Clarissa

Micheal visita su lugar favorito luego de un agotador día de trabajo.

Michael observaba desde una posición de autoridad, se sentía superior. Era lo mejor de su trabajo. Sentirse como Dios…

Veinticuatro horas atrás un café con dos terrones de azúcar habían transportado a Michael a la hermosa Plaza Navona en el barrio de Parione. Allí treinta años antes un joven con habilidades especiales y una mente perturbada comenzó un camino que lo sepultó en las más profundas sombras de su ser. Pero estamos divagando.

Veintitrés horas antes un hombre de unos cuarenta años se presentó en el Museo Metropolitano de Arte frente a una escultura de mármol que por el esquisto gusto de Michael se sabía que era una muy elaborada falsificación. El misterioso personaje se sentó en la misma lustrada banca y le alcanzó un sobre color madera.

Dentro la foto de un hombre de tez blanca, ojos grises y cabello dorado le devolvía una sonrisa agradable. Detrás de la imagen figuraba su nombre con sus datos básicos y su dirección y una breve lista con los horarios generales de su rutina. Al fondo del sobre cinco fajos de billetes. Eran euros y él ya conocía la cantidad, no albergaba la menor duda que no faltaría nada de la pequeña fortuna acordada. Los hombres que contrataban sus servicios tenían bien en claro lo que hacía. Y lo que es más importante, lo que ellos querían.

— Bien, espero que no nos veamos de nuevo. — repitió el hombre abatido a Michael.

— Mañana por la noche estará finalizado nuestro acuerdo. Si algún día quiere volver a contratar mis servicios, ya sabe cómo hacerlo. Ha sido un placer. — se había levantado para alejarse dejando atrás al hombre abatido.

Su trabajo era muy simple, asesinar personas. Así había comenzado. Su primera muerte había sido una mula de poca monta que se había quedado con diez gramos de metanfetamina. En un par de años una guerra de pandillas lo catapulto como sicario independiente. Primero solo eran muertes de ejecución, un simple tiro en la nuca. Pero en un azar del destino Michael vio que su billetera crecería si podía ser más personalizado su trabajo y la última década la había dado la razón. Los trabajos especiales facturaban muy bien.

Este era un trabajo especial. El hombre en frente de él estaba golpeado, sin dientes ni uñas. Había tenido que insertarle una buena dosis de adrenalina para mantenerlo despierto. Había pasado un par de horas golpeándolo. Se había tomado su tiempo en ir sacando una uña a la vez.

Los dientes habían sido más especiales, los había sacado y colocado en una cajita de pino aterciopelada y ya la enviaría a su empleador.

Generalmente el cumplía al cien por ciento sus acuerdo, y en rara excepciones ocurría lo contrario. Esta era una de esas excepciones. Entre lo que había aceptado hacerle a su víctima estaba la cuestión de la violación. Su empleador había pedido que violara, con acceso carnal, al hombre. Pero Michel no haría eso, simplemente no se rebajaría a violar a un hombre.

Él entendía las razones de su empleador, estaba justificado. La víctima en cuestión había violado, apuñalado y descuartizado a la hija de diecisiete años y la justicia había fallado permitiendo que el asesino quedara impune.

Esos pensamientos desaparecieron y lo llevaron de nuevo al presente. El hombre se había vuelto a desmayar luego de preguntar por decima vez el porqué de esa tortura. Michael no hablaba con sus víctimas… Decidido a terminar el trabajo tomó un cuchillo chuletero para dirigirse a dónde se encontraba su víctima que poco a poco volví a la conciencia. Se dirigió a su retaguardia dónde estaba inclinado de forma fetal y apuntando el cuchillo realizo 5 puñaladas sobre su ano donde su esfínter se desgarro haciendo brotar sangre y heces fecales. La respuesta del hombre fue un agonizante grito.

Posteriormente desató al individuo y con su mano derecha lo apuñalo doce veces en diferentes partes del cuerpo, completando los diecisiete años de la hija de su empleador. De la garganta solo salían intentos de respiración mezclados con sangre.

Una vez termina su labor se higienizó para retirarse del lugar dejando a su víctima sin signos vítales.

Fuera en la clara noche las calles de la antigua ciudad bullían con el sonido del crespúsculo de un largo viernes donde jóvenes de diferentes edades se dirigía a disfrutar del inicio del fin de semana visitando pub, bares y boliches. Sin embargo Michel tenía muy decidido a dónde lo guiaban sus pasos. A poco de llegar a su destino, en la esquina de una conocida confitería, una joven pareja demostraba su pasión con toques indecente donde sus manos, que se perdían entre la vestimenta de ambos, demostraban la calentura de los jóvenes amantes. La mano del muchacho se perdía bajo la blusa de la chica y está tenía su mano izquierda dentro de los pantalones chico a la altura de su entrepierna donde la movía frenéticamente. Nuestro protagonista mostró una ligera sonrisa pensando en lo hermosa que era la juventud y cómo los ligues terminaban en noche de pasión y desenfreno. La pareja ni se inmutó cuando pasó al lado de ellos para da vuelta a la izquierda y desaparecen en la oscuridad de un estrecho callejón.

