Clásico revisitado - por Desvestida

Un grupo de autores de TR hemos decidido escribir una serie de microrelatos como ejercicio. Esperamos que sean del agrado de los lectores.

Estoy solo. He salido de nuevo al corredor para mirar a ambos lados, creyendo ver moverse tras cada esquina la sombra de un vigilante inadvertido, y he dejado casi de respirar aguzando el oído, para discernir si un murmullo lejano de agua que gotea son los pasos de alguien que viene a detener mi atrevimiento.

Nadie. Sólo el sombrío resplandor de las paredes que guardan a todos estos muertos.

Vuelvo sobre mis pasos. Regreso a ella.

La penumbra de la habitación es tierna como una amante. En la semioscuridad, el contorno de su cuerpo tendido me atrae irresistiblemente. Todas las mujeres que antes de ahora me deslumbraron, me aturdieron con el rastro de fuego de su risa y la inquietud impaciente de sus movimientos. Tú no: tú te me ofreces callada, inertes tus miembros, cerrados tus párpados sobre esos ojos que nunca me han mirado.

Me acerco a ti. Cuando retiro la sábana que cubre tu belleza, tu piel brilla pálida como una perla entre las sombras marinas de la habitación. Me quito los guantes para poder tocar tu carne con mis manos desnudas. La siento tibia, inconcebiblemente tibia. No está en ti la frialdad de la muerte. Jugueteo con las puntas de tus pechos, y juraría que un gesto de placer ha cruzado tu rostro por un instante. Mis dedos bajan por tus costados, despacísimo, mis manos se apoderan de tus caderas y separan tus muslos. Me inclino a besar los labios de tu boca, al tiempo que mi mano entreabre y acaricia los de tu vientre. Te deseo. Deseo poseerte, deseo penetrarte.

Tu maravillosa inmovilidad te entrega a mí por completo. Soy tu dueño. Hundo en ti mi verga hasta la empuñadura y después la hago entrar y salir de tu vulva indefensa, mientras mi espada golpea rítmicamente mis piernas al compás de los embates de mi sexo en tus entrañas, hasta que me derramo copiosamente en un estallido de placer


— ¡En fin, señoras, lo que cuenta es que el maleficio se ha roto!—refunfuñó el hada buena ante sus escandalizadas congéneres—. El amor despertó a la Bella Durmiente.