Círculo Incestuoso (22)

Ponemos en marcha el plan para incluir a Celia y a su hijo en nuestro círculo del incesto. Un baile de mayores permite que se aclaren muchas cosas. El hijo de Celia también tenía planes muy interesantes en los que nunca pensó que pudieran llegar a tomar parte su madre y la mía.

CÍRCULO INCESTUOSO

(Parte 22 – Nosotros tenemos planes para Enrique y él tiene planes para su madre y la mía).

En el capítulo anterior relaté cómo culminó la fabulosa orgía incestuosa que tuvimos Oscar, José y yo mismo con nuestras madres y en el transcurso de la cual José gozó analmente de mi madre y Oscar y yo desvirgamos el culo de la suya. Además Oscar nos comentó la especial fiestecita que le tenía preparada a su madre con nada menos que ocho compañeros de trabajo, aunque de este asunto, a día de hoy, aún no se nada más.

El siguiente episodio en este relato de los hechos incestuosos en que me he visto envuelto, fue la entrada del hijo de Celia, la sesentona amiga de mi madre de la que ya he hablado, en nuestro particular Club del Incesto. Tal como le había avanzado a mi madre, la idea que más viable me parecía para testear la querencia de Enrique, el hijo de Celia, hacia las relaciones con las mujeres maduras y con su madre en particular, era que mi madre y la suya manifestaran su deseo de acudir a un baile de gente de su edad. En nuestra ciudad hay varios locales con bailes con gente mayor. La idea era que mi madre y Celia pretextaran que no tenían pareja para ir acompañadas ya que sus maridos no estaban por la labor. Entonces nos solicitarían a su hijo y a mí que fuéramos sus acompañantes.

Este era un plan sin demasiados riesgos. Ni Celia ni mi madre corrían peligro de quedar en evidencia ante el joven. Si las cosas no transcurrían como nosotros deseábamos, Celia ni siquiera tendría que quedar como una viciosa o una desvergonzada ante su hijo si finalmente éste no quería nada con ninguna madurita y menos con su madre. Si en alguna de las fases del plan Enrique rechazaba tomar parte en el mismo nosotros abandonaríamos y él nunca sabría que habíamos intentado que acabara follando con su propia madre con el beneplácito de ésta. Por ejemplo, si de entrada se negaba a acompañar a su madre y a la mía al baile ese en cuestión cerraríamos el plan y a otra cosa. Si aceptaba acompañarlas al baile pero una vez allí dejaba ver que nunca querría nada con una mujer madura pues lo mismo; caso cerrado y a otra cosa. Y así en los diferentes estadios del plan.

Tras exponérselo a Celia decidimos llevar a cabo nuestro plan y las cosas discurrieron mejor de lo previsto pues el joven hijo de Celia no sólo aceptó acompañar a su madre y a la mía a aquel baile sino que la idea de que su madre se divirtiera y tratara de pasarlo bien le pareció genial. De hecho, medio en broma medio en serio, él mismo animó tanto a su madre como a la mía a tratar de ligar en aquel baile e incluso llegó a decir, con bastante seriedad, que una cana a al aire no le hace daño a nadie sino todo lo contrario.

Las cosa no podían pintar mejor y de hecho el día que elegimos para acudir al baile, una vez allí, Enrique se mostró galante tanto con mi madre como con la suya, las cuales, por cierto, iban vestidas realmente atractivas aunque sin resultar escandalosas. Mi madre llevaba un ceñido vestido blanco que le llegaba por la rodilla y que marcaba muy sugerentemente su gordo culazo y Celia vestía con una blusa bastante escotada por donde asomaba su canalillo y una falda también muy ajustada que dejaba bien clara la rotundidad de sus caderas y de su amplio trasero.

Bailamos con ambas y cuando yo lo hice con mi madre tras haber bailado Enrique con ella, ésta me contó que el chico había estado hablando con ella en términos bastante verdes y que hasta se había permitido algún piropo subido de tono. Al hilo de los piropos hablaron de la evidente intención de ligar de las maduras que acudían a aquel baile y Enrique, entre bromas y comentarios divertidos, no dejó de animar a mi madre a que también ligara aprovechando para piropearla diciéndole que con lo buena que estaba podría ligar con quien quisiese. Mi madre también testeó la disposición del joven a que su madre en efecto echara una cana al aire y la respuesta de este fue completamente favorable.

