella.

-Perfecto. Sueles comer aquí o en la cocina.

-En la cocina.

-Pues vamos.

Claudia se levantó y lo siguió. Se sorprendió al ver como había dejado la cocina. Perfecta.

-Siéntate. ¿Los platos?

-En ese armario.

Cogió dos platos y los puso en la mesa. Supo encontrar los cubiertos y los vasos. Trajo agua de la nevera y sirvió la comida. Le puso el arroz en el centro y la comida alrededor, sin mezclarla. Así le gustaba él.

-Espero que tengas hambre. Yo estoy canino.

-Sí, la verdad es que tengo mucha

El rollito Claudia no podía, con una sola mano, cortarlo. Él se dio cuente y se lo troceó.

-Nada de gracias. A comer se ha dicho.

Y eso hicieron. Empezaron a comer. Claudia, despacito, cogiendo la comida con cuidado. Estaba muy rica, y no comía nada desde el día anterior. Comió con gusto, mirando al plato.

Francisco miraba su propio plato, y a ella. Miraba como comía. Como se llevaba el tenedor a sus sensuales labios, ahora algo hinchados. De vez en cuando ella levantaba la mirada y sus ojos se encontraban.

-Así que tu familia está lejos.

-Sí. Yo me vine aquí por trabajo. Y mira como he acabado.

-Bah, mujer, sólo ha sido un poco de mala suerte. Ya verás como todo sale bien.

-Eso espero.

Cuando terminaron de comer, Francisco le preguntó si tenía lavavajillas.

-Pues no. Pero ya has hecho suficiente, Francisco. Déjalo todo en el fregadero y ya me las apañaré.

-Ahora te vas a ir al salón y te vas a relajar. No tardo nada.

-Pero...

-Sin peros.

Claudia obedeció. Se fue al salón y dejó a Francisco lavando los platos. Se sentó a esperar.

¿Quién era ese hombre? ¿Por qué era tan amable con ella? ¿Qué buscaba?

Francisco regresó a los pocos minutos.

-Listo.

-Oye, Francisco. Ya sé que me dijiste que no te diera más las gracias, pero...tengo que hacerlo. Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí.

-¿Para qué están los vecinos si no es para echar una mano cuando hace falta?

-Para hacer ruido y fastidiar.

-Jajajaja. Sí, también para eso.

-Jajajaja. Sí.

Reía. Claudia reía, con ganas. Al fin. Francisco estaba encantado. Pero puso cara seria.

-Oye.... ¿Insinúas que hago ruido?

-No no...que va. Si nunca he oído nada. - respondió Claudia, también seria

-Ah, creía. Jajaja. Que era broma mujer.

La chica volvió a reír. La cara se le iluminaba cuando reía.

-Bueno, pues te dejo, Claudia. Lo dicho. Me tienes aquí al lado para lo que necesites.

Cuando ella fue a abrir la boca, la paró.

-Sh Sh sh...nada de gracias.

-Sólo me iba a despedir.

-Ah, bueno, jeje.

-Adiós, Francisco.

-Adiós, Claudia.

Casi flotaba. Francisco se fue a su casa. Estaba inmensamente feliz. Había comido con su... ¿Su qué?

Se sentó en su sofá, delante de su tele.

¿Su qué? Cerró los ojos. Cogió aire.

Su amor. Amaba a aquella mujer. Desde el primer momento en que la vio. Amaba su cabello rubio. Sus bellos ojos. Sus labios abultados. Su precioso cuerpo. Todo. La amaba con todo su ser, como nunca había amado a nadie.

Pero Francisco no era tonto. Para ella sólo era su vecino. Un simple vecino. Estaba completamente fuera de su alcance. Cuando se pusiera bien, volverían los hombres. Los hombres jóvenes, guapos. Volvería a su vida, y se olvidaría de él. Y él volvería a oírlos a través de la pared. Volvería a admirarla en el ascensor. Quizás ella ya no le ignoraría. Abrazada a su novio de turno le daría los buenos días, le sonreiría.

Y él se moriría por dentro.

-Al menos será mía hasta que eso ocurra. Unos día será sólo mía.

En la casa de enfrente, Claudia, agotaba, se echó sobre el sofá y en seguida se durmió.

+++++

Se despertó horas después, con muchas ganas de hacer pis. Fue al baño. Aunque le costó abrir el botón del pantalón, lo consiguió. Orinó y se secó.

Le costó más volver a ponerse el pantalón y abrocharlo. Trató de mover los dedos, pero sintió un lacerante dolor que la hizo desistir. Esa mano estaría inútil varios días. La doctora le había dicho que al menos durante la primera semana no hiciera movimiento alguno con esa mano. Nada de coger cosas ni hacer esfuerzos. Que aunque el dolor desapareciera pronto, si movía los dedos al principio corría el riesgo de que los huesos se soldaran mal.

¿Qué iba a hacer? ¿Cómo se las arreglaría sola? Pensó en volver a casa de sus padres, pero eso la obligaría a dar muchas explicaciones, y no quería hacerlo. Con el trabajo no tendría problemas. Le debían unos días que podría coger.

Estaba Francisco. El amable vecino. Pero no quería abusar del él. Se había ofrecido, sí, pero sería por eso, por amabilidad. Si abusaba la mandaría al carajo. Y con razón.

Ya oscurecía. Decidió darse una ducha caliente. Fue a su dormitorio, cogió un pijama, cambio de bragas y entró en el baño.

El pantalón se lo quitó sin muchos problemas. Pero cuando intentó quitarse la ajustada camisa que llevaba, vio las estrellas. Al levantar el brazo herido sintió un punzante dolor. No pudo así. Se sacó la camisa por la cabeza. Después sacó el brazo izquierdo y cuando fue a sacar el brazo derecho, no pudo. La camisa era demasiado ajustada y el yeso no la dejaba pasar. Intentó estirar la camisa, abrirla lo más posible para poder pasarla sobre el yeso y quitársela.

Pero sólo con la mano izquierda y el dolor que sentía, no pudo. Se echó otra vez a llorar, sintiéndose una inútil. Se sentó en la taza del wáter con las lágrimas cayéndole por las mejillas. Sus llantos aumentaron. Llantos mudos.

Sonó el timbre. Claudia siguió llorando. Sola. Completamente sola.

Al los dos minutos, el timbre volvió a sonar. Oyó una lejana voz.

-Claudia, soy yo, Francisco. Sólo quería saber si estabas bien.

Pensó en quedarse allí, callada. No tenía ganas de ver a nadie. Pero sabía que si no contestaba, el seguiría tocando a la puerta.

Detrás de la puerta del baño había una bata cuyas mangas era amplias. Se la puso y fue a abrir la puerta. Allí estaba él.

-Hola. ¿Estás bien?

-Sí...estoy....

Rompió otra vez a llorar. No. No estaba bien.

-¿Qué te pasa? ¿Te duele la mano?

-Sí, me duele. Pero no es por eso...Es...por todo... soy una inútil. No puedo hacer nada. Ni quitarme la camisa puedo.

Verla allí, derrotada, hizo que Francisco sintiera dolor. Por ella.

-Tranquila. Ven.

La llevó al salón. Entonces se dio cuenta de que ella llevaba una bata, sin abrochar, sujeta con la mano izquierda. Ató cabos.

-¿Te ibas a duchar?

-Sí, pero la camisa es muy ajustada, y con el yeso no puedo sacarla. Me duele mucho si lo intento.

La miró. Los ojos húmedos. Las mejillas mojadas.

-¿Me dejas ayudarte?

Claudia lo miró. Él era la única persona que tenía cerca. La única que la había ayudado, preocupado por ella. Sentía vergüenza. Pero no porque viese su cuerpo. Vergüenza por sentirse así, inútil. Siempre había sido una mujer independiente, segura de sí misma. Y ahora ni una simple camisa podía quitarse.

Hizo de tripas corazón y aceptó la ayuda. La ayuda de aquel hombre que hasta ese día casi ni sabía que existía.

-Sí...por favor. Yo...no puedo.

Dos nuevas lágrimas cayeron por sus mejillas.

-Tranquila, no pasa nada.

Francisco se sentó a su lado.

-¿Puedo?

-Sí.

Los dedos del hombre temblaban cuando se acercaron a la bata. Ella la soltó y Francisco abrió la parte derecha. Intentó no hacerlo. Intentó mirar, pero ante él aparecieron los dos lindos pechos de la chica, atrapados en un sujetador de encaje blanco, precioso. Sus ojos se quedaron mirándola. Y cuando levantó la vista, se encontró con la de ella.

-Bien veamos esa camisa.

Le sacó el brazo derecho y allí estaba la prenda. Arremolinada en su hombro.

-Voy a intentar sacarla. Avisa si te hago daño.

-Sí.

La camisa en verdad era muy ajustada. Con sus dos manos él si pudo abrirla lo suficiente para que pasara por el yeso, pero ella se quejó de dolor cuando tiraba hacia abajo.

-Me duele.

Francisco dejó de tirar. Si seguía, le haría más daño. La camisa estaba ahora al comienzo del yeso.

-Tendré que cortarla.

-No importa. Hazlo. Hay tijeras en la cocina.

-Sí, las vi antes.

Se levantó y fue a buscarlas. Cuando regresó, Claudia seguía como la dejó. Con la bata medio abierta, mostrando gran parte de sus hermosos pechos. De nuevo, Francisco los miró. Luchó por no excitarse. La mujer de sus sueños estaba en ropa interior delante de él. Le costó. Apartó la vista y se concentró en la camisa.

-Espero que no le tuvieras mucho cariño a esta camisa.

-Es sólo ropa.

-Lo sé. Peto hay gente que las aprecian como s fuesen algo más.

-Yo no.

-Pues, ea. A librarnos de ella - dijo, sonriendo.

Con cuidado, empezó a cortar la camisa. Sus ojos se escapaban de vez en cuando al canalillo que formaban aquellos dos preciosos senos. Grandes, pero levantados. Y no creyó que fuese sólo por el sujetador.

-Pues listo.

-Gracias.

-¿Eh? ¿Cómo que gracias?

-Ops, lo siento.

Se miraron. Claudia vio como la mirada de Francisco subía de sus pechos a sus ojos. Era prácticamente un desconocido, que la estaba viendo en trapos menores. Pero era una mujer acostumbrada a que la miraran. Solía hacer topless en la playa y no sentía reparos en mostrar su cuerpo.

Asombrada, vio como él acercaba sus manos a la bata y la cerraba. Cualquiera de los hombres con los que solía salir, en una situación así se habría abierto la bata, y allí mismo se la hubiese follado salvajemente.

-Ya puedes darte esa ducha. Yo espero aquí, por si necesitas algo más.

-No te molestes. Creo que ya puedo yo sola.

-No es molestia. Ah, coño. Espera.

Lo vio salir corriendo a la cocina y regresar con una bolsa de plástico.

-Es para el yeso. Para que no se te moje. ¿Tienes una cuerdita cinta adhesiva?

-Es esa gaveta de ahí hay cinta, creo.

Con cuidado, le arremangó la manga de la bata, metió el brazo en la bolsa y con la ayuda de la cinta la dejó bien cerrada.

-Ahora sí. Perfecto.

