Clases particulares

Mi mejor amiga propone a su padre como profesor particular de matemáticas.

Mi amiga Silvia y yo nos conocemos desde pequeñas. Fuimos juntas a la guardería y luego fuimos las dos al mismo colegio para estudiar la secundaria. A menudo hacíamos los deberes juntas, normalmente en su casa, ya que en la mía, con tres hermanos pequeños, hubiera sido imposible estudiar. En su casa, como su habitación era pequeña, nos poníamos juntas a trabajar en la mesa del comedor. Su hermano pequeño entrenaba varias tardes por semana así que la mayoría de días no lo veíamos a la hora del estudio. Su madre trabajaba como enfermera por las tardes y su padre, cuando no acompañaba a su hijo al entreno, también estaba en casa pero respetaba nuestro espacio y casi no le veíamos.

Un día,  haciendo los deberes de matemáticas nos quedamos atascadas en un problema. No conseguíamos plantearlo de ninguna de las maneras y Silvia dijo que quizá su padre podría ayudarnos.

–¡Papá! ­–gritó Silvia, –¿Puedes venir un momento?

–A ver, ¿qué necesitáis? –dijo, sentándose a la mesa, delante de nosotras.

Silvia empezó a explicarle el enunciado del problema. Su padre escuchaba atento y cuando Silvia acabó y le pregunto cómo se hacía, él le dijo que eso teníamos que decirlo nosotras. Las dos, casi a coro, le dijimos que no sabíamos hacerlo.

–Eso es lo que creéis –nos dijo–, pero ya veréis como sabéis más de lo que parece.

Empezó entonces a hacernos preguntas sobre el enunciado, a guiar nuestro razonamiento, a hacernos ver nuestros errores. Yo le escuchaba encantada; no podía evitar compararlo con mi padre, que estaba segura que nos hubiera dicho el resultado directamente, sin perder tiempo con nosotras. En poco tiempo fuimos capaces de llegar a plantear el problema; las dos aplaudimos contentas y su padre se rió de nuestra acción.

–¿No me merezco al menos un positivo? –dijo, mientras me miraba y me guiñaba un ojo.

Aquella situación de complicidad me hizo ruborizar. Su padre era muy parecido al mío y nunca lo había mirado de una manera especial pero aquella tarde su atención con nosotras y aquel guiño hicieron que lo mirara de otra manera. Era mayor, eso era innegable, pero realmente resultaba atractivo. Supongo que sufrí un leve enamoramiento que duró un tiempo pero poco a poco ese enamoramiento se fue diluyendo hasta dejarlo en una tontería que cayó en el olvido.

Al pasar a Bachillerato, Silvia cogió la modalidad humanística y yo en cambio la  científica; ella pudo perder de vista las matemáticas, pero yo continué cursándolas. A pesar de hacer modalidades diferentes, seguíamos con nuestras tardes de estudio para las materias comunes. Las matemáticas en general se me daban bien y conseguía aprobarlas con buena nota hasta que en segundo de bachillerato falté dos semanas a clase por una bronquitis. En matemáticas y física me perdí un poco y, comentándolo con Silvia, me dijo que podía pedirle ayuda a su padre. No quería molestar y le dije que pediría más apuntes a los compañeros, pero Silvia se lo dijo ese mismo día a su padre y él mismo llamó a mi madre para ofrecerse como profesor particular.

Al final se decidió que durante una semana, Silvia acompañaría a su hermano al entreno y así su padre tendría las tardes libres para mis clases particulares de matemáticas y física. El lunes a las seis en punto llegué a casa de Silvia; abrió la puerta su padre y, mientras me explicaba que Silvia y su hermano ya se habían ido, pasamos al comedor. Saqué la libreta, los libros de texto y el estuche mientras él se sentaba y señalaba la silla que había a su lado.

Le expliqué el último tema que habíamos hecho en clase y le dije dónde me había empezado a perder; enseguida cogió los folios que ya tenía preparados y empezó a explicarme matemáticas. El hecho de conocernos desde hacía tantos años hacía que tuviéramos una cercanía que conllevaba una familiaridad de trato. Javier seguía explicándome matemáticas, dándome golpecitos en la mano cuando me equivocaba, o agarrándome del brazo cuando quería que me fijara en algo. Una de esas veces, puso su mano sobre mi brazo, y sin saber porqué bajé la vista hacia ella. Su voz grave seguía hablando de integrales mientras yo observaba sus dedos fuertes y el dorso velludo de su mano, en contraste con mi brazo delgado y de piel clara; empecé a notar calor allí donde estaba su mano apoyada mientras su voz reverberaba dentro de mí.

—¿Laura, me estás escuchando?

—¿Perdona?

—Jajaja, me parece que te estoy aburriendo.

—No, no —dije, muerta de vergüenza por la pillada. —Me he despistado un momento.

La verdad es que a esas alturas de mi vida para mí eran más importantes las amigas y los estudios que los chicos. Un par de años antes sí que me gustó un chico de la clase, pero después de dos tonteos y dos besos descubrí que tampoco era la cosa para tanto. Así que allí estaba yo, a mis dieciocho recién cumplidos, sin ninguna experiencia y con una vida un poco asexuada, escuchando embelesada a un hombre, al que casi conocía desde siempre y que además era el padre de mi mejor amiga. Con tan poca experiencia en el mundo del sexo, no fui consciente de lo que él veía: unas pupilas dilatadas en unos ojos que se abrían grandes por la sorpresa, unas mejillas ruborizadas, unos labios brillantes por haber paseado la lengua sobre ellos y un labio inferior mordisqueado entre los dientes.

