Clara, mi esposa.
Me marcho mañana de viaje.... ¿De viaje? ¿Adonde? No me habías dicho nada. ¿Para cuánto tiempo?
— Clara, mi esposa.
Me desperté solo en la cama. Clara no estaba y eso era extraño, generalmente era ella la que se quedaba hasta tarde bajo las sábanas.
Escuché trastear en la cocina y allí me encamine. Estaba preparándose un café y tenía su ordenador portátil abierto. Al verme se sorprendió y me extrañó aún más.
—¿Qué te pasa? ¿Adónde vas tan temprano?
— Me has asustado, no te esperaba… Estoy preparando mi equipaje, me marcho mañana de viaje.
—¿De viaje? ¿Adonde? No me habías dicho nada. ¿Para cuánto tiempo?
— Cinco o seis días, depende de los enlaces…
—Sigo sin saber adónde vas.
—Es complicado… Es una aldea, de la que tuve noticia en la oficina. Me llamó la atención por algunas de sus costumbres y quiero conocerla. Lo dicho, me voy mañana…
—¿Y yo no cuento? Podríamos ir los dos ¿no? – Su expresión de ira me sorprendió.
—¡Vaya! Cuando te pido que vengas conmigo por algún viaje de trabajo me dejas sola y ahora… Vale, lo arreglaré, pero luego no te quejes si…
—Si qué, ¿hay algo que deba saber? Todo esto es muy raro Clara…
Se levantó airada y fue a buscar su celular en el salón, habló durante unos minutos y al volver…
—Ya está todo arreglado, pero lo dicho, luego no te quejes; el viaje será difícil, se trata de una aldea perdida en las montañas de Transilvania…
—¿Transilvania? ¿Eso está en Rumanía, no?
—Sí, pero en las montañas, una aldea perdida a la que se accede a caballo o a pie.
—Vaya… No tendrá algo que ver ese rumano que estaba trabajando contigo en la agencia de viajes… Se llamaba…
—Laszlo, sí… él fue el que me habló de sus costumbres, su modo de vida, sin electricidad, sin móviles ni teléfono y…
—¿Y vamos a ir a una aldea que vive aún en la edad media?
—¡Sí! ¡Quiero vivir esa experiencia! por eso no te lo dije, sabía que te opondrías y…
—¡Vale, no te sulfures!… Ya te he dicho que voy contigo…
—¡Pero no me vayas a fastidiar con tus críticas! Quiero un viaje tranquilo…
—De acuerdo, no abriré mi boquita durante todo el viaje; voy a llamar a la oficina para informarles que estaré una semana fuera. Me deben varios días.
Me extrañó que ella llevara tan poco equipaje, todo cabía en una mochila. Yo la imité; si como dijo, había que andar para llegar a la aldea… Prefería llevar lo justo.
Embarcamos en avión dese Madrid a Bucarest. El vuelo fue agradable. Sin embargo Clara estaba nerviosa, algo la perturbaba, pero no me decía qué.
A mis preguntas respondía con monosílabos, no hablaba. Empecé a pensar que el viaje, en realidad era la forma de encontrarse con el tal Laszlo, con quien quizá, mientras eran compañeros de trabajo, tuvieron algún romance.
Llevábamos cinco años casados y nunca me dio motivos para sospechar de que me hubiera sido infiel, pero… La duda empezó a corroerme.
En Bucarest nos desplazamos en taxi hasta la estación de ferrocarril. La salida del tren que esperábamos tardaría cuatro horas. Sentados en la cafetería, mientras esperábamos…
—Clara, te veo rara, si tienes algo que decirme dímelo ahora; ¿hay algo entre tú y Laszlo?
—¡¡¿Eres idiota?!! ¡No! ¡No tengo un lío con Laszlo! Simplemente me habló de cómo era la vida en su aldea y he querido saber si era cierto o solo hablaba por hablar.
—Vale, vale, pero no puedes negarme que algo te atrae ¿no?
—No, Luis, te quiero, pero… — Se echó en mis brazos y empezó a llorar.
—Dime que te pasa. Lo entenderé. Lo que sea lo sobrellevaremos juntos.
—No, Luis, déjalo, ya hablaremos a la vuelta.
