Clases particulares de sexo 2

Siguen las clases particulares. Progresando adecuadamente.

Eva llegó a la recepción del hotel y pidió la llave de la habitación. El encargado, un hombre joven miró bajo el mostrador y la miró a los ojos.

―Ya está arriba su… ―se interrumpió a no saber que tratamiento debía usar.

―Cliente. Es abogado y yo estoy haciendo algunas averiguaciones para él. Pero eso no debe salir de aquí. ¿Estamos? ―aclaró Eva sonriendo.

―Perdón. Es que no sabía si eran... ya sabe… pareja ―se justificó él.

―¿Para intentar seducirme? ―Eva se permitió una sonrisa seductora.

―Perdón. Yo nunca intentaría… ―el joven se puso rojo como la grana.

―Vaya. ¿Tan fea soy? ―bromeó Eva haciendo pucheros.

―No. Que va. No quería decir… ―el pobre deseaba que se lo tragase la tierra.

―Tranquilo. Estoy de broma ―lo tranquilizó ella riendo mientras se alejaba camino del ascensor.

Al salir del ascensor se dirigió a la puerta de la habitación. Introdujo la tarjeta en el cierre y empujó la puerta. Cuando cerró a sus espaldas se quedó muda. Sentado a los pies de la cama, Juan la esperaba completamente desnudo.

―¿En serio? ―preguntó seria poniendo los brazos en jarras―. Por lo que veo no has aprendido nada de nada.

Juan se ruborizó y bajó la cabeza, cohibido, mientras murmuraba una frase de disculpa.

―Desde luego si así esperas seducir a tu mujer y hacerla disfrutar debes saber que su líbido acaba de caer al nivel del sótano ―explicó con calma―. Eso valdría si estuvieses tumbado en la cama con una erección de caballo y un lazo rojo en la punta de la polla. Pero bueno… ya que estás así, veamos que hacemos ―se rio divertida mientras comenzaba a desnudarse―. ¿Has practicado algo? ¿Qué tal con tu mujer?

―Mal ―confesó Juan―. El otro día se enfadó porque llegué sin avisarla y desde entonces nada de sexo.

―Vaya. Lo siento ―la voz de Eva era tranquila, pero una alarma había saltado en su interior. No le parecía que ese fuese motivo suficiente para enfadarse con la pareja. A no ser… Prefirió desechar la idea que le venía la mente. A fin de cuentas no era problema suyo―. Ya que estás desnudo vamos a darnos una ducha. La ducha puede ser un lugar idóneo para excitar a tu pareja. A ver qué tal lo haces.

Entró en el baño y abrió la llave de la ducha. Cuando el agua estuvo a la temperatura adecuada entró y lo llamó con un gesto de la mano.

―Ven. Enjabóname. Pero hazlo acariciando mi cuerpo. No es solo una ducha. Debes buscar la forma de encenderme. De hacerme desear foll… ―de nuevo se corrigió por él―. …hacer el amor. Tu mujer debe estar deseosa de salir de la ducha para la cama o hacerlo ya debajo del agua.

Juan entró bajo el chorro y con timidez acercó sus manos al cuerpo de diosa que lo esperaba. No tenía muy claro por dónde empezar. Eva lo guió poniendo en su mano el bote de gel y dándole la espalda. Echó un chorro en sus manos y comenzó con un suave masaje en los hombros.

―Bien ―lo animó Eva―. Sigue así. Ve bajando por el resto de la espalda. Pero no toques todavía el culo. Espera que lo desee. Lo sabrás cuando notes que el culo busca el contacto contigo ―dijo sin saber muy bien si se refería a la esposa de Juan o a si misma. Lo cierto es que las caricias de Juan iban mejorando a medida que cogía confianza―.

