Citas Playeras S.A.

Trazada nos habla en el Ejercicio de noches en la playa en que se hace el amor sin llenarse de arena.

CITAS PLAYERAS S.A.

Examiné de nuevo las dos fotografías que habían superado el descarte. La primera me había sorprendido cantidad y, tras darle un par de vueltas al tarro, pensé que podía sacarme de pobre. La segunda me la esperaba y resultaba simpática, graciosa incluso. Buen trabajo. No había resultado sencillo tomarlas. Tuve que hacerlo a escondidas y en la oscuridad; precisé utilizar flash de infrarrojos y trabajar con una cámara con puntero laser. Las fotos eran en blanco y negro - de noche es imposible el color -, pero resultaban vitales e ilustrarían a las mil maravillas el artículo que podía hacerme famoso.

Pensé en qué poner en los textos de los pies de las fotos. Sí. En la primera, "Se descubrió el pastel" y en la segunda, "¡Nena, te voy a arreglar el capacito!". Frases rotundas, de las que invitan a leer un texto sin dejarse una coma. Esta vez me había caído el premio gordo.

Mi carrera como reportero freelance estaba en punto muerto. Llevaba diez meses sin vender un trabajo a Interviú o a cualquier otra revista de difusión nacional y vegetaba escribiendo cuñas publicitarias de radio para un fabricante de aparatos sanitarios. Menos mal que al fin surgió la oportunidad.

Me habló de CITAS PLAYERAS S.A. un amigo. "Pegué un polvo de los que hacen época, Fermín –dijo-. Eso sí que es follar en la playa. Si quieres te doy el teléfono. Llamas, te visita la jefa de relaciones públicas que está más buena que el pan, te informa de las condiciones y de los precios y te invita a conocer las instalaciones de la firma. Si la cosa te cuadra, puedes concertar una cita de lujo para la noche que mejor te convenga. El negocio está organizado a lo grande, es una franquicia de la mejor firma de call girlls de Los Ángeles y la casa matriz tiene como clientes a actores de Hollywood y a jeques árabes del petróleo. Económico no resulta, pero seguro que, si te decides, quedarás encantado."

Yo no estaba para tirar cohetes en cuestión de dinero, pero todavía me quedaban quinientos o seiscientos de euros en un rinconcillo. Decidí arriesgarme e invertirlos en lo que podía ser un reportaje mollar que me llenara los bolsillos –el sexo siempre vende-, así que pedí a mi amigo el número de teléfono de CITAS PLAYERAS, y llamé nada más volver a casa. En lugar de obtener una respuesta de las de si quiere tal cosa pulse el uno y si quiere aquella otra pulse el dos, me arrulló el oído una dulce y educada voz femenina que me preguntó las circunstancias personales y me citó en la cafetería de la última planta de un hotel de cinco estrellas próximo a mi domicilio – no voy a decir su nombre, hacer propaganda gratis no es lo mío-, a las ocho de la tarde del día siguiente. Debía llevar, no una corbata verde a rayas o un clavel en la solapa como se acostumbra en estos casos, sino un ejemplar del Times abierto por las páginas de información financiera.

Acudí a la cita con las cotizaciones de la bolsa de Londres debajo del brazo, me constituí en barra y pedí un gin tonic. Iba por el primer sorbo cuando me tocaron el hombro. Volví la cabeza y quedé sin respiración. Hacía años que no veía una mujer tan espectacular como la que se dirigía a mí con la más deslumbrante de las sonrisas:

  • ¿Por qué no nos sentamos? Estaríamos mucho más cómodos.

Tragué saliva. Sentarnos. En una de las mesas o en el Polo Norte, dónde fuera, con tal de tener al lado a aquel bellezón y ser envidiado por barman, camareros, clientes y público en general, que no quitaban ojo de la chica.

Ella, ligerísimamente parecida a una antigua novia mía, solo que tres metros más alta y cien veces más buena, escotazo de vértigo, piernas largas como el mapa de Chile, pechos llenos que pugnaban por escapar de la blusa y darse una vuelta por las páginas centrales del Playboy, caderas rotundas de garota brasileira, trasero respingón de palmada sonora y me da igual lo que pase luego, boca de morder hasta hacer sangre, ojos profundamente azules –dos ojos, dos océanos-, y de cara se supone que carísima, se sentó en un diván, se echó atrás la melena rubia con gesto que destilaba clase, dejó el bolso de piel sobre la mesa, pidió un martini cóctel y sonrió con toda naturalidad, como si no se apercibiera del efecto que causaba a su alrededor.