Luego, mientras mi madre y la suya bailaban con otros hombres, Enrique y yo charlamos mientras tomábamos una copa y le comenté, de forma casual, que a mi no me disgustaban en absoluto las mujeres maduritas como las que acudían a aquel local. El me confesó que también le atraían las mujeres mayores e incluso dijo a modo de confidencia que para tener una aventura prefería una señora mayor que una chica de nuestra edad. Charlamos sobre ese tema constatando nuestras coincidencias y poco a poco yo traté de derivar la conversación hacia nuestras madres. Retomando su comentario del día anterior en el que, aparentemente en broma, había aconsejado a nuestras madres que echaran una canita al aire, yo también le expuse mi pensamiento favorable a que mi madre tuviera, con la debida discreción, una aventura extramatrimonial. Mientras tomábamos nuestra copa Enrique me dijo que él había pensado muchas veces en lo poco que su madre, y por extensión las mujeres de su generación, habían disfrutado del sexo.

  • Entre la represión de la educación y la religión y lo poco que podían despistarse de sus maridos – me decía – la verdad es que nuestras madres y las mujeres de su edad me parece que han podido gozar muy poco de sus cuerpos, ¿no te parece?

  • Sí, desde luego. – Asentía yo.

  • Seguro que nuestros padres habrán hecho lo que hayan podido, ya me entiendes, pero nuestras madres… con sus maridos y seguro que poco.

  • Tienes razón – seguía yo dándole cuerda. – Yo por eso animo a mi madre a que venga a estos bailes aunque mi padre no la quiera acompañar. Por lo menos que se lo pase bien y que vea que aún puede gustar a algunos de los señores que vienen por aquí. Seguro que eso es bueno para su ego. Y mira, que disfrute todo lo que pueda ¿no te parece?

  • Desde luego, harían muy bien en aprovechar lo que pudieran y disfrutar de la vida. Con eso no hacen mal a nadie.

  • Yo más de una vez ya le he dicho a mi madre que con lo guapa que es haría bien en echarse un amante. Se lo digo en broma, claro, pero lo cierto es que no me molestaría que lo hiciera

  • Me parece estupendo, la verdad. – seguía Enrique. – Creo que yo le voy a decir algo parecido a mi madre. Tendré que hacerlo con mucho tacto porque conociendo a mi madre si le digo que se eche un amante seguro que se me enfada y me dice que no la tome por una cualquiera, pero bueno, creo que voy a hacer como tú; yo se lo digo y a ver si ella por su cuenta se termina animando.

  • Estoy de acuerdo contigo, nuestras madres se merecen disfrutar de sus cuerpos. Y si nosotros podemos ayudarlas en algo, aunque sólo sea haciendo que no se sientan culpables

  • Claro que sí, a ver si con nuestra ayuda… - seguía Enrique aceptando estos planteamientos con entusiasmo. – Mira, yo a veces pienso que es una pena que mi madre nunca haya experimentado una comida de coño, y perdona que hable tan claramente.

  • Estoy de acuerdo contigo, y no te preocupes por el lenguaje; a las cosas hay que llamarlas por su nombre.

  • Bien, pues lo que te decía, que me parece una pena que no haya disfrutado de ciertas cosas que por otro lado son de lo más normales, ya sabes. Y no es que lo sepa seguro pero juraría que nunca le han comido el coño a mi madre o haya hecho otras cosas, ya sabes lo que quiero decir. Y espero que por lo menos sí haya tenido algún orgasmo, porque estoy seguro de que muchas de su generación ni eso.

  • Yo pienso lo mismo, Enrique. Ahora nosotros mismos y cualquier chica o chico de nuestra generación lo tiene sencillo para acostarse casi con quien quiera y disfrutar del sexo; es cosa de estos tiempos, pero nuestras madres

  • En efecto, yo por eso animo a la mía a que salga y se divierta y por eso me pareció una excelente idea lo de venir a este baile con ellas aunque quizá nosotros nos aburramos un poco… Y te diré una cosa aunque quizá te parezca un poco fuerte; ojalá mi madre se liara con un tío aquí y tuviera una aventura y disfrutara de todas esas cosas que seguro que con mi padre no ha hecho jamás. Me llevaría una gran alegría por ella. Y por eso no creo que ella quiera menos a mi padre ¿eh?

  • Coincido completamente contigo, Enrique. A mi también me gustaría que mi madre disfrutara hoy de una comida de coño por ejemplo, como tu dices.

