Clases particulares para la amiga de mi madre.

Yo me dedicaba a dormir y entrenar hasta que mi madre me mandó a su amiga, nuestra vecina, para que la diera unas clases privadas de gimnasia y me sacara unos euros. No tenía ninguna intención de hacerlo hasta que la vi venir con los pezones tiesos y marcando un culo perfecto. Cambié de opinión.

Salté de la cama con el sonido del timbre. ¿Quién osaba molestarme a las ocho de la mañana? Me puse el pantalón de pijama que tenía tirado por el suelo y fui a abrir la puerta. Lo que me encontré fue a una de mis vecinas vestida con un chándal multicolor del año dos mil varias tallas más grande que la suya y una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola Elena— Dije bostezando— ¿Querías algo?

—Venia por lo de… ¿No te ha comentado tu madre nada?

Por la cara que puse pudo deducir que no.

—Vaya, me comentó tu madre que ya que te habías montado un gimnasio en casa me podías dar alguna clase ya que ir a uno privado me sale muy caro y bueno… Me dijo que me pasaría hoy.

—Pues la verdad es que no sabía nada… pero ya que estas, pasa— Dije asombrado por la situación y la facilidad de mi madre para meterme en marrones.

—¿Te he despertado no? Estabas aun en la cama seguro… Desayuna si quieres y vengo dentro de un ratito…

—No, tranquila, me como cuatro galletas y estoy. Voy a la habitación a ponerme un poco decente, ahora salgo. Ponte cómoda.

Y es que simplemente me daba vergüenza estar delante de gente con mi viejo pijama del mercadillo lleno de bolitas e hilos sueltos. Cosas de uno aunque no vestía peor que Elena. Me puse un pantalón de chándal y una camiseta de deporte, fui a por un par de galletas con un zumo y salí en busca de Elena.

—Elena, ven, acompáñame— La llamé desde la puerta de la sala. Ella se había quitado la sudadera para quedarse con una camiseta de publicidad de un centro comercial— Tengo todo en la habitación vacía del fondo. No sé qué te habrá contado mi madre pero no tengo un gimnasio allí metido. Solo tengo un banco de pesas y mancuernas, desde un kilo a diez.

—Bueno, para mi será suficiente— Dijo mientras entraba a la habitación y abría los ojos como platos alucinada ante un simple banco con una barra de hierro— Suficiente. Yo solo quiero quitarme un poco esta carne caída y endurecerla un poco— Concluyó agarrándose del brazo.

—Vale, perfecto. ¿Cuántos días quieres venir?

—¿Qué me recomiendas?

—Yo creo que dos o tres días a la semana para empezar está bien.

—Podría venir lunes, miércoles y viernes… Pero tiene que ser a esta hora porque a las diez entro a trabajar… ¡Te voy a hacer madrugar mucho! ¡Ah! Y las clases… ¿Cuánto te pago?

—¿Cómo me vas a pagar mujer? Déjalo…

—Pues claro, no quiero sentir que abuso de la confianza que tengo con tu madre.

—Entonces lo hablas con ella, yo no te puedo cobrar. Bueno… ¿Empezamos a hacer algo?

La verdad es que ambos estábamos bastante cortados. Me parecía un poco feo echarla de casa con la ilusión con la que había bajado pero no me sujetaba en pie del sueño, y a ella… supongo que el no saber que no yo sabía nada la había descolocado y no sabía si quedarse en mi casa o buscar una excusa para irse.

—Como quieras… aunque te veo bostezar tanto que creo que es mejor que venga mañana.

—Si te digo la verdad, si, mejor que vengas mañana. Esto me ha pillado muy de improviso. Si vienes mañana te preparo una rutina de entrenamiento, una dieta y demás y empezamos en serio.

—De acuerdo ¿Tengo que traer algo?

—No creo. Si acaso unos guantes. Bueno… y ven con ropa más cómoda porque como sudes con esta ropa lo vas a pasar bastante mal.

Intercambiamos un par de palabras más mientras la acompañaba a la puerta y quedamos en vernos al día siguiente a las ocho de la mañana.

Volví a la cama con un cabreo de tres pares de cojones hasta que cerca del medio día volvió mi madre de trabajar. Estaba dispuesto a cantarle las cuarenta y que llamara a su amiga para que se olvidara de semejante idea pero me resulto imposible.

—No voy a consentir— Me amenazo— Que con tus veinte años te pases el día entero en la cama y encerrado en la habitación sin hacer nada, y sin estudiar ni trabajar. Vas a darla clases te guste o no y si te sacas cinco euros a la semana, con cinco euros vas a vivir porque yo no me estoy levantando a las seis de la mañana todos los días para mantenerte a ti.

Sus ojos eran puro fuego. Si hubiera osado decir algo me hubiera volado la cabeza así que opté por agacharla y aceptar ejercer de monitor.

