Clase Magistral
Abrió silenciosamente la puerta de su dormitorio y la vio tumbada sobre la cama con unas braguitas de algodón y una camiseta por toda indumentaria. Observó sus pechos grandes y tiesos subir acompasadamente mientras dormía un instante más de lo necesario y volvió a cerrar la puerta antes de que se despertase.
—Hola Marco. —la voz de Elena, repentinamente suave y zalamera, le puso inmediatamente en guardia.
—Hola Elena. —respondió alejando el teléfono de su oído y poniendo el altavoz— ¿Algún problema?
—¡Oh! Nada de importancia. Solo que estaba con Ana. Vamos a ir al cine esta noche y me ha invitado a dormir en su casa. Ya sabes una fiesta de píjamas...
—¡Qué curioso! —le interrumpió él— Acabo de ver a Ana en el centro comercial hace tres minutos y no me ha dicho nada.
—¿Cómo? ¿Te he dicho Ana? Quería decir...
—No te canses, me imagino a que fiesta de pijamas te refieres.
—¡Ya soy mayor de edad! —estalló la joven enfadada— ¡Además tú no eres mi padre!
—Precisamente por eso. Si fueses mi hija te dejaría hacer lo que te diese la gana, pero resulta que no lo eres y como tú madre va a pasar el fin de semana fuera y me ha dejado a tu cargo, yo cargaré con el muerto si tú haces una estupidez. —le dijo armándose de paciencia— Y por cierto, mientras sigas viviendo en nuestras casa y gastando nuestro dinero, tendrás que acatar nuestras normas.
—¡Joder! Ya estamos. Sois peor que la Gestapo. —replico la jovencita bufando.
—Aun no te he dicho que no. Así que no empieces a decir estupideces de las que tengas que arrepentirte luego.
—¿Entonces? —preguntó ella expectante.
—Quiero saber dónde estás. Y esta vez quiero la verdad. —dijo él con voz seria pero tranquila.
—Estoy en casa de Iker, sus padres están de viaje y queríamos pasar la noche juntos.
—Bien, podías haber elegido a alguien con cerebro, pero eso es cosa tuya. Ya te darás cuenta de tu error, forma parte del aprendizaje, así que no te lo voy a impedir, pero quiero que escuches un par de consejos.
—Ya soy mayorcita...
—Sí lo fueses —le interrumpió Marco de nuevo— te callarías la boca y me harías caso. Señorita sabelotodo.
Marco solo escuchó un gruñido ahogado por única respuesta.
—Primero y muy importante. —continuó ahora que por fin había conseguido que se callase— Usa condón. La píldora del día después es solo para una emergencia y no evita que pilles cualquier guarrada además de ser perjudicial si se usa continuamente. Nunca te diré nada porque te hayas follado a un regimiento de granaderos al completo, pero si vienes con una gonorrea te esposo a la pata de la cama y no vuelves a ver la luz del sol hasta que cumplas los cincuenta. ¿Lo has entendido?
—Meridianamente.
—Estupendo, el siguiente es un consejo para que lo pases bien.
—Sabes que no soy virgen. —dijo ella ofendida.
—Lo que no quiere decir que no seas idiota. —replicó Marco— Bien, cuando lo hagáis, probablemente le dejarás a él llevar la voz cantante y lo más normal es que se corra antes de que tú te enteres de lo que está haciendo, dejándote a medias.
Como Marco esperaba, ella se quedó callada y escuchó con atención algunos trucos que podía realizar para mantener la erección de su chico una vez se hubiese corrido y consiguiese llevarla hasta el final.
—Ahora pásame a Iker. —dijo cuando hubo terminado con ella.
—Eso sí que no. No quiero que lo asustes con una de tus burradas...
—Sí quieres llamo a tu madre a ver qué opina.
—Eres un cabrón —dijo ella soltando un inequívoco bufido de enfado.
Durante unos instantes notó como la chica ponía la mano sobre el auricular y cuchicheaba algo con su novio. Tras unos instantes de duda, el joven cogió finalmente el teléfono.
—Hola, señor Martinez.
