Clases de Natación (2)

Continuación del relato. El profesor de natación de mi hijo no se contenta sólo con cogerme. Quiere mas. Tiene más.

CLASES DE NATACION 2

Lo que había empezado como clases de natación, luego de conocer a Rafael, el atractivo profesor de mi hijo, terminó siendo una de esas historias que uno termina viviendo sin saber a ciencia cierta cómo diablos empezó. No se si fue Rafael el seductor y yo el seducido, o sin en el fondo yo era el callado motor de aquellas apasionadas y prohibidas sesiones de sexo, que lejos de apagarse con el paso de los días comenzaron a convertirse en un hambre que me devoraba desde dentro, en un acicate para acercarme a ese precipicio que me atemorizaba pero al mismo tiempo me atraía mucho más de lo que hubiera supuesto en un principio. Rafael fue el primer hombre con el que tuve sexo, luego de toda una vida de placentera heterosexualidad. Rafael fue el primero, pero como pronto pude darme cuenta, no pensaba contentarse con eso, y me tenía preparadas algunas sorpresas.

Habían pasado ya un par de meses, y la pasión, como uno de esos toboganes en los que uno va ganando cada vez más velocidad, comenzaba ya a rebasarme. Pensaba el día entero en él, mirando otros hombres en la calle, en la oficina, tomando de pronto conciencia de los bultos en las entrepiernas masculinas, en las espaldas que se dibujaban en los compañeros de trabajo, en el pecho velludo que de pronto atisbaba en el dependiente de una tienda o en las enormes manos del tipo de la gasolinera. Estaba embrutecido con aquellos pensamientos, debatiéndome en la culpa y la vergüenza, pero disfrutándolo morbosamente. Rafael era la llave para estos sentimientos y era tal su poder que me bastaba saber que iba a su encuentro para empezar a tener una erección inmediatamente, y los días que no lo veía me consumía de desesperación.

Para entonces, ya habíamos cogido en todos los lugares posibles del enorme deportivo, incluida la alberca, a pesar de mis naturales recelos por ensuciar el agua en la que sabía que nadaría mi propio hijo al día siguiente, y aunque creí que ya la habíamos hecho todo, Rafael consiguió sorprenderme.

Era un viernes, los días que más salvajemente solíamos coger, tal vez por la excitación del fin de semana por venir, o porque la separación hasta el martes siguiente se nos antojara eterna. Como sea, aquel esperado viernes llegué con más ansias que nunca, deseando ya estar desnudo y en manos de Rafael, pero no lo encontré solo. Para mi sorpresa, había un tipo con él. Me lo presentó como Sergio, un buen amigo. Así simplemente. Traté de disimular lo mejor posible, tanto la decepción por la cita frustrada como el deseo que me consumía, pero Rafael, lejos de verse desanimado parecía más excitado que nunca.

Venga – dijo abrazándome – no te pongas tan serio, que es viernes y vamos a divertirnos.

Me zafé de su abrazo, bastante incómodo por la presencia de su amigo Sergio, aunque éste no mostró la menor señal de sorpresa ante nuestro abrazo. De hecho me miraba con inusitada atención. Era moreno, y el rostro, aunque no muy atractivo era interesante, con una barba poblada y un par de oscuros ojos que me miraban con mucho detalle.

Si estas ocupado – le dije aún muy cortado – dejamos la clase para otra ocasión.

Rafael volvió a abrazarme, esta vez bajando las manos hasta mis nalgas, apretándome hacia él, sonriendo seductor mientras intentaba plantarme un beso.

Tranquilo – dijo al ver mi cara de susto – que Sergio es muy discreto y comprensivo.

Aún así no logré sentirme cómodo y preferí marcharme, lo cual no le gustó a Rafael.

Tú te quedas – dijo simple y llanamente – y no te vas a aburrir, porque esta vez, en vez de una verga tendrás dos.

Sergio sonrió con la malicia de un fauno y para demostrar que estaba de acuerdo con Rafael se acercó por detrás, cubriéndome la retirada y abrazándome también, pegando su cuerpo al mío mientras Rafael hacía lo mismo por el frente. El deseo, más salvaje y más fuerte que nunca me sorprendió con inusitada rapidez, ayudado tal vez por los apasionados besos de Rafael y las curiosas manos de Sergio, que ya habían comenzado a meterse bajo mi camisa.

