Clase de natación.
Carmen es una profesora de natación que le va a dar unas clases especiales a una alumna muy apreciada. Sin embargo, el que espera buenas lecciones de nado, me temo que se ha equivocado de historia.
La veo llegar. Tan alegre y contenta, hablando con su amiga de las cosas que le pasaban en el día a día. Lleva puesto un fino vestido verde claro con tirantes que deja al descubierto sus finas piernas y sus tiernos brazos. Su piel, rosada y bonita, brilla bajo la luz del Sol que se filtra por las claraboyas del edificio, dándole un aire celestial. Es como un ángel recién venido del cielo. Su pelo largo y rojo se mueve al compás de cada movimiento con una elegancia especial. Sus ojos azules encandilan de un modo sensual y provocativo, pese a que no sea su intención.
Y yo estoy aquí, como la tonta del bote, mirándola como si nunca me hubiera topado con una chica igual. Lo cierto es que es así.
Se llama Anabel, aunque prefiere que se lo acorten como Ana. Ha cumplido los 18 años hace tan solo unos meses y es la cosa más hermosa y pura que mis ojos jamás han contemplado. Viene a la piscina cubierta que hay a las afueras de la capital para dar clases avanzadas de natación. Las que doy yo. Y yo soy la pánfila que se la queda mirando todos los días como si fuera una mirona indiscreta. Mi nombre es Carmen y tengo 28 años. Tras estudiar Magisterio, con especialización en Educación Física, acabé sin encontrar trabajo en algún colegio o instituto. Cuando ya pensaba en empaquetar todas mis pertenencias para irme de viaje al extranjero, resultó que un amigo logró colarme como profesora de clases de natación. Al principio, comencé con los niños pequeños, pero en cuanto comencé a darles a adolescentes y gente joven, vi que se me daba mejor. Y aquí estoy yo ahora, a punto de comenzar las clases. Pese a que mi interés es enseñar a jóvenes formas avanzadas de nadar, no puedo evitar que mis ojos se posen cada dos por tres en esa chica. ¿Cómo es esto posible?
No voy a negar ahora lo evidente y eso es mi atracción por el sexo femenino. Desde la pubertad, mi interés nunca estuvo en los musculitos y pollas de los hombres, sino en las tetas y coños de las mujeres. Miraba a mis amigas de un modo distinto a cómo debería y por las noches, me masturbaba pensado en varias de ellas. A los quince años, lo tenía más que claro y comencé a acostarme con otras chicas. Vamos, que muchos no dudarán en llamarme lesbiana sin falta de razón, aunque a mí eso de las etiquetas me da exactamente igual. Soy como soy y punto.
El caso es que no consigo explicarme lo que me pasa con esta chica. Ya sé que lo normal es que al ser tan guapa, me deja impresionada ante semejante visión de su belleza pero no es solo eso. Es como si hubiera algo más. Cada vez que la miro, no es solo que me excite, es como si todo el resto del mundo dejara de existir, como si solo estuviéramos ella y yo. Siempre es esa estúpida sensación la que me acompaña cada vez que estoy cerca de Ana. Una amiga mía diría que eso es amor. Sí, claro.
Comienzo la clase con un poco de calentamiento para ponernos en marcha y luego, doy inicio a los ejercicios. Hoy toca nadar de espaldas, lo cual no es un grave problema para la mayoría, en verdad. Lo único malo es que algunos de los alumnos suelen ir tan rápidos que ni se dan cuenta de que están llegando al final del trayecto y se golpean con la pared de la piscina. Nunca hemos tenido una desgracia, pero siempre hay más de uno que se tiene que salir por el dolor de cabeza que le entra. Estoy toda la hora centrada en estos ejercicios, aunque mis ojos no pueden evitar irse hacia donde no deben: la preciosa Ana. Por más que trato de centrarme, es inevitable que acabe mirándola. Parece como si estuviera predestinada a hacer eso.
Una vez terminada la clase, todos se van a los vestuarios para cambiarse de ropa. Yo me quedo para limpiar un poco y ayudar a otros monitores a guardar el material. Una vez he terminado, voy a las duchas para lavarme un poco y vestirme. Todo está en aparente silencio. Camino hasta una de los bancos, donde dejo la toalla, antes de prepararme para quitarme el bañador de color azul oscuro que llevo puesto. En ese mismo instante, escucho como la puerta de una de las duchas se abre y de dentro, sale ella.
Me la quedo mirando paralizada. Es lo último que esperaría encontrarme a estas horas.
—¿Señorita García? —me pregunta extrañada mientras me mira con esos profundos ojos azules.
Tiemblo solo con notar su presencia a solas. Mi cabeza comienza a inundarse de toda clase de excitantes escenas. Ella desnuda sobre el frio suelo, yo encima, tal como vine al mundo; nos besamos de forma intensa mientras con nuestras manos nos acariciamos, explorando cada centímetro de nuestro ser; mi boca desciende por su cuello, lamiendo su tersa y cálida piel mientras sus pechos se aplastan contra los míos, notando los pezones de la una clavándose en los de la otra, al tiempo que ella gime con fuerza; a la vez que mi mano recorre sus piernas, directa hacia…
—¿Señorita García? —vuelve a preguntarme en ese instante repentino Anabel—. ¿Se encuentra bien?
Siento como todo empieza a darme vueltas, al tiempo que noto la mirada desconcertada de la chica sobre mí. Intentando calmarme, fuerzo la sonrisa más falsa que jamás he tenido que hacer y trato de aparentar normalidad.
—Tranquila, ¡estoy perfecta! —comento con un estado de euforia absurdo—. Es solo que me sorprende verte por aquí tan tarde.
Ella sigue mirándome confusa, pero no tarda en mostrarse otra vez con su refrescante normalidad.
—Es que me habían llamado y por eso había tardado tanto —me contesta tan fresca y natural como ella sola es capaz—. Cuando quise darme cuenta de la hora, casi me da algo.
—Pues ve dándote prisa —digo con cierta diversión—, ¡no vayas a quedarte aquí encerrada!
—Descuide, ya voy a cambiarme.
Veo como se mueve en dirección a donde tiene guardada su mochila. Su pelo está mojado y puedo notar como gotas de agua se derraman por su blanca piel. Justo cuando se dispone a quitarse la toalla para revelar su precioso cuerpo, yo me meto en la ducha. Algo nerviosa, me quito el bañador mientras escucho a Ana poniéndose su ropa fuera. De solo pensar que a tan solo unos cuantos metros se encuentra mí objeto de deseo, tan desnuda como me hallo yo, hace que me estremezca inquieta.
Dejo que la gélida agua salga de la ducha cayendo sobre mi ardiente cuerpo. El frio líquido recorre mi piel, notando como su helada presencia penetra hasta mis huesos. Pero no es suficiente. Por más que lo intente, no logro quitarme de la cabeza a mi preciada Anabel. Ni su prieto y juvenil cuerpo. Agitada, salgo de la ducha. Una vez fuera, ya no la veo por ningún lado. Se ha ido.
De vuelta en casa, las cosas no mejoran. No consigo quitármela de encima ni queriendo. Siempre pienso en ella y noto ese incipiente calor en mi entrepierna, clara señal de lo excitada que estoy. Es verdad que el hogar no logra aplacar mis deseos, pero al menos, me proporciona la intimidad que busco para masturbarme.
Acostada sobre la cama, completamente desnuda, me acaricio mi vagina. Comienzo a recorrerla de arriba a abajo, notando mis dedos mojarse con los cálidos fluidos que emanan de ella. Dejo escapar un suave gemido que luego se ve acompañado por varios gruñidos, clara señal del placer con el que estoy gozando.
—Ana —sale en un susurro desde mi boca.
Mis dedos abren los labios de mi vagina y se internan un poco, removiendo todo mi ser. Me estremezco mientras noto como el deseo aumenta de forma repentina. Dejo escapar más gemidos al tiempo que mis dedos frotan mi abultado clítoris. Y entonces, grito con fuerza.
—¡Ana!
Siento una leve contracción en mi vagina a la vez que un poco de mis jugos se derrama por los dedos. Poseída por una incesante excitación que parece atraparme en un torbellino de increíbles sensaciones, interno mi dedo índice y corazón dentro del coño, adentrándose más y más en mi interior. Grito desesperada, tratando de liberarme de esa ansiedad que me tiene encadenada. Mi corazón se acelera al tiempo que mi respiración intensifica sus aspiraciones. Me hallo en tensión justo cuando mis dedos comienzan a circunscribir un círculo dentro de mí. No dejo de gritar, no paro de jadear. Sé que estoy a punto de llegar al cenit, de alcanzar el tan preciado Nirvana. Tiemblo con desesperación y me siento como si estuviera en la cresta de la ola, elevándome con mayor altura. Mi espalda se arquea y cierro los ojos. Dejo escapar mi último aliento. Entonces, mi coño explota.
—¡¡¡Ana!!! —digo entre encolerizados gemidos.
