Círculo Incestuoso (24)

Dos amas de casa en un escenario. Mi madre y Celia se perfilan como las protagonistas femeninas de una fiesta de despedida de soltero.

CÍRCULO INCESTUOSO

(Parte 24 – Dos amas de casa en el escenario).

En el capítulo anterior Enrique y yo habíamos acabado gozando sexualmente con nuestras madres en mi coche tras abandonar la sala de baile en la que habíamos estado. Cada uno se había follado a la madre del otro por lo que todavía no se había consumado el incesto entre Celia y su hijo. Días después, y tras aceptar nuestras madres participar como streapers en la fiesta de despedida de soltero de un amigo de Enrique, nos habíamos reunido para concretar los detalles de la presencia de nuestras madres en la citada fiesta acordando incluso la coartada a exponer ante sus maridos para poder estar incluso toda la noche del viernes fuera de casa.

El día en cuestión, con todo ya organizado, nos pusimos en marcha después de comer y tras un cómodo viaje por carretera, a media tarde estábamos los cuatro en la localidad en la que se ubicaba la casa de campo del amigo de Enrique, curiosamente la del homenajeado en la despedida. Pasamos por delante de su chalet, ubicado en una urbanización a las afueras pero no paramos allí sino que nos dirigimos al centro del pueblo para hacer algo de turismo, ver tiendas y pasar una agradable tarde los cuatro juntos.

Como mi madre y Celia iban a entrar en acción tras la cena y la idea era que su presencia y especialmente su identidad fueran una sorpresa para todos los demás, no era cuestión de que cenaran con nosotros, lógicamente. Así que les gestionamos una buena cena en un restaurante del pueblo tras la cual pasaríamos a recogerlas cuando nosotros acabáramos nuestra cena. También reservamos dos habitaciones de hotel por si finalmente fuera necesario que ellas durmieran por su cuenta y porque pudiera ser que no cupiéramos todos en la casa del amigo de Enrique.

Durante la tarde nos dedicamos a pasear por el bonito pueblo en cuestión y también a ver algunas tiendas de muebles puesto que a ellas tenían interés en verlas. Bromeábamos, especialmente al ver dormitorios, haciendo chistes sobre la capacidad de las camas para aguantar combates sexuales. De vez en cuando, y si estábamos al abrigo de miradas indiscretas, les tocábamos el culo o una teta provocando el nerviosismo de las dos maduritas pues aún hoy ambas son terriblemente reacias y temerosas a hacer cualquier cosa en público que las pueda comprometer. En general lo pasamos bien.

Cuando las dejamos a ambas ante el restaurante nos despedimos de ellas con sendos besos. Yo le di un soberano besazo a Celia al que ella respondió activamente y con lengua pero con un cierto corte y con brevedad, no en vano estábamos en la calle aunque no había muchos transeúntes. Mi madre también se dio un beso con Enrique aunque fugaz. Después de besarse con Enrique me dio a mí un beso en los labios a modo de piquito, un beso sin lengua. Tras besarme a mí, como Enrique y su madre no hacían nada, fue mi madre la que les instó a que se dieran también un beso y entonces ellos, entre risas nerviosas, sobre todo por parte de Enrique, se dieron también un piquito en los labios. Después ellas ya entraron en el restaurante y nosotros nos fuimos hacia donde teníamos aparcado el coche.

  • No te lo creerás pero me la ha puesto dura darme ese beso con mi madre, y eso que era simplemente un beso en los labios, sin más. – Me decía Enrique mientras montábamos en el coche y nos dirigíamos ya a la casa de su amigo, situada a las afueras de la localidad.

La cena en la casa del que se iba a casar dos semanas después estuvo realmente bien. Enrique había encargado que prepararan la cena en un restaurante local y que luego la llevaran, a modo de catering, al chalet de su amigo. Fue una cena estupenda y muy divertida. Durante la cena con los amigos de Enrique, se cantó, se hicieron bromas y se habló de todo pero, lógicamente, más de mujeres. Todos habían aceptado muy bien mi presencia como amigo de Enrique y enseguida vi que eran un grupo muy majete, simpáticos y muy buenos chavales.

