Círculo Incestuoso (27)

Aparece Pepita; se trata de una amiga de mi madre. Según mi madre a esta caliente madurita no le importa ponerle los cuernos a su marido. Una conversación da pie a un acercamiento más íntimo con ella.

CÍRCULO INCESTUOSO

(Parte 27 – Aparece Pepita).

En el capítulo anterior se había producido la definitiva incorporación a nuestro círculo del incesto de Celia, la sesentona amiga de mi madre y de su hijo Enrique. Finalmente éste se había follado a su madre tras la monumental orgía en que acabó la fiesta de despedida de soltero de uno de sus amigos. La fiesta, como recordaréis, había sido amenizada precisamente por nuestras madres como stripers en primera instancia y finalizando como dos perfectas golfas al follar con todos los chicos asistentes entre el delirio de todos los jóvenes.

Quizá sea este momento de aclarar que aunque en la narración de estos hechos todos ellos parecen encadenados sin solución de continuidad, lo cierto es que buena parte de lo ocurrido y que ahora estoy contando fue sucediendo a lo largo de varios meses e incluso años y que desde una aventura concreta, por ejemplo la última de Celia y su hijo Enrique, hasta la siguiente digna de mención pasaba, lógicamente, bastante tiempo. Mientras tanto mi madre y yo seguíamos teniendo relaciones sexuales con bastante regularidad y siempre que podíamos pues a ambos nos entusiasma el sexo incestuoso y nos excita enormemente tener relaciones entre nosotros a pesar de haber follado ya muchas veces juntos. A mi cada vez me gusta y me excita más el rechoncho y maduro cuerpo de mi madre, verla desnuda es un motivo de enorme excitación para mí y a ella cada día le entusiasma más mi gorda polla. Eso, unido al morbo de follar sin recato siendo madre e hijo, convierte nuestras relaciones en algo realmente placentero.

También, en esa primera época sobre todo, teníamos relaciones con relativa asiduidad con mi tía Flora y mi primo Dani si bien fueron contadas ocasiones las que nos pudimos reunir juntos los cuatro. Las más de las veces eran tríos en los que o bien mi primo y yo nos follábamos a mi madre o a la suya o bien eran mi madre y mi tía las que se encargaban de vaciarnos los cojones a alguno de nosotros aunque la mayoría de estos tríos fueron de nosotros dos con alguna de nuestras madres más que de ellas dos con uno de nosotros.

Otro tanto ocurría con Purificación, la prima de mi madre y Oscar, su hijo o con Elena, otra amiga de mi madre que recordaréis y su hijo José. Con estos las relaciones eran en cualquier caso aún más esporádicas pues las oportunidades de contar con lugar para el encuentro y coartada ante sus maridos por un lado y disponibilidad nuestra por otro no son precisamente abundantes. Con todo y con ello yo sí que he follado bastantes veces con Purificación aunque bastante menos con Elena. Mi madre a su vez folla de vez en cuando con Oscar, a menudo formando tríos en los que también participo yo. Con quien no ha seguido teniendo relaciones frecuentemente es con José, el hijo de su amiga Elena aunque algunos polvos con él también han caído de vez en cuando.

Muy a mi pesar a fecha de hoy aún no hemos podido juntarnos todos para celebrar una monumental orgía incestuosa con estas cuatro madres calentorras y sus respectivos hijos, que somos los que conformamos este excitante círculo y lo cierto es que esa megaorgía incestuosa se me antoja a estas alturas tremendamente difícil de llevar a la práctica.

Nuestra incestuosa vida sexual entre este cachondo grupo de madres y sus viciosos hijos ha seguido siendo relativamente intensa pero siempre en la clandestinidad, lógicamente, y siendo más frecuentes ciertas relaciones que otras.

Pero el círculo incestuoso no iba a quedarse ahí. De nuevo para sorpresa mía y más cerca de lo que yo pensaba, como siempre, había más personas dispuestas a gozar sin cortapisas incluso con sus propios familiares. Esta nueva aventura que me dispongo a narrar no nació, no obstante, como una relación incestuosa; eso vino después. En un principio los implicados fueron un matrimonio amigo de mis padres, que resultó ser mucho más liberal de lo que todos hubiéramos pensado.

Los hechos que ahora me dispongo a narrar tuvieron lugar varios meses después de aquella fenomenal aventura con Celia y su hijo y tienen como protagonista esencial a otra amiga de mi madre; Pepita.