Todo mi ser se revuelve de forma violenta y siento las fuertes contracciones en mi coño. Mis dedos se empapan de los fluidos expulsados y noto, por un instante, como dejo de encontrarme en mi cuerpo. Es como si mi alma hubiera sido expulsada de él ante el intenso orgasmo. Durante ese momento, creo verme a mí misma desde el exterior. Poco a poco, voy recuperándome de las intensas sensaciones y mi nublada mente, se despeja.
Tumbada sobre esa cama, gotas de sudor recorren mi morena piel, cayendo por el cuello para derramarse por los hombros y brazos. Algunas, delinean el curvado perímetro de mis pechos medianos. Una llega a tocar mi pezón oscuro y tieso. Tomo bocanadas de aire y me paso una mano por mi pelo corto, algo mojado por el sudor. Me intento serenar, pero imágenes de Ana atraviesan mi cabeza. Mi mente no quiere dejarme en paz y prefiere seguir torturándome. Notando mi respiración entrecortada, vuelvo a acariciarme.
Primero me masajeo los pechos, pellizcando los pezones y acto seguido, deslizo mi mano una vez más hasta la entrepierna, buscando ese lugar que tanto placer me causa. Me retuerzo mientras masajeo de nuevo el clítoris. Lo hago con ansia y también con rabia. Lo hago con rabia porque la deseo como nunca he deseado a una ninguna otra mujer antes. Remuevo mis piernas al tiempo que un súbito calambrazo recorre todo mi cuerpo. Vuelvo a gritar, llena de pasión enardecida. No dejo de pronunciar su nombre.
Ana. Ana, te deseo.
Pasan los días sin que me la pueda quitar de la maldita cabeza. Hoy también tengo clase con ella, pero antes de ir a la piscina a impartir la lección que toca, paso por el vestuario. Mientras voy a mi bolso para comprobar que las llaves de la casa siguen ahí (y no están en la puerta, echadas por fuera) me fijo que en una de las banquetas, se encuentra la mochila de Ana. Esta es rosa y con el careto de esa gata coñazo llamada HelloKitty estampado en la parte delantera. Me la quedo mirando por un pequeño rato y ante de que pueda darme cuenta, estoy bajando la cremallera de esta.
No sé qué poder o inteligencia superior ha decidido que sea una buena idea ponerme a registrar las pertenencias de mi alumna. No, en serio, que alguien me lo explique. Pero al fin, lo encuentro.
En mis manos, se hallan las braguitas recién usadas de mi preciado objeto de deseo. Las miro con ojos relucientes, llena de completo deleite, como si acabara de hallar un precioso tesoro. No sé porque hago esto, no consigo explicármelo, pero antes siquiera de poder razonarlo con integridad, acerco las bragas a mi nariz y aspiro el olor a coñito juvenil recién mojado. ¡Qué bien huele!
Me siento tambalear, como si mis piernas no respondiesen. Creo que es la emoción que me embarga al inhalar el refrescante aroma a vagina de Ana. Pero también sé que es por el asco que me doy. ¿Cómo una persona adulta y responsable como yo es capaz de hacer algo tan vulgar e inmaduro propio de un adolescente salido? Si me viera a mí misma de frente, me abofetearía sin dudarlo. Plenamente consciente de la chifladura que estoy llevando a cabo y sabiendo que ya estoy tardando en dar la clase, devuelvo las bragas a su lugar y cierro la cremallera. Acto seguido, me intento recomponer y pongo rumbo de nuevo a la piscina, aun con gran pánico ante lo que encuentre.
Ya una vez allí, veo a todos mis alumnos hablando despreocupadamente entre ellos. Ana y su amiga están sentadas en el borde de la piscina, con las piernas metidas en el agua, meciéndolas con suavidad. No puedo evitar mirarla con deseo. Le sienta tan bien ese bañador azul. Marca todo su cuerpecito. Sus pechos se adivinan bamboleantes y sus pezones se notan claramente bajo la tela. Sus nalgas están cubiertas hasta la mitad por el largo bañador, así que puedo verlas, tan redonditas como apetecibles. Sus piernas blancas se muestran, por otro lado, relucientes y perfectas. Me tengo que morder la lengua para controlarme porque sé que me voy a volver loca de seguir viendo ese panorama tan increible.
El caso es que voy a hablar con un compañero mío sobre que calles vamos a ocupar para dar clases, sin estorbarnos los unos a los otros. Me dirijo hacia él y paso por el lado de Anabel y su amiga, sin poder evitar escuchar la conversación que mantienen ambas.
—Entonces, ¿este fin de semana vas a quedar con José? —pregunta su amiga. Maribel, creo que se llama.
—¡Que sí, pesada! —le contesta algo enrabietada Anabel. ¡Es tan encantadora cuando se enfada!— Ya te he dicho que nos veremos el sábado.
Parece que hablan sobre quedar con chicos. En fin, desde un tiempo, ya tenía ciertas sospechas de que Anabel debe ser hetero, así que eso no me deja especialmente impactada. Sin embargo, lo que escucho a continuación, sí que me hacen saltar las alarmas.
—Pues chica, ya es momento de que des el paso —le comenta animada su amiga Maribel—. Eres la única de la clase que todavía es virgen.
Es como si un terremoto sacudiera todo mi interior. Poco me importaría todo esto si ya lo hubiera hecho antes, pero descubrir que aún sigue virgen, me hace sentir muy asustada. El hecho de pensar que Ana aún no ha tenido ninguna experiencia sexual, que ni siquiera se ha besado con alguien, comienza a provocar en mí un gran desasosiego.
—Si Maribel, ¡creo que ya va siendo hora de que me estrene!— exclama ella tan despreocupada mientras yo me derrumbo allí mismo.
Decido alejarme de la incómoda conversación (incómoda para mí) y serenarme un poco. Estoy muy nerviosa, pero es más que eso, lo que siento es una enorme desazón en mi interior. Durante la clase, no dejo de darle vueltas a las palabras de Ana y tampoco dejo de mirarla, totalmente carcomida por la idea de que este fin de semana será en el que un niñato se la acabará follando por primera vez, atravesándola con su polla y arrebatándole el momento más hermoso de su vida. No por romperle el himen, la verdad sea dicha, eso es casi una tontería. A lo que me refiero, es a que esa va a ser su primera experiencia sexual y por experiencias contadas por amigas con hombres, eran completos desastres. En cambio, yo creo que conmigo, ella tendría una primera vez maravillosa. No sé, me considero una amante excelente. Eso me digo aunque sé que solo pienso eso por puro egoísmo de ser yo y no ese niñato quien esté a su lado.
Una vez terminada la clase, me ducho y acto seguido, me vuelvo a casa. Esta vez, no me la encuentro a solas en los vestuarios. Y menos mal, vuelve a ocurrir y juro que no sé cómo habría acabado la pobre Anabel. Pero eso, no aplaca mi deseo.
De nuevo, en mi cama, esta vez bocabajo y con el rostro hundido contra una almohada, me masturbo con rabiosa necesidad. Imagino a Anabel y a mí haciendo el amor de forma pasional e intensa, impregnándonos de nuestro olor y deseo. Besándonos como si mañana el mundo fuera a desaparecer, descubriéndole los placeres del sexo, llevándola a las puertas del orgasmo seguro, haciéndola gritar con fuerza. Misma fuerza con la que yo grito justo ahora, temblando al sentir todo el placer que me causo. Y aunque caigo exhausta, las ganas aún no se han desvanecido. Comienzo a masturbarme de nuevo. Va a ser una noche larga. Tanta como mis deseos por Anabel.
Ya es viernes. En apenas un día, la preciosa Anabel quedará con su compañero de clase o amigo. Irán al cine, a dar un paseo, a un pub. Luego, él la acompañará a su casa y una vez se encuentren en el portal, ella le invitará a pasar. Sus padres no estarán porque se han ido de cena con unos amigos y no vendrán hasta muy tarde. Por supuesto, esto es perfecto para el chaval. Ambos suben y entran al piso. Un poco de música relajada, bastante alcohol y algo de acercamiento indiscreto será todo lo que necesite ese muchacho para ligársela. Comenzarán los besos, las caricias y entonces, él propondrá ir a la cama. Ella, por supuesto, le mirará con timidez, pero el chico le contesta que no tiene nada de que temer. Le tiende la mano y ambos se dirigen a su habitación. Y allí, se desata la pasión. Anabel perderá su virginidad, siendo gozada por ese golfo. Y yo, me moriré por dentro cuando lo escuche la semana que viene en las conversaciones que la joven tenga con su amiga.
Eso es más o menos lo que lleva pasando por mi cabeza desde que escuché aquella conversación. No ha habido día donde no haya dejado de pensar en todo esto y eso me ha llevado a preguntarme algo que sin embargo, no deseo responder. ¿Por qué no ataco primero? Si tanto deseo a esa chica, lo que debería hacer es luchar por ella y conseguir lo que tanto ansío. Pero sé que eso no es una buena idea. Ella no es lesbiana. Ni siquiera (que yo sepa) ha mostrado interés en las mujeres. Obligarla a tener sexo conmigo lo único para lo que serviría es para hacerle daño. Y no es eso lo que quiero.