Olvidé de golpe cómo se articulan las palabras. Balbuceé. Ella puso una mano en mi brazo, sonrió de nuevo y susurró más que habló:

  • Como habrás adivinado, porque supongo que puedo tutearte ¿verdad Fermín? – asentí con un movimiento de cabeza- he venido por tu llamada de ayer. Mi nombre es Carla, soy relaciones públicas de CITAS PLAYERAS S.A. y te voy a informar del alcance de nuestros servicios. Primero una pregunta: ¿Has hecho alguna vez el amor de noche en la playa?

  • Bueno, sí, alguna vez –. Ya iba recuperando la facultad de expresarme con sonidos.

  • Y ¿qué tal fueron las cosas?

  • Pues muy bien, supongo.

  • Si solo lo supones es que no fueron muy bien –movió ella de un lado a otro la cabeza -. De hecho, los polvos playeros clásicos son primitivos y molestos. Permíteme que llame al pan, pan y al vino, vino, ya que es tonto andarse con remilgos. ¿ Qué pasa de noche en una playa? Déjate de fantasías y reconócelo: Mirones de toda calaña pululan con la polla fuera para cascársela en cuanto oyen jadear a una pareja, tontos del culo se vuelven locos por grabar vídeos de los achuchones y luego colgarlos en Internet, descuideros del tres al cuarto aprovechan los momentos de pasión del personal para afanar teléfonos móviles, tarjetas de crédito y hasta boxers y tangas, y si tienes toda la suerte del mundo tampoco te sales de rositas. Luego de hacer el amor en la playa se necesitan muchísimas duchas para eliminar la arena que se te mete en la raja del trasero. Y si encima tienes coño, ni te cuento.

Volví a tragar saliva.

  • Bueno, visto así

  • ¿Y los insectos invisibles que te fríen el culo a picotazos en el momento más inoportuno? ¿Y los mosquitos tigre? Que no, Fermín, que no. Hay mucha leyenda urbana respecto a los polvos nocturnos en la playa, y no es oro todo lo que reluce. Ni siquiera latón.

Carla hizo una pausa para que tuviera tiempo de rumiar sus palabras y asimilar conceptos. Aprovechó para beber un sorbo de martini cóctel, se limpió los labios con una servilleta de papel, volvió a echarse la melena atrás y, cuando consideró que ya era tiempo, siguió hablando:

  • CITAS PLAYERAS S.A. se ha propuesto remediar los inconvenientes que hacen de los polvos playeros un incordio, para convertirlos en maravilla. Hemos realizado minuciosos estudios y trabajos de campo, o mejor trabajos de playa, - sonrió tras el juego de palabras seguramente preparado de antemano – y hemos comprobado que el 92% de las parejas que hacen el amor en la playa se ocupan a menos de trescientos metros de una disco o de un bar de copas y que el 82% de los hombres y el 64% de las mujeres lo hacen con una pareja ocasional conocida esa misma noche. No, no pongas esa cara, no tiene por qué ser similar el porcentaje masculino que el femenino, ten en cuenta que ha participado en la encuesta un número significativo de gays, no de lesbis que suelen ser más listas y darse el gusto en la cama.

Cruzó las piernas –la muy condenada tenía bonitas hasta las rodillas-, volvió a apoyar su mano derecha en mi brazo, abanicó la cafetería entera con un aleteo de pestañas, y prosiguió:

  • Nuestros técnicos evaluaron los datos recogidos y llegaron a la conclusión de que prestaríamos un magnífico servicio a la sociedad si creábamos un entorno adecuado - una playa, sin molesta arena, libre de mirones, curiosos, descuideros e insectos – y además facilitáramos a los clientes una pareja ocasional dispuesta a practicar sexo, y ello a cambio de una retribución que podía resultar en algunos casos inferior a los precios de las consumiciones del bar de copas o de la entrada de la disco. Hay también tarifas más elevadas, claro. Cada quien puede amoldarse a sus posibilidades económicas. ¿Te interesa que te detalle el cuadro de tarifas?