Además de esto, también pude apreciar de inmediato que eran decididamente viciosos y todos coincidían en que el tipo de mujeres que más les gustaban eran las jamonas maduritas. Esto se puso de manifiesto ya en los primeros comentarios de los chicos en cuanto empezamos a hablar de mujeres. Alguno llegó a decir, con muy buen humor, que lo mejor de su novia estaba por llegar porque por narices tendría que hacerse mayor y con un poco de suerte engordaría. Todos reíamos y celebrábamos estos comentarios y de esa manera la cena transcurrió de forma realmente divertida.

Ellos sabían que Enrique, ayudado por mí, había preparado un espectáculo erótico para el final de la cena pero por sus palabras quedó claro que esperaban el típico strip-tease a cargo de una bailarina convencional, es decir, joven y atractiva, que bailara dejándonos ver su cuerpo y que una vez acabado el número se fuera sin más.

Durante la conversación a lo largo de la cena sin embargo se habló más, como decía, de mujeres maduras y se contaron anécdotas referidas siempre a este tipo de mujeres. Pronto vi que entre los amigos de Enrique había la suficiente confianza como para que no resultara problemático que las aludidas en la charla fueran a veces familiares de ellos. Así se glosaron los atractivos de antiguas profesoras, de vecinas pero también, y sin el menor remilgo, de tías e incluso madres de los allí presentes. Decir cosas como "tu madre está realmente buena" o "a tu tía, esa que nos saludó el otro día, ya le metía yo un buen meneo" eran cosas de lo más normales y aceptadas no sólo con buen humor sino de excelente grado por los presentes aún cuando la mujer señalada fuera de su familia o incluso su propia madre.

Desde luego Enrique había seleccionado muy bien a los amigos que podían participar en aquella cena tan especial. La propia madre de Enrique, Celia, fue aludida en varias ocasiones y los amigos de Enrique se refirieron a ella sin ningún miramiento como "una hembra con un par de melones de campeonato" o dijeron cosas como que ya les gustaría a ellos verla con las faldas arremangadas para verle las columnas que a buen seguro tiene por muslos. De igual manera se vertieron comentarios del mismo tenor referidos a las madres de algunos otros sin que ninguno de éstos se mostrara molesto en absoluto. Varios incluso contaron anécdotas muy celebradas de cómo, con ocasión de cualquier circunstancia fortuita, habían podido ver a sus propias madres en ropa interior o medio desnudas. No se cortaban un pelo y pedían detalles al que hablaba sobre tal o cuál característica física de su propia madre y el interpelado, orgulloso, daba cuantos detalles podía. Mediada la cena yo tenía una idea más que aproximada de cómo eran las madres, buena parte de las tías y algunas vecinas de todos los allí presentes.

  • ¿Y viste entonces a tu madre desnuda del todo? ¿Y cómo tiene el chocho? ¿Lo tiene muy peludo? – Fue una de las interpelaciones de uno a otro que acababa de contar que había visto a su madre poniéndose el bañador el verano anterior.

Yo también comenté algo sobre mi madre y conté, para participar de pleno derecho en aquella conversación, cómo la había visto salir del baño completamente desnuda en una ocasión en la que se le había olvidado llevar su ropa interior al bañarse. Ante los requerimientos de los chicos para que describiera a mi madre di algunos detalles sobre su cuerpo y señalé que era sobre todo su culo lo que más me gusta de ella.

El ambiente no podía ser más cachondo y dominado por la pasión hacia las mujeres maduras sin ningún tipo de cortapisa, ni siquiera familiar como se había puesto de manifiesto durante la cena.

Ya a los postres algunos de los amigos de Enrique empezaron a decir en tono jocoso:

  • Y ahora, después de estar hablando de buenas jamonas cuarentonas y cincuentonas, que son las que nos gustan a nosotros, nos tendremos que conformar con verle las tetas a una jovencita esmirriada....

  • Bueno, qué se le va a hacer, - decían otros. – Por lo menos veremos un par de tetas y un culo, que no está mal. E igual hasta se lo podemos tocar y cerrando los ojos imaginarnos que es el de la madre o la vecina de alguno, ja, ja, ja.