Entre los besos de uno y las manos de otro, las luces tenues reflejadas en el agua, el sonido de nuestras respectivas respiraciones y el malhadado deseo apoderándose del pequeño resquicio de integridad que me quedaba, terminé aceptando en tácito pero total abandono cualquier cosa que aquel par de hombres quisiera hacerme.

Comenzaron por desnudarme mientras ellos aún conservaban puesta su ropa. Conocía el cuerpo de Rafael a la perfección, pero la presencia de su amigo le confería al hecho de verlo vestido cierta cualidad aún más erótica que si hubiera estado desnudo. Me acariciaron todo el cuerpo. Sus bocas y sus manos se perdieron en mis omóplatos, mis muslos, mis nalgas y mis dedos. En mis caderas sedientas, en mis ojos perdidos sin dueño, en mis hombros y mi pecho, mis rodillas y mi pelo. Perdí la cuenta de los roces y los besos, de las vueltas que me daban, de los dedos que me hurgaban y el temblor que uno u otro ocasionaban en mi cuerpo.

Finalmente Rafael se abrió la bragueta y dejó escapar su enorme miembro. No necesité que me dijera nada para inclinarme y metérmelo en la boca, mientras Sergio se animaba también con su bragueta e imitando a Rafael acercó también su verga, rozándome con su glande mi mejilla, queriendo recibir el mismo tratamiento.

Anda – me animó Rafael – cómete su verga también.

Obedecí dichoso de conocer un nuevo miembro. Era más largo y más delgado. La punta parecía llegarme hasta la parte más profunda de mi garganta y me sentí complacido con el suspiro de placer que escuché de Sergio cuando su verga me entró casi completa en la boca.

Vaya que mama rico! – expresó el hombre mientras yo le apretujaba los huevos, con una mezcla de apasionado frenesí que me hacía querer metérmelo todo dentro.

Y deja que pruebes su culo – comentó Rafael inclinándose para acariciarme las nalgas, mientras yo ampliaba la grupa lo más posible, permitiéndole penetrarme con dos dedos, deseando que me montara, que me cogiera en ese mismo instante.

Como si hubiera podido escucharme, Rafael tomó algo de lubricante y comenzó a engrasarme el ano. Sus dedos eran magia en mi excitado cuerpo y comencé a temblar de deseo y anticipación. Al tiempo que me deseaba acariciaba mis nalgas, golpeándome con su verga dura y el sonido de la carne contra la carne me hizo desearlo mas que nunca, pero aun así se demoró una eternidad en colocar la gorda punta de su verga en mi hambriento agujero y cuando finalmente lo hizo no pude evitar un gemido de feliz encuentro, lo cual le animó a meterme el resto de su herramienta con decidida fuerza.

Tómala, cabrón! – comentó admirado Sergio – pero si se le fue hasta el fondo, como cuchillo en mantequilla – dijo asombrado.

Es la mejor puta que he tenido – dijo complacido mi profesor de natación, y yo, hombre felizmente casado, padre de familia, ejemplar ejecutivo de una gran compañía, tuve que quedarme callado, porque una verga en el culo y otra en la boca no eran que digamos la mejor forma de rebatirlo.

Tras varios minutos de feroz cogida, Sergio no aguantó más las ganas y le pidió a Rafael que le dejara probar mi culito. Para entonces, mi culo era una perfecta maquinaria engrasada y preparada casi para cualquier cosa y no me costó ningún trabajo tragarme completa la alargada y dura verga de Sergio, mientras Rafael me acariciaba la espalda, casi como si me alentara a parar más las nalgas y se sintiera orgulloso de lo bien entrenado que me tenía.

Después de esas primeras embestidas, ambos hombres terminaron de desnudarse. Mientras uno me cogía, el otro se ponía delante e iba quitándose las prendas lentamente. Rafael, desnudo, era más magnífico todavía. Sergio, a pesar de ser un tipo más bien delgado, compensaba la falta de músculo con un poblado vello oscuro que le cubría pecho, piernas y abdomen, por no hablar de la poblada mata oscura que coronaba su enhiesto miembro. Casi desee perderme en aquella maraña de pelos y al regresar ambos completamente desnudos a cogerme, tuve la delicia de sentir la incandescente piel lampiña de uno y en contraste, la otra, velluda y caliente.

