Clara y Larisa: primera vez
Una venganza lleva a unas mujeres a experimentar nuevos placeres.
I
Del otro lado de la puerta se alcanzaban a escuchar las exhalaciones de un hombre y los refunfuños de una mujer. Estas últimas fueron en aumento hasta hacer resonar el eco del pequeño lugar donde se encontraban encerrados. Al poco tiempo se abrió la puerta y salió Valentina haciendo un gesto desagradable, casi al borde de las lágrimas. Afuera la esperaba Clara, que sonrió descaradamente y se llevó la palma a la boca para no soltar una carcajada.
Durante la reunión habían llevado demasiado lejos el juego de “verdad o reto”. Tocó el turno de Valentina que, para su desgracia eligió reto y Clara no tuvo piedad con ella.
—Hazle una mamada a Juan.
Quienes estaban presentes rieron, incluida Valentina, hasta que volteó a ver a Clara que la miraba con severidad.
—Hablo en serio—reiteró.
—Jajaja—río Valentina—¿piensas obligarme?
Clara tomó su teléfono y lo señaló —bueno, si no lo haces le diré a tus padres dónde estás ahora, ¿qué te parece?
Entonces el semblante de Valentina cambió al mismo tiempo que el de Juan se iluminó.
—Ven—le dijo Juan—vamos al baño, que sé que te vas a quedar con ganas de más, jejeje.
Todos rieron y Valentina siguió a Juan al baño, más que porque quisiera, para alejarse de los demás. Tras escucharse una pequeña discusión, siguió un momento silencioso hasta que comenzaron a escucharse los refunfuños de Valentina y la agitación de Juan. En algún instante ella trató de sacárselo de la boca, pero Juan la tomó por el pelo con ambas manos y retuvo la carita de ella pegada al pubis de él.
—Ahgggg, Ahgggg—el quejido de Valentina se escuchó hasta afuera . Fue justo después de eso que salió del baño y encontró a Clara burlándose de ella.
—Se vino en mi boca, ¡cerdo asqueroso!— chilló Valentina enfurecida.
Tras carcajearse, Clara le dijo.
—No es para tanto
Habían pasado ya varios años desde lo ocurrido, pero era lo que venía a la mente de Valentina en ese momento, que cruzaba de noche la ciudad en su camioneta. Miraba a Clara, que iba en el asiento del copiloto, y su pose era muy distinta a la insolente que tuvo aquella vez. Iba cabizbaja, ocultando sus manos entre sus muslos. Su pelo quebradizo y oscuro le cubría parte de la cara. Se dirigió a Valentina con voz baja.
—Sé que es mucho dinero, pero entiéndeme, por favor. El cabrón se llevó todo, me ha dejado sin un centavo, no sé que voy a hacer, necesito tu ayuda.
—No puedo arreglar todos los desastres que te dejan tus ex. Ya te he ayudado bastante, ibas a quedarte en medio de la nada en la madrugada y vine por ti. Soy tu amiga y fue porque confié en ti que te presté ese dinero. No pienso dejar pasar por alto esto, sería demasiado—señalaba Valentina mientras, al poner atención al camino, descubrió algunas siluetas que le llamaron la atención. Distinguió que eran unas pocas mujeres que se encontraban a lo largo de la calle. Su vestimenta delataba el motivo por el que ahí se encontraban; llevaban faldas muy cortas y entalladas y lucían mucho más altas debido a lo alto de la plataforma de sus zapatos. Al descubrir de qué se trataba, se inquietó e instintivamente aceleró. Sin embargo, en ese momento vino a su mente una idea perversa. Se lamió los labios. Dio vuelta al volante de su camioneta, cambiando la ruta que seguía y, concentrándose en cómo ejecutaría su idea, dejó de escuchar a Clara que seguía dando alegatos para arreglar su situación.
Cuando Clara por fin prestó atención al camino, se mostró extrañada.
—¿por qué damos vueltas, no habíamos pasado ya esta calle?—le preguntó a Valentina.
—He pensado una manera en que me pagues el dinero que me debes—dijo Valentina con una entonación malvada.
—¿cuál?
Entonces Valentina apuntó hacia alguna de las siluetas que había visto. Clara frunció el ceño para identificar qué era lo que apuntaba Valentina, cuando se dio cuenta, tuvo un sobresalto.
—¿quieres que me prostituya para pagarte?
II
Con un suave subir y bajar Larisa pasaba el cepillo sobre su pelo ondulado color miel, ni rubio, ni castaño. Al terminar de cepillarse lo dejó en su tocador y se le quedó contemplando con nostalgia. Había querido dedicarse a peinar, hacer cortes y tocados, pensaba incluso en ganar lo suficiente para abrir su propio negocio. Pero las cosas se fueron complicando hasta llegar a este día en que se miraba frente al espejo, con la mano en su cadera para comprobar que su ropa se ciñera lo suficiente a su figura.
Un saco color chedrón y una minifalda color mostaza envolvían el curvilíneo y suculento cuerpo de Larisa. Ese cuerpo que por primera vez saldría a vender. A veces sus piernas temblaban de forma espontánea y salían de su boca ligeros gimoteos. Miró sus pies descalzos y después los zapatos de espesa plataforma, pero no terminó de hacerse a la idea de que fueran con ella y optó por ponerse unas botas largas sin mucho tacón.
Terminó de guardar todo en su bolso y abrió la puerta de su departamento. Sabía que al volverla abrir al regreso, la mujer que ahora salía ya no sería la misma. Recordaba las palabras de quien la había introducido al oficio “Ya no tienes ni con qué pagar la renta, o te vendes aquí o regresas a tu país y te vendes allá, pero creo que sabes donde vas a conseguir más plata”.
Dio un profundo suspiro y cerró la puerta.
Pasó toda la noche con los ojos bien abiertos como una lechuza observando todo lo que pasaba en la calle, que estaba concurrida por las que ahora eran sus colegas de profesión. Permaneció con una mano metida en su bolso, sosteniendo las llaves para empuñarlas como arma, temiendo que algún hombre se acercase y la agrediera. La timidez no le ayudaba a conseguir su primer cliente, pues estaba pegada a la pared, protegiéndose en el recoveco de un edificio, como no queriendo ser vista. Por esta razón los autos que se acercaban eran acaparados por sus colegas más experimentadas.
La mayoría de las otras mujeres ya habían abordado los automóviles de sus clientes y algunas habían regresado a la pesca de más. Avanzaron las horas y la calle se despejaba, ya casi no pasaban carros, muchas colegas se habían retirado y de aquel lugar colmado de mujeres quedaban algunas que se distribuían ampliamente en la calle.
Larisa se sentía de trapo y le dolía el pecho tanto del nerviosismo que le producía sumergirse en esta actividad por primera vez, como de la decepción de no haber conseguido un cliente en toda la noche. Una camioneta avanzaba por la calle con cierta velocidad. Larisa cerró los ojos y respiró profundamente, al abrirlos la camioneta ya había pasado. Dio un fuerte suspiro y se preguntó si valdría la pena seguir ahí, si sería mejor intentarlo la noche siguiente. Abrió y cerró la palma donde sujetaba las llaves, la cual constantemente se le entumecía por permanecer empuñada.