Al día siguiente me puse el despertador un rato antes de las ocho, desayuné fuerte y me adecenté con mi ropa deportiva. Elena tocó a la puerta exactamente a la hora acordada y al abrirla lo primero que me llamo la atención era que había seguido mi consejo sobre la vestimenta y venia mucho más preparada esta vez. A sus zapatillas deportivas le había sumado unas mayas negras ajustadas a sus piernas y una camiseta, también negra, de tirantes e igual de ajustada a su cuerpo que los pantalones. Desde luego, esa ropa combinaba mucho mejor con su bronceado de piel y su melena casi del mismo color.

La hice pasar delante mío y mis ojos se fueron directamente a su trasero. Un culo redondo y firme que casi me hace estallar los ojos. Si al quitarse las mayas seguía tan firme no iba a necesitar mucho ejercicio. Intente divisar si llevaba algo debajo pero no se veía ninguna marca. O llevaba un tanga de hilo metido entre sus cachetes haciéndolo invisible a mi escaneo o directamente no llevaba nada debajo. Vaya culito gastaba mi vecina a sus cuarenta años (calculados a ojo).

Giró el cuello y creo que me pilló de lleno hipnotizado con el movimiento de sus glúteos, pero lo arreglé con una velocidad mental asombrosa.

—Me he fijado que tienes el pelo muy largo, sería mejor que te pusieras una coleta, sino te va a molestar en la cara al hacer los ejercicios.

Primer macht-ball salvado. Sería mejor que tuviera más cuidado. Me hizo caso y se fue al baño a ponerse una goma. Volvió sonriendo de manera picara a la “habitación-gym” donde yo la esperaba.

—Te he preparado una rutina full-body, es decir, que vamos a entrenar todos los días todos los músculos. Hoy te voy a enseñar los ejercicios y la técnica, pero a partir del próximo día te voy a dar caña ¿vale? — Bromeé.

—Bueno, suavecito, a ver si me vas a matar…

—Tranquila, que no. Vamos a empezar calentando cinco minutos.

Y a continuación me dispuse a iniciar el calentamiento. Me puse enfrente de ella y la animé a comenzar a trotar en el sitio, como si estuviera corriendo pero sin menearse del sitio.

—Imítame. Suave, para no hacerte daño en las rodillas.

Comenzó a hacerlo cuando detecté algo no muy normal. Aquellas tetas botaban mucho. Y mucho es mucho. Botaban exageradamente. Trague saliva y me centré en mirarla a los ojos ya que teniéndola enfrente, ella no dejaba de clavar sus pupilas verdes sobre las mías. Tras unos segundos que parecieron minutos, la insté a seguir con el mismo trote pero esta vez elevando sus rodillas. Al principio pareció dudar de sus movimientos y comenzó a hacerlo mirando al suelo lo cual aproveche para volver a fijar mi mirada en aquel magnifico bote de pechos.

Cuando le cogió el ritmo al ejercicio, la hice cambiar y esta vez trotar golpeándose con los talones su propio culo. Nuevamente miro hacia abajo e incluso giro la cabeza para ver si lo hacía bien, y nuevamente me quede obnubilado mirando esos pechos que parecían salirse de la camiseta.

Y tras unos segundos, volví a cambiar de ejercicio. Empecé a realizar jumping jacks, que básicamente consiste en dar saltitos abriendo y cerrando las piernas al tiempo que subes y bajas los brazos por encima de la cabeza, un ejercicio muy rutinario para calentar el cuerpo e idóneo para calentarme yo pues si con un simple trote sus pechos bailaban arriba y abajo, dando saltos aquello era indescriptible. Se había tomado mi consejo de venir cómoda al pie de la letra y para ella comodidad debía significar venir sin sujetador y yo bien agradecido que estaba.

—Vale, descansa, bebe agua— Dije dando por finalizado el calentamiento.

—¿Y esto era el calentamiento? Si estoy muerta ya…— Dijo mientras bebía a morro de una botella y “mi calentamiento” seguía creciendo al ver cómo había empezado a sudar, su camiseta se pegaba a su cuerpo (más aún) y marcaba unos erectos pezones bajo ella.

Agité mi cabeza y comencé a explicarla la rutina.

—Vamos a trabajar en este orden. Primero pecho, luego espalda, hombro, luego el brazo, bíceps y tríceps, pierna y acabamos haciendo abdominales. Hoy solo quiero que te familiarices con los ejercicios ¿Qué te parece?

—A mí me parece bien todo lo que me digas mientras no me muera hoy. Tú eres el experto.

—Pues perfecto, échate en el banco de pesas que vamos a empezar con el pecho. Hoy no le vamos a poner peso, solo agarrar la barra y subir y bajar los brazos.

