Clases de piano

Una aburrida clase de piano puede ser muy divertida jugando a "premio y castigo". Y eso, mientras tu madre se divierte en la otra parte de la casa.

-¡No sé porqué tengo que aprender una cosa tan tonta! - protestó la joven.

-¡Aprender piano, no es ninguna cosa tonta; es un instrumento precioso y un ejercicio difícil que te viene estupendamente!

-¡Pero mamá… ¿qué sentido tiene tocar el piano, cuando ya existen los programas de creación musical?! ¿No ves que es como si pretendieras que aprendiera a hacer ropa?

-También existe el escaneo de voz, y aún así se aprende a leer y escribir, ¿verdad? ¡Estoy harta de que sólo sepas pensar en términos de tecnología y de informática! Cuando yo tenía tu edad, ya existía el DreamScience, y no por eso dejábamos de leer libros o de ver cine… ¡hoy día, parece que penséis que vais a tenerlo todo hecho sólo dando órdenes a un sistema, y no es así!

-Mamá, ¿y no podría aprender otra cosa? Programación neuronal, por ejemplo, o a pilotar… ¡pero no piano!

-NO. - Wenda se mostró categórica. - Hija, quiero que aprendas algo que no sólo te aleje un poco de los ordenadores y lo virtual, sino que te exija un esfuerzo real. Hasta ahora, todo te ha sido muy fácil porque te has hecho a usar los ordenadores en todo, y a buscar la ayuda que pudieras precisar para cada tarea. Con un piano, no puedes hacerlo así, no trae más libro de instrucciones que la teoría musical y no tienes otra manera de dominarlo más que entender y practicar. No hay ayudas, no hay atajos, sólo hay esfuerzo y trabajo duro. Y eso es lo que quiero que aprendas: a esforzarte. - la joven dio un resoplido de indignación – Millie, estoy HARTA de que tus notas sean mediocres y que te dediques a hacer lo mínimo, cuando yo sé lo inteligente que eres y las virguerías que haces cuando te pones delante de una pantalla. Estoy harta de que hagas sólo lo mínimo para cubrir el expediente, cuando éste año te juegas el entrar a una buena y prestigiosa universidad.

-¡Pero si eso no tendré que hacerlo hasta el año que…!

-Lo harás este año, querida. - interrumpió su madre. - Tienes a dos de las mejores universidades de la galaxia conocida detrás de tus aptitudes, pero ya me han dicho que no pueden admitirte si no llegas a la nota de corte, por muy inteligente que seas. Así que vas a dejar de perder el tiempo. Si los estudios te aburren, me da igual, te pondrás con ello y sacarás las notas excelentes que estás dotada para sacar, y aprenderás piano para meterte en la cabeza que no todo es inmediato, que hay cosas que exigen esfuerzo diario si uno quiere ver frutos en ellas.

Millie tenía cara de intensa frustración. Su madre nunca le había hablado así, ella había sido siempre la niña bonita de mamá, y siempre le había permitido llevar sus estudios a su antojo; el que de vez en cuando la sermonease con la justeza de sus notas, nunca había sido un problema, porque nunca habían sido realmente malas, sólo suficientes. Como decía su madre, “mediocres”. En su búsqueda de apoyos, miró a su padrino, también allí presente, y éste sonrió, pero negó con la cabeza.

-No, cielo. - dijo Milton – Tu madre tiene razón; eres muy inteligente y no lo aprovechas lo suficiente. Aquí no puedo ayudarte como tú quieres que lo haga, porque estaría queriéndote mal. La mejor manera de ayudarte, es apoyar a mamá en su decisión, tienes que aprender a esforzarte.

-Señorita. - intervino el joven mayordomo, hablando por la nariz, como solía – Sé que no le va a gustar oírlo, pero yo también estoy de acuerdo con su madre. Y además, el piano es un instrumento precioso, recordará que yo aprendí de niño a tocarlo, y entonces a usted le gustaba mucho.