En ese instante vio otra camioneta que avanzaba por la calle, ahora con suficiente lentitud. Parecía ser la misma que había pasado hace unos minutos. El corazón de Larisa golpeó como un tambor y con cada vez con mayor rapidez conforme la camioneta se acercaba a su posición. El rodar de los neumáticos de la camioneta emitía un ligero sonido rasposo que se iba haciendo cada vez más lento hasta que dejó de oírse. La camioneta se había detenido justo frente a ella. Se escuchó el chillar del motorcito que bajó el cristal de la ventana.
Larisa sintió que sus piernas se le volvían agua y que su corazón se iba a salir de su pecho, de tan fuerte que latía. Escuchó la bocina de la camioneta. Aunque era un sonido nada peculiar, la escuchó como un estruendo que le indicaba que había llegado la hora de atender a su primer cliente.
Cerró los puños, e hizo un gran esfuerzo para poder moverse hacia la camioneta, venciendo todo su miedo y ansiedad. Se movió dando ligeros pasitos, el silencio de la madrugada hizo posible notar el suave resonar del tacón de sus botas, que de otro modo se habría perdido en el bullicio.
Larisa trataba de asumir que este era el momento en el que se convertía en una más de las mujeres que trabajaban en esa calle. Su mirada por fin intentó encontrarse con el que sería su primer cliente. Para su sorpresa distinguió dos siluetas dentro de la camioneta. Empezó a sentir escalofríos, pero conforme se acercaba y afinaba su vista pasó de un nerviosismo que la helaba, a la absoluta confusión.
Distinguió que las ocupantes de la camioneta eran únicamente dos mujeres que se encontraban en la parte delantera. Su rostro pasó de mostrar nerviosismo a insatisfacción. Por fin se aproximó a la ventanilla de la camioneta.
—¿Sí?— soltó de forma seca y haciendo una mueca de extrañamiento, como si la presencia de esas mujeres ahí fuera indebida de algún modo.
—Sube—dijo con firmeza la conductora de la camioneta
III
—No, no quiero que te prostituyas—contestó Valentina maliciosamente.
—Entonces ¿qué quieres que haga? ¿qué tienen que ver esas putas con todo esto?— replicó Clara enfadada.
—Pues si te folla una de ellas, queda saldada tu deuda conmigo. —le dijo Valentina mientras sus ojos brillaban y se formaba en su rostro una sonrisa maligna.
Entonces un frío recorrió el cuerpo de Clara que quedó pensativa un instante tratando de formular una respuesta a la propuesta descabellada de Valentina. Se dio cuenta que no había nada que responder. Vino repentinamente a su mente el recuerdo de lo que años antes le había hecho a Valentina. Acababa de perder una fuerte suma de dinero que ella le había prestado. Bastaron unos segundos para darse cuenta que estaba a su merced, que no había nada que replicar ni tenía nada para negociar y que Valentina estaba decidida a llevar a cabo su venganza. Negarse solo empeoraría las cosas para ella.
Clara miró a Valentina de forma sumisa y encogió los hombros. Su silencio selló el trato. Tenía que hacer lo que quería Valentína, no tenía opción.
—Te voy a escoger a la más bonita—dijo Valentina tratando de romper la tensión que se había creado al interior de la camioneta—ves a esa chica, parece una muñeca.
Presionó un botón y el cristal del copiloto se deslizó hacia abajo. Valentina miró a la distancia a la chica que no parecía responder al hecho de que se hubiera detenido justo frente a ella. Tocó la bocina. La chica comenzó a moverse pausadamente hacia la camioneta, como si tuviera miedo de acercarse.
—¿Sí?— soltó de forma brusca la mujer al llegar a la ventanilla, después de inspeccionar detenidamente el interior de la camioneta y darse cuenta que sólo estaban ellas dos.
—Sube—replicó Valentina.
Y por un momento la mujer quedó inmóvil. Sus ojos verdes quedaron mirando al vacío. Se había detenido su respiración y hasta su pelo parecía haberse congelado. Este pelo color miel, su brillante piel avellanada, junto a sus ojos verdes y sus prendas de tonos otoñales hacían que así inmóvil, pareciera una escultura de madera fijada en aquella calle. Y esta escultura volvió a cobrar vida hasta que de nueva cuenta Valentina insistió
—Ven, sube— e hizo un gesto con la mano indicándole que subiera a los asientos traseros.
Con suficiente pausa la mujer abrió la puerta y subió a la camioneta. Tomó posición detrás del asiento del copiloto, donde viajaba Clara, y la camioneta arrancó.
Desorientada por lo que estaba pasando Larisa trató de hacer una pregunta, pero apenas pudo exhalar vaho. Se humedeció la boca y con una voz tenue por fin preguntó —¿para quién es el servicio?—, pues asumía que estas mujeres la llevarían con uno o varios hombres. Quizá ellas y sus parejas eran swingers y acostumbraban contratar prostitutas para “amenizar” los encuentros. Así que este primer trabajo se volvía más complicado de lo que esperaba.
—¿Pues para quién va a ser? — alegó Valentina —para nosotras.
Y tras esta respuesta Larisa hubiera dado un grueso trago de saliva si no le hubiera quedado la boca seca. Comenzó a tener escalofríos y tratar de asimilar todo lo que estaba pasando. Esperaba a un único varón como su primer cliente. No sabía si aceptaría estar con dos hombres en un trío, pero contemplaba esa posibilidad. Según le habían contado, en algunas ocasiones las parejas levantaban a prostitutas, generalmente para hacer un trío y complacer al hombre y, en ciertas veces, cachondear con la pareja de él. No le habían advertido que fuera una posibilidad dar servicio exclusivamente a una mujer. Pero un trío de solo mujeres era algo demasiado extraordinario como para que fuera a ocurrirle a ella justamente en su primer día de trabajo.
La camioneta arrancó. Por varios minutos el silencio envolvió la cabina. Las pasajeras iban mustias, pues las invadía el desasosiego, a Clara por toda una ráfaga de acontecimientos que la habían llevado a estar a merced de Valentina quien se vengaba de ella de una forma grotesca; a Larisa porque la noche estaba siendo abrumadora, al momento que se introducía en su nuevo oficio ocurría un hecho excepcional del que no tenía idea si podría mantener bajo su control.
Valentina rompió el silencio —¿cómo te llamas, linda? — le dijo dulcemente a Larisa, al mismo tiempo que la miraba por el espejo retrovisor. Larisa tardó un poco en reponerse y atender a la pregunta.
—Nadia — dijo con apenas voz, el que era el nombre que había adoptado para el trabajo.
—Vas muy seria, Nadia—indicó Valentina, —Pero pronto te divertirás con este bombón— dijo, mientras volteaba a ver a Clara de forma pícara. Fue en ese instante en el que Clara puso atención a la mujer que recién había abordado la camioneta. Miró por el espejo retrovisor y por primera vez sus oscuros ojos se cruzaron con el par de esmeraldas de Larisa. Cuando ello ocurrió, instintivamente ambas bajaron la mirada y trataron de hundirse en sus asientos. El corazón de ambas se comenzó a acelerar.
