Ciudad de esclavitud (fragmento)
Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. Primeras experiencias.
Ciudad de esclavitud (fragmento)
Título original: Bondage Town
Autor: Reece Gabriel, (c) 2001
Traducido por GGG, diciembre de 2003
Reyna se quitó de encima el calzado informal. Él le había dicho que se pusiera elegante, pero esto era lo mejor que podía sacar de su pequeña maleta hasta que llegara el resto de la ropa...
"¿A dónde vamos, nene?"
"Es un sitio fuera de la ciudad," aportó después de varias millas de silencio. "Realmente apartado."
Un cálido escalofrío la recorrió mientras intentaba imaginar lo que podía significar aquel último comentario. Apartado era igual a romántico, en su mente. Cerrando los ojos, dejando que el sol cayera sobre su rostro a través del techo sin capota, Reyna dejó que su imaginación corriera libremente. En poco tiempo se quedó dormida.
Cuando se despertó se encontró tumbada sobre una manta. Jason estaba a sus pies, enganchando grilletes en sus tobillos. Parpadeó y miró a su alrededor. Estaban debajo de un pino, en medio de un prado.
"Se llama barra separadora," explicó Jason mientras ella se apoyaba sobre los codos para verle, mientras aseguraba la larga barra de metal que le haría imposible cerrar las piernas.
"Esto es fenomenal," decidió, moviendo los dedos de los pies "... Pero ¿y si alguien nos ve?" preguntó, mientras le veía desenredar dos tiras de cuero enganchadas a cada lado de lo que parecía como una pelota de ping-pong azul.
Jason le levantó el vestido, descubriendo su coño ya abierto. Soplaba una brisa veraniega y sentaba muy bien. "Nadie viene nunca aquí," dijo. "Mi familia es dueña de todo, hasta donde te alcance la vista."
Reyna pensó en ello, haciendo lo posible por alcanzar lo más lejos que pudiera a través del paisaje totalmente verde y exuberante. Mientras lo estaba haciendo Jason le metió la mordaza de bola en la boca. Sus protestas se convirtieron en risitas amortiguadas mientras le abrochaba el dispositivo detrás de la cabeza. Estaba demasiado prieta para escupir y sabía como una pelota rancia.
Utilizando los ojos expresó su disgusto.
Él sonrió, derritiéndole el corazón. "Es una mordaza de bola," le explicó con entusiasmo, haciendo que ella se diera cuenta de que en muchos sentidos era solo un chico juguetón. Tomó nota mental, decidiendo que algún día le daría la vuelta a la tortilla, en su contra.
"Mientras no te resistas no te esposaré las manos." Balanceó delante de ella unas esposas plateadas, como si supusiera que se iba a impresionar. Echándolas a un lado decidió comprobar su obediencia, empujándola hacia abajo y deslizando los dos tirantes de su vestido por debajo de sus pechos desnudos. No hizo ningún movimiento para impedírselo mientras él le sobaba la carne firme y joven. Las atenciones le hicieron segregar saliva y pronto se dio cuenta que en su estado actual no podía tragar. Ver la obvia excitación de él mientras la miraba babear en contra de su voluntad, no haría más que aumentar su incomodidad.
"¿Estás preparada para más?" preguntó él, rebuscando en su bolsa mágica como si tuviera cinco años, sacando esta vez una pala redonda de goma. A Reyna le dieron vueltas los ojos. Obviamente esto iba a ser un picnic sin comida. Ahora la ayudó a darse la vuelta hasta ponerse a cuatro patas. Con el separador colocado resultaba totalmente vulnerable y no tendría posibilidad de protegerse.
"Si te duele," le aseguró, "puedes morder la bola."
Reyna levantó el brazo y el señaló, colocando el dedo medio sobre el hombro. Él se limitó a soltar una risita sofocada mientras le subía el vestido por la espalda, asegurándose de que tanto su coño como su culo quedaran totalmente al aire. Separando un poco los tobillos, ella comprobó la rigidez de sus ligaduras. En este punto sus posibilidades de escapar eran muy pocas o ninguna. Podía elegir entre luchar, intentar escapar cojeando hasta la civilización o limitarse a relajarse y disfrutar. Sintiendo el sol sobre su piel, el aire por su cuerpo claramente excitado, optó por lo último.
El primer golpe fue suave, aunque puso a su cuerpo, lánguido y buscando polla, en alerta. El segundo fue más fuerte, haciendo que se echara hacia delante, de modo que el tejido de su vestido rozara sus pezones hinchados, endureciéndolos aún más. El tercer golpe se estrelló en la parte izquierda de sus nalgas, mientras le insertaba un dedo en su coño empapado.
El gemido de Reyna fue sofocado, capturado por la goma amarga y adaptada a la boca. Tenía tantas ganas de gritar, de revolverse contra él, agarrarle la polla y metérsela dentro, o aún mejor devolverle algo de esta mierda de la dominación. ¿Hasta qué punto le gustaría a él, se preguntó, comer en un restaurante elegante con el roce de una cosa bastarda dentro de ti, pinchándote y aporreándote hasta hacerte gelatina, de manera que estuvieras petrificada cuando tuvieras que irte dejando un enorme charco de corrida en el asiento? ¿Cómo llevaría beber soda de un vaso, intentando actuar con normalidad, mientras te siguen asaltando los orgasmos? Con tu acompañante limitándose a mirarte con suficiencia, sabiendo que estás bastante desvestida, alzando la mirada de cada camarero, solo con pantalones cortos y blusa, con tu ropa interior en el coche sobre el retrovisor trasero. Luego te hace comer una horrible langosta, y la tomas como si él fuera tu dueño. Todo lo que puedes decir es gracias, mientras estás deseando que ponga fin a tu tortura y te lleve a algún sitio, al asiento de atrás del coche, incluso al baño, para que pueda estampar su marca, chamuscándote con su polla caliente y palpitante...
De repente Reyna sintió la paz. Jason había dejado de golpearla durante un tiempo suficiente, para acariciar sus nalgas inflamadas. "¡Caray, nena! Estás tan caliente," dijo con voz baja y gutural.
Ella avanzó hacia él, esperando más, cualquier cosa, solo que no la dejara así, siempre. Si lo hiciera bien ahora le cubriría de besos, los pies, el culo, la punta de la polla. Sí, le besaría alegremente...