—Chisss —susurró él. —No hagas eso o te harás daño.

Levantó el dedo pulgar hasta mi boca y, apoyándolo suavemente en el labio inferior, empujó hacia abajo para liberarlo de mis propios dientes, quedando así su dedo entre mis labios. Por un segundo los dos contuvimos el aliento y entonces empezó a presionar su dedo contra los dientes y yo dócilmente abrí la boca.

—Dame tu lengua.

Acerqué mi lengua a la punta de su dedo y lo lamí suavemente; Javier presionó su dedo contra la lengua y los dos, dedo y lengua, empezaron un baile entre ellos, alejándose para después buscarse. Lentamente fue metiendo más su dedo dentro de mi boca a la vez que seguía jugando con mi lengua, hasta que empezó a moverlo, hacia dentro y hacia fuera.

—Así, muy bien, aprieta los labios sobre el dedo, acarícialo con la lengua. —Su voz grave se había vuelto más oscura, aún más grave.

Empezaba a notar calor en diferentes partes de mi cuerpo y gemí fuertemente mientras seguía chupando. El dedo se quedó de repente quieto, mientras en voz baja el padre de Silvia maldecía fuertemente.

—Pídeme que pare, Laura, pídemelo.

—No entiendo…

—Pídemelo, Laura.

—Para —dije por fin, obedeciéndole, sin entender dónde quería llegar.

—Gracias —dijo, con un tono entre aliviado y resignado, mientras sacaba lentamente su dedo.

—Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué paras?

—Porque no está bien esto que estamos haciendo.

—Pero yo no quería que lo sacaras…

—Laura —repitió con voz atormentada, —no está bien esto que estamos haciendo. Eres amiga de mi hija, conozco a tus padres…

—Shhhhh, no quiero hablar de ellos ahora —le dije mientras agarraba su mano y la subía nuevamente hacia mi boca.

—Laura…

Esa vez metió en mi boca los dedos medio e índice, pero no los movía. Fui yo la que tuve que tomar la iniciativa y mover la lengua y la boca en torno a ellos, salivando cada vez más y mojándolos bien, mientras él no quitaba los ojos de mi boca. Los ruidos de la chupada llenaban la habitación, hasta que él nuevamente cogió las riendas y retomó su movimiento de entrar y sacar sus dedos de mi boca. Aún seguía viéndose alguna duda en sus ojos, hasta que una determinación dura se adueñó de su mirada. En ese momento sacó sus dedos de mi boca, se levantó y cogiéndome de las axilas me levantó de la silla y me sentó sobre la mesa, encima de las hojas de estudio.

Se colocó entre mis piernas, delante de mí y tomó mi cara entre sus manos.

—Abre la boca, Laura, dame tu lengua.

Saqué la lengua y la apretó entre sus labios succionándola, como había hecho antes yo con su dedo. Rodeó mi lengua con la suya, jugó con ella, hasta que enredó las dos y empezó a devorar mi boca. Sentí su sabor, su aliento, nuestras salivas mezclándose. Era paciente conmigo, enseñándome cómo le gustaba, dándome indicaciones de qué hacer. Por sus gemidos se notaba que estaba contento de cómo aprendía yo. Entendí entonces que aquello que había compartido con el chico de mi clase no fueron besos. Nuestras bocas y lenguas seguían jugando, haciendo que perdiera la noción del tiempo y de todo lo que había a nuestro alrededor.

No noté en qué momento había sacado mi camiseta de los vaqueros ni cuando la había subido, hasta que de repente noté sus manos amasando mis pechos por encima del sujetador. Interrumpió sus besos un momento para pasar el cuello de la camiseta por mi cabeza, sin quitármela del todo, dejando mis pechos y el sujetador completamente en exposición. Clavó la vista en mis pechos mientras continuaba manoseándolos, hasta que los liberó, sacándolos de las cazoletas del sujetador. Los agarró desde abajo con la mano abierta mientras hacía pinza con los dedos y pellizcaba los pezones.

—Tus tetas son perfectas.

Por primera vez en esa tarde tuve un momento de vergüenza, siendo consciente de que era el primer hombre que veía mis pechos desnudos.

—Son un poco grandes —dije, intentando cubrirlos con un brazo mientras con el otro quería apartar sus manos. Siempre había tenido un poco de complejo de pecho; no es que fueran realmente grandes, pero de las amigas sí que era yo la que tenía más pecho.

—No, son perfectas —repitió, apartando mis brazos, y volviendo a pellizcar mis pezones. —Míralas, blancas, hermosas. Con pezones rosados y largos como me gustan a mí. Mira como se ponen duros con mis dedos.

Oírle hablar así de mis pechos y de mis pezones hizo que olvidara mi vergüenza. Notaba como mi cuerpo seguía excitándose a su toque, y corrientes cálidas volvían a recorrerme, aun más cuando acercó su boca a mi pecho derecho, sacó la lengua y lamió el pezón para luego hacerlo desaparecer dentro de su boca. No pude evitar poner sus manos sobre su cabeza, como impidiéndole dejar de chupar. Cuando por fin lo liberó de su boca, me hizo bajar la vista.