Completamente despistada del rumbo que habían tomado, Larisa se dio cuenta que no sabía a dónde iban, ni les había indicado a dónde ir hasta que en su ventana apareció la fachada de un hotel de lujo, en el cual se adentró la camioneta.
—¡Adelante chicas!— les dijo entusiasmada Valentina al momento que descendía de la camioneta y se dirigía a la recepción del hotel.
Como si sus zapatos fueran de plomo, Clara y Larisa bajaron lentamente de la camioneta y caminaron pausadamente detrás de Valentina. Iban juntas, pero como si fueran invisibles una a la otra, evitando a toda costa mirarse o intercambiar alguna palabra, como si temieran electrocutarse de entrar en contacto entre sí.
A Valentina le extrañó un poco la actitud de “Nadia”, pero no le dio importancia porque sus pensamientos se concentraban en Clara. Comenzaba a hervirle la sangre por disfrutar ver a su amiga humillada. En el trayecto había imaginando lo que le haría a Clara con la chica a la que había subido a su camioneta. Y la situación le era doblemente excitante porque, además de su venganza, vería en directo por vez primera una interacción lésbica. Así que apresurada por llevar a cabo su travesura trató de tramitar lo más rápido el acceso a su habitación.
—Una habitación doble—solicitó a la recepcionista que miraba con cierta sospecha la llegada de esas tres mujeres en la madrugada.
—¿No traen equipaje?—preguntó la recepcionista con tono de insatisfacción.
—No, solo queremos descansar después de una alocada noche de chicas, ¿verdad amigas?—dijo Valentina, mirando lujuriosamente a sus acompañantes, quienes cabizbajas, ni siquiera asintieron.
Sin más discusión la recepcionista les entregó la tarjeta de la habitación. Con urgencia, Valentina apresuró a Clara y a Larisa para que subieran al ascensor. Una nueva atmósfera de silencio se creó al viajar por el elevador. Pero mientras que Clara y Larisa sentían un vacío por dentro, Valentina sentía un fuego que le recorría toda la piel. Comenzó a mirar con detenimiento a su amiga y a la señorita que había levantado en la calle. Ambas lucían afligidas y permanecían inmóviles, como maniquíes. Por primera vez, Valentina empezó a examinar los atractivos sexuales de su amiga y de la acompañante.
Unos ajustados jeans lucían las amplias caderas de Clara. Era evidente que había tenido que arreglarse improvisadamente pues, no llevaba maquillaje y había tomado la primer camiseta que tenía a la mano, que holgada y arrugada, ocultaba los generosos pechos de Clara que, aunque no muy grandes, Valentina sabía que eran chonchitos. La angustia por la que pasaba Clara hacía que su piel, ya de por sí blanca, se tornara pálida. Y entonces Valentina pasó su inspección a la que conocía como “Nadia”. El espacio entre las botas altas y el filo de la minifalda revelaban unas bronceadas y carnosas piernas. La ceñida minifalda también indicaba unas caderas anchas. Y, aunque el saco le cubría muy bien la parte superior, no ocultaba que debajo de él había un par de montecitos muy apetitosos.
Contemplando aquella escena, Valentina se dió cuenta que Clara y Larisa eran, en cierta medida, un reflejo la una de la otra, sólo que en diferente tonalidad, un par de curvilíneos relojes de arena, uno de tierra ocre, otro de sal.
Ensimismada, Larisa no prestó atención a la mirada inspectora de Valentina, pero cuando advirtió que prácticamente la estaba desnudando con la mirada, cruzó las piernas, como si realmente quisiera proteger su cuerpo desnudo de aquella mirada lasciva. Sin embargo, hasta ese momento se dió cuenta de que no tenía idea de lo que iba a hacer a continuación. Como la servidora sexual, quizá esperarían que ella tuviera la iniciativa, pero no solamente nunca había experimentado el sexo con mujeres, sino que ahora tendría que complacer a dos. Llevaba un dildo en su bolso ¿le serviría acaso? Y entonces un pensamiento llegó a su mente y su pecho se heló ¿y si ellas son las que querían hacerle algo a ella? ¿qué le harían? Comenzó a temblar, y sus temblores se aceleraban al contemplar la mirada libidinosa de Valentina que le lanzaba desde arriba —pues Valentina era un tanto más alta que ella y que Clara—, pero en aquel trayecto en el ascensor, que le estaba pareciendo eterno, también se percató de que no le había puesto mucha atención a Clara. Inició a mirarla con detalle y percibió el decaído semblante que contrastaba con la animosidad de Valentina.
Hasta ese instante Larisa cayó en cuenta que Clara no estaba del todo contenta con lo que estaba sucediendo. El agudo timbre y el rasposo abrir de las puertas del elevador interrumpieron sus pensamientos. Valentina se apresuró a salir del elevador. Con mayor pausa fueron incorporándose al pasillo de las habitaciones Clara y Larisa.
Completamente desorientada, Clara avanzaba como una autómata hacia la habitación, cuando sintió que su brazo se atoraba con algo. Era Larisa, quien la tomaba con cierta fuerza. —¿estás bien?—preguntó Larisa, con su voz grave a la vez que dulce—¿necesitas ayuda?—insistió, al tiempo que sostenía su teléfono, como indicándole que podía hacer una llamada si lo requería.
Clara no entendió aquella actitud de la mujer que hace apenas unos minutos había subido a la camioneta de Valentina pero, entre todo lo sucedido aquella noche, tuvo cierta sensación de alivio al ver que alguien se preocupaba por ella. Fue hasta esta ocasión que Clara observó con detenimiento a Larisa, a cómo iba vestida, a su carita redonda y morena, adornada por la caída de su rizado pelo color miel, a sus penetrantes ojos verdes que, bien abiertos, esperaban una respuesta de parte de Clara.
—Sí..sí, estoy bien—dijo Clara titubeante y con voz baja.
—¡Vengan, entren!—interrumpió Valentina, que esperaba ya en la puerta abierta de la habitación, ansiosa.
Por fin se introdujeron a la habitación que las recibía a media luz y dejaba ver que era un espacio amplio y elegante. Tenía la habitación dos camas grandes, serían king size, y estaba todo el piso alfombrado.
Un sonido duro se escuchó, era la puerta de la habitación que Valentina había cerrado rudamente. Pasó rápidamente los seguros y se volteó hacia Clara y Valentina con una mirada obscena.
Larisa dejó su bolso sobre una de las camas y tímidamente se acercó a Valentina —no tengo mucha experiencia con mujeres— le confesó finalmente, aunque para ser sincera debió haber dicho “no tengo nada de experiencia con mujeres”.
Pero la confesión de Larisa únicamente hizo que la sonrisa en el rostro de Valentina se hiciera más grande. —No te preocupes, somos vírgenes de mujeres— replicó.
—Voy a ponerme cómoda— dijo Valentina. Pasó un breve instante al baño, al salir ya se había quitado su pantalón y sus zapatos. Iba descalza. Su blusa blanca de manga larga y botones apenas llegaba al inicio de los muslos de sus extensas piernas y, por cómo se traslucía su blusa, se notaba que se había quitado el sujetador. Avanzó por la habitación hacia el frigobar, mientras con su mano iba acicalándose el cabello, rompiendo el peinado del día.
