Ciudad dormitorio
A principios de los años noventa en un barrio de clase obrera de una población del extrarradio barcelonés se da el encuentro entre dos chicos de orígenes distintos. Uno perteneciente a la segunda generación de una familia originaria del sur de España y el otro hijo de inmigrantes mexicanos.
Antes que nada deseo disculparme por la brusca interrupción de la anterior serie. Espero poder continuarla en breve. Durante un largo tiempo me ha abandonado esta torpe inspiración que hoy me visita nuevamente. Llevo largo tiempo meditando en este relato que aun que no es autobiográfico es una suerte de ejercicio de fabulación de una realidad alternativa que pudiese haber sido posible. Los personajes son tan reales como pueden serlo unos alter egos de la realidad alternativa de personas de carne y hueso. En concreto yo mismo y mi pareja desde hace nueve años si nos hubiésemos conocido en el tiempo y en las condiciones que planteo en este relato. Evidentemente los nombres de los lugares y los nuestros los substituyo por otros, más por pudor de revelar intimidades personales que otra cosa.
Serraverda es una ciudad industrial situada a escasos kilómetros de Barcelona. Se caracteriza por estar compuesta en gran medida por barrios obreros y por ser bastante anodina. Esto supongo es cierto para la inmensa mayoría de sus habitantes, excepto para mi, recién llegado de allende los mares. Trasplantado como de otro plantea por mis padres y su anhelo de progreso en este sitio absolutamente extraño.
Me extrañaba enormemente casi todo, las costumbres, el entorno, el colegio; sobre todo con el añadido de que la mayoría de clases era en catalán. Una de las más chocantes era el hecho de vivir en un bloque de pisos bastante alto, yo que apenas los había visto desde lejos en las raras visitas a la capital, ya que si bien nací en una ciudad mediana, la geografía local y las costumbres hacían que predominaran absolutamente las casas unifamiliares incluso en el caso de familias de clase obrera como la mía, era una ciudad plana llena de urbanizaciones al estilo Yankee.
En nuestro rellano había cuatro puertas, uno de los pisos estaba ocupado por un matrimonio de mediana edad con los hijos ya independizados, el otro por inmigrantes magrebíes con niños pequeños y el último estaba vacío cuando nos mudamos pero fue pronto ocupado lo que llevaría muchas novedades a mi vida. A priori no lo parecía ya que la recién llegada era una abuela recién enviudada cuya hija vivía un par de pisos por encima. Ramona es su nombre, y es de origen andaluz. Su hija, Mariana vivía con su marido y sus propios hijos, chico y chica. La chica, Amelia tiene mi edad mientras que el chico, Guille tiene cinco más, uno menos que mi propia hermana Liliana.
Mi madre enseguida trabó relación con nuestra nueva vecina pero sobre todo con su hija, al ser de una edad y de circunstancias personales similares. Madres de familia trabajadoras, y con gustos musicales parecidos pronto intercambiaron guisos y compartieron muchas tardes de charlas.
Guille y yo congeniamos bastante pese a la diferencia de edad. El gusto por los videojuegos nos llevo a pasar varias tardes juntos en su habitación o en la mía. Incluso en alguna ocasión me invitó a acudir con sus amigos a un juego de pistolas laser muy de moda en esa época. A mi poco a poco comenzó a atraerme, a pesar de que no tenía aún del todo claro el hecho de ser gay, ya que también me atraía alguna que otra chica, siempre demasiado guapas como para que se fijaran en mi. Además su estilismo era espantoso, unas gafas terribles que escondían sus bonitos ojos azul-verde, un corte de pelo extraño y una elección de ropa bastante discutible además que era demasiado delgado para su metro noventa de estatura. La parte más atractiva era su personalidad, tranquilidad a prueba de bombas rozando el zen, mucha seguridad en sí mismo, algo que a mí me faltaba, paciencia y mucho sentido del humor. Era mi mejor amigo, prácticamente el único ya que me costaba relacionarme en la escuela. El choque cultural y mi natural timidez me alejaban de los demás.