Todo se inició una tarde en la que íbamos mi madre y yo paseando por la calle cuando vimos de lejos a Pepita, una antigua vecina nuestra con la que mi madre tiene mucha amistad y confianza. Esta es una mujer, más joven que mi madre pues de hecho tiene 44 años, es rellenita o incluso podría decirse que gordita. Es bastante agraciada de cara y cuida mucho su apariencia. Lleva el pelo corto y teñido de rubio y en general resulta muy atractiva a pesar de sus gorduras. Tiene de todo y muy abundante pero muy bien puesto. Buenas tetas, buen culo, buenas piernas… Vamos, una verdadera jamona maciza. A mí siempre me ha gustado bastante y no soy el único pues más de una vez ya me había fijado en cómo la miran los hombres por la calle a pesar, como digo, de no ser a priori una mujer que encaje en el ideal de belleza que parece que se ha impuesto en nuestro tiempo. Pepita es, repito, una mujer gorda pero puedo dar fe de que gusta mucho a los hombres. Su característica física más sobresaliente en cualquier caso es que tiene unas tetazas realmente grandes pues con toda seguridad supera la talla 120 con creces. Sus pechos nos son tan enormes como los de Elena o los de Celia, las otras amigas tetonas de mi madre, pero también se puede decir que Pepita tiene un buen par de cántaros.

A mi Pepita siempre me ha atraído sexualmente. Me gustan de ella tanto su gordura como sus tremendas tetas pero también me atrae ese cierto aire de tímida ama de casa bajo el cual yo solía fantasear e imaginarme que se escondía una buena calentorra. De hecho no debían ser sólo fantasías mías sino que en efecto así debía ser. Mi madre algunas veces había hecho comentarios sobre Pepita en los que dejaba ver que en algunas conversaciones suyas con Pepita ésta no se mostraba precisamente recatada en temas de sexo aunque tampoco le había contado gran cosa; se habían limitado a los típicos comentarios en tono de broma entre personas de confianza demostrando simplemente que no se asustaba al hablar de follar o de chupar una polla, cosas éstas que escandalizaban y mucho al resto de amigas de mi madre y en tiempos incluso a mi propia madre. Esto de todas maneras tampoco quiere decir nada porque antes de manifestarse como las zorras que son tanto Elena como Celia, las otras amigas de mi madre de las que os he hablado, también se mostraban en público completamente escandalizadas en cuanto algún comentario tenía el más mínimo sesgo sexual. Y sin embargo a estas alturas ya todos vosotros sabéis la clase de golfas que en realidad son ambas.

Quizá, puestos a hacer todo este tipo de precisiones, deba aclarar aquí también que aunque buena parte de las protagonistas femeninas de toda esta historia tienen como característica sobresaliente el estar dotadas de unos enormes pechos, esto, si bien no me desagrada y de hecho me atrae como a cualquiera, no es realmente uno de los atributos que a mí más me gustan y excitan en las mujeres. Yo personalmente prefiero un buen culazo, gordo, amplio y salido y unos muslos recios y carnosos que unas tetas enormes, pero así son las cosas; buena parte de las amigas o familiares de mi madre con las que he llegado a tener relaciones sexuales son unas grandes tetudas y bueno, tampoco es para lamentarlo.

Retomando la narración de los hechos, tal como iba diciendo fue una tarde que acompañaba a mi madre cuando vimos a Pepita avanzar por la calle en dirección contraría a nosotros. Antes de que nos encontráramos yo le dije a mi madre.

  • Mira, mamá. Ahí viene la tetona de tu amiga Pepita, a la que por cierto, no me molestaría chuparle las tetorras esas que tiene. Debe tener unos pezones como tuercas de camión y seguro que da gusto metérselos en la boca

  • ¡Menudo cerdo estás hecho! Quieres tirarte a todas mis amigas. – contestó mi madre riendo divertida.

  • Si fuera sólo la décima parte de lo puta y calentorra que eres tú desde luego que me la cepillaba.

  • Pues chico, inténtalo que seguro que no te resulta difícil, aunque en nuestro círculo incestuoso como tú dices, no la vamos a poder meter porque ya sabes que ella sólo tiene una hija; no tiene hijos varones... Pero follártela creo que está perfectamente a tu alcance y yo diría que no te iba a resultar difícil, fíjate. Es bastante cachonda y no creo que le cause muchos problemas de conciencia serle infiel a su marido.