Haciéndome caso se tumbó y se dispuso a agarrar la barra.

—Oye ¿Y cuánto pesa esta barra? — Preguntó.

—Es olímpica así que… veinte kilos.

—¡¿Veinte Kilos?! — Reaccionó al instante levantándose— ¡No puedo con ella, se me va a caer encima y me va a matar!

—¡Qué no! ¿No ves que el peso está muy repartido? Cualquiera puede con ella. Mira, yo me pongo detrás y si no puedes te la sujeto. Venga, inténtalo.

Dudosa de mis palabras, se volvió a tumbar y agarró la barra con los brazos. Yo me coloqué de pie al otro lado, justo donde ella apoyaba la cabeza. Elena me miraba a los ojos resoplando y yo a sus pezones apuntando al cielo. Apreté los dedos de los pies tratando de contener una posible erección que crecería justo ante sus ojos y sirviera de muro entre nuestras miradas.

—Venga, una, dos y tres ¡Levanta la barra! — Animé suplicando porque lo hiciera de una vez por todas.

Elena apretó los puños y la saco del seguro comenzando a hacer el movimiento. Los brazos le temblaban ligeramente y subía y bajaba bastante descoordinada pero podía con ella.

—Dos…Tres…Cuatro…Venga, haz diez que puedes…Ocho…Nueve…Y…¡Diez!

—¡Es verdad! ¡No pesa tanto! Aunque me temblaba todo…

—Es normal, todavía no tienes el movimiento pillado, pero ya lo harás. ¿Otra serie?

Volvió a tumbarse con la autoestima reforzada y se animó a realizar otras diez repeticiones. En las dos últimas tuve que ayudarla ligeramente a levantar la barra así que decidí que para ser el primer día era suficiente.

—Muy bien Elena. Poco a poco iremos metiendo peso. Vamos a ver si puedes hacer dominadas. Este es para la espalda.

Para los no familiarizados con este tema, hacer dominadas consiste en colgarse de una barra situada a cierta altura y conseguir elevarse hasta superar la barra con la barbilla. Descender y volver a subir hasta no poder más.

Yo disponía de una barra de dominadas plegable, comercializada en cualquier tienda de deportes, y que se sujetaba contra los marcos de la puerta de manera que te permitía colgarte sin peligro alguno. La coloqué e inmediatamente Elena se llevó las manos a la cabeza.

—¿Pero cómo voy a hacer yo eso? No voy a hacer ni una…

—Venga ya, eso decías con el ejercicio de antes. Como mínimo intentarlo. Yo te sujeto de los pies y te ayudo.

En buena hora se me ocurrió hacer este ejercicio. La alcancé una silla para que se subiera a ella y pudiera colgarse de la barra, la agarré de los tobillos y con el pie desplacé la silla a un lado. Y efectivamente, su culo, su tremendo trasero desnudo bajo las mayas, quedo a escasamente cinco centímetro de mi cara.

Eché el cuello hacia atrás por temor a que en un mal movimiento clavara mi nariz sobre sus nalgas y ya puesto le pegara un mordisco de la emoción. Las mayas se le metían por la raja del culo y era casi como si iría desnuda del todo. Más abajo, mi polla comenzaba a emitir sus primeros síntomas de erección inminente y se revolvía por el calzoncillo buscando un agujero por el que salir.

Ayudaba por mí, Elena intento hacer primero una dominada que casi consiguió e intentó hacer una segunda pero sus brazos fallaron y simplemente se descolgó y se dejó caer. Mis manos recorrieron sus piernas hasta agarrarla por la cintura al caer y mi miembro, no es un estado de erección pero si camino de ella, se quedó apoyado contra alguno de sus glúteos.

Rápidamente me separé de ella y me di la vuelta.

—No pasa nada, este ejercicio es muy difícil. Mejor seguimos con el siguiente.

—Este era imposible, si no me agarras tú me quedo colgada, este elimínalo de la rutina— Bromeó mientras yo preparaba el banco para el siguiente ejercicio.

Con el banco inclinado de manera que pudiera apoyar su espalda sobre el respaldo, la enseñé como realizar un press de hombro. Dicho ejercicio consistía básicamente en subir y bajar los brazos por encima de su cabeza con una mancuerna de poco peso en cada mano. En la misma posición le enseñe también como trabajar el bíceps y luego el tríceps.

Estos ejercicios le darían un respiro a ella, por no ser tan intensos, y a mí, por no tener que ver su culo contra mi cara o sus tetas botando sin parar. Me dediqué a pasear a sus espaldas mientras ella hacia los ejercicios y contaba el número de repeticiones que hacía.

—Estoy… reventada— Dijo cuanto terminó la última serie.

—Venga, que ya no queda nada, solo la pierna y hoy acabamos.