Juan siguió acariciando aquella piel suave como la seda hasta que la excitación le llevó a acercar las manos a los costados de la mujer. Ella le facilitó el camino subiendo las manos y entrelazándolas sobre su cabeza. Las manos subieron hasta rozar los laterales de los pechos. Ahí no pudo evitar ralentizar sus movimientos. Eva fue consciente de ello y sonrió interiormente. No tardó en sentir el contacto de la virilidad de Juan en su culo. Juan también lo notó e instintivamente se echó hacia atrás. Eva lo siguió buscando de nuevo el contacto.

―No te retires ―pidió―. Es lo que te dije. Indica que te excita. Y a ella le gustará sentirse deseada. Ahora por delante.

Juan volvió a arrimarse contra la mujer y apretando su cuerpo contra la espalda de Eva, sus manos comenzaron a enjabonar el cuerpo por delante. Siguiendo su instinto comenzó por el vientre y fue subiendo. Las palabras de ánimo de Eva lo incitaron a seguir subiendo poco a poco mientras acariciaba aquel cuerpo con forma de guitarra. Desde el vientre subió poco a poco hasta acariciar la parte baja de los senos. El ronroneo de Eva le decía que iba bien así que se animó a seguir subiendo. Ella echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en el hombro de él mientras con los ojos cerrados le pedía que besase su cuello. Juan iba siguiendo las indicaciones cada vez más animado. Su polla se apretaba entre las nalgas de Eva que disfrutaba de las caricias de las grandes manos de su pupilo. A pesar de estar disfrutando más de lo esperado, Eva se obligó a seguir con las lecciones y se apartó de él separando sus manos de los pechos que retorcían suavemente sus pezones ya duros.

―Bien. Hasta ahora vas muy bien. Felicidades. Ahora vamos a ver lo que recuerdas del sexo oral. Este es un sitio genial para eso. La calentarás hasta un punto que acabaréis haciéndolo en la misma ducha y después seguiréis en la cama. La tendrás rendida a tus pies. Te lo garantizo ―aseguró.

Juan se arrodilló en silencio ante aquel pubis lampiño con cuyo recuerdo se había masturbado y puso todo su empeño en recordar la lección aprendida la vez anterior. Eva le facilitó el trabajo abriendo ligeramente las piernas y acariciando su cabeza mientras lo guiaba.

Tal como había aprendido, comenzó por besar y acariciar los muslos acercándose poco a poco al objetivo final. Eva ronroneaba satisfecha. Había empezado a hacerlo para indicarle que iba bien pero finalmente aquel aprendiz de follador estaba consiguiendo hacerla disfrutar. Le faltaba todavía mucho rodaje, pero parecía aplicado y buen aprendiz. Se relamía pensando en cuanto llegase el momento de follar en serio. Con aquella tranca tenía que ser delicioso, o eso esperaba.

Por fin Juan llegó a su objetivo y pasó la lengua a lo largo de los labios. Lo hizo con dulzura. Como intentando sopesar si Eva estaría ya húmeda. Se dio cuenta de que el agua de la ducha no le ayudaba a saberlo, así que en el segundo lametón presionó un poco más y ahora sí pudo notar el sabor salado de la vagina de su maestra. Ella seguía animándolo con sus ronroneos así que se animó a seguir profundizando y se atrevió a meter un dedo y follarla suavemente con él. Eva agradeció el gesto moviendo la cadera de adelante hacia atrás invitándolo a seguir. Al cabo de un minuto se animó con el segundo dedo. Eva lo aceptó de buen grado. Cuando intentó meter el tercero ella separó su cabeza y lo miró muy seria.

―¿Y el clítoris? Siempre os olvidáis de lo más importante. ¿Lo ves? ―preguntó abriéndose los labios para mostrarle el inflamado botón que estaba deseoso de atenciones.