Hacia el final de los postres Enrique señaló que era el momento de ir a buscar a la atracción especial de la noche y me encargó a mi que fuera en el coche indicándome que una vez regresara, antes de hacer pasar a la gente a la que iba a buscar, que las dejara en la cocina para que se prepararan y para que él hiciera una adecuada presentación. De mientras Enrique y sus amigos montarían un improvisado escenario en el salón con unas cuantas mesas para que el strip-tease se llevase a cabo encima de ellas.

  • Oye, Enrique, una cosa – preguntó uno de sus amigos. – Bueno, igual os parece una burrada pero... Bueno, ya que parece que vamos a ver, así en privado, un pase de strip-tease yo quería plantear... ¿sería posible que nosotros también estuviéramos en pelotas y que... bueno... que nos la pudiéramos cascar mientras vemos a la golfilla de turno despelotarse? Total, se trata de pasarlo bien y de descargar los huevos ¿no?

  • Me parece una excelente idea – aprobó Enrique. – Hemos venido aquí a pasar una noche divertida ¿no? Así que por lo menos trataremos de volver a casa con los huevos vacíos... De todas maneras no os despelotéis nada más empezar; hacedlo poco a poco no se nos vaya a asustar el personal femenino que hemos traído ¿eh?

Aclarados todos estos extremos yo ya fui al pueblo a buscar a mi madre y a Celia. Estas acababan de dar cuenta de una opípara cena en aquel buen restaurante del pueblo y estaban tomando café cuando yo llegué al restaurante. Las recogí y tras pagar la cena a continuación nos dirigimos a la casa del amigo de Enrique. Tanto mi madre como Celia confesaron estar un poco nerviosas ante lo que se disponían a hacer pues para ellas era absolutamente novedoso hacer algo así. Yo traté de tranquilizarlas y les aconsejé que disfrutaran.

  • Tened en cuenta, chicas – les decía – que lo tenéis todo a favor. Todos los que estamos en esa casa somos unos fanáticos de las maduritas macizas así que el éxito lo tenéis garantizado. Seguro que nunca en vuestra vida vais a recibir semejante cantidad de piropos en una misma sesión. Vais a gustar y mucho. De ahí en adelante lo que pase es cosa vuestra.

Ellas se fueron tranquilizando e incluso excitándose cada momento más y más pensando en lo que se avecinaba. A todo ello contribuyó Celia al contarle a mi madre cómo eran los amigos de Enrique pues ella, lógicamente, los conocía a todos.

  • Siete pollas jovencitas, Nati, y nosotras se las vamos a levantar a base de bien en cuanto les enseñemos las tetas. – Decía Celia con humor.

  • Yo espero también bajar alguna metiéndomela en el coño, la verdad – decía mi madre riendo con picardía – que yo con un calentón así no vuelvo a casa.

Con esta conversación llegamos al chalet, entramos y nos dirigimos a la cocina sin que el resto de los chicos, todos en el amplio salón, nos vieran, tal como estaba convenido. Yo luego entré en el salón y le comuniqué a Enrique que todo estaba listo. Pude ver entonces que el improvisado escenario estaba preparado, compuesto por cuatro grandes mesas unidas y atadas por las patas para darle consistencia. Además los chicos habían preparado con unas cajas y una banqueta unas escaleras en un lateral para acceder a la tarima. Frente a aquel escenario habían dispuesto unas cuantas sillas, a modo de patio de butacas, que sería donde nos sentáramos nosotros como público. A un lado del salón el equipo de música hacía sonar una tenue melodía que luego también contribuiría a amenizar el número de strip- tease. Estaba realmente bien montado.

Enrique entonces me acompañó a la cocina donde estaban nuestras madres para dar las últimas instrucciones y comprobar que todo estaba según él lo había planeado y les indicó a sus amigos, de forma enigmática, que se preparasen para disfrutar de un espectáculo único. Los chicos estaban realmente excitados aunque era evidente que esperaban una bailarina joven y convencional, muy alejada por tanto de sus verdaderos gustos en materia de mujeres.