La relajada actitud de Valentina contrastaba con la de las otras dos mujeres que parecían más bien soldados de plomo, de pie y fijados al piso. Valentina tomó una cerveza, la destapó y con tranquilidad fue y se sentó en la orilla de una de las camas.
—Nadia—dijo Valentina con autoridad —quítale la ropa a mi amiga, déjala como Dios la trajo al mundo— le indicó, para luego dar un trago a su cerveza.
Para Larisa esa fue la indicación de que había llegado la hora de comenzar a trabajar. Aún no entendía muy bien qué era lo que estaba pasando y volteó a ver a Clara, esperando que asintiera, que le indicara que estaba de acuerdo con la instrucción que le había dado Valentina.
—¿Por qué no tomamos todas algo antes de empezar?—replicó nerviosamente Clara, tratando en vano de aplazar la acción. Valentina sonrió y contestó —claro que no, esta noche quiero que estés lo más sobria posible— y dio despreocupada otro trago a su cerveza.
Clara trago saliva y dirigió una angustiada mirada a Larisa, a quien vio como a un toro bravo que escarbaba la tierra preparándose para embestirla y arrancarle sus prendas, hasta que se percató de unos ojos verdes que indulgentemente la miraban. Entendió que Larisa esperaba una señal para iniciar.
Desde que Valentina le había hecho la proposición hasta ahora sus músculos solo habían acumulado tensión, pero ante la mirada de Larisa decidió rendir su cuerpo, dio un fuerte suspiro y todos sus músculos se relajaron. Pasó de ser un soldado de plomo a una figurita de plastilina.
—Está bien— dijo dulce y suavemente, dirigiéndose a Larisa.
Por su parte, al llegar a la habitación y entender un poco mejor lo que estaba pasando, Larisa también empezó a relajarse e incluso a tomar gusto por lo que iba a suceder. Aquella tarde al salir de su departamento había imaginado una situación horrible en la que terminaba medio sofocada, aplastada en la cama debajo de un viejo gordo que atacaba su intimidad con rudeza, o atragantándose con el miembro de algún imbécil que le jalara el pelo, o a cuatro patas con el culito desgarrado.
Pero estaba en una habitación de lujo con dos chicas, una de ellas dócil y la otra con más interés en Clara que en ella, así que ¿qué era lo peor que podía pasar?
Nada semejante a lo que había imaginado, a lo que tanto temía y por lo que se había rehusado a tomar clientes esa noche. Así que cuando los delicados labios de Clara articularon “está bien”, sin quererlo, en el rostro de Larisa se dibujó una sonrisa.
Sosteniéndole la mirada, Larisa se acercó con pasos pausados a Clara, a quien el pecho comenzó a inflársele y desinflársele hondamente y a mayor velocidad conforme Larisa se aproximaba a ella.
Clara quedó pasmada, como si la carita sonriente de ojos verdes la hubiera hipnotizado. El pulso se le aceleró de repente cuando súbitamente sintió una tensión al costado de su camiseta y sin darse cuenta ya tenía su vientre al descubierto. La holgada camiseta que apenas rozó sus pechos ni siquiera le exigió colaborar, brevemente una cortina de tela cubrió su vista, y cuando menos lo pensó, su camiseta se esfumaba por sus manos.
Su torso quedó únicamente cubierto por un brasier blanco con encaje y por algunos mechones de su pelo que la camiseta había arrastrado hacia el frente. Ahora eran notorios los carnosos aunque no muy voluminosos pechos que, sin quererlo, se inflaban seductoramente con la fuerte respiración de Clara.
La piel de su vientre sintió las manos de Larisa. Bajó la mirada y vio a éstas maniobrando al filo de su pantalón y un vértigo le recorrió todo el cuerpo cuando percibió que la presión del pantalón alrededor de su cadera se liberó y dicha presión se debilitaba rápidamente conforme Larisa bajaba el cierre.
La mano de Larisa palpó su hombro, la había puesto ahí como para apalancarse y girar por detrás de ella. Ya sin la chica de ojos esmeralda enfrente de ella, Clara se percibió aún más vulnerable. Sintió que las pequeñas y tibias palmas de Larisa entraban a su pantalón y se friccionaban en el costado de sus glúteos, cada vez más abajo, conforme lograban vencer la tensión del pantalón sobre sus caderas. Notó la tibieza de aquellas manos en la parte posterior de sus muslos. Con delicadeza, pero con más rapidez que a la altura de la cadera, su pantalón se escurrió hasta debajo de sus pantorrillas. A esa altura sintió una mano de Larisa tomando su pierna y haciendo fuerza para levantarla, mientras la otra sujetaba el plegado pantalón.
Llevaba unas zapatillas sencillas, sin tacón y sin agujetas, así que su pié se desencajó fácilmente y su pierna fue guiada por la mano de Larisa hacia afuera de su pantalón. Sin apenas advertirlo ya estaba solamente en ropa interior. Miró con detenimiento a Valentina que, al filo de la cama se deleitaba con el espectáculo, el cual sazonaba con sorbos de cerveza. No acababa de prestarle atención cuando advirtió una descompresión en su pecho y en segundos el roce de los tirantes del sujetador sobre sus brazos. Bajó la mirada y contempló sus redondos y blancos pechos al descubierto pero también, vio con asombro que una banda blanca descendía por sus muslos. No se había dado cuenta del momento en el que Larisa la había tomado de la pantaleta. Instintivamente apretó las piernas. Pero tras unos tirones a la altura de las rodillas la prenda bajó por las piernas y Larisa se encargó de los últimos rituales para que la pantaleta dejara de darle servicio al cuerpo de Clara. Se llevó una mano al pubis y con su antebrazo cubrió sus senos.
—Deja que te veamos— gritó Valentina.
Clara bufó. Aunque con reticencia apartó lentamente la mano de su pubis y bajó el brazo que cubría sus senos, sin despegarlo de su cuerpo, hasta dejarlo a la altura de su vientre. Alzó la vista y encontró la mordaz mirada de Valentina que parecía querer aprenderse su cuerpo de memoria.
Valentina nunca había visto a Clara desnuda. Descubrió que estaba más buena de lo que se veía. Aunque era bajita, su nacarado cuerpo parecía una escultura de mármol. El ondulado y oscuro pelo bajaba hasta la altura de sus senos, los cuales eran prácticamente medias esferas perfectas, adornadas en su cima con lo que parecían rosadas flores de cerezo. La curvatura de su torso bajaba elegantemente hacia sus anchas caderas. Una mancha rala de vello oscuro cubría su pubis y, al bajar la mirada, se encontraban unas anchas y carnosas piernas.
Larisa, que aún se sentía un tanto extraña por la situación, también aunque de forma discreta, viró su mirada al cuerpo de Clara a la que recorrió de pies a cabeza. Sin embargo,apartó la mirada cuando de forma repentina percibió un ligero calambre en su entrepierna, que le resultó agradable.
