Cinco noches

A cinco días para terminar las vacaciones con mi novio, nuestro compañero de piso se mete en mi cama aprovechando su ausencia.

Tengo novio de toda la vida. Y cuando digo de toda la vida me refiero a desde que tengo cierta conciencia adulta, ya desde mi temprana adolescencia, lo que, a mis 26, hace un total de 12 años con novio.

Después de 12 años juntos, no es de extrañar que Dani y yo nos comportemos prácticamente como un matrimonio; no recuerdo ya la última vez que no salimos juntos, o que no veraneamos juntos. Donde quiera que vaya él, allí estoy yo y viceversa. Y es por eso por lo que, cuando ese verano decidió irse un par de meses a trabajar a una discoteca de playa para sacarse unas perras extras, yo fui con él sin pensármelo dos veces.

Dados los altos alquileres que se pagaban por ser zona costera, compartíamos piso con un compañero de facultad de Dani que, como Dani, también trabajaba esos dos meses para sacar un dinerillo: Jorge.

Yo ya conocía a Jorge de otras ocasiones y, si bien era cierto que no habíamos hablado más de lo que la ocasión lo había requerido en cada momento, cada vez que habíamos mantenido una de esas escasas conversaciones él me había sorprendido. El chico tenía algo; se le veía completamente seguro de lo que decía con una inusual grandilocuencia, capaz de defender cualquier idea que tú en un principio consideraras descabellada hasta el punto de terminar por convencerte. Si le unías a eso un sereno y grave tono de voz y una expresión penetrante, no era difícil quedarte prendada de su discurso. Además, para qué nos vamos a engañar, el chico era guapo.

La verdad es que en el transcurso de los dos meses no hubo ningún problema de convivencia. Jorge era ordenado y además teníamos horarios desencontrados, por lo que tan sólo coincidíamos un rato por las tardes si acaso y alguna que otra mañana aislada. Él trabajaba en un chiringuito y tenía turnos de medio día y noche, mientras que Dani trabajaba en la disco a partir de las 12 de la noche, por lo cual, cuando Jorge salía a eso de las una y media de la madrugada, Dani ya había entrado a trabajar y yo ya estaba acostada. Además, Jorge solía ir a tomarse alguna copa tras salir del trabajo, por lo que al día siguiente se levantaba prácticamente a la hora de irse.

Yo, por mi parte, era la única de los tres que llevaba un horario ordenado. Las mañanas las pasaba sola en la playa mientras Dani y Jorge dormían. Comía luego con Dani y pasaba la tarde con él hasta que a eso de las 23:30 se iba a la discoteca. Yo veía entonces un rato la tele en la cama hasta que el sueño me vencía y sólo me despertaba cuando llegaba Dani y me daba un beso, o me hacía el amor, ya amaneciendo. Estaban siendo unas vacaciones tranquilas y sin demasiadas anécdotas. Hasta que, a escasos cinco días de acabar nuestro verano, se empezaron a complicar. O quizá debiera decir a escasas cinco noches.

PRIMERA NOCHE.

Noche bochornosa.

El verano, que nos había regalado un julio bastante fresco, estaba empezando a torcerse estos últimos días de agosto en los que el calor empapaba los cuerpos.

Cuando eso pasaba abría la ventana de par en par, a pesar de la claridad que daba la luna casi llena al cuarto, para que entrara algo de brisa que me permitiera dormir. Pero esa noche la brisa era pegajosa. Me quité el camisón y me quedé tan solo con mis braguitas y empecé a dar vueltas en la cama intentando conciliar el sueño. Y vueltas. Y vueltas. Y vueltas. Hasta que el sueño se apoderó de mí.

Era agradable y solté un pequeño gemido que quizá ni siquiera fuera audible. Separé un poco las piernas, facilitando el acceso de la mano que se iba introduciendo despacio en mis braguitas y que acariciaba el escaso vello púbico que conservaba. Las sensaciones me iban arrancando poco a poco de los brazos del sueño; esa mano curiosa hacia mi sexo, un cuerpo cálido pegado a mi espalda, acoplado de costado al mío y un suave olisqueo en mi nuca que me erizaba y que se dirigía hacia mi oído en tono susurrante.

Hubiera preferido que me hubieras esperado completamente desnuda, Elenita.

