Clases particulares de inglés
De cómo mi profesora de inglés y yo acabamos en la cama una lluviosa tarde de verano.
Siempre había querido contar esta historia, pero hasta hace poco y gracias a una conversación por MSN con una de mis lectoras no había tenido tiempo de escribirla. Espero que os guste.
Yo acababa de cumplir los 18, y ella tenía 29. Pero primero tendría que poneros en antecedentes.
Digamos que ella se llamaba Raquel y llevaba bastantes años dándome clases particulares de inglés. Normalmente acudía a casa a media tarde podría decir que pase mi pubertad junto a ella, pero como quien dices casi crecimos juntos.
Solo cuando mis hormonas se revolucionaron descubrí que Raquel era una chica más que atractiva. Nunca había pensado en ella de manera sexual, pero siempre había estado latente el hecho de que era una chica muy llamativa.
Hubo algunas tardes en las que abundaron las charlas sobre sexo, olvidando el motivo por el que venía mi casa. En ellas, normalmente frías de invierno, recuerdo que yo me excitaba escuchándola hablar sobre el coito o sobre las felaciones, atendiendo como si lo que me estuviera explicando fuera algo nuevo para mí, pero lo que en verdad conseguía era que tuviera una grandísima erección a escondidas pero delante de ella.
Raquel solía desplazarse por la ciudad en bicicleta, yendo de un lado a otro y por esta razón los días que llovía eran mis favoritos. Aún puedo recordar como entraba en mi casa mojada y como el frío de su cuerpo transformaba sus pezones en dos prietas montañas que pugnaban por romper su camisa o su top. Sé que ella se fijaba en que yo espiaba sus pechos, pero ninguno decía nada. Un día la cambió por un ciclomotor. Aquello no significó que no volviera chorreando a casa de vez en cuando, sino que cuando llovía la fuerza del viento y del agua la hacía llegar totalmente empapada.
Normalmente solíamos dar las clases en mi habitación a puerta cerrada, en una pequeña mesa escritorio junto a mi cama. Ella se sentaba a mi lado y compartíamos los deberes que me habían puesto en la escuela. Recuerdo que por aquel entonces preparábamos el examen de selectividad. Eran nuestras últimas clases juntos, ya que después yo me iría fuera a estudiar la carrera de la universidad en otra ciudad, y Dios quiso regalarme una tormenta de verano como colofón último.
Raquel llegó a casa totalmente mojada. Cuando aparecía así, normalmente le dejaba una toalla para que se secara el pelo y, si su ropa estaba muy húmeda, solía ponerse algo de mi hermana para que no cogiera frío. Aquella tarde no había nadie en casa, así que yo me encargué de darle algo de ropa para que se vistiera con algo seco. La pobre, sin presumir lo que se le venía encima, se fue con su toalla al cuarto de baño y con las ropas tan cuidadosamente elegidas por mí. Eran unas simples mayas y una camiseta, pero yo contaba con un par de factores que pronto se confirmaron.
Le había llovido tanto encima que literalmente "tenías las bragas chorreando". Ni que decir tiene que el sujetador también. Por lo tanto le pedí su ropa para ponerla en la secadora y cuando abrió la puerta del baño vi que mi obra había dado buen resultado. Una simple camiseta blanca bastante transparente remarcaba sus senos y hacía que sus duros pezones se apretaran contra ella. Por otro lado, las mayas se pegaban a ella como una segunda piel, y faltando el lindo tanga que me había dado para secar, su coñito quedaba bien definido en su entrepierna. Os prometo que tuve que aguantarme la risa, porque ella se miraba preguntándose si debía salir así del baño. El caso es que al final hice como si no la viera y, apelando a la confianza de tantos años juntos, decidí comenzar una conversación como si nada. Pronto nos enfrascamos en la clase sin pensar más allá.
Las clases duraban hora y media, por lo que a los 45 minutos solíamos tomar un descanso. Íbamos a la cocina, ella se fumaba un pitillo y tomábamos algo de refresco. Recuerdo que estando de pie ambos en la cocina, yo no podía apartar mi mirada de sus labios inferiores, tan justamente marcados en mitad de su pubis. Deje divagar mi mente mientras ella hablaba y miré fijamente su entrepierna. Estoy seguro de que ella se tuvo que dar cuenta, porque cuado levanté la mirada sonrió como si nuestros pensamientos se entrecruzaran.