—Pero ¿habrá vuelta? Por qué he llegado a pensar que tu intención era marcharte sola y quedarte con él.
Me miró fijamente y con una mirada de desprecio me dijo:
—No Luis, no voy a quedarme con él. Volveré contigo y…
—Déjalo estar Clara. No nos liemos más.
El trayecto en tren fue… A veces me recordaba las películas del lejano oeste americano. Tras diez horas de traqueteo y un sinnúmero de paradas llegamos a un apeadero solitario. Allí nos esperaba un hombre muy mayor con un caballo. Cargó las mochilas e invitó a Clara a montar, nosotros iríamos a pie.
Era media mañana. La senda seguía, cuesta arriba, los vericuetos de un arroyo. Realmente era un paisaje precioso. Como era verano me despojé de la camisa que llevaba y el viejo, por señas, me indicó que no lo hiciera. El sol me quemaría. Le hice caso.
Tras un par de horas de camino divisamos una casita cerca del arroyo. Una mujer, joven, muy bonita, lavaba ropa en el rio. A ella se acercó una niña de unos tres o cuatro años, le dio palmaditas en la espalda, ella se giró, nos vio, sonrió… Solo llevaba una falda que le cubría de la cintura para abajo, los pechos desnudos. Cogió a la niña, se sentó a la sombra de un árbol, cerca del sendero y se puso a darle de mamar..
Al pasar por su lado, el viejo sonriendo, la saludó afablemente. Clara me miró y también sonrió… enigmáticamente. Nuestras miradas también se cruzaron. Me sonrió.
Llegamos a la aldea casi al anochecer. Todas las casas eran de madera, realmente era una aldea de la edad media. El viejo nos condujo hasta la más grande de todas, supuse que la de Laszlo, y supuse bien.
Se sorprendió mucho al verme, esperaba a Clara sola, pero no puso mala cara. De unos veinticinco años, moreno, alto, delgado y supongo que atractivo para las mujeres. Nos presentó a su hermana, Samira, una muchacha muy joven, dieciocho años supe más tarde que había cumplido un mes atrás. Más baja que su hermano, rubia, de ojos azules… Me impresionó su belleza.
La chica, que no hablaba ni torta de español, nos condujo a nuestra habitación, nos refrescamos en una palangana y bajamos a cenar.
Estábamos agotados del viaje, nos disculpamos y subimos a descansar.
Era sorprendente el silencio y la total oscuridad. De pronto se escuchó un golpe en la calle y una voz diciendo – “Zece și senin” – Que nos explicaron más tarde que era una especie de vigilante nocturno que gritaba la hora y el tiempo meteorológico que hacía. Concretamente, —las diez y sereno – Ya las demás horas no las escuché.
El sueño fue reparador. Clara no estaba a mi lado. Bajé y Laszlo estaba esperandome para desayunar. No vi ni a Clara ni a Samira. Me senté y desayuné con él.
—¿Y Clara? – Pregunté.
—Con Samira, cosas de mujeres.
Las vi salir de una habitación, supuse que la de Samira y correr hacia arriba. Luego bajó sola la hermana, pasó ligera pero me dió tiempo a vislumbrar que llevaba los senos al descubierto y fue a su cuarto. Me disculpé con Laszlo y subí a ver a Clara.
La encontré terminando de vestirse con la una amplia falda con mucho vuelo, tenía la cintura bajo los pechos y por debajo llegaba hasta los tobillos.
Pero el vestido, desde debajo de los senos hasta los hombros, donde se sujetaba, era descubierto por delante, o sea, las tetas al aire, sujetandose sobre la cintura de la falda, con lo que se resaltaban aun más.
—¿Que es esto, Clara? ¿Adónde vás con ese vestido?
—Lo siento Luis, no puedo explicartelo, que te lo cuente Laszlo.
Dicho lo cual se fue; bajó la escalera, Samira la esperaba de la misma guisa y se marcharon las dos a la calle.
Cuando Laszlo me vio tan apurado, vino hacia mí, me sujetó por un brazo y me llevó hasta un sillón. Me senté y hundí mi cabeza entre mis manos.
—¿Que te ocurre Luis?
—¿Que qué me ocurre? ¡Qué les ocurre a ellas andando medio desnudas por la calle!
—Tranquilízate… ¿Es que Clara no te ha dicho nada?
