Clara ¿Pasión?
Un encuentro entre una mujer y un hombre, que desató una fuerte pasión.
El relato que pretendo contaros, no sé si ocurrió en realidad o fue un sueño.
Todo comenzó con uno de mis viajes, esta vez era a Paris, la primera vez que pisaba tan bonita ciudad. Disponía de mucho tiempo, así que, me deje llevar por las sensaciones que transmitía Paris y salí a pasear por los bulevares.
Debo deciros que el idioma podía ser una barrera infranqueable, pero entre mis conocimientos del bachillerato y la facilidad expresiva de que siempre he hecho gala, me encontraba como pez en el agua. ¡Era toda una aventura!
Paseando por el boulevard, con un libro bajo el brazo ( El Capitán Alatriste de Reverte, que os pensabais ¿eh?) me acerqué a un café
y tomé asiento en su terraza. Es una sensación inenarrable el ver a la gente pasear, mientras tomas algo. Mis ojos iban del libro a las "vistas" que paseaban. Supongo que, deduciréis que mis ojos seguían a las mujeres... En este cometido estaba, cuando oí cerca de mí: - ¿Eres español, verdad?-. Al volver mi cabeza, encontré la mirada mas dulce y voluptuosa que jamás había tenido enfrente de mis ojos.
Desde aquél preciso instante, quedé prendado de esa carita sonriente que me hablaba, y yo, apenas podía emitir mas que algo parecido a un gruñido. Ella dijo: - Me llamo Clara, yo también soy española... A lo que, ya repuesto, contesté: -Hola, soy Manuel, mis amigos me llaman Manu... La invité a sentarse en mi mesa y comenzamos una conversación trivial y, por supuesto, lógica en las circunstancias que me encontraba. Era una mujer muy alegre, con cada palabra que salía de sus labios acompañaba una sonrisa que dejaban ver unos preciosos y blancos dientes. Su pelo, negro como el azabache y en melena larga con suaves rizos, se movía al ritmo de sus palabras. Sus ojos, embrujadores, grandes y rasgados con unas largas pestañas, no dejaban de mirar a los míos, consiguiendo muchas veces turbar el aplomo de que siempre he hecho gala. Sus labios regordetes en una boca más bien grande no paraban de moverse al hablar, y mi imaginación los veía enroscarse con los míos. Su cuerpo, embutido en un traje sastre, parecía intentar salirse queriendo ser admirado y adorado por todos los contornos de esas curvas majestuosas que se adivinaban.
En nuestra conversación contó que estaba casada, su marido era un diplomático y vivían en Bélgica. Ella estaba de mini-vacaciones en Paris, por salir un poco de la monotonía a la que estaba sujeta en un país tan distinto a España. Recordamos tradiciones mundanas en nuestra tierra, el "vermouth", los tapeos, las salidas de marcha y tantas cosas... que al cabo de un rato parecíamos ya viejos amigos.
En un alarde de caballerosidad la invité a comer en un restaurante cercano a donde estábamos. Ella aceptó, no sin antes comprometerme a que ella me invitaría a otra cosa.
La comida fue genial, seguimos hablando de mil y una cosas más.
Incluso nuestra conversación derivó al terreno sentimental. Ambos coincidíamos que nuestro gran amor era nuestra propia pareja, pero bajo nuestras miradas se escondía un deseo, una pasión, que más tarde reconoceríamos. Varias veces nuestras miradas se cruzaron con otros tintes, haciendo presagiar otro tipo de relación distinto al que habíamos comenzado.
Cuando terminamos la comida, me cogió de la mano y dijo:
-Ahora me toca a mí, no puedes negarte, Manu.
-Bien-contesté yo- estoy en tus manos.
Me llevo en taxi a su hotel. Mi cabeza daba vueltas, sin saber que es lo que se proponía Clara. Ya en su habitación, sacó dos copas y una botella de champaña que guardaba en la mini-nevera. Con la caballerosidad que me precia, cogí la botella y me dispuse a abrirla y escanciar su liquido en las copas que, Clara, sostenía.
Brindamos y bebimos unos sorbos, mientras nuestras miradas se cruzaban. La visión de sus labios mojados por el liquido, me atormentó unos segundos. Me acerqué despacio y, sin retirar la mirada, posé mis labios en los suyos. Fue un beso suave, tierno, lo justo para que nuestros labios apenas se rozaran. Ella se retiró despacio. No entendí, en un primer instante, si había cruzado la línea o ella se desentendía.
