Cita por internet (2)

Comenzamos a escribirnos, luego a chatear, nos citamos en un café, me citó en su depa e iniciamos una relación sexual que me gustaría se prolongara por mucho tiempo.

CITA POR INTERNET II

Nos citamos en un café de la Colonia Roma. "Llegas –me había escrito –cruzas la tienda, en el restaurante, rodeas el buffet, te vas a tu izquierda, vuelves sobre tus pasos al concluir la jardinera y ahí estaré con una rosa en la mano esperándote en un gabinete".

Saludé: -hola Mirna –para mi sorpresa se levantó, abrió los brazos mientras decía, -que gusto verte Veluardo –y nos abrazamos y besamos las mejillas. Para cualquier testigo presencial, éramos dos grandes amigos que se volvían a encontrar. Aunque en realidad, ya habíamos tenido tórridos encuentros en el chat.

Mientras desayunábamos, charlamos sobre las graves circunstancias del accidente aéreo. Emitimos nuestras opiniones sobre la situación económica nacional y mundial y sin más, me entregó una papeleta doblada mientras me decía: -te espero esta noche en mi depa a las siete de la noche. No llegues tarde.

Arribé a su casa al anochecer, me abrió na sirvienta que en ese momento se retiraba, entré al recibidor, arreglado con el buen gusto que la caracteriza. El aroma a rosas sumergía la habitación en un ambiente sensual. Busqué el ramo con la vista, ahí estaba el que le había enviado esa mañana. Me parecía que se trataba de un bello conjunto de vaginas enrojecidas por coitos múltiples y vigorosos. Dejé el saco y la corbata en un sillón y subí, silencioso, a su recamara, guiado por el ruido apagado de la regadera. La puerta estaba entreabierta y escapaba el vapor como una nube danzarina que buscaba las alturas. Me acerqué sigiloso, me asomé.

Ahí estaba, desnuda, enjabonada, brindándome la vista inapreciable de su espalda y nalgas grandes, suculentas, sensuales. Ligeramente inclinada, se apoyaba con ambas manos, sobre sendos muros, metiendo sólo la cabeza al agua, que tamizada expulsaba la regadera, postura que sobresaltaba sus glúteos sensuales, esféricos, armoniosos, y apetecibles; cada vez más descubiertos de la espuma jabonosa por el agua que escurría por la inquietante canal del medio de su espalda.

Mientras me deleitaba con este espectáculo, mi corazón latía emocionado, mis dedo inquietos desbrochaban mi camisa, mis píes, despojados de los zapatos, caminaban lentamente hacia ella. Mi hermosa, mi deseada, mi diosa, serenamente, recuperó la vertical, con lentitud giró en redondo y el sorprendido fui yo, cuando súbitamente, me pescó de la camisa y me jaló hacia sí, metiéndome con todo y ropa al flujo de la regadera. Nos abrazamos fuertemente, nos besamos con frenesí de adolescentes, aunque ella era joven y yo adulto. Terminé de quitar el jabón de su espalda y de sus nalgas de ensueño, teniendo especial cuidado de enjuagar muy bien la hendidura de las mismas a fin de evitar el efecto nocivo del jabón resecado sobre su piel tersa, radiante de sensualidad. Especial cuidado puse en los labios entreabiertos y en el ano tan cerrado, masajeándolos repetidamente hasta que sentí mis dedos medio y anular se resbalaban con facilidad en la vagina ardiente y mi dedo índice sentía el palpitar de su culito maravilloso.

Nos salimos de la regadera, mientras me quitaba la camisa escurriendo, ella me retiró el cinturón, desabrochó mi pantalón, el que solo se resbaló por mis piernas haciendo splashs en el suelo. Me saqué la trusa, aliviando al pene del peso de la misma. Nos abrazamos, juntamos nuestros cuerpos desnudos, ávidos uno del otro, mi pene se abría paso entre sus muslos y su bello púbico escurriendo. Nos acariciamos mutua y alternativamente, espaldas y nalgas. Levantó una pierna, la enroscó sobre mi cadera y el pene encontró la forma de entrar como la flecha divina en el carcaj sagrado.