Ahora desnudos los tres, sudorosos y excitados, me tomaron de la mano y me pusieron de pie. Sergio me empinó sobre las gradas, las mismas gradas en las que solía aguardar la clase de los niños, ahora vacías, y me metió la verga nuevamente, mientras Rafael se sentaba a un lado y nos miraba acariciándose su enorme erección. No tardaron mucho en cambiar de puesto, y la verga de Rafael me hizo estremecer de placer, haciendo temblar mis rodillas. Luego me hicieron mamárselas nuevamente, y después me tumbaron en piso, a un lado de la alberca, y con las piernas abiertas y en el aire me montaron de frente, y mientras uno me la clavaba el otro se sentaba en mi rostro, dejando colgar sus huevos frente a mi boca para que pudiera lamérselos mientras me daban vergazos en los ojos y mejillas.

Terminamos finalmente la orgía en los vestidores. Sergio quiso venirse dentro de mí y Rafael prefirió hacerlo en mi cara. Con apenas minutos de diferencia, ambos me llenaron de leche el culo y la boca, mientras yo tenía ya para entonces mi tercer orgasmo, con poca expulsión de semen, pero mas placer que ninguno de los anteriores. Nos bañamos los tres y nos despedimos antes de salir a la calle. Sergio me dio la mano simplemente, lo que se me hizo algo extraño luego de haber hecho conmigo tantas cosas. Rafael me dio un beso en la boca, que se me antojó también extraño, pues ya con las ropas puestas comenzaba a sentirme de nuevo extrañamente culpable y vulnerable. Manejé de regreso a casa totalmente agotado, pero por increíble que parezca, con una erección todo el camino.

Tras esa primera vez, Sergio comenzó a ser un acompañante asiduo en mi clase de natación semanal, tanto, que cuando por algún compromiso faltaba comencé a extrañarlo, lo que a Rafael no le gustó demasiado, y simplemente y sin la menor explicación dejó de invitarlo. A partir de entonces Rafael me tuvo para su goce particular por un tiempo, hasta que claro, tuvo de nuevo algunas ideas.

Un día me llamó al celular, y pensé que cancelaría nuestra cita, cosa que ya había ocurrido algunas veces, pero me equivoqué. Quería que nos viéramos en un restaurante y yo acepté. Era la primera vez que socializaba con Rafael fuera del deportivo, y no dejé de sentirme extraño comiendo con él, hablando de banalidades como cualquier par de amigos. Me sentía raro con la ropa puesta en su presencia, pero traté de adaptarme como siempre. Terminamos de cenar y pedimos unas copas. El alcohol logró relajarme y seguramente también a Rafael, porque comenzó a juguetear bajo la mesa, acariciándome un muslo, tomándome la mano y llevándola hasta el bulto que destacaba entre sus piernas. Le sobé la verga al amparo del mantel y no tardó mucho en abrirse el cierre para permitirme meterla dentro y acariciar su enorme pene desnudo. Me sentí tan excitado por toda la situación que me empiné el trago hasta el fondo, que lejos de calmarme sólo me hizo mas temerario. Cuando me pidió que le diera unas buenas lamidas a su gordo palo no tuve el menor reparo en meterme bajo la mesa para chuparle la verga, sin importarme los meseros ni los demás comensales.

Será mejor que vayamos a otro sitio – dijo riendo mientras me desprendía de su verga y se cerraba el pantalón, lo cual acepté encantado.

Nos dirigimos a un bar de su elección. Aproveché el trayecto mientras seguía a su auto para hablarle a mi mujer y decirle que me había salido un compromiso ineludible en la oficina. No se si me creyó o no, pero colgué antes de que me pidiera mayores explicaciones. En el bar, Rafael parecía conocer a varias personas, sobre todo hombres. No era un bar gay según pude darme cuenta, aunque sí era un lugar aparentemente frecuentado por gente de muy amplia mentalidad. Tomamos una mesa en el rincón y encargamos una ronda de bebidas. Rafael continuó excitándome con sus miradas y toqueteos bajo la mesa. Ni el alcohol en la sangre había logrado bajarme la erección que tenía desde hacía algunas horas. Encendí un cigarrillo y exhalé el humo mientras Rafael se acercaba para susurrarme algo al oído y aprovechaba para lamerme sensualmente el lóbulo de la oreja.

Ves a aquel tipo? – preguntó señalándome a un hombre de chaqueta de cuero recargado en la barra.