-¡Oh, Hemlock, por favor, no me sermonees tú también! - se lamentó la joven, y se volvió hacia la ventana, dispuesta a no mirar a ninguno de aquéllos pelmas. Hemlock y ella se llevaban pocos años y desde bien pequeños habían sido muy amigos. El que incluso él se pusiera de parte de su madre, era la puntilla. Estaba visto que no tenía ningún apoyo.

-No pretende sermonearte, cariño. - intervino Wenda – Sólo hacerte ver que es lo mejor para ti. A veces, aunque algo te resulte aburrido, o precisamente por que es aburrido, puede ser lo mejor para ti. - Millie ni siquiera se volvió a mirar a su madre, y ésta se colgó del brazo de Milton – Bien, puedes enfurruñarte como una niña pequeña, o puedes sentarte al piano y tomar tu primera lección. Tómalo como prefieras, pero no saldrás del estudio hasta que no la termines. Antes de irnos, Milton y yo vamos a estar un rato en el salón, y quiero oírte tocar desde allí. Si dentro de diez minutos no empiezo a oír notas, Millie, me voy a molestar mucho.

Dicho esto, su madre y su padrino salieron y cerraron la puerta con su huella. Millie no podría abrir la puerta con la suya, y las ventanas eran del tercer piso. Se le ocurrió la idea de agarrarse a la columna exterior y bajar trepando, pero apenas tocó la ventana, sonó una vocecita enlatada “Ventanas bloqueadas. No se detecta emergencia, introduzca el código para desbloqueo”.

-¡BAH! - bramó la joven.

-Lo siento, código incorrecto. - contestó el ordenador de la casa. Millie resopló y se sentó al piano. Hemlock se acercó a ella.

-Señorita, no se enfade así. - sonrió. - Ya sé que no le gusta que le obliguen a hacer nada, pero ni siquiera lo ha intentado. Yo de pequeño también pensaba que era algo odioso y aburrido, pero cuando fui cogiendo práctica, me encantó. - Millie le miró con fastidio.

-Hemlock, hablamos de ti. Tú consideras apasionante coleccionar sellos de Tierra Antigua.

-Bueno, es una manera preciosa de aprender geografía y otras cosas, como historia, arte y hasta cultura pop. - sonrió. El “pop”, en su voz sonaba como un pequeño bocinazo. Claro que, con una narizota como la suya, a ver quién no hablaba a través de ella, solía pensar Millie, y eso la hacía sonreír. Y sonrió.

-Supongo que no puedo librarme. Bueno, la verdad es que podría descargar algún archivo de sonido de prácticas de piano, y hacer creer a mamá que…

-Señorita Millie… - la reconvino Hemlock, y la joven suspiró. Cuando su amigo la miraba con esos ojos negros, ella sólo veía ternura en ellos, y era incapaz de continuar la mentira o la trastada. Por norma general, el mayordomo siempre la apoyaba y la protegía, sólo en muy raras ocasiones usaba “la mirada”; Millie sabía que sólo la usaba cuando estaba convencido de que ella no tenía razón, y por eso cedía, aunque fuese a regañadientes. Él creía entenderla, y susurró – Te gustaría que hubiera por lo menos una manera de, ya que no puedes librarte, hacerlo aunque sea un poquito más divertido, ¿verdad? - La joven asintió, y el mayordomo la miró con picardía – Eso quizá pueda arreglarse.

Millie devolvió la sonrisa. De repente, estar encerrados y que no sólo nadie pudiera salir, sino que nadie pudiera entrar de sopetón, era una perspectiva más agradable que hace sólo dos minutos. Interrogó con la mirada a su amigo.

-Primero, se trata de encontrar el do central, y apoyar en él los pulgares. - dijo con tono de profesor. La joven miró el libro del método, el teclado, y lo encontró. Y la mano de Hemlock se apoyó en su hombro y empezó a deslizarse por su espalda. - Ahora, tocadlo cinco veces, primero con el pulgar derecho, y luego otras cinco con el izquierdo.