—¡No! ¿Qué debía haberme dicho?
—Vaya, yo no sabía… que no te había explicado nada… Es una larga historia que voy a tratar de resumirte en pocas palabras. Hace varios cientos de años, esta aldea se vió asediada por un ejercito enemigo, pasaron años antes de que pudieran liberarse y cuando esto ocurrió, se dieron cuenta que habian quedado pocos hombres, apenas una decena, la mayoría eran mujeres. Eso unido a la dificultad para llegar hasta aqui, hizo que la población disminiyera drásticamente. Se plantearon distintas soluciones, por ejemplo, que un hombre se casara con varias mujeres, pero resultó que, debido a una epidemia de paperas que sufrieron, habia algunos que eran estériles, como consecuencia, muchas mujeres no engendraban. Así se llegó a la solución actual, que ha funcionado hasta hoy, quedando como una tradición.
—¿Y que solución es esa Laszlo? Aunque me temo lo peor…
—No es tan mala, Luis. Veras, cuatro veces al año, en días calculados por los expertos de la aldea, teniendo en cuenta las fases lunares, los días fertiles de las mujeres, vaya, lo que ellos deciden, se celebra el Día Grande. Que coincide con los solsticios y los equinoccios, aproximadamenste. Este día, o sea hoy es uno de los cuatro. Las mujeres se visten de la forma que has visto, se congregan en la casa de las mujeres, preparan la comida de la noche y descansan varias horas. Se prestan voluntariamente, así como los hombres que quieran participar. Se deben seguir las normas de la tradición, La vestimenta, ya has visto a las mujeres, los hombres tambien deben apuntarse y vestir adecuadamente, yo ya lo he hecho por ti… pensando que querras participar ¿no?.
—Vale, todo eso está muy bien pero, ¿qué se hace luego?
—Cuando dan las diez de la noche, las mujeres están preparadas, las cuidadoras abren las puertas de la casa y nos dejan entrar.
—¿Y qué ocurre?
—Cuando entres veras que en el centro hay una larga mesa llene de comida y bebida. No abuses. A ambos lados de la sala veras unas cabinas, en cada una de ellas hay una mujer. No puedes ver su rostro, si lo haces te sacarán a palos. Solo su cuerpo, de cintura para abajo, está a la vista, aunque la luz es muy tenue y se ve muy poco. Solo tienes que entrar en una cabina que esté con la cortina abierta, eso es que no está ocupada. Entras, corres la cortina y haces el amor con la mujer que se te ofrece y cuando termines, al salir, deja la cortina abierta para que entre otro. Las cabinas con una cadena que impide el paso estan vacías, no hay nadie. Eso es por qué suele haber más cabinas que mujeres.
—¡¡Joder Laszlo!! ¡¿Quieres decir que Clara estará en una de esas cabinas para dejarse follar por todo el que entre?!!
—Pues sí, Luis, pensé que ya lo sabias. ¿No has visto que bajo las faldas, tanto tu mujer como mi Samira, no llevan nada más. Ella lo sabía, lo acepta. Ha venido hoy expresamente a eso.
—¡No, no se me ha ocurrido levantarle la falda, ni a ella ni a Samira! ¡Faltaría más! ¡Lo que voy a hacer es entrar en esa casa y llevarme a Clara aunque sea a la fuerza!
—No te lo aconsejo, Luis. Habrá veinticinco o treinta mujeres y podrían matarte. Si algo odian son los celos y el hombre posesivo. Hazme caso. Ven conmigo, haz lo que yo haga y… podras follar toda la noche.
—¡¿Cómo que toda la noche?! No he podido echar mas de un par de polvos en una noche en mi vida…
—Jajajaja… No te preocupes por eso… Las brujas de la aldea, preparan unos brebajes, que toman ellas para estar receptivas y para nosotros aguantar durante horas copulando. Ahora te aconsejo que subas a la habitación y descanses, nos espera una noche muy movida. Por cierto, cuando entres en una cabina y cierres la cortina, debes terminar con lo que hayas empezado, de lo contrario las cuidadoras te echaran a la calle. Y si tienes necesidad de animarte, se lo puedes pedir a las preñadas o con niños pequeños, que anden por fuera y te facilitarán la cosa mediante una felación, pero no abuses.