  • Ojalá se lo coman a las dos, sobre todo si no se lo han hecho nunca

Los dos reímos con ganas por la franqueza de nuestro lenguaje y seguramente complacidos por nuestra coincidencia de ideas. Luego yo añadí:

  • Y oye, yo tampoco me estoy aburriendo tanto aquí ¿eh? Que como comentábamos antes a mi las maduritas me gustan mucho y aquí hay bastantes y de muy buen ver, incluidas tu madre y la mía, por supuesto.

Enrique riendo dijo que él también estaba de acuerdo y sobre esta base seguimos haciéndonos confidencias en temas de mujeres y demás. Enrique reiteró que a él también le atraían sexualmente mucho más las mujeres maduras que las jóvenes. También sobre eso, lógicamente, coincidimos y nuestra conversación al respecto nos acercó aún más al descubrir que ambos compartíamos la pasión por los culos gordos, las tetas caídas y las hembras jamonas entradas en años. No dejamos tampoco de comentar, mientras las veíamos bailar, lo atractivas que eran nuestras madres según nuestros gustos ya expuestos. Yo piropeé con elegancia a la suya y él hizo lo mismo con la mía dentro de la debida corrección.

En este punto ya habíamos llegado a tal grado de intimidad sobre la base de nuestros comunes gustos en materia de mujeres que las confidencias ya se hacían con total complicidad y confianza. Así yo, al principio con cierto tacto, le puse de manifiesto lo atractiva que me resultaba su madre pero esta vez no ya a través de un simple y educado piropo, como antes, sino dejándole ver claramente que su madre me atraía sexualmente e incluso me permití referirme a sus notorios encantos, especialmente a sus tremendas tetas, como parte de los atractivos que despertaban cierto deseo en mí. Enrique se reía de buena gana y sin sentirse en absoluto molesto por mis atrevidos comentarios sobre la anatomía de su madre. De hecho él, con buen humor y de modo resuelto, me animó a que intentara tener una aventura con ella aunque me avisó de que dado lo formal y seria que era su madre, a pesar de que le gustara ir a bailes como aquel, lo veía muy difícil.

  • Como te decía antes ya me gustaría a mí que mi madre tuviera una aventura, ya. Y si fuera contigo mejor que mejor, que seguro que se lo ibas a hacer pasar muy bien, ja, ja, ja. Ojalá pudieras disfrutar de sus tetas, ya lo creo que sí, que seguro que ella también lo iba a gozar, ja, ja, ja.

Seguidamente y en esa misma línea de confidencias, él también me habló sobre mi madre echándole una buena sarta de piropos, algunos ya referidos sin ambages a su culo, e incluso acabó diciéndome que tenía que ser muy interesante verla desnuda porque estaba realmente buena. Yo, por supuesto, también reaccioné muy positivamente ante sus atrevidos comentarios y también le deseé que pudiera hacer realidad aquel deseo mientras los dos reíamos divertidos.

La cosa no podía pintar mejor pero las cosas no iban a ir tan rápido ni por ese camino. Y es que en estos asuntos de las relaciones incestuosas las circunstancias curiosas que abren o cierran caminos inesperados y las sorpresas están a la orden del día, y si no que me lo digan a mí.

Resulta que tras una nueva ronda de bailes con nuestras madres en la que yo informé a la mía de la reciente conversación con Enrique y tras tomar algo con ellas, piropearlas y demás, Enrique y yo volvimos a quedarnos solos charlando cuando a ellas las invitaron a bailar dos maduros caballeros. Ellas no querían bailar con ellos pero nosotros casi las forzamos a aceptar la invitación de modo que las dos se fueron hacia la pista a bailar el pasodoble que sonaba.

Al quedarnos de nuevo solos tomando nuestra copa, Enrique me contó que se estaba encargando junto con otros de organizar la despedida de soltero de uno de sus amigos y que a él le había tocado ocuparse de la parte sexy de la fiesta, contratar una bailarina de strip-tease o algo similar. Entonces me dijo que como él también quería pasárselo bien y a él, como ya me había contado, para tener una aventura le gustan las maduritas más que las chicas de nuestra edad, pretendía contar con una hembra jamona y madura para la fiestecita en cuestión. Me dijo que había pensado en venderles a los demás el tema como si se tratara de una broma pero que por otro lado sabía de muy buena tinta que a al menos a cuatro de sus amigos, de un total de ocho, las maduras les daban también un morbo especial así que el éxito estaba asegurado. El problema al parecer era dar con la madurita en cuestión y es que en las agencias de despedidas de solteros no disponían de ninguna bailarina de más de 35 años y eso no era suficiente pues él estaba pensando en una mujer de al menos 45 ó 50 si no más. Además en las agencias las chicas eran todas bailarinas esbeltas y él quería una buena jamona con buenas tetazas y buen culazo, según dijo literalmente.