Una vez en la cocina Enrique saludó a mi madre y a la suya, por cierto con un beso en los labios a ambas aunque no con lengua y les preguntó si estaban dispuestas. Ellas desde luego lo estaban y probablemente más de lo que pensaba el propio Enrique. Mientras hablábamos las dos mujeres se iban cambiando pues además de lencería sexy, yo les había comprado unas minifaldas realmente cortas y unas blusas muy ceñidas y transparentes con las que tenían una pinta de busconas como para calentar al más frío. Debajo ambas llevaban sujetadores negros, tangas, ligueros y las dos llevaban medias también negras rematando el conjunto unos zapatos con unos notables taconazos. Enrique les dijo que primero haría una presentación ante sus amigos avisándoles de lo que se iban a encontrar para que empezaran a calentarse y que luego ya entrarían ellas para iniciar el strip-tease.

  • Bueno, como prácticamente todos la conocen va a ser del todo evidente cuando entren que una de las stripers es mi madre. Con respecto a la tuya...

  • Sí, sí, preséntala como mi madre, desde luego. Si no, no tiene gracia. Me encantará que todos sepan que van a ver desnuda a la golfa de mi madre. – Respondí yo.

Todos de acuerdo Enrique y yo salimos de nuevo al salón, yo me acomodé entre el resto de chicos también pues quería estar preparado para lo que viniese, y entonces Enrique subió al improvisado escenario y comenzó su discurso previo a la entrada de las dos mujeres en escena.

Enrique hizo una muy buena presentación y como si de un maestro de ceremonias se tratase comenzó explicando que no iba a ser una sino dos las hembras que veríamos en pelotas aquella noche. Esto ya concitó los gritos lujuriosos de los chicos. A continuación Enrique señaló que ninguna de las dos mujeres eran profesionales ni del strip-tease ni del puterío ni cosa que se le pareciera sino que eran dos cachondas amas de casa a las que les gustaba exhibir sus encantos delante de jovencitos como nosotros. Esto fue acogido con gritos de verdadero entusiasmo por parte de todos los chicos. Pero fue cuando Enrique señaló que ninguna de las dos hembras bajaba de los 50 años ni de los 60 kilos cuando los chavales estallaron en una verdadera exclamación colectiva de entusiasmo con aplausos y gritos verdaderamente procaces, los más de ellos hasta soeces.

  • Tú sí que sabes, Enrique. – Decía uno a voz en grito. – Un par de golfas maduritas; sí señor.

Para preparar la entrada efectiva de las dos mujeres Enrique les dijo a sus amigos:

  • Os vais a encontrar con dos hembras macizas que espero que os gusten pues mi amigo y yo las hemos escogido entre lo mejorcito. Y para que vayáis abriendo el apetito os voy a dar unas pistas, para que trabaje vuestra imaginación, sobre cómo son estas dos espectaculares hembras. A ver, ¿os gusta, por ejemplo, esa tía de Jorge de culo grande y salido que todos conocemos y a la que, sobre todo él pero también los demás, le hemos dedicado buenas pajas?

  • ¡Sííííííííí...! – exclamaron al coro todos los chicos.

  • Sí señor, Enrique, - dijo uno de ellos, el llamado Jorge. – Si has traído a una hembra parecida a mi tía Amparo de verdad que te has ganado lo que sea. Ese es el tipo de hembra que me gusta y en efecto mira que le habré dedicado yo pajas y pajas, ja, ja, ja...

  • Si tiene un culo como la tía de Jorge y nos lo enseña yo seguro que me corro en cuanto se lo vea. – Dijo otro de los jóvenes con excitación.

Todos los demás chicos rieron divertidos y dijeron también cosas a favor de la tal Amparo, que a lo que se ve y por la descripción que de ella hizo Enrique debe ser bastante parecida a mi madre, y manifestaron su deseo de verla cuanto antes.

  • Bueno, pues ahora la veréis y como os digo tiene un culo y el cuerpo en general como la tía de Jorge, sólo que además esta, que se llama Nati, es más guapa.