Yo iba volviendo a ser yo. Ya había recuperado algo de mi seguridad habitual.

  • Por supuesto que me interesa – dije.

  • Las tarifas están en consonancia con las prestaciones que realizamos todas las noches de verano, excepto las de luna llena. Hemos construido en nuestra playa un graderío de cemento, bautizado con el nombre de "Standby", al que los clientes, una vez cumplimentada la oportuna ficha, pueden acceder gratuitamente a partir de su inscripción. Las gradas son lugar propicio para los que optan por el servicio más económico, ya que allí pueden conocer a otros u otras en la penumbra –tampoco suele haber más luz en las discos-, y tienen la oportunidad de trabar amistad y en muchos casos charlar sobre la posibilidad de darse un saludable revolcón. Si lo tienen claro, por cien o ciento cincuenta euros según sean pareja o trío- la tarifa mínima correspondiente al servicio que llamamos "Playa chiringuito" es de cincuenta por persona, IVA incluido-, les proporcionamos un colchón inflable, sobre piso de cemento y a un suspiro de la orilla del mar, y les garantizamos absoluta privacidad durante treinta minutos.

  • O sea que, hablando mal y pronto, vais por la vida en plan dueña de pensión golfa que alquila habitaciones por medias horas – comenté, ya de vuelta de mi catatonía.

Carla torció el gesto por vez primera desde que comenzó la entrevista.

  • ¿En plan dueña de pensión? – protestó – ¡En todo caso, de multinacional de cinco estrellas! Solo te he hablado de la tarifa popular, pero hay otras, claro que sí, y algunas muy exclusivas sólo para minorías selectas. De dueña de pensión, nada. ¿Cómo se te ha ocurrido tal cosa? ¿Tienen las pensiones departamento de relaciones públicas? ¿Tengo yo aspecto de empleada de pensión?

Enderezó el busto y su elegante blusa de Versace ronroneó de gusto al sentir el redondo empuje de sus pechos. No, no tenía aspecto de empleada de pensión. "Touché". Es muy cierto que convence más una imagen que mil palabras.

  • Disculpa mi estupidez, Carla. No he dicho nada. Comentabas que había otras clases de servicios.

  • Exacto. Hay quienes desean pasar su noche en la playa de una forma, digamos más especial, y eso es algo más caro.

  • ¿Por ejemplo?

  • Bueno...Algunos clientes están acostumbrados a lo mejor y comentan que, por culpa de la nula iluminación del graderío, les resulta imposible apreciar si las personas con las que traban amistad reúnen óptimas condiciones para convertirse en sus parejas de relajo. Suelen añadir que tampoco una mejor iluminación alcanzaría a remediar la deficiencia ya que la mayoría de la gente es de lo más normal y ellos desean algo verdaderamente fuera de serie para su desahogo playero.

  • Y vosotros se lo proporcionáis.

  • Les mostramos fotografías de colaboradoras y colaboradores nuestros que se caracterizan por su afición a estos temas y, caso de que les complazca su aspecto, les ponemos en contacto para que hablen de posibles retozos en la playa. El servicio se llama "Playas de Varadero" y su tarifa mínima es de quinientos euros, aunque en este caso con IVA aparte.

Sonreí.

  • Eso son palabras mayores.

  • Pues es nuestra tarifa más económica en la sección de servicios especiales –volvió Carla a abatir las pestañas-. Pongamos que te interesara el "Playas de Varadero". ¿Qué preferirías tú? ¿Colaboradores o colaboradoras?

  • Colaboradoras.

  • ¿Rubias? ¿Morenas? ¿Jovencitas? ¿Maduras? Por casualidad llevo en el bolso unas cuantas fotografías de cada.

Me lancé a la piscina:

  • La querría igualita a ti, y si se llama Carla y trabaja en relaciones públicas de CITAS PLAYERAS, mejor que mejor.