Me fui a la calle. No sabía que pensar; tal vez me estuvieran tomando el pelo, o era un programa de televisiòn con cámaras escondidas… Me di una vuelta por las calles y no vi a ninguna mujer, solo dos o tres viejos, muy viejos, apaleando esparto. Tal vez Laszlo me decia la verdad y los jóvenes estaban descansando.
Al regresar a la casa de mi anfitrión escuché sus ronquidos en la habitación. ¿Y si no mentía? Opté por hacerle caso y descansar.
En todo caso me vendría bien.
Era tarde, anochecía cuando Laszlo me despertó.
—Vamos Luis, ponte esto, no quiero llegar tarde.
Me dio una camisa amplia de mangas anchas, abiertas por el pecho, él llevaba una igual, incluso el mismo color purpura y un faldellín como los que usaban los romanos, solo que este estaba abierto por delante. Me hizo una demostración, se abría como una cortina a cada lado, dejando a la vista sus atributos masculinos. Me vestí. Al bajar vi que tenía sobre la mesa dos copas con una bebida extraña. Me ofreció una de ellas y él se tomó la otra. Lo imité. Ya no me importaba nada. A mi mujer se la iban a follar una pandilla de desarrapados; ya que más me daba.
Salimos a la calle. No se veía un alma. Llegamos a un edificio de una sola planta, grande. Una puerta ante nosotros nos impedía el paso. Llamó, golpeando un gran aldabón, se abrió y entramos en una sala reducida donde se agolpaban doce o quince hombres de distintas edades, la mayoría jóvenes. Por una puertecilla lateral, entró Samira y se acercó para darnos un beso a cada uno en la mejilla. Detrás Clara vino hacia mí y me besó en los labios fugazmente. A Laszlo en la mejilla. Otras tres mujeres hicieron lo mismo con otros tantos hombres desapareciendo rápidamente por la misma puertecilla por la que aparecieron. Laszlo me explicó que a las mujeres que tenían familiares en la entrada se les permitía salir para informarles del número de cabina que tenían asignada para que no entraran y copularan con su hija, hermana o madre. Les había dicho que Clara y yo éramos hermanos, por eso le permitieron salir. Claro que ella no me dijo en qué cabina estaría. Fue un duro golpe. Ella no quería que supiera donde estaba.
Sonó una campana, se abrieron dos puertas grandes. El salón era como me lo había descrito. Los hombres se dirigieron cada uno a una de las cabinas de madera, Laszlo fue uno de los primeros, yo esperé un poco. Observé que habría abiertas unas veinticinco cabinas, pero solo catorce se ocuparon, me dirigí a una de ellas con la esperanza de que fuera Clara, pero no, no tuve suerte. Era bastante más rolliza. Tumbada boca arriba se había subido la amplia falda y había cubierto su rostro con ella. Observé que en uno de los pliegues tenía una celosía, a la manera de los burkas, por el que ella podía verme. Entonces reparé en que mi falo estaba totalmente erecto, no lo dudé, apunté e inserté de una vez. Me moví bombeando y en pocos minutos me derramaba en su interior.
Se escuchaban quejidos, lamentos, tanto de ellas como de ellos. Se escuchaban gemidos, lamentos, gritos, tanto de ellas como de ellos. Toda una sinfonía de sonidos sexuales. A mi derecha detecté un gemido que me recordó los que profería Clara al correrse.
Terminé, abrí la cortina y me quedé fuera disimulando beber algo mientras la cabina en la que yo sospechaba estaba Clara se desocupaba. Vi salir a Laszlo, dejó la cortina abierta pero otro fue más rápido y entró. Tuve que ir a otra cabina que estaba al lado y cuyos lamentos también me resultaban familiares. Tampoco reconocí la abertura vaginal no era Clara. Además me pareció que era virgen anal, por la estrechez del ojal. Era más estrecha, suave, muy cálida y la ensarté. Cuando terminé había logrado que ella, fuera quien fuera, había alcanzado tres veces el clímax. Tanteé su ojete y no me lo impidió. Estaba muy cerrado, parecía virgen por detrás. Poco a poco fui introduciendo un dedo, lo lubricaba con la abundante cantidad de sus secreciones, unidas a las que ya la habían perforado y dejado su semen entre sus labios. Logré meter dos, luego tres dedos hasta que los saqué y los sustituí por mi pene que seguía duro y firme. Al entrar el glande dio un gritito y se quedó quieta, esperé a que su esfínter se adaptara y fue ella quien empezó a moverse buscando una mayor penetración. Mis dedos excitaban el clítoris. Vislumbré sus manos en los pezones, pellizcándolos, torturándolos. Un grito, un empujón y llegamos los dos al clímax a la vez. No quería pensar. Solo la excitación que sentía entre mis piernas y la oportunidad de horadar varias vaginas en poco tiempo.