El lugar al que se dirigía estaba discretamente oculto de miradas curiosas, pocos eran los que conocían dicho local y este gozaba de una gran discreción. No era la primera vez que Michael visitaba aquel lugar, era de sus favoritos. Gozaba de una gran variedad de producto y tenía un estricto código de respecto a sus clientes que eran hombres y mujeres de mucho dinero y poder.

Al  ingresar un joven de no más de veinte años lo recibió con una cálida sonrisa de dientes deslumbrantes. Y le dirigió la palabra con una voz cantarina.

— ¿En qué le puedo servir caballero?

Michel respondido lacónicamente.

— Deseo el servicio platino, por favor.

El joven asintió y pulsó un pequeño botón que estaba bajo el mostrador. En unos segundos una joven blanca, de pelo rubio natural y de ojos verdes apareció por una puerta lateral bien disimulada en el tapiz escarlata. Con un cortes saludo le entregó una carpeta foliada que Michael hojeo tranquilamente.

Dicha carpeta mostraba a diferentes mujeres y hombres con sus respectivas hojas de información donde se describían sus habilidades, destrezas, edades, preferencias, entre otros detalles extremadamente interesantes.

Cuando ya llevaba un buen tiempo se decidió por una joven pelirroja de ojos color gris.

Una vez que devolvió la carpeta se le hizo entrar por donde había aparecido la joven. Se le guio por un pasillo donde habían puertas a derecha e izquierda. Detrás le llegaban gran variedad de sonidos, algunos netamente sexuales, otros de dolor y otros de suplica y desesperación. Michael los ignoro estoicamente hasta llegar a su habitación asignada donde ingreso acompañado de la joven. El cuarto era amplio con una cama central perfectamente preparada (pero que Michael no ocuparía). Y dos puertas, una a la derecha mirando a la cama y la otra mirando la puerta de entrada, él ya había ocupado esa recamara en anteriores ocasiones.

— En diez minutos se habilitara el siguiente dormitorio. Cualquier cosa no dude en llamarnos por el interno siete.

Una vez solo se desvistió e ingreso a la segunda puerta donde se encontró con el lujoso baño. Ya en la ducha con agua bien fría se lavo a conciencia y a pesar de conocer lo que ocurriría su miembro se mantuvo en estado de relajación entre sus piernas. Si algo que Michael sabia hacer era controlar sus impulsos.

Ya seco y con un bóxer se dirigió al segundo cuarto.

Al elegir a la muchacha lo único que había visto de ella era su rostro y los detallados números de sus medidas. Nada de esto le hacía justicia a lo que encontró en el cuarto.

Sobre una amplia cama se encontró a un joven ejemplar de mujer. Había elegido bien. La joven tenía los ojos vendaos, una mordaza con bola no le permitía hablar y estaba con los brazos sujetos en su baja espalda. Las piernas estaban amarradas con las rodillas dobladas al borde de la cama y estaba como Dios la trajo al mundo.

Los pechos no eran demasiados grandes pero tenía unos pezones color rosa un poco erectos. Este era el único signo de una insipiente excitación, ya que la respiración de la joven era normal… Observo detenidamente la entrepierna de la mujer para comprobar agradablemente que el color escarlata de su cabello era natural. Eso le causo el primer grado de excitación que no se traslado a su miembro, pero si le encendió el morbo.

Decidido y en completo silencio tomo uno de los mecanismos que se encontraban en un costado de la habitación. Eran varios mecanismos con fines netamente sexuales y de tortura. Sin embargo, el no pretendía seguir torturando esa noche. Tomo uno que era una serie de engranajes unido a un pequeño motor a baterías, en el extremo que daba vuelta había una tira de cuero de veinte centímetros de largo por cuatro de ancho. Los acerco a la entrepierna de la joven pelirroja y lo encendió en la primera de las tres velocidades que tenia.

La tira de cuero golpeo la vagina de la mujer sobre su clítoris deslizándose por el resto de de su entrepierna rosando sus labios mayores. El quejido de la joven fue de sorpresa y luego de una muestra de incomodidad de parte de ella guardo silencio. Michael tomo una silla y observo atentamente.

Luego de cinco minutos la muchacha comenzó a gemir y su vagina revelo los primeros indicios de humedad, claro signo de excitación. Sin embargo, nuestro protagonista la mando a callar rápidamente. Ella pudo contenerse los siguientes minutos, pero cuando Michael aumento la velocidad los gemidos comenzaron a salir ahogados de su boca tapada.

