Cintia quiere dejar de ser buena
Cintia es una chica de 18 años que está cansada de ser virgen y de que sus amigas Vanessa y Patricia se lleven todos los chicos. En este relato nos cuenta su primera experiencia sexual.
Aquella mañana de sábado me levanté bastante deprimida. Era día 16. Lo que quería decir que cumplía 18 años y 5 meses. Y todavía era virgen. Al cumplir los 18 me había prometido a mi misma que esto iba a cambiar: iba a cuidarme más, iba a vestir más sexy, y sobre todo iba a ser más abierta con los chicos. Como lo eran mis amigas Patricia y Vanessa, a las que, cuando no estaban, tratábamos de zorrillas para arriba, pero que al fin y al cabo eran las que se llevaban a los tíos mientras nosotras acabábamos la noche solas. Sin embargo había fracasado en ese plan. En ese momento mi experiencia con chicos se reducía a dos besos sin lengua que le había dado a amigos míos yendo borracha y un rollo en un veraneo, cuando tenía 14 años, más por curiosidad que por verdadero deseo sexual.
Como todas las mañanas, cumplí el ritual de mirarme completamente desnuda en el espejo de cuerpo entero del baño. La verdad es que estoy bastante bien, era completamente injusto que no ligara nada. Mido 1,63 , y entre la piscina y las dietas había conseguido bajar de 62 kg. a 55. Mi vientre aparecía plano en el espejo, y mis pechos firmes y rosados. Son de tamaño mediano, con grandes pezones que tienden a marcarse debajo de la ropa. Mi pubis aparecía atractivo, yo diría que incluso bonito desde que decidí depilármelo. Había dejado un pequeño segmento triangular de vello, muy cortito, justo encima de la vulva, y había eliminado todo lo demás.
Me coloqué de perfil para observar mi trasero. Mi culo y mis piernas pedían a gritos que los exhibiera con pantalones y minifaldas ajustadas, para que se viera que el trabajo en la piscina no había sido en balde.
No tenía quejas respecto a mi cuerpo. Bueno sí, odiaba el color rosáceo y pecoso de mi piel, a la que tan mal sentaba el sol, con lo que me hubiera gustado ponerme morenita.
Con mi cara no estaba tan conforme. Mis ojos son normales, marrones, y mis carrillos abultados como los de un niño. No me gusta la cara que se me queda cuando sonrío, por lo que cuando estoy con un chico prefiero permanecer seria. Me desagrada mi pelo, de color castaño, ni liso ni rizado, muy difícil de peinar. Lo he teñido de rubio, de negro, me lo he alisado y nunca me he gustado del todo. En el momento de esta historia lo llevaba de su color natural. Lo que más me gusta de mi cara es la boca, carnosa y sensual. Mi nariz es pequeña y pecosa, y a mi tampoco es que me encante a los chicos les vuelve locos, que es lo que importa. Y por supuesto odio los coloretes que se me forman en las mejillas cuando bebo o cuando un chico me dice, por ejemplo, "guapa".
En definitiva, me calificaría con un 6 o 7 sobre diez, por lo que no era normal que no me enrollara con ninguno de la cantidad de tíos que me gustan. Pero aquello iba a cambiar. Esa noche me iba a comer el mundo, y lo que no es el mundo también.
A las ocho de la tarde salí de casa, discretamente vestida con vaqueros y cazadora. Les dije a mis padres que me quedaba a dormir en casa de mi amiga Silvia, lo que en parte era verdad. En la mochila llevaba otra ropa más sexy para salir "de caza", no quería discutir con mis padres por ese motivo.
Silvia es la más joven de nuestro grupo de amigas, sólo tiene 16 años. Durante muchos años no tuvo amigos, ignoro las razones, por lo que está tan contenta de poder salir con nosotras. Tal vez por eso es tan aduladora conmigo y con las demás. Y sus padres igual, se portan conmigo de forma encantadora y no tienen ningún inconveniente en que me quede a dormir en su casa las veces que sean.