Clara, con mucha lentitud a mí me pareció una eternidad- se despojó de su chaqueta, dejando ver un body de raso negro por el que se transparentaba su sujetador y parte de unos hermosos pechos. Una vez dejada la chaqueta encima de una silla, se acercó a mí, y sujetándome la cabeza con sus dos manos se fundió en mi boca con un beso que me dejo apenas con respiración.
Mis manos sujetaron su cintura y atraje su cuerpo hasta el mío, mientras contestaba a aquel beso pasional. Nuestras lenguas se enredaban en un juego sin fin, los labios se reconocían mutuamente, nuestros jugos se mezclaron y mi cuerpo sentía el calor que emanaba de este, que sujetaba con fuerza.
Sin dejar de besarme, sus manos quitaron mi americana, que cayó al suelo y yo acaricié esa carita con mis manos, su cuello... su nuca... mis dedos se enredaban en su pelo, mientras oía unos suaves gemidos salir por entre nuestros labios.
Me desabrochó la camisa y metió las manos por mi pecho, acariciándolo suavemente, mientras su boca recorría mi cuello hasta llegar al lóbulo de la oreja donde dio unos ligeros mordiscos. Me encontraba con la camisa desabrochada, la corbata sin quitar y mi masculinidad a punto de reventar, cuando me obligó a sentarme en un sillón y dijo:
Quiero que no digas nada, solo mírame.
Puso algo de música y colocándose enfrente de mí, con movimientos sinuosos comenzó a desnudarse...
En mi mano tenía la copa de champaña, y, mientras sorbía, la miraba con un deseo que amenazaba con romperme. Veía como bajaba su falda deslizándose por sus caderas y sus muslos. Esas piernas que parecían interminables. Se quitó las medias despacio sin prisas y luego volvió a ponerse los zapatos, de tacón muy finos.
Mis ojos recorrían todo el cuerpo de Clara, indagando en todos los rincones visibles. Maravillado ante semejante espectáculo, mi pene se ponía duro y pugnaba por salir. Clara se despojó de su body, quedándose con un minúsculo tanga negro. Sin dejar de bailar acariciaba su cuerpo, su propia dulzura le colmaba y le hacia proferir gemidos de placer. Cerró los ojos, tensó las caderas y dejó los pies separados. Luego deslizo su mano al centro de placer y sus dedos, separando el tanga, se movieron entre los pliegues acariciando el limite del surco y regresando hacia la espesura, separando la hendidura para liberar la piedra angular.
Sus pechos, grandes y duros, parecían señalarme con sus pezones oscuros y erectos. Su pubis apenas tenía una mata de pelo recortada en forma de corazón. Dejó escapar un grito cuando la pulpa de sus dedos rozó el punto secreto, su clítoris, y cayo de rodillas a mi lado.
Cogí sus pechos entre mis manos. Eran suaves y flexibles, y su volumen parecía aumentar al entrar en contacto con mis dedos.
Besé sus pezones suavemente, como os gusta a casi todas las mujeres, y noté como se hinchaban bajo mi lengua. Recorrí con mi boca su vientre hasta llegar a las ingles. Su vulva olía bien y estaba caliente y húmeda.
Ella, con los ojos cerrados se dejaba hacer. Enseguida empezó a arquearse y retorcerse, y acercando su sexo a mi cara lo frotó con
deleite. Mi lengua chupó y recorrió tan preciada hendidura.
No se como, llegamos al suelo, encima de la alfombra, ni como mi pene llegó a su boca. Lo chupó, lo devoró y mi boca y la suya se movían al unísono. Gozó, pero yo continuaba lamiéndola y volvió a gozar. Cuanto más gozaba, mas excitada estaba. Era como si el orgasmo no fuera un final, sino un comienzo.