Para la pierna la instruí en cómo hacer sentadillas. Este ejercicio consiste en, estando totalmente resto, sentarse en una silla imaginaria y volverse a levantar. La enseñe a como colocar las piernas y como descender sin menear las rodillas, echando el culo hacia atrás y bajando con la espalda recta.

Si había conseguido relajarme, en el momento en el que vi como bajaba y sacaba culo dejándolo tenso por completo, volví a alterarme. Puse una mano sobre su espalda para asegurarme que no la torcía y desde allí pude contemplar mejor aún sus movimientos.

—Con este ejercicio trabajamos toda la pierna. Cuádriceps, femoral, glúteos,…—Informe inocentemente.

—Pues este me gusta porque eso quiero, poner los glúteos un poco duros que los tengo…

Me dieron ganas de agarrárselos y estrujárselo para comprobar como los tenia, pero me contuve.

—Con estoy creo que vale por hoy. Ahora hacemos unos abdominales y lista.

—¿Abdominales? ¿Más todavía?

—Sí, abdominales hay que hacer todos los días. Ahora te enseño como se hacen y los días que no vengas los puedes hacer en tu casa que no se tarda nada. Coge una alfombrilla de estas y llévala al salón que allí tenemos más sitio para tumbarnos. Yo voy a llenarte la botella de agua.

Obedientemente se dirigió al salón con la alfombrilla en la mano mientras yo iba a rellenar la botella. Entré al baño y eché el pestillo. Bajé mis pantalones y mi polla salió disparada. Tan apretada bajo el pantalón necesitaba aire, y en cuanto lo tuvo comenzó a endurecerse rápidamente. Mi capullo brillaba y las venas se marcaban bien hinchadas.

—Joder Elena, como me has puesto— Susurré acariciándome la polla con suavidad.

Levanté mi camiseta y me miré al espejo. Me había costado años pero mis abdominales se marcaban notablemente en mi cuerpo y estaban casi tan duros como la polla que me sujetaba con la otra mano. Tenía (y todavía tengo) unos brazos grandes y fuertes, lo suficientemente fuertes como para elevar a Elena por los aires y follarla sin que tocara el suelo. Porque no decirlo… yo estaba muy bueno (y lo sigo estando). Y si esa mujer iba a venir casi todos los dias a mi casa con esas pintas a calentarme yo también la podía calentar a ella y dado que el roce hace el cariño… de ahí a follármela hay un paso muy pequeño. Iba a mojarse en cuanto viera mis trabajados abdominales e iba a querer lamerlos seguro. Y bajaría lamiendo mi cuerpo hasta encontrarse mi cipote que lamería entero para posteriormente hacer una sesión de cardio, o bien cabalgándome, o bien a cuatro patas.

Tenía un empalme brutal pero hacerme una paja en ese momento era inviable así que llené la botella, me la eche por la cara, la volví a llenar de agua bien fría y me mojé dolorosamente la polla tratando de bajar aquella erección de caballo y volví a llenar la botella. Me acomodé la polla, no tan hinchada ya, como pude para que no se notara demasiado y fui hacia el salón.

Elena ya me esperaba sentada en el suelo lista para acabar con la clase. Le expliqué como hacer el primer ejercicio para abdominales. El de toda la vida, piernas en el suelo, manos tras nuca y elevar el tronco. Lo realizo con suficiencia y le explique el segundo. Esta vez, estando totalmente estirada boca arriba sobre la alfombrilla, con las manos en las lumbares, debía elevar las piernas juntas hasta formar un ángulo de noventa grados con el cuerpo.

Elena se lanzó a hacerlo pero no conseguía elevar las piernas más allá de la mitad así que me ofrecí para ayudar a impulsar los pies y en que bendito momento me ofrecí. Me situé a sus pies y la sujete los tobillos ayudándola a subir hasta arriba. La panorámica que me quedo de sus piernas estiradas hacia arriba y las mayas de su pantalón que se metían por su preciosa raja era perfecta. A pesar de que tenía juntas las piernas, casi podía apreciar que el pantalón también se me metía por el chochito y marcaba por completo sus labios vaginales.

Aquello fue el golpe que me faltaba y mi polla se vino arriba por completo. Me daban ganar de echarme un pie a cada hombre y atravesarla el pantalón con mi estaca pero me contuve como pude. Eso sí, quería ver bien ese coñito marcado en las mayas y decidí que el siguiente ejercicio consistiría en abrir y cerrar las piernas elevadas a unos treinta grados. Yo conserve mi posición y la pedí sobretodo precaución con el cuello.

—Elena, tu mantén la mirada fija en el techo. Si tiras hacia adelante te vas a hacer daño en el cuello y las cervicales.