Llegué a su casa y me recibió Silvia sonriendo de forma pícara:
- Bueno, vamos a poner en práctica "nuestro plan", ¿no?
Nuestro plan consistía en vestirnos de forma conjuntada. Es decir, ella iría con botas negras, minifalda blanca y top negro, y yo con botas blancas, minifalda negra y top blanco. Traía en la mochila todo lo necesario para cambiarme, pero decidí ponerme mejor una falda de Silvia, más corta y ajustada que la mía. A última hora mi amiga decidió mejorar la idea:
- Yo creo que deberíamos llevar también conjuntada la ropa interior, ¿no? O sea, yo tanga negro y sujetador blanco y tú
Yo sujetador negro y tanga blanco. Me agradó la idea, aunque me parecía un poco absurda. Yo llevaba ropa interior negra, así que tuve que elegir un tanga blanco del montón que me ofreció Silvia. Es increíble la cantidad de dinero que se gasta en ropa esta chica, claro, como es hija única y sus padres se lo pagan todo
Viendo a Silvia cambiarse de ropa me di cuenta de que está realmente buena. Y si a mí me vale toda su ropa, quiere decir que yo también lo estoy. ¿Por qué entonces no ligábamos? ¿Por qué siempre eran "las rubias", Patricia y Vanessa, las que se llevaban todos los tíos?
A las nueve habíamos quedado con el resto del grupo. Llegamos a las nueve y veinte, y todas se deshicieron en halagos sobre lo guapas que estábamos, la buena idea que había sido vestirse "ajedrezadas" y lo bien que nos lo íbamos a pasar esa noche. Seguro que un minuto antes nos estaban criticando por tardar tanto.
Allí estaba Vanessa, sonriéndonos con sus labios carnosos fuertemente maquillados, su melena rubia, suelta, cayéndole casi hasta la cintura, su perfecto trasero embutido en unos ajustados pantalones verdes y sus enormes pechos sobresaliendo obscenamente bajo el jersey. Vanessa, la que cuando estás hablando con un tío viene a intentar levantártelo porque ella es la guapa y la única que tiene derecho a ligar. Vanessa, la que no tiene reparos en reconocer que perdió la virginidad a los catorce años con el monitor de un campamento. Pensaréis que no me cae muy bien, aunque es mi amiga; Vanessa tiene cara de mala, de pícara, pero cuando la conoces bien te das cuenta de lo que es una auténtica hija de puta.
También estaba Patricia, la más alta, de una belleza más lánguida y sofisticada que Vanessa, y la única que puede competir con ella por el favor de los tíos. Aunque si les dejaran elegir se quedarían con Vanessa: tiran más dos tetas
Patri es menos abyecta que la otra, pero en cuanto a puta no le va a la zaga: Es la única que tiene novio, un chaval de 26 años que nos lleva al cine a todas en coche. Pero claro, el chico trabaja los fines de semana, por lo que la Patri aprovecha para ponerle los cuernos un finde sí y otro también.
Por último estaba Gracia, que es un poco el patito feo: la rara, la gordita sí, pero ha tenido novio, vamos, que seguro que ha follado mientras que yo con mi tipazo seguía virgen a los 18.
Al fin estábamos las cinco: Vanessa, Patricia, Cintia, Gracia y Silvia; Vane, Patri, Cindy, Grace y Sil. Este es el orden de antigüedad y el orden de importancia a la hora de tomar decisiones. Somos un grupito digno de un estudio sociológico: Cinco jóvenes, casi adolescentes, cuya única diversión consiste en emborracharse todos los fines de semana y en vestirse y bailar provocativamente para atraer a cuantos más tíos mejor. Cinco amigas del alma que aprovechan cuando una va al servicio para despellejarla.