Valentina llevó su mano a su mentón, se quedó pensando por un breve instante y luego se lamió los labios. —¿Te parece bien si también te quitas la ropa?—. Larisa se confundió un poco por la cordialidad con la que le preguntaba, pues a fin de cuentas se supone que ella estaba ahí para servirles. Encogió los hombros y respondió un “sí” de forma seca.
—¿Quieres que baile?— se aventuró a decir, como para justificar su trabajo.
—No—replicó Valentina —mejor, que también te ayude mi amiga —dijo, al momento que le hacía una seña a Clara, para indicarle que era su turno.
Clara y Larisa intercambiaron miradas. La primera se consternó todavía más por tener que cumplir con otro desafío que, sabía, la acercaba al punto en que tendría que realizar actos íntimos con aquella mujer, según lo acordado con Valentina. Larisa, por su parte, se puso nerviosa, pero la desnudez y el acojonado semblante de Clara, le inspiraron cierta ternura. Puso sus brazos a los costados, tomando la posición como la de una muñeca a la que le quitan y ponen la ropita.
Titubeante, Clara no se atrevía a acercarse a Larisa.
—Empieza por las botas— indicó Valentina, la que se había convertido en la directora de escena de la situación.
De forma lenta Clara se agachó y apoyó una rodilla en el suelo para alcanzar las botitas de Larisa. Tras una breve inspección encontró el cierre y lo bajó, dejando a la vista una torneada pantorrilla morena. Tomó la bota y Larisa le ayudó elevando su pierna para sacársela, al hacer esto, Clara elevó la mirada que, por la posición que había tomado Larisa, le dejó ver el color anaranjado del puente de sus bragas, así que bajó la mirada apresuradamente. Retiró la otra bota manteniendo su vista hacia abajo y se puso de pie.
—Sigue con el saco—ordenó Valentina, que le hacía las indicaciones para evitar su titubeo.
Un poco intimidada por el hecho de estar desnuda frente a Larisa, Clara llevó sus manos hacia el saco de Larisa, el cual desabotonó de forma torpe de arriba hacia abajo. La abrigadora prenda se abrió y dejó al descubierto una blusa color beige, ceñida al torso de Larisa. Por ser la prenda de un color claro se transparentaba en ella el sostén naranjoso de Larisa.
Clara tuvo que pasar por detrás de Larisa para terminar de retirar el saco. De manera sosegada Larisa estiró sus brazos hacia atrás para facilitar la salida del saco y luego los estiró hacia arriba, esperando que Clara le sacara la blusa. La suave prenda se fue plegando hacia arriba, conforme Clara la elevaba y descubría ante sí, una brillante espalda morena, abrazada por un sujetador naranja, que una vez que salió la blusa, fue cubierta por el rizado cabello color miel, que le llegaba hasta la cintura. Con la blusa en sus manos Clara se pausó por un momento.
—¡Vamos!, sigue la falda— de nueva cuenta tenía que apremiar Valentina.
Con vacilación, Clara desabrochó la minifalda por detrás y bajó el cierre. Tomó la falda por las caderas.
—Es más fácil sacarla por arriba— dijo Larisa con su grave voz. Tratando de evitar un forcejeo innecesario con sus amplias curvas.
Clara llevó sus manos al filo de la falda amarillenta y comenzó a alzarla. Fue descubriendo sus muslos y unos redonditos glúteos bronceados apenas cubiertos por unas angostas bragas naranjas. Recorrió todo el cuerpo de Larisa hasta que por arriba sacó la prenda color mostaza. No había terminado de sacarla cuando Valentina se anticipó a las vacilaciones de Clara.
—El brasier—dijo, aunque esta vez añadió un comentario —me gusta tu coordinado— le indicó a Larisa.
Desabrochó los enganches del sujetador y lo abrió hacia adelante, Larisa se encargó de tirar la prenda. Quedaron al descubierto unos blandos senos, semejantes en tamaño a los de Clara, pero estos no tan esféricos sino en forma de una generosa gota, coronados por una aréola color chocolate. Larisa quedó únicamente cubierta por sus bragas.
—¡Espera!— se apresuró a interrumpir Valentina —hazlo con los dientes— dijo maliciosamente. Clara tragó saliva y suspiró fuertemente. Se arrodilló detrás de Larisa. Ante la torpeza provocada por su nerviosismo, Clara encontró que la mejor manera de llevar las bragas a su boca era directamente tomarlas con las manos y pasarlas a sus dientes. Comenzó a descender. Larisa se puso nerviosa al sentir el rostro de Clara rozando sus muslos. Las bragas se atoraron, Larisa tuvo que ayudarle a bajar su prenda del otro lado. El frente de la prenda se descolgó de la parte inferior de su vientre dejando expuesto un lampiño pubis y debajo de este se asomaban unos tiernos y bien definidos labios que, junto con el comienzo de su hendidura íntima, formaban una W cursiva, con bordes bien redondeados. Clara no alcanzó a apreciar aquellos lindos genitales pues bajaba por las piernas de Larisa, con las bragas en sus dientes. Llegó casi al suelo y Larisa dió unos pequeños pasos para terminar de sacárselas.
Clara se puso de pie nuevamente. Valentina dió el último sorbo a su cerveza y se paró para deshacerse de la botella. Hizo un gesto a Larisa para que se acercara.
Un poco achicada por estar completamente desnuda, se aproximó a Valentina, vacilando entre intentar cubrirse o no. Valentina se encorvó un poco para estar a la altura del rostro de Larisa, lo que hizo que se le acelerara el corazón a Larisa. Acercándose a su oído, Valentina le susurró —¿te puede hacer una mamada?—
Una mueca de extrañeza se dibujó en el rostro de Larisa porque tardó en entender lo que Valentina le había dicho, pues toda su vida había entendido por “mamada” una cosa. Cuando por fin lo tradujo a la situación en la que estaba, de no ser por la ligera luz de la habitación y el moreno color de su piel, se habría descubierto un rostro completamente colorado de rubor.
Tragó saliva y dirigió su mirada hacia la otra mujer desnuda de la habitación, que permanecía temerosa y las observaba perpleja, tratando de enterarse de lo que planeaba Valentina; luego Larisa miró específicamente los finos labios rosados de Clara. Los imaginó palpando su intimidad y sintió que se le formaba un nudo en el vientre, desde éste se formó una presión que recorrió hacia arriba todo su cuerpo y le hizo exhalar de forma involuntaria, pero firme: “Sí”.
Valentina sonrió con el perverso rostro que había tenido toda esa noche. Tomó de la habitación un pequeño banco que acercó al pie de la cama. Levantó su pierna y la apoyó en éste, indicándole a Larisa la posición que debía de tomar. Después se sentó en la orilla de la cama.
Con pequeños pasitos Larisa se acercó a la cama y apoyó su pie en el banco, para quedar en la posición indicada. Valentina apuntó con su dedo al piso, justo enfrente de Larisa —¡Ven!, arrodíllate— le ordenó a Clara al tiempo que le lanzaba una mirada penetrante.