Claudia le iba a dar otra vez las gracias. Pero se cayó. Sólo le sonrió. Esa sonrisa le gustó más a Francisco que mil gracias.

La vio salir del salón hacia el baño. Oyó como entraba y cerraba la puerta. Perno no oyó que echara la llave. ¿Significaría eso que confiaba en él? Eso esperaba. Jamás se le ocurriría entrar en ese baño a no ser que ella lo llamara.

Escuchó el agua correr. Se la imaginó desnuda, con el cuerpo brillante por el agua. Recordó las bellas tetas y se excitó. No pudo remediarlo. Notó como aumentaba la dureza de su miembro.

-Joder, no no.

Se levantó y empezó a dar vueltas por el salón, pensando en otras cosas. Consiguió calmarse.

Claudia se quedó varios minutos bajo el chorro de agua tibia. Le gustaba mucho esa sensación. La relajaba. Y eso necesitaba, relajarse. Salió de la ducha, se secó bien el cuerpo y se quitó la bolsa.

Se miró al espejo. Aún eran evidentes varios moretones en varias partes de su cuerpo. La hinchazón del labio.

-Maldito seas, cabrón - dijo, pensando en José.

Se secó el pelo con una toalla, aunque le quedó húmedo. Después. se puso las bragas limpias. Y aunque lo intentó, le fue imposible ponerse el sujetador. Hizo memoria, pero ninguno de los que tenía se abrochaban por delante, todos por detrás. Y necesitaba las dos manos para eso.

No le pareció adecuado pedirle a Francisco que lo hiciera.

También se dio cuenta de que la camisa del pijama tenía el mismo problema que la otra. Manga corta pero ajustada, así que se puso la bata y se fue a su cuarto a buscar una más holgada.

Se la puso sin muchos problemas. Seguidamente el pantaloncito a juego y regresó al baño a peinarse. No se puso la bata. Le daba calor.

Mientras volvía al salón, sus pechos, libres de sujetador, daban pequeños botes. Aquellos pechos no necesitaban aún un sujetador.

Cuando Francisco la vio aparecer, su excitación pugnó por regresar de golpe. Llevaba un pantalón de pijama celeste, corto, hasta medio muslo. Y una camisa a juego. Y sus pechos...se marcaban bajo la tela.

-Ya estoy, como nueva. La verdad es que lo necesitaba. Me siento mucho mejor.

-Jeje, no hay nada que una buena ducha no pueda arreglar. Veo que te quitaste la bolsa solita.

-Sí - dijo ella, sonriendo.

Claudia se sentó en el sofá que estaba al lado del que estaba sentado Francisco. Estaba en su casa, y como solía hacer, subió los pies y se puso cómoda.

-Y bien, Francisco, mi salvador. No sé nada de ti. ¿A qué te dedicas?

-Soy ingeniero industrial. Trabajo para una multinacional-

-Ah, interesante.

Empezaron a hablar. Cada uno le contó parte de su vida al otro. Ella supo que Francisco era soltero. Que con ninguna de las mujeres que había estado encontró lo que buscaba.

-Yo tampoco he encontrado al hombre de mi vida. Y según has visto, he tenido peor suerte que tú. El último casi me mata. Si no es por ti...

-Olvídate de él. Ya verás cómo encuentras al adecuado.

-No sé.

-¿Cómo que no? Pero...si eres una mujer muy hermosa.

-Quizás ese sea el problema. Sólo atraigo a hombres vacíos, que sólo quieren acostarse conmigo y cuando lo consiguen, me dejan. O los echo yo cuando me doy cuenta de lo vacíos que son.

Francisco iba a decirle que quizás ella no buscaba bien. Que ahí fuera había miles de hombres dispuestos a hacerla feliz. Solo que ella no se fijaba en ellos.

Pero se cayó y cambió de tema.

-¿Qué te apetece cenar, Claudia?

-Pues no sé. Ya me las apañaré.

-¿Crees que voy a permitir que hagas esfuerzos con esa mano? no no no, ni hablar. Ya preparo algo yo.

¿Pero quién era ese hombre? ¿De dónde había salido? Nunca nadie había sido así de amable con ella.

Francisco se levantó y se fue a la cocina de Claudia. Buscó algo que preparar, pero ella tenía poco en donde elegir.

-Mira, mejor voy a mi casa a buscar algo. Tienes la despensa algo... desangelada.

-Es que no como mucho aquí. Pero no te molestes trayendo las cosas aquí. Podríamos cenar en tu casa... si quieres.

¿Si quieres? Pues claro que quería. Francisco estuvo a punto de saltar de alegría. Se acercó a la hermosa mujer, se puso a su izquierda y el levantó el codo.

-Srta. ¿Me acompaña Vd.?

Claudia, divertida, se cogió al ofrecido codo.

-Con gusto, caballero.

Francisco se estremeció al sentir su calor. Salieron de la casa de Claudia, cogiendo antes las llaves y fueron directamente a la cocina de Francisco.

Ella se sentó en una silla y miró con él, con presteza y agilidad empezó a sacar cosas. Lechuga, tomates, una bandeja con bistecs.

En un santiamén preparó una estupenda ensalada, cortó unos ajitos que echó por encima de la carne y la frio. Puso la mesa, sirvió la comida y se sentó junto a la chica.

-Vaya, estás hecho todo un cocinillas.

-Jeje, sí. Cuando se vive solo o te espabilas o estás avocado a comer congelados o pedir la comida fuera. Aunque de vez en cuando pido algo fuera, claro, como hoy.

Claudia miró su plato. Vio el apetitoso bistec, que olía maravillosamente. Después miró a Francisco. Y con los ojos, le hizo una seña.

-Ops, perdona, Claudia, no me di cuenta - dijo él mientras le cortaba la carne en pedazos.

-No pasa nada. Gra... jo

-¿Grajo?

-Es que iba a decir gracias - dijo ella, poniendo una graciosa mueca.

-Jajajajaja.

-Jajajajaja.

La risa hizo que sus pechos saltaran. Libres de sujetador se movían, subían, bajaban. Francisco era un hombre. Ella una bella mujer. Por mucho que lo intentó, la naturaleza manda y sus ojos se posaron en aquellos danzarines senos.

Claudia se dio cuenta de que él la miraba. Pero no dijo nada. Estaba acostumbrada a que los hombres la miraran. Se sabía una mujer atractiva y lo explotaba. Le gustaba que la mirasen, pero en esos momentos no. Aún tenía el miedo en el cuerpo.

De todas maneras, Francisco la miraba diferente. No la miraba como los demás, desnudándola con la mirada. No le hacía muecas. No le guiñaba un ojo. No se acercaba a ella con una abierta sonrisa y se ponía a hablar de cualquier cosa, pegándose a su cuerpo, mirándole las tetas de una manera descarada. No le pasaba distraídamente la mano por los brazos.

Él la miraba tímidamente, intentando evitar que ella se diese cuenta. Sólo lo conocía de ese día, pero esa mirada no le molestaba.

Terminaron de cenar.

-Uf, Francisco. La cena ha sido estupenda. Qué raro que ninguna mujer te haya pillado.

-Jeje, es que soy muy exigente.

-¿Sí?

-Nah. Es que no encontré a mi media naranja.

-Bueno, me voy a casa. Estoy cansada.

-Te acompaño.

Marcharon juntos. Fue él el que le cogió las llaves de ella y le abrió la puerta. Ella entró, se giró y le miró.

-Francisco, esto...ya sabes.

-Para mí es un placer, Claudia, de verdad.

-Pues eso. Esa palabra.

-Hasta mañana. Que descanses.

-Y tú. Hasta mañana.

Francisco se dio la vuelta para volver a su casa, pero se paró en seco. Ella ya estaba cerrando la puerta.

-Oye, Claudia. ¿Te gustan los churros?

-Sí, claro, pero no como muchos. Engordan.

-Bah!. No creo que unos churritos vaya a arruinar tu precioso cuerpo - dijo sin pensar - .¿Te apetecen mañana para desayunar?

Claudia le miró. Estaba allí, de pie, sonriendo. Ofreciéndose para desayunar con ella. Había almorzado con él. Había cenado con él. Y ahora, le pedía desayunar.

Hablar con él era agradable. No se sentía acosada. No tenía que estar parándole los pies.

-Vale - dijo, con una sonrisa

-Perfecto. ¿A las siete?

-¿Las sieteeeee?

-Jajaja. Mujer, que es broma. Sobre las nueve.

-Sip, mejor sobre las nueve. Hasta mañana.

Cerró la puerta. Aún era temprano como para irse a la cama, pero estaba cansada, así que se fue al salón a ver un rato la tele. Se acurrucó lo más cómodamente que pudo y buscó algo que ver.

Al poco tiempo, se quedó dormida.

En la casa de al lado, Francisco también veía la tele, pero no la miraba. No se podía sacar de la cabeza a Claudia. A pesar de lo mal que había empezado el día, al final había sido maravilloso. Había estado con ella, hablado con ella. Y su cuerpo. Había visto parte de su cuerpo. Sus pechos. Recordó como se movía bajo la fina tela del pijama. Recordó como se adivinaban sus pezones.

Se excitó. Y ahora, solo, no tenía que esconderse. Ahora siguió pensando en ella. Dejó que la excitación subiera al máximo. Se empezó a acariciar su duro miembro, y con los ojos cerrados, se masturbó lentamente, imaginando que estaba junto a ella. Su orgasmo fue intenso. Su barriga, su mano, quedaron llenase de su caliente semen.

Una vez pasado el placer, se sintió mal. Esa era su vida. Desear sin nunca alcanzar. Y a ella, a Claudia, jamás la tendría. Cuando estuviese curada, la perdería.

¿La perdería? ¿Cómo podía pensar eso? Si no la tenía.

Pero, a la mañana siguiente desayunaría con ella. Y eso le era suficiente.

+++++

A las nueve de la mañana, en punto, estaba tocando a la puerta de la casa de Claudia, sosteniendo en una mano una rueda de churros y en la otra dos vasos de chocolate.

Al minuto, tocó otra vez.

-¿Quién es? - contestó la voz de Claudia.

-Buenos días. El desayuno.

La puerta se abrió. Y ella apareció. Con la cara adormilada, marcas en la cara como de tela, despeinada. Preciosa.

-¿Estabas durmiendo?

-Ummm, sí. Me quedé dormida en el sofá

-Ops, lo siento.

-¿Qué hora es?

-Las nueve. - dijo, levantó las manos y le enseñó lo que traía.

-Churros. ¡ Qué rico !. Pasa

Francisco entró en la casa y se dirigió a la cocina. Atusándose el cabello para adecentase un poco, Claudia lo siguió.

-¿Los quieres con chocolate o con café con leche?

-Los churros, siempre con chocolate.

-Eso pienso yo.

Como si estuviera en su casa, Francisco sacó un plato, cortó los churros, los puso en la mesa. Ella, sentada y bostezando, le miraba trabajar.

-Eres un sol, ¿Sabes?

Él se estremeció.

-Oh, gracias, Claudia. Sólo soy un buen vecino.

-Ningún otro vecino ha venido. Ningún otro se ha interesado por lo que me pasaba.

"Ningún otro vecino te quiere como yo" , pensó Francisco.

