Cita con mi marido

Todo puede ocurrir cuando una mujer que desea ser sometida, descubre que a su marido le excitaría verla sometida.

(Esta historia no es real, es sólo una fantasía dedicada a alguien por su cumpleaños)

Me llamo Paz. Tengo casi 30 años y llevo unos cuantos casada con Fernando. No puedo quejarme en absoluto de él. Es un chico encantador, atento y complaciente. Y muy conveniente para mí… en casi todo.

Desde luego era el más conveniente para la chica que parecía y que cada parte de mi cuerpo proyectaba. Soy una chica delgadita de pechos discretos y bonitas piernas. Mis grandes ojos conferían a mi rostro y aire dulce y bonito.  Me encontraba cómoda pasando desapercibida, por lo que, aunque me gustaba vestir, evitaba siempre las prendas llamativas o atrevidas.

Resultó que descubrí una parte de mí que no conocía. No recuerdo cómo surgió aunque, supongo, las necesidades florecen al final lo quiera una o no. Y surgió en un punto que no imaginé. Mis relaciones sexuales con Fer eran deliciosas. Me trataba con dulzura, amor y cariño en la cama. Era maravilloso, desde luego, pero había algún ingrediente que necesitaba y no tenía. Me gustaba sentirme usada.

Fer viajaba con frecuencia por temas laborales, lo que provocaba que pasara aburridas tardes y noches sola en casa. Una casualidad me llevó a otra hasta encontrar varias cosas. La primera a mí misma, la segunda a Juan. Fue leer un relato en internet, meterme en la protagonista y darme cuenta de cómo me excitaba pensar en ser usada y exhibida. Ni se me pasó por la cabeza plantear algo así a Fer, ya que su personalidad y nuestra relación estaba en las antípodas de esas prácticas. Desde aquella lectura, no pude evitar imaginarme recurrentemente en situaciones en las que era tratada como un juguete. Finalmente me decidí a escribir una de mis fantasías y publicarla.

Al poco de hacerlo, se puso en contacto conmigo un chico, Juan.  Sus intenciones diferían ampliamente de mis intereses.  Él quería que fuera su puta, mientras que yo no tenía intención alguna de serle infiel a mi marido. Juan intentó tenazmente convencerme usando todo su argumentario, pero no tuvo éxito. Una vez quedó aparentemente rendido, se conformó con chatear conmigo. Amparada por el anonimato de la red, compartí con él mis fantasías y le permití que las dirigiera, que usara a la Paz imaginaria a su antojo. Esta práctica se convirtió pronto en mi principal ocupación durante los viajes de Fernando.

De nuevo, el destino fue caprichoso. Tuve que formatear mi portátil por un virus y una noche que no podía dormir,  cogí el de Fernando sin pedirle permiso. Navegué un rato por los periódicos y al final entré en la página de relatos eróticos que visitaba normalmente. Para mi sorpresa sin introducir datos, entré directamente con un perfil de usuario. Con el perfil de mi marido, “Miron_Fer”. Sentí una gigantesca curiosidad que hizo que revisara toda su actividad en esa página. Resultó que Fernando, como yo, tenía un lado oscuro. No escribía relatos, pero comentaba bastantes.

“Ojalá fuera yo ese marido carnudo”. Ese comentario, el que más me llamó la atención, aparecía en un relato en el que una chica sufría un calentón y era follada salvajemente por cuatro ttíos en presencia de su marido. Pero no era el único y repasé todos con cuidado.

A través de esos comentarios, descubría que la chica que reinaba en sus fantasías no destacaba tanto por su talla de sujetador, como por la avidez de sexo y la poca tela de su ropa. Es decir, nada que ver con la mujer que yo era. O, con más precisión, nada que ver con la mujer que yo era con él.

