Círculo Incestuoso (13)

Elena, la amiga de mi madre, y su hijo José se acercan a nuestro círculo incestuoso. Mi madre y yo iniciamos la conquista de su amiga Elena con una pensada estrategia.

CÍRCULO INCESTUOSO

(Parte 13. – La estrategia para ligar con Elena, la amiga de mi madre).

En el capítulo anterior mi madre y yo habíamos llegado a la conclusión de que su amiga Elena y su hijo José podían muy bien incluirse en nuestro círculo incestuoso. Para tantear estas posibilidades concebimos un plan que consistía básicamente en dejarles ver, sobre todo a Elena, que yo mantenía unas relaciones más íntimas de lo normal con mi madre y con Puri.

De todo esto pusimos al corriente a Puri y a Oscar y acordamos hacer lo posible por meter en nuestro círculo incestuoso a Elena y a su hijo. Yo fui el que puso más empeño pues Elena cada vez me atraía más como hembra. Oscar, por supuesto, dijo que contáramos con su colaboración si era necesaria. Quedamos entonces en tratar de aprovechar la primera oportunidad que se nos presentara.

Días tras haber estado yo con Puri en su casa, al marcharme dio la casualidad de que Elena, subía por la escalera. Entonces yo aproveché para tocarle fugazmente una teta a Puri fingiendo disimular mi acción pero asegurándome de que Elena me viera claramente. Esta nos saludó y sin más siguió subiendo por la escalera. Entonces, cuando Elena ya estaba fuera de nuestro alcance visual, yo le dije a Puri asegurándome de que Elena me oyera claramente:

  • Bueno, guapetona, mañana te veo a esta misma hora.

También para acabar le di a Puri un beso que sonó lo suficiente como para que Elena, aunque ya estuviera un piso más arriba se diera perfecta cuenta de que había besado a Puri. Al día siguiente a la misma hora estaba en casa de Puri, por cierto para echarle un polvo en un caliente trío en compañía de su hijo. Fue una sesión muy excitante pues Puri nos provocó con unas minifaldas realmente cortas que se había hecho ella misma a partir de faldas que ya no se ponía. La muy cachonda nos puso tan calientes con su exhibición de muslos y culo con aquella colección de minis que le hicimos de todo y los tres gozamos de lo lindo. Puri llegó a experimentar cuatro intensos orgasmos mientras nosotros nos corrimos dos veces cada uno; yo una en el chocho de Puri y otra en su cara mientras que Oscar eyaculó una vez en la boca de su madre y otra sobre sus nalgas tras follarla al estilo perro.

Cuando acabamos, tras hacerles partícipes de mi plan, más o menos a la misma hora del día anterior salí de casa de Puri y ésta me acompañó llevando sólo puesta un bata más bien desabotonada siendo perfectamente visible que debajo no llevaba nada. Una vez en el quicio de la puerta de Puri me fijé en que una sombra se insinuaba por la escalera en el piso de arriba, señal inequívoca de que alguien estaba mirando desde el piso superior. Le guiñé a Puri confirmando que mi sospecha y mi plan habían sido acertados. Entonces, y con la casi completa seguridad de que Elena nos observaba desde arriba, le metí decididamente mano en las tetas a Puri por dentro de la bata y le planté un buen morreo en la boca con lengua. Cuando yo ya me iba Elena apareció bajando por la escalera para ir a la calle. Nos saludó y sonrió con picardía. Yo entonces me despedí de Puri y siguiendo el plan trazado, acompañé a Elena escaleras abajo. Para iniciar la estrategia de ataque le dije piropeándola que a dónde iba tan guapa y ella tras sonreír y contestarme que a dar un paseo me dijo:

  • Y gracias por llamarme guapa; ya no le dicen eso todos los días a una mujer de mi edad.