Millie obedeció. A cada nota, la mano de su amigo acariciaba su espalda y finalmente llegó a sus nalgas, y empezó a acariciarlas con mucha suavidad. La joven no dejaba de sonreír.

-Muy bien. Ahora, tocaremos la primera escala, partiendo desde el do central, hacia la derecha, con todos los dedos de la mano. - Explicó Hemlock, sin separar la mano de las nalgas de su amiga. Millie obedeció. A cada nota, el mayordomo movía su mano y acariciaba con la palma y los dedos, paseándose a placer por su culo y deteniéndose de vez en cuando en la raja. Millie intentaba concentrarse y tocar sin equivocarse, pero al coger confianza, quiso acelerar y tocó dos teclas a la vez.

-¡Ay! - la joven pegó un brinco sobre el asiento, ¡Hemlock le había dado un pellizco!

-Si te equivocas, habrá castigo. - susurró él, acercando su cara a la de ella. La joven miró sus labios entreabiertos, enmarcados por el oscuro bigote que se cerraba en una barbita circular, fina y suave, hasta las patillas del negro cabello del mayordomo, y también se acercó a ellos, pero cuando estaba a punto de besarlos y acariciarlos con su lengua, Hemlock se volvió rápidamente y sólo le permitió besar su mejilla – Y si lo haces bien, premio.

Millie soltó una risita ahogada. Sus padres no tenían la menor idea de que ella y Hemlock llevaban algún tiempo colándose en la cama del otro durante la noche, y no precisamente para dormir. Hemlock podía no sólo perder su empleo, sino encontrarse frente a una condena por violación si su padre removía el asunto, y ella podía verse desheredada, expulsada de casa y con una hermosa demanda de incumplimiento de contrato, puesto que estaba prometida a otro hombre desde la edad de ocho años y había renovado su firma con la mayoría de edad, pero todo ello sólo hacía la relación más interesante. La joven continuó pulsando las teclas cuidadosamente, y la mano de Hemlock volvió a ser suave y cariñosa. Las caricias en el tierno culo de su amiga estaban provocando que su respiración se acelerase y que su pene empezase a agitarse, divertido. Millie tenía las mejillas muy sonrosadas y un cosquilleo muy agradable en el culo, que se iba extendiendo hacia su vulva sin que pudiera contenerlo. Sin darse apenas cuenta, empezó a frotarse contra el asiento.

Las notas de la escala se sucedían con monotonía, subiendo y bajando. Con lentitud, pero sin errores, y Hemlock iba recompensando a su alumna como había prometido. Las caricias se volvían más intensas y pasaron a ser apretones. Millie le miró casi suplicante, y él sonrió. Con un gesto, la hizo levantarse ligeramente del asiento, y metió la mano entre éste y su culo.

-¡Mmh! - Millie le miró con ojos brillantes y una mano en los labios, de los que un gemido quiso escaparse. Estaba sentada sobre la mano de Hemlock. Eso ya era bastante caliente, pero el mayordomo empezó a mover los dedos, y la joven se estremeció contra ellos.

-Sigue tocando, Millie. Tu madre quiere oírte. - sonrió con picardía, y la alumna reanudó su ejercicio. Mientras ella movía los dedos sobre las teclas, Hemlock acariciaba a través de la falda y las bragas, y aún con las dos prendas de por medio, podía notar el calor y la humedad. Su pene ya hacía un bulto en el pantalón de su uniforme a la federica, y la joven no dejaba de mirarlo de reojo, pero no apartaba las manos del teclado, a pesar de su terrible deseo de sacárselo de las ropas y complacerlo. Precisamente por mirar donde no debía, se saltó una nota.

-Mal, mal, mal, querida. Castigo. - sonrió el mayordomo. Millie cerró los ojos y se preparó para el pellizco, pero no lo notó. Abrió un ojo y vio la sonrisa socarrona de su amigo. - No, esta vez te has ganado un castigo mayor. Vas a tener… - fingió pensar – que quitarte las braguitas.