  • ¿Tu crees, mamá?

  • Desde luego; si yo te contara algunas de las cosas que dice cuando estamos tomando café ella y yo solas… No tengo pruebas de ello porque tan claramente nunca me ha hablado a pesar de que somos muy amigas pero yo diría que si no le ha sido infiel ya a su marido desde luego está deseando ponerle unos buenos cuernos.

En esto Pepita y nosotros ya nos encontramos. Como yo llevaba a mi madre cogida por el hombro, ella nos saludó diciéndonos:

  • ¡Mira qué buena pareja, la madre y el hijo tan juntitos! ¿A dónde va la parejita, que parecéis novios?

Hablamos entonces siguiendo el tono de broma iniciado por Pepita. Mi madre le dijo que era todo un cumplido que le dijeran que parecía mi novia y entonces Pepita señaló riendo que igual para mi no tanto al ir con una mujer mayor. Entonces me preguntó, en tono de broma y con intención de picar a mi madre, si no me daba vergüenza ir acompañando a una mujer mayor. Yo, por supuesto, no perdí ocasión no sólo de decir que todo lo contrario sino de señalar que a mi me gustan las mujeres maduritas, hechas y derechas y también añadí que era un placer acompañar a una mujer tan atractiva como mi madre.

  • ¿Cómo me va a dar vergüenza acompañar a una mujer de bandera como mi madre? Y si nos toman por novios porque de vez en cuando le doy un achuchón mejor, que seguro que más de uno lo que tiene es envidia.

Seguimos hablando en broma y en ese plan y al hilo de la conversación y de sus comentarios sobre las maduras yo aproveché para piropear también a la propia Pepita señalándole que las mujeres como mi madre y como ella misma son muy de mi agrado.

La verdad es que esta estrategia tan simple siempre me ha dado un tremendo resultado con las maduritas amigas de mi madre y ahora estaba dispuesto a comprobar si con Pepita también daba resultado. Ellas se mostraban coquetas y complacidas con mis comentarios y yo aproveché para hacerlos más incisivos señalando ya abiertamente que estar con dos mujeres tan atractivas y macizas como ellas era un orgullo y un placer. Empleé el adjetivo "macizas" con toda intención pues es un piropo que ya trasciende la mera formalidad aceptable que supone decirle a una mujer que es guapa o atractiva y entra ya en la esfera de lo más claramente erótico o sexual. A una mujer se le puede decir guapa casi sin intención erótica pero si se le dice maciza es evidente para todo el mundo que de alguna manera se le está queriendo decir que apetece irse con ella a la cama.

En el transcurso de la conversación volví a emplear otras veces el piropo de macizas para halagarlas y también otros como "buenorras", "que estáis para daros un buen achuchón", "tías buenas" y otros similares que aunque de dudoso gusto sin llegar a ser soeces, dejan bien claro el interés sexual del hombre que los pronuncia sobre la mujer a la que se le dicen. En un momento dado, y ante mis encendidos piropos a ambas hembras, todos ellos ya más en esa línea erótica o incluso abiertamente sexual que en la meramente formal, Pepita dijo:

  • ¡Chico, parece que no te importaría ligar con unas mujeres como nosotras! ¡Y eso que somos dos viejas para ti, que tendrás jovencitas a montones con lo majo y lo guapo que eres!

  • Hombre, pues ya os digo que en efecto no me disgustaría ligar con unas hembras como vosotras, desde luego que no. En mi opinión sois unos bellezones, mucho más atractivas que las chicas de mi edad.

  • Bueno, bueno, no sigas exagerando que nos vas a poner coloradas. – Decía Pepita divertida y visiblemente halagada.

  • Hombre, yo creo que no es ninguna exageración y argumentos no os faltan a ninguna de las dos para gustar a los hombres, que yo ya veo cómo miran algunos a mi madre e imagino que a ti te mirarán de la misma manera ¿no, Pepita?.

  • A esta más, que con esa delantera los ojos de los hombres se le van detrás de esos melonazos – intervino mi madre con simpatía colaborando decididamente con mis evidentes intentos de ligarme a Pepita y contribuyendo a generar un ambiente desenfadado y hasta atrevido.