Pasa el tiempo y noto como la desesperación me consume. Durante las clases, me despisto un par de veces y siento que en cualquier momento voy a perder la cabeza. Hasta cierto punto, llego a creer que acabaré cayendo a la piscina.
Pero es que no puedo. Cada vez que la miro, es como si la batalla de Aguas Negras de Juego de Tronos tuviera lugar en mi interior. Las fuerzas Baratheon, aquellas que me agitan a llevar a cabo el depravado acto, desembarcan en la bahía, listas para asaltar la Fortaleza Roja, donde se ocultan esos reacios Lannister que rehúsan a entregar el Trono de Hierro tanto como mi conciencia a ceder a mis oscuros deseos. E imagino la explosión de fuego valyrio con su intenso fulgor verde, iluminando la noche mientras devora media flota de barcos, y las hordas de caballeros combatiendo en las almenas y la playa, derramando sangre y entrechocando sus espadas. Todo ello, como una absurda representación de mi misma luchando ante ese lascivo capricho que me remuerde. Y luego, mis alumnos me miran estupefactos al notar como se me ha ido el santo al cielo. Madre mía. Menos mal que ya es hora de ir terminando porque no sé qué clase de explicación podría darles.
Una vez acabo la clase, me dirijo con el resto de alumnos a los vestuarios. Allí, no dejo de mirar con recelo a Ana. ¿Debo hacerlo o me abstengo, perdiendo mi oportunidad? La batalla en mi interior sigue debatiéndose. Esta vez, creo que los Lannister van a perder. Ningún Lord Tywin, acompañado de los Tyrrell, vendrá a rescatarlos. Sabedora de que estoy a punto de cometer una gran locura, me acerco a Ana. Ella está de espaldas, preparando para cambiarse de ropa. Su amiga Maribel me mira extrañada y le hace una seña, haciendo que se gire hacia mí. Cuando veo ese par de ojos azules brillando con tanta intensidad, no puedo evitar retroceder algo intimidada.
—¿Qué ocurre, señorita García? —me pregunta con algo de sorpresa.
No sé qué decirle. La miro con temor y por un instante, desearía ser un avestruz para enterrar la cabeza bajo tierra. Pero como no lo soy, no tengo más remedio que hacer acopio del poco valor que me queda y le hablo.
—Ana, me gustaría hablar contigo.
Me cuesta algo de trabajo pedírselo, pero al final, lo consigo. Eso sí, la cara de extrañada que se le queda a la pobre es todo un poema. Como fuere, decide seguirme y ambas salimos de los vestuarios para quedar fuera del resto.
—¿Que desea? —pregunta algo temerosa.
La miro con un deseo ardiente de lanzarme y besarla sin piedad, pero me contengo. No es el momento ni lugar adecuado.
—Primero, no me trates de usted. Me hace sentir mayor —digo esto para relajar un poco el tenso ambiente. Parece surtir efecto, la veo más calmada—. Segundo, he notado hoy que al nadar, das las brazadas de forma un poco tosca. No te sale bien, por lo que veo.
Ella se encoge de hombros y me mira algo apesadumbrada. Yo le sonrío para mostrarle confianza, aunque por dentro soy como una bomba de relojería. A punto de estallar.
—Algo me cuesta, si le soy sincera —confiesa un poco avergonzada.
Le mando una mirada de comprensión. Anabel me altera y enternece a partes iguales. Y ahora llega el momento que tanto estoy esperando. Esto es lo que algunas llamarían “el salto del tiburón”, cuando no hay marcha atrás en tomar un decisión absurda y difícil.
—Si quieres, puedo ayudarte —digo casi de tapadillo pero ella se entera claramente.
—¿Cómo ayudarme? —pregunta.
Respiro profundamente. Tengo que sacar fuerza para lo que voy a hacer. Es una completa locura y no sé si seré capaz de llevarla a cabo.
—Porque no te quedas una vez se hayan ido todos conmigo. —Lo digo con rapidez, ya que de hacerlo lentamente, me da algo— Te…te podría enseñar algunas cosas.
Los preciosos y azules ojos se abren en una clara expresión de sorpresa. Noto que no parece haberle gustado la idea demasiado. Creyendo que la cosa podría complicarse, decido intervenir para tratar de enderezar esto un poco.
—¿Hay algún problema? —pregunto de forma atenta y cálida—. No es una obligación que te quedes, pero creo que te podría venir muy bien de cara a mejorar.
Ana sigue sin saber que decirme. En un momento, veo que tiene la cabeza gacha, como si sintiera vergüenza de lo que acababa de proponerle, como si fuera algo deshonroso. En realidad, así es. Solo es una excusa barata para estar a solas con ella. Hasta ese punto tan bajo he caído.
—Es solo…. —se queda callada por un instante y yo me temo lo peor—. Es solo que yo me voy en autobús para casa y el último pasa justo en media hora.
Al comprender el motivo de tanta reticencia, una sonrisa se dibuja en mi cara. Y no de malevolencia, como alguno estará malpensando, sino de ternura.
—No te preocupes —le respondo mientras acaricio en el brazo, sintiendo su suave piel—. Luego te acerco en mi coche hasta tu cosa.
—No querría suponer ninguna molestia —me dice como si estuviera pidiendo disculpas de antemano.
—Para nada lo es —le comento encantada mientras me embeleso en su preciosa visión—. Venga, porque no te preparas y cuando se vayan todos, vamos a la piscina a practicar un poco.
Tan solo asiente de forma vaga con su cabeza, pero la enérgica forma con la que regresa, me augura un más que evidente triunfo. Y aun así, siento pena de mi misma. De haber caído tan bajo, haciendo una cosa ruin y cobarde. La he engañado y no sé si mi inseguridad me perjudicará en tan solo un momento, cuando me disponga a atacar.
La espero, ya metida en la piscina. El agua aún sigue estando caliente y no hay nadie en todo el recinto. Tan solo estamos Ana y yo.
Me siento tan estúpida y avergonzada. He engañado a esa pobre chiquilla con la idea de practicar un poco las brazadas cuando en realidad, es tan solo un sibilino engaño para poder acercarme a ella y así tenerla entre mis brazos. Me inquieto solo de pensar en ello, pero estoy inquieta tanto para lo bueno como para lo malo. ¿Qué pasará si me rechaza, si ve que esa profesora en la que tanta confianza había depositado ahora tan solo quiere comerle la boca y meterle mano? No dejo de pensar que he cometido un grave error pero no dudo en quitarme esa idea estúpida de encima. Tengo que hacerlo. He querido que esto ocurriese y seguiré adelante. De perdidos al rio, sin dudarlo.
La veo venir desde la zona de vestuarios. La mayoría de las luces están quitadas, así que vislumbro su menuda figura entre la apagada penumbra. Camina con su preciosa melena roja completamente suelto y su cuerpo atrapado en ese bañador azul claro que cubre su torso, barriga y caderas. Sus blancas piernas están a y puedo observar como da cada paso con una suma elegancia. El corazón me retumba tanto de emoción como de miedo. Ahora estamos solas, ella y yo, en esta piscina. Contemplo como baja por las escaleras de metal y se mete en el agua, cubriéndole hasta un poco por encima de los pechos. Se acerca a mí y me mira confiada y atenta.
—Y bien, ¿empezamos?
Me altero un poco cuando me dice esto. Se refiere claramente a la lección que se supone le voy a dar, no a besarnos ni a nada sexual por el estilo, pese a que mi cabeza me hace volar la imaginación hasta lugares que no debería transitar. Respiro hondo, pues sé que es hora de poner en marcha mi plan. Uno que aún no se en que consiste.
—Claro que vamos a empezar —le aseguro, más para calmar mis dudas que las de ella.
Le pido que se coloque de espaldas justo tras de mí. No sé muy bien que pretendo con esto, pero ella me hace caso sin rechistar. Me voy acercando. Mi cuerpo tiembla. Siento las convulsiones revolviendo el agua a mí alrededor. Me coloco muy cerca de ella y sin dudarlo, la agarro con fuerza de la cintura, atrayéndola a mí. Ana se estremece un poco al notar esto y yo lo hago aún más.
—¿Ocurre algo? —pregunta algo temerosa.
No le respondo, tan solo la atraigo más, como si no quisiera dejarla huir.
Por fin la tengo conmigo. Siento su cuerpo, tan prieto y mojado. Noto como contra su espalda se aprietan mis pechos, mientras la abrazo más fuerte. Hundo mi cara en su pelo rojizo, aspirando el fragante aroma que emana al tiempo que noto en mi entrepierna un súbito pinchazo. Aprieto los muslos y dejo escapar un leve suspiro. Estoy muy excitada.
