Clases de anatomía
Una pequeña historia que una amiga me pidió. Mariela recibe una clase de anatomía que nunca olvidará, impartida por el profesor de sus sueños. Para A, que lo disfrutó con creces.
Tuve que cambiarle el nombre a la protagonista cuando le pedí publicarlo aquí, pero básicamente es ella. Espero que disfruteis mi primer relato.
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Los grandes esfuerzos de Mariela por mantener los ojos abiertos estaban a punto de haber sido en vano. ¿A qué malvado ser humano, cruel y despiadado como pocos en su especie, se le ocurrió fijar el horario de clases a las ocho de la mañana? Y para colmo había llegado tarde, y su asiento en las primeras filas, situado convenientemente cerca de la pared y en una posición que permitía la vista de todo el encerado, había sido ocupado por un chico al que ella no había visto nunca y que no parecía tener intención de cederle el lugar a una bella y delicada señorita como ella. Así que no tuvo más remedio que ir hacia atrás, al punto de la clase donde la molesta columna siempre ocultaba una parte de la pizarra, y en muchas ocasiones al profesor.
Pero hasta ese pequeño detalle resultaba conveniente. Entre las cabezas que tanto estorbaban y el pilar que no la dejaba ver le proporcionaban una cobertura perfecta. ¿Qué le impedía ahora posar los brazos sobre la mesa, dejar caer la cabeza y dormir el resto de la hora? Según su reloj, instrumento del diablo como mínimo, no pasaban más de diez minutos de las ocho. Le quedaba casi una infernal hora por delante, y una cabezadita no estaba de más. Y siempre podría pedir apuntes después. Así que, decidida, dejó caer la cabeza los pocos centímetros que entonces la separaban de la mesa, dispuesta a un sueño reparador…
Maldita sea mil veces la neurona que le dio esa idea.
—Señorita, ¿le aburro?
Por un instante no creyó que aquella voz tan grave, proveniente del viejo, gordo y calvo profesor, se dirigiese a ella. Para su desgracia, alguien le susurró que se equivocaba, que se refería a ella. Se levantó al instante, antes de darle tiempo al profesor a buscarla en la lista.
—No, señor, en absoluto.
—En ese caso, ¿puede decirme en qué punto me había quedado?—el docente esperó un instante, mientras ella bajaba la mirada al cuello de la camisa sin saber qué decir—. Salga aquí, por favor.
Dudó un instante, pero obedeció. Caminaba arrastrando los pies como quien se dirige al pabellón de fusilamiento. De vez en cuando lanzaba miradas al profesor, con su resplandeciente pelo dorado. Un segundo, ¿no era calvo? Mariela levantó otra vez la vista. Su profesor tenía una media melena ligeramente ondulada, casi como si fuese una cascada de oro fundido. El viejo tenía un cuerpo atlético, eso sin duda… ¿No pesaba antes como media tonelada? Imposible, sus ojos no la engañaban. Parecía mentira que aquel hombre pudiese darle clases… ¡Por favor, si apenas es mayor que ella!
Cuanto más se acercaba menos podía apartar la vista de él. Al profesor le pasaba lo mismo; sus ojos grises parecían tener el poder de desnudarla a placer, ver debajo de su camisa, arrebatarle los vaqueros... Cuando estuvo a su altura, él no pudo evitar relamerse ante su presencia.
—¿Por qué punto íbamos, señorita?—la voz parecía adularla más que regañarla. Mariela negó levemente con la cabeza—. Bien, ¿Quién puede decírmelo?
Uno de sus compañeros levantó la mano.
—Explicabas la anatomía del pecho—dijo.
—Cierto, cierto—confirmó el profesor. ¿Dónde lo había visto antes?—. Señorita, ¿le importaría ayudarme con la explicación? —de nuevo Mariela negó con la cabeza.