-Hemlock… - susurró ella, haciendo ver que estaba escandalizada – Pero, ¿cómo me puedes pedir algo así? ¡Qué vergüenza!

-No te lo pido, querida, te lo ordeno. - dijo, dándole un cachetito en el culo – Vamos, esas braguitas fuera, ¿o prefieres que te las quite yo?

-Me da mucha vergüenza, ayúdame. - contestó. Hemlock tuvo que abrir la boca para respirar hondo, la excitación le dejaba sin aire; la joven le llevó las manos a su falda y las metió bajo ella. Las manos de ambos llegaron a la cinturilla de la prenda interior y tiraron, y Millie sintió un escalofrío de cosquillas al sentir su vulva en contacto directo con la suave tela del banco de piano. Arrugadas y húmedas, las bragas se le deslizaron hasta los tobillos, y Hemlock se apresuró a recogerlas, y las apretó contra su gran nariz, dejando que su aroma le envolviera, ese olor a excitación y jabón íntimo… las guardó en su casaca y abrazó a la joven por el hombro, al tiempo que su mano se lanzó hacia la falda y empezó a acariciar la cara interior de los muslos. Podía sentir el calor que su vulva desprendía en las puntas de los dedos.

-Sigue tocando, continúa. - sonrió. Millie se le derretía entre las manos e intentaba llevar las notas, pero no era nada sencillo atinar. El dedo índice de Hemlok se perdió un momento entre los labios vaginales de la joven y la joven se dobló de gusto… pero cuando ese mismo dedo subió hacia su clítoris y lo rodeó lentamente, empapándolo de jugos, Millie creyó perder el sentido y estuvo a punto de gritar su placer.


-Mmmmmh… no… Basta… Milton, bastaaa… aquí no, paraaaaaah… - pedía Wenda, pero la verdad que no sólo no hacía nada por parar a Milton, sino que movía voluptuosamente sus caderas contra él, buscando más placer.

-Haaaaaaaah… si está tocando, no puede oírnos. - Milton sonreía mientras una gota de sudor se escurría por su frente hasta la mandíbula. Estaban de pie, a solas en el saloncito frente a la chimenea. Wenda le daba la espalda y estaba inclinada hacia delante mientras él la penetraba desde atrás y la sujetaba por los brazos.

-Pero… si alguien nos ve… ooooh, sí… ¡no! Si se entera mi maridoooooh… - Los ojos de Wenda brillaban y se ponían en blanco cada vez que su amante empujaba, y más ahora que estaba acelerando.

-Oooh, Wenda… ¡Tu marido es tan cretino, que podríamos follar delante de él y ni se daría cuenta!

-Mmmmh, ¡no digas esas palabrotas soeces…! - exclamó la mujer, inclinándose más para que la penetración fuera más honda.

-¿Cuál, follar? - Wenda gimió – Follar. Follar, follar, joder, chingar, montar, trincar, clavar, rellenar, empotrar…

-¡Basta, bastaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah…. Haaaaaaaaaaaaaaaah….! - Wenda se puso tensa y tembló, y Milton notó cómo el coño de su compañera daba espasmos y se cerraba sobre él, y estuvo a punto de soltarla de la emoción que sintió, pero en lugar de eso, continuó empujando. La mujer gritó de pasión, ¡era demasiado justo después de correrse, apenas había terminado y le estaban dando más! Volvió la cara para mirar a Milton, y éste la vio con lágrimas de placer en los ojos, las mejillas brillantes y rojas, y la boca abierta en una sonrisa extasiada y babeante, y explotó dentro de ella. - ¡Síiiiiiiiiiii…! Mmmmmmmmmmmh… qué caliente…