Menuda visión me estaba ofreciendo Elenita cada vez que abría las piernas y me enseñaba su hinchado potorro. Llevaba tal sudada por todo el cuerpo que la ropa parecía una capa de piel más y casi marcaba hasta los propios poros de la piel. Sus pezones brillaban en el horizonte y su coño me incitaba a hundir mi cabeza entre sus piernas cada vez que las abría.

—Muy bien Elena, ahora ponte boca abajo. Vamos a acabar con isométricos. Tienes que apoyar los antebrazos en el suelo y las punteras de los pies y sujetarte así todo lo que puedas.

Me hizo caso sin rechistar y adoptó la citada posición.

—Levanta un poco más la cadera— La dije al tiempo que se la levantaba yo poniendo una mano sobre su tripa y otra por su espalda. Realmente solo quería sobarla un poco así que lleve las manos a sus muslos disimuladamente y la pedí que los tensara bien. Luego, metí una mano entre los dos para pedirla que separara levemente las piernas. Cuando no pudo más, Elena se dejó caer en el suelo totalmente agotada. Yo me senté a su lado tratando de ocultar mi erección.

Tras un par de comentarios sobre la intensidad de la rutina, Elena se puso de pies lo cual aproveche yo para recoger la alfombrilla y levantarme tratándome de taparme el paquete con ella. De pronto Elena vio el reloj y alarmada por lo tarde que se le había hecho y por tener que ducharse todavía antes de ir al trabajo, me agradeció la clase, quedamos para el viernes a la misma hora y se despidió corriendo de mí.

En cuanto cerré la puerta no pude evitarlo. Tira la alfombrilla al suelo, me quite la camiseta y los pantalones y me tumbe sobre ella con la polla dura como una roca y prácticamente sintiendo la sangre que corría por ella. Me dio la sensación de notar el sudor de Elena en la alfombrilla y eso todavía me puso más cachondo. Agarré mi polla como si me iría la vida y me hice una señora paja. La machaqué arriba y abajo durante escasos minutos hasta que note como todo el semen que tenía acumulado desde hace horas en los huevos subía por el tronco de mi polla y salía disparado varios centímetros hasta caer sobre mis abdominales.

—Que desperdicio de corrida— Dije tras expulsar hasta la última gota y con mi polla aun dura— Elenita, te prometo que te voy a follar bien follada y te vas a acordar de mí toda la vida.

Me preparé a conciencia para nuestro siguiente encuentro. Me levante una hora antes, me duche, afeite, me eche colonia y me vestí con un pantalón corto de deporte y una camiseta interior negra de licra bien ajustada a mi cuerpo. Elena volvió con la misma ropa que la vez anterior aunque sin sonreír.

—Hijo, yo no sé si voy a poder hacer algo hoy, tengo agujetas por todos los lados— Entro quejándose.

—¿Y sabes cómo se quitan las agujetas? Con más ejercicio— Bromeé.

—Sí, seguro— Rio— Mira, si me siento me duelen las piernas, si me estiró me duele el cuerpo, si cojo peso me duelen los brazos…

Ya que Elena había bajado, tenía que hacer todo lo necesario para estar con ella y que no se retirara sin hacer nada.

—Pues a ver que hacemos entonces… Podríamos salir a correr pero con el frio que hace…— Deje caer.

—No sé, no se… ¡Si me duelen las piernas hasta andando! ¿Tú que hacías cuando tenías agujetas?

—¿Yo? Ir al Spa y al masajista. Pero aquí Spa no tengo y masajista… Como no quieras que te dé yo un masaje improvisado…— Esta era mi oportunidad.

—¿Me darías un masaje? Eso sí que me vendría bien ¿Se me quitarían las agujetas así?

—No creo que se te vayan del todo, pero más relajada si ibas a estar.

—Pues no se hable más. Estoy en tus manos. ¿Dónde me pongo?

—Ponte en el sofá si quieres y yo me pongo de rodillas.

Elena se sentó en el sofá mientras yo ya me relamía pensando en cómo iba a manosear todo su cuerpo cuando ella tuvo una mejor idea.

—¿Te parece si vamos mejor a mi casa? Así me puedo cambiar de ropa y me lo haces mejor.

—Perfecto— Sentencié. ¿Pretendía cambiarse de ropa? ¿Acaso pensaba ponerse en ropa interior? Mi polla ya vibraba en mi calzoncillo.

Subimos al piso inmediatamente superior al mío donde ella vivía. Nada más entrar observé en el recibidor un pequeño retrato con la foto de su boda de hará unos diez años. “Lo siento cabronazo, pero no le voy a poner a tu mujer un cuerpo 10 para que solo te aproveches tu” pensé mirando a su esposo.

—Ponte cómodo, yo voy a cambiar y vengo ahora— Me dijo Elena señalándome el sofá.