  • Bueno, bueno, que no es para tanto. Y además, como dice tu hijo, a ti seguro que también te miran, Nati, e igual hasta más que a mi que también tienes buenas tetas y un buen culo y yo puedo dar fe de que gusta a los hombres que alguna vez ya te han echado algún piropo subido de tono estando conmigo.

  • Nos los han echado a las dos, y algunos bien fuertecitos, la verdad, más que lo que nos estaba diciendo mi hijo. – Puntualizó mi madre riendo y haciendo que los tres riéramos divertidos.

  • Y bien merecidos sin duda alguna. – Dije yo. – Y cuanto más fuerte, como decís vosotras, más merecido.

  • Mira éste, que no le importa que le digan cosas a su madre por la calle… - Dijo Pepita.

  • ¿Importarme? Todo lo contrario; bien orgulloso estoy de que mi madre llame la atención de los hombres. Eso significa que es una hembra bien maciza y atractiva y a mío eso me gusta, por supuesto. Estoy muy orgulloso de mi madre. – Remaché yo dándole un beso en la mejilla a mi madre mientras la agarraba decididamente por la cintura.

  • Mira, mira... – comentó Pepita manifestando su aprobación no exenta de cierta sorpresa sobre mi actitud con respecto a mi madre. – Pero de todas maneras nosotras ya… de buenas poco, a nuestra edad poco podemos hacer... y menos competir con las chavalas que hay por ahí y que lo van enseñando prácticamente todo… Esas sí que atraen las miradas de los hombres pero dos mujeres como nosotras, yo ya con 44 años y tu madre con más de 50

  • Pues vosotras ya digo que buenos argumentos tenéis para atraer las miradas de los que nos gustan las maduritas macizas, desde luego.

  • ¿Tú crees? – preguntó Pepita con cierta picardía y un punto de rubor, quizá incluso buscando algún otro piropo por mi parte que la halagara y lógicamente yo aproveché la circunstancia para lanzar un ataque ya más decidido.

  • Por supuesto, Pepita, ya lo creo que tenéis argumentos de peso y mucho más interesantes que cualquier chavalilla. Vamos, espero que no os moleste pero hablando claramente: ¡Menudos culazos y menudas tetas tenéis vosotras! Todo esto tan bueno no lo tiene cualquier jovencita como tú dices, Pepita, y vosotras pues ya se ve; de todo, abundante y muy bueno.

  • Ja, ja, ja, gracias, hijo, gracias. – Reía Pepita halagada y divertida. – Aunque no sea verdad gracias por decirnos eso y por decirlo claramente. Y no creas que molesta, no; todo lo contrario, que ya son cosas que no oímos todos los días.

  • Pues lo digo en serio, Pepita. La verdad es que estáis las dos como para daros un buen meneo ¿eh?

  • Menudo cachondón que eres ¿eh? – siguió Pepita divertida. – Entonces, vamos, que no te importaría tener un lío con una madurita como nosotras ¿no?

Yo recordé las palabras de mi madre señalando que a buen seguro Pepita era una mujer deseosa de ponerle los cuernos a su marido y decidí que tal como se estaban presentando las cosas había que llevar aquello hasta sus últimas consecuencias.

  • ¡Uy! Ya te digo que encantado de la vida y con más ganas que a una chavala de 20 años. Y no te digo nada si se trata de una mujer madura que esté como cualquiera de vosotras. ¡Pero si sois dos bombonazos!

  • Ya ves, Pepita, ahí tienes la oportunidad de ligar con mi hijo. – Intervino mi madre con una sonrisa pícara. – Ya ves que le gustas.

  • Bueno, y tú también puedes ligar, que lo que ha dicho es que estamos bien las dos si no le he entendido mal.

  • Por supuesto que sí, Pepita, lo reafirmo. Estáis las dos realmente buenas y apetitosas. Vamos, que si yo tuviera posibilidades de ligar con cualquiera de vosotras me costaría mucho decidirme. Las dos sois muy, muy atractivas.

Pepita rió de forma exagerada, como suele hacer ella a menudo, y dijo.

  • Me parece que tú eres un lanzadillo ¿eh? Echándole esos piropos a una mujer casada e incluso a tu propia madre.

  • Claro, con lo buena que está… Sería un gesto feo decirte a ti que estás como un tren, que es verdad, y no decírselo a ella, que también está bien buena ¿no te parece?

