Clases particulares de sexo

Un hombre agobiado por sus escasos conocimientos en cuestión de sexo busca ayuda para complacer a su mujer.

30 años, 1,80 de estatura, 80 kg de peso, fibroso, moreno, ojos negros que parecen mirar desde el más allá y brillaban con un fuego especial cuando miraba a su mujer. De su carácter se puede decir que era un romántico, con esa gracia que da el manejo hábil de la ironía aunque nunca mordiente, fiel hasta la muerte y orgulloso de cumplir siempre la palabra dada. Ese era Juan.

De su esposa poco puedo decir más allá de su aspecto. Apenas la conocí pues solo coincidimos un par de veces y aparte de los saludos de rigor nunca cruzamos más de media docena de palabras. Su nombre era Ana y sí puedo decir que era una mujer de bandera. De esas que hacen que los hombres nos giremos al cruzarnos con ellas. Sus medidas eran sencillamente perfectas. Un generoso busto del que apenas lucía escote en una especie de recatada elegancia. La cintura sin ser lo que comúnmente se definiría como de avispa si parecía tentar a ser abrazada. Su cadera era...perfecta. Sobresalía de la cintura en la más armoniosa de las curvas arrastrando tras ella las miradas embobadas de los hombres y envidiosas de las mujeres.

El óvalo perfecto de su rostro estaba enmarcado por su trigueña melena siempre suelta que le llegaba a la mitad de la espalda. Sus carnosos labios parecían acariciarte cuando hablaba. Sin embargo sus ojos grises parecían acero pulido. Transmitían la misma sensación de frío que el propio acero. Nunca logré ver en ellos un asomo de la dulzura que parecía derrochar su voz. Siempre me dio la sensación de que dentro de aquel cuerpo escultural no había alma. Como si se tratase de la más bella muñeca creada para la perdición de los hombres.

¿Y quién soy yo? Eso no importa. Solo soy el narrador de esta historia así que podemos olvidarnos de mi nombre y de mi humilde persona.

Cuando comienza esta historia, Juan y Ana se habían casado hacía tres años. No tenían pensado tener hijos durante una temporada y se centraban en ellos única y exclusivamente. Juan era un reputado abogado con unos ingresos más que buenos y Ana era... Ana. Sus ocupaciones habituales eran ir al gimnasio, compras, cafeteo con las amigas y más compras. Del trabajo de casa se ocupaba una muchacha interna a tiempo completo que ocupaba una habitación en la última planta del chalet que disfrutaban en las afueras.

Juan, aunque trabajaba como el que más, no se olvidaba de sacar tiempo para estar con su mujer. Ella era su vida, el centro de su mundo, el motivo de su existencia. Todo su mundo giraba en torno a Ana. En cuanto a Ana, como digo apenas la conocí así que no puedo opinar, aunque sus ojos me decían que Juan era para ella solamente el que pagaba su tren de vida.

———

Juan miraba nervioso la pantalla de su ordenador sin perder de vista la puerta de su despacho como si temiese que alguien fuese a entrar de repente y lo encontrase en una situación comprometida.

Tras cinco minutos más tecleando agregó un nuevo contacto en la agenda del móvil del trabajo y tras consultar su reloj cerró la página que miraba, borró el historial y apagó el ordenador antes de enviar un mensaje a Ana diciéndole que tenía una comida de negocios que probablemente se alargaría y salir nervioso.

Aparcó en el sótano de un hotel no muy lejos de su despacho, leyó un mensaje que acababa de recibir y subió directamente a la cuarta planta. Salió del ascensor y se encaminó decidido a una habitación cercana. Llamó un par de veces con suavidad y apenas unos segundos más tarde una mujer vestida con un pantalón y una blusa blanca que le daban aspecto de ejecutiva abrió la puerta lo justo para mirarlo inquisitiva.

—¿Juan? —preguntó con gesto neutro.

—Sí. Soy yo —contestó él, nervioso.

Ella se apartó de la puerta invitándolo a pasar mientras lo observaba de arriba a abajo. Después echó un vistazo al pasillo. No vio a nadie y cerró. La mujer se movía como una gata pero sin afectación alguna. Parecía algo innato en ella.