La ruta de los sábados comienza en el "Manolo". El "Manolo", que en realidad se llama Bar Reus, es una tasca cutre y sucia, cuyo único atractivo consiste en que tres minis de calimocho cuestan 5 y un cubata 220. Rafa, el camarero, hijo del famoso Manolo, salió de la barra nada más vernos, dejando sólo con todo el trabajo a su compañero.
- Os he guardado sitio arriba.
Subimos por unas escaleras destartaladas al piso de arriba, que a esas horas de la noche todavía estaba moderadamente limpio. Había puesto unas cajas de cerveza en una mesa y las quitó para que nos sentáramos nosotras. Además accedió a subirnos 3 minis de calimocho. Esta amabilidad no era del todo desinteresada: todas sabíamos que se había enrollado con Patri y se había follado a Vanessa, y probablemente se la quería volver a follar.
Nos bebimos los tres minis y pedimos otros tres. Cuando Silvia fue al servicio, las otras tres arpías aprovecharon para ponerla de vuelta y media.
¿Os habéis fijado en las braguitas de Sil? Yo estoy sentada enfrente y no paro de vérselas.
Es tanga, te lo digo yo que me fijado bien.
Bueno, tú y todo el bar. A ver si te crees que esos tíos de la mesa de al lado le están mirando la cara.
No sabe sentarse. No sabe llevar una minifalda.
Se compra ropa de adulta y sigue siendo una cría.
Silvia tal vez era mi mejor amiga, pero ni se me ocurrió defenderla. Bastante tenía con cruzar bien las piernas para no ser la próxima víctima de sus burlas.
A la cuarta ronda de tres minis nos invitaron unos tíos que querían jugar al duro con nosotras. El más guapo se sentó entre Patri y yo. Era rubio y se llamaba Ernesto.
Para el que no lo conozca, al duro se juega con una moneda de cinco céntimos (curioso). Si la moneda cae en tu vaso, debes beber. Es un juego bastante asqueroso, porque a la mierda que tiene la moneda de por sí se une la que va cogiendo cada vez que cae al suelo mugriento del Manolo. No hubiera accedido a jugar, pero iba ya bastante borracha y tenía a Ernesto al lado. Yo intentaba hablar con él, llamar su atención rozando mis rodillas contra las suyas. Pero si en cuanto a físico podía competir con Patri, no tenía su simpatía y encanto natural. Cuando los chicos se marcharon, Patricia, enlazada por la cintura con Ernesto, dijo con retintín:
- Bueno, nos vamos.
Y allí nos quedamos las cuatro restantes. La indirecta no iba para mí, sino para Vane, su rival natural. Igual que había dicho "nos vamos" podría haber dicho "uno-cero, hija de puta". Vane sonreía indiferente. Perder una batalla no significa perder la guerra.
El siguiente local de la ruta de los sábados es el Galaxy. Tiene tres plantas: la baja (bar), el sótano (discoteca) y el piso de arriba, una especie de chill-out con sillones.
Nosotras fuimos a la parte de abajo, y empezamos a bailar, lo más sensualmente que podíamos. Pronto nos empezaron a entrar grupos de tíos, no sólo a Vane, que era lo habitual, sino también a Silvia y a mí. La verdad es que eran todos bastante borrachos y palurdos, por lo que los rechazamos con buenas palabras. Pero a Vane le debió de parecer que este rechazo se debía a que no habíamos bebido suficiente, por lo que se empeñó en pagar unas rondas de chupitos. Otra pagó Silvia, otra nos invitó el camarero mi cabeza daba vueltas. De repente vi a Vane hablando con unos chicos. Me acerqué sibilinamente y me puse a su lado.
¿Hola, eres amiga de Vanessa?- me dijo uno de ellos.
Sí, me llamo Cintia.
Yo me llamo Santi. Nos dimos dos besos, yo a él casi en las comisuras de los labios.