Un avergonzado Juan acercó la lengua con cuidado y lo lamió suavemente. ―Así. bien ―lo animó Eva―. Más decidido comenzó a chuparlo y acariciarlo mientras seguía follando el coño con un par de dedos. Al final no se atrevió a meter el tercero y temía que Eva lo regañase si lo intentaba. A Eva no le preocupaba cuantos dedos había en su interior. Su aprendiz comenzaba a hacerlo bien. Sentía que poco a poco se acercaba el orgasmo y no quería llegar. Algo en su interior le obligaba a impedirse disfrutar del sexo con aquel hombre. Reconocía que en circunstancias normales no le importaría. De hecho hasta lo agradecería. Pero esta vez no.

Lo apartó con suavidad y tiró de sus manos para ayudarle a incorporarse.

―Muy bien ―reconoció sonriendo―. Vas mejorando. De hecho con un poco de práctica tu mujer tendría que ser de hielo para que no se derrita en tu boca. Pero salgamos de aquí o acabaremos más arrugados que una uva pasa. ¿Y ella qué tal lo hace? ―preguntó como si lo recordase de repente―. Me refiero al momento del… coito.

―A mí me gusta ―reconoció Juan encogiéndose de hombros.

―¿Pero bien, muy bien, pseee?

―No lo sé ―admitió―. No puedo compararla con nadie. Recuerda que para mí nunca hubo otra mujer.

―Ya. Claro. ¿Y alguna vez comentáis lo que os gusta, lo que no, lo que os gustaría hacer?

―Pues lo cierto es que no ―reconoció Juan perplejo rascándose la cabeza.

―Pues la comunicación es muy importante. Y la confianza. Si te gusta que te metan un dedo en culo, no dudes en pedirlo. Y mucho menos dudes en pedirle que te cuente qué es lo que ella desea. Te dará una pista de por dónde van los tiros.

―Creo que eso nos da vergüenza a los dos.

―Pues no debería. Si queréis disfrutar del sexo plenamente, lo primero es la confianza. ¿No te parece?

―Supongo que sí. Pero debo confesar que soy bastante cortado en ese tema.

―¿Y ella nunca te pide nada? No sé… anal, unos azotes, que le tires del pelo. ¿Nada?

―Pues no. Supongo que le pasa lo mismo que a mí ―se encogió de hombros Juan.

―Pues vamos a hacer una prueba para que pueda hacerme una idea de cómo es ella. ¿Cómo te la suele chupar? ¿De pie, en cama?

―Casi siempre cuando estamos ya en cama.

―Pues túmbate ―ordenó Eva señalando la cama sobre la que dejó un condón.

Juan se tumbó en el medio de la cama y ella se arrodilló al lado de su cadera. Ante el visible nerviosismo de su cliente, intentó tranquilizarlo con una sonrisa mientras tomaba su miembro con la mano. Comenzó a acariciarlo con una mano mientras masajeaba los testículos con la otra. Juan no tardó en responder al estímulo y en cuestión de segundos estaba totalmente empalmado. Eva se enorgulleció de nuevo de sus buenas maneras. Abrió el condón y se lo colocó con esmero.

―Nosotros no usamos… ―empezó a decir Juan.

―Pero aquí es imprescindible ―lo atajó la mujer guiñándole un ojo mientras pensaba que el pobre estaba todavía muy verde en cuestiones de puterío. Mejor así, se dijo.

En cuanto sintió que aquella barra de carne estaba preparada, comenzó a tragar poco a poco hasta llegar a la mitad. Juan cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, extasiado con la sensación. Eva lo miró y sonrió internamente al ver el efecto causado. Ella siguió tragando hasta dónde pudo sin tener arcadas. Todavía le quedaba la cuarta parte fuera. Pensó que era una verga maravillosa y sería una delicia chupar una así sin el condón por el medio, pudiendo sentir el sabor y la suavidad de la piel. Apoyó su lengua en la base y fue retirándose hasta que solo el glande quedó en su boca. Lo acarició alrededor con la punta de la lengua y de nuevo se lo tragó casi todo.