—Hola, Iker, veo que eres lo suficientemente listo o estás lo suficientemente caliente como para acceder a hablar conmigo. No tengas miedo, no te voy a amenazar para que no hagas nada. Elena es suficientemente lista para darse cuenta de que eres un inútil y como pareja no tenéis futuro. Intentar interponerme solo haría que aumentase su determinación. Aun así, quiero que hagas un par de cosas por mí. ¿De acuerdo?
—Por supuesto señor. —respondió el chico respetuosamente.
—¿Tienes condones?
—Sí, señor.
—Estupendo, pues no ahorres en ellos. Uno para cada polvo, lo quiera ella o no y si te resulta muy caro no te preocupes el próximo día que te vea te regalo una caja de cien.
—De acuerdo, señor. ¿Qué más?
—Solo que la trates con respeto y no la fuerces a hacer algo que no quiera. Y sé un poco listo y ponla en órbita. Ahora pásame a tu chica.
—Quiero que estés aquí mañana a las once de la mañana a lo más tardar, Sin excusas. Ah, por cierto no he visto a tu amiga Ana en todo el día, de hecho creo que no la conozco. —dijo Marco con un carcajada.
—Cabrito, mamón, eres el tipo más...
Marco colgó el teléfono sin esperar que la chica terminase su ristra de insultos y se repantigó en el sofá para ver una película, tranquilo por fin, sabiendo dónde estaba su hijastra.
A pesar de que no era su hija, la quería mucho. Se había casado con su madre cuando apenas tenía cuatro años y la había visto crecer desde que era un renacuajo hasta convertirse en una joven hermosa e inteligente.
No podía comprender cómo se había liado con ese gilipollas, guitarrista de un grupo de rock bastante peor que mediocre, pero en eso consistía la juventud, en hacer estupideces hasta que te das cuenta de que es lo que te conviene.
En fin, ahora, por lo menos sabía dónde estaba y con un poco de suerte le haría caso y lo pasaría lo suficientemente bien como para recordar aquella noche con cariño.
A la mañana siguiente se despertó tarde. Los fines de semana los dedicaba mayormente a dormir y ver la tele, sobre todo los que su mujer tenía viaje de trabajo. Se levantó, tomó un vaso de leche y aun en pijama, se dirigió a la habitación de Elena para asegurarse de que había cumplido sus promesas.
Abrió silenciosamente la puerta de su dormitorio y la vio tumbada sobre la cama con unas braguitas de algodón y una camiseta por toda indumentaria. Observó sus pechos grandes y tiesos subir acompasadamente mientras dormía un instante más de lo necesario y volvió a cerrar la puerta antes de que se despertase.
Tragó saliva y cogiendo una cerveza de la nevera se dispuso a ver un rato la televisión. No tardó en escuchar los ruidos que producía su hijastra al despertar. El sonido del agua corriendo en la ducha le hizo imaginar a la joven limpiando los restos de sudor y flujos de la noche anterior, imaginó el agua cayendo sobre su piel morena y suave, resbalar entre sus pechos...
¡Joder! Sabía que no era buena idea pasar la noche viendo películas porno. Se ciño el pijama y trató de concentrarse en la cabeza calva y deformada por los verdugones de Bruce Willis. Durante un rato logró meterse en la acción y observó a John McClane dando y recibiendo mamporros hasta que Elena pasó por delante de él camino de la cocina, vestida con unas braguitas de algodón de Hello Kitty y una camiseta de tirantes a juego.
Ver toda esa carne tiesa y juvenil vibrando con cada paso de la joven hizo que perdiera el hilo de la historia de nuevo. Ella se giró, haciendo que pequeñas gotas se desprendiesen de su pelo mojado y le sacó la lengua.
Sorprendentemente nervioso escuchó a la joven abrir el frigorífico y trastear en la cocina. Unos segundos después la vio aparecer con un vaso de leche y una onza de chocolate y se sentó a su lado en el sofá.
—No sé que le ves a estas películas. Ese tío es un nazi de mierda y un reaccionario. Si todos los policías fueran así, no asomaría la nariz fuera de casa. —dijo ella dando un mordisco al chocolate.
—Precisamente. Si hubiese un ejército de esos tíos, los padres no tendríamos que preocuparnos por dónde pasarían la noche nuestras hijas.
—Chorradas, os inventaríais otra excusa para controlarnos y avergonzarnos. —replicó Elena frunciendo el ceño y subiendo las piernas al sofá.