Me puse cómodo y la espere. Apareció al cabo de unos minutos y según la vi mi cipote pego un brinco.

Por arriba con un sujetador blanco que realzaba y reafirmaba sus turgentes pechos y por abajo un pantaloncito corto de color rosa que le llegaban poco más abajo del culo. Se había quitado hasta las zapatillas y venía en calcetines lo cual de daba un aspecto aún más sexy.

—No tengo aceite de masaje así que he traído crema hidratante.

—Mientras se extienda bien no pasa nada.

Me levante del sofá para que ella extendiera una toalla poniendo el culo en pompa y seguidamente se tumbó boca abajo echándose la coleta hacia arriba y acomodándose con un par de cojines.

—Ale, cuando quieras.

Me quede durante unos segundos embobado mirando su cuerpo tendido en el sofá antes de agarrar el bote de crema y comenzar a echársela por los hombros. Un gritito de Elena me saco de mi mundo.

—¡Ay! ¡Esta helada!

—Tranquila que ahora te la extiendo.

Dicho y hecho, mis manos entraron en contacto con su suave piel y comencé a esparcir la crema por sus hombros haciendo movimientos circulares que acababa en su cuello.

Me eche más crema en las manos y se la extendí desde uno de sus hombros hasta la muñeca. Bajé un par de veces por su brazo apretando con mis dedos hasta que en la última bajada agarré su mano y la masajeé con ambas. Una mano dulce y femenina. La imagina agarrando mi polla y masturbándome como había hecho yo el día anterior y comencé a empalmarme.

Repetí la operación con el otro brazo antes de centrarme en la espalda. Rocié su espalda con la crema y pase a extenderla. Como me parecía demasiado brusco desabrocharla el sujetador sin permiso, metí un par de dedos bajo la tira para extender la crema a lo que ella me comentó:

—Desabróchalo si te molesta.

—¿No te importa? — Pregunté haciéndome el inocente y sin esperar respuesta lo desabroché y deje caer los bordes por los laterales.

Seguí extendiendo la crema y masajeando su espalda mientras giraba el cuello para observar como sus tetas, aplastadas contra el sofá, sobresalían ligeramente por los laterales. “Más tarde” pensé. Ahora me tocaban las piernas.

Unas piernas que me esperaban desnudas con una ligera celulitis que si cabe, me ponía más aún. Mi polla en esos momentos ya tenía un tamaño considerable. Más crema para mis manos y masaje en los gemelos. Primero uno y luego otro para acabar con una mano en cada gemelo.

—Vaya manos tienes…—Dijo Elena con una voz suave suave.

Pues ahora ibas a ver. Exprimí el bote de crema en sus muslos y comencé con el izquierdo apretando todo lo que podía a fin de darla un buen masaje y sobretodo de sobarla bien. Primero solo por la parte trasera antes de rodear su pierna por completo con las dos manos y manosear toda la parte interior de su pierna. Abrió ligeramente las piernas para permitirme maniobrar mejor y aproveche para subir mis manos todo los arriba que podía, casi hasta rozar el comienzo de su culo y casi casi tocar su entrepierna con los nudillos.

Por supuesto, repetí los movimientos en la otra pierna observando por las dobleces de su pantalón que esta vez llevaba debajo unas finas bragas negras. Mi erección ya era total.

Una vez había sobado y resobado sus piernas, puse las manos en sus caderas y las subí lentamente por sus costados hasta notar con las yemas de mis dedos sus esponjosas tetas que antes había divisado. Me gustó tanto el tacto que bajé y subí tres o cuatro veces más con especial lentitud en la zona de sus pechos. Di un par de golpecitos en sus omoplatos y la pedí que se diera la vuelta.

No dijo nada. Simplemente agarró los tirantes de su sostén y se dio la vuelta con los ojos cerrados. Su sujetador, que ya no sujetaba nada, tapaba malamente sus tetas.

—¿Tienes agujetas por los abdominales también?

—Tengo, tengo.

—Es una zona muy delicada.

Y comencé a masajear su tripa con el afán de mover lo suficiente el sostén como para ver sus empitonados pezones. No hubo suerte porque mis movimientos no eran tan fuertes pero con mi polla a punto de salirse del pantalón opte por jugármela.

—¿No te aprietan los pantalones? — La pregunté tirando de la goma de estos hacia arriba y pasando un dedo por las marcas que dicha goma había dejado sobre su piel. Fui de un lado al otro de la cadera con dos dedos, recorriendo toda su cintura. Me pareció ver, o quise ver, como sus rodillas de abrían ligeramente y separaba unos centímetros sus piernas, como dando luz verde a una posible inclusión de un objeto ajeno entre ellas.

