Cita a ciegas

Una sumisa como es aceptada por su amo.

CITA A CIEGAS

Fernando y Carla habían quedado en un gran centro comercial, ella había leído un relato de él y quería experimentarlo en carne propia las ideas reflejadas en esa historia.

Iba vestida con un pantalón vaquero y un top de color negro, como ropa intima llevaba un minúsculo tanga rojo.

Estaba sumamente nerviosa y ligeramente excitada por la situación, cuando llegó al lugar donde habían quedado, el baño del centro comercial, se puso frente al espejo como él la había ordenado y sonó el móvil, lo cogió y al otro lado sonó una voz que la ordenaba meterse en una de las cabinas y sacarse el tanga y sostenerlo en las manos.

Se introdujo en la cabina e hizo lo que la habían ordenado, al de unos cinco minutos de estar allí una voz femenina al otro lado de la puerta ordenó:

Perra Carla, pásame el tanga por debajo de la puerta, sal y sígueme.

Ella obedeció muy mansamente y con la cabeza gacha traspasó la puerta y siguió a la mujer hasta el parking, se detuvieron delante de una furgoneta grande con la parte trasera sin ventanas, allí la mujer la hizo entrar y arrodillarse con las manos a la espalda.

La ató con unas esposas y la tapó los ojos con un pañuelo, de seda debía ser por su delicadeza. El vehículo inició la marcha y estuvo circulando durante un espacio de tiempo que a la muchacha se le hizo eterno pero que en vez de intranquilizarla hizo que su coñito de zorra se humedeciera más.

La furgoneta se detuvo, oyó el ruido de una puerta como de una verja y después el transcurrir sobre un camino de gravilla para posteriormente una puerta que bajaba con estrépito. Se hizo el silencio y la chica esperaba oír más ruidos. La puerta de la furgoneta se abrió y una mujer rubia con el pelo corto peinado con gomina la ató un collar al cuello y una correa de perra tras destaparle los ojos.

Cuando su vista se acostumbró a la poca luz pudo observar que se encontraba en un garage de cualquier chalet de los que se encontraban en los arrabales de la ciudad. La mujer la hizo caminar como una autentica perra a gatas. Llegaron a una gran habitación que parecía haber sido un gran pajar o establo. Allí se la soltaron todas sus ligaduras, solo la quedó el collar de perra del que colgaba una placa en la que pudo leer:

"Carla" y debajo 6/9 que era la fecha del día de hoy.

Por lo que parecía la fecha había sido escogida a posta para darla un significado. La obligaron a desnudarse mientras colgaban en una pared el tanga rojo que la habían obligado a llevar. La verdad es que su Amo tenía una buena colección. La ataron a dos argollas del techo mediante unas cadenas que la hacían mantener tensa, los pies se le introdujeron en una especie de estribos como los de los caballos pero fijos en el suelo.

Separaron sus piernas hasta que los muslos se tensaron, ya no tenía ninguna parte del cuerpo relajada. La mujer que la había conducido hasta allí de una altura considerable se había desnudado y pudo observarla, tendría unos 40 años pero de un aspecto magnifico, los músculos tonificados, los ojos de un azul tan metálico que daban miedo, los labios carnosos, los pechos voluptuosos con dos pezones pequeños de color rosa fuerte, el pubis rasurado al máximo y por lo que vió un culo duro y respingón, seguramente debido al ejercicio.

Se sentó en una especie de trono que había en uno de los laterales de la habitación al lado de otro trono todavía más grande y más ornamentado. Tocó una campanilla y entró en la estancia una chica de rasgos asiáticos, pelo largo negro. Ojos negros, delgada, pechos pequeños con pezones color café oscuro y de reducido tamaño, el pubis también rasurado y por lo que vió un circulo con una serie de letras y números dentro.

Cogió una manguera la chica y poniéndola a toda presión con agua caliente la lavó entera después de haberla jabonado con una esponja de crin, después la perfumó con un ligero perfume. Terminó y la introdujo un enema en el ano y en la vagina con agua tibia que pronto hizo efecto, la soltó y la indicó el baño, Carla fue y al volver la hicieron lavarse a conciencia para luego ponerse una especie de camisón de hospital.