Se acompañaba con el movimiento de la mano masturbando aquella vigorosa barra. Decidió emplearse a fondo para ver cuánto podría aguantar Juan antes de correrse. Incrementó el ritmo de la felación y hasta se permitió chupar los cargados y enormes testículos. Al cabo de un par de minutos sintió los primeros espasmos de Juan advirtiéndole de la inminente eyaculación. Se la tragó casi entera a pesar del esfuerzo para su boca y tal como esperaba, apenas cinco segundos después, Juan se vaciaba por completo con un gruñido de satisfacción dentro de su boca llenando el condón hasta amenazar con reventarlo. Entonces se lo sacó de la boca y siguió masturbándolo hasta que soltó la última gota mientras él recuperaba el aliento.

―¿Qué tal? ―preguntó sonriendo al pensar que al pobre nunca le habían hecho un trabajito de esa calidad.

―Muy bien. Diferente a Ana. No quiero decir peor ―se apresuró a añadir―. Igual de bien pero un poco diferente.

Eva pensó que si Ana lo hacía con la maestría que ella misma sabía que tenía, se había tragado muchas pollas, pero obviamente no se lo iba a decir. Ahora tenía claro que la dulce esposa de su cliente no era tan inocente con él creía. Le dio pena imaginar el tamaño de la cornamenta que luciría. Era imposible que una mujer que solo había tenido una pareja lograse el nivel de maestría de una profesional. Ahora tenía claro que Juan nunca satisfaría a su mujer. ¿Qué hacer? No podía decirle lo que ella tenía tan claro. Y dudaba que convertirlo en un maestro en el sexo, para lo cual le faltaba mucho, le sirviese de nada. En todo caso podía prepararlo para su siguiente pareja. Porque tenía muy claro en cuestión de poco tiempo acabaría divorciado. Bueno, ella haría su trabajo y ya lo aprovecharía otra.

―No quiero que te sientas mal, pero tengo una duda. ¿Siempre acabas tan rápido o ahora pasó algo especial?

―¿Rápido? Lo normal, ¿no? ―protestó Juan extrañado.

―Normal, lo que se dice normal… puede ser. Pero no desde luego lo deseable no es ―lo decepcionó ella sonriendo con sorna. Esperemos que al menos estés listo para seguir.

―Dame un minuto ―pidió Juan ocultando su decepción. Veía que tenía mucho que mejorar―. Creo que enseguida podré seguir.

La erección no había decaído del todo, así que Eva pensó que efectivamente podría aguantar un segundo asalto más prometedor. Así que mientras le daba tiempo a recuperarse, lo interrogó acerca de en qué posturas solían hacerlo. Tampoco le gustó lo que oyó; o él arriba o ella arriba. Eso era todo. Y ni uno ni otro proponía alternativa alguna.

Mientras hablaban, Eva le quitó el condón y limpió la polla con toallitas húmedas que sacó del bolso. Después lo masturbó lentamente, como con desgana. Pero sintiendo que por fortuna aquello se recuperaba con facilidad. Esperaba que el aguante de Juan mejorase en la siguiente embestida.

―Vamos a por la prueba definitiva ―anunció poniéndole un nuevo condón antes de tumbarse boca arriba con las piernas ligeramente abiertas.

Juan titubeó un momento antes de arrodillarse ante ella. Tragó saliva mientras miraba el lampiño sexo que parecía llamarlo con sus sonrosados labios entreabiertos. Su mástil estaba ya preparado. Con cuidado se tumbó sobre la mujer que con una mano le ayudó dirigiendo su pene hacia la entrada. Cuando lo sintió apoyado en la entrada se detuvo mirando los ojos de Eva que lo invitó a entrar con una muda señal. Despacio, pero sin detenerse, fue empujando hasta que toda la longitud de su miembro estuvo dentro del húmedo sexo de Eva. Ella lo recibió disfrutando del roce de aquella barra de carne caliente que abría su sexo como hacía mucho que no había sentido. Hubo de reconocer que era una delicia sentirse tan llena pero no lo dejó traslucir en su rostro. Tan solo mostró una apagada sonrisa de ánimo a su pupilo que se detuvo unos instantes al llegar al fondo. Una nueva señal de Eva lo invitó a comenzar el vaivén.