Una de esas tardes después de terminar la partida del Age of Empires, me quejaba del hecho de no ligar, se suponía que con chicas, y renegaba de mi aspecto. Era de largo el más bajito de mi clase, ya que además que soy más bien bajo en ese entonces aún no había dado el último estirón. Mi extremada delgadez tampoco ayudaba. Acababa pareciendo un niño de doce al lado de mis corpulentos compañeros de instituto. Se reía de mí para mayor indignación mía, pero a la vez me miraba de una manera extraña sobre todo después que me saque la camiseta para demostrarle el saco de huesos que era según mi apreciación. Comentó que no estaba tan delgado y que tenía buenas piernas y buen culo, luego hizo broma sobre mis costillas y rozó mi costado provocándome un ataque de risa, tengo muchísimas cosquillas y reacciono de inmediato a ellas. Todo ello desencadenó un buen avance de erección que resultó muy evidente en los pantalones cortos de futbol que llevaba ya que tenía entreno esa tarde noche. Se me subieron los colores al rostro y marché apresuradamente avergonzado.
Dejamos de vernos durante una semana, a él le preocupaba el hecho de que yo buscara algo con él dada mi edad y no poderse contener, según me explicó después. A mí tampoco me apetecía demasiado verle sin saber cómo explicar lo que había pasado, pero al mismo tiempo me excitaba pensando que podría pasar algo más, estaba hecho un lío. Pero el fin de semana siguiente mi madre me ordeno devolver unas ollas que le había prestado Mariana para la cena de cumpleaños de mi hermana. Tuve que esperar bastante para que me abriera Guille con una cara de sueño impresionante y vestido con solamente un pantalón de pijama. Le entregué las ollas y bromee sobre su evidente resaca y le dije que le dejaba seguir durmiendo. Encajo la broma y dijo que ya no hacía falta que ya que le había despertado que le acompañara un rato a jugar al ordenador. Desayunó cualquier cosa mientras yo arrancaba el PC y ponía en marcha el juego. Contento al echar tierra sobre el episodio anterior.
Pasamos un buen rato con el juego y me relaje bastante olvidando por completo la anterior tensión. Resultaba evidente que sus padres no se encontraban en casa. Se lo comente de manera descuidada y me explico que habían ido a casa de un hermano de su madre y que él no había acudido por qué no se llevaba bien con su tío y que su hermana les había acompañado. La confirmación de que estábamos completamente a solas me llenó de inmediato de excitación pensando en lo que podría suceder. Le dije que estaba aburrido del juego y que mejor viésemos la tele. Pasamos a la sala de estar y nos sentamos en el sofá, lo hice bastante más cerca de lo que era habitual, con nuestras rodillas rozándose muy suavemente. En ese momento yo ya había decidido que deseaba estar con él y quería saltarle encima pero no me atrevía a dar el paso, tenía miedo a que me rechazara. Estaba excitado al grado que sentía como si me faltara la respiración. Por suerte los vaqueros viejos y ajustados que llevaba puestos ese día y la postura semitumbada ayudaban a ocultar mi erecto miembro. Me daba la impresión de notar el calor que desprendía su cuerpo y dejé de prestar atención a la tele para concentrarme en él, en su cuerpo desgarbado, blanco y lleno de pequitas por todos lados. Y finalmente me fijé en el bulto que se formaba en la delgada tela de sus pantalones de pijama, bastante mayor de los de mis compañeros de futbol. Sin pensar posé mi mano izquierda en su estomago provocando que se estremeciera por la sorpresa, aun que permaneció en silencio respirando de manera entrecortada. Entendí ante su falta de reacción que me permitía seguir y deslicé mi mano hasta el interior de sus pantalones para poder tocar su ya inflamado instrumento. Lo palpé un momento pero decidí que era mejor hacerlo con la derecha y me acerqué más a su cuerpo quedando mi cara muy cerca de su pecho dada la diferencia de estaturas. Le pajee ya con la derecha, mi mano más hábil, mientras le besaba el pecho.