La habitación no tenía nada de particular. Se veía pulcra y más que suficiente para pernoctar un matrimonio.

Se acercó a Juan que estaba de espaldas a ella nervioso. Parecía no saber qué hacer o dónde ponerse. La mujer ladeó la cabeza mirándolo con curiosidad.

—¿Tu primera vez? —quiso saber—. No tienes aspecto de ser virgen.

—Sí. Bueno, no. Quiero decir que... —las palabras se atropellaban en la boca de Juan que parecía morirse de vergüenza en aquella situación—.

—O sea. Que no eres virgen pero es la primera vez que estás con una puta —resumió ella fríamente.

—Yo no quería decir eso —intentó disculparse él. A cada momento que pasaba se sentía más inseguro, más nervioso. Casi con ganas de escapar corriendo—. Perdone la indiscreción, pero no parece usted una...

—Tranquilo —dijo ella con voz suave—. Es lo que soy. Puedes decirlo sin miedo a ofenderme. ¿Esperabas a Julia Roberts en plan Pretty Woman? Con esas pintas no me dejarían entrar aquí. Pero con este atuendo y ese maletín —señaló un portafolios que descansaba en una mesa—, puedo ser una ejecutiva que va a una entrevista de negocios. Pero hoy para ti seré lo qué desees.

—Eso sí. Quedamos en que nada de sado ni mierdas de esas. Del resto lo que quieras —su voz se endureció un momento para tomar de nuevo un tono dulce—. Dime que era eso que deseabas de mí. La verdad es que tengo curiosidad.

Juan parecía no saber dónde meterse. Se sentó en el borde de la cama retorciendo sus manos mientras la mujer lo miraba intrigada.

—Yo quiero... necesito...

—A ver hombre. Arranca de una vez que el tiempo pasa y se acabará antes de que me desnude. Y pienso cobrarte igual —advirtió divertida.

Juan la miró a los ojos y se soltó al fin.

—Quiero que me enseñe a hace el amor —soltó de golpe como si se deshiciese de un gran peso.

La mujer lo miró con los ojos como platos. No podía ser verdad lo que estaba oyendo.

—¿Perdón? ¿Que te enseñe a follar? A ver chaval, aquí se viene con la lección aprendida. Follamos, pagas y te largas. Así de sencillo. Que esto no es una academia —la mujer estaba desconcertada.

—Por favor —le pidió Juan ya decidido—. Solo le pido que me escuche. Si después decide no ayudarme le pagaré y cada uno por su lado.

La mujer titubeó un momento. Algo en la mirada de aquel hombre le decía que no era un truco, que podía ayudarle fuese lo que fuese lo que necesitaba. A fin de cuentas se trataba de follar, como siempre. Le daría un par de indicaciones, le sacaría la pasta y puerta. Tampoco podía ser tan malo. Y el pobre parecía de verdad angustiado.

Se sentó en una de las butacas que había enfrente de la cama y con un gesto de la mano indicó a Juan que estaba dispuesta a escucharle.

Juan se aclaró la garganta e intentó ordenar sus ideas antes de empezar. Cuando comenzó a hablar miraba al suelo, a un punto indeterminado de la moqueta entre ambos. Poco a poco fue cogiendo confianza en si mismo y como si se tratase de la exposición de un caso ante un juez, su voz fue ganando confianza.

—Verá —comenzó.

—De tú, por favor —lo interrumpió ella—. No hay tanta diferencia de edad entre nosotros. Puedes llamarme Eva. No es mi verdadero nombre pero para el caso da igual uno que otro.

—De acuerdo... Eva. Verás, mi problema es el siguiente. Estoy casado y muy enamorado de mi mujer. Pero creo que no doy la talla con ella. Cuando hacemos el amor siento que ella se queda insatisfecha y temo que me pueda dejar por otro. En una mujer muy ardiente y quiero estar a la altura. Por eso necesito ayuda de una... profesional que me pueda ayudar a saber cómo satisfacerla.