La cogí en mis brazos, y levantándola, la llevé hasta el escritorio sentándola en él. La penetré despacio, mientras ella me rodeaba con sus piernas y empecé a moverme con movimientos apenas perceptibles. Se arqueó intentando mantenerme dentro, muy dentro. Nuestros movimientos se aceleraron al ritmo de la pasión que desatábamos. Ella con furioso abandono, me mordió los labios, el cuello, las orejas. Sus manos arañaban mi espalda y repetía como una autómata: " ¡Sigue, damelo, sigue, oh, Dios!". Pasó de un orgasmo a otro, empujando, impeliendo, moviendo el culo en circulo, gimiendo, chillando, rogándome: "Córrete, córrete..., me voy a volver loca."
En cuestión de minutos, una sensación placentera que es distinta cada vez, recorrió mi espinazo dando unas descargas eléctricas que llegaron hasta las puntas de mis dedos. Mi pene explotó dentro de ella inundándola de semen en aquellos segundos que parecían una eternidad. Ella, al notar mi orgasmo, pareció ascender a la cima mas alta del placer quedándose con los ojos en blanco y sin apenas respiración.
Aturdido por la explosión de placer, salí de ella, sujetándola entre mis brazos. Su cabeza reposaba en mi hombro, sus cabellos caían sobre mi espalda, acariciándola. Con sumo cuidado la posé encima de la cama y me quedé unos minutos admirando la belleza que emanaba de ese cuerpo. Su cara, con los ojos semi cerrados, transmitía paz y calma. En un arrebato le besé en la frente susurrando: - Gracias...
Me coloqué un albornoz y salí a la sala. Encendí un cigarrillo y mi mente vagó por los acontecimientos de esa tarde. Apuré las ultimas gotas de champaña mientras miraba al exterior por el gran ventanal.
Volví al dormitorio y vi que Clara dormía placidamente. Caí en la cama, a su lado, dominado por un gran sopor.
Los sueños se apoderaron de mi mente y mi cuerpo se conjugaba con ella.
En un momento el placer llegaba nuevamente, produciendo una sensación tan agradable como lejana. Pensé en mis sueños de juventud, en aquellas noches que gozaba de juegos oníricos y dejaba evidencias en las sábanas de mi cama. Abrí los ojos. Fueron segundos eternos mientras volvía al plano terrenal. Y, entonces, vislumbre un cuerpo agachado sobre el mío. Unas hermosas nalgas se presentaban en mi horizonte. Era Clara que, una vez despierta, se dedicó a prodigarme un sinfín de caricias por mis zonas mas erógenas. Allí estaba ella, jugando con mi pene, lo chupaba y acariciaba con sus manos... incluso el roce de su cabello me daba cierto placer.
Convencida mi mente de que aquello no era un acto onírico, sino real, me dispuse a disfrutar. Con mis manos en su carita, la atraje hacia mi. Colocada encima de mi cuerpo, mis labios buscaron los suyos y al encontrarse se fundieron con pasión en un juego de furia. Me gustaba besarla, habíamos conseguido en unos minutos una total compenetración corporal.
Sentía como mi pene era presionado por su pubis. Sus senos apoyados en mi pecho y sus manos en mi nuca. Yo le acariciaba la espalda, de arriba abajo, hasta llegar a su culito. ¡Tenia a una Diosa entre mis brazos¡
Clara se enderezó y subiendo sus pechos hasta mi cara los acercó a mi boca. Mis labios besaron suavemente sus contornos. Los pezones se erectaban por segundos, tornándose mas oscuros. Con mis labios cogí uno de ellos y lo chupé, como cuando un niño mama de su madre. Ella emitió un quejido de placer y dijo: - Si¡¡ Manu chúpalos¡¡ muérdelos¡¡ uhmmm¡¡
Mis manos la sujetaban de sus caderas mientras ella se movía y rozaba su sexo con mi pubis.
Al momento, se incorporo y con una mano agarró mi pene y lo puso en la entrada de su vagina. Dio un grito y se dejo caer ensartada por aquella carne dura, caliente... Al instante comenzó a mover su cuerpo con frenesí sin ningún ritmo. Acompañaba a su cabalgada cogiéndose de los pechos estrujándolos entre sus dedos. Yo parecía una estatua, quieto, obnubilado, maravillado por las expresiones y los jadeos de Clara. A los pocos minutos se enervó y mordiéndose los labios alcanzó un orgasmo brutal, largo...
Gemía, lloraba, gritaba...