Cerrando los ojos para imaginar a su esposa, Juan comenzó a moverse adelante y atrás. La sensación era distinta y el rostro de Ana comenzó a difuminarse para ser reemplazado por el de Eva. Intentó aferrarse a la imagen de su mujer, pero ésta se escabullía en cuanto lograba invocarla. Decidió olvidarse de ella por el momento y concentrarse en Eva. A fin de cuentas estaba intentando mejorar. Debía concentrar toda su atención en lo que hacía. Eva tenía razón; tenía que buscar colmar de placer a la mujer cuyo sexo estaba llenando. Absorto en sus pensamientos tardó en darse cuenta de que Eva reclamaba su atención.

―Para hacer eso hay máquinas que lo hacen igual y se cansan menos ―le recriminó con una sonrisa de guasa.

―¿Qué? ―preguntó Juan sorprendido.

―Que te mueves siempre igual. Pareces un pistón perfectamente engrasado. Llevas tres minutos dale que te pego como un autómata. ¿No sabes hacer nada más?

―¿Cómo qué? ―el rostro de Juan estaba como la grana.

―Tienes dos tetas delante de tus ojos. Puedes morderlas o besarlas. Cambia un poco el ritmo de vez en cuando. Muévete de otras maneras. Así resulta muy soso ―le explicó pacientemente.

Juan se salió y se quedó arrodillado ante Eva con la cabeza gacha ―Soy un desastre ―reconoció abatido.

Eva se apiadó de él y se incorporó sonriendo. Lo empujó con suavidad para tumbarlo boca arriba. Decidió follarlo poniéndose ella encima. Así sabría si él se limitaba a estar debajo y agarrarse a sus caderas o haría algo de provecho con las manos. También le diría si Juan encontraba diferencias entre las dos mujeres. En caso de que no hubiese, tendría más claro si cabe que lo que sí tenía Juan era unos cuernos considerables.

―Para eso estamos aquí. Para solucionarlo y que seas un dios en la cama ―le dijo sonriendo para animarlo―. Ahora me pondré yo encima. Así podrás jugar con mis pechos mientras te cabalgo. Fíjate como cambio el ritmo, como… juego con tu polla. Si el movimiento es siempre igual baja la excitación. Hay que sorprender, buscar que la excitación vaya a más hasta lograr el clímax. ¿Entiendes?

―Creo que sí ―admitió Juan esperando con ansia descubrir al fin lo que le faltaba.

Eva lo cabalgó y, tal como había hecho él, se detuvo durante unos segundos en cuanto se sintió llena. Tomó las manos de él y las llevó a sus pechos para que se los acariciase mientras comenzaba a moverse arriba y abajo. Aquella polla era increíble, pensó, lo único que le faltaba era quién la empujase como debía hacerse. Juan no paraba de acariciar, pellizcar y apretar los suaves pero firmes pechos de Eva.

Juan se maravilló al sentir como Eva cambiaba sus movimientos. A veces incrementaba el ritmo durante unos segundos para luego quedarse quieta totalmente empalada un instante. Después movía su pelvis en círculos para incrementar el contacto entre ambos sexos. Otras veces lo cabalgaba despacio hasta casi salirse para de repente dejarse caer sobre él de un sentón.

Rápidamente lo tuvo de nuevo a punto de acabar. Eva también lo estaba disfrutando como hacía tiempo que no había sentido. Pero esta vez el hombre que tenía bajo ella no era más que el soporte para el enorme dildo que estaba usando. Apretando sus pechos más fuerte que hasta el momento, Juan se vació dentro de ella con un rugido de placer. Eso la molestó un poco. Si hubiese aguantado un minuto más, incluso ella hubiese conseguido correrse. Pero era trabajo. No podía pensar en disfrutarlo. Al sentir que la polla perdía firmeza se bajó y se sentó al lado de Juan.