Recopilé todos esos relatos y los releí con cuidado. Mucho pensé en esto los días siguientes. Tanto que no pude dejar de compartirlo con Juan. Él, que vio una rendija en mi grieta, trató de abrir el hueco intoxicando mi cabeza con la idea de que, si sabía lo que él necesitaba y no se lo daba, entonces no le quería tanto como pensaba.

El argumento en sí no era muy sólido pero encontró un aliado. Tantos meses de charla con Juan compartiendo fantasías me habían hecho desear poner en marcha todo lo que imaginabamos en ellas. La razón que apuntalaba mi determinación para no hacerlo siempre era la misma: Fernando. Ahora, esa columna se derrumbaba.

Todavía no se si Juan me manipuló o fui yo quien quiso ser manipulada, pero accedí a llevar de la mano a Fernando para que transitara por su fantasía.

Lo preparé durante varios días: compras, reservas. Finalmente, un jueves le dije que había reservado mesa al día siguiente en su restaurante favorito.

-          Vaya, qué bien. Entonces salimos mañana , ¿no?

No fue la única sorpresa. Al día siguiente llegó del trabajo tarde, con el tiempo justo para salir al restaurante. Cuando llegó, sus ojos se abrieron exageradamente, como para asegurarse de que lo que veía era real.

Me miró de arriba abajo.  La minúscula falda recién comprada no debería alcanzar ni la mitad de longitud que cualquiera de las que tenía. Tuve que buscar mucho hasta encontrar unas medias que tuvieran el elástico suficientemente alto como para poder ponérmelas con ella.  La falta de centímetros de la falda era compensada por los que tenía el tacón de los zapatos que calzaba. Elegí también una camiseta que, si bien no era muy escotada, se ceñía lo suficiente para informar a la humanidad de que no llevaba sujetador.

Era el momento de lanzar la pregunta que significaba que el juego se abortaba o continuaba.

-          ¿Te gusto?

-          Estás diferente ¿Tienes intención de salir así a cenar?

-          Se que estoy diferente y pensé que te gustaría llevarme así a cenar. Por supuesto, si quieres me cambio. – Respondí nerviosa. Tal vez, después de todo, Fer no quería que fuera yo la chica de sus fantasías.

-          ¿Qué si quiero que te cambies? Por mí, deberías vestir así siempre.

Al decir esto su cara cambió. Apareció una mirada obscena que no conocía y que me convenció de que su lado oculto era más poderoso de lo que imaginaba. Eso alentó mis ganas de continuar con el juego.

Traté de convencerle sin éxito para que fuéramos en coche al restaurante, ya que mi plan era emborracharle allí. En cualquier caso, debía seguir con el plan y, aunque le lancé varias picardías durante la cena, me preocupé más por llenar su copa asiduamente que por excitarle.  Acabamos y le llevé a un pub en el que se decidiría si la noche iba a ser un éxito o no.

Pese a que le gustaba verme así vestida, no podía dejar de observar nervioso cómo mi minifalda subía más de lo deseable.  Pedimos una copa y seguimos charlando. Salimos a bailar. Una canción, dos, tres…  Terminó una canción y Fernando, mirando descaradamente mis tetas, me dce:

-          Necestio ir al baño. Además me vendrá bien descansar un poco.

Quedé sola apenas un segundo antes de que sintiera unas manos en mi cintura y una voz que me decía:

-          Hoy, por fin, vas a ser quien deseas ser. Y él también.

Yo no conocía su voz. Jamás nos habíamos encontrado ni hablado por teléfono. Ni siquiera conocíamos nuestros rostros hasta que decidí poner en marcha el plan y accedí, por fin, a un intercambio de fotos. Pero sabía que era él. Lo había buscado desde que entré al local, pero no logré localizarlo. Por eso, este paso acordado, me pilló de sorpresa y no soy capaz de responder.

Juan pegó mi culo contra su cintura y pasó las manos al vientre, para comenzar el camino hasta mis pechos.