— Por cierto. ¿Qué tal lo pasaste anoche? —preguntó Marco disimulando su interés.
—La verdad es que muy bien. Me jode reconocerlo, pero tenías razón con lo que me dijiste y me divertí bastante. Lo que pasa es que ahora tengo un problema.
—No me digas que se os reventó un preservativo. —dijo él temiéndose lo peor.
—No, no es nada de eso. Solo que ahora no puedo dejar de pensar que si con un par de consejos has conseguido que echase el polvo de mi vida, que llegaría a experimentar haciendo el amor contigo.
—No te pases... Yo no soy ningún portento, solo te di unos pequeños trucos para que disfrutases del sexo. El resto se consigue practicando.
—No me tomes por tonta —dijo ella apurando el vaso de leche y poniéndose de pie frente a él— Creéis que no os oigo porque tenéis el dormitorio al otro lado de la casa, pero casi todas las noches escucho como le haces el amor a mi madre, a veces durante horas haciendo que se vuelva loca de placer. Y veo como te mira. Lleva el deseo marcado en su cara.
—Eso es amor. Cuando llegue el momento tu también lo encontrarás.
—Los cojones. Distingo una cara de vicio cuando la veo y yo quiero experimentar lo mismo. —dijo la joven sentándose sobre el regazo de Marco.
—Elena, esto no es buena idea.
—¿Sabes que fue lo malo de ayer? —preguntó ella moviendo lentamente sus braguitas sobre la tienda de campaña que se había formado en los pantalones del pijama de Marco— Que disfruté, pero supe inmediatamente que aquel idiota nunca llegaría a volverme loca de placer. Necesito un hombre experimentado. Necesito un hombre que me enseñe a volar.
—¿Has pensado en el daño que le podrías hacer a tu madre si llega a enterarse?
—¿Y tú no has oído nunca eso de ojos que no ven, corazón que no siente?
Sabía que lo tenía todo perdido. La erección que sufría era casi dolorosa y la joven seguía frotando su coño contra ella como una perra en celo. Aun así, hizo un último intento desesperado por separarse de ella.
La joven sonrió malignamente y se quitó la camiseta. Dos pechos portentosos. Morenos y tersos, con unos pezones oscuros y tiesos le miraron fijamente y le golpearon blandamente la cara rompiendo cualquier intento de resistencia.
En ese momento Elena se separó y se quedó en pie frente a él. Marco la observó con detenimiento. Tenía los ojos grandes y los labios gruesos y sensuales de su madre, pero era un poco más baja y de curvas más rotundas. Además había heredado de su padre, de origen libanés, la tez oscura y el pelo negro, espeso y brillante que enmarcaba el perfecto óvalo que era su cara.
Satisfecha del efecto que había logrado en su padrastro, se estiró las braguitas haciendo que su pubis se marcara en el suave algodón y de paso mostrara la mancha de humedad que se estaba formando en ellos.
—Está bien. ¿Quieres guerra? Pues la tendrás, niñata.
Con un gesto rápido agarró a la joven por la cintura y la tiró sobre el sofá. Elena soltó un suspiro y se quedó tumbada, observando cómo se quitaba el pijama.
—Guau, ahora sé por qué mamá se vuelve loca por ti. —dijo la jovencita acercando la mano a la polla de respetables dimensiones de Marco, que tiesa como el asta de una bandera apuntaba erecta directamente hacia ella.
Llevada tanto por la curiosidad, como por la excitación, acercó una de sus manos a la polla de Marco y la acarició con suavidad, a la vez que comparaba sus dimensiones con la de su novio.
Fijando la mirada en los ojos oscuros y turbadores de Elena el hombre se inclinó sobre ella y la besó con suavidad a la vez que dejaba reposar la polla sobre su vientre.
La joven envolvió su cintura con las piernas, ansiosa por recibirle, pero él no le hizo caso, la miró con ternura y le acarició la frente, las cejas y la mejilla antes de besarla de nuevo. Sabía a chocolate. Exploró su boca y ella respondió con avidez, gimiendo y frotándose excitada.
Marcó continuó besándola ignorando su apremio.
—¡Vamos, papaíto! ¡Fóllame! —dijo ella intentando provocarle.