―¿Ves la diferencia? ―preguntó en un tono más seco del que pretendía usar.

―Ufff. Y tanto ―reconoció un agotado Juan―. Pero yo soy un aprendiz y tú eres… ―se detuvo antes de acabar la frase temiendo la reacción de Eva.

―Puedes decirlo ―sonrió Eva con sorna―. Una profesional del sexo. Y sí. Sé muchas más cosas que tú. Sé lo que os gusta a los hombres. Y cuando me follo a uno sé al instante lo qué quiere. Su forma de reaccionar me lo dice. Y a ti también te lo dice el cuerpo de la mujer con la que te acuestas. Pero no lo ves.

―Ojalá pudiese leer la mente ―se quejó Juan.

―No es necesario. La reacción del cuerpo de la otra persona ante las caricias, los besos, los mordiscos, o incluso los golpes si os gusta, te dirá lo que desea que le hagan. Solo hay que estar atento.

―Y dime. ¿Hay mucha diferencia entre tu mujer y yo a la hora de hacerlo?

―Pues como con el sexo oral. Es distinto. Lo he disfrutado tanto como con ella.

Vaya leños luces, chaval, pensó Eva. En cierto modo no podía evitar entristecerse por él. Le provocaba ternura lo que estaba haciendo por su matrimonio y pensaba que no se merecía que jugasen con él.

Eva se levantó de la cama y se encaminó al mueble bar. Cogió una botella de agua y le preguntó a Juan si deseaba algo. El pidió otra y mientras se recuperaba un poco se sentaron en los sillones que completaban el mobiliario. Frente a frente, sin importar su desnudez Eva inició una conversación trivial. Quería que Juan se relajase.

―¿Y a qué te dedicas? ―preguntó por preguntar.

Juan le explicó que era abogado y Eva casi se atragantó con el agua. Ante la cara de extrañeza de Juan, le explicó lo sucedido en la recepción y ambos se rieron de buena gana. Decidieron que mantendrían esa farsa y brindaron entrechocando las botellas. Sin darse cuenta siguieron la conversación cada vez más relajados. Juan se sorprendió con la cultura que demostraba Eva. Y se quedó de piedra al saber que Eva había estudiado económicas.

―Entonces, si no es indiscreción, ¿cómo has acabado trabajando en esto? ¿No sería preferible trabajar en lo que has estudiado?

―Empecé como muchas para poder pagarme la carrera ―explicó ella con gesto triste rememorando sus inicios―. Y al acabar busqué trabajo de lo mio. Pero en los pocos sitios en que ofrecían trabajo el salario era una miseria. Y la mayor parte de los jefes pretendían que me acostase con ellos. Así que si tenía que ser una puta, al menos yo pondría la tarifa. Ahora gano mucho más que como economista. Tengo unos buenos ahorros y me he permitido comprar un par de inmuebles. Mi intención es dejarlo dentro de un par de años. Entonces con los alquileres y procurando invertir bien mis ahorros, podré vivir muy bien sin necesidad de trabajar. Ni de economista ni de puta.

―Vaya. Lo siento mucho ―dijo Juan con sinceridad.

―No lo sientas ―contestó ella recuperando la sonrisa. Ya había pasado página y su confesión quedaba aparcada en el fondo de su alma―. ¿Estás listo para un nuevo intento? ―rió abriendo las piernas para mostrar su sexo abierto.

Juan sonrió y afirmó con la cabeza levantándose. La conversación con Eva había logrado relajarlo y aunque le dolía lo que acababa de oír, se sentía más animado.