Los ojos de Clara se abrieron lo más que pudieron. Por un momento sintió que su corazón se le salía del pecho y casi se desmayaba. Su respiración se aceleró y contempló a aquella chica de madera, de pie, con su pierna flexionada, como invitándola a pasar a su entrepierna. Valentina estaba a un lado de ella, sentada en la orilla de la cama y con su brazo extendido apuntando el lugar del sacrificio. De forma inconsciente apretó los labios. Llenó sus pulmones de aire y se aproximó al punto, tratando de que ya todo sucediera y terminara.
Estaba por vez primera, esa noche y en toda su vida, desnuda frente a otra mujer también desnuda. Contempló los verdes ojos de Larisa.
—¡Anda!, abajo!— insistió Valentina —al menos lo que te vas a comer se ve más rico de lo que tú me hiciste tragar— dijo con un tono de admiración, mientras contemplaba, cautivada, la intimidad de Larisa.
Con escalofríos, Clara empezó a flexionarse. Perdió de vista los ojos verdes mientras descendía pero comenzó a contemplar el cuerpo que tenía enfrente; apreció la tersa piel de Larisa en su pecho, luego se topó con las sustanciosas y firmes gotas que tenía por senos, un torso moreno que se abría hacia sus caderas, un ombliguito definido, unas caderas bien amplias, un vientre curvo y, finalmente, la pierna flexionada de Larisa ya no hacía de telón que cubriera a la protagonista de la obra. Frente su mirada, Clara tenía la vulva de Larisa, dos tiernos labios lampiños que parecían el filo de dos empanadas bien rellenas.
Aún con recato, Clara cubrió sus senos con su antebrazo. Justo al lado de ella tenía las piernas de Valentina, quien se encontraba en primera fila para ver el espectáculo. Elevó su cara y lanzó una mirada a Valentina, como pidiendo clemencia.
—Mámasela— le requirió Valentina, formando su boca una mueca traviesa.
Con una respiración agitada, Larisa contemplaba la escena, a su lado Valentina como espectadora de toda la acción. Volteó hacia abajo, encontró la parte superior de la cabeza de Clara, de donde brotaba su oscuro pelo, y la carita de ella que contemplaba sumisa a Valentina. Debajo, encontró el suculento cuerpo que Clara trataba de tapar.
Larisa nunca se había encontrado en una situación similar, no había estado desnuda frente a otras mujeres ni con otra mujer desnuda. Ninguna mujer la había acariciado y, de hecho, tampoco un hombre le había dado sexo oral. El nudo que se había formado en su vientre se estiraba y volvía apretar, y Larisa tiritaba de nervios.
Las palabras de Valentina le hicieron entender a Larisa que aquello era una especie de ajuste de cuentas entre ellas. Tras la orden de Valentina, la carita de Clara se proyectó hacia su pubis.
Como una pluma posándose en su piel sintió la suave caricia de los labios de Clara sobre sus propios labios mayores. Ante esa sensación Larisa dió un hondo respiro y cerró los ojos por un instante. Siguió sintiendo esa delicada sensación. Tímidamente Clara besaba y balbuceaba sin profundidad en la intimidad de Larisa. Por unos minutos siguió haciendo eso, mostrando completa inexperiencia a la vez que desgano para hacerlo.
—¡Con la lengua!— ordenó Valentina, quien esperaba más acción.
A los delicados roces que mimaban a su íntima joya se agregaron ligeros rozamientos húmedos. Sus ojos se fijaron en el rostro de la mujercita desnuda que de forma cohibida trataba de chuparla y, que de vez en cuando, lanzaba una mirada a Valentina, esperando que le permitiera parar, que le dijera que había sido suficiente. Pero, sentada al filo de la cama, apoyándose con ambos brazos extendidos sobre ella, Valentina era audiencia y directora de su propia película erótica.
Pasaron unos minutos con aquella acción. Larisa se acostumbró a sentir rico por las caricias de Clara. Clara se habituó a besar y lengüetear la lisa piel íntima de Larisa.
Detrás de su cabeza, Clara notó la mano de Valentina al tiempo que Larisa sintió la palma de Valentina en su espalda baja. Súbitamente Valentina empujó la cara de Clara hacia el frente, toda su boca y hasta parte de su nariz se adentraron abruptamente en la hendidura de Larisa y entonces tocó los delicados pliegues íntimos y degustó por primera vez aquella humedad. Tuvo que apoyarse en la pierna de Larisa para no caerse. Rápidamente se reincorporó e hizo vibrar su lengua, como rechazando a la vez que reconociendo el sabor de Larisa.
Para Larisa la presión sobre su pubis fue abrupta. Inesperadamente, de sus senos brotaron sus pezones y se pusieron firmes. Aquellos botoncitos color chocolate parecían dos pequeñas y apetitosas trufas.
—¡Ja ja ja ja!—Valentina soltó una carcajada malévola —mira lo que le has hecho a nuestra amiguita, la pusiste cachonda—
Larisa bajó la mirada con pena. — ¡Hazlo bien!, hasta el fondo—volvió a instruir Valentina.
Reponiéndose de la sorpresa, Clara terminó de asimilar el sabor de Larisa. En principio sintió repulsión al sentir los fluidos de otra mujer en su boca. Pero conforme los saboreó y no encontró nada especialmente desagradable, entendió que podía seguir y terminar de una vez por todas. Hincada como estaba, era una posición un tanto incómoda para tal cometido, así que se sentó, pasando sus piernas por debajo del arco de las piernas de Larisa. Y ya así, pudo acometer los genitales de Larisa con mayor hondura.
Aunque seguían siendo balbuceos y lengüetazos tímidos, por estar la boca de Clara ya completamente adentrada en su vulva, Larisa los sentía con más sensibilidad. Conforme recibía caricias en su plisada intimidad, repentinamente abría de más los ojos al experimentar sensaciones que nunca había tenido. Asiduamente, Clara besaba, balbuceaba y lengueteaba aquella carne esperando que aquello ya terminara. De repente notó que aquel ambiente íntimo se ponía más acuoso, como si de alguna parte brotara un ligero almíbar. No quiso enterarse de lo que sucedía y siguió en su tarea, tratando de no tomarle sabor a lo que entraba por su boca.
Larisa se sintió apenada por comenzar a “salivar” de aquella manera más no podía evitar que los tiernos lengüetazos le hicieran sentir rico. Con aquella postura como de una diosa cazadora triunfante, de pie, con su pierna sobre el banco, se relajó degustando el masaje oral que le brindaba aquella mujer de piel blanca. De forma inconsciente posó suavemente su mano en la cabeza de Clara y empezó a acariciarla.
Era difícil que el placer de Larisa se elevara pues Clara chupaba y lamía erráticamente. A veces pasaba su lengua por la entrada de la vagina o a veces salía del interior y besaba los labios externos, sin un objetivo determinado.
Varios minutos pasó en aquella labor despertando los sentidos de Larisa y satisfaciendo el morbo de Valentina, la cual no parecía siquiera parpadear y resultaba complacida de presenciar aquél espectáculo.
Cuando por fin Valentina consideró que la carita de Clara estaba suficientemente empapada, sin saber si se trataba de su propia saliva o del almíbar de Larisa, decidió dejarla parar.