Era el momento crucial. Si cuando volviera Fernando me veía así, la apuesta habría sido realizada. Tenía poco tiempo para decidir, pero no me pude negar cuando –al fin- sus manos alcanzaron mis tetas mientras me decía.

-          Estás espectacular con esta ropa. Me excitado sólo con verte.

Después baja de nuevo las manos y, agarrándome por la cintura, me hace bailar pegada a él. Ese es el panorama que se encuentra mi marido cuando vuelve del baño: su mujer bailando con un desconocido que trata de pegarla contra sí.

Se acercó a nosotros y, frunciendo el ceño, nos dijo:

-          ¿Qué coño está pasando aquí?

-          Nada, cielo. – Contesté-. Este chico encantador me ha dicho que era una lástima que una chica como yo se quedara sola.

-          Pues ya no está sola – Contestó dirigiéndose a Juan. – Así que ya puedes irte.

-          Ay, Fer, no seas tan rancio, hombre. Vamos a bailar un poco más. Anda se bueno y tráenos un par de copas.

Mi marido se me quedó mirando estupefacto y yo continué, ahora dirigiéndome a Juan.

-          ¿Ron con limón para ti, verdad? Otro para mí, cielo.

La borrachera de mi marido no le permitió apreciar el matiz nervioso de la sonrisa con que me estaba dirigiendo a él.  Yo sabía que las cartas estaban sobre la mesa y no estaba segura de que fuera a ganar la partida. Pasaron unos segundos de tensión hasta que, finalmente, Fernando se dio la vuelta, poniendo rumbo a la barra.

-          ¿Qué te dije, Paz? Tu maridito no se va a poder resistir a experimentar sus fantasías, a ver cómo otro hombre abusa de su mujer.

Me di la vuelta y alcancé a ver, por primera vez a Juan. No era guapo en absoluto, pero me gustó. No tenía rasgos bonitos y contaba con algunos kilos de más. Pero no me había engañado, desde el principio se había descrito así.

Volví a colocarme de espaldas a él para ver a Fer en la barra que nos miraba con atención.  Yo, aguantando su mirada, comencé a bailar sensualmente con Juan. Me pegué todo lo que podía a la entrepierna del chico y, a pesar de la distancia, me pareció que mi marido se estaba comenzado a empalmar. Así me atreví a ir un poco más lejos. Froté mi trasero contra su polla y coloqué sus manos en mis muslos, sin dejar de mirar a Fernando. Leo la confusión de su cara, cómo se debate entre la excitación de ver a su mujercita siendo sobada y la honra herida.

Juan tensó un poco más la cuerda. Movió sus manos por mis muslos, subiendo por el frontal de los mismos, hasta alcanzar la exigua tela de mi falda. Por encima de ella, rozó mi sexo y siguió subiendo. Fernado, con las dos copas en la mano, pudo ver cómo esas manos recorrían mi camiseta y conquistaban los dos pequeños montes, cuyos pezones parecían querer escaparse de mí. Yo cerré los ojos y poco después oí la voz de Fernando, teñida de reproche.

-          Creo que ya está bien, ¿no? Vámonos a casa.

-          No, cariño, no está bien.  Si quieres vete a casa, pero yo no me separo de Juan. Si quieres, puedes quedarte con nosotros, pero no nos molestes ni protestes.

Cogí las copas mientras hablaba y di un sorbo a la vez que le pasaba la suya a Juan.  Él me dijo.

-          Paz, veo que has venido sin sujetador. Eso está bien. Ahora ve al baño y quítate las bragas también.

-          Te he dicho que nos vamos a casa – Insistió Fer. Yo sonreí y volví a contestarle

-          Cielo, si no quieres ver cómo Juan me mete mano, creo que lo mejor es que te vayas a casa.  Ahora, si me disculpas…

Y dándole un besito en la boca, me dirigí al baño, pero no me frené cuando Juan  me cogió del brazo.

  • Quítatelas aquí, Paz.