—Señorita García, ¿qué le pasa? —Cada vez suena más preocupada.
Aparto su cabello y beso la parte inferior de su cuello. Mis labios recorren esa superficie suave, haciendo que un leve cosquilleo inquiete a la chica. Sigo besándola con tranquilidad, tomando mi tiempo para disfrutar y para que ella se relaje. Llevo mi boca a su oreja y le susurro:
—Te he dicho que me llames Carmen.
A continuación, muerdo su lóbulo inferior, haciendo que Ana se agite y vuelvo de nuevo a su cuello. Ahora estoy más excitada que antes y le muerdo en un lado, haciendo que la chica grite un poco. Luego, mi lengua recorre su piel, dejando cálidos regueros de saliva.
Noto que se quiere zafar de mí. No le gusta esto. Ya ha visto que no vamos a dar ninguna clase y lo único que desea es apartarse de mi lado. Me dice cosas, pero la ignoro. Toda mi atención está puesta en gozar de este maravilloso cuerpo, sin importarme lo que pueda pasar. Mis manos ascienden por su fina cintura y llegan hasta los pechos. Ocultos bajo la tela del bañador, los acaricio con fruición y luego, los atrapo en mis palmas, apretando con fuerza. Ana grita, no sé si de pánico o placer.
Son redondos, firmes y maleables. Meneo sus senos con suave toque, no quiero lastimarla. Mis labios recorren su cuello y rozan su barbilla antes de posarse sobre la mejilla, que recibe un leve lametón por mi parte. Jadeo con ansia, incapaz de poder controlar lo que hago. En mi cabeza, la parte cuerda de mi mente grita que detenga esto y sé que debería hacerle caso, siembargo, el lado perverso de mi personalidad me insta a continuar. Y yo sucumbo a este.
La aprieto aún más, haciendo presión con mis codos. Ella es un poco más baja que yo y menos fuerte, así que consigo inmovilizarla sin problema. Aplasto sus pechos con mis manos y puedo sentir sus pezones clavándose en mis palmas como puntiagudas cuchillas. Eso puede significar que le está gustando. Con suma delicadeza, cojo uno de ellos entre el dedo índice y el anular, haciendo que Ana emita un fuerte grito. Quiere separarse y empuja un poco. Yo presiono con fuerza para evitarlo. No dejaré que se separe de mí. No lo permitiré, pero al final, lo consigue.
Con tanto empujón, me resbalo sin querer y pierdo el equilibrio. Esto es aprovechado por Ana para apartarse de mí. Mientras, yo caigo hacia atrás, chapoteando un poco y levantando algo de agua que empapa mi cara y pelo. Me siento un poco desorientada, como si me hallase en otra realidad, en un mundo distinto al que vivo habitualmente. Me reincorporo y busco con mis escrutadores ojos a mi deseo anhelante.
Se ha alejado. Está justo al lado de las escaleras metálicas, con intención de subirse. Sus brazos están recogidos contra su pecho, en una clara pose de vulnerabilidad. Un poco de agua ha mojado su pelo, dándole un brillo rojizo a este. Sus ojos azules claros me miran con miedo. Parece una joven sirena recién subida a la superficie y que está contemplando por primera vez el inmenso mundo. Tan grande como peligroso.
Suspiro un poco. Al desvanecerse el frenesí sexual que me poseía, me doy cuenta del horrible error que he cometido. ¿Cómo he sido capaz de hacer algo así, de cometer un acto tan depravado? La miro y no dejo de notar el terror reflejado en esas preciosas perlas azuladas que tiene por ojos. La vergüenza y el arrepentimiento corroen mi conciencia mientras la parte cuerda de mi mente me dice lo estúpida que he sido. Inclino la cabeza, tratando de poner todas las cosas en orden y luego, alzo mi vista para centrarla en la pobre Ana, quien me observa como si estuviera ante un malvado criminal. Quizás lo soy.
—Ana… —intento decir mientras me acerco a ella.
—¡No se acerque! —me interrumpe muy asustada.
Se me encoge el corazón al verla de esa manera tan huidiza. La contemplo como un animal acorralado, tratando de evitar a toda costa un nuevo ataque. Eso rompe mi alma. Hace unas pocas horas, era una chica alegre y cautivadora que enamoraba con su hermosa presencia. Ahora, se ha convertido en una asustada criatura que me rehúye como si fuera lo peor. No quiero perderla ni que se aleje de mí. Ella es lo más preciado en mi vida, lo que más amo, pero enseguida me doy cuenta de que ha sido mi lasciva desesperación lo que me ha hecho perderla. Es una conclusión tan dura como real aunque ya se sabe cómo somos los humanos, ineptos y tozudos.
—Perdóname —digo muy arrepentida.
Ana me sigue mirando tensa. Me aproximo un poco más, haciendo que pequeñas olas de agua golpeen contra el bordillo. Ella retrocede, claramente desconfiando. Eso destroza mi autoestima aún más.
—En serio, perdóname —repito de nuevo mientras voy acercándome—. No sé qué me ha pasado.
Ella sigue ahí, sin moverse, aunque tampoco es que de muestras de querer dialogar de forma pacífica. Parece incluso dispuesta a defenderse. En vista de que esto puede desembocar en una situación violenta, me detengo. La miro desesperada. No quiero que esto vaya a peor.
—De verdad Ana, yo…
—No sé qué coño le ha pasado, pero me da igual lo que me diga. —Se le notaba muy enfadada. Normal— Ni se le ocurra acercarse un paso más.
No hay rastro de esa asustadiza y traumatizada muchacha. Lo que veo ahora es a una mujer dispuesta a enfrentarse al monstruo que tiene frente a ella sin dudar. Y eso me hace sentir fatal. Con una mirada enturbiada, fijo mis ojos en Ana, tratando tan solo de decirle la verdad.
—Lo siento. Siento lo que te he hecho.
Me derrumbo. Ya da igual todo. He llevado a cabo el acto más ilícito y abominable que jamás pensé que podría realizar. Me he comportado de un modo inimaginable. Yo, que siempre he sido una persona respetuosa y amable con todos, incluyendo esos posibles ligues que ansiaba tener, ahora acosaba a una inocente chica, toqueteándola como una pervertida y engañándola para dejarse hacer.
—¡Lo siento tanto! —repito con voz ahogada mientras las lágrimas comienzan a salir de mis ojos.
No aguanto más. Casi parece que vaya a colapsar y me pego al bordillo mientras casi siento como mi cabeza se va a hundir en el agua. Mejor, prefiero ahogarme que seguir soportando este calvario. Me doy asco a mí misma y no aguanto ni un minuto más esta inmunda existencia.
De repente, escucho el agua moverse. Un sonido de chapoteo suave, como si alguien estuviera moviéndose. Tengo mis ojos cerrados, dejando que las lágrimas salgan por entre los parpados y se derramen por las mejillas. La oscuridad me acompaña en este largo lamento. Y entonces, siento alguien acariciándome el hombro. Al principio, me asusto un poco, pero en cuanto siento la suavidad con la que me tocan, me relajo. Abro los ojos y encuentro a mi preciosa Anabel allí, mirándome con una clara mezcla de miedo y ternura.
—¿Qué haces? —pregunto, aun a riesgo de que las cosas se tornen peor.
—¿Por qué hizo eso? —pregunta ella, como si no le importase lo más mínimo mi cuestión.
La verdad, no tengo ni idea de que hacer. Si le digo la verdad, es más que evidente que acabaré perdiendo toda su confianza y, peor aún, podría contárselo a otros, llegando incluso a echarme del trabajo por esto. Pero por otro lado, me digo que ya han sido suficientes mentiras. Mirándola a los ojos, contemplando su expresión de incertidumbre y temor, le cuento todo.
—Te quiero Ana. No preguntes como ha pasado, pero así ha sido, me he enamorado perdidamente de ti. Y cuando hace unos días, te oí hablar con una amiga sobre que mañana ibas a tener sexo con un chico, me volví loca. —Me quedo un momento callada para ver su reacción, aunque sigue igual. Prosigo— No soportaba la idea de que tu primera vez fuera con ese chaval, así que por eso he montado toda esta artimaña, para tenerte a mi lado. Para que seas mía. Pero ya veo que ha sido una completa estupidez.
Ella enmudece tras escuchar todo esto. La expresión en su rostro lo dice todo. No se puede creer nada de lo que he dicho. Sin poder notar algún tipo de respuesta por su parte, decido continuar hablando.
—Siento lo que te hecho Ana —me lamento al borde del llanto—. Debes de pensar que solo soy una cerda depravada por esto y tienes toda la maldita razón. Tampoco tienes motivos para perdonarme. No lo merezco. He sido una imbécil y merezco todo lo que me pase.
No es mi estilo arrastrarme por el suelo de forma tan humillante, pero, dado el comportamiento que había tenido y el miedo a posibles represalias, me hace desmoronarme de esa manera. De nuevo, miro a Ana, quien me observa con los ojos muy abiertos. Debe estar alucinando con todo lo que le estoy contando. No es para menos.