El que saludaste hace rato? – le pregunté.

Si, ese justamente – me indicó – te gusta?

Es guapo – acepté.

Pues tiene una verga enorme – me informó – y sabes que?, tiene ganas de que se la mamen.

No sabía si me contaba aquello sólo para excitarme, cómo si me hiciera falta, o si tenía alguna otra intención.

Y aquel otro? – dijo señalando a un tipo de traje gris que bebía de pie en un rincón del bar – tiene unos huevotes suaves y calientes.

Huevotes? – le pregunté a Rafael, mirando al tipo en cuestión, como si con los pantalones puestos uno pudiera adivinar el tamaño de los huevos – y para qué putas sirve tener huevotes? – le pregunté entre risas.

Rafael me miró sonriendo. Metió su mano entre un par de botones de mi camisa. Me acarició la tetilla izquierda, apretando justo lo necesario, haciéndome desearlo, tensando mi cuerpo con la maestría de un virtuoso del violín.

Pues para azotarte con ellos la cara mientras le mamas la verga – susurró en mi oído, lamiéndome ahora la oreja por dentro, haciéndome tiritar de placer.

Si tú lo dices – le contesté con voz apagada, desfallecido de placer por su lengua y sus palabras.

Y también se muere por que se la mames – continuó él, esta vez haciendo una seña al tipo de la chaqueta negra y al del traje gris, y ambos, copa en mano, muy sonrientes, llegaron hasta nuestra mesa.

Breves saludos, corteses presentaciones, y ya Rafael me empujaba a ponerme de pie, a seguirlo al fondo del bar, con el par de tipos pisándome los talones y yo sin entender del todo pero sabiéndolo todo caminé lo más derecho y digno posible. Una puerta cerrada con llave, pero que se abrió después de una suerte de combinación de toquidos. Un tipo muy alto, rapado al tope, fuerte como un árbol nos dejó pasar. La habitación era pequeña, y sólo había un par de sillones, una televisión y un baño al lado.

Rafael tomó asiento luego de deslizar un billete en la mano del pelón gigante. El tipo de la chaqueta negra me miró sonriendo mientras me hacía una seña para que me hincara frente a su entrepierna, cosa que hice inmediatamente. El bulto bajo los pantalones se veía desmesuradamente grande, pero no tuve mucho tiempo para admirarlo, porque ya el tipo se habría la bragueta y dejaba salir su contenido. Todos los presentes, el pelón de la puerta, el del traje gris y hasta Rafael contuvieron el aliento. El traste del tipo era algo digno de admirar, aun a pesar de no haber alcanzado una erección completa. Mi boca comenzó a salivar casi al instante, cosa que él aprovechó para acercarme el grueso glande y comenzar a introducirme, sino todo, una gran parte de su enorme miembro. Relajé la garganta, tal y como había aprendido a hacerlo con Rafael, y pronto sentí como me entraba hasta casi ahogarme. Aun estaba algo flácido, pero pronto comenzó a endurecerse dentro de mi boca y a pesar de que lo intenté tuve que dejar salir un poco de aquella carne tiesa y caliente. La cabeza y el tronco comenzaron a entrar y salir de mi boca, como un enorme sable en la funda que lo guarda y lo contiene. Los minutos pasaron, no supe cuántos, pero los jadeos del tipo me indicaron que estaba próximo a venirse y aumenté la fuerza e intención de mis chupeteos para el delicioso goce del miembro que me atragantaba. Pronto sus chorros de leche inundaron mi boca, y comencé a tragarlos con golosa desesperación.

Para entonces, mi público estaba ya muy excitado. Rafael se masturbaba en el sillón admirando el espectáculo. El pelón se había abierto también la bragueta y se sobaba también la verga, sin importarle que fuera tan pequeña, o tal vez así lo parecía en comparación con su impresionante musculatura. El del traje gris ya se había bajado los pantalones hasta los tobillos y aunque su verga era de tamaño promedio nadie se fijaba en ella, pues toda la atención la acaparaban sus enormes huevos rubios, colgando entre sus piernas abiertas como si fueran el rosado péndulo de un extraño y excitante reloj de pared. Fascinados, mirábamos todos hipnotizados aquellos huevos de toro, seguramente llenos de leche y una corriente excitada recorrió a todos los presentes.