—Mira, Laura, qué belleza.

Mi pezón, normalmente rosado, estaba colorado, duro y erecto como nunca lo había visto, y totalmente cubierto de su saliva. Acercó su pulgar y le dio dos toques fuertes. El pezón apenas se movió pero dos latigazos recorrieron mi cuerpo desde mi pecho hasta mi vagina.

—Más, quiero más.

Javier se rió cuando me oyó y bajó nuevamente su boca hacia mi pecho para seguir devorándolo. Estaba como ida, en un trance que no reconocía. Apoyé mis manos nuevamente sobre su cabeza, acompañándole en su viaje por mis pechos. Al poco rato noté que abría los botones de mis vaqueros y que metía su mano. Me acarició primero por encima de mi ropa interior, pero sacó la mano y entonces la metió dentro de las braguitas y se abrió camino hacia mi vulva. Cuando noté que por primera vez alguien tocaba esa parte de mí, no pude evitar aguantar la respiración.

—¿Qué pasa, Laura, te hago daño? —preguntó mientras detenía su mano y despegaba su boca de mi pecho.

—No, no, es que yo nunca…

—Laura, ¿eres virgen?

—Sí.

—Mierda.

—No, no, por favor, sigue. —Me apresuré a hablarle cuando noté que comenzaba a retirar su mano de mis braguitas y le agarré de la muñeca impidiéndoselo. —Sigue tocándome, por favor.

Tuvo un momento de vacilación que duró un segundo, hasta que noté como su mano volvía a moverse, y su boca bajaba hasta la mía para volver a devorarme. Sentí sus dedos recorriendo mi vulva, primero suavemente y después haciendo más presión, desde el clítoris hasta la entrada de la vagina.

—Estás muy mojada.

—Lo, lo, lo siento —tartamudeé avergonzada, haciendo un amago para cerrar las piernas, que él enseguida cortó siguiendo con su movimiento dentro de mis braguitas.

—Nunca te avergüences de estar mojada y menos con el hombre que lo ha provocado ­—se rió suavemente, mientras sacaba su mano de entre mis piernas y yo observaba con fascinación como la llevaba hacia su boca y la chupaba. —Mmm —suspiró, relamiéndose —, ¿te has probado a ti misma alguna vez?

Le dije que no con la cabeza, con timidez.

Sacó la mano de su boca y la volvió a meter dentro de mis braguitas. Nuevamente frotó sus dedos sobre mi vulva, empapándolos, hasta que volvió a sacarlos.

—Abre la boca, Laura.

La abrí obediente y él introdujo sus dedos mojados en mí. Me pareció extraño ese sabor pero me gustó, y aún me gustó más sabiendo que en sus dedos se mezclaban mi flujo y su saliva de antes. Los limpié uno por uno, chupando y lamiendo cada uno de ellos mientras él gemía y no apartaba sus ojos de mí. Cuando acabé, volvió a introducir su mano nuevamente en mi ropa interior, mientras volvía a devorar mi boca, recogiendo mi flujo de ella.

Esta vez la mano dentro de mis pantalones se movía más decidida, más fuerte, más intensa. Recorrió varias veces el camino entre la entrada de la vagina y el clítoris, haciendo cada vez más presión, mientras dentro de mí empezaba a brotar un calor y una tensión totalmente desconocida. En uno de esos recorridos, su pulgar se quedó encima de mi clítoris, haciendo presión sobre él, y uno de sus dedos empezó a invadir mi vagina.

Lloriqueé de puro gusto mientras él se tragaba mis gemidos con su boca. Los movimientos coordinados entre su pulgar y el dedo en mi vagina fueron haciéndose cada vez más rápidos y la tensión fue creciendo cada vez más dentro de mí; necesitaba una liberación que intuía cerca y que sabía que él iba a darme. Empezó a faltarme el aire y aparté mi boca de la suya porque necesitaba todo el aire para mí; entonces apoyó su frente en la mía mientras su mano aumentaba aún más si fuera posible su velocidad. Notaba espasmos incontrolables en mi vagina y en mis piernas, como si todo mi cuerpo estuviera concentrado en mi sexo, hasta que de repente una ola de placer me recorrió, liberando toda esa tensión que llevaba rato acumulando y dejándome completamente desmadejada. El calor se expandió por todo mi cuerpo y no sé si gemí, o grité, o hice las dos cosas.

Poco a poco empecé a bajar de la ola. Notaba su respiración agitada en mi cara, ya que nuestras frentes seguían unidas, y protesté suavemente cuando sentí su mano abandonando mis braguitas.

—¿Tu primer orgasmo, Laura?

—Sí —conseguí pronunciar.

—Mierda.

Mi respiración se fue normalizando, y él por fin se irguió separando nuestras frentes.

—Creo que será mejor que te vayas ya a casa —dijo, respirando entrecortadamente, mientras se alejaba de mí y se giraba, dándome la espalda.

Sumida aun en la neblina del orgasmo, al verle separarse de mí y oír que me decía que me fuera, no supe si llorar, insultarle o rogarle que me abrazara.