Él se acercó lentamente a la chica, que temblaba de los nervios, y comenzó a soltar los botones de su camisa uno a uno, lentamente y regodeándose en ello. Mariela lamentó no tener el abrigo que dejó colgado en la silla aunque sólo fuera para ponérselo algo más difícil. La prenda cayó al suelo. El profesor la rodeó, soltó el broche de su sujetador con un juego de dedos y se lo arrebató. Mariela estaba desnuda de cintura para arriba, delante de toda la clase y, sin embargo, no parecía importarle. Había algo en él que la atraía…
—Levanta los brazos—le susurró. Ella obedeció; se le erizó el vello al sentir sus frías manos tocar su piel—Un pecho o mama se compone principalmente de tejido adiposo, prácticamente el 90%. Las glándulas mamarias se distribuyen por todo el pecho—fue rodeándola lentamente, tocando aquí y allá sobre sus pechos—. Los pezones tienen capacidad eréctil como respuesta tanto a estímulos sexuales, como al frío. Y estos, en particular—añadió antes de deslizar su lengua sobre ellos—, tienen un sabor dulce.
Los alumnos tomaban nota como si se tratase de una clase normal, ajenos al ligero tono rojizo que adquirían sus mejillas. El profesor Malfoy se situó detrás suyo, pisándole las playeras, y le dio un suave empujón. Ella, entendiendo la indirecta, se descalzó. Él le soltó el pantalón y tiró de él hacia abajo, lo justo para que Mariela pudiese quitárselo sin usar las manos. La última prenda que le quedaba la bajó él personalmente, disfrutando de las privilegiadas vistas. La llevó de la mano hasta la mesa, para hacerla sentar sobre ella. Mariela mantuvo las piernas cruzadas, a pesar de los esfuerzos por parte del profesor para abrirlas.
—Lo siguiente, la vagina—dijo cuando consiguió separar las piernas de Mariela —. Es un es un conducto fibromuscular elástico, parte de los órganos genitales internos de la mujer. Hay que diferenciarlo de la vulva, que es el conjunto de órganos sexuales de la mujer. La vulva se compone del vestíbulo, los labios—los señaló, arrastrando el dedo sobre ellos—, el clítoris… La leyenda urbana dice que suelen oler a pescado, pero una bien cuidada como esta… —azotó su vagina con la lengua, lamiendo su clítoris— tiene un agradable sabor salado.
Mariela contuvo un suspiro. Ninguno de sus compañeros parecía notar el aura de lujuria que desprendía la escena, parecían robots programados para copiar y copiar. Ella le echó una mirada al profesor, que parecía disfrutar enormemente con la clase. ¿Desde cuándo estaba desnudo? Parecía que llevaba así una eternidad.
—Como todos sabemos, la vulva es el órgano reproductor de la mujer. Recibe el pene en su interior en el acto sexual. Un ejemplo práctico…—se acercó a ella— sería este.
Mariela llevaba siglos deseando ese momento, tenerlo entre las piernas y que lo mirase desde arriba. Podía ver la punta de su miembro, totalmente erecto, cerca de la entrada de su vagina. La notaba apoyada en su piel, ardiendo. El profesor se inclinó sobre ella, acercándose a sus labios. La besó; aún se notaba en sus labios el sabor de sus fluidos. Al separarse mantuvo la mirada fija en los ojos de él; le decían que no parpadease. Poco a poco fue empujando, adentrándose en ella.
La sentía totalmente dentro de ella. Malfoy embestía con fuerza y rabia, poseído por un ansia animal. Mariela gemía, gritaba. Necesitaba más y más. La mesa se movía constantemente, al compas del profesor. El ritmo frenético aumentaba constantemente. Él se agachó para atrapar un pezón con la boca, lamerlo y morderlo. El placer era indescriptible. Mariela se incorporó, lo abrazó. Clavó sus uñas en la espalda, arañándolo con más fuerza cuanto más cerca estaba del clímax. Las oleadas llegaron con una explosión al sentirse llena. Echó la cabeza hacia atrás y lanzó un gemido capaz de recorrer el mundo…
— Mariela … ¡ Mariela!
Mariela abrió los ojos. Estaba en clase, el profesor gordo, viejo y calvo de siempre recogía sus cosas. La hora debía haber acabado ya.
—¿Me he quedado dormida?—preguntó.
—Sí, y menos mal que además de viejo está sordo como una tapia. ¡Hay que ver, qué forma más rara de roncar tienes!