Santi era un chico no muy alto, delgado, con gafas. Tenía los ojos negros y las pestañas muy largas. En seguida me gustó, me encantaba como olía a mezcla de colonia con tabaco, me encantaba su voz. El chico intentaba hacerse el simpático, pero entre el pedo que llevaba y la música casi no entendía lo que me decía. Por eso se acercaba más a mí y me hablaba al oído, y mi pelo rozaba su cara. Yo me pegaba a él todo lo que podía y rozaba su pecho con mis tetas. El también buscaba rozarse, y a mi no me importaba.
De vez en cuando miraba a mi alrededor. Vane estaba hablando con uno de los amigos de Santi y Silvia con el que quedaba. Gracia estaba sola, jodida. La verdad es que no me inspiraba ninguna compasión.
Santi tenía puesta una mano sobre mis hombros desnudos, y yo notaba mi chocho humedecerse por momentos. Le estaba poniendo el tanga perdido a mi amiga, pero eso no me importaba; lo que me preocupaba era la remota posibilidad de que Santi notara el olor.
Fuimos a sentarnos en un banco largo que hay en el Galaxy. A nuestro lado estaba el amigo de Santi que no me habían presentado. Encima de él, sentada a horcajadas estaba Vane, comiéndole la boca. El chico recorría el culo de ella con sus manos, amasándolo, dándole palmadas. Vane, más discreta, movía casi imperceptiblemente sus caderas, restregando su entrepierna contra el paquete del chaval.
Estaba claro que Vanessa era una experta en rollos y tenía que aprender de ella. Me lancé y me senté en las rodillas de Santi. Él empezó a besarme en el cuello. Pronto nuestras bocas se encontraron. Nuestras lenguas se buscaban y chocaban hambrientas. Yo le acariciaba el pelo y los hombros. Él me acariciaba a mí los muslos y la espalda. No cabía en mí de gozo: me estaba enrollando con un chico por fin, además, me había parecido que mi Santi era más guapo que el ligue de Vanessa, por lo que mi triunfo era doble. Ya no se cortaba un pelo y me sobaba el culo, metía la mano debajo de mi ropa y me tiraba del tanga, por lo que este se metía entre mis labios vaginales haciéndome saltar de placer. Cuando quiso tocarme las tetas no se lo permití: yo estaba deseando que me las tocara, pero temía que mis amigas pensaran que para una vez que pillaba un tío me iba a dejar hacer de todo.
- Vamos fuera mejor le dije.
Salimos sin despedirme de mis amigas. Dimos unas vueltas por las cercanías del Galaxy y por fin supe algo de él, porque por fin entendí lo que me contaba. Tenía 18 años, estudiaba Ingeniería de Caminos pero estaba pensando en dejarlo porque era muy difícil cada 10 pasos parábamos para comernos la boca.
Buscábamos un sitio para darnos el palo. El me llevaba cogida por los hombros. Yo tenía la mano en el bolsillo trasero de su pantalón. Llegamos a un callejón propicio, escondido, pero había demasiada luz. Santi rompió un farol de una pedrada y el callejón quedó en oscuridad. Se apoyó en un coche y me acercó hacia él. Empezó a comerme de una manera menos tierna, más brutal, y yo cada vez estaba más mojada. Metió una mano por debajo mi sujetador, sobándome las peras. Yo le ayudé desenganchándomelo de atrás y dejando que los tirantes cayeran por los hombros para liberar mis tetas. Tras acariciarme un rato los pezones con los dedos, metió la cabeza entre mis tetas y empezó a comérmelas, mientras yo le pasaba la mano por el pelo. Mientras, restregaba un muslo donde intuía que estaba su polla por el bulto duro que se había formado. Todavía no me había decidido a tocársela, pero Santi tomó la decisión por mí. Cogió mi mano y la acercó a su abultado paquete. Así estuvimos un rato, él comiéndome las tetas y yo sobándole la polla por encima del pantalón. Como tenía la boca libre, pensé que le pondría todavía más cachondo si empezaba a gemir.