—¡Bien hecho!, ¡bravo!—dijo Valentina—¿qué tal te supo esta mamada?, ja ja ja—
Clara entendió que podía terminar, se fue poniendo de pie. Larisa bajó su pierna del banco, se azoró un poco al ver la carita de Clara que por su culpa estaba húmeda. Tomó su bolsa, que había dejado sobre la cama, sacó un pañuelo y sin mediar palabra tomó la cara de Clara por la barbilla y la limpió.
—Será mejor que me lave—dijo quedamente Clara. Y pasó al baño. El sonido del chorro corriendo en el baño le hizo sentir sed a Larisa quien se dirigió a un mueble donde había botellas de agua. Aunque aquella experiencia le había resultado grata, no sabía si a ella también se le pediría dar sexo oral o que tramaría a continuación Valentina, así que de nueva cuenta su nerviosismo empezó a avivarse.
Mientras una se lavaba y otra bebía, Valentina vio de reojo algo que le llamó la atención en el bolso de Larisa, el cual había quedado abierto cuando ésta sacó el pañuelo.
—¡Seeeeeee!— exclamó triunfante.
Clara terminaba de lavarse y enjuagarse la boca. Se miró al espejo. Estaba confundida pues no identificaba ni cómo se sentía después de lo sucedido. Creía que la pesadilla había terminado, dio un suspiro de alivio y entonces escuchó el grito eufórico de Valentina. Salió lentamente del baño, Larisa estaba de pie y sus ojos esmeralda le lanzaban a ella una mirada compasiva. Entonces miró a Valentina quien, sentada en la cama, le mostraba un dildo. Era una pequeña estaca de silicona morada, no tenía detalles anatómicos pero sí una punta más ancha.
—Creo que tienes un espacio para guardar esto, ja ja ja— dijo Valentina, que esa madrugada daba rienda suelta a su perversidad.
—Por favor, ya fue suficiente— replicó Clara, quebrándosele la voz. Pero encontró únicamente la mirada tenaz de Valentina que le indicaba que estaba decidida a continuar. Clara entendió que no se trataba sólo de lo que le había hecho hacer hace años, sino de que a lo largo de su relación le había pedido todo a Valentina sin darle nada a cambio. Hoy pagaba con creces.
Pero Valentina también brindó argumentos a su causa —Acordamos que una chica te follara, y tu fuiste la que se lo hizo a ella. Te toca que te lo hagan a ti.
Dio unas palmaditas sobre la cama y le dijo a Clara —Ven, acuéstate.
—Está bien— contestó mansamente Clara, sin replicar nada más. Subió a la cama, se acostó y recargó su cabeza en la almohada.
Valentina subió y se posó a un lado de ella, acostada de lado. Observó la postura de Clara, que rígida como un hierro, estaba sobre la cama. De forma suave, pero firme, tomó las muñecas de Clara, le estiró sus brazos y se los cruzó por encima de su cabeza. Así los retuvo con una mano.
—Abre las piernas— le indicó.
De forma reticente, Clara separó ligeramente sus piernas.
—¡Vamos!, abre todo.
Entendiendo que no tenía caso discutir con Valentina, dobló sus piernitas y las extendió formando el ángulo más grande que pudo. No recordaba haber abierto tanto las piernas, ni cuando iba con la ginecóloga. Sus brazos sujetados por arriba de su cabeza y su intimidad completamente expuesta la hizo sentirse indefensa.
La mirada de Valentina se dirigió a Larisa, que hasta ese instante había permanecido como espectadora. —Méteselo— le indicó, señalando el dildo que había dejado sobre la cama.
Con cautela, Larisa tomó aquella pieza y hasta cierto punto se arrepentía de haberla cargado en su bolso al ver a la pobre chica que yacía en la cama completamente expuesta. Ya sin la protección de sus piernas, cubierto de una ligera greña oscura se exhibía su pubis. Sus labios mayores no eran tan abultados, pero su abertura íntima la llenaban unos carnosos y rosados labios menores que, aunque no muy largos, se asomaban hacia afuera. Al acercarse Larisa con el dildo en la mano, incluso observó una pequeña contracción en la apertura de la vagina de Clara, que demostraba su nerviosismo.
Clara cerró los ojos y comenzó a respirar profundamente. Larisa trató de obtener algo de misericordia para Clara, pues por como estaban sucediendo las cosas, parecía que Clara era simplemente una cerradura a la que ella debía introducirle una llave.
—¿No quieres que la acaricie, primero?— le indicó con dulzura a Valentina.
— je je je, está bien—respondió Valentina —hazle el amor a mi amiga.
Clara sintió alivio de que no la penetraran inmediatamente, pero a la vez ansiedad de que eso alargaría más aquella situación. Trató de desconectarse de lo que estaba sucediendo y cerró sus ojitos. En breve sintió un sedoso soplo que recorría sus piernas hasta sus muslos, subía por su vientre, su torso, pasaba entre sus bubis y en su pecho se dividía hacia sus brazos, los cuales seguía reteniendo Valentina por encima de su cabeza. Abrió los ojos y se encontró con las esmeraldas de Larisa, la cual había subido a la cama y estaba por encima de ella acariciándola. Clara se intimidó un poco y prefirió volver a cerrar los ojos. Con pausa y constancia cada rincón de la piel de Clara fue recibiendo un baño de caricias, todas ellas suaves y delicadas. Por fin, después de todo un día insoportable, Clara comenzó a relajarse y a perder la noción del tiempo, cobijada en mimos.
Larisa no había acariciado a ninguna mujer. No obstante, respecto de atender a un hombre, intuía con más claridad cómo atender a una mujer, pues ella misma lo era. Por eso tuvo la determinación de intentar darle algo de placer a Clara, que por lo visto, era la que peor se la estaba pasando aquella madrugada. Masajeó el cuerpo de Clara por varios minutos. Para conseguir que se relajara, evitó tocar los senos de Clara. A su lado, Valentina permanecía deleitándose con las dos mujeres desnudas y con los tocamientos de Larisa hacia Clara. Era Valentina una celadora que mantenía los brazos de Clara arriba de su cabeza, gozando del control que tenía y, de vez en cuando, solo abría la boca para advertirle a Clara que no cerrase las piernas.
Valentina no recordaba haber deleitado sus ojos con un espectáculo tan asombroso como el que había conseguido que sucediera aquella madrugada. Acostada de lado para observar toda la acción, se maravillaba de que todo aquello le resultara tan agradable, hasta el punto en que se avergonzó de ella misma al sentir sus pantaletas húmedas.
Larisa dudó un poco si darle besos a Clara. Pero intentó con uno pequeño en su barriguita y no le desagradó a ella y al parecer tampoco a Clara. Poco a poco fue dándole más besitos y cada vez más profundos, recorriendo diferentes zonas de su piel. Aunque con los ojos cerrados, la carita de Clara había cambiado de expresar consternación a verse relajada y reconfortada.
Larisa mostró un poco de nerviosismo cuando al fin se decidió por atender los senos de Clara. Igualmente que con el resto de su cuerpo, inició pausadamente y con caricias delicadas. Percibió tan blanditas y firmes las mamas de Clara que tuvo que contenerse de amasarlas como masa de pan. Besó la piel de los senos pero no se atrevió a besar los pezoncitos rosados, que para su sorpresa, se habían puesto firmes, como hace un momento los de ella.