Me sobresalté con cierta pereza, sin demasiada brusquedad por mi estado adormilado. No era la voz de Dani, sino la suave y penetrante voz de Jorge. Un Jorge desnudo. Cerré las piernas y me puse bocarriba para mirarle atónita sin ser consciente de que mis tetas estaban al aire.

Qué haces aquí? Estás loco?

Quiero follarte, Elenita – su boca había empezado a dar buena cuenta de mi pezón y alternaba sus palabras con mordisquitos suaves. Yo no lo estaba evitando – quiero hacerlo desde que empezó el verano.

Su voz sonaba tranquila y segura y su mano, pese a la barrera de mis piernas cerradas, seguía intentando abrirse paso a mi sexo dentro de mi braguita. Se había metido ya la totalidad de mi teta en la boca mientras que con la otra mano pellizcaba el pezón de la otra. Yo estaba aturdida y excitada, y no ponía más resistencia que la de apretar fuertemente mis muslos.

No deberías estar aquí. Está mal. – la confusión y la excitación que empezaba a encharcar mi sexo hacían que no pudiera decir algo más coherente, o convincente, o determinante.

Venga Elenita – mordisquito – sé buena – mordisquito – abre las piernas – mordisquito.

No puedo, Jorge, no está bien. – dicho en ese tono, más que una negativa parecía un gemido de placer.

Pues entonces – dijo cesando toda actividad sobre mi cuerpo y situándose prácticamente encima mía hasta mirarme fijamente a los ojos – échame. Dime que me vaya. Y me iré.

Mi respuesta, mi rendida respuesta, fue cerrar los ojos ante su penetrante mirada en un gesto vencido y relajar la tensión de mis muslos. No abrí las piernas, pero con ese gesto otorgaba mi sexo, dejaba claro que éstas se abrirían sin resistencia si él mismo las abría.

Muy bien, Elenita, me encantan las niñas buenas.

Deslizó mis braguitas por mis muslos y mis piernas hasta desprenderme de ellas con una calma excesiva, quizá deliberada, que me estaba impacientando. Parecía decirme con esa provocada tranquilidad: "Elena (o Elenita, como había empezado a llamarme), te voy a follar, y tú lo estas consintiendo."

Cuando me hubo despojado de las braguitas abrió mis piernas doblando mis rodillas y separando mis tobillos hasta lo máximo que mi anatomía daba de sí. Se aproximó a mi sexo que ya estaba húmedo.

Lo miró y lo abrió con sus dedos. Recorrió mis pliegues y buscó mi clítoris que acarició suavemente unos segundos antes de perder sus dedos dentro de mi oquedad. Yo podía oír, entre el sonido de mi respiración entrecortada, el ruidito que producían sus dedos al chapotear en mi abundante flujo. Estaba muy mojada. Acercó entonces su cabeza y aspiró mi olor, prácticamente hundiendo la nariz en mi sexo y luego, cuando parecía que iba a empezar a saborear mis mieles, subió acoplándose encima mía y, metiéndome de golpe su falo, empezó a moverse suavemente en mí mientras me hablaba al oído.

Hueles muy bien, Elenita… y sabes muy bien. – Dijo esto último metiéndose en la boca uno de los dedos de su mano derecha que tenía impregnados con mis flujos – Tu coño es fresco.

Me acercó el otro dedo, el que no había chupeteado, y untó con mi flujo mis labios hasta que abrí la boca y lo sorbí. Nunca antes había probado mi flujo vaginal. Era bastante salino y con una textura gelatinosa, no era un sabor desagradable. Lamía sus dedos, que sabían a mí, mientras él me penetraba con movimientos pélvicos que iban ganando en intensidad.

Eso que te estás comiendo, Elenita, eso que moja mis dedos y tú estás lamiendo, es lo que tu coño está derramando por mí.

Me excitaba. Sus palabras junto con sus embestidas me excitaban hasta el punto que lamía y me metía sus dedos en mi boca con desesperación, buscando en los pliegues de su mano algún resto de mi propio olor para devorarlo. Gemí. Gemí y lamí descontroladamente bajo su cuerpo que se movía rítmico entre mis caderas. Me sobrevino el orgasmo minutos antes de que él se derramara y, sin permanecer en mí más de lo necesario, se fuera.

Buenas noches, Elenita.