- Mmmm, sigue, cariño, sigue que bien lo haces ah, ah, ah,
Llegó un momento en el que necesitaba imperiosamente que me tocara el coño. El problema de la minifalda ajustada es que no podía restregarme contra su paquete como había visto hacer a Vane en la discoteca. Yo le estaba masturbando a él mientras mi chocho chorreaba sin que nadie le diera placer, y eso no era justo. Cogí sus manos, que estaban incrustadas en mis nalgas, y las coloqué en el mismo sitio, pero por debajo de la falda, que me subí por encima de la cintura para que pudiera maniobrar. El debió entender que quería ir más lejos, y me hizo girarme, quedando mi culo apoyado sobre el bulto de su pantalón. Con la mano izquierda me tenía agarrada una teta, y con la derecha empezó a jugar. Primero empezó a acariciarme los muslos, luego a jugar con el tanga blanco. Yo deseaba suplicarle que me metiera dos dedos en la vagina, pero en lugar de eso giré la cabeza y empecé a morderle el cuello. Esto evitó que gimiera cuando empezó a acariciarme el coño por encima de la tela del tanga, y evitó que gritara cuando apartó el tanga y empezó a manipular directamente sobre mi vulva. Empezó a masturbarme pasando sus dedos torpemente por mis labios menores, mi clítoris y metiendo dos dedos a la vez en mi vagina. No era un experto, pero yo estaba muriéndome de gozo. Indirectamente le estaba masturbando yo también a él, porque los espasmos de placer hacían que moviera las caderas restregando mi culo sobre su polla. En menos de un minuto me corrí como una burra. No se si él lo notó, a pesar del escalofrío que me recorrió toda la espalda y de que ni teniéndo su cuello entre mis dientes podía evitar que se oyeran mis gemidos ahogados. Digo que no se si lo notó porque siguió masturbándome como si tal cosa. Yo ya me encontraba más tranquila y procuraba estimular su sexo con movimientos rotatorios. Tuve un segundo orgasmo, que traté de disfrutar más, cerrando los ojos, mientras mi amante me besaba el pelo. Todavía recuerdo ese segundo orgasmo como uno de los más intensos y agradables de mi vida.
Ahora sí me soltó y pude colocarme el tanga y la falda. Seguí acariciándole la polla por encima del pantalón, expectante, dispuesta a hacer lo que él me pidiera. Lo que hizo fue sacársela y decir:
- Ahora te toca a ti.
Me estaba pidiendo una paja, pero si me hubiera pedido follarme o que se la chupara allí mismo, en la calle, no hubiera podido negarme, después del placer intenso que me acababa de dar. Tal vez incluso me sentí defraudada. Pero el caso es que por fin tenía una polla entre mis manos, un cilindro de carne erecta caliente y muy, muy duro. Comencé a masturbarle con mucha delicadeza. Pronto me di cuenta de que su pene era suficientemente grande o mis manos suficientemente pequeñas para poder hacerlo con las dos a la vez. Se corrió muy rápidamente, supongo que por lo caliente que le había puesto yo con anterioridad. Noté que le venía el orgasmo porque tenía una mano apoyada en mis nalgas, y empezó a apretármelas con fuerza. Al instante empezó a expulsar chorros de semen. Al contrario que yo, no soltó ni un gemido, supongo que temeroso de despertar a los vecinos.
Santi y yo nos arreglamos las ropas, y yo escondí mis tetas, que estaban a la intemperie. Tenía una mano manchada de semen y, antes de limpiarme con un clínex, caí en la tentación de llevarme un poco a la lengua, por curiosidad. El sabor me pareció desagradable, pero con el tiempo me he acostumbrado a ese sabor.
Decidimos volver al Galaxy, intercambiando nuestros móviles por el camino. Al volver a la luz me di cuenta de que Santi tenía el cuello lleno de marcas moradas de mis chupetones, pero no le dije nada. Eché de menos que me tratara más cariñosamente en ese momento, que me hubiera llamado "cielo", "cariño", o cosas así.