Decidí que tenía que probar que se sentía al chupársela, había visto un par de películas y tenía algunas nociones. Fui dándole besos por su estomago hasta que llegué a su capullo, el cual lamí un par de veces. Luego introduje todo lo que pude en mi boca, un poco más de la mitad. Cuando me detuve note que vibraba todo su cuerpo jadeaba en silencio y posaba su mano en mi espalda con delicadeza. Lo sacaba y metía de mi boca muy lentamente sintiendo como se repetían sus vibraciones una y otra vez al compás de mi vaivén. Me cansé rápido de esa posición y decidí sentarme en el suelo en medio de sus piernas. Desabroché mis pantalones y me saqué la polla que me dolía de tanta presión. Mientras el se deshacía de su pantalón corto y me sacaba la camiseta. De inmediato volví a comerme su tieso rabo. Con mis manos acariciaba sus piernas alternando por momentos con mi propio instrumento, al tiempo que sus manos se posaban suaves en mi cabeza y hombro indicándome un ritmo ligeramente más alto que el que yo ejercía. Me dejé guiar dócilmente, incluso cuando sentía que me faltaba un poco el aire. Estaba como en trance y disfrutaba las caricias en mi cabello y hombro. Finalmente no pudo aguantar más y cogiendo una de mis orejas me separó de él para acabar de correrse con un par de estirones de su mano izquierda. Me deshice de su mano y besándole los testículos me puse en pie masturbándome hasta alcanzar el orgasmo en pocos segundos y poniéndole aún más perdido de semen, ya que lo hice encima de él, llegando uno de los disparos casi hasta su cara.
Permanecimos en silencio reponiéndonos del orgasmo y digiriendo lo que habíamos hecho. Hasta que de pronto el sonido del teléfono nos despertó de golpe. Era mi madre que quería que bajase a comer. Me vestí y le pedí que me llevara esa tarde hasta el campo de deportes para mi partido ya que le quedaba de camino al trabajo. Con toda naturalidad nos despedimos. Luego me explicó que estuvo algún rato sin acabar de creerse lo que había pasado. Se sentía tremendamente complacido, y yo le resultaba absolutamente irresistible, ya que siempre le habían atraído los chicos morenos, mi físico pequeño y bien definido y mi actitud tan masculina contrastada con mi complacencia en el sexo; pero a la vez le preocupaba mi actitud en el futuro, por la amistad nuestra y la de nuestras familias.
Yo por mi parte estaba bastante tranquilo, se habían esfumado las dudas y tenía bastante claro que me había encantado debutar sexualmente con él. Comí en silencio, en vez de mi habitual perorata de niñato sabiondo metomentodo, escuchando la insulsa conversación de mi hermana sobre no se qué idiotez. Supongo que intentaba como de costumbre sacar más dinero para ropa o maquillaje. Preparé mi bolsa de deporte con todo lo necesario para el partido y esperé a que fuera la hora de marchar tumbado boca arriba en mi cama reviviendo la escena recién vivida hasta que el timbre de casa me indicó que Guille ya me esperaba. El trayecto fue bastante normal, con la típica discusión sobre nuestro absoluto desacuerdo en gustos musicales. Discusión zanjada por su parte con un “si no te gusta mi música ve a pie” que consideré justa respuesta a mis descalificaciones musicales. Traté de dirigir la conversación hacia los últimos resultados del equipo local de tercera división pero era inútil, era tan ignorante en temas de futbol como mi madre. Se relajó bastante ante mi actitud de normalidad y se rio de mis intentos de explicarle quienes eran los jugadores de los que hablaba diciendo que creía que me refería al Barça.
El partido acabó yendo bastante mejor de lo habitual, para variar ganamos y metí uno de los primeros (y escasos) goles de mi paso por el futbol federado, el entrenador me felicitó por el cambio de mi mala leche habitual (solía dar más patadas que pases) y por haber jugado más liberado de tensión. Me cagaba de la risa pensando en lo que opinaría si supiera el por qué de mi repentino buen humor.