—Señorita…digo…Carmen, ¿es lesbiana?
La pregunta me pilla de improviso. Me quedo en shock por un instante, pero, notando la urgencia con la que me mira, decido responderle.
—Sí, lo soy.
—¿Desde cuándo? —vuelve a preguntar, lo cual, me sorprende.
—Supongo que desde siempre —contesto resuelta—. Las chicas me han gustado desde que era adolescente. Y son lo único que me interesa. Nunca me han atraído los hombres.
Noto algo raro en sus ojos. Al principio, denotaban miedo y recelo. Ahora, percibo un poco de estos en ellos, pero también veo fascinación. Esto se pone cada vez más raro.
—¿Y yo te gusto? —Lo dice con esa aura de timidez e inocencia que tanto le caracterizan.
No sé qué decirle. El miedo atenaza mi cuerpo de forma opresiva. Pero lo que me sorprende es que haga esa pregunta cuando no hace ni un rato que acabo de decirle que me he enamorado de ella. En fin, será que quiere asegurarse.
—Claro que me gustas —respondo tajante—. Eres muy bonita y encantadora.
Parece que se ha ruborizado ante mis palabras. Al menos, eso noto por como aparta la mirada un poco avergonzada y por la manera en que se sonroja. No sé qué pensar ahora, pero no parece tan molesta como antes.
—Debes seguir enfadada por lo que nos ha pasado. Mucho, he de suponer.
Al decir esto, su rostro muestra una clara expresión afirmativa, aunque tampoco parece haber enojo.
—Aún sigo, pero me da pena verla así. Por mí.
Su mirada me desarma. No sé cómo lo hace, siempre es capaz de cautivar y apaciguar a cualquiera con esos hermosos ojos. Me la quedo mirando como si no hubiera nada más en este mundo y ella se me acerca. Apenas noto su presencia hasta que ya la tengo justo delante. Esto me inquieta un poco, para que engañarnos. No comprendo su comportamiento.
—Has dicho que me escuchaste a mi amiga Maribel y a mí hablar de la cita que tendré mañana, ¿no?
—Así es —respondo con falsa calma. No sé dónde quiere ir a parar con todo esto.
Veo que ladea su cabeza. Algo me dice que aquí hay más de lo que aparenta.
—¿Qué pasa? —decido preguntar— ¿Ocurre algo malo con eso?
Ana me mira con sorpresa y yo le acaricio en la mejilla. No rechaza el contacto. Ya no se encuentra tan azorada como antes. Eso me tranquiliza bastante.
—Es que me da miedo —confiesa cabizbaja.
Alzo su rostro con mi mano y le sonrío con ternura. Es tan adorable. Ella se acerca más a mí. Me da que esto se está poniendo peor de lo que imaginaba. Y me encanta.
—¿Y eso?— pregunto cada vez más deseosa.
La chica suspira un poco. Se nota que a Ana le cuesta abrirse en este asunto más de lo que imaginaba. Tampoco es tan extraño, es algo muy personal.
—Es el chico con el que he quedado. Mi amiga lo pone por las nubes, pero por lo que me han contado otras, es un bestia y les hizo mucho daño cuando lo hicieron con él.
Todo esto, me lo cuenta muy decepcionada. Me sorprende. Creía que era lo que tanto deseaba pese a que ahora veo que no es así.
—Mujer, las primeras veces no suelen ser como esperamos —le comento despreocupada mientras le acaricio en el rostro—, pero eso no significa que debamos tener miedo. Si no, entonces nunca podríamos disfrutar del sexo.
Este último comentario la hace sonreír un poco. Veo que su confianza en mí ha vuelto.
—Ya pero yo es que no quiero que mi primera vez sea un desastre— me dice afligida—. Yo quiero que sea una experiencia bonita y maravillosa. Debes pensar que tengo pájaros en la cabeza, pero no sé, es lo que quiero.
No puedo evitar sonreír ante comentarios tan inocentes. No es que me tome a broma sus palabras, pues creo que está en todo su derecho de que desear que su primera experiencia sexual sea algo especial, pero las cosas no son tan fáciles.
—Bueno, lo único que te puedo decir es que la primera vez está algo sobrevalorada —le explico—. Al final, las experiencias más maravillosas pueden tener lugar en cualquier momento de nuestras vidas. Da igual que sean al principio que al final, lo que importa es vivirlas con intensidad. Y si salen mal, bueno, otras nos esperan más adelante.
Me mira algo sorprendida, como si no creyera lo que le digo. Me divierte tanto verla en esa situación. En el fondo, se percibe que es una primeriza.
—Ya, pero si es al principio, mejor. ¿No?
Es imposible no reír ante su elocuencia. De forma instintiva, la atraigo a mí y la abrazo con ternura. Ana se pone algo tensa al principio, pero enseguida se nota más tranquila. Ya no me tiene miedo. Realmente, creo que esto se está arreglando. Puede que nunca la tenga, pero al menos, he conseguido que las cosas vuelvan a su cauce. El agua se mueve un poco al atraerla más a mí. Apoyo su cabeza en mi hombro aunque no tarda en elevarla para mirarme. Está tan guapa y radiante, con esos ojillos azules brillando como dos estrellas en el firmamento. La quiero besar, aunque sé que no debería. Sin embargo, no soy yo quien decide cometer semejante acto. Es ella, en tan momento mágico, quien se acerca y posa sus labios sobre los míos.
Casi me derrito cuando su boca entra en contacto con la mía. Se aprieta más y entreabre sus labios para dejar salir a su lengua, con clara intención de adentrarse en mi cavidad bucal. Pero yo la retengo. Cuando ve que no hay acción por mi parte, se queda desconcertada.
—¿Pero qué haces? —le pregunto extrañada.
—No sé, solo quería experimentar.
Aquella respuesta me sienta como si acabaran de arrojarme un yunque en la cabeza. ¿Qué demonios pasa por la cabeza de esa chavala? Entiendo que se enfadase conmigo por lo ocurrido. Es normal, mi comportamiento había sido inapropiado. Pero ahora, va y me besa como si nada hubiera pasado. Menudo cacao mental que se está montando aquí. Yo alucino.
—¿Experimentar? —comento estupefacta, aun sin creer lo que veo—. ¿De qué estás hablando?
Ana se queda muy sorprendida ante mis reacciones. Por lo visto, no es lo que ella se esperaba.
—Es que tú eres una mujer, Carmen —responde algo cortada—. Quien mejor puede saber sobre cómo dar placer a una mujer que otra. Y además, eres lesbiana, así que supongo que me darías una mejor experiencia sexual que con un chico.
No sé si echarme a reír o llorar ante esto. Prefiero mejor responderle.
—Ana, el placer sexual no es mejor o peor con un hombre o con una mujer. Depende más de la experiencia que tenga uno y de lo que el otro quiera —le explico de forma tranquila y atenta—. Que tengas sexo conmigo no significa que sea mejor que con ese chico. Depende de muchas cosas.
—Ya, pero seguro que tú sabes cómo hacerlo. Él, como te comenté, es muy bruto y no quiero que me hagan daño en mi primera vez.
Se arrebuja contra mi pecho como un cachorro de perro que buscase el calor de su madre. A mí, el corazón se me está a punto de salir por la boca. Tengo que hacer algo porque si no, esto se me va a ir de las manos.
—Oye, he estado a punto de hacer algo muy grave —le digo mientras ella alza su cara para prestarme atención—. Ya me siento muy mal por lo que he hecho como para que ahora quieras llevar esto a donde no debemos.
Quiero que lo entienda y también, quiero yo. Lucho contra mi propio deseo contra esa maldita tentación. Ana me mira de una forma tierna y a la vez tan seductora que no puedo resistirme. Madre mía, ¿por qué me tendrá que pasar a mí esto?
—Sé que lo de antes me ha molestado, pero más por pillarme desprevenida que por otra cosa —me dice con dulzura y complicidad—. Lo cierto es que me gustó un poco y, no sé, hablando ahora de forma tan cercana, me gustaría probarlo.
A la mierda con todo. Puede que antes me haya comportado como una depravada. No lo voy a negar y desde luego, me arrepiento con buena fe de ello, pero si esta chica quiere sexo ahora, no pienso negárselo. Además, ¿no era lo que tanto deseaba?
Me abalanzo sobre Ana y le doy un increíble beso. Todo es muy intenso al principio y yo no suelo ser muy brusca, pero es que ya no aguanto más. Mientras nos revolvemos, abrazándonos y comiéndonos las bocas, salpicamos bastante agua y nos mojamos. Respiro desacompasada mientras siento la lengua correosa de Ana enrollándose con la mía. La chica es algo tosca, aunque se nota que le pone ganas. La abrazo con fuerza al tiempo que mi espalda da contra el borde de la piscina y seguimos besándonos, pero esta vez, con más calma. De hecho, toda la encendida pasión inicial va atenuándose hasta que Ana se aparta. Una sonrisa se dibuja en sus labios mientras noto el aliento saliendo de su boca. Cada aspiración me indica que la chica, pese a estar calmada, sigue frenética. Sus ojos azules brillan de forma intensa.