Eva se quedo muda un momento mirando fijamente a Juan. Su cara decía que intentaba asimilar lo que acababa de escuchar. Por un momento estuvo a punto de echarse a reír pero algo en su interior le dijo que en el fondo aquello era una declaración de amor a su esposa. Aquel hombre tan atractivo que tenía delante con aspecto de crío quería que ella le enseñara a follar como un dios para no perder a la mujer de la que estaba enamorado. Estaba claro que el tipo no era el típico putero. Pero estaba dispuesto a pasar por el trance por amor a su mujer. Le provocaba hasta ternura lo que acababa de escuchar.

—Sinceramente, no sé si podré ayudarte. Tu quieres aprender a hacerle el amor a tu mujer. Y lo mio es follar. Así, a secas. Cuando haces el amor con tu mujer hay besos, abrazos. Es algo muy íntimo entre dos personas. Y yo solo puedo prestarte mi cuerpo. No tiene nada que ver —Eva decidió ser sincera con él aunque eso le hiciese perder un buen negocio. Aquel hombre había desnudado su alma ante ella y ella no quería herirlo.

—Lo sé —insistió él—. Se trata tan solo de aprender "técnicas", por así decirlo. Quiero aprender a hacer un cunilingus —se puso rojo como la grana al decirlo—. A penetrarla para darle el máximo placer posible. Tengo la sensación de que no he logrado todavía provocarle un orgasmo. Y me da mucho miedo que me deje por eso —acabó hundiendo la cabeza.

—Vaya... —Eva se quedó de nuevo sin palabras. De todas las cosas raras que le habían pedido sus clientes, aquella se llevaba la palma con diferencia.

¿Porqué no? —se dijo—. No deja de ser lo mismo de siempre. Con la diferencia de que esta vez si el tipo lo hacía mal podría reprenderle. Esta idea la hizo reír por dentro. De acuerdo. Aceptaría. Y si en algún momento algo se torcía ya lo pararía.

—De acuerdo. Pero te advierto un par de cosas. Esto no se aprende en una hora. Necesitarás varias "sesiones". ¿Te parece bien un par de veces por semana? Puedes poner tú las fechas. Yo puedo organizar mi agenda según a ti te vaya bien. La habitación la pagas tú, por supuesto. Y si en algún momento por lo que sea me siento incómoda, se acabó. ¿Hay trato? —preguntó mientras se levantaba y tendía la mano hacia Juan

—Muchas gracias. Me parece todo perfecto —Juan se animó a sonreír—. Procuraré no molestarte y si algo te molesta, por favor, dímelo.

—Muy bien. Ya que estamos de acuerdo, veamos con que herramientas vamos a trabajar —ordenó Eva haciendo un gesto a Juan. Éste parecía indeciso y bajó la cabeza avergonzado mientras soltaba los botones de la camisa.

Eva hizo un gesto apreciativo al ver el torso desnudo de Juan. —Caramba. Con ese cuerpazo me extraña que tengas poca práctica en cuestión de sexo. Las mujeres tenían que rifársete.

—Es que solo tuve una novia. Y me casé con ella —explicó Juan ruborizado.

—¿Y ella?

—¿Ella qué...? —preguntó desconcertado.

—Que cuántos novios tuvo ella antes de conoceros.

—También fui el primero —contestó como disculpándose.

Eva no dijo nada pero por lo poco que Juan había comentado de los gustos de Ana, o era una mujer muy ardiente que había descubierto un mundo nuevo al despertar su sexualidad o tenía más práctica de la que Juan suponía. Desechó esos pensamientos pues era algo que no le incumbía y se centró en observar a su cliente. Eso era; su cliente. Solo eso

Lo cierto era que aquel hombre estaba pero que muy bien. Reconoció que hasta sería capaz de hacerle precio si la follase bien. Pero por lo que parecía, eso no sucedería. Paralelos a estos pensamientos buscaba la forma de ayudarle. Todavía no tenía muy claro que era lo que aquel pobre diablo necesitaba ni como podría ayudarle. —Bueno. Lo iremos viendo sobre la marcha—. Pensó.

—El slip también —insistió divertida al notar la vergüenza de Juan—. Quiero saber, necesito saber con qué tendremos que trabajar.

