Clara se masturba
La monjil Clara lleva 2 meses sin sexo, necesita follar, pero superar sus complejos es difícil.
Hacían escasos dos meses desde que Clara y Roberto habían roto. Desde entonces no había vuelto a estar con un chico. Con Roberto todo era pasión, fuego, decisión. La noche que perdió su virginidad había hecho de ella una mujer decidida y con iniciativa, pero claro, con su novio. La relación con los hombres aún le era complicada de afrontar, y ahora ya no tenía a Roberto a su lado, de modo que la nueva Clara se diluyó como un terrón de azúcar en un café tan negro como su perspectiva de tener vida sexual.
Recordaba aquel primer día en la fiesta cuando conoció a Roberto, bebiendo Martini muy rebajado con limón con sus amigas, la manera en que reunió valor para no bajar la vista cuando él se presentó, sonreír e incluso mantener una conversación con él. ¿Era eso? ¿Tenía que beber para hablar con un hombre mirándole a los ojos y sin tartamudear?. Eso significaba transformarse en la terrible figura de la que siempre le incitaron a apartarse, la mujerzuela fácil, la ligera de cascos, la putilla. Pero ellas follaban.
Siguió con su anodina vida. Ir a la facultad, tomar café con las amigas, nunca acercarse a un hombre... Un día volvía a casa de la facultad y el autobús se paró en un semáforo. Clara llevaba la mirada perdida a través de la ventanilla cuando sus ojos se posaron en un sex shop. Había oído hablar de esos establecimientos, jamás se atrevería a entrar en uno de ellos. Su amiga Andrea tenía un aparato comprado en uno de esos sitios, un consolador. Andrea era poco menos que una devoradora de hombres, pero no salía mucho debido a los estudios, así que cuando no podía tener un hombre suplía la falta con su "placebo a pilas" como ella lo llamaba.
Clara, a pesar de su evolución y de haber abierto los ojos a muchas de las posibilidades que la vida le ofrecía, seguía teniendo aquella conciencia vestida de monja que le presentaba la masturbación como algo terrible. Pero ella ya había hecho cosas más terribles. Clara se incendió una vez más, era algo que no podía soportar. Al día siguiente se bajó del autobús y entró al sex shop. Compró un consolador, ni muy grande ni muy pequeño, de un tamaño medio, como el pene de Roberto, que no funcionaba a pilas.
Llegó a casa. No había nadie como siempre. Su padre estaba trabajando hasta tarde y su madre colaborando en la parroquia. Sabía que tenía una hora para actuar. Fue a su habitación y se tumbó en la cama, se quitó las bragas y se abrió la blusa. Ya tenía el pene de goma en sus manos. Se le antojaba frío, no era como recordaba. Comenzó a chuparlo suavemente para luego introducírselo completamente en la boca. Pensaba calentarlo un poco de esta manera, pero lo que se estaba calentando era Clara.
Fantasear con que chupaba una polla estaba bien, pero eso no es lo que quería. Ella quería una polla entre sus piernas. Había lubricado bastante y no le costó clavarse el consolador hasta el fondo. Le gustó la sensación, cerró los ojos y la imaginación se le llenó de ideas. Podía estar con el hombre que quisiera en ese momento. Introducía y sacaba el consolador de su coño una y otra vez, con más fuerza o con suavidad. Su mano libre le enmarañaba el pelo, se impregnaba de saliva en su boca, lubricaba sus pezones. Sus delicados dedos paseaban suavemente por sus muslos llegando a estimular el clítoris, que estaba de nuevo a la sombra del bosque de la vulva de Clara, que había vuelto a crecer.
Clara podía estar con cualquier hombre en ese momento. Incluso con más de uno. Paró de repente su juego. Más de un hombre. Ante Clara se erguía un muro más de prohibiciones para derribar. Se sentía una auténtica puta. Una cerda, una fulana en celo, que subida en un tanque de pasión y lujuria iba a derribar una barrera más. Corrió medio desnuda a la cocina a por un plátano, instrumento que usaba la amiga Andrea cuando carecía de su aparatito. Volvió a la cama pensando en ponerle un preservativo de los que conservaba de cuando salía con Roberto. Era imposible, eran demasiado pequeños. Daba igual, ella ahora era la diosa y quería dos hombres.
Poco a poco fue introduciéndose el plátano en la vagina. Poco a poco la dilató, el plátano se movía, pero aún estaba fuera. Su coñito dulce y con poca experiencia estaba abrumado ante tal tamaño, pero superaba la dificultad ayudado por la fuerza del brazo de Clara y de un incendiario calor que casi fundía el fálico fruto.
El plátano había desaparecido de la imaginación de la chica, para ella ahora era un hombre extraordinariamente dotado. Mientras el hombre de la verga enorme trataba de penetrarla, el otro podría haberlo conseguido ya por el culo ¿no?. Así pensó ella. Clara se metió el consolador por el culo. Eso la estimuló, segregó mucho por su vagina, el plátano estaba casi dentro por completo.
- Siiii, folladme los dos!!!
Clara gritaba a sus dos amantes imaginarios incluso con más fuerza que si estuviera de verdad con dos hombres, le habría dado vergüenza. Se había convertido en la putita de aquellos dos sementales, pero no se sentía poseída, era ella la que poseía.
La mente de Clara le traía imágenes difusas. Todas fantasías cada vez más nítidas. El orgasmo estaba cerca, su cara estaba sudorosa y los brazos le daban calambres, pero el orgasmo estaba cerca. Sus dos sementales habían pasado a ser sus esclavos. En su imaginación dejaron de ser simples chicos guapos que conocía de vista de la facultad, del autobús o de la televisión con los que había tenido la fortuna de cruzarse, y la habían transformado en su putilla, a ser concubinos que la servían en el placer y que la follarían hasta la muerte para satisfacerla.
Clara estalló en un sonoro grito penetrándose con los miembros simulados hasta lo más profundo que pudo. Había conseguido su orgasmo. El primero en dos meses.
La dulce Clara quedó tendida en su cama. Sentía el sudor que le corría por el cuerpo, relajada allí, tumbada en la cama con la falda levantada, sus bragas en el suelo, el coñito y el ano enrojecidos, la blusa abierta con sus pequeños pechos al aire primaveral que entraba por la ventana que ella no había advertido que estaba abierta.
En ese momento Clara dio un brinco, cerró la ventana y se compuso. Sus padres estaban a punto de llegar.