Me bajé de la mesa donde estaba sentada mientras colocaba mis pechos dentro del sujetador y bajaba la camiseta; abroché el pantalón, metí de cualquier manera las cosas en la mochila y la colgué del hombro. Cuando llegué a la puerta del comedor, me giré y vi como seguía de pie, con una mano en la cintura y otra cubriendo su cara. Quise decir algo, pero no sabía qué y entonces él volvió a hablar.

—Vete, Laura, por favor.

Me giré y me fui, cerrando suavemente la puerta del piso.

Cuando llegué a casa me fui directa a la ducha. Mis pezones estaban cubiertos de su saliva seca y mis braguitas aún estaban húmedas. Quise tocarme dentro de la ducha como él me había tocado, pero solo me sentí frustrada ya que no conseguí reproducir lo que había sentido bajo su mano.

Por la noche recibí un mensaje de Silvia.

“Lau! Qué tal mi padre de profe? Es tan malo como la Harry Potter?”

Harry Potter era la profesora más estricta del colegio y que llamábamos así por su parecido con el personaje, con su pelo corto a lo chico y sus gafas redondas. Era evidente que Silvia no sabía nada de lo que había pasado, pero no podía evitar pensar en medir mis palabras como si algo se pudiera entrever a través de ellas. Definitivamente me había dejado la cordura en esa mesa de comedor.

“No, no, para nada, se explica muy bien y tiene mucha paciencia”

“Qué bien! Voy a repasar un poco para el examen de latín de mañana”

“Suerte si no te veo antes”

“Gracias! Por cierto, mi padre me ha pedido tu móvil para decirte no sé qué de unas integrales o algo así y se lo he dado. No te importa, no?”

Contuve la respiración.

“No, claro que no.”

“Perfecto! Le he dicho que no te dé la brasa con las mates a todas horas jajaja”

“Seguro que no lo hace. Buenas noches, Sil”

“Buenas noches, Lau”

Me quedé desvelada. Si su padre le había pedido mi teléfono era para decirme algo, pero eran casi las once de la noche y no se había puesto aún en contacto conmigo. Me quedé despierta con el móvil en la mano esperando un mensaje y elucubrando sobre lo que querría decirme; probablemente querría asegurarse de que yo nunca contaría nada de lo que había pasado esa tarde. A medianoche casi había perdido ya las esperanzas de recibir un mensaje suyo cuando se oyó el tono de mensaje recibido.

“Laura, soy yo. He pedido tu móvil a Silvia.”

Aquel mensaje que no decía nada se conectó directamente con mi vagina. Como vi que seguía escribiendo, esperé antes de contestar.

“Lo de hoy ha sido un error, algo imperdonable por mi parte que no se va a repetir.”

Tuve ganas de llorar. Sabía que era posible que me dijera justamente eso, pero leerlo me dejó triste. Sabía que había sido un error, sabía que no debía haber ocurrido, sabía que podría traer problemas, pero no estaba preparada para leerlo de él.

Vi que seguía escribiendo.

“Te ayudaré a buscar otro profesor. Mañana haremos clase por no tener que dar explicaciones pero algo se me ocurrirá.”

Llorando y vacía solo le contesté “vale”.

Dejé el móvil en la mesilla, me giré en la cama y me pasé desvelada buena parte de la noche, pensando en esa tarde que no se iba a volver a repetir.

Al día siguiente en el colegio, la mañana fue muy incómoda. La primera vez que Silvia tuvo relaciones con su novio me lo contó con todo detalle, pero allí estaba yo sin poder explicar a mi mejor amiga que había tenido mi primer orgasmo gracias a la mano de su padre. Me moría de ganas de explicarlo y compartir todo, tanto el placer experimentado como esa historia que había acabado sin tan siquiera haber empezado, pero no podía, imposible explicárselo a ella ni a ninguna otra amiga. Además, durante toda la mañana me fueron viniendo recuerdos de esa tarde: su lengua en mi boca, mis pezones desapareciendo entre sus labios, mi sabor en sus dedos. Recuerdos que llenaban de humedad mis braguitas, que me hacían excitar y acalorarme. En otros momentos me acordaba de sus mensajes de la noche y me invadían sentimientos encontrados de tristeza por un lado pero de alivio por otra parte por evitar esa complicación en nuestras vidas. Con todos esos vaivenes emocionales, durante la mañana más de una vez Silvia me preguntó si me encontraba bien, situación que salvé contestando eso tan manido de que me tenía que venir la regla y estaba rara.

Esa tarde, cuando llegué a casa de Silvia, nerviosa por la situación que me iba a encontrar, ella misma me abrió la puerta.

—Pasa, pasa. Ya nos íbamos el enano y yo —dijo, alegre como siempre, mientras se acababa de poner la sudadera. —¡Papá, Lau ha llegado! ¡David, vámonos ya!

Entre gritos Silvia y David se fueron, cerrando la puerta detrás de ellos. Sola, me dirigí hacia el comedor y dejé la mochila del colegio sobre una silla. Empecé a sacar la libreta y por el rabillo del ojo vi como el padre de Silvia entraba en el comedor y se quedaba quieto a distancia.  Me giré hacia él aun con la libreta en las manos.