Yo me ruboricé. ¿Quitarme ahí las bragas? Miré a Fer y le dije:

-          Cariño, voy a quitarme las bragas porque me lo ha ordenado Juan.  Voy a hacer todo lo que me ordene Juan. Así que decide, ¿vas a quedarte aquí y ver cómo este chico hace lo que le place con tu mujer o prefieres irte a casa solo?

No se cuántos segundos pasaron, pero se me tornaron horas. Tenía miedo, nrevios, preocupación…

-          Me quedo. – Contestó.

-          Pues entonces pórtate bien.

No terminé la frase cuando ya estaba deslizando las bragas por mis piernas. Después se las tendí a Juan, que las miró, las tiró al suelo y me dijo:

-          Baila para mí.

Si ya era incómodo bailar con esa minifalda, aún era mucho más complicado sabiendo que el salón del trono estaba desprotegido. Hice lo que pude. Jugué con mi pelo, conteé el trasero, pasé mis manos por los pechos y saqué todo lo que pude de mi escaso repertorio, mirando siempre a los dos mientras lo hacía. Así apuran las copas. Juan, la suya y mi marido la mía. Cuando acaban, Juan me ordena parar.

-          ¿Habéis venido en coche?  - PreguntÓ. Yo asentí. - Tú conducirás – le indicó a Fer, que no aciertó ni siquiera a emitir una leve protesta.

-

Juan me cogió de la mano y me llevó a la salida. Fernando nos sigue desde atrás. Yo, consciente de que mi marido nos estaba viendo, llevé la mano de Juan a la parte trasera de mi falda y él amasó mi culo ante los ojos de mi marido. Al tocarme, la tela inevitablemente se levanta y deja al descubierto parte de mi nalga.  Pronto, Juan abandonó la falda y acarició directamente la piel de mi trasero. Lo hizo durante todo el trayecto hasta el cohce.

Al llegar, Juan me hizo pasar al asiento trasero.  Yo entré y, en cuanto mi marido tomó asiento delante,  yo recosté mi espalda contra la ventana y recibí a Juan con las piernas abiertas, sintiendo subir la minifalda por las caderas. Él se sentó sonriendo y colocó mis piernas sobre las suyas.

-          Tienes un coñito precioso, guapa. - Me dijo separando mis rodillas y acariciando mis muslos. Después, dirigiéndose a Fer, continuó sin dejar de tocar mis piernas. – Vaya zorrita que tienes por esposa, amigo. Va a ser maravilloso follármela. Lástima la mierda de tetas que tiene, pero el culo promete. Es como para rompérselo. ¿Lo has probado tú ya amigo?

Fer no respondió. En silencio, se limitaba a conducir y mirar por el retrovisor cómo magreaban a su mujer.

-          No, Juan, jamás lo ha hecho. – Respondí yo por él. – Lo vas a estrenar tú, cielo.

Me pegué a Juan y comencé a besarlo. Miré el retrovisor para descubrir cómo era la cara de mi marido, ahora que conducía a casa sabiendo que lo hacía para que se la follara otro, para que le diera por culo otro,para que se corra en su cara otro.     Era evidente que estaba indignado y epalmado. Sin poder evitar rendirse ante el morbo de la situación.

Seguimos besándonos por el camino y Juan, introduciendo su mano bajo mi camiseta, alcanzó mis pechos y comenzó a tocarlos descaradamente. Después levantó la camiseta y comenzó a chupar uno de mis pezones. Yo comencé a gemir. Gemí alto. En parte porque así me lo pedía el cuerpo, pero sobre todo para que mi marido mirara cómo disfrutaba su mujer siendo devorada por otro hombre. Me cercioré de que viera el momento en que apretaba su boca y su cabeza contra mis tetas.