—Creo que es la hora— volvió a escucharse la voz de Valentina que había permanecido un largo rato sin decir nada.
Larisa detuvo su sesión de caricias. Comprendió que Valentina estaba deseosa de ver aquél dildo morado dentro de Clara. Acercó su bolso para sacar el lubricante, pero al ver la intimidad de Clara, identificó un tenue rocío que humedecía los rosados labios y consideró que el lubricante ya no era necesario.
Ante la pausa de caricias, Clara abrió los ojos solo para contemplar a Larisa sosteniendo el dildo en su mano. Volvió a cerrarlos y, aunque ya más tranquila, comenzó a temblar levemente. Larisa volvió a notar ligeros espasmos en la hendidura íntima de Clara, zona a la que llevó el dildo hasta hacer contacto con los labios menores.
Suavemente fue abriendo la abertura vaginal de Clara con él hasta que un ligero y acuoso crujido indicó que la punta había entrado en ella. Siguió introduciéndolo con delicadeza en aquél canal hasta que entró completamente, quedando fuera solamente un pequeño trozo que era el mango o agarradera del mismo. Larisa notó que las piernitas de Clara empezaron a tiritar un poco.
Valentina le hizo un gesto con la mano a Larisa. Con su puño cerrado, subió y bajó rápidamente el antebrazo, indicando que le metiera y le sacara el dildo. Con delicadeza y lentitud, como se lo había introducido, Larisa lo movió hacia atrás y volvió a empujarlo. Temía que Valentina le demandara taladrar rápidamente la cavidad de su amiga, pero parecía gustosa que la cogida de Clara se estuviera guisando a fuego lento. Con la mano que tenía libre siguió haciéndole tantas caricias como pudo a Clara.
Por la pequeña apertura de las cortinas de la habitación ya se asomaba la luz del sol. Larisa se tomó todo el tiempo en ir acelerando el rozamiento del dildo. El adelante-atrás ya había tomado una velocidad interesante. El silencio había gobernado aquella habitación y entonces únicamente se escuchaban la respiración de las tres bellas mujeres (que parecía haberse sincronizado en un ritmo apacible pero a la vez emocionado), así como el tenue y viscoso sonido del rozamiento del dildo sobre la vagina de Clara.
Sin dejar de brindarle caricias con su otra mano el compás del frotamiento se fue acelerando. Larisa comenzó a sentir el brazo cansado aunque identificó que sus dedos se habían empapado del almíbar de Clara. Un turbador grito, como un hipo muy fuerte, asustó a Larisa y a Valentina que rápidamente prestaron atención a lo que le sucedía a Clara, que parecía convulsionarse. Al poco tiempo de examinarla se tranquilizaron, apenadas, de entender lo que había sucedido.
— Te vienes de una forma chistosa— se aventuró a decir Valentina, quien por fin liberó los brazos de Clara.
Con una sonrisa involuntaria en su rostro, Larisa retiró delicadamente el mojado dildo y se levantó de la cama. Creyó haber terminado su labor cuando tiernamente Clara, ya con los ojos abiertos le pidió —bésame.
Valentina soltó una risita — Haz lo que gustes, linda, también te lo pagaré— le dijo a Larisa, dándole a entender que era libre o no de atender el deseo de Clara. Larisa quedó pensativa un instante. Recapituló mentalmente todo lo que había pasado ese día desde que había cerrado la puerta de su departamento, el miedo que había vivido toda esa noche. La intranquilidad que pasó cuando la recogieron estas mujeres. Vió sus prendas y las de clara en el suelo de la habitación. Desde que empezó a acariciar a Clara hasta que Valentina mencionó el pago, Larisa había olvidado que era, o al menos intentaba ser, una sexoservidora.
Volteó hacia Clara que seguía desnuda en la cama, tratando de descansar de la posición que Valentina le había hecho tener, y al encontrarse con sus oscuros ojos notó una mirada suplicante. Larisa volvió a la cama. Delicadamente se puso encima y se fue acoplando al cuerpo de Clara; su vientre con el vientre de ella, la tersa piel de sus muslos rozaron la suavidad de los muslos de Clara, sintió que se volvía vapor cuando percibió que la suavidad de las mamas de ella acariciaban las suyas. Eran los cuerpos de ambas, como había advertido Valentina, el reflejo uno del otro. Tuvo frente a ella la carita de Clara, quien la miraba como hechizada. Conforme se acercaba a sus labios, sintió que la cálida respiración de Clara se aceleraba. Aquella suave caricia de pluma que la boca de Clara le había proporcionado en los labios de su vulva, ahora la sentía en los labios de su boca. El beso no fue profundo ni arrebatado sino que con ternura sus labios apenas se tocaron. Cuando entraron en contacto sus bocas, ambas sintieron que un torrente de agua tibia les bañaba la piel.
A ese besito siguió uno más profundo pero igual de tierno y comenzaron a menear sus cuerpos tratando de que cada centímetro de su piel que estuviera en contacto con el de la otra la acariciara. Inició entonces toda una función de balanceos, besitos, mimos y arrumacos entre ambas. De tal modo fue aquello que lograron hacer rechinar un poco la cama conforme se contoneaban entre ellas aunque Larisa nunca dejó de estar encima de Clara. Perdieron la noción del tiempo que pasaron acariciándose y, conforme se meneaban, se fueron arrullando.
Larisa identificó su propia respiración, muy honda y tranquila. El mentón de Clara fue apareciendo frente a ella conforme abría sus ojos. Parpadeó y se encontró recostada en su pecho y ciñendo su torso. Recogió su brazo y trató de irse incorporando. No recordaba cuándo se había quedado dormida pero estimaba que había pasado mucho tiempo. Se desconcertó un poco al encontrar a Valentina, recostada del otro lado suyo, contemplándolas atentamente. Había estado observándolas durante su acariciamiento y, al parecer, todo el tiempo que habían estado dormidas, como si se nutriera de verlas tocándose.
—Buenos días, linda—dijo Valentina con una sonrisa mucho más cordial que aquellas perversas que había mostrado en la madrugada. Clara continuaba durmiendo profundamente. Larisa no quiso despertarla pero consideró que era la hora de irse. Se levantó de la cama. Se dirigía a recoger su ropa cuando Valentina la interrumpió.
—No te vistas…quiero decir, no te vayas todavía— le dijo de forma cariñosa. —Si no tienes algo que hacer puedes descansar aquí. Más tarde te puedo llevar a dónde me digas. Te pagaré por toda la noche, ¿estás de acuerdo?— le preguntó al mismo tiempo que con un gesto la invitaba a volver a recostarse. En su interior, Larisa se alegró de poder prolongar su estancia junto a Clara y sin titubear subió a la cama. Entre ella y Valentina arroparon a Clara y luego se metieron dentro de la ropa de cama. Finalmente los obstinados ojos de Valentina se cerraron. Con el calor de Clara, Larisa se acurrucó y se quedó dormida de nueva cuenta.