  • Pues a mi es que las mujeres de tu edad me parecen precisamente las más guapas. Como te dijimos el otro día tu hijo y yo cuando estábamos con mi madre, a mí me gustan mucho las mujeres que ya no son unas crías, vamos. Y si son tan atractivas como tú...

Esto último se lo dije lanzándole una mirada absolutamente indisimulada a sus tremendas tetas. Ella sin duda captó mi mirada y sonrió con un cierto toque de picardía.

  • Pues es todo un halago gustarle a un chico como tú ya a mi edad. Muchas gracias.

  • No hay de qué, me pareces una mujer muy atractiva, ya te digo, así que si a ti no te molesta a mi me parece estupendo poder decírtelo. Si no te parece bien pues disculpa...

  • ¡Uy, hijo! Nada que disculpar, todo lo contrario, ya te digo, muchas gracias por los piropos, que todos los días no se los echan así a una.

  • Pues bien merecidos los tienes, Elena, que ya te digo que eres muy atractiva y estás muy, muy guapa. – Y volví a echarle sin ningún disimulo una apreciativa y sostenida mirada a sus voluminosos pechos.

  • O sea que te gustan las mujeres ya un poco mayores ¿no?

  • Pues sí, la verdad, me encantan las maduritas y rellenitas como tú.

  • ¿Y hay alguna en especial que te guste? – Preguntó ella con un evidente tono de malicia en la voz.

  • Bueno, pues si no te molesta que te lo diga, por ejemplo tú, Elena; ya te he dicho que eres muy atractiva.

  • ¿Y alguna más que te guste especialmente? – Insistió ella sonriendo con aquel tono de picardía.

  • Bueno, pues no se; supongo que sí que me gustan algunas otras maduritas... Siempre que tengan un cuerpo natural y de verdad y estén bien a mi me gustáis mucho las mujeres de tu edad...

Dejé caer mi afirmación tratando de provocar alguna reacción en ella que me diera pie ya directamente a proponerle algo más concreto pero su reacción me sorprendió un tanto.

  • Te llevas muy bien con Puri ¿eh? – Dijo de nuevo con aquel tono lleno de picardía.

Yo le sonreí también con picardía y le contesté:

  • Sí, me lo paso muy bien con ella, es muy maja. La verdad es que me gusta mucho estar con ella. Además, como veníamos diciendo, ya sabes que a mi me gustan las mujeres un poco maduritas, como Puri y como tú, Elena así que... - Y entonces le di una suave palmada en su trasero haciendo que la madura mujer sonriera con satisfacción.

  • ¡Ay, qué chico este, qué chico... que no se si es que le gusta tomarnos el pelo a las que ya somos un poco mayores!

  • Todo lo contrario, Elena. Con lo que me gustáis a mi... Si vosotras supierais lo que me gustáis... - Los dos reímos con picardía y ya nos separamos pues habíamos llegado a un punto en que cada uno iba en distinta dirección,

Este incidente inicial que empezó a abrir el camino de una eventual relación con Elena tuvo su continuación días más tarde. En concreto una tarde en la que yo acompañaba a mi madre y nos encontramos en la calle otra vez con Elena y con su hijo que ya se dirigían a casa. Nos saludamos y comenzamos una conversación trivial que pronto, por iniciativa mía y secundado por José, aunque con cierto temor al principio por parte de éste, pronto convertimos en una verdadera sesión de cortejo a nuestras madres. Comenzamos piropeándolas con desenfado, sobre todo yo para romper el hielo. Mi madre, por supuesto colaboraba activamente y quizá fue eso lo que hizo que Elena, a pesar de la presencia de su hijo, se desenvolviera con un talante abierto, aceptando nuestros piropos de buen grado y riendo divertida con ellos. Ellas, por otro lado, muy en su papel, también trataban de mostrarse modestas y de quitarle peso a nuestros piropos. Para ello no hacían más que decir que si bien de jóvenes alguno de nuestros piropos sí podían haberles hecho justicia, ahora la cosa ya era más discutible.