  • ¡¡¡¡¡¡¡ Bieeeeeen !!!!!!! – gritaron los chicos. Y siguieron en un improvisado y espontáneo coro: - ¡Nati, Nati, Nati…!

  • Bien, bien. – Continuó Enrique. – La otra hembra, para que os hagáis una idea es... ¿cómo os la describiría? Bueno, imaginaros a mi madre...

  • ¡Bieeeeeen! – Exclamaron también al unísono todos los chicos. – Cojonudo; eso sí que es una tía maciza. A ver, a ver, con que tenga las tetas la mitad de grandes que las tetazas de tu madre ya sería para volverse loco.

  • Pues no las tiene la mitad de gordas que mi madre sino exactamente como las de mi madre. – Respondió Enrique con una sonrisa misteriosa.

  • No me digas que has conseguido una madurita con unas tetazas como las de tu madre, Enrique. ¿De verdad? Sí señor. Ya tenía yo ganas de ver un buen par de ubres como esas. – Dijo otro mientras un tercero declaraba sin rubor alguno:

  • Pues buenas pajas me he hecho yo también a la salud de las tetas de la madre de Enrique así que si esta las tiene parecidas...

  • Ya os digo que las tiene iguales; exactamente iguales. – declaró Enrique con cierta solemnidad.

Los chicos volvieron a gritar excitados y empezaron ya a reclamar la presencia de las dos jamonas así que Enrique se fue de nuevo a la cocina y cuando volvió al salón lo hizo en el medio y agarrando por los hombros, naturalmente, a su madre y a la mía.

Al verlas con aquella indumentaria tan provocativa en unas mujeres de su edad los chicos empezaron a gritar y a piropearlas con formas no sólo picantes sino abiertamente soeces. Enseguida, sin embargo, se dieron cuenta de que una de las hembras era nada más y nada menos que la madre de Enrique y por un momento se callaron todos un tanto desconcertados.

  • Bueno chicos – dijo Enrique como sin darle importancia al asunto. – Pues aquí os presento a nuestras stripers maduritas, que espero que os gusten mucho. Yo pienso que os van a gustar y ellas están encantadas de mostraros sus atractivos cuerpazos y todos sus abundantes encantos.

Ninguno de los chicos dijo nada, aún en estado de shock al comprobar que tenían allí delante con una escandalosa minifalda que desnudaba sus gordos muslos un par de palmos por encima de la rodilla, una blusa transparente y además dispuesta a desnudarse ante ellos, nada menos que a la madre de su amigo Enrique, una mujer de más de 60 años y a la que con toda seguridad todos ellos tenían catalogada como una respetable y pudorosa señora.

Tras unos segundos de silencio los jóvenes empezaron a reaccionar.

  • ¿Gustarnos mucho dices? – Rompió el silencio uno de los chicos. - Más que mucho, son ideales Enrique, de verdad. Enhorabuena, tío. Eres genial, Enrique. Esto sí que es extraordinario. Me quito el sombrero ante ti, tío.

  • Es increíble; es lo mejor que podía pasar en la fiesta de hoy. Y yo que me esperaba a una veinteañera sin formas... – Le interrumpió uno de sus amigos admirado al comprobar que una de las mujeres era en efecto la madre de Enrique.

  • Bueno, pues como veis, en efecto – continuó Enrique escenificando a modo de presentación – una de nuestras stripers es nada más y nada menos que... tachán, tachán... ¡mi señora madre!

La ovación de los presentes fue apoteósica y seguida de una espontáneo y colectivo coro de gritos de ¡Celia!, ¡Celia!, ¡Celia! Que culminó con otra tremenda ovación.

  • Sí señor; eso es una mujer; eso es una señora. – Decía otro de los chicos entusiasmado.

  • Una fabulosa jamona, como nos gustan a nosotros ¿eh? Buenas tetas, carne en abundancia y entradita en años... Sabía que os gustaría, chicos – dijo Enrique orgulloso mientras sus amigos aplaudían y piropeaban con calor a Celia.

