Clases de baile
Cuando el baile va más allá de la pista
Desde hacía unos meses eran tan solo compañeros de baile, concretamente de salsa, pero una noche en una fiesta se empezaron a conocer mejor y congeniaron. Como ninguno de los dos tenía con quién practicar, y ya que juntos bailaban tan bien, decidieron quedar algunos días para practicar fuera de las clases.
Como él vivía solo decidieron ir a su casa y él la recogió en la parada del autobús más cercana y la invitó a tomar algo antes en un bar para hablar un poco más tranquilamente antes de subir. Él había notado que ella estaba un poco nerviosa porque le daba corte subir al piso de un chico al que apenas conocía. Después de hablar un rato en el bar, los dos se relajaron y subieron al piso. Lo tenía muy bien decorado y el salón era lo suficientemente grande para bailar. Entre los dos apartaron un poco la mesa y la pegaron a la pared para no chocar con ella, quitaron las sillas y tan solo dejaron el sofá, que no podían desplazarlo.
Alberto, que así era como se llamaba el chico, fue a por un par de refrescos a la cocina mientras que ella encendía el equipo de música. Y empezó a sonar “Celos” de Marc Anthony; la canción salsera que más le gustaba a él. Ella se puso a revisar la colección de cd´s cuando de repente él la agarró por detrás por la cintura y girándola y alejándose un poco del mueble se pusieron a bailar. Tras esa canción llegó otra, y después otra más, y así hasta bailar más de seis canciones seguidas, para acabar sentados en el sofá descansando y bebiendo algo. La sensación que sentía al bailar con él era tan diferente a lo que sentía con otros chicos. Se sentía cómoda cuando él la llevaba, cuando la guiaba y le marcaba los pasos. Y a él le gustaba notar como ella se dejaba llevar e iba perdiendo la vergüenza y la timidez con cada paso que daban.
Volvieron a bailar un poco más; esta vez la voz era de Charlie Cruz y La India. No sabían muchas figuras pero machacaban las que conocían. En uno de los giros acabaron muy cerca el uno del otro, tanto que sus caras casi se rozaron. Otro giro más y sus muslos ya se rozaban. Y al siguiente él bajó la mano hasta la cintura, rodeándola y atrayéndola hacía sí. Sus labios se posaron en los de ella y sus manos pasaron a bajar de la cintura. Siguieron bailando como si nada pero de nuevo otro giro en el que ella tenía que ponerle la mano en el hombro, pero en vez de eso pasó su mano acariciándole el cuello. Sin dejar de bailar sus manos pasaron a recorrer otras partes de su cuerpo a las habituales. Y de pronto volvía a sonar Marc Anthony preguntándose qué precio tiene el cielo. Inevitablemente cayeron en el sofá enrollados y recorriendo sus cuerpos. Se besaron, olvidándose incluso de que estaba sonando la música. Para ellos solo existía ese beso, nada ni nadie podía romper la magia del momento. Lo bien que habían congeniado empezaba a notarse incluso en sus movimientos. Era él el que marcaba el ritmo. Cuando ella se dio cuenta de esto dijo que tenía que hacer algo al respecto, así que se puso sobre él y empezó su ruta de los besos. Primero en el lóbulo de la oreja mientras le susurraba al oído que se dejara llevar. Tras eso las mejillas y luego a recrearse de nuevo en los labios, mientras con las manos le iba desabrochando los primeros botones de aquella camisa rosa que tanto le gustaba como le quedaba. Siguió por la barbilla quitando los últimos botones para luego bajar hasta el pecho. Él echó la cabeza hacia atrás y se dejó hacer. Ella notaba como crecía la presión bajo sus pantalones mientras sus labios rozaban uno de sus pezones. Sus manos llegaron hasta el cinturón, obstáculo que no tardó en quitar. El botón del pantalón no ofreció resistencia y siguieron los besos por el ombligo y bajando. Él la miraba esperando el momento en el que le bajara la cremallera y le besara aquella parte del cuerpo que pujaba por salir. Pero ese momento no llegaba, ella alargaba los besos bajo el ombligo y él empezaba a ponerse nervioso.
Al final él no pudo más y no le quedó más remedio que guiar su cabeza un poco más hacia abajo, que era lo que ella quería que hiciera. Ya si bajó la cremallera y siguieron los besos sobre la ropa interior, la cual ya abultaba demasiado. Más besos bajando por los muslos y las piernas mientras desaparecían los pantalones. Un pequeño masaje en los pies y las piernas y vuelta a subir hacia arriba. Esta vez sí que agarró los calzoncillos de los lados para acabar quitándoselos bajo su atenta mirada. Y sin apenas pensárselo empezó a recorrerlo primero a besos y después a lametones. Un suspiro le hizo saber que lo estaba haciendo bien. Le hizo una buena mamada, empleándose a fondo en hacerle disfrutar hasta conseguir que estallara en su boca.