  • Mira mamá, cuando eras joven estarías bien buena, de eso no tengo duda – le decía yo a mi madre mientras le daba un cachetito en sus amplias nalgas, - pero ahora no me digas que con este cuerpazo no levantas los ánimos de muchos hombres ¿eh?

Los cuatro reíamos y yo apostillaba:

  • Mira que tenéis encantos suficientes las dos para atraer a más de uno y a más de dos. Y para prueba aquí estamos José y yo que bien podemos afirmar que nos gustáis y mucho ¿eh, José?

  • Ya lo creo... – decía él un tanto dubitativo al principio aunque visiblemente excitado por el tono de la conversación que habíamos iniciado con su madre y con la mía.

  • Bueno, bueno, ya será menos – decía Elena riendo alegremente y haciendo que sus voluminosas mamas se movieran de forma tremendamente excitante. – Si seguro que hasta os da un poco de vergüenza que os vean vuestros amigos con nosotras...

  • ¿Vergüenza? Es todo un orgullo. – Dijo José, que se iba soltando más y más por momentos.

  • Desde luego – apoyé yo. – Seguro que hay un montón de chicos jóvenes que estarían deseando ir con vosotras pero ¿quiénes son los que están con este par de hembras tan atractivas? Pues nosotros.

  • No exageréis – decía mi madre, siguiendo la corriente de la conversación. - ¿Cómo va a haber jóvenes que quieran estar con unas cincuentonas, hombre?

  • Pues porque las cincuentonas, si están tan buenas como estáis vosotras, son de lo más apetecibles, podéis creernos. – Dije yo haciendo que mi madre y Elena rieran divertidas.

  • ¡Ay, qué chicos! – decía Elena. – La verdad es que le alegráis a una el día aunque digáis esas cosas de broma.

  • Nada de bromas, Elena. Yo lo digo de verdad.

  • Sí, hombre... Una cosa es que nos queráis como madres y eso está muy bien pero como mujeres... ¡cómo vais a estar orgullosos de ir con dos mujeres como nosotras! Que tampoco somos tontas y sabemos que ya no tenemos unos cuerpos como para hacer volver la vista a los hombres...

  • Será que ya no os dais cuenta de las miradas que os echan…

  • Seguía diciendo yo.

  • Sí, hombre, si a nosotras ya no nos mira nadie. Estamos ya hechas unas vacas...

  • Ya te dijimos el otro día, mamá, que a nosotros lo que nos gusta de una mujer es precisamente que sea una buena vaquita y no una cordera esmirriada... Vamos, como vosotras. – Intervino el hijo de Elena haciendo que ellas rieran halagadas.

  • Bueno, Elena, me parece que tenemos dos verdaderos admiradores aquí y si de verdad les gustamos tanto sería una pena desperdiciar la ocasión ¿eh?

  • Sí que a nuestra edad ya no le salen a una pretendientes todos los días, ja, ja, ja.

Él resultado de aquel encuentro y aquella conversación no podía haber sido mejor pero la situación ya no daba para más así que tras unos nuevos piropos y requiebros a las dos maduritas ya nos fuimos cada pareja a su casa.

Por el camino mi madre me comentó que veía muy factible el que yo me tirara a Elena y a partir de ahí ya podríamos incluir a José en nuestro círculo incestuoso porque eso ya sería mucho más sencillo. El cómo dar el paso definitivo era la gran duda del momento pero eso se resolvió favorablemente pocos días después.

Era una tarde cuando yo me dirigía a casa cuando me encontré con Elena a la altura de mi portal. En ese momento también llegaba mi madre y tras una breve charla a modo de saludo, mi madre propuso que subiéramos todos a su casa para tomar un café y seguir charlando.

  • Es que últimamente tenemos unos encuentros de lo más largos en la calle y oye, mejor se está en casa tomando un cafetito y charlando tranquilamente ¿no? – decía mi madre mientras subíamos los tres en el ascensor.