Eva se tumbó de nuevo en la cama y le pasó un nuevo condón. Juan lo dejó a un lado y se arrodilló entre las piernas de Eva. Sin dudarlo se lanzó a comer el jugoso coño que se le ofrecía como fruta madura. Gracias a la creciente confianza entre ellos y a la lección aprendida se dedicó en cuerpo y alma a lograr que Eva alcanzase el orgasmo. Tal como le había aconsejado, comenzó pasando la punta de la lengua por la cara interior de los muslos. Poco a poco fue acercándose a los labios. Bordeándolos pero procurando no tocarlos. Sintió que Eva abría más las piernas invitándolo a entrar. Entonces pasó por primera vez la lengua de abajo a arriba con mucha suavidad. El gemido de Eva, y era genuino, le dijo que lo estaba haciendo bien. Separó un poco más las piernas con sus manos y profundizó más en las caricias. De vez en cuando subía hasta encontrarse con el clítoris pero le dedicaba una leve caricia. Quería que Eva desease más. Cuando notó como Eva se agarraba las piernas por las rodillas para ofrecerse del todo sonrió para sus adentros satisfecho. Alargó su brazo izquierdo y encontró los pechos de Eva, sus pezones estaban ya duros como piedras. Tiró de uno de ellos mientras introducía del todo un dedo de su mano derecha arrancándole un gemido de placer.

―Así. No pares ―lo animó Eva sorprendida de la repentina habilidad de Juan. Era todavía un poco torpe, pero ponía todo de su parte y estaba logrando lo que unos días antes consideraba imposible. La estaba llevando al orgasmo.

Juan, animado por el estímulo de Eva, añadió un segundo dedo y la folló con rapidez al tiempo que comenzaba a chupar con gula el sonrosado botón que se le aparecía hinchado y deseoso de caricias. Eva lo animó de nuevo prometiéndole que estaba cerca del orgasmo y él mordió con suavidad el clítoris mientras hundía hasta el fondo sus dedos y retorcía con suavidad el pezón derecho de Eva.

Tantas sensaciones juntas fueron demasiado para Eva que se derramó con roncos gemidos sin poder controlar los espasmódicos movimientos de sus caderas. Juan siguió follándola con suavidad sin dejar de lamer aquel delicioso coño mientras poco a poco el orgasmo iba remitiendo. Como si hubiese sido un salto al vacío, la llevó de nuevo a tierra hasta depositarla con suavidad en el suelo.

Una desfallecida Eva lo miró satisfecha desde la almohada. Cerró un momento los ojos disfrutando de las sensaciones que todavía recorrían su cuerpo y se incorporó sobre un codo.

―Felicidades. Eso ha estado muy bien. Mejor que bien. No sé qué ha pasado. Pero pareces otro ―lo felicitó mirándolo sorprendida.

―Creo que ha sido por la confianza. Creo que la conversación de antes me ha ayudado. Ya no me siento tan cortado como al principio ―confesó él sonriendo orgulloso.

―Vaya. De haberlo sabido habría empezado por ahí ―rió Eva. Miró el reloj y decidió que quedaba tiempo para un nuevo intento―. Veamos entonces si en el resto has mejorado.

Se acercó gateando a Juan y comenzó a acariciar la polla que casi estaba dura del todo. La sensación de poder que le había dado lograr el orgasmo de la mujer había hecho que comenzase su erección. Ahora, en menos de un minuto, estaba listo de nuevo. Eva le puso el condón y se recostó de nuevo mostrándole su coño brillante por la humedad. Juan no necesitó invitación. Se acercó a ella y sin necesidad de ayuda penetró con suavidad pero con firmeza en el interior de Eva. Ella ronroneó de placer al sentirse atravesada por completo. Esperaba que Juan hubiese aprendido algo.

