Clase extra

Un médico veterano completa la formación de su residente

Era su penúltimo día en el hospital. Había estado tres meses aprendiendo técnicas que en su hospital de origen no se hacían, y lo cierto es que había sido muy trabajador y un excelente compañero. Yo había supervisado su aprendizaje y tenía que calificarle. Profesionalmente, claro está. Personalmente era fácil de calificar: estaba buenísimo. Un tío de veinticinco tacos y gimnasio diario, parecía más un atleta que un médico residente. Se relacionaba bien con todo el mundo y había sido uno más, menos conmigo, que al fin y al cabo era su superior. Yo le doblaba en edad, y aunque me conservaba bien, nunca había estado especialmente en forma. Un tío delgado, normal.

Le hice pasar al despacho para mantener una entrevista al final de la rotación, ya que yo estaba de guardia ese día y al día siguiente no estaría para despedirle. Me aparté para dejarle pasar por la puerta, aunque le dejé espacio, pasó rozándome. Parecía que el pijama del hospital le quedaba estrecho.

  • Bueno, cuéntame, David, ¿qué te ha parecido tu rotación con nosotros?

  • Ha estado fenomenal, se me ha hecho cortísima, me queda tanto por aprender...

  • ¿Sí? Yo creo que es el tiempo suficiente para coger las bases y luego progresar por tu cuenta. ¿Qué crees que te falta? ¿Qué te habría gustado hacer más que no hayas hecho?

Me miró, como sopesando lo que iba a decir. Parecía nervioso.

  • Bueno -dudó- en realidad lo que me hubiera gustado es más en el plano personal que en el profesional -¿se estaba sonrojando, o me lo parecía?-. Quiero decir, haber llegado a intimar más con algunos en el equipo.

Tengo muchos años de experiencia en entrevista clínica, entreveo lo que los pacientes no se atreven a contar, y tengo también muchas tablas para sonsacar la información real...

  • ¿Qué te ha faltado, vida social? No me digas.... Un tío de menos de treinta, sin pareja, con ese cuerpo, en un hospital con mayoría del personal mujeres jóvenes, habrás hecho lo que hayas querido... -agachó la cabeza y yo apunté mejor- O no has querido correr riesgo de estropear la rotación, si te ha gustado alguien demasiado cercano...?

  • Eso es.

  • Bueno, pues es tu última oportunidad, porque acabas mañana. Así que tendrá que ser hoy, o dejarlo correr.

Más nervioso, y yo empecé a olerme la tostada...

  • Ya... es que... tampoco sé si merece la pena... ya que termino...

No tenía más tiempo, así que fui al grano.

  • La opinión personal y profesional que se tiene de ti ya está hecha, tu calificación puesta, que es buena. Si buscas una relación a largo plazo, aunque te vuelvas a tu ciudad, ya te las arreglarás con las redes sociales. Y si quieres echar un polvo de despedida, pues tendrás que decírselo a la interesada. ¿Acierto?

  • En casi todo -se rió y se relajó un poco- salvo que sería el interesado -corrigió.

  • Ah, no sabía. Pues igual.

Me miró

-Pues ya está dicho -dijo.

Silencio.

Yo había tirado el anzuelo, pero no me esperaba este pez.

  • Sabes que soy un hombre casado, tu superior, que puede que en el futuro alguien me pida opinión para darte o no trabajo -fue asintiendo a cada afirmación- y por eso has dudado hasta hoy y porque te he dado pie... -asintió de nuevo.

Vacilé.

  • Pues si quieres acabar de aprender todo lo que yo te pueda enseñar, sabes que hoy estoy de guardia. Salvo emergencia, por la tarde después de comer me subo al dormitorio a echarme un rato. En torno a las cuatro.

Nos miramos.

  • Como te dije, tu calificación personal y profesional está cerrada y nada de lo que pase a partir de ahora la cambiará. Eso sí, todo quedará dentro del secreto profesional.

  • Por supuesto.

  • Pues ya está -me levanté y él hizo lo mismo-. Si no nos vemos hoy, mañana en el cambio de guardia te despido.

  • Hasta las cuatro - se despidió él, cerrando la puerta del despacho al irse.

Jo, qué calentón. No me esperaba yo una cosa así a estas alturas. Yo tenía mis contactos homo ocasionalmente, pero esto no me había pasado nunca.