Los gemidos sonaron más fuertes cuando su dedo encontró mi sexo. Yo, deseando que Fer disfrutara viéndolo, me volví a tender contra la puerta y jadeé mientras su mano activaba mi coño. Los jadeos se tornaron gritos. Yo estaba como loca, viendo la mirada de Fer en el retrovisor y siendo masturbada por Juan. Comencé a correrme ruidosamente. Aún estaba gritando cuando llegamos al parking comunitario. A esa hora no había nadie. Fernando aparcó y Juan me dijo:

-          Deja ya de correrte como una cerda y sal a abrirme la puerta.

Yo recompuse mi ropa e hice como me indicaban. Abrí la puerta y salió Juan justo a la vez que Fernando. Juan me ordenó que me quitara la falda y la camiseta.

-          ¿Cómo me voy a quitar aquí la ropa, Juan?

Juan, mirándome seriamente, me soltó una bofetada que casi mi tira al suelo. Noto que, instintivamente, mi marido hace un conato de defenderme, por lo que tuve que intervenir rápidamente.

-          Pe-perdona, Juan, lo siento, perdona. No te enfades, te lo suplico.

Mi disculpa detiene a mi marido y yo comencé a desnudarme. Mientras lo hago, Juan se dirige al carnudo:

-          Y tú, ¿qué pasa? ¿Quieres algo? – Fer no respondió- Pues entonces no molestes o te vas y nos dejas en paz. – sentenció.

-          Por favor, Fer, no seas cansino, - le digo yo.

-          Es que como te abofeteó… - Trató de excusarse.

-          Hizo lo que debía. No se por qué respondí eso y por tu culpa casi ni me perdona.

-          ¡Silencio!- Nos cortó Juan. Después se acercó a mi, me besó dulcemente mientras acariciaba mi pecho desnudo. Después jugó con mi pelo y me dijo- Buena chica, Paz, buena, chica. Ahora vamos a tu casa.

Conduje a Juan al ascensor y pulsé el botón para llamarlo. Él se baja la cremallera y saca la polla.  De reojo vi que mi marido la observaba y, sorprendido se encontró a su mujer esperando el ascensor de rodillas besando la polla de otro hombre.

El ascensor llegó y, de rodillas, me metí en él detrás de Juan, como dolida por separarme de esa verga.  Traté de sobreactuar mostrándome ansiosa por comerme esa tranca. La chupé viciosamente como un caramelo, mirando al dueño mientras lo hacía. Él, además, jugaba con su zapato en mi coño. Y mi marido lo veía todo. Un espectador en esa escena X en la que su mujer ejercía de actriz porno, desnuda en el ascensor de su casa, mamando la polla de otro hombre.

Al fin llegamos al piso y Juan sale fuera. Yo continúo persiguiéndolo desnuda de rodillas, buscando su rabo.

-          Es la puerta A. – Dije mientras le perseguía.

Juan se paró en la puerta y esperó mi llegada. Después me cogió del pelo y me hizo levantarme. Después, me colocó a horcajadas sobre él. Yo le rodeé con las piernas y me empalé mientras el apoyaba mi espalda contra la puerta de mi propio piso.  Juan comenzó a follarme en presencia de mi marido, que no podía dejar de mirar cómo otro hombre disfrutaba del coño de su mujer, del coño que, hasta ese momento, él pensaba que le pertenecía.

Mi fantasía hecha realidad, siendo usada por Juan era bestial, pero aún traté de exagerar más el placer para romper a mi marido.

-          Te deseo Juan. – Digo mirando a mi marido. – Sigue follándome.

No puedo evitar cerrar los ojos con las embestidas. Comienzar a sonar golpes en la puerta, aunque, debido a la hora, es poco probable que llamáramos la atención de alguien… ¿O tal vez sí? Sería ese mismo pensamiento el que tendría mi marido en la cabeza, porque tiene la polla a punto de estallar.

Cuando Juan se corre en mi interior yo sigo mirando a Fernando y jadeando. Quedamos un poco más juntos, abrazados. Entonces me dijo Juan.

-          Chupámela y limpiámela.