Cuando ya en casa nos hubimos sentado en la sala y mi madre nos hubo puesto el café yo, para abrir tema, dije:

  • Al que le va a dar un ataque de envidia es a tu hijo José, Elena, cuando le cuente que he estado un rato con las dos charlando y tomando café.

  • Bueno, tomar un café con nosotras no es como para ponerse envidioso aunque de verdad os guste tanto como decís estar con nosotras. – Dijo mi madre.

  • Sí, pero cuando le cuente que además de estar con vosotras os he estado viendo, aunque sea así de poco, esas piernas tan bonitas que tenéis... – Dije yo aludiendo y señalando con la mirada las piernas de las dos mujeres cuyas faldas dejaban ver desde justo por encima de la rodilla.

  • ¡Uy, gracias por el piropo, hijo! – dijo Elena. Y además que vaya dirigido a las piernas es toda una novedad...

  • Bueno, las tenéis las dos bien bonitas ¿no? Es lógico que os las piropeen.

  • Lo que quiere decir Elena es que de los pocos piropos que nos echan por la calle seguro que ninguno es para nuestras piernas aunque las tengamos bonitas como tú dices. – Dijo mi madre haciendo que la conversación se orientase hacia el terreno que nosotros pretendíamos.

  • ¿Ah, no? – dije yo haciéndome el inocente. - ¿Y qué os piropean entonces?

  • Bueno, como hay confianza y últimamente no hacemos más que hablar de nuestros encantos supongo que te lo podemos decir ¿verdad? – dijo mi madre riendo y dirigiéndole una mirada cómplice a su amiga Elena. – Bueno, hijo, pues a mi, y espero que no te avergüences al saberlo...

Aquí mi madre se calló un momento y dudó o simuló dudar un poco quizá para ver cómo se tomaba Elena que entráramos en aquel terreno tan confidencial. Como Elena sonreía decidida y sin mostrar en absoluto que la conversación la incomodara yo decidí dar un empujón a la iniciativa de mi madre diciendo:

  • ¿Avergonzarme? Todo lo contrario, mamá. Me agradará mucho saber que te piropean los hombres. Te puedo asegurar que me siento muy orgulloso de que a mi madre le echen piropos por la calle, desde luego.

  • ¿De verdad te parece bien que los hombres por la calle le digan cosas a tu madre? ¿No te molesta? – me preguntó Elena.

  • Si a ella le molestara yo también me enfadaría pero si a mi madre le gusta a mi me encanta que mi madre guste a otros hombres. Lo veo normal porque ya os digo que a mi también me parece que mi madre está muy bien; que las dos estáis muy buenas de hecho así que... Me siento muy orgulloso de que te echen piropos, mamá.

  • Sí, pero si supieras las cosas que me dicen algunos... Y seguro que a Elena también le dicen unas cosas que no veas.

  • Anda venga, mamá, dime qué te dicen y qué te piropean, que seguro que estoy completamente de acuerdo con los piropos que te echan.

  • Bueno, pero es que me da un poco de vergüenza – seguía mi madre con aquella en cierto modo actuación para dar confianza a Elena y que ella se sumara también a las confidencias subidas de tono.

  • Venga, mamá, hombre, que somos todos mayorcitos y no me voy a escandalizar por los piropos que le echen a mi madre. Ya te digo que más bien al contrario me voy a sentir muy orgulloso. Y para tranquilizarte te diré que cuanto más fuertes sean mejor, más orgulloso voy a estar de lo atractiva que es mi madre.

  • Bueno, hijo, pues siendo así... Verás, lo que creo que Elena quería decir con lo de que es una novedad que nos digan que tenemos las piernas bonitas es que a mi por ejemplo la mayoría de los piropos que me echan vas dirigidos a mi... bueno, al culo, y mira que lo tengo gordo ¿eh?