Cayó en mi pecho desplomada, sin fuerzas. Yo seguía notando como mi pene era agarrado por un anillo de carne que palpitaba y me llenaba de un placer indescriptible. Su cabeza metida entre mi hombro y el cuello. Notaba su respiración agitada, caliente, desbocada...
Simplemente la levante con mis brazos y posándola en la cama, bocabajo y le separé las piernas colocándome encima suyo.
Mi pecho acariciaba, tan apenas, su espalda. Mi pene jugaba con el surco de su culito. Un suspiro de Clara mi impelió a intentar penetrarla desde atrás. Mi pene hurgaba entre sus glúteos buscando una entrada. En cuestión de décimas de segundos, se metió en su ano, provocando en ambos una sorpresa inicial. Gracias a la cantidad de fluidos que Clara tenia por los alrededores de su sexo, mi pene entró con suma facilidad en tan estrecho túnel. Pare mi ímpetu y me deslice muy despacio hasta lo mas profundo, mientras clara gemía, no sé si de dolor o placer. Me mantuve quieto unos instantes mientras besaba su nuca y mi pecho seguía rozando su espalda. Un movimiento de culito, me hizo seguir con un movimiento suave de entrada y salida. Clara suspiraba y acompañaba el ritmo de mis envestidas. Al poco rato estábamos los dos inmersos en una lucha bestial (antinatura?).
Clara grito de placer, había llegado a un orgasmo diferente a otros y en la novedad se dejaba arrastrar por las sensaciones emitidas. Yo, por mi parte, sentía mi pene apretado en su esfínter y la sensación era inenarrable, sentía como iba a explotar en un orgasmo supremo. Clara jadeaba y gritaba: - Así mi amor... ¡¡ no pares... ¡¡¡ Destrózame de placer... siii ¡¡¡
Los orgasmos de Clara se repetían en ascensión geométrica, lloraba, gritaba y de su linda boca salían palabras que no imaginaba salieran de ella. En un momento se enervó y quedó como rígida, mi pene notó la presión y mi eyaculación inundó su culito. Caí desfallecido en su espalda, mareado con la respiración tan agitada que me asustó. El placer seguía, no se como mi sexo se había fundido al placer generado por Clara. ¡Fastuoso! Nunca he sentido semejante placer, nunca he llegado a tener esa sensación con otra mujer. Clara era la mujer con la que soñábamos todo hombre.
Ella casi recuperada de la batalla, se deshizo del peso de mi cuerpo y dándome la vuelta, me besó, recorriendo con sus labios los míos y jugando con su lengua. Bajó hasta mi pene y lo rodeo de besitos suaves, mientras lo recorría con su manita, de arriba abajo.
Lo introdujo en su boca y lo empezó a lamer despacio. No pensé nunca que tuviera fuerzas para ponerse rígido; pero poco a poco la sangre llegaba a él y su dureza no se hizo esperar mucho. Clara mientras chupaba, acariciaba con su mano mis testículos a veces suave y otras con rudeza, produciendo un dolor/placer exquisito.
Presiono con sus dedos la zona entre mi ano y mis testículos por varias veces, no creía que pudiera recuperar fuerzas tan pronto.
-Chupa mi niña... le decía con voz cadenciosa.
En un momento, se separó y mirándome con una cara de loba en celo, se subió encima de mi pene, introduciéndolo hasta el fondo de su matriz. Cabalgó y cabalgó mientras alucinaba mirando el movimiento de sus pechos. Sus pezones erectos eran una tentación a la cual sucumbí. Mordí, chupé, retorcí esos pezones que tanto me volvían loco. Ella gritaba incoherencias y gemía mientras su pubis golpeaba el mío y mi pene la taladraba. Ella explotó, por fin, en un nuevo orgasmo: - Siiiiiiiiiiiiii... Ahggggggg¡¡¡ Lléname de tu semen¡¡¡
-me gritaba. No pude resistir ni un envite mas y descargue con fuerza en su interior coincidiendo con la cúspide de su orgasmo.
Dormimos. Dormí abrazado a ella, oliendo sus perfumes mezclados con los olores de su sexo; una delicia. Al despertar, le di un besito en la frente. Mientras me vestía, ella me miró con miedo y reserva y dijo: -Manu, ¿Te veré?- Me dirigí a ella y besando solo sus labios contesté: - ¿Cómo podría dejar de verte? Llámame mañana...