Yo me arrodillé de espaldas a Fer, abriendo las piernas para que vea resbalar el semen de otro hombre por los muslos de su mujer. Volví a chupar la polla, a limpiarla, disfrutando.

-          Ya es suficiente. Tú ,– le dijo a Fer- abre la puerta.

Me incorporé y comencé a dar botecitos nerviosa. Cogí la mano de Juan y le supliqué:

-          Estoy excitadísima, vas a entrar en mi casa. Por favor, por favor, penétrame en mi propia cama.

Juan sonríió al ver mi excitación infantil.

-          Tranquila, Paz, pero no se si te voy a follar. Lo que sí que haré en vuestra cama de matrimonio es desvirgarte el culo y lo haré mientras tu maridito carnudo nos graba para que me pueda llevar a casa un recuerdo, ¿verdad que sí, maridito cornudo? Me acabo de follar a tu mujer, me la ha chupado y tú estás ahí más empalmado que nunca. Estás deseando más que ella que la encule en tu propia cama, ¿me equivoco?

Fer no contestó, pero abrió la puerta. Yo conduje corriendo a Juan hasta nuestro dormitorio, seguidos por Fer. Me volví a mi marido y, dándole un beso en los labios, le dije:

-          Cielo, ve por la videocámara y trae vaselina.

Fer salió de la habitación y Juan me dijo que le desnudara. Me puse de rodillas y le besé los zapatos, lamí la punta, los desaté y se los quité. Repetí el ritual con los calcetines y, cuando llegó mi marido, estaba lamiendo los dedos de los pies de Juan. Miré a mi marido y él comenzó a grabar. De rodillas, desabroché el pantalón y bajé la cremarllera para sacarlo por los pies desnudos. Besé y lamí a través del calzoncillo el abultado miembro que me esperaba. Me incorporé y desabroché el botón superior de la camisa, besando la piel que quedó al descubierto. Quité otro botón y volví a besar. Desabroché otro y besé el pecho, jugué con los pelos que aparecen y lamí los pezones. Otro botón y besé la generosa tripa..  Despojé a Juan de su camisa y se la tendí al excitado carnudo que nos grababa. Me abracé a Juan, pegando mis tetas a su pecho desnudo. Besé el cuello y fui descendiendo hasta llegar a la tripa. Me arrodillé y saqué la verga del calzoncillo. Le quité la prenda mientras le chupaba de nuevo la polla.

Una vez Juan quedó completamente desnudo, me subí a la cama y puse el culo en pompa, con las piernas bien abiertas. Juan se colocó detrás de mí, untó el dedo de vaselina y comenzó a abrir camino. Despacio. Yo traté de relajarme. El dedo entró. Yo pude ver la entrepierna abultadísima de mi marido, grabando mientras otro dedo trataba de abrirse paso por mi ano. Cuando lo logró, Juan le dijo a mi marido.

-          Ahora, amigo, voy a darle por culo a tu esposa, grábalo bien.

Yo sentí salirse los dos dedos de interior y, un segundo después, el rabo de Juan ocupaba su lugar, apuntando mi entrada trasera. La verga se deslizó suavemente y yo me contraje.

-          Cielo, por favor, agárrame las tetas.

Juan las cogió, las apretó con fuerz y comenzó un levísimo bombeo.

-          Joder, qué gusto, qué gusto – Dije mientras retenía la polla de Juan entre mis paredes, exprimiéndola.

Las embestidas empezaron a ganar ritmo y fuerza, pero mi agujero puede recibirlas. Finalmente, una brusca embestida es el preludio de la nueva corrida y sentí llenarse mis intestinos de leche, mientras Juan estrujaba mis tetas con tanta fuerza que pensé que iban a explotar. Yo, siendo enculada, aprisionada y grabada, comencé a correrme también, jadeando.

De pronto sentí un vacío al abandonarme el miembro. Sin recibir orden alguna, me di la vuelta y volví a chupar la polla que acababa de profanarme. Juan se sentó en la cama y acariciaba mi pelo mientras se la chupaba.