Ella iba igual que el día anterior, con ese pijama, ahora arrugado, que dejaba adivinar lo que se mecía debajo. Las furtivas miradas continuaron.

Se comieron los churros con gula. Hablando de cosas intrascendentes.

-¿Qué haces hoy, Francisco?

-Bueno, los domingos suelo hacer el vago.

-Y yo.

Claudia no quería estar sola. Necesitaba compañía. No la compañía a la que estaba acostumbrada. No deseaba uno de aquellos hombres con los que salía, que se pasaban el día metiéndole mano, persiguiéndola hasta conseguirla, para luego follársela salvajemente. No es que no le gustara, pero no estaba de humor para eso.

Sólo quería hablar, sin preocuparse de nada más. Y con Francisco podría hacerlo. Sintió que era un hombre en el que podía confiar.

-Francisco...¿Te apetece salir a dar una vuelta? No quiero estar encerrada en casa hoy. Si quieres, vamos al campo, a coger aire. Ah, y luego te invito a comer. Es lo mínimo que puedo hacer, después de lo que tú has hecho por mí.

La cara del hombre se iluminó como si le hubiese tocado la lotería. Tenía ganas de saltar, de gritar a los cuatro vientos lo feliz que era. Pero se contuvo.

-No tienes que hacerlo, Claudia. Ya te dije que para mí no es molestia echarte una mano.

-Para mí tampoco es una molestia. Me apetece salir a dar una vuelta. Y si es contigo, mejor.

Ella le sonrió con dulzura. Y ante esa sonrisa Francisco no pudo más que decir que sí.

-Perfecto, pues. ¿Quedamos sobre las 10? - preguntó Claudia.

-A las 10.

-Tenemos una cita, caballero.

-Sí, bella dama.

Y otra vez, Francisco volvió a su casa flotando. Se duchó, buscó que ropa ponerse. No sabía si ir formal o informal. Se decidió por lo segundo. Iban al campo. Se perfumó ligeramente y se sentó a esperar que se hiciese la hora.

Se le hizo eterna la espera.

Mientras, Claudia también se dio una buena ducha y también buscó la ropa adecuada. Dado que sólo tenía una mano operativa, decidió ponerse una falda, sin botones. La camisa o blusa tenía que ser de mangas amplias para poder meter el yeso. Buscó en su armario una que cumpliese esa característica y que además hiciese juego con la falda. Ya se sabe que las mujeres son muy quisquillosas con esas cosas.

Encontró una. Se la puso para ver si podía. No le costó meter el brazo herido. El otro le costó un poco más. Tuvo que estirarlo hacia atrás para poder meter el brazo. Con los botones se las arregló medianamente bien. Alguno le dio problemas, pero al final se los abrochó todos.

Se miró al espejo. Le quedaba muy bien, pero... Sus tetas le bailaban mucho. Y no quería que la mirasen. Si él, Francisco lo hacía, no le molestaba, pero sabía que si iba así, los moscones no le quitarían los ojos de encima. Y más de uno se atrevería a acercarse.

Se quitó la camisa e intentó otra vez ponerse un sujetador. Pero no pudo. Si agarraba una de las cintas la otra se le escapaba.

¿Qué hacer?

Sólo había una cosa que hacer. Pedir ayuda. Pedirle ayuda a él. Era de fiar. Era un buen tipo.

Se dejó el sujetador colocado, sólo a falta de ser abrochado. Se pudo la bata, cogió las llaves y fue a casa de Francisco. Tocó el timbre.

Al oírlo, Francisco dio un respingo. ¿Quién sería a esas horas? Esperaba que no fuera alguno de sus amigos. Tenía planes, y pensaba romperlos por nadie, así se estuviera el mundo viniendo abajo.

¿Y si era ella? Esa idea hizo que se levantara como un rayo y saliese disparado hacia la puerta. La abrió de golpe. Y al verla, con la bata puesta, le dio un bajón. Eso significaba que ella no iba a salir. Que se habría arrepentido.

-Tengo un problemilla, Francisco.

-¿Problemilla?

-Verás...es que...no puedo...abrocharme el sujetador sola. ¿Me ayudas?

Si le pinchan en ese momento, Francisco no sangra. Se quedó parado, congelado.

-¿Me ayudas o no? - preguntó la chica, al verlo quieto.

-Oh, claro, claro. Pero pasa, no lo hagamos aquí en la puerta.

Ella entró y se puso de espaldas a Francisco. Dejó caer la bata hasta descubrir su espalda. Él la admiró. Era una espalda perfecta. Vio las dos cintas del sujetador, se acercó, las cogió y las abrochó.

Todo el cuerpo de Francisco se estremeció cuando sus dedos rozaron la suave piel de la mujer. Desprendía calor. Él mismo le subió la bata, para cubrirla. Si se quedaba más tiempo mirándola, se excitaría más de lo que ya estaba.

-Listo.

-Muchas gracias. No tardo nada. Chao.

Le abrió la puerta y ella se marchó a su casa. Francisco, con una evidente erección, se sentó a seguir esperando.

Claudia sonrió. Cualquiera de sus 'novios', ante una petición así, lo que habría hecho sería quitarle el sujetador, agarrarle las tetas y restregarse contra su cuerpo. Después le quitaría la bata y se la follaría sobre el sofá, en el suelo, en la cama, donde fuera. Y ella lo gozaría, cada instante.

Francisco, sin embargo, lo había hecho y después él mismo le subió de nuevo la bata. Ella no quería que se la follaran salvajemente en ese momento. Lo que quería era lo que Francisco le había dado. Respeto. Amistad.

Se puso la camisa, se maquilló ligeramente como pudo y se puso un poquito de perfume. Miró el resultado y quedó satisfecha .Volvió a casa de Francisco y tocó el timbre.

Los ojos de su vecino s abrieron como platos.

-¿Qué? ¿No voy bien?

-Claudia, estás preciosa.

-Gracias. Ops, ya se me escapó. - dijo, sonriendo

Si Francisco fuese otra clase de hombre, más decidido, más seguro de sí mismo, se abría acercado a aquella beldad, la habría rodeado con sus brazos y la hubiese besado en aquella tentadora boca que ahora le sonreía, mostrando sus perfectos dientes blancos. Por supuesto, no lo hizo. Sólo la miró.

-¿Estás listo?

-Sí.

-Pues vamos de paseo.

Ahora fue ella la que puso su brazo izquierdo doblado para que él se lo cogiera.

-¿A dónde me vas a llevar? - Preguntó risueña mientras bajaban hacia el garaje.

-Pues...no sé Hay un sitio muy bonito, con un pequeño lago en donde las familias van los domingos de barbacoa, pero no hay mucha gente.

-No lo conozco.

Le abrió la puerta del ascensor, y después la del coche. Claudio no estaba acostumbrada así, como a una dama. Los demás hombres sólo se comportaban así unos minutos. En cuando ella les daba pie, enseguida cambiaban y salía a la luz el ave de presa que llevaban dentro. No les culpaba, ella los buscaba. Ella se dejaba cazar.

Al ser de fuera conocía muy poco de la ciudad, y menos de los alrededores. Le pareció un sitio hermoso. Miraba por la ventana, hablando tranquilamente, despreocupada, relajada.

Y riendo mucho. Francisco tenía muchas ocurrencias que la hacían reír.

Tardaron como dos hora en llegar al sitio. Un pequeño bosque, con un laguito en medio. Ya había varias familias empezando a preparar las barbacoas, niños correteando. Caminaron despacito, juntos, por la orilla, hasta la parte con menos gente.

-Es un sitio precioso, Francisco.

-Sí. Solía venir antes, de joven, con la familia a pasar el día.

Se sentaron al sol y disfrutaron. Apenas se oían los gritos de los chiquillos jugando en la orilla opuesta. Ninguno hablaba. Sólo miraban el paisaje. Las nubes, los árboles, el agua. Francisco, además, la miraba a ella, que de vez en cuando giraba la cabeza y le sonreía.

Casi una hora se la pasaron allí. Claudia lo necesitaba. Después se levantaron y volvieron despacito a la parte con gente. Ya olía a carne, a pinchitos. Familias abriendo tuperwares con ensaladilla, ensaladas. Francisco y Claudia miraban aquella sana felicidad.

-¿Se lo pasan bien, no? -dijo ella.

-Sí.

-Echo de menos a los míos. Pero allí me asfixiaba. Tenía que salir, que irme.

-Siempre puedes volver... aunque se de visita - añadió.

-Sí, eso sí. Oye, Francisco.

-Dime

-¿Sabes que me está apeteciendo comer al ver toda esta carne? Un buen chuletón. Hace mucho que no me como un buen pedazo de carne. Y qué coño. Un día es un día.

-Pues has tenido suerte. Conozco el sitio perfecto. No está lejos. Queda de regreso a casa.

-Ummmm, se me hace la boca agua. Pero recuerda, invito yo, y no voy aceptar lo contrario.

-¿Fifty-Fifty?

-Ni fisty-fisty ni nada.

-Vaaaale.

Cogieron el coche y Francisco condujo hasta un restaurante que conocía. Un asador bastante famoso a las afueras de un pueblito. Estaba prácticamente lleno, pero consiguieron mesa para dos.

-Es un sitio muy acogedor.

-Sí. Y su carne es famosa.

-Ummmm, pues pidamos ya.

Una ensalada, patatas al horno con alioli y dos hermosos chuletones de buey que se salían del plato.

-Wow, que exageración. No puedo comerme todo esto - dijo Claudia mirando su plato.

-¿No decías que tenías hambre?

-Sí, pero...uf.

-Como despacito y ya veremos.

Le cortó la mitad del chuletón en pedacitos para que se los pudiera comer.

Claudia se dio cuenta de que el camarero se la comía con los ojos. Nada más entrar también se dio cuenta de como la miraba la mayoría de los hombres, especialmente los de una mesa. Todos jóvenes, sobre los 25 o 30 años. Algunos muy guapos. El tipo de hombre que a ella le gustaba. El tipo de hombre para el que se ofrecía como presa.

Uno de ellos, especialmente, la miró con descaro. Llegó a mandarle un beso con los labios.

En otras circunstancias, Claudia hubiese coqueteado. Tuviese o no tuviese pareja. Sus 'novios' nunca eran nada serio. Hubiese coqueteado, jugado con miradas. Alguna vez había terminado siendo follada en el baño mientras su pareja 'oficial' esperaba en la mesa.

Aquel chico, además de descarado, era guapo. Se le adivinada un buen cuerpo, fibroso y musculado. Lo habría mirado. Le hubiese lanzado miraditas, sonrisitas. Y esa tarde hubiese acabado en la cama con él. Pasarían tres días follando como locos, hasta que se cansase de él y lo despidiera.

Esa tarde, no volvió a mirarlo. Ni a ese ni a ningún otro. Estaba con Francisco. Estaba a gusto. No quería nada más.

Francisco sí los miró. El grupito miraba a Claudia. Hablaban entre sí. Se reían. Le miraban a él.

Imaginaba lo que se decían. Seguro que se preguntarían que hacía una mujer como Claudia con un hombre como él, tan poquita cosa.

La miró a ella, que se había comido ya casi la mitad del chuletón.

-Uf, uf, está de muerte, pero no puedo más

-Ya queda menos, mujer.