Me limpié la boca con la mano, terminando de tragar todo el semen del tipo de la chaqueta negra. En la pequeña y acalorada habitación nadie hablaba y sólo nos mirábamos en silencio, jadeantes, bestias oscuras y sin nombre. El tipo del traje gris, aun con los pantalones enrollados en los tobillos se aproximó hasta mí, que aún seguía arrodillado en el centro del cuarto. Los huevotes oscilaron frente a mis ojos mientras el tipo tomaba mi cabeza y empujaba mi rostro hacia sus enormes testículos para que los lamiera. Comencé a chuparlos, llenándome la boca con la suave y velluda textura de su escroto, apenas pudiendo contenerlos, carne tibia y abundante, seda pura, deseo malsano. Los sonidos de chupeteo llenaron la habitación. Vi que Rafael y el pelón intensificaban los movimientos de sus manos, mientras el tipo emocionado tomaba sus enormes huevos con una mano y comenzaba a aporrearme la boca con ellos. La sensación era extraña y excitante. Sus bolas me acariciaban las mejillas, los labios y la frente, y yo excitado y complaciente me sumergí en su juego y su deseo. Tenso y lujurioso, en el límite mismo, me encasquetó furiosamente su verga en la boca, lista para recibirlo, con apenas tiempo para sentir su cálida dureza por unos segundos, antes de que terminara completándome con una buena carga de semen la que ya tenía en el estómago. Me acarició el rostro complacido y la maravilla de sus huevos desapareció al abrigo de sus pantalones. Abandonó entonces la habitación, seguido por el de la chaqueta negra. Rafael me miró complacido. Había hecho bien mi parte.

Nos vamos? – pregunté poniéndome de pie, limpiándome la boca con el dorso de la mano, sintiendo mi erección mas punzante y dolorosa que nunca.

No tan rápido – dijo Rafael sin pararse del sillón – el billete que le di al cabrón éste sólo es la mitad del pago – dijo señalando al gigante junto a la puerta.

Otra mamada? – pregunté empezando a arrodillarme frente al pelón.

No exactamente – contestó Rafael sin dejar de acariciarse la verga, mirando al enorme tipo acercándose a mí, poniéndome de pie con un tirón, como si fuera un pequeño muñeco en vez del hombre que soy.

El tipo manoteó mi cinturón y antes de que pudiera siquiera decir algo me bajó los pantalones hasta las rodillas. Me empujó sobre el sillón, donde aterricé empinado, a un lado de Rafael. No tardó ni un minuto en abrirme las nalgas, escupirme el ano y posicionar su endurecida herramienta en lugar correcto. Empujó sólidamente, mientras yo ponía los ojos en blanco, finalmente recibiendo algo que prometía calmar la calentura acumulada en aquella larga pero deliciosa noche. Rafael me acarició el pelo mientras me mostraba lo dura que estaba su verga. Me arrastré para cubrir los centímetros que me separaban de aquella delicia y el pelón no dejó de cogerme mientras tanto. La verga de Rafael, deliciosamente dura me supo a gloria.

Chúpala con ganas – me indicó, aunque no tenía el menor sentido, pues me sentía tan hambriento y deseoso que la devoré ansioso y febril.

El pelón se afanaba a mis espaldas. Lo oía resollar, sentía el peso de su enorme cuerpo sobre mi espalda, el golpeteo furioso de sus caderas contra mis nalgas, su verga pequeña y terriblemente dura horadando el agujero de mi culo y me sentí la peor de las putas.

Cógetelo, métele la verga, destrózalo – le animaba Rafael, y el tipo parecía muy dispuesto a complacerlo, dándome vergazos como si no hubiera un mañana.

Con un iracundo gemido, el pelón empujó por última vez su verga dentro de mi cuerpo y lo sentí explotar finalmente entre mis entrañas, tras lo cual se desplomó encima de mí, haciéndome tragar la verga de Rafael hasta la empuñadura. Cuando finalmente se incorporó, Rafael me besó en la boca, mientras yo temblaba de puro placer.

Necesito venirme – le dije comenzando a masturbarme, los ojos perdidos, con apenas ánimos para respirar, sin poder aguantar ni un minuto más la excitación – cógeme tú – le supliqué.

Rafael, lejos de conmoverse con mi apasionada petición, me retiró las manos de mi sexo, impidiendo que me diera placer a mí mismo, sonriendo malicioso, gozando de mi frustración y mis ansias.