Juan se dio la vuelta para acabar de desnudarse. Eva estuvo a punto de soltar una carcajada ante la patética actitud de su cliente.

—Venga. Date la vuelta... ¡Joder! —exclamó al ver el miembro de Juan. Aunque estaba encogido por el pudor aquella barra de carne debería conseguir un gran tamaño en toda su plenitud.

—No será gran cosa. Pero creo que tampoco es necesario burlarse —protestó él ofendido.

—¿Que no será qué? Anda ya. O no crece nada o eso empinado es una hermosura —lo alabó ella.

—Es qué... .titubeaba él todavía.

—Veamos en que se puede convertir —dijo ella arrodillándose ante un estupefacto Juan que veía como si de una película porno se tratase como Eva se metía toda su encogida polla en la boca.

Eva no se movió. Tan solo dejó descansar aquel trozo de carne desvalido sobre su lengua. Lo apretó suavemente con sus labios y enseguida comenzó a notar como aumentaba de tamaño al notar el contacto de la lengua bajo el pene. En menos de diez segundos aquello había ganado un tamaño considerable y Eva, a su pesar, hubo de retirarse un poco pues a duras penas lograba abrazarlo entero con su boca.

Aquello apenas lo había hecho un par de veces, Normalmente en cuanto mostraba su pecho, las vergas se ponían a saludar en posición de firmes. Y le gustaba esa sensación de poder al ser capaz de empinar una polla sin necesidad de hacer nada, con el simple contacto con su boca.

Retiró su boca dejándolo cubierto de saliva mientras lo miraba sonriente. Lo agarró con su mano y se sorprendió al ver que su mano casi no lograba abarcar aquella circunferencia. Miró a los ojos a Juan que seguía ruborizado.

—¿Lo ves? Es una belleza de polla. Con semejante herramienta ya tienes mucho ganado para hacer que tu mujercita se corra como una perra en celo —aseguró haciendo que Juan se tranquilizase un poco.

Eva se puso en pie frente a Juan con las manos descansando a lo largo de su cuerpo. Su rostro adquirió un gesto serio, concentrado.

—Bien. Veamos ahora lo que sabes hacer. Imagina que soy tu mujer y quieres foll... hacerme el amor —rectificó para no hacer sentir violento a Juan—. ¿Cómo lo harías?

Juan miró a la cama provocando que un bocinazo de desaprobación sonase en la cabeza de Eva —mal empezamos—. Pensó ella.

Con timidez Juan se acercó a Eva e intentó abrazarla. Los nervios no le dejaban decidir por dónde empezar.

—Recuerda. Nada de besos. Eso está vetado —lo advirtió ella.

—Sí, claro.

—A ver hombre. Decídete que no muerdo —lo apremió al ver su exasperante indecisión—. Imagino que la abrazarás. Pues hazlo. Abrázame. Puedes besar mi cuello. Imaginemos que alternas esos besos con besos en la boca. Así. Algo mejor —lo animó ella al sentir sus titubeantes labios sobre su piel.

—Mientras tanto empieza a soltar los botones de mi blusa. Con cuidado pero decidido —dijo al sentir las torpes manos de Juan intentando maniobrar con los botones—. Intenta usar una sola mano mientras con la otra me abrazas contra ti. Tu mujer quiere sentirse deseada, no un maniquí al que vestir y desnudar. Quiere sentir tus caricias y tus besos mientras me... la desnudas. No hay mujer a la que no le guste eso.

Con una torpeza más propia de la situación que de la poca habilidad, poco a poco Juan logró soltar la blusa de Eva. Dos hermosos pechos aparecerieron ante su vista apenas tapados por un sujetador de encaje que dejaba ver la sombra de los pezones. Juan no pudo evitar sentirse hipnotizado por esa vista. Eva fue consciente del efecto que su pecho apenas velado provocaba en Juan.

—¿Te gustan? —preguntó con voz suave.

—Sí... sí, claro —tartamudeó Juan.

—Pues tócalas, acarícialas. Bésalas. Puedes hacerlo sin quitar todavía el sujetador. Eso le hará sentir cuánto te gustan las suyas. Le gustará que lo hagas.