-Uf

Sí, aquella mujer, aquella hermosa mujer estaba con él. Había salido con él. También se dio cuenta cuando entraron en como la miraban. Eso le hizo sentirse orgulloso. Porque iba con él.

Sin embargo, las atentas miradas de aquel grupito no le gustaron. Sus risitas. Vio como uno de ellos le dio un codazo a otro, al que la miraba con más insistencia. Vio como el muchacho se levantaba y se dirigía hacia ellos, con los ojos fijos en la hermosa rubia. Claudia no lo vio llegar hasta que él estuvo al lado de la mesa.

Y tan descaradamente como la había mirado, se apoyó con las dos manos sobre la mesa, mirándola.

-Hola guapa.

-Hola - respondió ella, seca.

-Mis amigos y yo nos preguntábamos si te apetecería venir después con nosotros a dar una vuelta.

-No, gracias.

-Venga mujer. Lo pasaremos....muy bien.

Aquel chico hablaba con ella, ignorando completamente a Francisco. Eso fue lo que más lo enervó.

-Te he dicho que no. Estoy acompañada.

El joven miró entonces a Francisco.

-Deja al abuelo en casa, no se vaya a acatarrar - dijo

Si Francisco hubiese sido una cafetera, en ese momento le hubiese salido vapor a presión por la nariz. Tomó aire, agarró una de las muñecas del joven y apretó. Con fuerza, con firmeza.

-La Srta. te ha dicho que no, así que ahora mismo te das la vuelta y vuelves con tus amigotes. ¿Estamos?

El chico, sorprendido por la reacción de Francisco, intentó zafarse de la garra que lo asía por la muñeca. Se consideraba un hombre fuerte, pero aquel 'abuelo' lo sujetaba con mucha fuerza. La mano se le empezó a poner blanca.

-¿Estamos? - repitió Francisco, sin soltarlo.

-Estamos - dijo el chico.

Le soltó la mano. El chico, se dio la vuelta sin decir ni mu. Francisco vio como se sentaba en su mesa y los demás se reían de él.

Levantó la vista y se topó con la mirada de Claudia. Ella sonreía

-No soporto a esos moscones - dijo Francisco.

-Gracias.

-No hay de qué.

Siguieron comiendo, como si nada. Los chicos dejaron de mirar hacia su mesa.

-No puedo más, de verdad.

-Pero si sólo te queda un pedacito.

-Si como más exploto.

-Jajaja. ¿Tienes hueco para el postre? Hacen una mousse de chocolate de primera.

-¿Mousse de chocolate?

Los ojillos de Claudia brillaron. Mousse de chocolate. Su perdición.

-Sí. Cremoso... sabroso....

-Lleno de calorías.

-Jajajaja. Sip. ¿Pero no decías que un día era un día?

-Coño, coño...Venga. Sí. Un día es un día

Cuando raspaba le copa, buscando hasta el último resquicio de chocolate, Claudia no recordaba haber probado nunca un mousse tan rico como aquel. Estuvo a punto de pedir una nueva copa, pero estaba llena.

-No me cabe nada más. Pero qué bien he comido.

Los bellos labios de Claudia estaban manchados de chocolate. Francisco se imaginó que acercaba su boca y se los lamía hasta dejarlos limpios. Imaginó que acercaba sus dedos y los pasaba por sus sensuales labios.

Lo que hizo fue coger una servilleta limpia y, mirándola a los ojos, limpiarle los labios.

-Tenías chocolate.

Ella sólo sonrió.

Regresaron a casa, despacito.

-Hacía años que no comía también, Francisco. Ha sido un día maravilloso.

-Yo también lo he pasado muy bien.

Él puso música suave. Al poco, ella dormía. Francisco aprovechó para poder mirarla en las rectas. Era una diosa. Su diosa. Pero él era un simple mortal, resignado sólo a adorarla.

La falda se le había subido hasta medio muslo. La piel parecía tersa. Los muslos, torneados.

¿Y si la tocaba? ¿Si ponía su mano sobre aquellos muslos? ¿Y si incluso la subía lentamente, adentrándose entre sus piernas? Quizás ella se lo permitiría.

Recordó todas la veces que la había oídos con sus amantes. Las cosas que ellos le decían. Las cosas que ellas les decía "Fóllame como a una perra".

¿Y si lo hacía? ¿Y si metía el coche por un camino vecinal y le arrancaba las bragas? Si le hacía lo que ella pedía, follársela como a una perra, duro, fuerte, insultándola.

Estaba excitado. Muy excitado. Le dolía su sexo encerrado en el pantalón. Sólo tenía que hacerlo, atreverse. Meter su mano por debajo de la falda...llegar hasta su...coño, acariciarlo. Besarla con fuerza, diciéndole lo buena que estaba, que la deseaba desde que la vio. Que se la iba a follar como ella le gustaba, con dureza. Que sería su perra, su...zorra.

Respiró hondo. Ese no era él. No podría hacerlo así. No le saldría, y menos con ella. Cuando la miraba sólo deseaba amarla, adorarla, besarla con dulzura.

Siguió conduciendo hasta llegar a su casa.

-Sh, sh...Claudia, despierta. Ya hemos llegado.

-Ummmm Oh... me he dormido...perdona.

-No pasa nada, mujer.

La ayudó a salir y subieron a su piso. La acompaño hasta la puerta de ella. Claudia se sacó las llaves de su bolso y abrió la puerta.

Se miraron. Francisco deseando una invitación que no llegó.

-Lo he pasado muy bien, Francisco. Uf, tendré que hacer dieta un mes.

-Jajaja, exageras.

-Bueno....pues...hasta luego.

-Hasta luego, Claudia.

Francisco se dio la vuelta y se dirigió a su casa. Anhelando que ella le dijese algo. Sólo oyó la puerta cerrarse.

Entró en su casa y cerró la puerta. Había sido un día perfecto. Acompañado de la mujer amada, de su hermoso ángel. Pero ahora, ella se había ido, dejándole solo. Tan sólo como estaba antes. Pero con recuerdos que nunca olvidaría.

Llamaron a la puerta. Un toque con los nudillos, suaves. El corazón se le aceleró. Abrió la puerta, tratando de parecer calmado.

Era ella.

-¿Quedamos para la cena? - preguntó, con una de aquellas sonrisas que iluminaban el universo.

-Claro, por supuesto - respondió Francisco sintiendo como se levantaba del suelo y empezaba a flotar - ¿Qué te apetece?

-Cualquier cosa ligerita. Un sándwich de jamón y queso, por ejemplo.

-¿En tu casa o en la mía?

-Pues...me da lo mismo. Como tú quieras.

-En tu casa estarás más cómoda.

-Pues vale. Te espero las nueve.

-A las nueve.

Si en un diccionario hubiese una foto para la definición de felicidad sería una foto de la cara de Francisco cuando cerró la puerta.

Claudia volvió a su casa. Había dudado en si pedírselo o no. Pero la idea de pasar el resto del día sola la asustó. Seguía necesitando compañía. La compañía de él. Con él se sentía tan bien. Segura, cuidada, mimada. Recordó como había tratado al descarado muchacho en el restaurante.

Y todo, sin pedir nada a cambio

Francisco fue corriendo a su cocina para ver si tenía todo lo necesario. Le faltaba queso, así que baja a la tienda 24 horas que había cerca y compró. También compró una botella de vino. Durante el almuerzo ella sólo había tomado agua, y él una cerveza.

Y a las nueve en punto, re peinadito, con la botella de vino en una mano y un plato con sándwiches en la otra, se plantó delante de la puerta de su amada. Tocó con el codo a la puerta.

-Buenas noches, Francisco, pasa.

-Buenas noches, Claudia. Espero que te guste el vino.

-¿Me quieres emborrachar?

-Oh no no, claro que no.

-Jajaja, que es broma tonto. Y sí, me gusta el vino.

Francisco se dirigió a la cocina, pero ella lo detuvo.

-Prefiero cenar hoy en el salón. Así me pongo cómoda en el sofá. Tengo unas mesitas auxiliares.

-Oh, bien.

Le dijo en donde estaban y él las abrió y las colocó delante de cada uno de los sofás. En una puso el plato y en otra, la botella de vino.

-¿Vaso o copa? - preguntó él.

-Copa, por supuesto. Están ahí detrás, en ese mueble.

Francisco trajo dos copas, quitó el tapón que previamente había sacado con un sacacorchos y sirvió el vino. Claudia cogió su copa y un sándwich. Le dio un mordisco.

-Ummmm, está muy bueno...

-Es sólo pan de molde, jamón y queso.

-Será que le has echado algo más. Algún polvito raro. Jajajaja

-Jajajaja

Se comieron cada uno dos sándwiches, echando buena cuenta del vino.  Claudia se sirvió otra copa cuando se terminó la primera. No pararon de hablar.

Francisco, con disimulo, no dejó de mirar sus pechos, otra vez libres de sujetador, encerrados sólo tras un fino y holgado pijama.

-Bueno, Claudia. Ya mañana tienes que ir a trabajar. Espero que te las puedas apañar bien.

-Me deben unos días. Voy a cogerme la semana libre.

-Ah, perfecto, perfecto. Así podrás reposar y el hueso se soldará mejor. ¿Te duele?

-Ya mucho menos, la verdad.

-Recuerda que la primera semana no puedes hacer nada con esa mano, ni mover los dedos.

-Lo sé, lo sé, mami.

-Lo siento por ser tan pesado.

-No seas tonto. No eres pesado. Es muy agradable tener a alguien que se preocupe por una.

Él sonrió. Ella, también.

-Voy a lavar las copas. Enseguida vuelvo - dijo Francisco.

A los dos minutos regresó con las copas limpias y secas. Las guardó en su sitio.

-La mujer que te pille será una mujer afortunada, Francisco.

"Píllame tú, y yo seré el afortunado", pensó el hombre.

-A estas alturas no sé yo si estoy para que me pillen.

-Nunca es tarde. El amor puede surgir tras cualquier esquina

"El amor surgió aquella tarde que te subiste al ascensor".

-El tiempo lo dirá. Bueno, te dejo descansar. Yo salgo del trabajo a las tres. Si quieres puedo venir para ayudarte con la comida. Al menos esta primera semana que estás más impedida con esa mano.

-Ya has hecho por mí más de lo que merezco. No quiero molestarte más.

-No es molestia, Claudia, de verdad. Tengo comida de sobra congelada. Saco para dos y comemos juntos.

-Bueno, está bien, Francisco. Gra...jo.

-Jajajaja.

-Jajajaja.

-Hasta mañana, entonces.

No quería estar sola. Necesitaba compañía.

-Oye, Francisco. Iba a ver un rato la tele, buscar alguna película. Quédate un rato y la vemos juntos... Bueno, si te apetece.

-Me apetece mucho.

Cada uno en un sofá se dispuso a ver la tele. Claudia buscó algo que ver y encontró una película romántica.

-¿Vemos esta?

-Por mí, perfecto.

-Me encantan ese tipo de películas.

-Y a mí - mintió Francisco, al que en ese momento le daba igual la película.

-¿Podrías apagar la luz y encender la del pasillo?

-Claro

El salón quedó iluminado sólo por la luz de la televisión y la del pasillo. Claudia se acurrucó en su sofá, acostándose y apoyando su rubia cabeza en uno de los apoyabrazos. Francisco se quedó sentado.