—Estaba seguro que hoy vendrías vestida de Lolita, dispuesta a seducirme, y estaba totalmente mentalizado para pararte los pies. Pero en vez de eso, vienes vestida como ayer. —No entendía qué me estaba queriendo decir y seguí mirándolo sin decir nada—. Y no sé porqué eso me ha excitado aún más.

Contuve el aliento mientras empezaba a andar hacia mí. De repente, se oyó un ruido de llaves y la puerta del piso se abrió mientras entraba Silvia a toda prisa.

­—¡Me he dejado el móvil, y no hay quien aguante dos horas de entreno sin móvil! — Silvia pasó al lado de su padre, entró en el comedor y fue hacia la mesita al lado de la puerta donde estaba su móvil cargando —. ¡Salvada! ­— Recogió el móvil y se dirigió nuevamente hacia la puerta, pasando al lado de su padre y dándole un beso en la mejilla —. ¡No seas muy duro con Lau, papá!

Y tal como había llegado, se fue dando un portazo.

Mientras yo seguía con mi libreta en la mano procesando lo que me había dicho antes de la entrada de Silvia, él se giró y fue hacia la puerta del piso; le oí dar las vueltas al pomo y volvió a entrar al comedor. Fue directamente hacia mí, me quitó la libreta y la dejó encima de la mesa, y luego cogió mi mano y la puso sobre su pantalón.

—No puedo ser duro contigo, pero ya estoy duro. ¿Cómo arreglamos esto?

Me quedé mirándolo sin saber qué decir, mientras mi mano descansaba sobre sus pantalones, notando por primera vez en mi vida un pene excitado. Cogió los bajos de mi camiseta y la subió por encima de mi cabeza, quitándomela. Cubrió con sus manos mis pechos por encima del sujetador, los acarició y apretó, y cuando los pezones se empezaron a marcar los pellizcó primero suavemente y luego más fuerte.

—Sácatelas. Sácatelas por encima del sujetador.

—¿El qué? ¿Los pechos?

—Voy a tener que educarte, Laura —dijo riéndose. —Las tetas, sácate las tetas.

Metí la mano dentro de la cazoleta del sujetador mientras con la otra mano la retiraba hacia abajo, y saqué un pecho. Miré y vi mi pecho izquierdo fuera, coronado por un pezón endurecido. Hice lo mismo con el otro pecho.

—Me encantan tus tetas —dijo mientras me levantaba por la cintura y, como el día de antes, me sentaba encima de la mesa. —He soñado con ellas, y me he despertado sintiendo tus pezones en mi boca. — Mientras decía eso, se apoyó con las manos sobre la mesa y acercó su cara a mis pechos y los recorría mientras yo notaba su respiración cálida sobre ellos —. Durante todo el día he pensado en ellos; en ellos y también en el sabor de tu coño. Un puntito dulce, un puntito amargo, caliente.

Mientras me hablaba de mi flujo y de mis pezones, su boca besaba mis pechos, o mis tetas como me dije mentalmente, y con el dorso de su mano empezó a acariciar mi vulva por encima de los pantalones.

—Ayer cuando te fuiste, ¿sabes qué tuve que hacer?

—No.

—¿No te lo imaginas?

—¿Masturbarte?

—Me pajeé, tuve que hacerme una paja a tu salud. ¿Te gusta saberlo?

—Sí, me gusta. —Claro que me gustaba saberlo.

—Y más tarde, cuando cenaba con mi familia, me empalmé. ¿Sabes por qué?

—No.

—Porque ayer cené con mi familia sentado en el mismo sitio de la mesa en el que te corriste. Estaba cenando y sentía tu olor sobre la mesa y veía tus pezones duros delante de mí. ¿Te gusta oír eso?

—Sí, me gusta.

—Después pasé toda la noche pensando en ti. A ratos pensaba que en realidad me habías engañado, que te hiciste la inocente para mí.

—No, eso no es así.

—Lo sé, ahora lo sé. No habrías venido hoy como has venido, pensando que esto no iba a continuar porque yo así lo había decidido. Te habrías vestido para seducirme.

—¿Y qué pensabas el resto del tiempo?

—Pensaba que si de verdad eras tan inocente como parecías, eso significaría que nunca habrías chupado una polla, ¿lo has hecho, Laura?

—No, nunca.

—Eso pensé. Y me excitaba mucho pensar en tu boca virgen. Me he despertado sintiendo tus pezones en la boca y con mi polla empalmada. He tenido que hacerme una paja esta mañana en la ducha. ¿Te gusta oír eso?

—Sí.

—Y si te hubiera dicho que me había follado a mi mujer, ¿te hubiera molestado?

—Sí.

—Laura, Laura —dijo riendo mientras pellizcaba mis pezones—, vas a resultar una virgen egoísta.

Quise protestar por esa descripción pero me calló besándome con fuerza.

—No te molestes por lo que te he dicho porque me encanta ese sentimiento de exclusividad que tienes. Pero sigamos con el tema: así que nunca has chupado una polla.

—No, ni siquiera he tocado una.

—Uff, eso vamos a remediarlo enseguida.—dijo, separándose un poco de mí.

Le vi parado delante de mí, con una camiseta gris y un pantalón de chándal negro en el que se marcaba claramente el bulto de su pene.