—Hay que joderse la primera vez que me llamas papá. ¿Tenía que ser ahora? —dijo Marco agarrándola del pelo— Si lo vuelves a decir te tiro por la ventana desnuda.
Sin dejarla replicar nada, tiró fuerte de su melena obligándola a retrasar la cabeza y dejando expuesto su cuello. Acercó su cara sintiendo, observando las venas hinchadas por la incómoda postura y aspirando el aroma de su piel. Besó aquel cuello esbelto y moreno, lo lamió y lo mordisqueó. Elena gimió y se rindió por fin dejando que fuese él el que tomase la iniciativa.
Con una sonrisa de triunfo comenzó a explorar su cuerpo. Apartando los brazos de la joven acarició sus clavículas y sus hombros, recreándose durante unos instantes en sus pechos grandes y tiesos, jugando con sus pezones, lamiéndolos y chupándolos, haciendo a Elena gritar y retorcerse.
Sin apresurarse, bajó por su vientre liso y moreno y levantando las piernas, las acarició y besó los dedos de sus pies.
Elena sentía como si todo su cuerpo fuese fuego. Quería insultar a ese cabrón, obligarle a que le metiese aquel pollón de una puñetera vez, pero él se limitaba a acariciar sus piernas y a besar los dedos de sus pies, apartando sus manos de su entrepierna cada vez que intentaba masturbarse.
Finalmente separó de nuevo sus piernas y enterró su cara entre ellas. Marco envolvió su clítoris con la boca y chupó con fuerza haciendo que todo el cuerpo de la joven se combase. El placer la invadió y cuando se dio cuenta, estaba frotando su coño contra la boca de Marco con todas sus fuerzas.
Su padrastro saboreó su sexo y le penetró utilizando su lengua y sus dedos, buscando los lugares más sensibles y alternando la suavidad y la rudeza para estimularlos. Sentía como estaba a punto de correrse cuando Marco se apartó adelantando su cuerpo de nuevo.
Elena, jadeando, le observó fijamente con aquellos ojos grandes y verdes. Marco se inclinó y besó sus labios gruesos y cálidos a la vez que dirigía su polla al interior de su cuerpo. La chica le abrazó y mordió sus labios al sentir su polla resbalando hasta el fondo de su coño.
—No sé que me dijiste ayer de los preservativos y la píldora del día después... —dijo ella entre gemidos.
—Sí, bueno. —le susurró Marco al oído antes de enterrar su polla de nuevo en aquel cuerpo juvenil de un golpe seco— Conmigo no tienes problema, hace tiempo me hice la vasectomía y al menos que pienses que tu mama tiene ladillas...
Marco no quería más preguntas cogiendo a Elena por la nuca se tumbó sobre ella y comenzó a follarla con más fuerza. La joven acompañaba cada empujón con un gemido de placer. Los gemidos de hicieron más frecuentes hasta que se juntaron en un prolongado aullido cuando le llegó el orgasmo.
Durante unos instantes perdió el control de su cuerpo, solo era capaz de percibir el placer que recorría todo su ser. Cuando parecía que empezaba a recuperarse, su padrastro, con un par de salvajes empujones, se corrió en su interior. Agarrada a su culo, Elena sintió como vaciaba su semen ardiente en su interior llevándola de nuevo al clímax.
Durante lo que le pareció una eternidad se quedó allí, agarrada a su culo, empujándolo contra ella instintivamente, intentando prolongar indefinidamente aquel momento.
Cuando él se retiró y se incorporó dejándola respirar, se dio cuenta de que aun estaba hambrienta. Vio aquella polla grande y deliciosa empezar a retraerse y como una loba hambrienta se lanzó sobre ella.
La lamió con suavidad, degustando su bronco sabor a sexo. Marco gimió y acariciando su melena le aparto el pelo negro y brillante para poder ver como se la chupaba.
Aquella chica era todo entusiasmo. Entre caricias le indicó como debía hacerlo para que fuese más placentero y ella no tardó en aprender. Helena abrazaba su polla con las manos, la chupaba y la metía entre sus pechos blandos, mordisqueaba su glande con suavidad y se metía la polla hasta el fondo de su garganta.
Los broncos gemidos de Marco le decían que era ahora él el que estaba excitado.