Baje unos milímetros hasta tocar la goma de sus braguitas y la levanté para meter un dedo bajo ellas y recorrer todo el camino que marcaba la goma dos veces antes de bajar milímetro a milímetro mi dedo del medio hasta su ansiado tesoro.

Elena que había permanecido en silencio hasta ahora interrumpió el silencio que reinaba en el salón.

—Creo que ahí ya no tengo agujetas.

Lo interpreté como la última muestra de resistencia antes de dejarse hacer algo que moralmente mucha gente reprocha: acostarse con alguien veinte años menos. Una manera de liberar su responsabilidad y darme a mí el mando de la situación.

Lleve mi dedo índice de la mano que tenía libre a su boca realizando el gesto de silencio mientras la susurraba cálidamente.

—Hay que trabajar todos los músculos y este es uno de los más potentes.

De golpe, bajo mi manto entera hasta su jugoso coño y mi dedo corazón se introdujo en él tirando de ella hacia arriba y sacándola el primer de los muchos gemidos que iba a dar esa mañana.

—Suave… bestia…

Saqué el dedo de su interior despacio y se lo volví a meter recreándome en su humedad. Lo volví a sacar y acaricié todo su coño con la palma de mi mano dejándomela pringada de sus jugos. Busqué su clítoris a ciegas para poder acariciarlo. Elena suspiraba con los ojos cerrados de placer y termino por abrir las piernas definitivamente dejando caer una de ellas al suelo. Mis dedos corazón y anular entraban y salían de su cueva presionando todas sus paredes haciéndola disfrutar de verdad.

—¿Qué me estás haciendo? — Suspiraba Elena entre gemido y gemido. Con su mano izquierda acariciaba mi mano por encima de su pantalón y con la derecha recorría una y otra vez mis abdominales con las yemas de sus dedos tras haberla metido por debajo de mi camiseta.

Con mi mano izquierda agarré su sujetador y lo fui deslizando fuera de su cuerpo disfrutando cada centímetro que quedaba desnudo de sus dos enormes melones. Descubrí ante mi dos pezones puntiagudos con unas areolas marrones oscuras y gigantes.

—Tienes unas tetas preciosas Elena.

Palpé uno de sus senos con mi mano disfrutando del contraste entre el suave tacto de su pecho y la dureza de su pezón. Posteriormente doble mi cuerpo hasta llegar con la boca a tal manjar y poder chupar, besar y lamer aquella preciosa teta. La mano de Elena se deslizo desde mi vientre hasta mi paquete para recorrer toda su longitud varias veces.

—Vaya empalmada llevas— Dijo abriendo los ojos por primera vez.

—Como la del otro día.

—Ya me di cuenta…

Mi mano no paraba de hurgar en su entrepierna y hacerla gozar.

—¿Quieres probarla? — Dije bajando mi pantalón por debajo de los huevos. Mi polla salió como un resorte.

—Supongo que… a nadie le amarga un dulce de vez en cuando.

Saqué mis manos de sus intimidades y las metí a través de su melena acariciando su cabeza y acercándola hacia mi polla. Elena cerró los ojos y abrió la boca con la lengua fuera dispuesta a degustar el trozo de carne que se le ofrecía.

Pensé que me moría de placer cuando la punta de mi polla se posó en su lengua y sus labios envolvieron mi capullo. El calor de su boca y su humedad hicieron que estuviera a punto de correrme al instante. Sujetándola de la cabeza la hice tragar mi polla lentamente más allá de la mitad para luego echar su cabeza hacia atrás dejando un rastro de saliva por todo el tronco de mi miembro.

—Madre del amor hermoso Elena…

Y volví a empujar mi polla hacia su boca. A medida que avanzaba sus labios se apretaban a mi rabo y su lengua se recreaba lamiendo todo lo posible. Durante un par de minutos estuve recibiendo una mamada colosal de aquella diosa. Entraba y salía de ella dejando cada vez más saliva sobre mi capullo. No sé quién estaba disfrutando más, si ella o yo.

Le lleve los huevos a la boca ya que también necesitan un poco de cariño y mientras ella me los comía y lamía tratando de metérselos enteros a la boca sin conseguirlo, observe como empezaba a gemir más y más fuerte, y es que se había metido la mano bajo el pantalón para masturbarse y parecía estar a punto de correrse.

La detuve agarrándola del brazo y sacándoselo bruscamente de su entrepierna a lo que se sorprendió soltando mis huevos de su boca.

—Es hora de la clase de cardio— Dije tirando del brazo para hacerla levantar.

Me senté en el sofá agarrándomela por la base y agitándomela la ordene que me montara y me cabalgara.

—Estaba a punto de correrme— Me recriminó.

—Vas a disfrutar más si te corres con mi polla dentro. Mírala, que grande y dura la has puesto— Dije apuntando con mi polla hacia ella— Fóllatela.