—¿Estás segura de esto? —le pregunto con cautela.
—Si —responde ella con seguridad—. Quiero sentirlo todo.
—No tiene nada que ver con un chico. No esperes que te rompa el himen o algo así. Es muy distinto pero el resultado será el mismo.
—Vale —contesta ella.
Me siento nerviosa. No es la primera vez que lo hago con una hetero que siente curiosidad por el sexo entre chicas, pero el problema aquí es que ella es virgen. Tengo miedo de decepcionarla, de no estar a la altura de sus expectativas porque eso es lo malo, que la emoción por la primera vez genera falsas ideas de que será lo mejor, cuando puede no ser así. Por ello, voy a ser cuidadosa.
La beso de nuevo con suavidad y ella responde pegando su boquita. Sus labios carnosos invitan a besarla no una sino muchas veces hasta el punto de querer devorarla. Mientras, mis manos acarician sus hombros y brazos, sin bajar de ahí, tan solo palpando su deliciosa piel, mojada por el agua. Ana tiene sus manos colocadas en mi espalda. Noto sus palmas subiendo y bajando por esta, sin intención de bajar hacia mi culo. Percibo que se halla algo perdida y no sabe muy bien que hacer, aparte de besar. Es evidente que yo me voy a tener que ocupar de todo. Con mi mano derecha, acarició su terso pelo rojo, tan encendido como las llamas de un incendio. Mi boca baja por su cuello y asciende de vuelta por su boquita, lamiendo cada centímetro de piel. Ella gime. Le está gustando.
—¿Va todo bien?
Ana solo me asiente. Separada un poco de ella, toco con mi mano izquierda su hombro y desde ahí, desciendo hasta su pecho. Ella se estremece un poco, pero no veo rechazo en su mirada. Solo está algo nerviosa. Atrapo con mi mano uno de sus redondeados pechos y se lo toco con delicadeza. Gime un poquito y yo le vuelvo a besar en el cuello, lamiendo hasta llegar a su orejita, la cual le muerdo. Soplo un poquito en ella, haciendo que la chica se agite.
—¿Te gusta lo que te hago? —pregunto.
—Sí, sigue —responde ella, con sus ojos cerrados y respirando agitada.
Llevo mi mano derecha hasta el otro pecho y por fin, tengo ambos senos atrapados en mis manos. Nos besamos, disfrutando de las caricias. Puedo sentir sus duros pezones rozando mi piel, tan duros. Que ganas tengo de verlos. Ana gime, mientras la sigo besando por el cuello. Llevo mi boca hasta su oreja y le digo:
—Voy a quitarte este bañador. Estorba.
Una sensación eléctrica debe recorrer su cuerpo pues se queda paralizada, mirando con emoción. Sonrío al ver esta reacción y acto seguido, paso mis manos por su espalda, buscando el cierre de su cremallera. No tardo en encontrarlo y tiro hacia abajo. Se escucha un sonido de rasgado hasta que dejo de percibirlo. He llegado al tope, un poco por encima de su culo. Lo sé porque es igual que el mío. Todas llevamos el mismo tipo de bañador en la piscina. Normas de higiene. Luego, tiro con suavidad de la parte de arriba, descubriendo el par de tetas más bonitas que jamás he visto. Blancas, turgentes y firmes, me quedo embobada contemplando semejantes maravillas, coronadas por un pezón rosado.
—¿Te….te gustan? —pregunta de forma tímida.
—Ya lo creo —respondo con una amplia sonrisa de satisfacción dibujada en mis labios.
La beso de nuevo y mis manos van directas a aquellas redondeces. Son suaves, duras y maleables. En mi entrepierna, noto que un súbito calor emana como un volcán a punto de entrar en erupción. Dios, estoy a punto de volverme loca. Aprieto sus pezones con cuidado de no lastimarla, pero escucho como gime con fuerza.
—¿Estás bien? —Me preocupa que pueda hacerle daño.
—Tranquila, es que soy un poco sensible.
—Je, ¿así que sensible?
Mis labios descienden por su cuello y acaban en sus pechos. Los beso, los lamo, los chupo. Ana gime mientras siente mi boquita recorriendo su piel. Sí que es la chavala sensible. Suspira bastante y tiembla cada dos por tres. En un momento dado, emite un fuerte chillido cuando succiono uno de sus pezones. Joder, los tiene bien duros.
—¿Qué tal? —pregunto, esperando no estar lastimándola— ¿Te sientes bien?
—No te preocupes. Me gusta. —Una sonrisa en esa preciosa cara me lleva a besarla de nuevo con pasión y….amor.
Bajo de vuelta a sus tetas y continúo besándolas y lamiéndolas, dejándolas llenas de mi saliva antes de que el agua se las limpie. Furtivamente, mis manos aferran su culito, atrayéndola hacia mí. Su pecho se aplasta contra mi cara y yo, aprieto esas redonditas nalgas. Bajo el agua, magreo esa maravilla de trasero mientras que Ana gime desesperada. Y no paro.
Vuelvo a besarla con pasión y mi mano derecha acaba justo en su entrepierna. Ana empieza a estremecerse con intensidad cuando mis dedos rozan sobre su sexo, recubierto por la tela del bañador. Ella grita, cada vez más excitada. Adivino las formas de su vagina y miro con deleite las expresiones de placer que pone en su rostro, cerrando sus ojitos, endureciendo sus facciones. La beso en la mejilla y le susurro:
—Estas muy cachonda, ¿eh?
No responde porque justo en ese instante, aparto la tela y acaricio su rajita. Ella grita y puedo sentir su respiración acelerándose. Mis dedos notan la calidez que emana de ese coño. Aunque está bajo agua, sé que tiene que encontrarse mojadísima, echando muchos flujos. Ana no aguanta más y se corre. El grito es fuerte y todo su cuerpo se agita con violencia. La sostengo entre mis brazos, pues parece que vaya a perder el equilibrio. La apoyo contra el bordillo y acaricio su pelo mientras dejo que se recupere.
—¿Mejor? —pregunto.
Ella me mira tan tierna y calmada que lo único que consigue es que me vuelva loca de amor, de deseo. La quiero tanto. Nos besamos con tranquilidad, dejando que con su lengua explore a fondo. La acarició de forma cariñosa y serena, dejando que recupere sus fuerzas tras el orgasmo. Tras un rato así, la vuelvo a mirar, ansiosa de pedir lo siguiente.
—¿Puedo bajarte el bañador?
Se queda callada por un momento, pero no tarda en responder con un dulce beso. Esto le está encantando.
—Ven, vamos a subirte para así quitártelo mejor.
Como el filo de la piscina está algo inclinado, no me cuesta trabajo hacer que se suba, sentándose con las piernas aun metidas en el agua. Yo me incorporo y salgo para colocarme a su lado y tiro del bañador, deslizándolo por sus piernas. El problema es que al intentar bajarlo por los muslos, por culpa de la humedad, se enreda un poco. Sin embargo, con ayuda de Ana, logro al fin quitárselo.
Ya sin nada que la cubra, quedo extasiada al ver su hermoso cuerpo blanco. Paso mis manos por su piel, recorriendo cada centímetro de esa criatura tan bella y delicada.
—Eres guapísima —le digo encendida.
Ella me sonríe de forma coqueta, cual ninfa que parece surgida de un cristalino estanque. Yo la cubro de besos. Empiezo por su cara y voy descendiendo. Paso por sus pechos, tan increíbles y bonitos para después lamer su barriguita, hundiendo mi lengua en ese hoyito que es su ombligo. Se ríe emocionada al notar la humedad en ese agujero. Continúo mi descenso y beso sus piernas, recorriéndolas hasta los tobillos para luego volver por la cara interna de sus muslos. Alterno entre una y otra. Conforme subo, ella respira más hondo. Estoy a punto de llegar a su entrepierna, donde se esconde la zona más sensible de su cuerpo. Y la que yo deseo con más ganas.
—Ábrete de piernas —le ordeno.
Ana me hace caso sin rechistar. Como si descubriera un antiguo tesoro oculto, no puedo evitar esconder mi deleite ante lo que hallo. Primero, veo una matita de vellos púbicos abundante, aunque bien recortada y arreglada. Es de color rojo, como su cabello. Debajo de esta, se encuentra su vagina, cerrada y fina. Me quedo extasiada contemplándola, como si en mi vida jamás hubiera vista nada igual. En serio, era lo más bonito que nunca había presenciado.