La película no era mala, pero ya la había visto, así que lo que miró fue a la chica, que estaba absorta en la pantalla. Su cara, iluminada por las cambiantes luces de la televisión era algo que Francisco no se cansaba de mirar.

También miraba su cuerpo. Esbelto, atractivo bajo aquel corto pijama. Sus pechos ahora estaban un poco separados, cada uno hacia su lado del cuerpo. El brazo herido reposaba sobre su barriga.

A la media hora de haber empezado la película, los ojos de Claudia se empezaron a cerrar. Los abría, intentando permanecer despierta, pero se volvían a cerrar lentamente. Otra vez se abrían. Hasta que se cerraron y ya no se abrieron.

Pudo entonces Francisco mirarla a placer sin temor a ser sorprendido haciéndolo. La cabeza ligeramente ladeada. Los labios entreabiertos. Los pechos subiendo y bajando al ritmo de su suave respiración.

Tan hermosa. Tan cerca y, sin embargo, tan inalcanzable. Se quedó mirándola más de media hora. Sintió deseos de acercarse y acariciar suavemente su cabello, atusárselo. De pasar sus dedos por sus mejillas, recorrer con sus yemas sus labios. Seguir bajando, hasta llegar a sus senos. Abarcarlos, sentirlos. Acercar sus labios a los suyos, besarla y decirle: Claudia, te amo.

Ella abriría sus ojos, su boca. Buscaría su lengua. Le diría que ella también lo amaba. Y le pediría que le hiciese el amor. Allí mismo, en el sofá, se amarían toda la noche. Y ya no se separarían jamás.

Francisco sonrió. Qué fácil es dejar volar la imaginación. Qué sencillo es todo en la mente y cuán difícil es que todo se haga realidad.

Se hacía tarde. Tenía que irse a dormir, pues se levantaba temprano. Se fijó en el sofá, en la tela. Y recordó que esa mañana la cara de Claudia tenía grabado ese dibujo y que ella le había dicho que se había quedado dormida en el sofá.

Pensó en dejarla allí, ya que estaba dormida, pero en su cama descansaría mejor. Se levantó y se acercó a la chica.

¿La despertaba? Podría con ella, seguro. Como estaba con el lado izquierdo hacia afuera del sofá la podría coger sin tener que tocarle el brazo derecho. Se agachó. Metió un brazo por su espalda. El otro bajo sus rodillas. Y la levantó, con cuidado, para que el yeso siguiera descansando sobre su barriguita.

-Ummmm - gimió Claudia, en sueños.

-Shhhh, tranquila, te voy a llevar a tu cama.

Instintivamente, Claudia apoyó su cabeza en el pecho de Francisco y le pasó el brazo izquierdo sobre los hombros. Cuando él la sintió segura, empezó a caminar hacia el dormitorio. Encendió la luz a tientas y la tumbó sobre la cama, siempre con sumo cuidado. Ella se despertó ligeramente, abriendo apenas los ojos, aunque seguía más dormida que despierta.

La tapó con la sábana y antes de irse no pudo reprimirse. Alargó una mano y se la pasó por su lindo y suave cabello.

-Hasta mañana, Claudia.

-Hasta mañana

Cerró los ojos y se durmió otra vez.

Desde la puerta, antes de apagar la luz, la miró por última vez. Apagó el resto de las luces y se marchó.

+++++

A las siete de la mañana sonó el despertador de Francisco. Siguió su rutina diaria, preparándose para ir a trabajar. Cuando salió por la puerta, sobre las siete y media, miró hacia la casa de Claudia.

Deseaba volver a verla, pero la chica dormiría. ¿Qué haría toda la mañana sola? ¿Se las arreglaría bien? No iba a estar tranquilo. Volvió a entrar en su casa, buscó un papel y le escribió una nota a Claudia. Le decía que podía llamarlo si necesitaba cualquier cosa y le dejaba el nº de su móvil. Se lo metió por debajo de la puerta y se marchó a trabajar.

Sobre las diez de la mañana, Claudia abrió los ojos. Se sintió un poco desconcertada. No recordaba haberse acostado. Se acordaba de haberse puesto a ver la tele con Francisco, y después nada.

Como flashes, recordó cosas sueltas. Alguien la cogía en brazos. Alguien la acostaba en su cama. Y alguien que le acariciaba el cabello como hacía su madre cuando era niña. Tuvo que ser Francisco, que al verla dormida en el sofá la llevó a su cama, la arropó y se fue.

Sonrió. Qué extraño hombre. Pero qué bien se sentía a su lado. Se sentía segura, cuidada. Era un sol de hombre. El primero que conocía así.

Llamó a su trabajo, les contó lo del brazo, sin dar explicaciones, y les dijo que se cogería esa semana libre. No hubo problemas. Fue a la cocina y pudo prepararse un café. Se lo tomó y fue al salón.

-¿Y ahora qué hago?

Tenía gran parte de la mañana por delante. Sin poder hacer esfuerzos con la mano derecha. Puso la tele pero no había nada. Sólo marujeo. Así que se pudo a limpiar y a recoger. La casa estaba bastante bien, así que con una mano, aunque fuera la izquierda, le bastó para pasar el plumero, barrer un poco y estirar las sábanas de su cama. Volvió al salón y entonces vio el papel junto a la puerta. Lo cogió.

Y volvió a sonreír. Él seguía cuidando de ella. Eran ya cerca de las 12. Decidió llamarlo.

-¿Sí? Dígame. - respondió Francisco.

-Buenos días, soy Claudia.

-Hola, Claudia. ¿Estás bien? - dijo, en tono de alarma.

-Sí, sí, no te preocupes. Todo bien. Sólo te llamaba para eso, para decirte que estoy bien y que no te preocupes.

-Ah, vale, vale.

-Pues nada. Hasta después. Un beso.

-Hasta después.

¿Un beso? ¿Le había mandado un beso? A Francisco se le quedó una cara de bobalicón un buen rato.

En cuando terminó su jornada laboral salió pitando. Generalmente se quedaba luego con algunos compañeros charlando y tomándose una cervecita, pero ese día tenía una cita.

Llegó a su casa, preparó la comida, la mesa, y cuando todo estuvo listo, tocó a la puerta de Claudia. Ella abrió rápido. Le esperaba. Iba aún con el mismo pijama que el día anterior. Y de una manera natural, se acercó a Francisco, se pegó a él y le dio un beso en la mejilla.

-Hola Francisco. ¿Qué tal?

-Muy bien, Claudia. ¿Y tú?

-Muertita de hambre.

-Pues vamos, ya lo tengo todo preparado.

Ella pasó delante. Francisco se llevó la mano a la cara y se acarició el lugar en donde había recibido el beso. Qué labios más suaves y calientes. Y había notado contra su pecho como se aplastaban sus bellos senos. Miró como el redondo y tentador culito de la chica se meneaba sensualmente, sostenido por las dos bellas columnas que eran sus piernas. Sintió cómo la excitación se adueñaba de su cuerpo.

-¿A la cocina?

-Sí, yo también suelo comer en la cocina. Pero si quieres, vamos al comedor.

-No, en la cocina ya me parece bien.

La mesa estaba perfectamente puesta, con sus platos, los cubiertos en su sitio, servilletas, los vasos, el vino que sobró de la cena. Todo era perfecto. Ningún hombre había nunca preparado algo así para ella. Los demás sólo la querían para una cosa.

Se sentaron a comer. Hablaron, rieron. Y la risa de Claudia sólo hacía que Francisco se excitara más. Sus pechos se movían libres. Una tentación a menos de un metro de él.

Claudia se quedó toda la tarde con él. Miraron la tele. Sobre las siete, Francisco le dijo a Claudia que tenía que salir a hacer la compra. Que ella podía quedarse allí si quería.

-Ummm, llevo todo el día encerrada. ¿Te puedo acompañar?

-Pues claro.

-Vale. Voy a vestirme. ¿O voy así?

-Jeje, mejor te vistes.

-Jajajaja. Sí. Necesitaré tu ayuda para... ya sabes.

-Sí.

Fueron a casa de Claudia. Él esperó en el salón mientras ella iba a su cuarto a buscar la ropa. Y cuando la vio aparecer, no se creía lo que estaba viendo. No se había puesto la bata. Sólo llevaba unas pequeñas bragas y se sujetaba el abierto sujetador con la mano izquierda sobre los pechos. Se acercó a él, que se quedó sentado, petrificado, se dio la vuelta y esperó.

Ante los ojos de Francisco el culito más bonito que había visto en su vida. Redondo, con el volumen justo. Y encima, resaltado por unas bragas tipo culotte que dejaban media nalga al descubierto. Francisco no podía quitar los ojos de aquella maravilla. Claudia esperaba a que él le abrochase el sujetador. Pero el hombre no se movía.

-¿Me abrochas?

-Oh, claro... claro

Francisco se levantó, con una fuerte erección, y con temblorosos dedos le abrochó el sujetador. Miró la fina nuca, la espalda, la delgada cintura, y, más abajo, el culito.

-Ya está.

-Thankyou.

Claudia salió otra vez hacia su cuarto, a terminar de vestirse. Los ojos de Francisco clavados en su cuerpo.

Ella se había puesto las bragas y colocado el sujetador. La bata estaba en el baño, y pensó en ir a ponérsela. Pero se dijo que no hacía falta. Francisco era un caballero. Los tres días que hacía que lo conocía bastaban para que confiera en él.

Su puso un pantalón holgado, una blusa adecuada y los dos fueron al súper del centro comercial.

Francisco tiraba del carro. Ella lo seguía y metía las cosas que él le decía. Ella parecía contenta, feliz. Francisco, inmensamente feliz, sólo por tenerla a su lado.

-¿Para la cena, Claudia? ¿Qué te apetece?

-Pues... no sé Cualquier cosa.

-Una buena tortilla de patata, con 'de todo'

-¿'De todo'?

-Sí. Chorizo, cebolla, pimiento verde, guisantes....

-Tortilla paisana

-Exacto

-Hace mogollón que no como tortilla paisana.

-Jeje, pues decidido.

Cenaron juntos, vieron la tele juntos y sobre las once Francisco la acompaño a su casa. Tras abrir la puerta, Claudia le dio otro beso en la mejilla.

-Hasta mañana.

-Hasta mañana, Claudia.

Más tarde, acostado en su cama, recordando el bello cuerpo de su amada, Francisco se masturbó. Ella estaba a su lado, se besaban, se acariciaban. Hacían el amor.

+++++

El resto de la semana transcurrió igual. Comían juntos, cenaban juntos, veían la tele juntos. A veces en casa de ella y otras en casa de él. Salían a pasear, para que ella se despejara de estar todo el día en casa.

El viernes por la noche la invitó a ir al cine y a cenar. Aceptó encantada. Después de la cena, fueron a un pub a tomar una copa. Volvieron las miradas de los hombres. Francisco esa vez no se molestó. Al contrario. Se sintió orgulloso. Eran miradas de envidia. Por era él el que estaba con ella. Y ella, con él. Sabía que era algo temporal. Pero vivía el presente. El maravilloso presente.

Como hacía desde el lunes, lo despidió con un suave beso. El fin de semana, además, desayunaron juntos.