Transcurrió una semana de manera más bien rutinaria, sólo perturbada por los interrogatorios a los que me sometía Ruth, mi mejor amiga por no decir la única del instituto con la que hablaba, al verme mas distraído de lo normal. Visité a Guille un par de veces para consultar en internet cosas para los deberes, ya que nosotros no teníamos aún en casa. Todo transcurría como si nada hubiese pasado. Pero yo ansiaba tener la oportunidad de repetir la experiencia. Ese fin de semana a mi madre le tocaba guardia en el hospital que trabajaba como limpiadora y a mi padre y mi hermana les había dado por ir a la playa. Me negué a acompañarles por que no quería perderme el partido. Para la mañana del sábado tenía otros planes menos inocentes. Conseguí que Ruth me prestara su SNES para así tener un pretexto para hacer bajar temprano a casa al perezoso Guille que rara vez se levantaba antes de las once.
A las 9 en punto y mucho mas arreglado de lo habitual, me presente en su casa para invitarle a jugar. Mariana se rió de mi aspecto diciéndome que si a que niña intentaba ligarme a esas horas de la mañana. Estuve tentado a replicarle que a su hijo pero me mordí la lengua y sonreí sonrojándome. Arrastré a Guille escaleras abajo explicándole todos los juegos que tenía. Pronto estábamos muertos de risa con el Mario Kart. Me divertía pero tenía otros planes así que le quite de las manos el mando poniéndome de rodillas entre sus piernas. Me sorprendió cogiendo mi cabeza con ambas manos para besarme. Yo solo lo había hecho con un par de chicas pero este beso era muy diferente, posesivo; su boca cubriendo la mía por completo, los ligeros mordisquitos a mis labios y finalmente su lengua entrando en mi boca. Al mismo tiempo sus manos descendieron por mis costados asiéndome por las caderas para pegarme aún más a él. Respondí cruzando mis brazos por detrás de su cabeza. Era evidente que las cosas serán muy distintas a la semana anterior donde mayormente se dejó hacer y disfrutar de su cuerpo. Era la segunda vez que le provocaba y esta vez no tuvo reparos en tomar lo que yo le ofrecía. Sus manos pasaron a amasar mi culo a través del pantalón y su boca se dirigió a chupar y mordisquear mi cuello. Sin dejar de acariciarnos nos fuimos desnudando. Al liberar su pene de su slip no pude resistir la tentación de volver a comerlo. Lo lamí de arriba abajo hasta que me indico con unos tironcitos de cabello que debía introducirla en mi boca. Mientras con una de mis manos acariciaba su estomago y la otra sopesaba sus huevos. Seguí un buen rato comiéndosela a un ritmo pausado llegando apenas a la mitad de su rabo, era todo lo que me cabía sin ahogarme ni provocarme arcadas. Un rato después me separó de su polla y me empujó para que me pusiera en pie. Se metió mi nabo a la boca y me hizo ver las estrellas. Consiguió comérsela toda, y sentí que se me doblaban las rodillas del gusto. Al darse cuenta se echó atrás y al seguirlo acabe con mis rodillas a cada lado de sus caderas en el sofá. Su mamada no duro mucho pues no quería que me corriera aún. Se reacomodó ligeramente para besar mi abdomen y me hizo bajar hasta que consiguió besarme la boca nuevamente sentándome en sus piernas y acomodando su enhiesto rabo entre mis cachas. La sentí enorme y durísima al restregarme en ella y dude en si debía dejarlo penetrarme. Me apetecía pero me daba miedo y creía que era llegar demasiado lejos. Ajeno a mis dudas se apoderó de un condón y lubricante del bolsillo de su pantalón y echándome un poco arriba dedico a lubricar mi entradita y a colar un dedo dentro mientras acallaba mis protestas a besos.