  • Yo no quiero que baile como una danzarina balinesa; yo lo que quiero es una buena hembra entradita en años que nos enseñe unas buenas tetas y un buen culo. Ese tipo de mujer no la vemos desnuda todos los días y a mí y a varios de mis amigos estoy seguro de que es lo que más morbo les da.

Charlamos sobre la dificultad de la empresa y yo acabé sugiriéndole, medio en broma, que se lo propusiera a mi madre. El me dijo que ni loco, que ya lo había intentado con una conocida de su madre y que a pesar de hacerlo con tacto y de hacerle la propuesta tratando de dejar de lado toda connotación sexual, la buena mujer se había ofendido hasta el punto de amenazarle con contarle la que calificó de "desvergonzada propuesta" a su madre y al marido de la interpelada.

  • Pero si mi madre aceptara, ¿a ti te parecería adecuada? Quiero decir, ¿es del tipo de mujer que te gustaría para esa fiesta? – le dije yo entonces.

  • ¡Hombre, por supuesto! Ya te he dicho antes que tu madre está realmente buena. Pero... es tu madre... y además, lógicamente, diría que no.

Yo entonces empecé a comentar, como quien no quiere la cosa, lo interesante que sería ver a nuestras madres en un festejo de ese tipo, siendo admiradas por un grupo de jóvenes cachondos mientras mostraban sus abundantes encantos. Los dos reímos divertidos y en cierta forma excitados por nuestra propia conversación y Enrique acabó señalando que en efecto le gustaría contar para aquella celebración con mi madre e incluso llegó a señalar que tampoco le importaría que fuera la suya la protagonista de la fiesta pero que eso sí que era una quimera impensable. También señaló que él nunca se atrevería a proponerle algo así a mi madre y mucho menos a la suya.

  • Una cosa es que hablemos así, en plan cachondo incluso con ellas, que parece que les hace gracia y todo, y que les digamos medio en broma que tendrían que echar una canita al aire – decía Enrique. – Pero otra cosa muy diferente es proponerles que se desnuden delante de mis amigos. Bueno... yo creo que se enfadarían bastante las dos, seguro. Aunque estaría bien ver a estas dos bailando con las tetas colgando ¿eh? Ja, ja, ja...

  • Ya lo creo. Oye, ¿a ti te importaría que tus amigos vieran a tu madre desnuda? – le pregunté yo con intención.

  • No, no demasiado. De hecho confío mucho en su discreción, que sería lo más importante; de allí no iba a salir nada. Lo cierto es que alguna vez ya he hablado con algunos de ellos, como ahora estamos haciendo tú y yo, sobre lo atractivas que son las madres de algunos de nosotros a pesar de que ya sean mayores y tal. Todo con bastante tacto, claro, pero bueno, no es un tema tabú entre mis amigos, vamos. – Y luego añadió con un cierto brillo de excitación en los ojos: - Y por otro lado me da un morbo tremendo pensar en mi madre exhibiéndose desnuda delante de mis viciosos amigotes, ja, ja. Yo diría que alguno de ellos ya se ha cascado más de una paja pensando en las tetas de mi madre, no te digo más. Y desde luego no me molesta eso, más bien al contrario, ja, ja, ja.

Luego él me preguntó si a mi me importaría que mi madre participara en algo así y yo le dije que todo lo contrario, que me sentiría muy orgulloso y que me gustaría mucho que mi madre fuera lo suficientemente cachonda como para hacer algo así.

  • También me daría morbo que mi madre fuera lo suficientemente cachonda y lanzada como par hacer eso. De verdad que me gustaría, como me gusta verla por ejemplo bailando contigo bien arrimada, ja, ja, ja.

  • ¿De verdad no te molesta? Menos mal, chico, porque antes la verdad es que me daban unas ganas tremendas de apretarme un poco contra ella y de tocarle ese culazo tan bueno que tiene pero... bueno, casi más por ti que por ella, me corté un poco...

  • Pues en el próximo baile con ellas ya te quiero ver dándole un achuchón a mi madre ¿eh? Ja, ja, ja.