Cuando llegamos al Galaxy estaban ya cerrando, serían las 2:30 de la madrugada. El portero no quería dejarnos entrar, pero cuando le dije que era amiga de Vanessa López accedió. En el local, Santi pasó un poco de mí y fue corriendo a hablar con un amigo suyo, espero que no le contara los detalles escabrosos de nuestro encuentro. Pero le perdoné porque yo también tenía ganas de contárselo a Silvia. Sin embargo, no estaba ni Silvia, ni Vane, ni Gracia. Sólo me encontré con Patri, que deambulaba completamente borracha y con el brillo en los ojos que se le pone cuando viene de enrollarse o de follarse a un tío ¿Tendría yo también ese brillo?, me pregunté.
- No tengo ni idea de donde están las demás me dijo.- pero Vane está en el piso de arriba follándose a un morenazo.
Decidí tirarla de la lengua.
¿Ah sí? ¿y tú como lo sabes?
¿Qué pasa, que no te lo crees?
No se si creérmelo.
Se acercó a Fernan, uno de los camareros, que estaba recogiendo vasos. Le cogió de la cintura y estuvo un buen rato comiéndole la oreja. No hay nada que Patri no pueda conseguir de un tío con su encanto de putilla, y a los cinco minutos vino sonriendo triunfalmente y me enseñó una llave.
- Ahora verás.
Me llevo al piso de arriba del Galaxy.
- Si Fernan le ha dejado la llave a Vanessa para follar, ¿Por qué no iba a dejárnosla a nosotras para verla?
En el piso de arriba del Galaxy hay unos servicios a la izquierda y una puerta por la que se accede al chill-out. La llave que había conseguido Patri era la de esta puerta. La abrió sigilosamente. Se oía la voz de Vane, gimiendo como una perra en celo. Era evidente que se la estaban follando, pero nosotras sus amigas queríamos verlo con nuestros propios ojos. Nos quedamos escondidas en el pasillo detrás de una cortina; al estar a oscuras y haber luz en la sala de los sillones era difícil, pero no imposible, que nos vieran.
El espectáculo que había en la sala era el siguiente: el amigo de Santi que se había dado el palo con Vane antes en la parte de abajo estaba tumbado en los sillones, desnudo, mientras Vane estaba de nuevo a horcajadas encima de él, pero esta vez con su polla bien metida en el chochete, cabalgándolo a gran velocidad.
Vanessa desnuda estaba más guapa, parecía una diosa: Su larga melena le caía libre por los hombros, sus enormes pechos se bamboleaban al ritmo de la penetración. A veces sonreía a su amante cándidamente, otras veces le miraba con cara de mala y se pasaba la lengua por los labios. Soltaba gemidos entrecortados, y de vez en cuando verdaderos aullidos de placer. Hasta ese momento no conocía el detalle de que llevaba un piercing en el clítoris.
Era ella le que realmente se estaba follando al tipo, que había adoptado una actitud pasiva. Cada vez que Vane subía su cuerpo aparecía el pene de aquel chico hasta la mitad, mientras que al bajar desaparecía completamente en el interior de su cuerpo. De vez en cuando Vane iniciaba movimientos rotatorios con las caderas. Estaba claro que sin tener todavía 19 años era ya una experta en el sexo.
El chico tampoco estaba nada mal, le había juzgado mal al pensar que Santi era más guapo: los dos eran guapos. Llevaba el pelo negro corto y de punta hacia atrás, peinado con gomina. Su pecho aparecía musculoso y atrayente y sus manos, aferradas a las caderas de mi amiga, fuertes y a la vez delicadas.
Parecía haberse hartado de tener una actitud pasiva, así que dijo a Vane:
- Ahora vas a ver, preciosa y se la quitó de encima. Hasta que no le oí hablar no me di cuenta de que iba bastante pedo, aunque Vane debía ir también fina.