Llevo una de mis manos hasta su vagina y comienzo a acariciársela. Ella comienza a gemir y mientras, yo con mis dedos abro su coñito, revelando el interior. Está muy húmeda. Del interior no dejan de salir fluidos. Uno de mis dedos se introduce por el agujerito. Noto la estrechez del conducto vaginal. Otro dedo acaricia su abultado clítoris. Ana menea sus caderas rítmicamente mientras masajeo su reborde carnoso. Saco el dedo que tengo metido en su interior, aspirando el aroma que lo impregna y lamo la rajita de arriba a abajo. Con eso, es suficiente para que Ana tenga otro buen orgasmo.
Todo su cuerpo se tensa. Mi rostro queda impregnado por los flujos de su vagina, que se contrae ante el liberador placer. Emite otro fuerte grito y queda desmadejada sobe el suelo.
—¿Cómo te encuentras?
Parece captar la preocupación de mi voz y por eso, sonríe de forma tan risueña. Tiene sus ojos cerrados y aunque respira abotargada, se va relajando poco a poco.
—No te preocupes —me dice con voz calmada—. Estoy bien.
—Vale —hablo conforme—. Pues entonces, me voy a comer este delicioso coñito virgen.
Me mira con sorpresa mientras yo sonrío con malicia y sin dudarlo, empiezo a lamer ese dulce manjar que tiene entre sus piernas.
—¡Agh! ¡Carmen!
Devoro todo su interior. Abro mi boca lo máximo que puedo para abarcar toda la vagina y recorro con mi lengua el contorno de los labios. Su sabor inunda mi paladar. Es dulce, no tan amargo como el de otros que he probado. Me encanta. Ana emite un fuerte chillido cuando golpeo con la sinhueso su clítoris, haciendo que comience a temblar. Respira entrecortada. Sin ninguna duda, la estoy llevando al paroxismo.
Decido centrar toda mi atención en su clítoris. Lo atrapo entre mis labios, lo lamo sin cesar, golpeándolo con la puntita de mi lengua, lo sorbo y mordisqueo un poco. Todo eso, llevan a Ana de vuelta a otro increíble orgasmo que la hace arquear su espalda y elevar su pecho, haciendo que sus tetas parezcan dos inmensas montañas. Y yo, no dejo de chupar. Limpio los restos de flujo vaginal que ha expulsado y acto seguido, la introduzco en su estrecho conducto. Ana se retuerce ante el inesperado ataque.
—Carmen, ¡me vas a matar!
Me divierte tanto verla así. Con mi lengua, voy adentrándome en su interior, el cual está estrecho. Es un conducto bastante apretado y a pesar de introducirme lo más que puedo, no llego muy lejos. Ana grita desatada mientras mi lengua describe círculos en su interior y con mis dedos masajeo su clítoris. Se vuelve a tensar porque está a punto de correrse de nuevo. Es lógico, siendo su primera experiencia sexual y al ser tan sensible, se viene con más facilidad. Y eso ocurre. Estalla de forma violenta, alzando sus caderas y yo me aferro a ellas para que no salirme. Una explosión de flujos inunda mi boca mientras noto las fuertes contracciones de su prieto coño. Mi niña se revuelve de un lado a otro y con sus pies, levanta un poco de agua que me moja la espalda. Tras esto, todo termina y acaba exhausta.
Una vez acabado, lamo su coño para limpiarlo de restos de sus jugos y beso un poco sus ingles. Una vez hecho esto, me incorporo y me acuesto a su lado. La atraigo hacia mí y la beso con dulzura, sintiendo con mis manos su prieto cuerpo desnudo.
—¿Qué te ha parecido tu primera vez? —le pregunto a Ana mientras ella acaricia mi pelo corto moreno.
—Ha sido genial —responde pletórica. Se la nota encantada—. ¡Nunca imaginé que pudiera correrme tanto!
Disfruto con su entusiasmo al haber descubierto lo genial que es el sexo. Le doy un tierno besito y luego, continúo hablando.
—Bueno, es que acostarte con alguien es una dinámica muy diferente a estar tu sola. Si esa otra persona sabe dónde tocar, puede darte mucho placer. Además, está el deseo de tener a alguien a tu lado para gozar.
—Ya veo —dice mimosa mientras se acurruca en mi pecho—. Y tú, ¿has disfrutado?
—Pues claro —le respondo—. Ha sido maravilloso poder hacerte gozar con mi lengua y mis dedos.
—Vale pero, ¿tú has tenido también un orgasmo?
Cuando me dice esto, me quedo muy impresionada. No esperaba que ella mostrase interés por mi propio placer. Eso me enternece, pero decido no darle importancia.
—Cariño, eso no importa ahora— le contesto mientras le doy otro beso, esta vez, en la frente—. Este asunto te concernía a ti. Por mí, no te preocupes.
Pienso que mi respuesta la va a reconfortar, pero resulta no ser así.
—¿Y eso por qué? —me replica confusa—. Tú también tienes derecho a disfrutar, ¿no?
—Tranquila, no pasa nada —intento calmarla.
—No lo veo bien. Creo que tú también deberías haber gozado conmigo.
Suspiro muy impresionada. Se nota que Ana está dispuesta a todo por salirse con la suya y, si quiere que yo también goce, quien soy yo para discutírselo.
—¿En serio quieres que tenga un orgasmo? —La miro fijamente a los ojos mientras le hago esa pregunta.
—Si —responde la chica con seguridad.
—¿Y me ayudarías a proporcionármelo?
Se queda callada. Por lo visto, no había tenido eso en cuenta. Pienso que va a echarse atrás cuando de repente, me mira, llena de mucha seguridad.
—Vale —dice en un pequeño halito de voz.
—¿Estás segura? —pregunto para ver si está algo indecisa.
—Sí, lo estoy —me responde con seguridad—. Quiero ayudar a correrte Carmen. A que tengas…un orgasmo.
¡Vaya con la chavala! Hacía un rato no quería que la tocase y ahora, está dispuesta a proporcionarme un buen orgasmo. No puedo creer que esto esté pasando. Ni en mis más locos sueños llegué a creer que acabaría como estoy ahora. Sin decir más, llevo mis manos a la espalda y desabrocho el cierre con cremallera del bañador. Luego, me lo bajo y Ana, se me queda mirando alucinada.
Mi cuerpo moreno queda al descubierto y con ello, mis senos. Quizás no son tan grandes o redondos como los de Ana pero están erectos y turgentes, con los pezones puntiagudos. Ella lleva sus manos hasta estos y los acaricia con cierta modestia. Noto sus dedos pasando suavemente por mi piel y rozando levemente mis pezones. Me estremezco un poco cuando veo como me los aprieta. Me mira algo acobardada mientras hace esto, pero también cautivada. Le está gustando.
—Ven aquí —le digo y se recuesta a mi lado.
Respirando algo impacientada, dejo que siga acariciando mis senos hasta que veo como inclina su cabeza y con su boca, engulle uno de mis pezones.
—Eso es, así —comento mientras siento esa cálida humedad envolviendo mi tetilla.
Suspiro intensa y acalorada mientras Ana succiona mi pecho, haciéndolo como un bebé amamantado. Acaricio su larga cabellera rojiza y la miro con ternura y deseo. Esto es simplemente increíble, un sueño hecho realidad. Se saca el pezón de su boca y sin perder tiempo, busca el otro y lo engulle con similar ahínco. Me estremezco y siento como mi vagina se contrae. Entonces, siento una mano en mi barriga. Sus dedos me hacen cosquillas en la piel y eso me incita más. Quiero que baje, pero ella no parece tan dispuesta.
—Déjame —le digo en un susurro.
Cojo su mano y la llevo hasta mi entrepierna. Una vez allí, Ana comienza a acariciar, adivinando las formas de mi vagina y el intenso calor que emana de esta. Entre esas caricias y sus besos y lametazos en mis pechos logra hacerme llegar al orgasmo. Entonces, es cuando vacío mi mente y tan solo, me dejo llevar.
Las sensaciones son maravillosas. Me corro y siento como mi entrepierna se humedece. Ese calorcillo se derrama entre mis muslos mientras noto la mano de Ana posada sobre mi coño, tocándome más. Grito de nuevo y le aparto la tela para que pueda acariciarme el coño de forma directa, sin obstáculos. Ahora sus dedos están sobre mi desnuda vagina y son como descargas eléctricas que se extienden por todo mi cuerpo. Ana se nota que sabe lo que hace. Tras recorrer mi raja un par de veces, entreabre los labios y va directa por el clítoris, que ataca sin piedad. Gimo de nuevo y busco con ansia su boca. Nos fundimos en un beso, haciendo que nuestras lenguas choquen entre ellas, envolviéndose en un húmedo abrazo. Y no nos separamos.
Sus dedos son mágicos. Me proporcionan mucho placer. Frotan mi clítoris al principio de forma algo lenta, pero no tarda en acelerar el ritmo y, en nada, describe círculos alrededor de este. Yo engullo su boca, ahogando mis alaridos en los suyos. Mis manos no se pueden estar quietas y primero acarician sus pechos para luego, bajar y acabar en su sexo. Eso la hace estremecer.