—¿Quieres que saque el pene?

—Sácame la polla, Laura.

Subí la camiseta y, mientras él la estiraba hacia arriba y se la quitaba, vi el cordón que aguantaba el pantalón de chándal. Con las manos algo temblorosas, agarré los extremos del cordón y el lazo se deshizo fácilmente. Metí los dedos por la cinturilla de goma y al estirarlos, se ensanchó y el pantalón cayó hasta el suelo. Quedó a la vista un slip de color negro que marcaba atrevidamente su sexo.

—Sigue —dijo, animándome a continuar. Estiré de la cinturilla del slip hacia mí y su pene saltó fuera como un resorte. Creo que abrí los ojos como platos, porque se rió. —Bájalo un poco más, no te dejes los huevos dentro.

Ahora sí estiré hacia abajo el slip con las dos manos y pene y testículos salieron fuera. Mientras él lo empujaba hacia abajo y dejaba que resbalara hasta el suelo y se lo quitaba con los pies, me quedé mirando el primer pene que veía en mi vida en directo. Estaba gordo e hinchado y se mantenía erecto. No tenía nada con lo que comparar así que no sabía decir si era grande o no. Me gustó el glande, gordo, rosado, brillante.

—¿Puedo? —pregunté, acercando mi mano hacia su pene.

—Claro que sí; agárrame la polla y tócala, Laura.

Estiré la mano, la puse alrededor de su pene y lo acaricié. Estaba duro al tacto pero a la vez era suave, y lo noté caliente bajo mi mano; me gustó porque cuando lo rodeé con la mano e hice algo de presión, él contuvo el aliento.

—Muévela, mueve tu mano.

Al mover la mano, arriba y abajo, recorriéndolo, vi como aparecían unas gotas sobre el glande. Eso me animó a continuar y seguí apretando mi mano alrededor de su pene; al estirar un poco más fuerte vi sus testículos moverse. Levanté entonces el pene con la mano que estaba acariciándolo, y aguanté los testículos con la otra mano, como sopesándolos. Eran pesados al tacto. Volví a oír cómo contenía el aliento.

—¿Te gusta lo que ves?

—Sí, mucho —le dije sin dejar de acariciarlo. —Y lo que toco.

—Pues así ha estado desde ayer por ti.

—Pero, no lo entiendo —le dije, confundida, —¿por qué entonces ayer por la noche me enviaste ese mensaje?

—Porque una cosa es lo que me dice mi cabeza, que esto no está bien, y otra lo que mi polla siente cuando piensa en tu coño y en tus tetas.

Diciendo esto, mientras yo seguía acariciando su pene, volvió a acercar su boca a mis pechos y pasó la punta de su nariz por el pezón derecho.

—Yo ya te lo he contado todo —dijo a la vez que rodeaba con la lengua la aureola, para después succionar suavemente el pezón. —Ahora te toca a ti. ¿Has pensado en mí desde ayer?

—Sí, sí he pensado en ti.

—¿De verdad? ¿Y qué has pensado? —dijo, sacando el pezón de su boca, y escupiendo encima de él.

Gemí mientras sorbía el pezón dentro de su boca. Dejó ese pezón, duro y mojado y se dirigió hacia el otro pecho. Le dio una lamida al pezón, escupió sobre él y aureola y pezón desaparecieron dentro de su boca. Noté la conexión entre mis pezones y mi vagina y como una caliente humedad empezaba a cubrirla, hasta que un repentino dolor me hizo gritar. Miré y vi sus dientes clavándose en el pezón mientras lo estiraban.

—Contesta. Te he hecho una pregunta.

—Sí, de verdad —dije titubeante. —He pensado en tu lengua y en tu mano en mi... en mi…

—Coño, se llama coño. Dilo, Laura, di coño.

—Tu mano en mi coño.

—Buena chica. Buena chica y buena idea. Vamos a comprobar cómo está hoy tu coño.

Desabrochó los botones de mis vaqueros pero esta vez no se limitó a meter la mano dentro de ellos, sino que me hizo levantar el culo de la mesa para quitármelos. Abrió mis piernas y se quedó mirando mis braguitas, grises, de algodón. Pasó un dedo por encima de la zona de la vulva donde ya había una mancha de humedad.

—Ya estás mojada —dijo mientras pasaba su dedo.

Reaccioné igual que el día anterior, con una cierta vergüenza y queriendo cerrar las piernas.

—No, no — me dijo, impidiéndolo nuevamente. —Ya te lo dije ayer, nunca sientas vergüenza de estar mojada por mí. Y ahora por fin voy a ver tu coño. Dime, Laura, ¿soy el primero también?

—Sí. ¿Te gusta serlo?

—Me gusta —me contestó con una sonrisa lobuna, —y mira cómo me pone saberlo –añadió mientras cogía su pene con una mano y le daba tres fuertes tirones que hacían que más gotas de preseminal mojaran su glande.

A continuación metió sus manos por el elástico de mis braguitas y, haciéndome otra vez levantar el culo, me las quitó y las dejó en el suelo, encima de mis pantalones. Ahora estábamos los dos desnudos, excepto por mi sujetador, y toda la cordura que no había mostrado desde el día anterior, vino ahora a salpicarme.