Juan con timidez llevó una mano a uno de los pechos de Eva. Aquella suavidad que se adivinaba bajo la leve tela, aquel calor que emanaba de la teta le pareció maravillosa. Recordó los pechos de Ana, eran muy parecidos, y llevó la boca hasta el derecho. Abarcó todo el pezón con la boca e intentó chupar. La tela le provocó una sensación desagradable. Quería deshacerse del sujetador. Llevó sus manos a la espalda de Eva y forcejeó con el cierre que se resistía obstinado a sus maniobras.

—Lo sabía —dijo Eva en tono de fastidio—. Lo de los preliminares lo lleváis mal. ¿Porqué no os molestáis en aprender a soltar el broche del sujetador? Ni que fuese un candado.

Apartó las manos de Juan y lo animó.

—Venga. Otra vez. Lo vas a repetir hasta que lo hagas con una sola mano.

Juan pasó de nuevo las manos tras la espalda de Eva y pasó los dedos sobre el cierre como si fuese un ciego intentando conocer la forma del artilugio. Después con torpeza pero mejorando algo su técnica logró al fin soltarlo.

—Muy bien —sonrió Eva—. Una vez más. Lo haremos hasta que lo consigas con una mano sola.

—¿Y eso le gustará? —preguntó un escéptico Juan ya más metido en su papel.

—La mujer que diga que no le importa como su amante le saca el sostén miente como una bellaca. Todas, absolutamente todas, queremos un hombre decidido que sepa soltar un sujetador a la primera. Y si es con una sola mano, mejor. Eso indica que el tío sabe lo que se hace y promete que el polvo será apoteósico.

Tras una docena de intentos, Juan logró al fin soltar el maldito broche sin que Eva sintiese apenas un roce en su espalda. Sin embargo al hacerlo con una sola mano retorcía la tira trasera de la prenda y no había manera.

—Es igual —lo consoló Eva—. Hacerlo con una mano sola es muy difícil hasta para nosotras. De todos modos lo has hecho muy bien. Ahora, despacio, como si intentases acariciarme con él, tira del sujetador y libera el pecho.

Juan siguió sus indicaciones y cuando los pechos de Eva quedaron al fin desnudos, dejó caer la prenda sobre la cama. Sin necesidad de invitación volvió a abarcar el pezón con la boca y chuparlo como si fuese un bebé.

—Así no, ansioso —lo corrigió ella divertida—. Primero juega con la lengua sobre el pezón. Alrededor de las areolas. Y no dejes de acariciar el otro. Solo tienes una boca, pero tienes dos manos. Mejor. Mucho mejor ­—lo animó al sentir la punta de la lengua describiendo círculos sobre las areolas hasta centrarse en el pezón mientras guiaba la cabeza de Juan con sus manos.

—¿Lo hago bien? —preguntó Juan separando su boca un segundo antes de seguir.

—Cuando veas el pezón duro como una piedra sabrás que lo has logrado —contestó ella sintiendo que faltaba poco para que Juan lo consiguiese. Intentó negarse el placer que sentía. Aquel hombre tenía mucho que aprender, pero lo que hacía lo hacía con tal dulzura que era imposible no rendirse ante sus caricias.

Cerró los ojos intentando pensar en cualquier cosa que estuviese lejos que aquella habitación, pero la suavidad y el calor de la lengua de Juan poco a poco iban derribando sus defensas. Los dientes de Juan dando un ligero e inesperado tirón de uno de sus pezones le arrancó un gemido a su pesar.

—Perdón —se disculpó Juan—. No quería hacerte daño.

—Tranquilo. No me has hecho daño. Ha sido la sorpresa. No me lo esperaba —se justificó ella sintiéndose mal por haberlo disfrutado. Aquello no era profesional—. Pero lo has hecho bien. Si mides bien la fuerza y no haces daño, te aseguro que le gustará. Tal vez incluso le guste que le hagas un poco de daño. Eso lo sabrás cuando lo hagas.