La mano ya no le dolía. Podía mover los dedos ligeramente, lo que le permitía el yeso sin dolor.

Y ese domingo, por la noche, Francisco se sentó en el sofá del salón de Claudia de siempre, para ver juntos una película. Pero ella, en vez de acostarse en el otro, se acurrucó en el mismo sofá, apoyándose en el lado contrario.

Francisco... encantado.

Claudia fue sintiendo sueño. No estaba cómoda tal y como estaba, se dio la vuelta y como si lo hubiese hecho toda la vida, apoyó su cabeza contra el hombro de Francisco. Él se quedó sin respiración.

Poco a poco, Claudia fue durmiéndose, resbalando hasta que su cabeza quedó apoyada sobre uno de los muslos de Francisco. Estaba profundamente dormida.

Él se olvidó de la película. Tenía junto a él todo lo que deseaba en este mundo, durmiendo plácidamente. Acercó una mano a su sedoso cabello y lo acarició. Ella gimió suavemente.

Los minutos pasaron. Francisco atusándole el cabello, acariciándolo. Deseó que el tiempo se detuviese así como estaba, para siempre.

Pero nada es para siempre. Tenía que irse a dormir, ya era la hora. Con cuidado de no despertarla, se levantó, la cogió en brazos y la acostó, la arropó y se fue a su casa.

Claudia volvió al trabajo y se las arregló bastante bien. Francisco la llamaba todas las mañanas, para ver como estaba.

-¿Quién es ese que te llama tanto, Claudia? ¿Un nuevo novio? - le preguntó una compañera.

-No, no. Es mi vecino.

-¿Tú vecino?

-Sí. Me echó una mano con esto - dijo levantando el yeso - Se está portando conmigo maravillosamente. Me cuida casi como si fuera su hija.

-Sí, sí. Ese quiere echarle un polvo a su 'hija'.

-No. Claro que no. Francisco no es así.

-Claudia, bonita. Todos los hombres son así.

-Él no. Sólo somos amigos. Buenos amigos.

+++++

El mes pasó rápido. Demasiado rápido. El mejor mes de su vida llegó a su fin.

-Por fin mañana me quitan este maldito yeso. Uf, que ganas tengo.

-Sí, al fin. ¿Quieres que te acompañe?

-¿Es que no ibas a hacerlo?

-Bueno, sólo si tú quieres.

-Pues claro, tonto. ¿Quién si no?

Esa noche, en su cama, Francisco no pudo evitar que sus ojos se llenasen de lágrimas de amargura. Al día siguiente, ella ya no le necesitaría. Todo volvería a ser como antes.

Quedaron a las once de la mañana en el centro de salud. La acompañó dentro, esperaron su turno y entraron juntos. Se quedó mirando como la enfermera le cortaba el yeso.

-Bien, ya está. A ver...Mueva los dedos

Claudia lo hizo.

-¿Dolor?

-Nop, nadita

-Gire la muñeca

-Nada, ningún dolor.

La enfermera le pasó los dedos a lo largo de los huesos, apretando para ver si notaba algo o si la paciente se quejaba de dolor. Pero todo parecía estar bien

-Bueno, Srta. ...Castillo. Creo que ya está

-Yujuuuuuuuuuu - dijo Claudia, levanto los brazos llena de alegría.

Francisco le sonrió. Pero era una sonrisa agridulce.

Abandonaron el centro de salud.

-Por fin soy libre, Francisco - se miraba la mano y movía los dedos

-No vayas tan rápido. La enfermera dijo que la mano necesita unos días para coger fuerza.

-Jajaja, sí. Y un poco de sol.

-Jeje, también.

-Oye, estoy hay que celebrarlo.

¿Celebrar que la perdía?

-¿Qué se te ha ocurrido?

-Pues...no sé. Mira, hoy te invito a cenar. A lo grande. Y no admito un no por respuesta.

-De acuerdo.

-¿Te gusta el marisco?

-¿A quién no?

-Pues decidido. Una buena mariscada. Así que para almuerzo, algo ligerito, para hacer hueco. Aprovecharé para hacer unas cosillas pendientes que tengo en la ofi y me comeré allí mismo un bocadillo. Nos vemos por la noche. Chaooooo

La vio marcharse, contenta, feliz.

Ya, el primer día de su libertad, no comían juntos. Cenarían juntos, sí. Pero quizás sería también su última cena. El final de todo.

Él volvió a la oficina. Callado, triste. No soportó después comer solo, sin ella. Sin sus risas.

Y otra vez, lloró.

+++++

Claudia buscó la mejor ropa que tenía. Ya se podía poner cualquier cosa. Ya podía maquillarse como era debido. Se miró al espejo. Estaba deslumbrante.

Francisco también se puso elegante. Iba a una marisquería, un sito caro.

Cuando la vio, se quedó embobado mirándola. Iba de largo, con un vestido largo ajustada, precioso, que resaltaba sus curvas. Con un generoso escote que resaltaba sus pechos. La espalda al aire. Los labios rojos, los ojos maquillados. Pendientes brillantes y un collar a juego. Parecía una princesa.

-Claudia, dios mío. Estás....espectacular. Hermosa.

-Gracias, caballero. Tú también estás muy elegante.

Se había puesto su mejor traje, corbata incluida. Ella se acercó a él. Olía maravillosamente. Francisco le puso el codo y ella, sonriendo, se cogió al él.

No se privaron de nada. Claudia insistió en pedir langosta.

-Nunca la he probado. Y día es un día.

Cenaron muy a gusto, todo regado con un fresco vino blanco. Después, en el mismo restaurante, se tomaron una copa.

Salieron cogidos del brazo.

-¿Te apetece una última copa, Claudia? - preguntó Francisco, tratando de alargar la noche todo los posible.

-Ummmm, claro.

La llevó a un elegante pub al que solían ir gente más bien cuarentona. La música era suave y no estaba lleno de bulliciosos jóvenes. Se sentaron en un agradable rincón y pidieron sus copas.

Francisco no podía dejar de mirarla. Si ella ya era hermosa de por sí, esa noche estaba perfecta.

Ella le sonreía. La hizo reír, como siempre, con sus ocurrencias.

-Francisco...

-Dime, Claudia

-Ya sé que me lo has dicho muchas veces, pero tengo que hacerlo

-¿El qué?

-Darte las gracias. Por todo lo que has hecho por mí. Por cómo me has cuidado este mes. Por ser tan...maravilloso conmigo. Gracias, de corazón. Muchas gracias.

-No hay nada que agradecer. Para mí ha sido un placer estar contigo, ayudarte.

Se miraron a los ojos. Y Claudia tuvo una idea.

Ella era una mujer muy sexual. Le gustaba mucho el sexo. Durante ese mes casi lo había olvidado. Sólo, un par de noches, se había masturbado en su cama, para relajarse y dormir mejor. Pero no había sentido deseo.

Y ahora, empezaba a sentirlo. Miró a Francisco a los ojos.

-¿Nos vamos?

-Sí.

Regresaron a casa. En el rellano, entre las dos puertas, se miraron. Ella le cogió una mano.

-Ven.

Abrió la puerta y entraron en casa de Claudia. Ella se puso delante de él. Se acercó, pegó su cuerpo al cuerpo del hombre. Acercó sus labios a los de él y lo besó, en la boca.

Francisco cerró los ojos. Su cuerpo tembló como un flan.

-¿Te gusto?

-Claudia...eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

Le volvió a besar. Francisco esta vez se lo devolvió. Aquello tenía que ser un sueño.

-Ummm, besas muy bien, Francisco. ¿Sabes? Durante este mes me he dado cuenta de como me mirabas.

-Yo... lo siento...no podía remediarlo.

-¿Lo sientes? ¿Por qué? A las mujeres nos gusta que nos miren. A mí me gusta que me miren. Y siempre me mirabas aquí.

Al decir eso, le cogió las dos manos y las llevó hasta sus pechos.

-Son tuyas.

-Claudia... Oh... Claudia.

Las acarició, las apretó. Notó el sujetador. Notó la dureza de sus pechos. Acercó su boca y ahora él la besó a ella, sosteniendo en sus manos sus duros senos. Claudia se acercó aún más. Y notó la dureza de su miembro contra su barriga. Bajó su mano derecha, a recuperada, y le acarició aquella dureza.

-Ummmm, Francisco. Veo que me deseas mucho.

-Con todo mi ser, Claudia

Apretó la mano. Ella también sentía deseos. Deseaba sexo, placer. Y le gustó lo que notaba en su mano. Un duro miembro de hombre. Le miró a los ojos.

-Estoy caliente, Francisco. ¿Me quieres follar? - le preguntó sensualmente apretándole, acariciándole.

-Sí...Siiiiiiiiiiii, lo deseo desde que te vi por primera vez.

Se estremeció de pies a cabeza cuando ella le bajó la bragueta, metió la mano y se la sacó.

-Ummm, Francisco.... que linda polla tienes. Y qué dura. ¿Es por mí?

-Claro que es por ti.

-Hace mucho que no tengo una de estas entre manos. ¿Sabes lo que deseo hacer ahora?

-¿Qué?

-Chuparte esta linda polla. Me voy a arrodillar delante de ti y te voy a hacer la mejor mamada de tu vida.

Francisco estuvo a punto de llegar al orgasmo en ese momento, pero consiguió evitarlo.

Se quedó parado quieto, mientras ella, lentamente se arrodillaba delante de él, hasta que su duro miembro quedó a la altura de su boca. Gimió de placer cuando ella, mirándole fijamente a los ojos acercó sus sensuales labios y besó la punta de su sexo.

-Me encanta tu polla. No dejes de mirarme. Mira como te la chupo.

Abrió la boca y se la empezó a meter. Francisco se apoyó en la pared sin dejar de mirar. Su bella, su amada, arrodillada delante de él, dándole placer. Aquello era imposible de aguantar mucho tiempo.

-Agggg, Claudia... para...para o me...

-¿Te correrás?

-Sí...

-¿Y no deseas correrte en mi boquita?

-Claudia...Claudia...

-No te retengas, Francisco. Disfruta de mí. Durante un mes has sido mi apoyo. He salido adelante gracias a ti. Has sido un amigo de verdad, un compañero. Nunca me pediste nada a cambio. Me respetaste en todo momento. Ahora te voy a regalar mi cuerpo. Es mi regalo. Mi manera de darte las gracias. Mi manera devolverte parte de lo que me has dado.

Las palabras de Claudia fueron como si a Francisco le echaran un jarro de agua fría por encima.

-¿Qué? ¿Qué has dicho?

-Que soy tu regalo. Quiero agradecerte lo maravilloso que has sido conmigo.

Francisco se derrumbó. La apartó de él y se guardó el miembro, que ya se empezaba a aflojar. Se subió la bragueta.

-¿Qué pasa Francisco? - preguntó ella, desconcertada.

-¿Qué pasa?

-Sí... no entiendo...

-Claro que no lo entiendes. ¿De eso se trata? ¿De darme las gracias?

-Sí... Sé que lo deseas. Sé que me deseas

-Te deseo inmensamente. Pero no es sólo eso. Te amo, Claudia. Desde el primer día en que coincidimos en el ascensor.

-Francisco... yo.

-No, calla. Te quiero, te amo. Pero sé que para ti no soy nada.