Un sorbo de refresco y se sentó a su lado en el sofá. Él estaba como exhausto después de aquello. Hacía tiempo que nadie le hacía algo así, con tanto morbo y a la vez cariño. Y decidió devolverle el placer que ella le había dado. Así que hizo que ella se tumbara y sus hábiles manos la recorrieron por completo, deshaciéndose de la ropa hasta tenerla totalmente desnuda. Se puso sobre ella y con una mano en cada pecho empezó a besarla por todo el cuerpo, a disfrutar de su cuerpo. Hasta terminar a lametones en el lugar donde se concentraba el placer, arrancándole gemidos cada vez más intensos, y descubriendo algo que él se había pensado que no existía. Y es que ella era multiorgasmica. Nunca había estado con una chica como aquella. Aquello lo hizo volver a excitarse de sobremanera y sin pensarlo se subió al sofá y la penetró sin apenas esfuerzo por lo mojada que estaba. Sus cuerpos se movían acompasados al ritmo de salsa. Estaban tan excitados que no existía nada más para ellos que aquel sofá. Cambiaron de posición varias veces hasta ella ponerse sobre él a saltar en el sofá, que sin ella saberlo es lo que más le gustaba a él que le hicieran. Aquello hizo que su erección aumentara aun más y se empezaran a escuchar sus gemidos por encima de los de ella. Siguieron hasta que ella notó que no le quedaba mucho y se levantó. Él se incorporó del sofá y ella le susurró al oído que porque no iban a la cama.
Él la dirigió por el pasillo hasta su habitación donde había una cama de matrimonio, llena de cojines. Ella se tumbó encima y empezó a tirarle los cojines. Él que era bastante ordenado los fue recogiendo del suelo para ponerlos a un lado, hasta que uno de los cojines que ella tiró le dio en la cara. Entonces con el cojín que tenía en la mano se lanzó contra ella a mantener una lucha de cojines entre risas, que acabó con los dos tumbados boca arriba. Aprovechando la posición ella se incorporó y fue a besarle, mientras se apoyaba en la cama con una mano y con la otra le recorría despacio el cuerpo. Él se dejó hacer hasta que ella se subió sobre él a la altura del pecho. Entonces le agarró el culo e hizo que acercara aquel delicioso manjar a su boca para degustarlo de nuevo, cosa que ella hizo de buena gana. Él volvió a darle todo el placer que pudo. Sin duda aquel chico sabía donde tocar y el momento exacto en el que hacerlo. Volvió a tener al menos un par de orgasmos, en los que él disfrutó de la visión de aquel líquido surgiendo de entre sus dedos por aquella abertura. Tras eso ella se dio la vuelta para tener a su disposición el instrumento de placer de él, para dar a la vez que recibía. La música se seguía escuchando desde el salón, pero cada vez más bajita, como si alguien estuviera bajando poco a poco el volumen. Ellos ajenos a todo siguieron disfrutando el uno al otro. Hicieron el amor por toda la habitación, en la cama, en la mesita de noche… hasta acabar en la alfombra entre los cojines, ella agarrada a la pata de la cama, mientras él la hacía llegar al borde del éxtasis una vez más. Él al ver su cara no pudo aguantarlo más y sacándola de su interior se corrió sobre ella, esparciéndole el semen por todo el cuerpo.
Ese había sido el mejor polvo de su vida, pensó él. Bueno, quizás no el mejor, pero sí uno de los mejores. Lo que no sabía era que aquello no había acabado. Se incorporaron y ella le pidió si podía darse una ducha. Le dio una toalla y le indicó donde estaba el baño. Ella quería que se diera la ducha con ella, pero no quería decírselo tan directamente. Así que entró en el baño mientras él recogía todos los cojines del suelo para ponerlos sobre la cama, ya hecha. Dejó la puerta entre abierta, a sabiendas de que él la espiaría, y se puso a darse una ducha sin mirar nunca directamente a la puerta. Pero él como hombre que era, se quedó espiándola tras la puerta. Otra fantasía que él siempre había tenido. Veía como el agua le caía por el cuerpo y algunas gotas se depositaban sobre él, negando a abandonarla. Él se dio cuenta de que ella lo estaba haciendo a posta cuando vio como empezaba a introducirse un par de dedos en el lugar que antes él había ocupado y notó como de nuevo esa parte de su cuerpo se alzaba. Así que entró en el baño y se metió en la ducha con ella. Empezó a frotarle la espalda y a acariciarla con un poco de jabón por todo el cuerpo. Una sonrisa se dibujó en los labios de ella cuando le vio ponerse a su espalda.
Ella, sin girarse, también empezó a acariciarle con jabón las partes del cuerpo que le quedaban a mano. Empezó por el torso y siguió bajando hasta su miembro. El jabón lo estaba dejando suave y resbaladizo, justo como quería ella que estuviera. Pegó su culo a él y con una sonrisa maliciosa le dio a entender lo que quería inclinándose un poco hacia delante. Él no tuvo que pensarse mucho si hacerlo o no, y su reacción fue casi instantánea. La agarró por la cintura y suavemente la fue penetrando por detrás. Era su primera vez y estaba un poco nervioso pensando en que a ella le dolería. Pero ella ya había solucionado aquel problemilla con el jabón. Por lo que todo fue perfectamente entrando sin problemas y sin dolor de ningún tipo. A partir de ahí todo fue disfrute.
Salieron de la ducha y tras secarse mutuamente con una toalla decidieron que ya era hora de vestirse y de despedirse. No sin antes, acabar en el salón bailando una vez más. Con mucha más complicidad que antes. Y con la certeza de que quedarían más días para practicar juntos.