Milton gimió y empujó, sintiendo la maravillosa energía liberada del orgasmo, su semen saliendo a presión e inundando las entrañas de su amante y dejándole satisfecho. Permaneció unos segundos moviéndose en círculos, saboreando el gusto hasta los últimos coletazos de placer, y empezó a salirse lentamente, pero dejó dentro el glande un poquito más, recreándose en el cosquilleo. Wenda soltó un suspiro infinito y dio un apretón voluntario al pene de su compañero, ¡qué gusto! ¡Qué bien la dejaba siempre! “¿Cómo puede ser que con mi marido lo haga yo todo y nunca sienta nada, y con él esté encendida apenas con que me toque?”, pensó la mujer. Una parte de sí misma se sentía fatal por ser infiel a su marido con el hombre al que hacía tantos años había jurado no volver ni a mirar a la cara. Otra parte se decía que Milton y ella siempre habían sido el uno para el otro y no tenía sentido negar la sencilla verdad. Pero por negar la sencilla verdad, no iba uno a renunciar a todo; Milton podía encontrarse con una demanda por sabotaje industrial y violación, y ella misma con otra por mala praxis empresarial y adulterio si se descubría su relación, pero todo ello sólo lo hacía mucho más interesante.

Milton le subió las bragas a Wenda, le estiró la falda, le metió de nuevo los pechos dentro de la chaqueta y le arregló el vestido mientras ella a su vez le colocó el pene dentro de los calzoncillos, le subió los pantalones metiendo por dentro la camisa, le apretó la corbata y le sacudió los hombros de la chaqueta. Se miraron por un momento a los ojos y parecieron a punto de abalanzarse de nuevo el uno sobre la otra, pero ella le pasó el sombrero y el bastón, y él los aceptó besándole las manos con toda caballerosidad.


En el estudio, Millie hacía esfuerzos titánicos simplemente por mantener los dedos sobre el piano, mientras Hemlock no cesaba de acariciar su clítoris. Ahora lo hacía rápido, ahora muy despacito, ahora en círculos, ahora lo pescaba entre dos dedos… ¡la estaba volviendo loca! Su humedad estaba mojando el tapizado del banco, y Hemlock sabía que sería él quien tendría que limpiarlo para que no les pescasen, pero eso no le parecía importante; “con mucho gusto lo limpiaría a lengüetazos”, pensaba mientras movía su dedo en el punto débil de su amiga.

-Po… por favor… no puedo máaaas… - gimió débilmente la joven. Hemlock se moría de deseo por ella, bellísima en medio de su placer, con su pálida piel tan rosada y los ojos tan brillantes, y toda temblorosa, como si fuera a romperse entre sus brazos. Le besó el cuello y Millie tuvo que apretar los labios para no gritar; el escalofrío de gusto le recorría desde el cuello a los pezones y se reflejaba también en su torturado clítoris. El mayordomo le soltó el cuello para besarle la boca, y sus lenguas pelearon más que acariciarse. Millie le tomó de la casaca y notó que su placer empezaba a descontrolarse, ¡era deliciosamente insoportable! En ese momento, la puerta de la calle se cerró; Milton y Wenda se marchaban, y eso significaba que las puertas ahora las llevaba Hemlock, y también significaba que estaban solos en la enorme casa. El mayordomo no lo pensó ni un segundo; metió dos dedos en el coño de Millie, de sopetón. - ¡AAAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah….!

La joven desorbitó los ojos y se estiró, tensa como una goma, con los puños cerrados y el placer desbordándole por los poros, ¡se corría, se corría en los dedos de Hemlock, se corríaaaaaaa…! El mayordomo metió y sacó sus dedos a toda velocidad, y notó que el coño de la joven salpicaba; Millie sintió un placer inmenso estallar en su coño y expandirse con fuerza por todo su cuerpo, calmando el picor y dejando a cambio cosquillas, dulces cosquillas de gusto y bienestar… sus piernas temblaron y se fueron relajando lentamente, hasta reposar de nuevo en el suelo, y su puño soltó al fin la casaca de su amigo. Tomó aire y gimió. El corazón le latía desbocado y sudaba, estaba desmadejada en el banco, rendida de placer, perdida en un mar de inmenso gusto, ¡qué bueno había sido! ¡Qué placer tan intenso…! Miró a Hemlock y le sonrió. Y éste la apretó entre sus brazos y la besó, acariciando su lengua y deslizándose contra su paladar y sus mejillas.