En ese momento se dirigió a la mesa de la izquierda y tomando unas pequeñas pinzas afiladas encaro a la joven. Primero fue sobre el pezón izquierdo y luego sobre el derecho. El nuevo elemento en juego genero quejidos en la joven pero fueron sustituidos por gemidos inmediatamente. Mientras tanto la vagina siguió siendo torturada por veinte minutos mas sin lograr que la pelirroja alcanzara el orgasmo.

Una vez pasado ese tiempo el hombre aparto la maquinaria y se acerco su rostro a la entrepierna de la muchacha que al sentir el aliento de su amo gimió dulcemente. El aroma a mujer en celo era embriagador, y lentamente la experta lengua abandono la boca para recorrer la vagina desde el perineo hasta el clítoris. Todo el cuerpo de la joven se estremeció y el agridulce sabor de los fluidos inundo la boca del hombre causándole que su miembro alcanzara la erección completa.

Se encargo de devorar velozmente la vagina bebiendo el dulce néctar que producía el órgano femenino gracias a las atenciones dadas. Dedicaba gran esmero al pequeño botón que coronaba los labios superiores. Y en el momento que la dulce víctima se encontraba al borde del orgasmo Michael se detuvo produciendo una desesperante queja en la joven. Queja que murió a un grito se cortante de Michael que tomando de las pinzas de los pezones tiro fuertemente ellas ocasionando un fuerte quejido de dolor que acelero al limite el agitado respirar de la chica.

El bóxer acabo en el suelo en segundos. Y el miembro erecto quedo a la vista de su dueño. Era un hombre dotado, su miembro era ancho y estaba recorrido por varias venas que lo mantenían irrigado. El glande estaba semi oculto por el prepucio y goteaba líquido pre seminal.

— Te voy a quitar la mordaza. No quiero que hables y mantén la boca cerrada hasta que yo te indique lo contrario. ¿Quedo claro?

La joven asintió lentamente con su cabeza.

Ágilmente desato la correa y la chica abrió y cerró la boca varias veces para aliviar su carretilla adolorida. Aun sin poder ver espero expectante a ver qué hacia el hombre. Y cuando sus fosas nasales se inundaron del característico aroma del líquido seminal no pudo contener su impulso y su boca produjo una gran cantidad de salva que la dejo expectante a la espera de lo que sabía que vendría.

Michael tomo su polla y con un sutil movimiento de su mano dejo el hinchado glande completamente a la vista. Lo acerco a los labios de la joven y moviendo el miembro los pinto con al aceitoso néctar.

— Abre lentamente la boca,  no te apures…

La joven siguió las instrucciones al pie de la letra y sintió como lentamente el capullo ingresaba a su boca. Cuando su lengua sintió el característico sabor no puedo evitarlo y lamio la cabeza del pene produciendo un gemido excitante en Michael. Luego de eso continuaron los lametones a la cabeza del miembro y los gemidos del anfitrión inundaron la habitación. La muchacha se dedico deseosa a su tarea y  la mamada comenzó a ser profundizada con el miembro ingresando poco a poco en la boca de la joven mientras su saliva ya corría por su mentón mojando sus senos.

En diez minutos Michael había logrado que la nariz de la joven llegara a su depilado pubis tragándose toda su verga que inundaba la garganta de la experta muchacha que controlaba, a base de experiencia, las arcadas que podía producir.

Michael se estaba cogiendo violentamente la boca de la joven. Ya cuando sentía como su leche se aproximaba a ser escupida por su miembro se detuvo y la saco de la boca para dirigirla a la vagina de la pelirroja. De una sola estocada la metió entera sacando un grito de placer de la joven que en breve llegaría al ansiado orgasmo.

Las embestidas subieron de velocidad igual que los gemidos de ambos amantes. Michael mientras tanto se sostenía de las piernas maniatadas de la pelirroja. Pero al momento en que ambos alcanzaban el placentero orgasmo, nuestro hombre llevo ambas manos y comenzó a estrangular a la pelirroja presionando su cuello y aplastando su tráquea. Los disparos de leche inundaron la vagina de la joven empujándola al orgasmo mientras luchaba intensamente por respirar.

Fue el mejor orgasmo que la pelirroja había tenido en su vida. Treinta segundos después de la eyaculación de su amante perdió el conocimiento.

Media hora después Michael le entregaba cuatro fajos de euros al recepcionista del prostíbulo que comprobó alegremente que estaban los 20000 euros. A solo unos metros tres mujeres maduras desataban a la joven Clarissa y se cercioraron que la niña que cumplía diecisiete primaveras el lunes no tenía ya signos vitales. El médico les informo que no se podía hacer nada, habían sido seis adolecentes esa semana, un numero bajo para los estándares del local.

Esa noche Clarissa no llegaría a amantar a su beba de dieciocho meses.