Juan se animó a sonreír al verse felicitado por aquella mujer que sabía de sexo mucho más de lo que él sabría nunca. De repente se sintió como el alumno al que su profesor le pone un 10 en un examen.

—Muy bien —dijo Eva—. Cuando estés con ella ya sabes lo que tienes que hacer. Ahora vamos a ver que tal por abajo. Quítame el tanga.

Juan miró al pantalón de Eva y con un cierto reparo llevó sus manos al botón superior.

—¡NO! —lo reprendió Eva—. Sigue acariciando mi pecho mientras sueltas el pantalón. Recuerda que no es un maniquí. Está claro que los tíos no sois capaces de hacer dos cosas a la vez — se rió.

Juan llevó de nuevo su boca al pecho de Eva mientras tanteaba el botón. Con una cierta torpeza al intentar hacer ambas cosas a la vez logró soltar el botón y tiró de la cinturilla hacia abajo. La prenda se deslizó por las caderas de la mujer dejando un tanga a juego con el sujetador a la vista. El sexo parecía estar completamente depilado.

—Bien. Continúa —lo animó Eva empujando ligeramente su cabeza hacia abajo—. Ahora toca trabajar ahí abajo.

Juan se arrodilló ahora ante Eva y admiró durante un segundo el depilado sexo apenas velado por la tela. Llevó sus manos a las caderas de Eva y tiró despacio de la goma hacia abajo mientras Eva lo animaba alabando su buen hacer. Cuando el pantalón y el tanga estuvieron en las rodillas de la mujer, llevó su mano a la raja que asomaba ante él. Sus dedos le dijeron que no había ningún indicio de humedad. Intentó penetrarla con un dedo.

—Así no. ¿No ves que no estoy mojada? —lo corrigió Eva. Cójeme en brazos y llévame a la cama.

Juan así lo hizo. La levantó como si fuese una pluma y la depositó con suavidad en el medio de la cama.

—Muy bien —Eva le sonrió satisfecha—.Ahora demuéstrame cómo me lo comes. O mejor dicho, como se lo comes a tu mujer. Porque supongo que lo hacéis. ¿O no? —preguntó cuando comprendió que tal vez el sexo entre Juan y su mujer fuese mucho más aburrido.

—Sí. Sí lo hacemos —afirmó Juan cohibido.

—Muy bien. Pues adelante. Te garantizo que si se lo comes bien será ella la que coma en la palma de tu mano. No hay mujer que se resista a una buena comida de coño. Si lo haces bien y logras que me corra, no te cobraré la sesión —lo animó para que se aplicase.

Juan se inclinó a los pies de Eva y tiró del pantalón y el tanga. Las piernas de Eva se abrieron invitándolo a pasar. Juan se colocó en medio y tras un titubeo llevó su lengua al cerrado coño. Lo lamió varias veces de arriba a abajo. Después miró a la cara de Eva. Ésta tenía los ojos cerrados y Juan sonrió orgulloso.

—¿Lo hago bien?

—¿Bien? Por favor... ¿Eres un hombre intentando que tu mujer tenga un orgasmo o un perro lamiendo un plato?

—Como te vi con los ojos cerrados...

—Porque no creía que pudieses hacerlo peor. ¿De verdad se lo haces así? —preguntó incorporándose sobre los codos—. Mira mis pezones —invitó avanzando su pecho para mostrarlos—. ¿Tú crees que muestran excitación?

—Lo siento —Juan bajó la cabeza avergonzado. Aunque era consciente de su poca experiencia en el sexo, ahora estaba recibiendo un baño de realidad. Era una nulidad.

Eva se apiadó de él al verlo tan hundido. Aquel hombre era capaz de provocarle una gran ternura. Era un hombre enamorado dispuesto a lo que fuese por complacer a su mujer y no perderla. Se incorporó y se sentó a su lado en el borde la cama.

—Ven —lo cogió de la mano para situarlo ante ella—. Arrodíllate delante y sigue mis indicaciones.

—No vayas directamente al c.. a la vagina —se corrigió por él—. Acaricia con la lengua los alrededores de la entrada. Besa, acaricia, hazlo con tus manos también. Debes lograr que ella desee sentir tu boca en su sexo. Excítala hasta que no se pueda aguantar y tire de tu cabeza a su coñito deseosa de más. Anda. Inténtalo.