  • No sé – me miró con una sonrisa burlona bailando en los ojos- si tomar eso como un halago o como un insulto, porque estábamos hablando de un servicio popular, el "Playas de Varadero", que se caracteriza por una buena relación calidad-precio. Tú, por lo que has dicho ahora –y sonrió ya no solo con los ojos sino también con los labios, los pechos y la vagina, o al menos eso imaginé-, pareces decantarte por el más lujoso de nuestros servicios, el "Islas Maldivas", superior incluso al "Playas de Malibú". Un inciso: Antes de entrar en funcionamiento la casa central de nuestro negocio en la playa de Malibú, tan próxima a Hollywood, alguien dijo allí que un hombre podía elegir entre tumbarse sobre la arena contemplando las estrellas o tumbarse sobre las estrellas contemplando la arena. Al irrumpir nosotros en el mercado, cambiaron las cosas. Contratamos a algunas chicas de "Los vigilantes de la playa" –sí, la chica que te ha venido a la memoria también trabajó para nosotros- y, huyendo de la arena, dimos una segunda utilidad a las casetas con escaleritas que salen en la serie televisiva. El servicio "Playas de Malibú", se presta también en España y aquí ofrece relajo con chicas y chicos que tienen notoriedad por ser gentes del espectáculo o porque se alude constantemente a ellos en los programas de cotilleo. ¿La tarifa? Dos mil quinientos euros, y en algunos casos tres mil, más IVA, claro. Y luego está el servicio"Islas Maldivas" que ya es cosa aparte. No sé si tú podrías pagarlo.

No, no podía, pero ella ni lo sabía ni tenía por qué mirarme de arriba abajo, así que simulé ofenderme.

  • ¿Y tú que sabes? Tal vez tenga mis ahorros y prefiera gastarlos en un polvo playero de película en vez de emplearlos en cambiar de coche.

  • En ese caso

Abrió el bolso - que no era Loewe, sino Louis Vuitton -, rebuscó en él y extrajo de su interior unas fotografías que me alargó. Les eché una ojeada y quedé sin respiración. Eran de la misma Carla pero sin bolso Vuitton, sin blusa Versace, e incluso sin lencería Chantelle Passionata o Lejaby – una vez había cubierto un desfile de modas en Pasarela Cibeles y algo se me había quedado-. Carla vestida y sonriente me enseñaba fotografías de Carla desnuda, pechos de ponerse de rodillas, adorarlos y darles luego mil lengüetazos en cada pezón, vientre de reposar la cabeza y sentirse emperador del mundo entero, ombligo de intentar mirar por él para entrever los entresijos del cielo, y pubis, depilado, con una atractiva hendidura vertical que llamaba a la práctica de la espeleología. En seis palabras: U NA MA RA VI LLA.

  • ¿Y cuánto cuesta una noche en la playa contigo…?-tartamudeé.

  • Una noche conmigo no cuesta, sino que vale –corrigió ella antes de proseguir-. Mira, me has caído bien y haré algo por ti que no he hecho jamás por nadie. Conseguiré que la empresa te aplique un descuento del veinte por ciento respecto a la tarifa normal y además te perdone el IVA y te regale algunos extras. En los servicios de lujo, lujo, lujo, no facilitamos colchones inflables en la orilla, sino camas de época que varamos en el fondo del mar donde hay una profundidad de un par de palmos. ¿Te imaginas lo cómodo que resulta bajar rodando de la cama al acabar el revolcón y lavarse los bajos en ese bidé inmenso que es el Mediterráneo? Teta pura, te lo garantizo.

Me pellizqué y comprobé que la conversación era real. No estaba soñando.

  • Te explico lo de las camas. Ofrecemos camas de la Edad Media con dosel y cortinajes, camas estilo Luis XV de maderas pintadas y enchapadas en colores suaves y marquetería, camas isabelinas de bronce, camas Luis XVI con cabeceras y pieceras de madera color de rosa primorosamente talladas, y camas años 20, de hierro forjado. Tú eliges cuál y, caso que decidas a contratar el servicio "Islas Maldivas", te vestiremos y me vestiré de acuerdo con la época de la cama para luego irnos quitando la ropa hasta quedar a gusto y disfrutar de la noche y de la playa. ¿Te apetece? Y todo, todo, por seis mil euros de nada.

¿Había dicho seis mil euros de nada? Tal vez haya quien no se enteró todavía de que hay una crisis. ¡Seis mil euros de nada! Intenté sonreír.

  • ¿Y no hay servicios más caros? –pregunté.

  • Sí, alguno –hizo un gesto vago con las manos- pero son demasiado especiales y no te interesarían.

No la saqué de ahí. Me comía la curiosidad, pero no quise insistir. Tiempo habría.