Al terminar y abrir la cortina vi ocupada de nuevo la cabina anterior y esperé; de nuevo fue a Laszlo a quien vi salir de ella, pero ya no perdí el tiempo y entré sin detenerme. Estaba tendida boca arriba pero al entrar se puso en cuatro. Su sexo rezumaba semen. Su culo también había recibido lo suyo, ya que también chorreaba. Limpié cuanto pude con la mano y la restregué por la cortina. Creí escuchar una risita. Tras manosear el culo que se me ofrecía pensé que este sí era el de Clara. Penetré su coño con fuerza, con rabia, también el culo con los dedos. Cuanto más fuerte le daba más empujaba ella. Al final ella llegó y con sus espasmos regué su vientre con mi eyaculación.
El llegar al clímax no quiere decir que haya llegado a satisfacerme. Un nudo en la garganta me impedía disfrutar. Era algo superior a mis fuerzas. Amaba a Clara con auténtica pasión y esta situación me desbordaba.
Entré en tres o cuatro cabinas más. Repetí en la tres y la cuatro. Si bien el falo seguía enhiesto, gracias al bebedizo, las fuerzas ya me abandonaban. Seis o siete de los que entraron al inicio estaban ebrios tirados en el suelo. Dos de las cuidadoras los recogían y los llevaban directamente a la calle.
Me senté en una de las sillas y una de las cuidadoras, joven y bella, se ofreció a ayudarme. La reconocí. Era la mujer que lavaba en el rio y le dio de mamar a su hija bajo el árbol. Poco antes había visto como un tipo descargaba en su boca. Ella lo empujó, escupió y se enjuagó la boca varias veces con las bebidas que había en la mesa. Él insistió y quiso tumbarla sobre la mesa para penetrarla. Ella llamó a una de sus compañeras y se lo llevaron a la calle.
Al verme se acercó y se arrodilló ante mí, me acariciaba el pene, lo lamía. Acaricié su cabeza y le dije por señas que no. La levanté y besé sus labios. Ella se retiró indicándome por señas que se la había chupado a otros. Le indiqué que no me importaba. Llevó mis manos a sus hermosos pechos desnudos que rezumaban leche, los chupé y saboreé. Me encantó su sabor. Entonces se entregó a mí. Apartó la comida de la mesa, se remangó la falda, se tendió y me ofreció su vulva, que en esa noche no había sido usada. ¿Ella no quería un nuevo embarazo? ¿Y por qué a mí me lo permitió?
Me arrodillé y con la lengua la llevé a gritar de placer. Después, con dulzura y mucho cuidado, le introduje la verga en su delicioso canal, puse sus piernas sobre mis hombros y follamos como si fuera el fin del mundo. Me volví para ver cómo, de la cabina que sospechaba estaba Clara, alguien se asomaba, me pareció escucharla llorar. Pero se retiró al ver que yo miraba y no pude estar seguro de que era ella. Las lágrimas corrían por mi rostro cuando descargaba en el vientre de aquella joven madre, que se me había ofrecido de forma tan entrañable.
Al terminar pude ver que ya no quedaba nadie en las cabinas. Todos se habían marchado excepto Laszlo, que me dijo que esperara para marcharnos con Samira y Clara.
Las cuidadoras nos acompañaron a la salita de la entrada para que no pudiéramos saber de qué cabinas salía cada una de las mujeres.
Clara vio mi rostro compungido… Yo su cara demacrada y apenada. Me abrazó, me besó…
Yo no correspondí a su beso. Ella detectó mi frialdad y estalló en llanto.
—¡Perdóname Luis! ¡Tenía que hacerlo! ¡Te quiero!