Para seguir hablando mientras volvíamos a mi cuarto me preguntó que qué haría ese verano y yo le expliqué que iría a la casa de la playa como siempre. No sé si fue antes de comenzar a hablar sobre mis conquistas estivales o después de hacerlo pero vi sus pezones se habían puesto otra vez erectos. La conversación recayó sobre mis ligues de la playa y en como me aprovechaba de las incautas alemanitas que aparecían por allí. Abiertamente, como siempre, ella añadía cosas de su propia cosecha con experiencias vividas, frutos de esos años que era más mayor que yo.
Yo ya no ocultaba mi mirada y sin disimulo me deleitaba con sus casi visibles pechos. Mi pantalón estaba a punto de explotar. Mi verga estaba al rojo y dura como una piedra. Allí estaba yo, hablando de sexo con mi profesora de inglés, la cual estaba sin ropa interior, con los pezones duros como mi herramienta y con su conejito apretado por una maya elástica. Pensar todo eso me volvió loco, pero más escucharla a ella hablar sobre una antigua relación y como era él en la cama. Entonces pasó.
A mi olfato llegó ese dulzón olor, ese inconfundible aroma, esa fragancia que solo una mujer puede producir cuando su entrepierna se moja y sus fluidos inundan su vagina y humedecen su ropa interior. Pero... ¡allí no había ropa interior! Por lo que al bajar mi vista, pude ver un cerco de humedad que rodeaba la entrepierna de Raquel. Ella dejó de hablar cuando miró también hacia abajo y vio lo que había pasado. Levantó la cabeza, supongo que medio asustada, medio enrojecida y me miró.
- Parece que te has excitado hablando de tu ex. Mi voz sonó sincera y sin duda alguna.
Ella sonrió y dijo:
- Parece que sí, pero... también por no tener ropa interior y sentir todo el tiempo las mayas rozándome.
La situación se podía definir como tensa a la vez que electrizante. Todo dependía de aquel momento y de lo siguiente que pasara.
- ¿Quieres más ropa limpia o esperas a que se termine de secar la tuya? pregunté.
Raquel ya no dijo nada más. Se levantó de la silla, me puso una mano sobre el hombro, y delicadamente deslizó las mayas por debajo de sus rodillas sacándolas luego por sus tobillos y dejándolas caer al suelo detrás de mí. Tenía su coño a escasos centímetros de mi cara y su mano había pasado de mi hombro a mi cuello. Sin dudarlo subí mi mano por su muslo y la apoyé en su prieto culito. Los aromas de su humedad inundaron mi nariz cuando la atraje contra mí y besé su vientre. Mientras disfrutaba de su monte de Venus ella jugaba a enredar sus manos entre mi pelo. Bese sus muslos, sus mata de pelo, su vientre y luego ayudado por dos de mis dedos su diminuto clítoris. Un suspiro se escapó de entre sus labios cuando la punta de mi lengua recorrió lo que podía de su entrepierna. Sin dudarlo se quitó la camiseta y se alejándose de mí se echó sobre la cama dejando sus piernas bien abiertas y arqueadas mostrándome toda su sabrosa vulva y esperando a que continuara con mi labor. Y así fue.
Ni corto no perezoso, dispuse mi cabeza entre sus muslos y la deleité con un largo recorrido de mi placentera lengua sobre sus labios inferiores. De vez en cuando me detenía unos segundos en su jugoso clítoris y otras veces trataba de penetrarla con la punta de la lengua. Raquel mientras tanto amasaba sus pechos y jugaba a estirar sus pezones. Sus gemidos de placer se hicieron más y más fuertes y continuos cuando se acercó el momento de correrse, cosa que hizo con un gran orgasmo moviendo sus caderas de forma espasmódica y tratando de incrustar mi cabeza entre ellas.
En la habitación solo se oía la respiración entrecortada de Raquel la cual todavía se estaba recuperando de ese momento de gozo que le había supuesto el que su alumno le comiera el coño de forma tan imprevista.
