Citología

Una mujer asustada por no poder tener un orgasmo va a una citología con su ginecóloga muy especial.

Amelia tamborileaba con los dedos sobre sus piernas. Llevaba diez minutos esperando a que su ginecóloga la atendiera, pero no porque ella se retrasase, si no porque sus nervios le habían hecho llegar antes de tiempo.

Llevaba seis años casada y antes de eso había estado cinco años de novia con su actual esposo. Once años en total y su problema seguía con ella. Había fingido durante toda la relación para que su esposo no se diera cuenta, pero ya no podía más con ese peso y necesitaba desahogarse y saber si de verdad tenía un problema o si era algo normal que ella había magnificado.

Cuando la llamaron para entrar en consulta quedó paralizada unos instantes, ¿De verdad era para  tanto? Se moriría de vergüenza en caso de que fuera algo normal y ella hubiera ido a molestar a su ginecóloga y a quitarle la cita a alguna mujer con algún problema de verdad. Pero ya estaba allí, y tenía que llegar hasta el final.

Se levantó y avanzó decidida hasta la consulta para, una vez dentro, sentarse frente a su ginecóloga en el escritorio. Miró a la mujer una vez más, piel pálida y ojos ámbares como no los había visto nunca, con facciones finas pero endurecidas por las arrugas que le habían traído las noches de estudio que había tenido y los días de duro trabajo que le habían caído después. Su melena rubia quedaba recogida en un moño alto que le daba el aire profesional que su edad podría haberle negado. Era una mujer joven de como mucho treinta años que la había tratado desde que habían llegado a esa ciudad, y a Amelia le parecía un bellezón de joven, mínimo diez años menor que ella.

Antes de empezar a hablar se dio cuenta de que la asistente de su ginecóloga se había quedado allí. La miró de reojo y vio a una chica aún más joven, seguramente haciendo las prácticas para poder graduarse y empezar a trabajar. Era una joven latina de ojos oscuros y melena aún más oscura, suelta hasta los hombros, con una sonrisa tímida que la hacía ver tremendamente adorable.

—Bueno, Amelia, hacía ya tiempo, ¿Es por algún problema debido a tu menopausia precoz?

—N-no —Los colores le subieron rápidamente al darse cuenta de que la asistente había aguantado una carcajada —. Venía por otro tema, uno más… menos convencional.

—¿Puedo saber el que? —Las palabras de su ginecóloga le transmitían confianza sin necesidad de decir nada más allá del protocolo que seguían hasta el momento de saber la razón de la consulta.

—Como sabes, llevo mucho casada, y aún más tiempo en pareja porque estuve bastante con él antes de casarnos, pero es que… A día de hoy aún no he tenido… no me he… no he llegado al clímax aún. —Según hablaba sentía como el leve rubor de antes se iba intensificando hasta que la sangre le subió por completo a las mejillas.

—Bueno, la anorgasmia es bastante más común de lo que se quiere visibilizar. Hay causas físicas y psicológicas, principalmente sucede por alguna enfermedad o alguna adicción, o puede que sea estrés o alguna cosa así.

—¡No! Estoy perfectamente bien, no estoy enferma, no me he sometido a cirugías, no tengo más estrés que el propio de no poder tener un orgasmo. Tengo que tener algo mal ahí abajo, debe faltarme el punto G ese o algo así. —La ginecóloga propinó una mirada de reproche a su asistenta cuando esta no pudo reprimir una carcajada por lo que decía Amelia.

—Mira, esto no funciona así pero… Si te vas a quedar más tranquila, puedo mirar que todo esté bien.

Cuando la vio asentir preparó la camilla y le dijo que se quitase la parte de abajo y se tumbase cubriéndose con la sabana.

Mientras la especialista hacia la citología, la joven asistente podía ver como la paciente ponía algún gesto de placer y se acercó a su superior para susurrarle sus sospechas: quien fuera que fuese su marido, no sabía dar placer a la mujer.

—Amelia, ¿Esto solo te ha pasado con tu marido?

—¿A qué te refieres? ¿Con quién más podría pasarme? Mi marido es el único hombre que me ha hecho caso en mi vida, me dio mi primera vez.

—Ya veo... ¿Y no has querido probar nunca algo nuevo? —La ginecóloga empezó a acariciar despacio los labios exteriores de Amelia —. No lo sé, algún otro hombre o tal vez alguna mujer…

Antes de poder responder un gemido se escapó de la boca de la mayor de las tres, haciendo que la especialista asintiera a su asistenta y esta cerrase la puerta.

—Voy a probar una cosa, a ver si así llegas al orgasmo, si me das tu permiso.

—Lo que sea… Quiero curarme.

Aceleró levemente el ritmo de las caricias, haciendo que Amelia intentase llevar sus manos hacia el origen del placer, pero la joven estudiante se lo impidió, agarrándole las manos contra la camilla.

—Las zorritas buenas se están quietas y calladas. —Le ató las manos a la camilla usando cosas que tenía a mano y empezó a reclinarla del todo, dejándola totalmente en horizontal mientras las caricias en su coño iban poco a poco a más.

Desde donde estaba, Amelia pudo ver como la asistente empezaba a desabotonarse la parte de arriba de la blusa que llevaba, revelando unos pechos redondos y grandes escondidos tras un sujetador diminuto que a duras penas le cubrían nada. No entendía por qué, pero un calor sofocante le empezaba a subir por todo el cuerpo, era algo que no le había pasado nunca, pero le gustaba y quería más.

Sintió el roce de las tetas de la asistente rozando su cara cuando esta se echó hacia delante para provocarla, y en un impulso salido de lo más hondo de ella, abrió la boca para lamer y besar ese regalo que se le estaba ofreciendo.

Mientras Amelia le comía las tetas a la asistente, esta se daba cálidos y lentos besos con la ginecologa, que no dejaba de masturbar a su paciente, cada vez más rápido, rozando su clítoris y presionándolo, jugando con los labios vaginales, metiendo algún dedo de vez en cuando para hacerla gemir y oir como se ahogaban entre las tetas de su asistente.

Pronto Amelia llegó al orgasmo que tanto había deseado, con su marido eso no había pasado nunca, y ahora con dos jovencitas que habían intentado tratarla había llegado en apenas unos minutos.

La ginecóloga dejó las caricias y la asistente se puso bien la ropa para después soltarla de la camilla y que se vistiera. Mientras lo hacía, Amalia no pudo evitar mirar a la especialista, que tenía a la estudiante cogida por la cintura con cercanía.

—Creo que tengo un diagnóstico… eres lesbiana, por eso tu marido no te da orgasmos. —Antes de responder nada, vio como las dos jóvenes volvían a comerse la boca lentamente, así que decidió irse y dejarlas en un momento de intimidad mientras decidía qué hacer con su vida, sintiéndose sucia por haber engañado a su marido, pero liberada por haber sentido un orgasmo al fin.