—Apóyate en tus codos, recuéstate sobre la mesa y sube los pies sobre la mesa —me dijo, pasando sus ojos por todo mi cuerpo y sin notar mi turbación. Me quedé quieta, sin moverme, completamente ruborizada. —¿Pasa algo, Laura?

—Me da vergüenza —confesé después de un instante. —Estoy desnuda delante de ti.

—No —bromeó sin entender mi dilema. —Yo sí estoy desnudo, tú llevas el sujetador.

—Pero esto no está bien. Tú, tú —tartamudée, nerviosa, —eres el padre de mi mejor amiga y además…

Paré de hablar cuando él acercó sus manos a mi sujetador y lo estiró de manera que las cazoletas volvieron a cubrir mis pechos; después se acercó a mí, entre mis piernas, quedando completamente pegado a la mesa, y agarró mi barbilla con su mano, haciéndome levantar la cabeza hacia él. Entendí que lo que estaba haciendo al guardar mis pechos y acercarse tanto a mí, era que ninguno de los dos viéramos la desnudez del otro para no incomodarnos en esa charla que estaba punto de ocurrir.

—Dime qué pasa, Laura.

—No lo sé —dije casi lloriqueando. —Yo ayer vine a hacer clase de matemáticas contigo y ahora estamos los dos desnudos aquí. Eres el padre de mi amiga, y no entiendo cómo hemos acabado aquí. Bueno, es decir, sí lo entiendo, pero no está bien. O sí, no lo sé —empecé a balbucear sin sentido.

—Laura, sssh, calma ­—susurró mientras acariciaba mi barbilla. —Te conozco desde pequeña. Nunca, jamás, te había mirado de una forma sexual; jamás, te lo juro, hasta ayer por la tarde. De repente me miraste con ojos con los que nunca me habías mirado; me miraste con ojos de deseo, como si vieras por fin un hombre y eso me hizo verte por primera vez como una mujer, joven, preciosa. Y te deseé. Me dejé llevar. Quise parar, recuérdalo, pero quizá no le puse las ganas suficientes, ni tú tampoco. Nos dejamos llevar los dos. Por la noche reflexioné y fue cuando te dije que fue un error y de verdad que lo creía cuando te lo dije. Me creí tanto que fue un error como que todo acababa allí. Cuando has llegado hoy a casa, con tus vaqueros y tu camiseta, he visto tu inocencia y de verdad que seguía creyendo que todo había acabado. Pero cuando te has girado, he vuelto a ver el deseo en tus ojos, como ayer, exactamente igual que ayer. Y he vuelto a dejarme llevar. —Durante unos segundos, cerró los ojos; volvió a abrirlos, y continuó hablando. —Laura, te deseo, no lo puedo negar. Daría mi alma por comerte el coño ahora mismo, tampoco lo negaré. Pero es verdad que también tengo miedo. Quizá lo mejor sería parar ahora y seguro que aprendemos a fingir que esto nunca ha sucedido. ¿Qué me dices, lo dejamos aquí? Yo me giro y me voy a mi habitación, y tú te vistes y te vas a casa.

Durante todo su discurso no habíamos apartados los ojos el uno del otro. Vi en sus ojos, todo el dolor, deseo e incertidumbre que expresaban sus palabras. Seguramente tenía razón y lo mejor era acabar allí. Solo pensar que Silvia pudiera enterarse alguna vez me ponía la carne de gallina, pero pensar en seguir viéndole manteniendo distancias por siempre más me creaba un vacío dentro. Intenté aplicar un poco de lógica; seguramente era un deseo transitorio, una novedad, algo que se pasaría en unos días y era mejor cortar ya por lo sano. Pero entonces recordé ese guiño que me dedicó unos años atrás y ese guiño me hizo lanzarme a la piscina.

Subí las manos hasta mi sujetador y dejé al aire mis pechos. No, dejé al aire mis tetas. Luego, me eché hacia atrás, hasta que mis codos quedaron apoyados sobre la mesa y, doblé las piernas, subiendo los pies encima de la mesa.

—Así es como querías que me pusiera, ¿verdad?

—Exactamente así —dijo mientras con sus manos empujaba mis muslos para que se abrieran un poco más.  —¿Sabes para qué?

—¿Para ver mejor mi… coño?

—¿Sólo para verlo mejor?

—Para comerlo mejor.

­—Veo que eres una buen alumna —rió mientras su mano derecha abría los labios de mi coño y recogía flujo para llevárselo a su boca, a la vez que su mano izquierda agarraba su polla que estaba volviendo a ponerse completamente dura y empezaba a pajearse.

Apoyó la mano sobre mi muslo para mantener las piernas abiertas, y se inclinó sobre mí. Contuve la respiración esperando el momento de sentir por primera vez una boca en mi coño. Primero acercó su nariz y le oí aspirar fuertemente el olor.

—Te lo dije ayer, me encanta como huele tu coño.

Esas simples palabras provocaron que aun más flujo saliera de él, flujo que enseguida recogió con la lengua mientras se relamía como un gato con un plato de leche. Desde mi posición recostada, veía mis pezones que seguían duros, su boca y su lengua comiéndome el coño y el movimiento de su brazo, cada vez más rápido, masturbándose. El comedor se llenó de los sonidos de su boca, chupando, lamiendo y sorbiendo, del ruido de su mano contra su polla y también de mis gemidos que no conseguía silenciar.