El mayordomo sintió la dulzura del beso cebarse en su estómago que mariposeaba, pero enseguida la sensación bajó hacia otros lugares y sintió una excitación deliciosa… no provenía sólo del beso; Millie le estaba frotando la polla a través de la ropa. Con una mano, él mismo se abrió la bragueta para dejarle paso libre y la joven gimió en la boca de su compañero, que no soltaba ni por un momento. La suave mano de Millie le abrazó la polla ansiosa y comenzó a frotarle sin piedad.

-Que sepas que este castigo, te lo devolveré – dijo la joven, hablando tan cerca de la boca de Hemlock que sus labios se rozaban – esta noche, vendrás a mi cuarto y me divertiré haciéndote perrerías; te acariciaré muy suavecito sólo el glande, sólo la punta, y te tendré así horas y horas hasta que no puedas más… querrás correrte y no podrás, necesitarás sólo un empujoncito, una caricia en toda la polla para quedarte a gusto, y NO te la daré. Sufrirás tan dulcemente, me suplicarás que pare…

Los labios de Hemlock aleteaban contra los de la joven mientras se dejaba masturbar, saboreando la descripción del juego al que pensaba someterle. Millie le agarraba la polla y le daba apretones, le frotaba de arriba abajo, se detenía en el glande… por fin le abrazó la punta con la mano y le meneó con ganas, sin parar.

-Sigue… sigue… - pidió el mayordomo. La joven le miró a los ojos, quería ver su expresión cuando le llegase el orgasmo, y le besó la comisura de los labios, la barbita negra… el cosquilleo fue cambiando al picorcito caliente que anunciaba el placer, y Hemlock luchó por no cerrar los ojos para que ella viera cómo gozaba con sus lúbricas caricias. El placer creció, rebasó los límites y por fin se desbordó, en medio de un golpe de cadera, de una expresión de abandono y de un espeso chorretón de esperma que voló hacia el piano y el método, que se apagó al sentir la humedad. Hemlock besó de nuevo a la joven, gozando de las contracciones, de las gotas que aún se escapaban de su polla y se escurrían sobre los dedos de su amiga. Qué dulce…


-¿Y bien, Hemlock, qué tal la primera lección de Piano? ¿Se ha portado bien? - preguntó Wenda aquélla noche, cuando volvió del teatro.

-Muy bien, señora. Al principio no tenía demasiadas ganas, pero usted sabe lo que le gustan la música y los retos; apenas empezó a ver lo que podía hacer con el instrumento, le cogió el gusto y luego no quería parar.

-¿De veras? - sonrió Wenda.

-Oh, sí, señora. De hecho, es increíble cómo se ha dado cuenta de lo satisfactorio que puede ser, y he visto que puede hacer cosas fascinantes con ese instrumento. Está deseando que la ayude con su segunda lección mañana.

-¡Cómo me alegra oír eso! Desde luego, si alguien podía conseguir que Millie hiciese algo tan de provecho, eras tú.

El mayordomo hizo un gesto de modestia, y entonces apareció la joven en lo alto de la escalera, ya en camisón. Saludó a su madre y enseguida se dirigió a su amigo:

-Hemlock, por favor, súbeme un vaso de leche caliente, ¿quieres?

El mayordomo hizo una reverencia a ambas y se dirigió a las cocinas. De camino a ellas, Wenda no pudo ver que el joven se abría la bragueta, sólo le oyó contestar:

-Cómo no, señorita. Subiré enseguida, con su leche a punto.