  • Desde luego, desde luego, tienes razón, ja, ja, ja… - Reía Pepita divertida. - Vamos, que te gustan las casadas maduritas incluida tu madre

  • A mi me gustan las mujeres macizas como tú, Pepita, esa es la verdad. Y si mi madre es también una macizorra de buen ver pues también me gustará ¿no? Igual incluso más por ser mi madre. La verdad es que las casadas tenéis un morbo especial; eso de hacer algo un tanto prohibido con alguna madurita casada es muy excitante, desde luego. Y bueno, ese mismo morbo de lo prohibido, y si cabe aún mayor, lo tiene cualquier cosilla de estas que tenga que ver la madre de uno, no se… verle el culo o las tetas a la propia madre es muy excitante ¿no? A mi por lo menos sí me lo parece y os lo digo tal como lo pienso

  • Bueno, bueno, menudo cachondón. Vamos, que no sólo tendrías un lío con una casada sino que serías capaz de darle un meneo incluso a tu madre ¿eh? – Dijo Pepita con un inconfundible brillo de excitación en los ojos.

  • Hombre, la verdad es que si se te pone a tiro una mujer como esta sería una pena desperdiciar un cuerpazo así... ¿o no? Es mi madre, desde luego, pero ya te digo que hay que reconocer que está como un tren. – Continué yo en el mismo tono de broma y desenfado y aprovechando al mismo tiempo para darle una palmada en el culo a mi madre con toda la discreción que permitía el hecho de que estuviéramos en la calle.

La conversación tenía ese tono en el que no se sabe muy bien si se habla en serio o en broma y eso hace que se pueda decir de todo sin demasiados compromisos. Mis declaraciones sobre el hecho de que mi madre me gustara como mujer eran ciertamente comprometidas pero siendo Pepita la interlocutora y en aquel ambiente de broma la situación no resultaba tan comprometedora.

  • ¿Qué te parece, Nati, que tu propio hijo te tira los tejos? – siguió Pepita riendo. Estos jóvenes no se cortan por nada, ja, ja, ja. ¡Menudo ligón que está hecho tu hijo!

  • Sí, a quien le está tirando los tejos es a ti, guapa. Conmigo supongo que todo esto irá en broma pero contigo... yo diría que va en serio. Y en cuanto a mí ¡qué mas quisiera yo que un chico así me tirara los tejos...! Si alguno lo hiciera no creo que desaprovechara la ocasión. – Respondió mi madre sin mostrar el menor desagrado por mi palmada sobre su trasero y mientras los tres reíamos divertidos.

  • Sí, sí, broma; pues mira, mira cómo te toca el culo tu propio hijo. ¡A ver si vas a tener que aprovechar la ocasión, como tu dices, con tu hijo!

  • Eso sería demasiado ¿no crees?

  • Bueno… - contestó ambiguamente y con una mirada pícara Pepita.

Aquella ambigua reacción de Pepita a mi me empezó a hacer pensar que una posible connotación incestuosa no le resultaba escandalosa a la amiga de mi madre y eso disparó aún más, si cabe, mi excitación y mi deseo por ella. La idea de compartir una sesión de sexo con Pepita y con mi madre me resultaba tremendamente excitante y morbosa y al cruzar semejante idea por mi cerebro el resultado no fue otro que una respetable erección que hizo que mi polla se apretara dolorosamente dentro de mi pantalón vaquero.

  • No me digas, Pepita, que te parecería normal que tuviera un lío nada menos que con mi propio hijo. – Respondió mi madre. – Una cosa es ponerle los cuernos al marido, que eso, así entre nosotras… pues vale, pero otra hacerlo con mi propio hijo.

  • Bueno, si lo de ponerles los cuernos nos parece bien lo mejor en mi opinión es hacerlo con un jovencito de estos bien cachondo. Yo para hacerlo con un viejo aburrido ya tengo a mi marido, ja, ja, ja. – Siguió Pepita en aquel tono de broma. – Y tú con tu hijo ya parece que llevas camino andado, que bien evidente es que le gusta ese culazo que tienes, ja, ja, ja.

  • Bueno, es mi hijo y estamos de broma así que a mí no me molesta que me toque el culo; todo lo contrario. Además entre nosotros hay mucha confianza y sobre todo discreción, que es lo importante.