La llevo hasta una pared cerca de donde nosotras estábamos, por lo que tuvimos que arrebujarnos las dos tras la cortina, armando un montón de alboroto. Si no hubiera sido porque iban borrachos y estaban a lo suyo se hubieran tenido que dar cuenta de nuestra presencia.
Ahora teníamos mucha mejor perspectiva: el morenazo apoyó a Vane contra la pared y apuntó con su polla erecta (me di cuenta entonces de que llevaba puesto un preservativo) a la entrada ¡de su culo!. Vane no protestó, sino que separó las nalgas para facilitar la entrada.
Patricia me hablaba al oído, inconscientemente, sin pensar en la posibilidad de que nos oyeran:
- Va a dejar que se la meta por el culo no me lo puedo creer. pero la idea de ver sodomizada a su amiga no parecía desagradarle mucho, porque se restregaba la mano por el coño por encima del pantalón vaquero.
El tío fue hollando poco a poco el agujero trasero de Vanessa. Primero metió la cabezota, luego hasta la mitad
- Entera, métemela entera pedía la furcia de mi amiga
El chico obedeció y empezó a bombear.
- ¡Dame más! ¡fóllame toda!- gritaba Vanessa.
No se qué me sorprendía más, si el descaro de Vane o el de Patricia. Ésta se había desabrochado el pantalón y, metiendo la mano por debajo del tanga se masturbaba impunemente, como si yo no estuviera ahí, a su lado, las dos amontonadas en el escaso hueco en que la cortina nos protegía de las miradas de la pareja fornicadora.
La verdad es que si Patri disfrutaba mirando, yo estaba siendo "voyeur" por partida doble: por un lado tenía la imagen del sudoroso amigo de Santi taladrando el culo de Vanessa, que gemía con su voz grave y seductora mientras con la mano derecha se estimulaba ella misma su clítoris; por otro veía a Patricia, con los pantalones bajados hasta las rodillas, el tanga negro retirado a un lado, dejando ver su entrepierna, totalmente depilada, que masturbaba con movimientos rápidos y profesionales con sus finos dedos de largas uñas. Patri no me miraba a mí, tenía la mirada fija en la escena que se representaba ante nosotras. Los ojos le brillaban con lujuria y sacaba la lengua por la comisura de los labios, lo que le daba un aspecto de niñata viciosa, no como Vane, que cuando se volvía para sonreír a su amante ponía cara de putón profesional.
¿Por qué habría yo de cortarme? ¿Qué me importaba lo que pensaran de mí esa pareja de zorras? La escena que estaba viendo, las dos escenas, eran bastante excitantes, así que hice lo propio: me desabroché la minifalda que me había prestado Sil, la dejé caer hasta mis rodillas y comencé a masturbarme yo también. Notaba mi chocho especialmente sensibilizado después del trabajo que me había hecho Santi en el callejón.
Tras largos minutos de penetración anal, el amante de Vane comenzó a cansarse. Estaba claro que deseaba correrse de una vez pero no lo conseguía, tal vez por el alcohol. Penetraba a Vane con toda la fuerza y velocidad que el culo de ella le permitía, sin lograr llegar al orgasmo. Sin embargo, un nuevo hecho hizo distraer mi atención: noté unas manos femeninas agarrarse a mis caderas: no supe como reaccionar, así que me quede quieta. Las manos apartaron a las mías y comenzaron a masturbar mi entrepierna. Eran las manos finas y de largas uñas de Patricia.
- ¿Patri?- dije en un susurro, girándome.
Por toda respuesta recibí un tierno morreo, una fresca lengua buscando la mía dentro de mi boca. Lo cierto es que la boca de Patricia era bastante sabrosa, aunque apestaba a alcohol.
Me concentré en la escena que tenía delante, dejando que Patricia se encargara de darme placer. El chico había colocado a Vane de rodillas en el suelo y se masturbaba a toda velocidad, con la visible pretensión de correrse en su cara. Pero como no lo conseguía dejó la iniciativa a Vane, que se metió el glande en la boca mientras con una mano le pajeaba y con la otra le acariciaba los testículos.