Espera – dijo poniéndose de pie – dejándome postrado en sillón, con el culo al aire, con los pantalones en los tobillos, con las ganas de más verga, de más sexo.

No – le dije decidido, incapaz de contenerme, chaqueteándome furiosamente la verga.

Te dije que esperaras – me gritó. Me tomó de los cabellos obligándome a mirarlo, me dio una bofetada que apenas sentí, aunque la mejilla quedó roja con el impacto.

No supe de dónde, Rafael sacó un enorme consolador rosado. Era tan real que contuve la respiración. Era tan real que me dejé acomodar sobre el sillón sin chistar. Tan real que contuve el aliento cuando Rafael me abrió las nalgas, exponiendo mi ano rosado y maltratado, húmedo de semen todavía, sensible pero sediento. Tan real que gemí de placer al sentir cómo me iba entrando.

Eres tan puta – dijo terminando de enterrármelo hasta el fondo, y escondí el rostro arrebolado en el sillón, y cerré los ojos al sentir el falo de plástico invadiéndome por dentro y grité al sentir que Rafael me agarraba la verga y me masturbaba mientras me hundía el pito aquel hasta el fondo y me vine de forma tan encabronadamente deliciosa que olvidé todo lo demás.

Rafael me miraba excitado. Aun no me recuperaba del orgasmo. Aun estaba allí tirado como trapo usado, pero Rafael aún no tenía suficiente. Rafael quería más. Justo cuando yo volvía a ser el tipo normal que era, cuando la excitación pasaba y la vieja y conocida normalidad comenzaba a apoderarse de mi cuerpo, Rafael me puso de pie y me metió la lengua en la boca. Traté de empujarlo, había tenido suficiente, no quería nada más, quería irme, darme un baño, olvidar, pero Rafael estaba caliente. Su verga brillaba colorada como un faro, enhiesta, dura, como señalándome, sabedora de mis pecados y mis perversiones. Su verga me buscaba en la interminable noche.

Así me gustas más – dijo Rafael entendiendo mi sentir – desvalido y perdido, señor ejecutivo casado y padre de familia - dijo empujándome sobre el sillón, boca abajo, nalgas desnudas, culo ahíto y satisfecho, dolorido y resentido que no quería saber de ninguna verga.

Por favor, Rafael – le supliqué – ya tuve suficiente – rogué con un hilo de voz.

Rafael se mentó encima de mí, el faro de su verga empujando mis nalgas apretadas, que inútilmente trataban de evitar la embestida.

Pues yo todavía no tengo suficiente – me susurró al oído, encontrando el objetivo, forzando la entrada, irrumpiendo violento donde no era bienvenido.

Me rendí a su fuerza, no tanto física sino mas bien determinada y voluntariosa, y me dejé coger, y en sus embestidas me encontré aturdido y extrañamente adormecido. Mi cuerpo era una cueva oscura, un mar sin fondo y sin sentido, y a pesar de todo, Rafael me llenó de vergüenza y también de cariño, y esperé a que terminara, a que sintiera esa paz que yo no sentía, y lo dejé venirse dentro de mi cuerpo, y lo dejé besarme mientras nos arreglábamos las ropas para salir, y lo acompañé en silencio hasta la salida.

Cuando salimos del bar, Rafael me abrazó como si fuéramos buenos camaradas, más que amantes.

Me la pasé genial esta noche – dijo antes de dejarme subir en mi carro.

Yo también – tuve que confesarle, a pesar de que ya mi amiga la culpa parecía haberse instalado en mi vida nuevamente.

Me dio un beso en la boca. Ya era tarde, estaba oscuro, pero aun así me preocupó que alguien pudiera vernos.

Tranquilo – dijo Rafael – sé lo que sientes.

Lo miré de frente, preguntándome si realmente podía saber cómo me sentía.

No te hagas mucha bronca con todo esto – dijo abriéndome la puerta del coche.

Me senté al volante. Encendí un cigarrillo. El regusto del semen aún bailaba en mis labios, por no hablar del que me humedecía el trasero.

Y de todos modos – dijo cuando ya encendía el auto y él aún estaba de pie despidiéndome – ambos sabemos que vamos a continuar haciéndolo.

Tenía razón, por supuesto, pero ya era muy tarde, estaba muy cansado, y sí, el regusto del semen aún continuaba bailando en mis labios.

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altair7@hotmail.com