Juan se colocó de nuevo entre las piernas de Eva y siguió sus indicaciones. Ella lo iba corrigiendo cuando lo necesitaba y lo incitaba a seguir cuando lo hacía bien. Al cabo de un rato se llevó un dedo a la entrada de su sexo y se lo mostró satisfecha.

—¿Lo ves? Ahora está húmedo. Es el momento de entrar a jugar con tu lengua dentro.

Juan recorrió el interior del coño de Eva con su lengua. El sabor, parecido, pero distinto del de Ana le pareció delicioso y excitante. Ahora Eva si cerraba los ojos disfrutando las caricias de la lengua de Juan.

—Fíjate en el efecto que hace sobre mí tus caricias. Eso te dirá si vas bien o mal —se obligó a indicarle olvidando por un segundo su propio disfrute. Aquel hombre aprendía rápido. En cuanto se sintiese un poco más seguro de si mismo sería un gran amante.

Juan siguió insistiendo con su lengua pero no lograba el deseado orgasmo de Eva. Eso le hacía ser impulsivo y limitarse a intentar follarla con la lengua. Eva, viendo que la cosa no avanzaba separó la cabeza de Juan de su sexo. El tiempo se acababa y tenia claro que el orgasmo no llegaría.

—Bueno. Por hoy se acabó —sentenció poniéndose en pie ante él. Por primera vez Juan fue consciente de la desnudez de Eva y de la perfección de su cuerpo. Su erección, que había decaído, comenzó a revivir, lo que provocó la risa de Eva.

—A buenas horas se pone firmes tu soldadito —su rostro se dulcificó un momento mientras le acariciaba el rostro—. No. De verdad. Lo has hecho muy bien. No sé lo que tardaremos. Te prometo que no lo alargaré innecesariamente para quitarte el dinero, pero creo que lograremos que seas un gran amante. ¿Sabes? Tu mujer tiene mucha suerte.

—¿Y eso? —preguntó Juan sorprendido.

—No conozco ningún caso de un hombre que haya hecho lo mismo que tú. Normalmente los tíos vais a lo vuestro; correros y listo. Si la mujer se queda a medias les importa una mierda. Tú quieres hacerla disfrutar y estás dispuesto a pasar por esto para conseguirlo. Me parece una gran declaración de amor —explicó ella acariciando su mejilla con sincera admiración.

—Gracias —se permitió sonreír al verse valorado—. Ella lo merece. Eso y más.

—Bueno. ¿Pues qué te parece si quedamos pasado mañana? Podemos quedar un par de veces por semana dos horas cada vez si te parece bien —propuso recuperando un tono más formal.

—Me parece perfecto.

—Entonces cuando lo decidas, mándame un mensaje diciéndome que días prefieres. Podemos quedar en esta misma habitación si te parece.

—Me parece bien. Me encargaré de que esté siempre disponible para nosotros —aceptó Juan admirando el cuerpo de Eva mientras ella recuperaba sus ropas y se vestía de nuevo.

—Pues entonces espero tu mensaje —dijo ella ya lista para irse. Acabó de abotonar el último botón de su blusa y cogiendo su chaqueta y el portafolios se acercó a Juan—. No te olvides de practicar con tu mujercita. Fíjate en sus reacciones cuando la acaricies. Eso te dirá si vas bien o no.

Le dio un beso en la mejilla y extendió su mano. Juan miró la mano sin entender.

—¿Qué?

—Las clases no son gratis, cariño —se burló ella.

—Ah, claro. Perdona —se disculpó Juan buscando su cartera en la americana.

Eva recibió su dinero con una sonrisa y lanzando un beso al aire cerró la puerta tras ella.