Notaba los dedos de Patri hurgando en todos los recovecos de mi coño. Lo hacía mucho mejor que Santi y mucho mejor que yo. Tenía dos deditos metidos en mi interior, y con el pulgar, a la vez, me estimulaba el clítoris. Creí que me iba a morir de placer cuando noté como el dedo corazón de su otra mano penetraba en mi ano. Veía que me iba a correr como una salvaje, pero quería sincronizar mi orgasmo con el del chico. En ese momento me recreaba imaginándome que él era en realidad mi amante y que Vane y Patricia eran sólo dos furcias, dos esclavas sexuales destinadas a darnos placer.
Ahora Vane tenía las manos aferradas a las nalgas del morenazo y le masturbaba sólo con la boca. Más bien era él el que le estaba follando la boca a ella, dirigiendo el ritmo de la mamada con las manos sobre su cabeza.
Por fin me vino el orgasmo, y a él también. Sacó la polla de la boca de Vane en el último instante y empezó a verter grandes chorretones de semen en su cara, mientras que se pajeaba para sacar todo el contenido. Vane intentó apartar la cara, pero el chico la retuvo sujetándola de la cabeza. Su esperma era realmente abundante y en 10 segundos había empapado la cara y el pelo de mi amiga. Luego la golpeó la cara varias veces con su pene aún erecto, y Vane absorbió directamente de su pene las últimas gotas de su líquido.
Súbitamente, Vanessa se levantó y comenzó a vestirse a toda velocidad. Conociéndola, seguramente quería ir al baño antes de que el semen le estropeara el maquillaje.
- ¿Dónde vas, cariño?- preguntaba su amante con voz de ir todavía un poco ebrio.
A Patri y a mí apenas nos dio tiempo a separarnos la una de la otra cuando llegó a donde nosotras estábamos.
¿Pero que hacéis vosotras aquí? preguntó confundida.
Nada dijo Patri muerta de risa viendo como te diviertes.
Vane, boquiabierta, entró en estado de shock. El semen le resbalaba por las mejillas y se introducía por la comisura de sus labios sin que ella hiciera nada por impedirlo.
Finalmente reaccionó, mirándonos roja de ira y, con todo el odio y dignidad que puede aparentar una cuando tiene la cara empapada en esperma nos dijo:
- Adiós. y se metió en el baño.
Con el trauma yo creo que ni se dio cuenta de que nosotras estábamos medio desnudas de cintura para abajo.
Salió también el morenazo (y también medio desnudo, tenía un auténtico tipazo).
- ¿Pero qué hacíais vosotras aquí? ¡jodidas indiscretas! ¡Iros a ver el porno del plus!.
Aparentaba estar enfadado, pero estaba sonriente. Todo lo sonriente que puede estar un tío después de haberse follado a la tía más buena de la ciudad de todas las formas posibles.
Nos echaron del Galaxy, que llevaba ya un rato cerrado. Ya en la calle llamé a Silvia, tenía que quedarme a dormir en su casa. Estaba en Insomnio, una discoteca que era la última estación de la ruta de los sábados. Había ido sola con Gracia.
¿Qué tal? la pregunté cuando vino.
Un aburrimiento. eso quería decir que no las había entrado ningún tío.
En el taxi de vuelta a casa estaba muy deprimida. No quería decirme por qué, pero yo intuía que era porque todas habíamos triunfado menos ella y Gracia, que teóricamente era la fea.
Dormí en una cama libre que hay en la habitación de Sil. Por la noche la oía sollozar. Me entraron ganas de meterme en su cama para consolarla. Al fin de cuentas, esa noche había descubierto que también soy un poco lesbiana, y a Silvia la quería un montón, mientras que a Patri en el fondo la desprecio.
Sin embargo, con el cansancio de todo lo ocurrido aquella noche me quedé dormida antes de decidirme.