Efectivamente, Juan comenzó a moverse despacio durante unos momentos. En un determinado momento la sacó hasta que solo el glande seguía dentro de aquella acogedora cueva y de repente la clavó hasta el fondo de un solo y violento empujón. El grito de placer de Eva y su sonrisa le dijo que le había gustado. Decidió que un rato después lo repetiría. Volvió a bombear con suavidad pero cambiando el nivel de penetración haciendo que Eva desease más. Las manos de Eva en sus caderas tiraban de él pidiendo que se la metiese entera. Ahora Eva sí lo estaba disfrutando. Se dejó caer sobre ella y se quedó allí clavado hasta el fondo unos segundos. La boca abierta de la mujer le dijo que iba bien. Estaba consiguiendo que se sintiese satisfecha, llena de placer.

Eva rodeó sus caderas con sus piernas y empezó a guiarlo buscando que la llenase por completo. Que incrementase el ritmo. Juan se dejó guiar confiando en que ella lograse correrse pronto pues notaba que a él le quedaban escasos segundos. Los espasmos de la polla de Juan le dijeron a Eva que era algo inminente. No estaba dispuesta a quedarse a medias.

―Méteme un dedo en el culo, por favor. Mételo ya ―exigió levantando un poco la cadera ante la cara de sorpresa de Juan.

Juan no se hizo repetir la orden y sin miramientos clavó uno de sus dedos tras ensalivarlo un poco. La sorpresa y placer de Eva fueron indescriptibles para un sorprendido Juan que sintió aliviado como Eva tiraba de él con sus piernas intentando maximizar la penetración. Un grito de placer salió de la garganta de Eva mientras lograba correrse. Juan, satisfecho de su actuación empujó a su vez descargándose entero en el interior de Eva.

―Síiiii, así ―gruñó Eva satisfecha al fin―. Puedo sentirlo a pesar del condón. Que caliente está. Que maravilla.

Juan se dejó caer sobre Eva. Su boca encontró un duro pezón y lo lamió arrancando un nuevo gemido de satisfacción de Eva que sonrió agradecida. Se quedaron así un minuto mientras recuperaban el aliento.

Eva se sentía llena. Aunque todavía se movía con torpeza, Juan había mejorado mucho. Ya no era algo mecánico y aburrido. Ahora se esforzaba por satisfacer a la mujer a la que follaba. Y tenía una polla maravillosa, pensó mientras le acariciaba el pelo agradeciendo las caricias que la lengua de Juan brindaban a su pecho alargando el momento de placer. De buena gana se habría quedado dormida así, sintiéndose llena y abrazada por aquel ingenuo y maravilloso hombre.

Con auténtico pesar volvió a la realidad. Le dio un beso en la frente sin saber porqué mientras le palmeaba la espalda.

―Vamos, aprendiz. La clase ha terminado ―anunció con pesar. Lo había disfrutado mucho. Se animó al pensar que habría más ocasiones y serían mejores.

―¿He aprobado, profe? ―sonrió Juan incorporándose.

―Con nota. ¿O no lo has visto? ―contestó ella acariciando su mejilla refiriéndose a su orgasmo―. Debes practicar más. Pero he de reconocer que aprendes muy rápido.

―Eso creía. Pero quería estar seguro. ¿Entonces te ha gustado?

―Mucho ―Eva pensó que exageraba pero algo había de cierto―. Hoy has logrado que me corra dos veces. Y eso no es fácil. Si lo haces así con tu mujer, querrá follarte todos los días. Te aseguro que la tendrás comiendo de tu mano.

―Gracias. No lo lograría sin tu ayuda ―aseguró Juan tomando la mano de Eva para besarla. Eva creyó que se iba a correr de nuevo con aquel simple gesto. Aquel hombre la estaba sorprendiendo.

Tras una nueva ducha, esta vez por separado, dieron por finalizada la cita. Salieron juntos de la habitación hablando de trivialidades y cualquiera que se hubiese cruzado con ellos los hubiese tomado por compañeros de trabajo. Una vez en la puerta del hotel, se estrecharon la mano y tras un beso en la mejilla a modo de despedida se fueron cada uno por su lado.

Continuará...