Antes de las cuatro subí a la habitación reservada para los médicos de guardia. Según abrí la puerta, él se levantó y pareció tranquilizarse al ver que era yo. Cerré. No dijimos nada. Éramos de la misma altura, así que frente a frente nos miramos a los ojos. Aplasté su cuerpo con el mío contra la pared,  y le arreé un morreo un tanto brusco. Le comí la boca, vaya. Él se dejó hacer sin oponer resistencia al principio, pero luego vaya si participó. Nos comimos la boca un rato mientras yo le desabotonaba el pijama y descubría un pecho depilado, que sobé con mis manos y luego con mi boca. Deshice el nudo del cordón que sostenía sus pantalones, que no cayeron al suelo inmediatamente porque se atascaron en una erección que abultaba ya.

No tenía tiempo para más esperas, o estaba demasiado caliente. De la que le bajé el pantalón bajé también el slip, y salió una polla hermosa con un capullo que ya asomaba brillante y húmedo. Él se había dejado hacer hasta ahí, y entonces quiso detenerme con un gesto - ruido teníamos que hacer el menor posible-, pero yo, como jefe, veterano y consciente de mi desventaja física por edad, le sujeté las manos y le hice gesto de "tú dos, yo una" y pareció entender, así que apoyó la cabeza hasta atrás en la pared, de pie como estaba y suspiró mientras yo me metía su polla en la boca.

Hostia, qué polla más buena. Me encanta hacer una garganta profunda, tengo muy pocas náuseas y cuando es alguien de confianza es un placer (tenía sus análisis de salud en mi mesa). Me la metí hasta adentro y se puede decir que me follé yo solo la boca, porque le tenía fijo a la pared y yo tragaba y sacaba, tragaba y sacaba. Cuando me pareció que se le aflojaban las piernas y que se iba a correr, en un gesto rápido le eché sobre la cama que estaba al lado y me metí la polla lo más al fondo que pude, hasta que me sofocaba la nariz con su vello púbico. El se corrió entre espasmos silenciosos, con una mano apretando mi cabeza y mordiéndose los dedos de la otra para no gemir. Yo apenas noté la corrida, que fue directamente adentro. Aguanté un poco más y retrocedí, dejando un rastro de saliva y semen... Él estaba sin fuerzas, acostado boca arriba y con las piernas por fuera, en el suelo.

Pero yo estaba en pleno auge y no quise parar, así que levanté a plomo sus piernas, me arrodillé en el suelo y mientras le sujetaba los muslos arriba con mis manos le inicié una lamida de culo que le hizo seguir gimiendo un poco, y seguir mordiéndose la mano. Olía a desodorante, así que supuse que se habría acabado de lavar (¿por dentro también? seguro!) le metí la lengua mientras él se dejaba hacer,  así que le estaba casi follando con la lengua, mientras se empezaba a poner palote otra vez. Sin moverme, saqué lubricante del bolsillo (yo ni me había desnudado aún) me fui quitando la parte de arriba del pijama con las mano izquierda mientras con la derecha le echaba un chorrete y le empezaba a meter un dedo. Yo acabé de quitarme el pijama y él hizo amago de cogerme la polla con la mano, pero se la aparté, quería reservarme para follarlo. Le metí un segundo dedo y empecé a hacerle un masaje circular mientras separaba mis dedos y le abría bien. Hasta la próstata tenía un tacto agradable, qué tío, se la masajeé un poco, volvió a gemir. Yo ya no podía más, y él volvía a estar empalmado, ahora con el capullo rozándole su ombligo por la postura que estaba. Así que apunte la punta de mi polla en su culo bien abierto y la deslicé de un viaje hasta el fondo. Me encanta la postura del misionero pero con las piernas del otro juntas, dejar caer mi peso sobre sus muslos, sólo tienes que retirarte y volver a dejarte caer, y entra pero bien hasta el fondo. Él jadeaba con cada empujón mío, y parecía estar pasándoselo bien, a juzgar por la cara que ponía, aunque a mí a esas alturas me daba igual como lo pasaba él, porque yo estaba en el séptimo cielo.

Me gusta correrme al mismo tiempo que el otro, que las contracciones de su esfínter estrujen la base de mi polla, así que cuando noté que faltaba poco, empecé a pajearle. Quiso detenerme, pero no le dejé. Mi mano subía y bajaba y a cada bajada mi pulgar golpeaba su capullo, haciéndole estremecer. Conseguí mi objetivo y sentí que se iba a correr, así que pegué un par de empujones rápidos yo también y nos corrimos al tiempo, él encima suyo y yo dentro de él. Buaaah! qué corridón. Hacía tiempo que no echaba un polvo tan bueno

Me dejé caer encima de él, sobre su polla y su corrida, mientras la mía se salía goteando. Le pegué un último morreo, éste ya sin la violencia del primero.

  • Gracias -dije-, nunca había empezado una guardia tan bien.

  • De nada -jadeó él-. A ti por la última lección práctica.