Seguía sin estar convencido cuando me acomodo su pene ya enfundado en el condón justo a las puertas de mi ano; pero sus caricias en la cintura y su boca mordiendo ligeramente mi hombro me acabaron de doblegar y bajé mi cuerpo empitonándome yo mismo muy lentamente pero continuo hasta llegar a un punto donde su grosor era demasiado, ya que su poya nunca deja de engrosar hasta la raíz misma. Permanecimos quietos con dos tercios de rabo clavados dentro mío mientras un sinfín de tímidas quejas se escapaban de mi boca. Quería sacarla de mi cuerpo pero no me atrevía a moverme. Sus brazos rodearon mi cintura con firmeza evitando toda vía de escape. Gimiendo de gusto esperó a que me dilatara lo suficiente para poder iniciar el vaivén. Le pedí que me dejara hacerlo a mí, haciendo un recorrido corto y a un ritmo muy lento que minimizaba el dolor. A pesar de todo mi propio pene permanecía erecto al máximo demostrando lo mucho que me excitaba tenerle dentro. Poniendo las manos en su pecho y cerrando los ojos me deleitaba en esa sensación de entrega total. El ritmo poco a poco fue aumentando aunque no así la profundidad. Sus manos me indicaban la forma en que debía moverme, era evidente que tenía bastante experiencia en el tema. A veces intentaba empujar hacia arriba y aumentar la profundidad pero el dolor me hacía subir para liberarme. Finalmente se comprendió que no la aguantaría toda y lo compensó con velocidad. El ritmo alto me arrancaba gemidos adoloridos mientras esperaba que se corriera pronto, mordiéndome los labios intentando no chillar demasiado fuerte y que los vecinos supieran lo que me estaban haciendo. Al notar que no aguantaba más me la sacó; luego hizo que le besara y sosteniéndome de la cintura con una mano se acabó masturbando pringando mi espalda con su corrida. Cuando disminuyó la presión de su abrazo y se sumió en el letargo post orgásmico me encamine hasta el lavabo acabando con una rapidísima paja en mi segunda ducha de la mañana. Al salir le entregué un par de toallitas desmaquillantes de mi hermana para que se limpiara los pocos restos que tenía en su pene.
Me vestí en silencio mientras Guille hacía lo propio y puse cualquier cosa en la tele mientras nos reponíamos del esfuerzo. Estuvimos largo rato así hasta que comenté las tonterías que salían por la tele. Me respondió de la misma manera relajada y perezosa denotando lo relajado que lo había dejado. Estábamos más tumbados que sentados en el sofá y cualquiera que nos viera se habría pensado que llevábamos un par de cigarrillos de la risa encima.
El bajón físico me duró todo el día afectando bastante al partido de la tarde. Me cambiaron al descanso al verme en tan bajas revoluciones ya que lo único destacable de mi juego era la hiperactividad física que solía desplegar. El entrenador me echó la gran bronca en público en los vestuarios y luego en privado me comentó con guasa que el próximo finde follara después del partido. Me sonrojé pensando en cómo lo habría notado, por suerte mi morena piel esconde mis habituales enrojecimientos.
Durante un par de meses no pudimos repetirlo ya que no conseguíamos quedarnos a solas el tiempo suficiente, un día se la chupé totalmente vestidos pero tuvimos que parar de un salto al llegar su hermana a casa. E hicimos ver que estábamos dándole al AOE como siempre.
Ruth me atosigaba a preguntas alegando que estaba raro. Éramos cada día más amigos ya que ella tampoco encajaba con los demás, éramos los descartes como se burlaba ella. Era demasiado estudiosa y aplicada para caer bien, y sus padres estaban encantados de que hubiese hecho un amigo. Me ayudaba sobre todo con el aprendizaje del catalán y yo le explicaba sobre matemáticas que siempre se me han dado bien. Finalmente cedí a su asedio y le expliqué lo que había ocurrido con Guille, sin decirle de quien se trataba. Se quedó sorprendida y me pidió todo tipo de detalles, los cuales le relaté ruborizado, está vez supongo que sí que se notó un cambio de color en mi cara ya que sentía que quemaba. Me preguntó si había hablado con mis padres de sexo, sabiendo de antemano que era poco usual en nuestra sociedad. Al responderle que no, me ofreció acudir a su tío que además de ser gay era psiquiatra para que aclarara mis dudas.
Fue una autentica experiencia hablar con Ernest, el tío de Ruth, reconocido activista pro derechos LGBT. Me recomendó muchos libros que leer, películas que ver, y me dio consejos prácticos sobre el sexo, sobre todo el uso indispensable del preservativo y los lubricantes y me recomendó evitar la promiscuidad en esa época de la pandemia del SIDA y me abrió sus puertas para que le consultara siempre que quisiera. Fue mi autentico Cicerone del mundo gay.