Juan se dejó caer sobre la cama. Su mano pudo sentir el calor donde antes había estado sentado el culo de Eva. Recordó su coño; su sabor, su olor y su polla comenzó de nuevo a revivir. Recordó de nuevo el calor de su boca envolviendo su masculinidad y notó como esta daba un brinco. Se sintió culpable por excitarse pensando en el cuerpo de otra mujer, pero a su cuerpo eso le importaba un bledo y reaccionaba excitándose. Al final no pudo aguantarse más y terminó por masturbarse. Cuando acabó se sintió culpable. Le parecía haber engañado a Ana por haberlo hecho recordando el cuerpo y las caricias de otra mujer. Se metió en la ducha y tras asearse, se marchó con la cabeza hecha un lío.

———

Cuando llegó a casa, Juan buscó a Ana por todos lados. La encontró en la piscina disfrutando del sol que comenzaba a caer. Se detuvo a contemplarla desde la puerta que salía al jardín. Estaba preciosa; desnuda luciendo el color bronceado de su piel. Juan sintió el deseo crecer en su entrepierna y quitándose los zapatos se acercó a ella en silencio. Ana tenía los ojos cerrados ocultos por unas gafas de sol. Las piernas entreabiertas ligeramente dobladas dejaban ver sus labios cerrados. Juan creyó ver una ligera humedad en ellos. Miró sus pechos y vio que los pezones estaban un poco enhiestos. Poniéndose a su lado acarició uno de ellos con la punta de la lengua. El resultado fue instantáneo. Ana abrió los ojos con el terror reflejado en ellos mientras un grito escapaba de su boca.

—¿Qué haces... ? —se interrumpió al reconocer a Juan.

—Yo también me alegro de verte, mi vida —saludó él sonriente—. Vivo aquí. ¿Recuerdas?

—Joder, vaya susto me has dado. Creí que había entrado alguien. Un ladrón o algo así.

—No cielo. Solo soy yo. Tu marido —la tranquilizó el atrayéndola hacia si para fundirse en un abrazo. Si hubiese podido ver los ojos de Ana la descubriría mirado nerviosa hacia la casa. al cabo de un rato su respiración pareció calmarse.

—No te esperaba tan pronto.

—Bueno. Al final he podido acabar antes. Tenía ganas de estar con mi mujer. Me muero de ganas de hacerle el amor —explicó él en un susurro junto al oído de Ana.

—Pues con el susto que me has dado, me has quitado las ganas para una temporada. Bruto —protestó ella dándole un empellón en el hombro y abandonando la hamaca camino de la casa Juan no podía apartar la mirada del maravilloso culo que se apartaba de él. Se maldijo en silencio por haber asustado a Ana y la siguió al interior.

Fue a la cocina a buscar un vaso de agua y allí encontró a Inés, la criada.

—Buenas tardes Inés —la saludó al entrar. Inés estaba de espaldas a la puerta y ahogó un grito al sentirlo.

—Buenas tardes, señor —respondió sofocada.

—Vaya. Parece que hoy asusto a todo el mundo —sonrió Juan yendo a la nevera.

—Perdone señor. Es que no le esperaba tan pronto. Como la señora dijo que se retrasaría...

—Al final pude acabar antes. No te preocupes. Y si no me esperabais tan pronto, ¿Para qué estás ya preparando la cena? —preguntó Juan mirando la encimera donde Inés había depositado un cuchillo al lado de un pescado abierto en canal.

—Es que estaba adelantando trabajo —explicó la criada nerviosa.

—¿Pescado? Creí que hoy cenaríamos pasta —Juan frunció el entrecejo en u gesto de extrañeza.

—Al final la señora cambió de idea —se apresuró a explicar la apurada joven.

En ese momento Ana entró en la cocina sonriente de nuevo.

—Sí cielo. De repente se me antojó algo de pescado —explicó lanzando una mirada a Inés que bajó la cabeza cohibida.

—Por mí vale. Gracias Inés —se despidió Juan alzando el vaso como en un brindis.

Tras la cena Juan intentó de nuevo un acercamiento a Ana. Pero ésta lo rechazó argumentando que no se le había pasado el susto de la piscina. Finalmente se acostaron dándose la espalda. Juan pensó que lo tenía merecido por haberla engañado. Tal vez la suya había sido una mala idea.

Continuará...

Espero que os guste. Se agradecen los comentarios.