Tampoco hacía falta pedírselo porque iba dispuesta a ello. Se bajó el pantalón y las bragas de un solo tirón quedando por fin desnuda por completo. Por primera vez vi su coñito. Perfectamente depilado y brillante desde la distancia fruto de su humedad.

—Que cachonda me has puesto…— Dijo mientras se sentaba encima mío con una rodilla a cada lado y sujetando mi polla con la mano— …Con el maldito masaje… Me has metido mano por todos los lados cabrón… Que polla más dura…

Y por fin se dejó caer y se metió de golpe mi polla hasta sus entrañas.

—Y bien que te ha gustado que te metiera mano… Lo estabas deseando.

—No…— Dijo acompañado de un gemido y pegando el primer bote sobre mi polla— Yo solo quería…Ahhh…Provocarte un poco… Jugar… Vaya polla Dios…

—Pues ahora por zorrita… Te vas a ir bien follada.

Sus tetas botaban enfrente de mi cara. No me pude resistir y agarré una con cada mano para llevármelas a la boca y morder sus pezones. Con mi cara hundida entre aquellos dos melones mis manos se fueron a masajear su tremendo culo. Elena seguía botando encima mío mientras el sudor de nuestros cuerpos nos volvía pegajosos.

—Que buena estas, que bien follas…—Repetía yo continuamente.

—Que polla más dura, me encanta…—Era la frase que repetía ella.

Elena dejo de botar para, con la polla clavada hasta adentro, empezar un movimiento hacia adelante y hacia atrás balbuceando “me corro, me corro”. Me agarró del pelo y emitió unos gemidos a tal volumen que los cristales de la ventana llegaron a temblar. Se orgasmo fue terrible. Por un momento pensé que Elena había caído en coma. Yo quede empapado de sus fluidos vaginales.

Elena apoyo su cabeza sobre mi hombro, aun con mi polla dura dentro de ella, y fue recuperándose poco a poco.

—Joder, que orgasmo tan intenso… que polvazo…

—Y cuanto más entrenes, más intensos serán… Por cierto, yo aún no me he corrido…

—Eso te lo soluciono yo ahora…

Elena se bajó de mí y se arrodillo en el suelo, dispuesta a regalarme otra fabulosa mamada y dejarme acabar en ella, pero la detuve.

—Espera… Tienes un culo que me vuelve loco y antes de correrme tengo que follarte a cuatro patas, aunque sean dos metidas…

Elena sonrió y se levantó del suelo para subirse al sofá de nuevo dándome la espalda.

—Así que a cuatro patas ¿eh? ¿Me vas a dar unos buenos pollazos así? —Dijo poniendo el culo en pompa— ¿Me vas a azotar?

Y eso fue precisamente lo primero que hice, darla un buen azote en una de las nalgas que la dejo mi mano marcada. Elena respondió con un suspiro. Deje reposar mi polla sobre su mismísima raja mientras masajeaba su culo. Pase un dedo por su agujero anal fantaseando con abrírselo algún día con la polla y encaré esta hacia su lubricada entrada vaginal. Deslicé mi rabo en su interior que entró con la misma facilidad con la que había entrado antes y agarrándome a sus caderas comencé una follada brutal. Entraba y salía a una velocidad vertiginosa y con una potencia descomunal. Mis huevos chocaban contra su clítoris y sus nalgas bailaban al son de mis embestidas. Sus piernas temblaban como si se fuera a desmayar.

—Dios, me matas con tu pollón, fóllame fuerte…

—Elena, te voy a dar mi leche…Elena, prepárate…

Saqué mi polla y con un nuevo azoté grité:

—¡Date la vuelta!

Bruscamente se dio la vuelta, ayudada por mí que tiraba de sus piernas, para quedarse tendida boca arriba con las piernas abiertas. No tuve más que agitar un par de veces mi polla para correrme como un semental.

El semen salió disparado de mi capullo. Los primeros chorretones, los más abundantes, volaron hasta su cara, pillándola totalmente de improvisto y dejándosela blanca por completo. Los siguientes cayeron sobre sus pechos, esparcidos de una manera aleatoria. Unos por el pezón derecho y otros resbalándole por el costado de su pecho izquierdo. El siguiente chorretón le cayó en el estómago y finalmente las últimas gotas de mi semen cayeron sobre su vientre deslizándose poco a poco hacia su abierto potorro. Sobre él pegué varios pollazos descargando los restos que me quedaban por el conducto de mi polla que aún no habían salido. Había llenado, literalmente, a Elena de leche.

—Joder tío, vaya corridón, me has pringado entera…

—Es que me pones muchísimo… y además ¿No has leído nunca que las corridas son buenas para la piel?

—Pues se me va a quedar un cutis divino porque me has puesto la cara…fina fina.

CONTINUARA

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