  • Sí eso es verdad – dijo Pepita. – Hay que saber con quién se habla y de qué. Yo ya os puedo asegurar que con todas estas cosas soy muy discreta, aunque estemos de broma. Y os pido lo mismo porque se entera mi marido de que estoy hablando de culos y de tetas por ahí y me monta una buena... Vamos, le cuento lo de algunos piropos y burradas que me dicen alguna vez por la calle y no me deja salir sola, ja, ja.

  • Puedes estar tranquila, Pepita, que nada de lo que hablemos entre nosotros sale de aquí. – Dije yo y añadí con un guiño de humor. - Y de lo que toquemos tampoco.

  • Bien, bien, así es como debe ser. – Contestó Pepita guiñando también un ojo.

Yo aproveché entonces para darles una nueva palmada en el culo pero esta vez a ambas mujeres mientras los tres reíamos.

  • Es que no me digáis que estos culazos no son para tocarlos. Y no os toco más cosas porque me da no se qué aquí en plena calle y estábamos hablando precisamente de discreción que si no... – Continué yo riendo.

  • Vamos, que de buena gana le metías un buen manoseo en las tetas tan tremendas que tiene Pepita ¿no? – terció mi madre volviendo a apoyar decididamente mi intento de ligarme a Pepita..

  • Pues que quieres que te diga, mamá. Claro que se lo metía, porque ¡menudas tetas!.

Todos volvimos a reír y Pepita, un tanto sonrojada pero sacando pecho no se si consciente o inconscientemente, dijo:

  • Yo desde luego con tanto piropo y tanto comentario de tetas y culos me estoy poniendo casi hasta cachonda, ja, ja, ja... – rió. – Y eso de que una madre y un hijo tengan esa confianza para estas cosas está pero que muy bien. Entre lo que estamos hablando, los toqueteos de éste y eso me parece que hasta me estoy poniendo... bueno, ya sabéis.

  • Pues ya os digo que no os toco más cosas porque estamos aquí en plena calle que si no... ganas y material para tocar no faltan, no.

  • Pues es una lástima no estar en otro sitio, ja, ja... – rió de nuevo Pepita con su propia y atrevida ocurrencia.

  • Pues venga, venga. Estas cosas en caliente – intervino con decisión mi madre viendo claramente la buena disposición de su amiga y la posibilidad de favorecer un contacto sexual entre ésta y yo . – Ya que estáis así será mejor que subamos a mi casa y allí seguimos hablando del tema. No vaya a ser que este termine tocándonos aquí cualquier cosa. Que a mi no me importa que me toque lo que sea pero en privado ¿eh?, aquí en la calle ya sabéis, toda discreción es poca... En privado lo que sea entre nosotros queda pero a la vista de todo el mundo

  • Ahí sí que tienes razón, Nati. En privado se puede hacer de casi todo pero cuando alguien te puede ver más vale no hacer nada por ganas que se tengan, la verdad.

Todos volvimos a reír y como Pepita al menos tácitamente había aceptado el ofrecimiento de mi madre de subir a casa, nos encaminamos hacia nuestra casa ya que estábamos en la misma calle. Nada más entrar en el portal yo me atreví de nuevo a darles una palmada en el culo a ambas maduritas sin que ellas protestaran para nada sino que, más bien en claro gesto de aprobación, rieron la gracia.

  • Menudo picarón que está hecho este – decía Pepita. – No pierde ocasión ¿eh?

En el ascensor mi atrevimiento fue a mayores. Yo ya estaba deseando dar un paso definitivo para comprobar que Pepita estaba por la labor de tener un lío con nosotros con todas las de la ley. Su aparente disposición proclive a tener un lío extramatrimonial e incluso sus comentarios relacionados con la familiaridad que teníamos mi madre y yo, tácitamente favorables a las situaciones incestuosas, me animaban así que estando los tres en el ascensor me decidí a tocarle el culo a Pepita sobre la falda mientras que con mi madre era aún más atrevido. Mientras le tocaba decididamente el culo sobre la falda a Pepita, a mi madre le subí la falda por detrás hasta dejársela en la cintura mientras magreaba su tremendo trasero, por cierto con todas sus nalgazas desnudas pues mi madre llevaba un tanga. Pepita, por cierto sin mostrar el menor signo de rechazo a mi manoseo en su culo, enseguida se dio cuenta de la situación y mientras mi madre reía, dijo:

  • Ya veo que te gusta el culo de tu madre y está claro que te llevas bien con ella ¿eh? ¡Vaya par de cachondos, y siendo madre e hijo encima!