  • Pero mamá, a mi eso me parece normal, absolutamente normal, porque no es que tengas un culo gordo; lo que tienes es un culo fenomenal y muy apetitoso, eso es todo y es perfectamente comprensible.

Los tres reímos y luego yo le pregunté a Elena sobre los piropos que le echaban a ella. Elena se puso un poco colorada pero enseguida dijo:

  • Bueno, hijo, pues como seguro que te estarás imaginando a mi los piropos me los echan sobre… sobre las tetas...

  • Pues también estoy de acuerdo, Elena, porque sería de necios negar que tienes unas tetas realmente espectaculares y tremendamente atractivas.

Las dos mujeres reían complacidas y cada vez con más confianza.

  • De todas formas, - continué yo – y aunque me parece bien que os piropeen el culo y las tetas respectivamente lo cierto es que en mi opinión vosotras tenéis muchos más atractivos cada una.

  • ¿Tu crees, hijo?

  • Desde luego. Tu culo es espectacular y muy atractivo, mamá y lo mismo se puede decir de tus tetas, Elena, aunque lamentablemente no te las haya visto, - añadí yo haciendo una broma que fue muy bien acogida por las dos mujeres.

  • Eso siempre tiene arreglo – apostilló mi madre con intención. Los tres volvimos a reír y yo continué:

  • Bueno, lo que quería decir es eso, que tenéis muchas cosas muy, muy bonitas además de esos encantos que seguro que son los que más destacan pero la verdad, a mi me encantan vuestras piernas, las de las dos. Se ve que tenéis unas pantorrillas muy bonitas, muy bien torneadas y se adivina que tenéis unos muslos macizos y muy apetitosos.

  • ¡Uy, qué chaval! – decía Elena visiblemente orgullosa de ser la destinataria de aquel piropo compartido. ¿De verdad te gustan nuestras piernas?

  • Por supuesto, os lo digo de verdad. Y también me parecéis las dos unas mujeres muy guapas, muy atractivas...

  • ¿Sí? ¿Tú crees que no asustamos ya con estas caras de vieja que vamos teniendo? Que ya no tenemos la piel como con 20 años... – Dijo Elena más buscando que yo me reafirmara en mi piropo que contradiciéndome.

  • ¿Asustar? Bien guapas que sois las dos, y os lo digo en serio. Con esa cara redondita que tenéis las dos parecéis más jóvenes, apenas tenéis arrugas y desde luego sois muy guapas, ya os digo; vamos, que tiene que dar gusto besaros por ejemplo.

Las dos se reían nerviosas y complacidas, especialmente Elena, lógicamente, pues mi madre de sobra sabía lo agradable que para mi resultaba tanto besarla como gozar sin límites de su macizo cuerpo de jamona.

Como el tema lo estaba dejando en bandeja lo siguiente que hice, tras extenderme en piropos y comentarios sobre el atractivo de sus piernas y muslos, fue sugerirles que me enseñaran con algo más de liberalidad sus bonitas piernas. Ambas se rieron y creo que Elena también estaba desde un primer momento por la labor pero en cualquier caso la actitud completamente decidida de mi madre lo ponía todo viento a favor. Tras hacerse las remolonas un poco, mi madre señaló que no había nada malo en enseñar las piernas a un admirador tan sincero y que además era de plena confianza así que se levantó del sofá y se subió la falda hasta dejarla un palmo por encima de la rodilla mostrando con generosidad sus rellenos muslazos. Tras esta exhibición de mi madre Elena tuvo poca opción para negarse y por otro lado tampoco parecía tener demasiados inconvenientes en exhibir sus muslos delante de mi. Así que imitando a mi madre se puso de pie y entre risas se subió la falda de igual modo mostrando también más de la mitad de sus gordos y apetitosos muslazos. La verdad es que las dos estaban para comérselas. Ambas son las típicas jamonas maduras realmente apetecibles y allí estaban las dos enseñándome divertidas sus preciosos muslos con las faldas subidas muy por encima de lo que era preceptivo en unas mujeres de su edad y situación.