Entonces la llevó hasta una camilla con la parte de arriba ligeramente inclinada y a los pies unos estribos donde la colocaron los pies. Miró hacia un lado y allí estaba su Amo observándolo todo, casi completamente desnudo. Únicamente llevaba una especie de ropaje que le cubría los genitales.

La mujer rubia entró en la estancia completamente desnuda y se acercó a ella, se puso unos guantes de látex e introdujo primero un dedo, lo tenía untado en algún producto grasiento por lo que entró sin dificultad, luego introdujo dos, tres, cuatro dedos y cuando Carla se quiso dar cuenta tenía todo el puño dentro de ella y lo metía y sacaba casi entero sin dificultad por la vaselina que había usado y por los fluidos de la muchacha.

Seguidamente la dio la vuelta e inmovilizó sus piernas de tal forma que no se podía mover y repitió movimiento en su ano, la chica no sabía muy bien que finalidad tenía ese comportamiento. Cuando la mujer rubia hubo terminado siempre bajo la supervisión del Amo y la visión de la asiática, fue de nuevo inmovilizada pero esta vez tumbada completamente y al borde de la camilla, el Amo se acercó y la rubia le soltó la prenda que cubría su pubis y la penetró en el coño violentamente y comenzó a follarla, como si fuera un autómata, cada minuto que era indicado por la mujer aumentaba la velocidad de la penetración hasta que él eyaculó pero ella no tuvo su orgasmo porque cuando el Amo veía que ella estaba muy excitada paraba por completo y además la chica recibía un fustazo en la mano. Repitieron la misma operación por el culo después de que la muchacha de ojos rasgados hiciera un buen trabajo mamandosela hasta ponérsela de nuevo dura.

Entonces fue liberada de sus ataduras y conducida por la chica morena a una bañera llena de agua caliente y sales de baño donde fue lavada y perfumada, solo quedaba para ser aceptada la última parte de la ceremonia, al lado pudo ver como la rubia limpiaba con sumo cuidado el miembro del Amo como si fuera un objeto de reverencia.

Tengo ganas de orinar.—dijo el Amo.

Como si fuera una orden de obligado cumplimiento la chica oriental se arrodilló ante él abriendo la boca y recibiendo el oro amarillo que seguidamente depositó en la taza del wc y repitió la misma operación con la rubia Ama.

Carla fue sacada del baño y llevada por una escalera de caracol al segundo piso donde fue atada a unas columnas que asemejaban a fino mármol en forma de dos serpientes de cuyas bocas surgían dos argollas de las que la colgaron y tensaron las ligaduras hasta tener los brazos y piernas bien tensos.

La Ama rubia trajo un estuche de cuero que abrió y en cuyo interior había varias fustas y látigos pequeños de diferentes formas, la fue ordenada que la diera diez azotes en cada nalga a la fuerza que le fue aplicada a ella ateniéndose a las consecuencias sino cumplía las ordenes al pie de la letra.

La chica asiática la fue azotando primero muy suave hasta acabar a una fuerza media, entonces la arrojó a las nalgas una mezcla de sal y vinagre que hizo que la sumisa chillase. Después la mujer rubia trajo un body rojo y un vestido también rojo que la dio a Carla para que se pusiera. Ella obedeció y se colocó todo y entonces la dieron un collar de cuero con una pequeña placa que ponía CARLA y debajo el número 243 seguido de un asterisco.

La chica asiática la puso un antifaz y la condujo hasta una furgoneta donde la introdujo detrás atándola las manos al asiento y llevándola hasta un paraje cercano a su domicilio donde la soltó dándola una nota que ponía:

Superaste el examen, a partir de ahora eres una autentica sumisa.

Este relato es absolutamente imaginario y va dedicado a una morenaza muy guapa que me distingue con su amistad, si queréis podéis escribirme a:

Picante100@hotmail.com