La lengua de Javier daba largas lamidas a mi coño, para después frotarla en círculos rápidos sobre mi clítoris y succionarlo después. En uno de los viajes, su lengua se introdujo en mi coño, cosa que me hizo gritar de placer. Movió la mano que aguantaba mi muslo hasta mi sexo e introdujo un dedo en mi vagina mientras su lengua seguía recorriéndolo y bebiendo mis flujos. Empezó a mover el dedo en mi interior, estirando las paredes de la vagina, y meneándolo cada vez más rápido. Igual que el día anterior, el calor invadió mi cuerpo a la vez que la tensión que precede al orgasmo, y que ese día ya fui capaz de reconocer, empezaba a acumularse por la zona de mi vientre. Eché la cabeza hacia atrás, gimiendo y pidiendo mi liberación; Javier movía cada vez más rápido el dedo en mi interior mientras su boca parecía abarcar ahora todo mi coño, sorbiéndolo. Un último movimiento de su dedo, un pellizco en mi clítoris y el orgasmo estalló llevándose toda mi tensión y dejando espasmos en mi vagina. Aún estaba en plena ola cuando me estiró para incorporarme y pude ver su mano sacudiendo rápida y enérgicamente su polla; observé fascinada el movimiento cada vez más acelerado hasta que echó la cabeza hacia atrás con un rugido mientras varios chorros de semen espeso y caliente caían sobre mi tripa.

Respirando aún fatigosamente, miraba todo como hipnotizada: su polla aún dura y jugosa que continuaba sujetando con la mano, los hilos de semen en mi tripa, mi desnudez, la suya, su cara sudorosa y satisfecha… Nuestras miradas se encontraron y los dos empezamos a reírnos.

—¿Sabes? —le dije, guiñándole un ojo, cuando por fin se calmó nuestra risa. —Tampoco he probado nunca el semen.

—Jajaja. Eso vamos a remediarlo ahora mismo —dijo mientras pasaba un dedo por mi tripa y lo untaba en su semilla. —Abre la boca, viciosa.

Metió el dedo en mi boca y, como el día anterior ,mi lengua se enredó con su dedo saboreando el semen. Un sabor extraño pero que me gustó. Se rió cuando quiso sacarlo y yo agarré su mano para asegurarme que no lo quitaba hasta dejarlo  limpio del todo.

—Y ahora vamos a hacer un cóctel —dijo, mientras bajaba la mano hasta mi coño, mojaba bien dos dedos en mi flujo y luego pasaba esos dedos por el semen que quedaba en mi tripa. Subió nuevamente la mano hasta mi boca y me dio a probar sus dedos impregnados en nuestros fluidos.

—Mmm, así me gusta más—conseguí decir mientras limpiaba los dedos uno por uno, no dejando que se escapara ni una gota.

—Ya lo veo, ya, mi pequeña virgen viciosa.

Nuestros ojos se encontraron y retiró los dedos de mi boca para invadirme con su lengua, en una serie de besos que se volvieron a llevar nuestra respiración.

—Laura —dijo contra mi boca.

—¿Sí? —contesté como pude no queriendo escapar de su aliento.

—Se está haciendo tarde; Silvia y el peque volverán pronto.

Entonces sí que reaccioné. Teníamos que vestirnos y yo quería irme antes de que llegara Silvia porque estaba segura que algo notaría en mí. La escena no fue para nada la misma que la del día anterior. Me ayudó a vestirme, entre toqueteos, besos y complicidades, y cuando ya me iba me acompañó a la puerta del piso donde nos besamos una vez más.

Ese día llegué a casa y me fui también directa a la ducha. Me desnudé delante del espejo grande del baño para ver la saliva seca en mis pezones, los restos de semen en mi barriga que él no había querido que limpiara, mi vulva cubierta de vello. Mi coño, me corregí mentalmente a mi misma. Miré mis pechos llenos, intentando verlos como los veía él. Era yo la misma de siempre con mi cuerpo de siempre, pero sabía que a la vez no lo era. Me sentía feliz, pero extraña; extraña, pero feliz.

Por la noche Silvia me volvió a enviar un mensaje, preguntando por las clases de esa tarde con su padre y diciendo que ya tenía ganas de que acabaran para volver a estudiar juntas porque echaba de menos nuestras tardes de estudio. Yo también, le contesté, sin decir ninguna mentira ya que también echaba de menos nuestras risas estudiando, pero sabía que no cambiaría esas dos tardes por nada. Eso también me hizo pensar en qué iba a pasar con su padre y conmigo a partir de ahora. Si queríamos seguir viéndonos, ¿cómo lo íbamos a hacer?

Estaba sumida en mis pensamientos cuando casi a la medianoche oí el tono de mensaje recibido.

“Laura, lo de hoy ha sido un error, algo imperdonable por mi parte.”

No podía creerlo, otra vez el mismo mensaje. Pensaba que lo de esa tarde había sido especial y nuevamente me decía que no habría más. Sin saber ni qué contestar dejé el móvil en la mesilla. Al cabo de un momento nuevamente sonó.

“Ha sido imperdonable no follarte”

Sonreí, me giré en la cama y noté mis braguitas humedeciéndose.