Cine a ciegas
La intensidad erótica de los mensajes que intercambiábamos iba creciendo. Era hora de conocernos personalmente.
Hace un tiempo leí en esta web un relato enviado por una mujer. Le escribí para expresar mi agrado, me respondió y se inició un intercambio de mensajes. Hay que añadir que me entusiasmó el hecho de advertir que reside en la misma ciudad que yo. Lo que sigue es un relato de las consecuencias de aquella comunicación, y también un intento de penetrar en los pensamientos y sensaciones de esa mujer.
Has sugerido que nos citáramos en la plaza de Bib-Rambla para conocernos, y eso excitó mi imaginación.
Bib-Rambla no, demasiada luz, demasiada gente, demasiadas cagadas de paloma. Busquemos alternativas. Te he propuesto quedar en la cafetería del hotel Meliá, que es un lugar elegante y discreto. Yo reservaré previamente una habitación, para el caso de que después de charlar un rato en la cafetería decidamos estar más cómodos. Pero no te parece bien, demasiado rápido, quizá yo no te guste y no sepas negarte, o quizá te guste, y no quieras negarte tampoco, y después te arrepientas (a fin de cuentas, estás casada). No puedes.
Te he propuesto otra cosa entonces: reunirnos la tarde de un día de semana en la penúltima fila, del lado derecho, del cine Madrigal. Cada uno llegará por su cuenta y nos encontraremos allí. Sigue siendo arriesgado, pero menos. Tú dudas, ¿quién me manda meterme en esto? Pero te atrae la idea. Últimamente estás desanimada, tal vez tu vida necesite un aliciente, alguna excitación, y este tipo parece bastante loco como para alegrarte un poco. En fin, aceptas a regañadientes.
Es martes, las siete de la tarde, entras en el cine y hay muy pocos espectadores. Mejor, si toparas con alguien conocido, ¿cómo demonios explicarías que has ido sola a ver "Simbad, la leyenda de los siete mares"?
Te sientes guapa, te has puesto una blusa escotada y una falda ligera que deja ver tus piernas, embellecidas por un leve bronceado, no mucho, pero sabes --te lo han declarado las miradas que te dirigen en la calle---, que estás atractiva. Buscas la penúltima fila. No hay nadie. La oscuridad es absoluta. Te sientas a mitad de fila y miras la publicidad que muestra la pantalla, después empieza la película, y no ha llegado nadie.
Sin embargo, de repente percibes que sí, que alguien se ha sentado en la fila de atrás sin que te dieras cuenta, o tal vez ya estaba allí. Súbitamente, dos manos se posan con suavidad en tu cuello y empiezan a acariciarlo. Sientes un golpe de calor en todo el cuerpo y una sensación de terror. ¿Y si no fuera quien esperabas; si fuera un vagabundo, un loco o un violador el que está jugando con tu nuca, tus orejas, tu cabello? De pronto una línea de luz blanca cruza tu mente. Acabas de recordar que hay gente en el cine, que podrías gritar y que te quitarían al tipo de encima. ¿Grito? Mejor no, igual terminábamos en comisaría y, otra vez, ¿cómo explico mi extraña y solitaria afición a Simbad?
Mientras piensas, el tipo ha ido avanzando. Ahora sientes su respiración cálida y húmeda en tu cuello y sus manos, que huelen bien, tal vez a Armani, han penetrado en la blusa, te masajea las tetas y se entretiene pellizcando ligeramente tus pezones, que se han puesto como piedrecitas. Eso le indicará que te gusta, no hay manera de volver atrás, no va a parar...
Sigue avanzando, desciende por debajo de las tetas y con la punta de los dedos te acaricia el vientre, que vibra sin que puedas evitarlo, juguetea con él, te acaricia el ombligo describiendo círculos lentos. Apoya toda la palma de la mano en tu barriga y es cálida, es una demostración de omnipotencia, y vuelve a subir hasta los senos, y te está lamiendo el cuello, mordisqueando las orejas, la nuca, esa sensación que te vuelve loca. Es difícil respirar. Echas la cabeza hacia atrás, quisieras verlo. Él aprovecha para meterte la lengua en la oreja. Juega un rato allí, es una lengua grande, amable, la imaginas en tu sexo y quisieras atrapar esa lengua y metértela en la boca, morderla, chuparla. Pero no te atreves. Lo dejas hacer, cierras los muslos con fuerza y una sensación de placer, unida al aroma de tu vagina excitada, surge desde allí y se esparce por tu cuerpo, sube hasta tu pecho, hasta tus orejas, que están ardiendo, hasta la piel del desconocido, que te gustaría lamer si parara un rato...
¿Estás loca, cómo te estás dejando hacer todo eso por un extraño? Pero precisamente, llevas tanto tiempo acostumbrada a las mismas manos, al mismo cuerpo, a las sesiones de sexo habitual.
De pronto se detiene, parece que se incorpora. ¿Será que se larga? Tal vez no le han gustado tus tetas, tal vez el cabrón se ha corrido y ya no quiere más. ¿Y si fuera el acomodador?
Te quedas inmóvil, con el pelo revuelto, las piernas abiertas, las tetas casi fuera de la blusa y el coño palpitante, mirando la pantalla sin ver nada, húmeda, temblorosa....
Continuará. Naturalmente.