-Sí qué eres.

-Sí, tu vecino. Este mes a tu lado ha sido, para mí, el mejor de mi vida. He sido feliz, a tu lado, viéndote reír, ayudándote. Estando contigo. Sabía lo que era, pero estar a tu lado era suficiente para mí

Claudio lo miró, empezando a comprender.

-Claro que no pedí nada a cambio. ¿Por quién me has tomado? No quiero nada a cambio. Sólo quería estar contigo, aunque sabía que al final te iba a perder. Y ahora me besas, me acaricias.... ¿Para darme las gracias? ¿Para devolverme el favor? NO. No lo quiero así. No me debes nada.

Claudia se levantó.

-Lo siento. Nunca imaginé que sintieras eso por mí.

-Lo sé, Claudia, lo sé. Claro que lo sé. ¿Cómo iba a pensar una mujer como tú que un hombre como yo se pudiese llegar a enamorar de ella? Para ti no soy nada.

-No digas eso. Eres....eres...

-¿Qué soy? Nada más que tu vecino. Pero... joder, si hasta que tu novio casi te mata ni sabías que existía.

Claudia se empezó a sentir mal. Veía como Francisco estaba sufriendo, por su culpa.

-Por favor, perdóname.

-¿Qué perdone el qué?

-No sé. El daño que he te hecho.

-Amarte no es ningún daño. Para mí es algo muy hermoso. Sabía que llegaría el final, pero no me arrepiento de lo que siento. El único daño que me has hecho ha sido ahora, cuando querías entregarme tu cuerpo, sólo por agradecimiento.

Ella bajó la mirada. Sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas. Se había equivocado. Lo que pensaba que iba a ser un regalo al final había él lo había recibido con un insulto, como una humillación.

Francisco vio como por las mejillas de Claudia caían las silenciosas lágrimas. El corazón se le rompió, pero estaba muy dolido. Él mismo tenía ganas de llorar también, pero no quería hacerlo delante de ella.

-Adiós, Claudia. Espero que seas feliz.

Se dio la vuelta y sus ojos también se llenaron de lágrimas.

-Francisco, por favor. No te vayas. No te vayas así. Perdóname

Él se paró. Pero no se dio la vuelta.

-Claudia, por favor. No me llames. No toques a mi puerta. Olvídate de mí.

Cuando él salió por la puerta y la cerró, Claudia se derrumbó. Lloró desconsoladamente, maldiciéndose a sí misma por haberle hecho daño a la única persona en éste mundo, aparte de su familia, a la que apreciaba de veras.

-Lo siento...lo siento... - repetía, entre sollozos

++++++

Los primeros días sin ella fueron terribles. Francisco dormía en salón para ni siquiera oírla. Cuando salía por la puerta se aseguraba antes de no tropezarse con ella. Cuando subía en el ascensor rezaba para que ella no estuviera.

Aún así, coincidieron un día. El rehusó subir con ella. No le dijo nada. Claudia llegó a su casa llorando.

Ella también lo pasó mal. Echaba de menos a Francisco. Su presencia. Cómo la hacía reír. Comer juntos. Cenar juntos. Salir juntos.

Una semana después, estaba sola en una cafetería, tomándose un café. Se le acercó un guapo joven

-Hola preciosa. ¿Estás sola?

-Sí.

Si que ella le dijese nada, se sentó a su lado y empezaron a hablar. Menos de dos minutos después, ya le pasaba distraídamente los dedos por el brazo. A los cuatro minutos, ya tenía su mano en uno de sus muslos.

Ella, se dejaba.

El joven se acercó a su oreja y le susurró.

-Estás muy buena.

-Gracias, le respondió con su mejor sonrisa.

Notó su sexo empezar a mojarse. Sus pezones a endurecerse. Necesitaba sexo. Él subió la mano por su muslo hasta ponerla sobre en su entrepierna. Ella le dejó e incluso abrió las piernas un poco, en una clara invitación. Él le volvió a susurrar.

-Tengo la polla dura como una piedra y te quiero follar bien follada, zorra.

Claudia le miró, y sonrió.

-Vamos a mi casa - dijo ella.

Mientras subían en el ascensor se besaban como animales, restregando sus cuerpos. Ella le acariciaba la entrepierna. Él le amasaba las tetas y le mordía en cuello. Se desnudaron por el pasillo. Claudia se tiró sobra la cama y le dijo:

-Fóllame como a una perra.

Al otro lado del fino tabique, un destrozado Francisco abandonó la habitación.

Ya estaba hecho. Ya todo era como antes.

Claudia gozó del sexo con aquel muchacho. Puro sexo, salvaje. Cuando terminaron, él, desnudo, se levantó.

-¿Tienes agua fresca, guapa?

-En la nevera.

Le miró marcharse. Miró su lindo y respingón culito, blanco y musculado. Esperó a que regresara, pero tardó mucho. Desnuda, se levantó y se lo encontró en el salón, riendo. Había encendido la tele y estaba viendo un programa de humor.

¿Quién eres ese tipo? No sabía ni su nombre.

-Vete ya.

-Espera guapa. Dame unos minutos y echamos otro polvo. Me gustaría probar ese precioso culito que tienes.

-No. Vete.

El chico se levantó y se acercó a ella. Claudia se asustó.

-Si me tocas gritaré y llamaré a la policía.

-Tranqui, tía, que ya me voy. Joder con la dama. Que te den.

Recogió su ropa, se vistió y se largó.

Claudia se quedó sola. Vacía

+++++

Durante las siguientes semanas se repitió lo mismo. Ligaba con chicos jóvenes, que le daban un placentero sexo, sí, pero nada más. No había nada más. Ninguno la hizo reír. Ninguno le abrió ninguna puerta. Ninguno le preparó un simple bocadillo.

Su último amante dormía boca abajo, en la cama, a su lado. Roncaba. Claudia, boca arriba, pensaba en Francisco. No lo había vuelto a ver desde aquel día en que él no quiso subir con ella en el ascensor.

¿Por qué todos esos hombres no eran como él? ¿Por qué no podían, además de echarle un buen polvo, hablar con ella? ¿No podían hacerla reír? ¿No podían acariciarla hasta que se durmiera?

¿Por qué no eran cómo Francisco?

Le echaba mucho de menos. Quería que su vida fuese como el mes que pasó con él. Se dio cuenta de que para ella ese mes también había sido especial. Durante ese mes había sido completamente feliz.

Y desde que él se fue, ya no era feliz.

+++++

Rechazó a los siguientes cazadores. Durante los siguientes días se estuvo planteando su vida. Se preguntó que quería, que deseaba.

Quería estar con Francisco. Que le atusara el cabello por las noches. Que la acostase en la cama. Ir de paseo. Volver a aquel lago. Quería que la amase, como ella... como ella... ¿Le amaba? ¿Era eso el amor?

Nunca se había sentido así. Jamás había amado a ningún hombre. Sólo había habido sexo. Su primera vez había sido salvaje, casi una violación, y desde ese momento creyó que el sexo era así. Pero ya eso no la llenaba.

Lo que la llenaba fue ese mes. Era... Francisco. Su vecino, ese hombre bueno, amable, fuerte, maravilloso. Se sintió extraña. Tenía que verlo. Tenía que estar con él. Necesitaba sus fuertes brazos.

Pero él no quería verla. Seguro que la odiaba.

En su cama, se abrazó a su almohada. Cerró los ojos y se imaginó que era él. Apretó con fuerza. Aquello era sólo una almohada.

Empezó a llorar. Enterró su cara en la almohada.

-Francisco... Francisco... vuelve... vuelve conmigo. Te necesito. Te... quiero.

Él no volvió

+++++

Una semana después, un sábado por la mañana, Claudia estaba en su salón y escuchó ruidos. Gente hablando. Se acercó a la puerta y la entreabrió. De la casa de Francisco varios hombres sacaban cajas. En sus monos de trabajo le leía "Mudanzas Express"

Cerró la puerta.

Él se iba, se marchaba. Jamás lo volvería a ver. Le entró pánico, ansiedad. Le faltó el aire.

Eso no podía ser. No podía irse. No podía dejarla sola. ¿Qué iba a hacer sin él? Se pasó la mañana dando vueltas, pensando que hacer, como impedirlo. Pero no halló la manera. Él la odiaba. Y se iba a ir.

Los operarios sacaron la última caja y Francisco los despidió. Ya no podía seguir en aquella casa. Era una continua tortura. La oía a ella, con sus amantes, aunque hacía unos días que no. Salía con miedo de su casa. Miedo a verla, a derrumbarse otra vez. Miedo a subir con ella en el ascensor.

Se iría y así podría olvidarla.

Tocaron a la puerta. Imaginó que eran los de la mudanza que habían olvidado algo, así que abrió.

No eran ellos. Era Claudia, en pijama. Con los ojos rojos de llorar. Francisco se asustó.

-¿Estás bien?

-No.

-¿Te ha pasado algo? ¿Te han hecho daño?

-No...¿Puedo pasar?

No quería que ella entrara, pero verla allí, desvalida, le rompía el corazón.

-Pasa.

Claudia miraba al suelo.

-¿Te vas?

-Sí, me cambio a otra casa.

Claudia sintió que sus piernas le flaqueaban y se casi se cae si él no la coge con sus brazos. Ella se abrazó a él con fuerza.

-No te vayas, por favor. No me dejes. Francisco, no me dejes. Te necesito.

Ella lo abrazaba con fuerza. No podía irse. Eso la mataría.

-Claudia...pero... ¿Qué dices?

Ella levantó la vista. Los ojos llenos de lágrimas, que caían por sus mejillas.

-Que no me dejes, Francisco. Quédate a mi lado. Yo...Yo...te quiero.

Ahora el que sintió que sus piernas flaqueaban fue él.

-¿Me quieres?

-Sí, sí, sí, te quiero. Desde que me dejaste mi vida ya no es lo mismo. Fui inmensamente feliz contigo ese mes. Y quiero seguir siéndolo. Te necesito, te quiero...Te amo. Nunca había sentido esto por nadie.

Se abrazó con fuerza otra vez a él.

-Por favor...no me odies.

-¿Odiarte?

-Sí, sé que me odias.

La separó de su pecho y le levantó la cara para que le mirara.

-No he dejado de amarte ni un segundo, Claudia. Si me marcho es porque ya no puedo soportar tenerte tan cerca, oírte, verte, y que no seas mía.

-¿Me... quieres?

-Con todo mi ser, con todo mi corazón. Te querré siempre.

-Oh... Francisco...Y yo a ti. Te amo. Sí, te amo. Vida mía.

Francisco, con el corazón desbocado acercó su boca a la de ella y la besó. Los dos sintieron el mismo estremecimiento cuando sus bocas se juntaron. Se besaron tiernamente, despacito, pero poco a poco el beso se fue tornando más apasionado.

Las manos de Francisco recorrieron la espalda de Claudia, atrayéndola hacia él. Besó su cuello, sus orejas.

-Claudia, mi amor... Cuánto te quiero. Cuanto te deseo.

-Ummmm, mi vida...y yo a ti

Siguieron besándose. Las manos de Francisco llegaron al culito de Claudia. Lo abarcó con ellas  y la apretó contra él.