—Ya hablaremos. Ahora estoy muy cansado.
Amanecía cuando llegamos a la casa y fui directamente a la cama. Ella se acostó a mi lado y se acurrucó a mi espalda.
Apenas me había dormido cuando noté una mano que tiraba de la mía. No era Clara.
Me levanté y seguí a quien tiraba de mí, era Samira.
Me llevó a su alcoba, se desnudó completamente… Era bellísima. Yo aún mantenía mi rigidez. Pero no era eso lo que ella deseaba. Me abrazó y besó con una pasión inusitada. Se colocó en la cama ofreciéndome sus nalgas y pude ver el ano con ligeras trazas de sangre. Por señas me dio a entender que había sido yo el responsable. Que ella quiso que yo fuera quien rompiera su esfínter. Se giró de nuevo y me abrazó. Temblaba.
—¡Tú no ir! – Me dijo balbuceando – Yo amor tú, Clara amor Laszlo. Solo tú entrar por aquí. – señalaba su culo.
—¿Tú me amas y Clara ama a Laszlo? ¡No! ¡Yo amo a Clara!
Al menos la amaba, pensé. Y aquella preciosa chiquilla de dieciocho años se me entregaba y decía amarme. Su rostro cambió. Estaba muy apenada. Lloraba.
Me tendí a su lado y la besé, acaricié su bellísimo rostro, sus cabellos rubio oro… Su hermano era muy moreno, claro que… con el sistema de fecundación que utilizaban, cualquiera sabe quién era su padre. ¿Después de la noche que habíamos pasado aún tenía ganas de sexo?
—Yo no barriga. No embarazada. Quiero tú seas padre.
—Quizá no pueda Samira. Durante los cinco años que llevamos casados Clara y yo no hemos tenido bebés.
—No importa a mí. Yo amo a Luis.
Me abrazó como si fuera un salvavidas. Realmente me sentía atraído por esta chiquilla. Pero era una locura. Se durmió en mis brazos. Yo también me quedé traspuesto, no sé cuánto tiempo pasó. Poco después me levanté, la tapé con una colcha y subí a la habitación con Clara. Intenté descansar. Era bien avanzada la mañana cuando me despabilé. Me vestí y desperté a Clara.
—Me voy Clara… ¿Qué piensas hacer?
—¿Cómo que qué pienso hacer? Pues volver contigo a casa. Aquí ya no hay nada que me interese.
—¿Ni siquiera Laszlo?
—¡No!, ¿Qué creías? ¿Qué me iba a quedar con él? No Luis, te quiero a ti y me voy contigo a no ser que…
—¿A no ser qué…?
—Que tú no me quieras a tu lado, entonces me moriría de pena.
—Venga, vámonos de aquí. – Dije enfurecido.
Nos vestimos, recogimos nuestras pertenencias y bajamos.
Samira y Laszlo nos esperaban con el desayuno preparado. Se dieron cuenta de nuestro enfado. Comimos en silencio, solo roto por Laszlo.
—Ya te dije Clara, que esto era algo muy difícil de asumir por vuestra sociedad. Para nosotros es fácil adaptarnos a la vuestra pero para vosotros… Lo siento Luis. En ningún momento ha sido mi intención hacerte daño, a ti ni a Clara. Ya se lo dije a ella antes que vinierais, si podemos hacer algo para…
—No te preocupes Laszlo, no has sido culpable de nada. Intentaremos arreglarlo a la vuelta. Gracias por todo… — Le di mi mano que estrechó con firmeza.
Clara le dio dos besos en las mejillas. No observé ningún tipo de manifestación afectuosa entre ellos.
Con Samira fue distinto. Me abrazó llorando, besándome, llenándome de lágrimas y mocos. Algo dentro de mí se rompió. Una inmensa ternura me invadió, su hermano la sujetó con suavidad y la apartó de mí. Mis manos no la soltaban. Me miraron los tres sorprendidos. La dejé, me di la vuelta y me marché. Antes de perder de vista la casa miré hacia atrás. Samira seguía en la puerta de la casa, me miraba sin dejar de llorar y yo me debatía en un mar de confusión.
Andando bajamos los kilómetros que nos separaban de la estación. Llegamos poco antes de la salida del tren. El viaje de vuelta lo realizamos en silencio.