Yo sentía fluir el semen de mi culo y le dije a mi marido.

-          Fer, amor, graba por favor mi esfínter reventado, que quiero sentarme en la cama. Quiero empapar nuestras sábanas con el semen de Juan.

Fer hizo como le decía. Después me senté y comprobé como el fluido mojaba la cama. Fer y yo estábamos excitadísimos y Juan se aprovechó de ello. Le dijo a mi marido.

-          Dame la cámara.  – La cogió, me la tendió y me dijo que siguiera grabando. Se volvió a Fer y le dijo: - Ya puedes irte, ahora nos quedamos esta putita y yo a continuar la fiesta.

-          ¿Cómo? – Replicó él. – Pensé que después de hacer esto luego me tocaba a mí.

-          ¿Bromeas? – Respondió Juan-  Llevo meses tratando de follarme a esta zorra. La muy puta no paraba de calentarme en el Chat, pero cuando hablábamos de follar, siempre decía que no quería serte infiel. Y luego descubrió que tenías perfil en la página de relatos guarros y te excitabas pensando en que otro se cepillara a tu esposa. Me lo pusiste en bandeja.  No tuve que convencerla para lo de esta noche. Ella lo deseaba a gritos, deseaba ser mi puta. Y a partir de ahora, va a ser mi puta. Después de encularla y tratarla así, me temo que ya nada volverá a ser como antes.

Yo, mientras grababa, escuchaba sorprendida, dándome cuenta de que llevaba razón. Él siguió, dirigiéndose a mi.

-          Tú, puta, ¿me confundo si le digo a tu marido que a partir de ahora vas a hacer todo lo que te diga?

-          No. – Contesté mirando a Fer.- Yo haré todo lo que me diga Juan.

-          ¿Vas a follar entonces con tu marido?

-          Sólo si tu lo ordenas, Juan.

Creo que Juan capituló en este momento. Tal vez el alcohol contribuyó, pero oír decir eso a su mujer dilapidó su resistencia, momento que aprovechó Juan.

-          No me malinterpretes, no me caes mal. Pero si te quieres follar a tu mujer, mi putita, tendrás que pedirme permiso.

Sorprendentemente, Fer, respondió titubeando.

-          Entonces, Juan, ¿puedo follarme a mi mujer?

-          Sólo si me das tu palabra de que no vas a abandonar a tu mujer, si me prometes que te quedarás aquí por lo menos un mes viendo cómo me la follo todos los días, cómo cambio su forma de ser y de vestir. ¿Tengo tu palabra?

-          La tienes. – Respondió Fernando.

-          Puedes follarte a mi puta, entonces.

Juan me cogió la cámara y mi marido se lanzó a por mi culo.

-          Eh, eh, eh, - le detuvo Juan, - nadie habló de encularla, el acuerdo fue follarla.

Mi marido, resignado, se tumbó y me hizo tenderme sobre él. Me penetró y yo comencé a gemir. Él agarró mis tetas con fuerza, con rabia. Gritaba como un loco mientras yo le cabalgaba y yo le hacía los coros. Tanta excitación tenía que en apenas dos minutos se vació, apretando mis tetas hasta comprimirlas de forma imposible.

-          Venga, fuera, acabaste el tiempo. – Le dijo Juan. – Ahora espero que seas un hombre de palabra y cumplas tu parte del trato.

Mi marido abandonó la habitación y nos dejó a Juan y a mi a solas. Se tumbó en la cama junto a mí y yo le dije.

-          Creo que esto no ha salido como yo esperaba.

-          Lo se, putita, lo se. De hecho ha salido como YO esperaba. Ahora eres mi puta al fin, tal y como soñamos. Y vamos a tener a tu marido viendo cómo su mujer se ha convertido en mi puta. Es maravilloso, ¿no crees?

-          Lo es. – Sentencié.