  • Me inclino por el servicio "Islas Maldivas" con la chica de estas fotos –le guiñé un ojo al devolverle las perturbadoras imágenes-, pero me agradaría conocer vuestras instalaciones antes de concretar más.

  • Eso estaba previsto, Fermín. Aquí tienes la dirección y también te apunto mi teléfono –lo hizo con un bolígrafo Dupont de platino-. Abrimos a las nueve de la noche, pero el graderío se anima a partir de las once. Te esperamos.

Me dio una tarjeta, primorosamente editada, con letras doradas en relieve, se puso en pie, yo también lo hice, me atizó dos sonoros besos en la cara, dio media vuelta y se dirigió a la puerta evitando pisar los charcos originados por el babeo de la concurrencia.

Me acerqué a las instalaciones esa misma noche. Me identifiqué en recepción, y una azafata me acompañó a lo largo de un paseo ajardinado equipado con sensores que originaban una tenue iluminación cuando nos acercábamos y se apagaban a nuestras espaldas. Se despidió de mí, junto a un tupido seto de arizónicas, a la entrada del graderío. Accedí a él. No veía absolutamente nada; me hubiera creído fuera del mundo a no ser por el rumor próximo del mar. Solo cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad percibí sombras, bultos, no otra cosa. Comprendí que el servicio "Playa chiringuito" era simplemente un típico cuarto oscuro de sex shop, aunque al aire libre. Intenté recorrer a tientas una grada, tropecé con mil y al llegar a un punto determinado me di contra una valla que impedía el paso. Al otro lado entreveía más bultos y me llegaban de allí cuchicheos.

Concluí que permaneciendo en el graderío no iba a sacar nada en limpio, así que me largué –y vuelta a las luces que se encendían y apagaban en el jardín, y a recepción "¿Ya nos deja?" "Es que hoy llevo prisa. Volveré mañana" "Como desee. Estamos a su servicio", en fin lo acostumbrado en esos casos-.

Como necesitaba fotografías para documentar el artículo que pensaba escribir, a la mañana siguiente pedí prestada a un amigo su cámara para fotografías nocturnas con puntero laser y flash de infrarrojos, la puse en una bolsa de plástico, y me encaminé a la costa. Me resultó sencillo llegar al graderío por el mar desde una playa pública cercana, simplemente mojándome los pies. No hubo incidentes. Escondí la bolsa de plástico con la cámara detrás del seto de arizónicas y me fui, dispuesto a sacar fotos esa misma noche.

Me acerqué a los locales de CITAS PLAYERAS después de cenar, me identifiqué y, cuando, tras el paseo por el jardín, la azafata me dejó junto al seto, me fue fácil recuperar la cámara, recorrer a trompicones las gradas y hacer fotografías sin saber a qué, al mar, en derredor, al otro lado de la valla misteriosa, a los cuatro puntos cardinales. Como a la salida no me acompañó nadie, pude sacar la cámara sin problemas.

A la tarde siguiente revelé las fotos. La mayoría era basura pero había dos muy especiales. Una porque había cazado un "Islas Maldivas" con cama años 20 y la otra porque aluciné con ella, no en colores sino en blanco y negro. Era del otro lado de la valla y en ella se veían con toda claridad algunos niños. Aquel descubrimiento podía convertir mi artículo en una verdadera bomba al sacar a la luz –y nunca mejor dicho- un posible servicio verdaderamente especial de CITAS PLAYERAS S.A: Pensé lo que pensé, busqué la tarjera que me había entregado Carla el día anterior y la telefoneé.

  • Oye, Carla, ¿qué hacen unos niños en vuestro graderío? – le solté a quemarropa.

Una exclamación al otro lado de la línea seguida por unos segundos de silencio.

  • ¿Unos niños? No sé a que te refieres.

  • A unos niños. Porque había unos niños.

  • ¡Ah sí! - reaccionó por fin-, es que eso no te lo dije. Hay un sector vallado en el graderío, en que se puede entrar pagando una cuota módica de diez euros por cabeza. Allí simplemente se toma el fresco de la noche y se disfruta de la brisa marina y del placer de la conversación. En ese sector no se pueden concertar revolcones porque incluso van familias con sus niños. Digamos que es la parte honesta del negocio. No se gana gran cosa, pero sirve de justificación para que los socios de la firma sean considerados socialmente ciudadanos modelo. Es bueno diversificar los riesgos y las inversiones ¿no crees?