  • ¡Qué bueno, Enrique! – dijo otro de sus amigos. ¡Enhorabuena, Enrique, qué suerte tienes! Ojalá mi madre fuera así de cachonda para estas cosas. Gracias por compartirla con nosotros.

  • ¡Celia, maciza, gracias por venir! Eres el sueño de todos nosotros, bombón. – Gritaba otro.

  • Sí, enhorabuena y gracias, Enrique, - exclamó otro. – No se cómo la habrás convencido pero gracias por compartir la belleza de tu madre con nosotros. ¡Ya me gustaría a mi compartir la belleza de la mía con todos vosotros y de paso verle las domingas, ja, ja!

  • Celia, guapa, aquí tienes muchos admiradores – dijo otro. – Que sepas que todos los que estamos aquí preferimos verte a ti en ropa interior que a una de esas bailarinas profesionales completamente desnuda así que gracias por venir, maciza, guapa.

Y se levantó un nuevo coro de entusiasmadas voces al grito de "Celia, tía buena", "Celia, tía buena", "Celia, tía buena"

Todos rieron ya en una atmósfera plenamente distendida una vez superado el shock de ver a la madre de Enrique en el improvisado escenario.

  • Gracias, Enrique – dijo el chico objeto de la despedida de soltero tomando la palabra con tono solemne. – Esto es mucho más de lo que hubiera esperado. ¡Es fantástico! No tengo inconveniente en reconocer que siempre me ha gustado tu madre y ahora se me presenta la oportunidad de ver lo que tantas veces he imaginado. ¡Uf, es demasiado! Me da que esta va a ser, en efecto, una de las mejores noches de mi vida.

  • ¡Y gracias a ti, Celia, por acceder a participar en esta fiestecilla con nosotros y a alegrarnos el ojillo, maciza, tía buena! – Exclamó otro mientras todos iniciaban una vez más a coro el grito de "Tía buena, tía buena, tía buena…".

  • Bien, bien, bien – decía Enrique sonriendo. – Veo que os gusta mi madre y eso me complace. Es un orgullo para un hijo que su madre guste tanto a sus amigos.

  • Puedes estar seguro de que nos gusta y mucho. Y ahora dinos quien es esa otra belleza que habéis traído. – Dijo otro de los chicos.

  • Bueno, pues a mi izquierda – siguió Enrique oficiando perfectamente como maestro de ceremonias – otra hembra realmente maciza y apetecible, una estupenda cincuentona con un culazo realmente extraordinario como a buen seguro tendremos oportunidad de ver durante esta velada... Ella es... ¡Nati!

Un nuevo coro de aplausos, encendidos piropos y vítores se extendieron por el salón esta vez en honor a mi madre.

  • ¡Nati, Nati, Nati! – gritaban los chicos emocionados y excitados.

  • Maciza, tía buena, menudo muslamen que se ve debajo de esa mini... – decía alguno. – Eso son unas piernas y no las de mi novia, que son alambres.

  • Estamos deseando verte esas carnazas buenas, macizorra, que estás para comerte a bocados. – Decía otro y todos le dedicaban frases en parecidos términos.

  • Muchas gracias por venir; sois las mejores – decía otro amigo de Enrique. – Os podemos asegurar que vale más veros a vosotras sólo así, como estáis ahora, con esas minis tan excitantes enseñando muslo y con esas blusas transparentando esas preciosas tetas que hacer de todo con la mejor striper de toda la ciudad. ¡Tías buenas, macizas!

  • Para mi esta noche ya es inolvidable – tomó de nuevo la palabra el homenajeado con la despedida de soltero. - ¡Guapas, macizas, sois las mejores mujeres que he visto en mi vida! Muchas gracias por venir a mi fiesta; gracias de verdad porque sois las dos mi sueño de mujer. Sólo puedo decir que espero que el día de mañana la que va a ser mi mujer se parezca un poco a vosotras.

Las solemnes palabras de joven despertaron una tremenda ovación por parte de sus amigos que culminó con una nueva tonada improvisada por los chicos y que decía: "Nati, Celia, sois cojonudas, como vosotras no hay ninguna"

  • ¡Vivan las maduritas macizas y cachondas! – exclamó otro cuando se acabó de entonar aquel estribillo.