—¡Carmen! —grita desesperada.
Juntas, nos masturbamos la una a la otra. Nos damos placer sin cesar. Yo acaricio su clítoris con frenesí mientras las dos seguimos besándonos enardecidas por la excitación. Noto como se contrae un poco. Está teniendo un orgasmo. Yo también lo tengo. Paramos un poco para poder reponer fuerzas, pese a que no tardamos en volver a la acción.
Esta vez, percibo como Ana se atreve a introducir sus dedos en mi sexo. Primero uno y luego, dos.
—Vaya, que atrevidilla —murmuro mientras siento esas falanges penetrando en mi interior.
Yo no me quedo atrás y también la penetro con el dedo corazón. Lo hago con cuidado, pues está muy estrecha y en cierto punto, me detengo al escucharla gruñir.
—¿Te duele? —pregunto algo preocupada.
Ana niega con la cabeza y yo continúo. Ella describe círculos en mi interior y el placer no tarda en invadirme. Yo también muevo el mío, estremeciéndola. Seguimos así y, en un abrir y cerrar de ojos, nos estamos follando la una a la otra. Nuestros cuerpos sudados se mueven rítmicamente. Mis caderas se menean de adelante hacia atrás, sintiendo esos dedos deslizarse por mi conducto.
—Ana, ¡voy a correrme!
—¡Yo también Carmen!
Y gritamos con todas nuestras fuerzas. Mi coño sufre varias contracciones al tiempo que noto con mi dedo las contracciones del suyo que además, me moja con sus flujos. Acabo desmadejada sobre el frio suelo. Copiosas gotas de sudor recorren mi piel y respiro buscando recuperar el sentido. Estoy noqueada, como si acabasen de meterme un fuerte puñetazo en la cara. Giro la cabeza y veo que Ana también respira jadeante, buscando la vitalidad que ha perdido con tanto orgasmo. De repente, se vuelve a mí y saca sus dedos de mi coño. Están brillantes por mis fluidos y Ana los mira fascinada.
—Pruébalos —le digo.
Ella me mira con sorpresa y yo me echo a reír. Sin pensarlo, la chica se lleva estos a su boca y los chupa con fruición, pasando su lengua por ellos. Lo hace mientras sus ojos no se apartan de mí, desafiantes.
—¿Qué tal está mi sabor? —le pregunto ahora.
—Raro, pero me gusta —responde.
Me carcajeo ante esa frase. Sin dudarlo, me acerco y la beso.
—Vamos a ver a que sabes t ú le digo deseosa.
Me dispongo a sacar el dedo, pero no sé por qué, decido introducirlo más dentro de ella. De repente, ahondando un poco, noto algo duro que impide pasar a mi dedo. Es su himen. La miro y ella me mira a mí.
—Hazlo.
La tumbo boca arriba y le hago abrir sus piernas. Ensalivo mis dedos índice y corazón y acto seguido, los introduzco dentro de ella. Ana gime un poco cuando la penetro. Está tan estrecha que me cuesta un poco pero, penetrando con cuidado, llego hasta donde se encuentra. Entonces, me observa con el rostro crispado de dolor.
Sé que esto no debería ser así. La rotura de mi himen fue con una amiga a los 17 años y utilizando un consolador que ella supo usar con cuidado. Pero yo estoy aquí ahora, con dos dedos metidos en el coñito de Ana, sin saber si la voy a lastimar al romperle el suyo. No es algo esencial romper su himen, pero la forma en como me mira, me incita a hacerlo. Además, percibo una suerte de ansioso deseo por que lo haga.
—Mueve tus caderas hacia delante cuando yo me introduzca más, ¿vale? —le explico. Ella asiente—. Si te duele, me lo dices y paro.
Empiezo. Con el corazón retumbando con fuerza en mi pecho, empujo mis dedos contra el himen, el cual se estira como si de chicle se tratase. Ella mueve sus caderas hacia delante, tal como le he pedido. No pasa mucho tiempo cuando noto que este empieza a ceder. Ana se queja un poco, pero no parece molesta y sigo presionando. Mueve un poco más sus caderas y yo ejerzo más presión. Al final, se rompe. La chica emite un fuerte chillido y se agita de pies a cabeza. Viendo cómo se queja, la abrazo con fuerza y le doy suaves besos. Veo que está llorando.
—Tranquila cariño, ya está.
Mientras acaricio su pelo para calmarla, saco mis dedos de dentro. Están llenos de sangre, al igual que su entrepierna. Tendré que limpiarlo todo con rapidez antes de que se manche la piscina. Después de esto, vuelvo mi atención hacia Ana. Permanece acurrucada a mi lado, algo temblorosa. Me mira y puedo verme reflejada en sus preciosos ojitos azules, salpicados de lágrimas. Es tan bonita, incluso cuando llora.
—Gracias por esto, Carmen —me dice con voz ahogada.
Lo único que puedo hacer es atraerla otra vez hacia mí y abrazarla con fuerza. Como si no la quisiera dejar escapar.
Llegamos a su casa. La he traído en mi coche, tal como le prometí que haría. Miro hacia su hogar y luego, la miro a ella. No me quita el ojo de encima. Noto miedo en su mirada.
—¿Qué va a pasar ahora? —me pregunta con temor.
—¿Tú que deseas que pase?
Se queda pensativa por un leve instante, pero luego, su mirada me indica que está repleta de dudas.
—No lo sé. Nunca había creído que me ocurriría algo así —comenta tranquila—. Pero me ha gustado mucho. Y me gustaría que volviera a pasar.
Sonrío ante lo último que dice.
—A mí también —contesto.
Nos quedamos en silencio. Ella me coge de la mano y yo se la aprieto al sentirla. Nos miramos la una a la otra. Parecemos dos colegialas envenenadas por el primerizo amor. Quizás lo seamos.
—¿Ahora somos novias?
Me quedo sorprendida ante lo que dice.
—¿Perdona?
Ella se muestra algo reticente a hablar, pero decide hacerlo.
—Es que me dijiste que estás enamorada de mí y no sé, igual querrías que tuviéramos una relación.
—¿Pero?
Pestañea un poco. Parece que le cuesta hablar y creo que es por miedo a ofenderme por lo que dice.
— No soy lesbiana —me confiesa con tristeza—. Se supone que me gustan los chicos, pero ahora, estoy echa un lio.
Extiendo los brazos y ella se deja envolver por ellos. La estrecho con fuerza y aspiro la fragancia de su pelo. Luego nos separamos y miro su radiante cara, iluminada con una preciosa sonrisa. Es tan bonita, es perfecta. ¡Cómo no enamorarse de ella!
—Ana, eres muy joven y acabamos de iniciar la exploración de tu sexualidad —le digo de forma suave y confidente—. Tómate tu tiempo, yo estaré siempre aquí.
—¿No te importa si me acuesto mañana con ese chico?— pregunta algo atemorizada.
—Claro que no —respondo—. Lo único es que ese chico se va a llevar una gran decepción cuando se acueste contigo.
Nos reímos ante mi ocurrencia. Su carcajada es agradable y elegante, como lo es ella. Me acerco y la beso con dulce suavidad. Tras eso, ella se despega de mí y yo le susurro:
—Carmen, yo también te quiero.
Me sonríe y acto seguido, sale de mi coche. Mientras camina de vuelta a casa, se gira un instante y posa su mano en la boca para fingir que me manda un beso. Yo le envío otro. Tras esto, veo como entra y a continuación, yo pongo el coche en marcha y me voy de allí.
Menuda semanita. Lo que al principio era una de las mayores locuras que jamás pensé que cometería, se ha acabado convirtiendo en uno de los momentos más maravillosos de mi vida.
Ana es única en todos los sentidos y la adoro, pero no sé qué pasará entre nosotras dos. Acaba de empezar su andadura en esto del sexo y aún es pronto para saber que le gustará. Me inclino a pensar que puede ser bisexual con una clara preferencia por mujeres, lo cual sería algo ventajoso para mí. Pero a saber. Esto es especulación pura y dura y si hay alguien de quien menos me fíe, es de mi misma.
En fin, no sé qué va a pasar. De momento, prefiero ir con cautela, pero mis deseos son más que claros. La quiero y mi único deseo es tenerla a mi lado. Quiero pensar que le gusto y ese “te quiero” parece ser buena muestra de ello. Pero de nuevo, no me fio.
Me voy a tirar todo el fin de semana comiéndome la cabeza y más con una chica de tan solo 18 años, algo impensable. Tengo miedo, para que negarlo, ya que no quiero perderla. De todos modos, tampoco pasará mucho tiempo hasta que averigüe que ha pasado. El lunes, cuando vuelva a la piscina, me enteraré de todo cuando lo hable con su amiga y tras esto, le diré que tenemos que dar clases extra para mejorar sus técnicas de natación. Seguro que esta vez, aceptará encantada.
Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Lord Tyrannus.