  • Lo mismo te digo ¿eh? A ver hasta dónde es capaz de llegar mi madre. Ya me gustaría ver cómo reacciona si le tocas un poco el culo, ja, ja, ja.

La complicidad entre ambos ya era total en este punto y si bien no expresamente sí había un cierto interés común en torno al incesto en tanto que considerar a nuestras propias madres desde una perspectiva sexual no nos resultaba molesto sino más bien todo lo contrario.

Cuando mi madre y Celia regresaron de bailar y se sentaron con nosotros yo empecé a piropearlas y a alabar sus habilidades como bailarinas.

  • Sois las reinas de la pista, chicas. Y desde luego las más guapas y atractivas de todas las mujeres que hay en la sala.

  • Anda, anda, exagerado. – Me respondían ellas sonriendo.

En un momento dado y como el vestido de mi madre al sentarse dejaba buena parte de sus preciosos muslos al aire, aproveché para darle una palmada en el muslo diciéndole a Enrique con intención:

  • Tiene buenos muslazos mi madre ¿eh?

El joven por supuesto asintió, quizá un poco cohibido, y yo entonces insistí en que le tocara el muslo a mi madre, cosa que entre risas de todos él acabó haciendo dándole una suave palmada en el muslo a mi madre. A continuación seguimos piropeando a las dos maduras y bromeamos con ellas preguntándoles si sus anteriores parejas de baile habían intentado ligar con ellas. La charla era divertida, con ciertos toques picantes, y yo la aderezaba con frecuentes palmadas en los muslos de las dos mujeres. En el caso de mi madre sobre la parte que su vestido desnudaba y en el caso de Celia sobre la falda pero también agarrándola por la cintura y achuchándola, dando así muestras de un acercamiento físico que su hijo veía con muy buenos ojos a lo que parecía.

En el transcurso de esa conversación intrascendente yo les lanzaba frecuentes piropos especialmente dirigidos a sus habilidades como bailarinas. Les dije que daba gusto tanto verlas bailar como bailar con ellas, que lo hacían muy bien y que se movían con mucha gracia.

  • No habrán sido pocos los que no han podido apartar los ojos de vosotras mientras bailabais en la pista. – Les decía yo con galantería.

Enrique también señaló lo bien que bailaban y demás y entonces yo, aprovechando el hilo de la conversación, les lancé la pregunta de si les gustaría actuar como bailarinas de strip-tease en una fiesta privada. La pregunta cayó como una bomba, especialmente para Enrique, que me miró con ojos asustados. En cuanto a mi madre y Celia, como ambas se dieron cuenta rápidamente de que mi pregunta sin duda iría en relación con lo que yo hubiera estado hablando con Enrique tendente a lograr la inclusión de éste en nuestro círculo incestuoso, ambas interpretaron la pregunta como parte del plan que nos había llevado allí. Rápidamente mi madre dijo, entre risas y en tono de broma, que tenía que ser interesante ser una bailarina de esas, aunque para mantener en cierta medida la formas señaló que ya a su edad conseguir empleo como bailarina de strip- tease no iba a ser fácil. Pero aún más concluyente fue la respuesta de Celia:

  • La verdad es que tiene que estar bien mover las tetas delante de unos cuantos tíos babeando por ti ¿eh?. Lástima que ya a nuestra edad... pero si no... yo desde luego que lo haría, no me importaría, no.

Mi madre también se posicionó a favor aunque expuso reticencias relacionadas con la discreción y tal.

Enrique y yo nos guiñábamos riendo con complicidad y entonces, seguramente sin que él se lo esperara, yo le dije:

  • Pues aquí mismo tienes la solución, Enrique, tu madre y la mía pueden ser las bailarinas que estás buscando para la fiesta con tus amigos.

El chico puso cierta cara de sorpresa y hasta de temor pero como su madre y la mía preguntaron divertidas y sin escándalos que qué fiesta era aquella, entre los dos les contamos el plan y las necesidades de Enrique mientras ellas reían complacidas y orgullosas por ser objeto de aquella propuesta e íntimamente muy satisfechas porque veían que nuestro plan marchaba mejor que bien. De todas maneras de momento tampoco dijeron ni que sí ni que no; es más, trataron de mostrar que se tomaban la propuesta como una broma con pocos visos de ser seria, lo cual por otro lado tranquilizó un tanto a Enrique pues ese enfoque no lo dejaba en una situación realmente comprometida con su madre.

  • Bueno, - dije yo. – Mientras os lo pensáis ¿os apetece bailar otra vez con nosotros?