Apresuradamente se puso de rodillas y comenzó a sacarme la camiseta casi a marchas forzadas. Luego me desabrochó el cinturón y buscando presurosa entre mis boxers sacó mi polla al aire mientras con la otra mano se dedicaba a acariciar mis testículos. Sin que yo me lo esperara se puso a cuatro patas y de forma voluntariosa la introdujo en su boca. Su lengua jugaba con mi glande y me producía oleadas de placer que recorrían mis piernas y explotaban en la punta de mi herramienta. Cuando la introdujo completamente en su boca pude recoger con ambas manos sus senos y no dudé en jugar con ellos y estudiar su redondez. Luego alargando la mano traté de llegar por la espalda hasta su coño, pero no pude. Así que fue ella la que alejó una mano de mi polla y se dedicó a frotar la palma de su mano contra su vagina.
En algún instante de aquel momento de placer levantó su rostro de mi entrepierna y se puso de rodillas frente a mí introduciendo su lengua en mi boca y llenándome de besos. Podía saborear mis propios fluidos en su saliva pero todo me dio igual cuando cogió mi mano y la llevó a su caluroso interior para que yo terminara lo que ella había comenzado. Dos de mis dedos se perdieron en su húmedo interior y de forma un poco brusca y nada relajada comencé a meterlos y a sacarlos mientras ella se apretaba fuertemente contra mí y me inundaba el oído con gemidos y quejidos. He de decir que me mordió el lóbulo de la oreja cuando se acercó el momento del orgasmo. Apretada contra mí su corrida cayó sobre mis manos mientras los estertores de su cuerpo se hicieron más pausibles. Yo también había comenzado a jadear de lo caliente que estaba.
- ¿Tienes condones? -me preguntó. Salté raudo de la cama y localicé uno en mi cartera.
Ella me esperaba ansiosa sobre la cama tumbada y abierta a mí. Su mirada me comía con lujuria mientras se mordisqueaba el labio. Sus manos jugueteaban aún con su conejo cuando dirigí mi dura polla hacia su ardiente cueva. Fue ella la que me ayudo a introducirla, no por no saber como hacerlo, sino para asegurarse de que lo hacía despacio debido al grosor.
En cuanto estuve dentro de ella me atrajo hacia si y me clavó las uñas en la espalda. Yo no dudé en comenzar a empujar despacio pero fuertemente, de manera que ella sintiera cada embestida como si fuera la última. Pronto sus manos bajaron hasta mi trasero y marcaron el ritmo que quería entre sus caderas. Ambos nos miramos y recuerdo muy bien que nos reímos, entre jadeos y gemidos, sabedores de que alumno y profesora estábamos follando como animales en aquel cuarto que durante años había servido para impartir clases de inglés.
El ritmo de mis penetraciones se había convertido en una exhalación según lo que Raquel me pedía y conforme a los acordes de sus gemidos. La respiración entrecortada de ambos inundaban el cuarto y pronto ella comenzó a dar pequeños gritos anunciando que se iba a correr de nuevo. Como buen caballero dejé que ella lo hiciera primero y cerrando los ojos así lo hizo. Noté como las paredes de su vagina se estrechaban y apretaban mi verga tratando de exprimirme, a la vez que ella exhalaba un pequeño grito de placer seguido de varios jadeos cuando le llegó el momento de correrse. Su orgasmo fue el punto de partida para el mío y en menos de unos instantes mis testículos bombearon toda la leche posible para tratar de llenar su húmeda raja. Si no hubiera sido por el condón no sé que hubiera pasado.
Exhausto me dejé caer a su lado y ambos nos quedamos mirando hacia el techo. Luego ella sin decir palabra se levantó y se fue hacia el baño. Yo tardé en recuperarme y cuando lo hice fui a la cocina a buscar su ropa para ver si ya estaba seca. Al instante Raquel apareció y mientras yo preparaba algo de beber ella se visitó allí mismo, en la cocina.
- Menudo sofocón con tanto ejercicio. - Fue lo primero que se me ocurrió. Ella asintió y empezó a hablar de otro tema que no tenía nada que ver.
Cuando volvimos a mi cuarto fue para recoger sus cosas y marcharse de casa. Luego volví a verla varias veces más, pero lo de aquella tarde no se repitió. Ni siquiera hablamos de ello, pasó y ya está.
Como siempre espero vuestros comentarios y críticas, aquí o en mi blog.