Sus bocas se abrían. Sus lenguas se buscaban la una a la otra. Claudia notó contra ella la dureza del miembro de Francisco.

-¿Me deseas? - le preguntó.

-Te deseo, mi amor - respondió él

-Yo también te deseo. Ummm, cómo te deseo....Llévame a tu cama y...

Francisco le puso un dedo en la boca. Sabía lo que ella iba a decir.

-Shhhhhhh. Mi vida. Te voy a llevar a mi cama y te voy a hacer el amor.

La cogió en brazos, como hacía cuando la llevaba para acostarla. Ella le rodeó el cuello con sus brazos y se volvieron a besar.

Sin soltarla, sin que sus bocas se separasen, la dejó sobre la cama. Entonces, dejo de besarla para separarse un poco y mirarla.

-Eres tan hermosa. La cosa más hermosa del mundo.

-Ámame.

La besó en el cuello. Claudia, estremecida, gimió de placer. Gemidos que aumentaron cuando una de las manos de Francisco empezó a bajar por su cuerpo hasta llegar a sus pechos. Él notó enseguida la dureza de sus pezones.

Deseaba sentirlo en la mano. Sentir su calor, su suavidad, así que metió la mano por debajo de la camisa del pijama y la llevó hasta aquellos turgentes pechos. No llevaba sujetador, así que los acarició. Su mano iba de uno a otro.

Aquella íntima caricia hacía temblar a Claudia. Era una caricia llena de amor. No era como los otros hombres, que le estrujaban las tetas, le pellizcaban los pezones. Francisco los acariciaba, con dulzura.

-Ummmmm, Francisco... mi amor...

-Claudia.... ¿Me dejas verte?

-Soy tuya. Toda tuya.

Francisco tiró de la parte de arriba del pijama y con la ayuda de ella, se la quitó. Se quedó mirando aquellas dos maravillas.

-¿Te gustan?

-Son... perfectos.

Volvió a acariciarlos, ahora, mirándolos. Ella le miraba a él, disfrutando de la caricia. Despacito, acercó su boca a uno de los pezones. Lo besó, lo lamió. Claudia se retorció de placer.

-Aggggggggg, más... más.

Acariciaba un pecho mientras lamía el pezón del otro. Hasta que la mano empezó, de nuevo a bajar. La mano bajaba y los labios subían. Cuando los labios se encontraron con los de ella, la mano se metió por dentro del pantalón del pijama, acarició su poco poblado Monte de Venus y siguió bajando. Claudia abrió sus piernas, abrió su boca y sus gemidos se ahogaron en la boca de él.

Francisco llegó al sexo de su amada. Era caliente, y estaba muy húmedo, mojado. Lo recorrió con las yemas de sus dedos.

-Ummmm Mi amor...mi vida... ¿Qué me haces?

Encontró el clítoris de la chica, y lo frotó con delicadeza. Claudia sintió un latigazo de placer que atravesó todo su cuerpo.

-Agggggggg me voy a...agggggggggg

La besó. Frotó con más intensidad y Claudia se tensó. Arqueó la espalda sobre la cama y estalló en un intenso orgasmo. Francisco siguió acariciándola, sin parar, alargando el placer.

-Aggggggg aggggggggg dios mío...que placer...

Cuando el orgasmo terminó, Francisco se detuvo. Se miraron. Se sonrieron.

-Quiero ver todo tu cuerpo, mi amor - le dijo tirando del pantaloncito

Claudia levantó un poco el culito para que el pantalón saliera. Con delicadeza, él se lo quitó y la miró, ahora completamente desnuda.

-Eres lo más hermoso del mundo.

Fue bajando su mirada desde los ojos...la boca....los pechos....el pubis...su sexo. Su precio sexo, de escaso vello rubio. Le puso una mano en un tobillo. Lo acarició y fue subiendo, lentamente. Le pasaba las yemas por la suave piel.

Llegó a la rodilla. Siguió hacia arriba, por los muslos. Ella lo miraba. Cuando la mano estaba llegando a sus ingles, abrió sus piernas, mostrándole su intimidad. Él la miró. Los labios hinchados de deseo, brillantes. Le pasó la mano por el pubis y ella gimió.

Se bajó un poco. Ahora fue su boca la que besó el tobillo derecho de Claudia. Después, el izquierdo. Besito a  besito, centímetro a centímetro, su boca fue subiendo, repitiendo el camino que antes hiciera su mano.

Las pantorrillas, las rodillas, los muslos. Delante de sus ojos, aquel sexo. Le llegó su aroma, su embriagador aroma. Claudia no podía más. La lentitud de Francisco era exasperante.

-Hazlo mi amor...hazlo ya....lámeme... cómeme

-Shhhhhh, no hay prisa...

Lentamente, la boca recorrió el camino que la separaba, pero no fue directamente a por la humedad. Primero besó su ingle derecha.

-Ummmmmm

Después, la izquierda.

-Agggggggg

Seguidamente, el Monte de Venus, justo en el comiendo de la hendidura.

-Malo...Malo....no puedo más....

Claudia estaba al borde del orgasmo. Y cuando por fin él la besó justo sobre su clítoris, estalló. Todo su cuerpo se tensó. Cerró con fuerza los puños hasta que sus dedos se pusieron blancos. Cerró los ojos y orgasmo contra la boca de su amado, llenándosela de jugos que Francisco recogió con su lengua. Le encantó su sabor. Y lamió, besó chupó.

Claudia se restregaba contra su cara, con la respiración cortada, atrapada en un intenso placer. Sólo pudo volver a hablar cuando su orgasmo terminó y el aire volvió a sus pulmones.

-Dios mío...que...placer...me vas a matar.....

Francisco le dio un beso en la cara interna de uno de los muslos.

-Lo último que deseo es matarte.

Le dio otro beso en el otro muslo.

-Bueno, solo de placer, quizás - dijo él

El siguiente beso fue justo en medio de su hendidura. Sacó la lengua y empezó a lamer, a besar, a chupar. Disfrutaba lo que hacía, de lamerla. De oírla gemir de placer. De placer que él le daba

Recorrió cada pliegue del sabroso y mojado sexo. Hizo círculos con la lengua alrededor del clítoris antes de atraparlo entre sus labios y chuparlo.

-Aggggggggggggg Franciscooooooooooooo.

Un nuevo orgasmo atravesó el cuerpo de la joven. Aquel hombre era maravilloso. Tan sueva pero a a la vez tan intenso. Tuvo varios espasmos que la atravesaron mientras el nuevo orgasmo disminuía de intensidad.

Y él no dejaba de lamer, de besar.

-Francisco, mi vida... mi amor...Ámame...hazme tuya... hazme el amor.

Ella miró con él, arrodillado, se despojaba de su camisa. Se miraban, se sonreían. Ella lo esperaba con las piernas abiertas, totalmente ofrecida. Francisco se levantó para quitarse los pantalones y los calzoncillos. Ella le miró el miembro. Duro, enhiesto. Levantó los dos brazos hacia él.

Francisco se subió sobre ella. Acercó su boca la suya y la besó.

-Te amo - le dijo.

Y la penetró. Claudia cerró los ojos al sentir la agradable invasión del duro sexo del aquel maravilloso hombre. Cuando estuvo completamente dentro de ella, se besaron, sin moverse, sólo sintiendo cada uno al otro.

Poco a poco, Francisco empezó a moverse, a entrar y salir de ella. Su más ansiado deseo se estaba cumpliendo. Le estaba haciendo el amor a su amor verdadero. Claudia envolvió su nuca y su cabeza son sus manos.

-Mi vida...que placer me das...no pares...no pares.

Francisco recorrió su piel con las manos. Acarició sus pechos, los besó y lamió, sin dejar de penetrarla, cada vez más rápido.

Llegó un momento en que los dos cuerpos se movían al unísono. Claudia tenía los ojos cerrados y gozaba del placer absoluto. Aquello era más que sexo, mucho más. Aquello era puro amor.

Francisco notó que su orgasmo se aproximaba. Arreció con el movimiento de sus caderas, haciendo la penetración cada vez más profunda.

-Agggggggggg mi amor....me vas a hacer...correr otra vez.....hazlo conmigo....hazlo conmigo....

Claudia cerró con fuerza los ojos. Lentamente, su cuerpo entero se empezó a tensar. Lentamente el placer fue subiendo, subiendo, hasta que llegó un momento que sólo era ya posible una cosa. La explosión. Su vagina empezó a tener contracciones. Contracciones que Francisco notó alrededor de su sexo y lo llevaron a él también al paroxismo del placer

Contra lo más profundo de su vagina, Claudia sintió todos y cada uno de los hirvientes chorros que su amado le lanzaba. Y todos y cada uno de ellos era como un mini orgasmo para ella, hasta que él gritó y ella estalló en orgasmo más intenso de su vida.

Dos minutos después él seguía sobre ella, agotado. Claudia le acariciaba el cabello, con los ojos cerrados. Francisco se tumbó a su lado. Ella le puso la cabeza sobre el pecho. Escuchó el acelerado corazón latir. Francisco la rodeó con sus brazos.

-Ha sido maravilloso, mi amor - dijo Claudia.

-Sí, lo más maravilloso que me ha pasado en la vida.

Cerraron los ojos. Francisco acarició su cabello, con dulzura. Ella lo abrazó con fuerza.

A los pocos minutos, los dos dormían.

+++++

Horas después el hambre hizo que Claudia se despertase. Seguía abrazada a Francisco, que dormía. Era la primera vez en su vida que se dormía abrazada a un hombre y se despertaba abrazada a él.

Se dio cuenta de que había sido la primera vez que hacía el amor. No había necesitado usar aquel lenguaje que solía usar. Le habían bastado las caricias, le ternura. El amor.

Con cuidado de no despertarle, se levantó y se vistió. Se sentía tan feliz que era como si flotase. Se puso el pijama y se fue hacia la cocina. Ya era hora de que fuese ella, por una vez, la que le preparara la comida a su hombre.

Le gustó pensar en él como su hombre. Ella era su mujer.

Pero no encontró nada. Todo estaba vacío. En la nevera sólo había agua.

-Claro - pensó -Él se marchaba.

Decidió ir a su casa a preparar algo.

Al poco rato, Francisco se despertó.

Sólo

¿Había sido todo un sueño? No podía ser, había sido real. Pero ella no estaba. Se empezó a asustar. ¿Y si todo había sido mentira?

El sonido del timbre lo sacó de esos pensamientos.

Se vistió a prisa y fue a abrir la puerta.

Era ella. En pijama. Sonriendo

-Hola mi amor - dijo Claudia.

¿Mi amor? Todo era verdad. Ella lo amaba.

-¿Dónde estabas?

-En casa, preparando la comida. Tú no tenías nada. Ven.

Le tendió la mano y lo llevó a su casa. Había puesto la mesa del comedor, con mantel y todo.

-No es gran cosa, pero está rico.

Francisco la abrazó y la besó.

-Seguro que va a ser la mejor comida de mi vida

Ella lo miró. Con los ojos serios.

-¿No te irás, verdad? ¿No me dejarás?

-Claudia.... estaré contigo...siempre.

Ella lo abrazó con fuerza. Una amplia sonrisa en la cara.

-Te quiero, Francisco.

-Te quiero, Claudia.

FIN