Ellas aceptaron, por supuesto, y nos fuimos los cuatro a la pista. Yo empecé a bailar con mi madre y Enrique con la suya. Tras poner a mi madre convenientemente al día sobre lo hablado con Enrique le dije que seguro que era el momento de dar un paso más firme y acto seguido propuse cambio de parejas de modo que yo empecé a bailar con Celia mientras mi madre lo hacía con Enrique. También puse a Celia brevemente al corriente de cómo marchaban las cosas y ella me confesó que la idea de desnudarse delante de los amigos de su hijo, si bien le daba un cierto reparo y hasta temor, por otro lado, sobre todo si su hijo lo veía bien, le daba un tremendo morbo y me confesó que le agradaría que la idea se hiciera realidad.

  • Jo, - decía Celia. – Enseñar las tetas delante de los amigos de mi hijo y estando él delante. Vamos, que se me moja toda la panocha sólo de pensarlo, ja, ja, ja.

Para entonces, al reparar en la otra pareja, tanto Celia como yo, nos dimos cuenta de que el baile entre mi madre y Enrique estaba siendo mucho más intenso y apretado que en las ocasiones anteriores y que el chico tenía las manos decididamente sobre las gordas nalgas de mi madre mientras bailaban sin dejar ningún resquicio entre sus cuerpos. Ellos por efecto del baile se habían alejado un tanto de nosotros y en un momento dado también vimos, entre la gente, como los dos se daban, seguramente a iniciativa de mi madre, un fugaz beso en los labios aunque creo que sin lengua.

Cuando dejamos los cuatro de bailar, al dirigirnos a nuestra mesa Celia les dijo con cierta sorna:

  • ¡Menuda manera de arrimarse! Parecíais dos tortolitos... A ver, Nati, si vas a terminar echando la cana al aire con mi hijo ¿eh?

  • ¡Uy! Seguro que a él no le gusta una mujer tan mayor como yo pero a mí te puedes imaginar… estaría encantada. No te parecerá mal que lo intente por lo menos ¿verdad, Celia? – respondió mi madre en tono de broma y haciendo que todos riéramos.

  • No, no, todo lo contrario... Pero si tú ligas con mi hijo yo lo intento con el tuyo ¿eh?

Los cuatro soltamos entonces una carcajada y cuando ya nos íbamos a sentar mi madre le dijo a Enrique.

  • Enrique, cariño, anda acompáñame al baño un momento.

Y sin más explicaciones y con Enrique aún un tanto sorprendido mi madre se lo llevó de la mano hacia la zona de los baños.

Al quedarnos Celia y yo solos yo le dije:

  • Después del bailecito que se han marcado seguro que mi madre ahora le va a hacer a tu hijo una mamada de escándalo.

  • ¡Anda bruto! ¿Cómo le va a hacer eso aquí?

  • ¿A qué te crees que se lo lleva a los lavabos entonces?

  • ¿Tu crees? Pues si es así ojalá se la chupe – respondió Celia con un brillo de lujuria en los ojos. – Y luego que nos lo cuente, ja, ja.

  • Bueno, pues nosotros tampoco tenemos por qué quedarnos formalitos ¿no, maciza, que me tienes cachondo perdido durante toda la tarde?

Y diciéndole eso yo me incliné sobre ella comenzando a besarla en la boca mientras mi mano ya buceaba bajo su falta tanteándole los calientes muslos a la madura jamona. Celia y yo nos besamos con ganas y con vicio y como otras parejas cerca de nosotros en aquella zona de mesas también se estaban dedicando a besarse y a meterse mano sin demasiado disimulo, nosotros hicimos lo propio. Así, además de sobarle los muslos levantándole la falda y dejándole buena parte de su macizo muslamen al aire, también le desabotoné un par de botones de su blusa dejando su ya espectacular escotazo convertido en toda una exhibición de pechos aunque cubiertos por un transparente sujetador negro.

Y así estábamos cuando minutos después vimos regresar a mi madre y a Enrique. Ellos sin duda nos vieron a nosotros besarnos dándonos la lengua y cuando se sentaron a nuestro lado Celia aún estaba abotonándose la blusa. Mi madre me guiñó dándome a entender que algo había pasado con Enrique y comenzamos una conversación baladí sobre el baile y el local sin que ellos mencionaran para nada el hecho evidente de que nos habían visto a Celia y a mi besándonos y metiéndonos mano.

Continuará