Tras deshacerme de nuevo en piropos sobre sus muslos, yo me atreví a acariciárselos a ambas brevemente sin que ninguna mostrara el menor gesto de rechazo; más bien al contrario sonreían complacidas, especialmente Elena, que parecía disfrutar realmente con todo aquello.

Así las cosas yo decidí que era la situación idónea para hacer avanzar aquello hasta sus últimas consecuencias de modo que les dije que ya que me mostraban los muslos tan bonitos que tenían también me agradaría verles aquello que era objeto primordial de los piropos que recibían por la calle. Me dirigí principalmente a mi madre para no comprometer a Elena más de la cuenta en un primer momento e insistí en que ya que me había mostrado los muslos me agradaría sobremanera que se subiera la falda del todo y que me dejara verle su fantástico culazo.

Las dos mujeres rieron y yo pude apreciar que Elena no se escandalizaba sino que en sus ojos asomaba un brillo de lujuria más que reconocible. Mi madre, para poner las cosas aún más a favor, antes de acceder señaló con tono serio que todo aquello debía quedar entre nosotros sin que nadie más se enterara de si me habían enseñado los muslos o me iban a enseñar el culo. Yo por supuesto me comprometí a ser absolutamente discreto con toda la solemnidad que fui capaz de transmitir. A Elena esto pareció complacerle y tranquilizarla y de hecho, tras mis palabras, fue ella misma la que dijo:

  • Venga Nati, que se trata de tu hijo así que puedes estar tranquila de que de esto no se va a saber nada. Anda, enseña el culo ese tan gordo que tienes y que vea tu hijo por qué te echan los piropos que te echan por la calle.

Los tres reímos y por supuesto mi madre aprovechó la excelente disposición de Elena para darse la vuelta y poco a poco subirse la falda hasta mostrar su espectacular y redondo culazo cubierto solamente por unas pequeñas bragas blancas de encaje. La visión no podía ser más excitante, y eso que no era la primera vez que veía a mi madre con el culo al aire o en situación decididamente sexy. Mi madre llevaba unas sandalias blancas de tacón abiertas por detrás que realzaban sus piernas y sus caderas; no llevaba medias pues casi era verano y mostraba por tanto completamente desnudos sus tremendos muslazos. Y para acabar aquellas bragas enmarcaban de forma tremendamente atractiva su generoso culazo.

Yo simulé sentir la excitación de ser la primera vez que veía en aquella situación a mi madre y piropeé con voz ronca el culazo y los muslos de la jamona madurita que es mi madre. Tampoco tuve que disimular demasiado porque de hecho estaba completamente excitado ante la exhibición del portentoso culo y los bonitos muslos de mi madre.

Entonces fue una intervención de Elena la que acabó de poner el tema aún más en franquicia si es que cabe, y es que la cachonda jamona dijo nada más y nada menos:

  • Venga Nati, enseña el culo pero de verdad, hombre, que así lo que estás enseñando son las bragas, ja, ja, ja.

Yo entonces aproveché y dije:

  • Claro, mamá, enseña el culo y deja que te lo veamos bien que seguro que lo tienes bonito de verdad; anda, que estamos en confianza.

  • ¿Pero cómo te voy a enseñar el culo, hombre? – dijo mi madre simulando una cierta resistencia a la petición que prácticamente habíamos hecho de forma conjunta Elena y yo.

  • Hombre, pues es lo menos que debes hacer, mamá – y añadí con toda intención: - Si no cuando le pida ahora a Elena que me enseñe las tetas ¿qué me va a dejar verle, el sujetador y ya está?

Elena entonces estalló en una sonora carcajada y dijo:

  • Eso, eso, dile eso a tu madre y que te enseñe el culo en condiciones. Y tranquilo, que si a mi me quieres ver las tetas yo te voy a enseñar las tetas, ya lo creo que sí. Ja, ja, ja.

Continuará