Elena se apartó y se puso en píe, tenía el rostro congestionado y el los pechos brillantes de sudor y saliva. Sin decir nada salió de la habitación dejándole allí solo, sentado en el sofá, deseando de nuevo aquel chocho estrecho y aquellos pechos color caramelo.
La jovencita volvió de nuevo calzando unas sandalias de tacón. Sin mirarle apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó ligeramente hacia adelante.
Marco se levantó y se acercó a ella. Los tacones hacían sus piernas más esbeltas y su culo más atractivo, pero lo que era más importante es que elevaba su sexo lo justo para ponerlo a la altura de su polla.
Envolviendo su cintura con un brazo, Marco deslizó su miembro con suavidad en su interior. Elena gimió y se agarró al borde de la mesa mientras su padrastro le metía la polla una y otra vez sin dejar de acariciar todo su cuerpo.
—Aun no te lo he enseñado todo. Queda la última lección. —le susurró Marco al oído— ¿Estás segura de que lo quieres saber todo?
—Sí. —respondió ella girando la cabeza y besando a su padrastro de nuevo.
—Hay una cosa que a muchos hombres les vuelve locos. —dijo Marco separando con suavidad los cachetes de Elena.
—No es cómodo ni placentero, al menos al principio, pero si quieres enganchar a un hombre y quieres hacer de él un esclavo, este podría ser una forma. —continuó su padrastro acariciando la entrada del ano de la joven.
Elena se puso inmediatamente rígida al sentir como el pulgar del hombre entraba poco a poco en su culo. Con saliva y sabiduría, Marco fue dilatando poco a poco el estrecho ojete de su alumna a la vez que seguía follándola con suavidad.
La calidez de la polla de su padrastro en su sexo y las caricias y los besos que le prodigaba, le ayudaron a relajarse y empezar a disfrutar de nuevo. En ese momento Marco se separó un instante y apoyó la punta de su pene contra el delicado ojete de la chica.
A pesar de estar parcialmente dilatado su culo protestó al acoger la enorme porra de marco. El dolor fue tan intenso que obligó a la joven a pegar un grito. Marco la acarició con suavidad, pero siguió empujando, lenta, pero firmemente hasta tener alojada la polla entera en su culo.
Marco dejó la polla enterrada en el culo de Elena, acariciando sus pechos y su pubis, esperando pacientemente a que pasase lo peor.
—Tranquila cariño. Respira superficialmente e intenta relajarte, el dolor poco a poco irá pasando. —dijo él comenzando a moverse con suavidad.
Helena asintió en silencio y separó un poco las piernas tratando de superar su incomodidad. Marco acarició su espalda morena y la sodomizó con suavidad. Con cada empujón el gemido de dolor era menos intenso y el cuerpo de Elena se relajaba un poco más.
El hombre cogió una de las manos de la joven y la guio a su entrepierna. Elena lo entendió y volviendo la cabeza para mirarle, comenzó a masturbarse. En pocos minutos estaba follando a la joven con todas sus fuerzas, sujetándola por el cuello, besando su garganta y su espalda, cubiertos de sudor, mientras ella gemía ahora de placer.
Tenía que reconocer que iba a echar de menos aquel culo tierno y estrecho. Cada poco tiempo se tenía que recordar a si mismo que era su hijastra para no cogerla por el pelo y follarla a cara de perro hasta hacerla aullar. Paró un instante y abrazando su torso y envolviendo sus tetas con las manos, la besó.
—Dame más fuerte. —dijo ella entre gemidos.
Marco la penetró con más intensidad, siempre procurando no hacerla demasiado daño. Apartando las manos de sus pechos agarró aquellas nalgas morenas y la atrajo hacia sí con cada empujón. La joven gritó, pero esta vez de placer un instante antes de darle un empujón y separarse.
—Siéntate por favor.
Marco sacó una silla de debajo de la mesa y la sentó frente a ella. Elena se plantó ante él. Jadeante y cubierta de sudor, parecía una amazona tras una larga carrera. Con una sonrisa de suficiencia se dio la vuelta y cogiendo la polla de marco se la metió en el culo de un solo golpe.