  • Bueno, chicos. – Retomó una vez más la palabra Enrique. – Ya he visto que os ha parecido excelente que una de las mujeres que hoy va a deleitarnos mostrándonos sus encantos, que son por cierto muy abundantes, ja, ja, ja, sea mi madre.

  • Por supuesto. ¡Celia, maciza, eres la mejor madre del mundo! – interrumpió uno de los jóvenes.

  • Bueno, - prosiguió Enrique. – Como él está muy orgulloso de ello, y razones no le faltan, quiero que sepáis que Nati es la madre de este amigo mío que ha estado cenando con nosotros y que ya es uno más de nuestra cachonda cuadrilla.

  • ¡¡¡¡¡ Biiieeeeen ¡!!! – exclamaron los chicos mientras prácticamente todos se levantaban y se acercaban a mi dándome palmadas en la espalda y felicitándome por tener una madre tan maciza y cachonda.

  • ¡Qué suerte tenéis, cabronazos, por tener unas madres así! – decía uno. – Ya daba yo cualquier cosa por que mi madre fuera la mitad de dispuesta y por verle aunque sólo fuera una vez las tetas, que parece que no pero da un morbillo especial verle las tetas y el culo a tu propia madre ¿a que sí?

  • La verdad es que sí. – Respondí yo sonriendo y satisfecho al ver las claras inclinaciones incestuosas de buena parte de aquellos chicos. – A mi me encanta tanto verle el culo a mi madre como que os lo enseñe a vosotros, de verdad.

  • Bueno, - prosiguió de nuevo Enrique. – Yo ya me bajo de este escenario improvisado y dejo aquí a las tías más macizas y más cachondas de la ciudad. Y a disfrutar, chicos.

Una nueva ovación larga y cerrada dio paso al numerito de strip-tease de mi madre y de Celia. Enrique puso en el equipo de música un CD con una música ambiental suave y el número comenzó. Yo les había aconsejado que se alternaran sobre el escenario según se iban desnudando de modo que en cada momento sólo una de ellas ocupara el centro del escenario acaparando toda la atención. Así lo comenzaron a hacer y por cierto con mucha más gracia y salero del que cabría esperar de dos amas de casa sin la menor experiencia ni talento escénico.

Comenzó Celia situándose en el centro de aquel improvisado escenario y deshaciéndose poco a poco de su transparente blusa mientras mi madre permanecía al fondo del escenario moviéndose suavemente al ritmo de la música. Cuando Celia se hubo quitado la blusa dejó a la vista el bonito sujetador negro tras el cual se apreciaba el extraordinario y tremendo volumen de sus tetas. Mientras los chicos gritaban y la piropeaban ella se fue retirando caminando hacia atrás mientras mi madre daba unos pasos al frente para ser ésta ahora la protagonista de la escena.

También mi madre se quitó la blusa mientras sonreía con picardía contribuyendo con sus gestos a enardecer aún más a los chicos. Para mi también fue una sorpresa comprobar con qué habilidad se desenvolvía mi madre en el escenario. Nunca hubiera imaginado tal habilidad y soltura, y es que hay madres con las que nunca acaban las sorpresas.

Recuerdo que mientras mi madre se quitaba la blusa Enrique, que se hallaba sentado a mi lado, me dijo que él también estaba sorprendido por la habilidad y por lo desenvueltas que se mostraban las dos maduritas sobre el escenario.

El espectáculo siguió y mi madre, una vez se hubo deshecho de la blusa, antes de ceder de nuevo la escena a Celia, se inclinó hacia delante y mientras los jóvenes, yo también, le dedicábamos toda clase de piropos, desde los más elegantes hasta los más chabacanos, mi madre se sacó las dos tetas por encima del sujetador mostrando así sus pechos ya por entero, incluidos los pezones. Los jóvenes gritaban de lujuria y arreciaban los piropos. Luego mi madre se retiró hacia atrás con las tetas en todo momento por encima del sujetador y fue Celia la que se adelantó hasta ocupar de nuevo el centro del escenario.

Continuará