  • Ya lo creo, a mí mi madre me gusta mucho, mira. – Y diciendo esto me acerqué a mi madre para darle un morreo sin dejar de sobarle el culo. Ella, lógicamente, respondió y nos dimos la lengua de una forma llena de vicio delante de Pepita.

  • Como hemos dicho antes, espero que seas discreta con respecto a esto ¿eh, Pepita? – le dijo mi madre maliciosamente tras dar por finalizado nuestro beso.

  • Descuida, hija, descuida. Nunca lo hubiera pensado pero viendo que sois así no tengo inconveniente en confesaros que estoy cachonda perdida y que me parece de lo más vicioso este rollo que os traéis y precisamente por eso de lo más excitante.

Todos reímos y Pepita continuó dirigiéndose a mi:

  • Y te voy a decir otra cosa: si de verdad tú quieres me apetece un montón que me toques las tetas pero me apetece más todavía que lo hagas estando delante tu madre y si a la vez se las estás tocando a ella mejor todavía. Nunca he hecho este tipo de cosas pero a menudo me imagino unas situaciones de lo más guarras y me excita un montón pensar en un lío en el que haya tres o cuatro personas implicadas. Pensareis que soy una degenerada

  • ¡Menuda golfa estás hecha, eh Pepi! – le decía mi madre mientras yo seguía tocándoles el culo a ambas con total descaro. – Nunca hubiera pensado que

  • Pues ya ves, hija. Te puedo asegurar que a calentona no me gana ninguna y lo único de lo que me arrepiento es de no haber aprovechado más las ocasiones que tuve de joven, que ahora ya siendo una cuarentona no abundan. – Y tras hacer una pausa añadió entre risas: - ¡Ay, si mi marido me oyera hablar así! Bueno, bueno

Todos volvimos a reír y ya entramos en casa. Mi madre le preguntó a Pepita qué le parecía que ella y yo nos diéramos la lengua y nos tocáramos con aquella alegría y Pepita contestó con toda naturalidad que las relaciones incestuosas le excitaban muchísimo y que si eran con el acuerdo de todos, le parecían fenomenal. Hablamos un poco de ello y enseguida yo ya estaba sobando a ambas hembras aunque por encima de la ropa. Luego ya le metí la mano por el escote a Pepita para sobar sus tremendas tetazas. Lo mismo hice con mi madre sobándole tanto las tetas como el culo. En pocos minutos ambas mujeres estaban en ropa interior y yo besándolas y tocando todo cuando podía de sus atractivas anatomías. A Pepita se la veía muy excitada contemplando como yo tocaba a mi madre o morreaba con ella.

Sin duda, como ella misma había insinuado, Pepita era una entusiasta del incesto aunque yo aún no sabía exactamente por qué ya que Pepita no tiene hijos varones con los que poder mantener una relación como la que yo tengo con mi madre. No obstante esperaba averiguarlo aquella tarde. De momento, por otro lado, lo que quería hacer era gozar de aquel par de maduras cachondas y me dispuse a ello.

Pepita desnuda resulta muy atractiva, al menos para mi gusto. Como ya he comentado sus tetas son enormes, tiene bastante tripa, unos muslos rollizos y un culo voluminoso. Cuando en el transcurso de nuestros toqueteos les quité a ambas la ropa interior pude apreciar las tremendas aureolas de Pepita, rosadas y grandes y coronadas por unos pezones rojizos de buen tamaño. También llamaba la atención la extraordinaria blancura de su piel. Su coño ya no era tan peludo como sin duda lo habría sido en su juventud y apenas se le podía apreciar a pesar de estar sin bragas ya que entre los pliegues de su prominente tripita y lo abundante de sus muslazos su cuevita del placer quedaba oculta en gran parte mostrando tan sólo la parte superior de su vello púbico.

Sobé a ambas maduras y les chupé las tetas con ganas, sobre todo a Pepita. Ellas también me desnudaron a mi y me sobaron cuanto quisieron. Yo notaba que Pepita se ponía particularmente excitada cuando hacía cosas con mi madre como besarla, chuparla o sobarla. De vez en cuando me animaba diciéndome:

  • Venga, así, así, cómele las tetas a tu madre, chúpaselas bien, que seguro que le gusta una barbaridad.

Continuará