Marco soltó un gemido ronco y agarró por las nalgas a su hijastra acompañando cada subida y cada bajada con caricias y suaves pellizcos. Elena gemía excitada y se movía cada vez más rápido hasta que él la cogió por las piernas y la cintura y la acomodó en su regazo sin sacar el miembro de su culo.
Besándola con suavidad, comenzó a subir y bajar el ligero cuerpo de la joven que se abrazó a su cuello y le miró a los ojos, dejando que su amante disfrutara de su bello rostro crispado por el placer.
Elena experimentó un placer sensual y culpable a la vez. Sentía por primera vez en su vida el placer de complacer a un hombre y los remordimientos al hacer algo prohibido. Era tan confuso y excitante a la vez, que se había olvidado del escozor de sentir aquel enorme miembro dentro de ella.
Besó los labios y el pecho de Marco cubierto de sudor y con un movimiento rápido se desembarazó del apretado abrazo de su amante y se colocó de espaldas a él pasando las piernas por encima de sus muslos.
Usando las puntas de las sandalias comenzó a elevarse sobre la polla de Marco para a continuación dejarse caer. Casi inmediatamente sintió las manos de su padrastro explorándola, estrujando sus pechos y acariciando su pubis.
Las manos de Marco no eran las torpes y rudas pezuñas de su novio y en cuestión de segundos estaba jadeando y gimiendo de nuevo, saltando sobre el pene de su amante como una posesa.
De nuevo fue ella la primera en correrse. El placer recorrió su cuerpo aun más potente que en el anterior orgasmo, obligándola a arquear su cuerpo mientras sentía las caricias y la leche de Marco derramarse en el interior de su irritado ano.
Agotada se derrumbó sobre Marco, dejando que sus manos le acariciasen creando pequeños chispazos de placer allí donde contactaban con su cuerpo.
Tras un par de minutos, se separó dejando con un suspiro que la polla de su padrastro resbalase fuera de su culo.
Se irguió y dándole la espalda se recogió la melena dejando que admirase su cuerpo aun brillante de sudor.
—¿Qué tal he estado? —preguntó ella acariciándose las caderas y separando ligeramente los cachetes, mostrando su sexo y su ano aun enrojecidos y rebosantes de flujos orgásmicos.
—Ha estado bien. —dijo él con una sonrisa— Eres una alumna disciplinada.
—¿Cuándo será mi próxima clase?
—No te equivoques, pequeña. Esto no es un master, piensa más bien en una clase magistral. Ahora debes practicar con chicos de tu edad.
—¿De verás vas a renunciar a esto? —preguntó Elena estrujándose los pechos y haciendo un mohín frunciendo sus jugosos labios.
—Quiero a tu madre y a ti también te tengo aprecio. Si esto se repite solo puede acabar en catástrofe y créeme todos perderíamos.
—¿Y si te digo que me da igual lo que pase?
—A mí no me da igual. A pesar de que creas que es un puta pesada y que solo quiere hacerte la vida triste y aburrida, tu madre te quiere y sabe lo que es mejor para ti. Si ahora le hiciésemos daño no te perdonaría jamás y tarde o temprano te arrepentirías de lo que has hecho. Y yo, por ningún motivo, quiero ser la causa de que dejéis de quereros.
—Pero yo te quiero a ti. —refunfuño ella.
—Una de las cosas que debes empezar a distinguir es el amor del encoñamiento. Créeme, no tardarás en encontrar el hombre adecuado para ti. Y ahora vete a vestirte de una vez.—le dio un cachete en el culo dando por terminada la conversación.
La chica se alejó en dirección al baño, pero antes de desaparecer volvió la cabeza y sonrió enigmáticamente.
Mientras volvía a ponerse el pijama, Marco no pudo dejar de sentir un escalofrío. Aquella cría estaba acostumbrada a salirse con las suya. Sabía que no se rendiría tan fácilmente y le acosaría en cuanto tuviese ocasión. Ojalá pudiese poner a madre e hija de acuerdo, eso sí que sería apoteósico, pero no pensaba probar. Estaba enamorado de su mujer y tendría que aguantar las tonterías de la chica una temporada hasta que se diese por vencida. No pensaba poner su relación en peligro.
—¡En fin! —se dijo a si mismo poniendo la televisión de nuevo— No se puede tener todo.