Estuve a punto de preguntarle si me tomaba por tonto, pero me contuve. No hacía falta hacer saltar la liebre. Me despedí, colgué y pensé en los textos de los pies de las fotos. La de los niños podía titularse "Se descubrió el pastel" y la segunda "¡Nena, te voy a arreglar el capacito!", y en cuanto al artículo, podía titularlo

Sonó el teléfono. Contesté.

  • Hola, soy Carla. Estoy en el Club Náutico y no hay forma de encontrar un taxi. ¿Puedes venir a recogerme?

¿Por qué no? Tal vez pudiera sonsacarle algo sobre el asunto de los niños. Le dije que sí, bajé al garaje a por el coche, lo puse en marcha, y al cuarto de hora estaba en el Club Náutico. Carla me aguardaba en la puerta, tan esplendente como un par de días antes en la cafetería del hotel. Divina. ¿Qué digo divina? Mejor que eso. Tremendamente humana. Un imán para el sexo. Vestía un top salmón y una falda de tablas que la aniñaba. Se acercó al coche:

  • ¿Por qué no aparcas y damos un paseo por la playa? ¡Hace tan buena noche!

Si se me pone a tiro una mujer mujer mujer, es que me pierdo. Salí de un salto del vehículo, enlacé a Carla por la cintura, y a la playa, que para luego es tarde. No era la playa de CITAS PLAYERAS S.A:, claro. Era una playa con arena por todos lados. En cuanto llegamos cerca de la orilla y lejos del alumbrado de la Avenida del Club Náutico, me la apalanqué, le hice trizas el tanga de un manotazo, le saqué el top por la cabeza, la tumbé en la arena y empecé a chuparle los pechos. Ella tampoco se quedó quieta. Me echó mano a la bragueta, sacó mi cacharro a tomar la brisa marina, le colocó un preservativo con maestría, le dio tres sacudidas de virtuosa en vicio, separó las piernas y me invitó a que visitara el local, que, si no vistas al mar, tenía al menos su aroma salado. La ensarté, y fue como meterla en una batidora. Era una verdadera profesional y me hizo una faena intensa aunque breve. Me despachó en cinco minutos escasos. Si llego a pagar seis mil euros por aquello, los hubiera llorado hasta el día de mi muerte, pero no estuvo mal para resultarme gratis, aunque hay que reconocer que Carla era más gratificante para la vista que para el revolcón. Menos mal que tuvimos suerte: no topamos ni con mirones, ni con aficionados al vídeo, ni con descuideros, aunque, claro, el metisaca fue tan rápido que, por cerca que estuvieran todos esos, debió faltarles tiempo para llegar antes de que acabara la fiesta. Yo aun no había recuperado el resuello y ya Carla andaba buscando los restos del tanga y la falda entre, me lo imagino porque no se veía ni a un palmo de las narices, restos de medusas, preservativos usados, grumos de alquitrán y flanes y castillos de arena.

  • Es que tengo algo de prisa ¿sabes? Llévame a casa - me dijo ya vestida, para luego añadir- Lo de las familias que van con sus hijos al graderío es verdad ¿sabes?

Dije que sí, que bueno a las dos cosas.

Después de dejarla en su casa, volví a la mía, pensé lo que pensé y envié a un policía amigo un e-mail en que le comunicaba mis sospechas, le adjuntaba las fotos, y le rogaba me concediera la exclusiva si se descubría algo gordo gracias a mi soplo. Me sentía de muy buen humor. Había ahorrado los seis mil euros del polvo con Carla, y, aunque si hubiera pasado por alto lo de los niños y escrito el artículo quizá me hubieran pagado más de esa cantidad, tenía un nuevo y doble motivo de satisfacción: Me había comportado como un ciudadano responsable, y, lo que era todavía mejor y me ponía cachondo de veras, sabía que Carla se acordaría de mí muchas mañanas bajo la ducha, en tanto se esforzaba en eliminar todos y cada uno de los insidiosos granos de arena que de seguro habrían invadido, durante nuestro revolcón, la hendidura de su lindo coñito y la raja de su trasero saleroso.