Con esa frase acompañada de un suave beso en los labios, me dejó. Confusa, culpable y traidora. Con su semen todavía fresco. Satisfecha e infiel. Miré el reloj; todavía faltaban unas tres horas para que llegara Dani. Dani. Mi novio. Froté entre sí mis muslos que deslizaron lubricados por el semen que resbalaba de mi sexo. Me apeteció probarlo, ver a qué sabía el esperma de otro hombre. Recogí con la punta de mi índice un resto de mi ingle y me lo llevé a la boca. Me gustó.

Cuando Dani llegó yo ya me había tomado una ducha para intentar en vano eliminar ese olor a culpa que me impregnaba. Había tratado de dormirme, pero no lo había conseguido. No obstante me hice la dormida cuando él entró al cuarto y se acostó a mi lado, auque no durante demasiado tiempo pues, al verme desnuda, empezó a acariciarme y a buscar la humedad de mi sexo que, traidor, se descubría totalmente empapado. Me folló. Y yo me corrí pensando en otro hombre.

SEGUNDA NOCHE.

Lo probaste, ¿verdad?

No estaba a mi espalda esa segunda noche cuando me despertó, sino tumbado enfrente de mí, a medio metro de distancia, de costado, mirándome, sin tocarme. Esta vez yo también estaba completamente desnuda.

Qué?

Anoche. Cuando me fui de tu habitación. Probaste mi esperma.

¿Qué haces otra vez aquí?. Quiero a Dani, Jorge.

Pídeme que te toque.

¿No me has oído? Te he dicho que quiero a Dani.

Me miraba. Sin importarle nada lo que le estaba diciendo me observaba. Primero fijamente a los ojos y luego empezó a recorrer mi cuerpo desnudo. Sentía el calor de su mirada en mis tetas, en mis pezones, en mi ombligo, en mi sexo. Y luego volvía a mis ojos, a mi gesto desconcertado. No me tocaba. Sólo me miraba. Deseándome. Acariciándome con sus ojos. Y eso me estaba excitando. Cerré los ojos y me rendí, arqueando mi cuerpo hacia él en un claro gesto de ofrecimiento esperando a que me tomara.

Tendrás que pedírmelo, Elenita. No te tocaré si no me lo pides.

Relajé la postura de mi cuerpo ofrecido y abrí los ojos desconcertada, mirándole atónita. Estaba poderosamente empalmado.

No me hagas esto, Jorge.

Lo siento, Elenita. Es lo que hay. O lo pides, o me voy. Aunque tenga que hacerme una paja apenas salga por esa puerta.

Pero

Me revolví. Estaba muy excitada y empecé a frotar mis muslos entre sí, dirigiéndole una mirada suplicante. Pero no se inmutaba. Seguía con su polla tiesa, penetrándome con sus ojos, pero sin moverse ni un ápice.

Por favor

Por favor qué, Elenita?

Por favor, hazlo.

¿Hacer el qué?

No se conformaría con insinuaciones y yo me debatía entre mi fuerte deseo y la culpa. Mientras agitaba mi cuerpo intranquilo podía escuchar a mi novio, esa misma tarde, diciéndome; " que raro que Jorge no ande por aquí. ¿Lo has visto tú hoy?" Podía volver a notar cómo se habían encendido entonces mis mejillas y me había dado un vuelco el estómago, cómo me había prometido a mí misma que no volvería a hacerlo nunca. Pero ahora tenía la piel levantada, los pezones erguidos y el coño empapado y lo único que deseaba es que Jorge me devorara soezmente. Sin contemplaciones.

Tócame. – me rendí.

Alargó su mano hacia mí y empezó por acariciarme la nuca, enredando sus dedos en mi pelo. Me cedí por completo. Sus manos empezaron a tomar mi cuerpo, manejándome, acariciándome, amasándome, me levantaba los brazos, abría mis piernas, estrujaba mis pechos, se perdían sus dedos en mi sexo.

Qué más? Qué más quieres, Elenita?

Cómeme.

Empezó a morderme los costados, la barriga, el pecho. Mordía mis pezones con fuerza, produciéndome un leve dolor que, aún así, resultaba placentero.

El coño. Quiero que me comas el coño.

Me miró a los ojos y se sonrió.

Ves Elenita? Pidiendo se consiguen cosas.

Mientras descendía por mi vientre me mantenía la mirada y la sonrisa. Quería paladear el momento de verme impaciente. Asió mis piernas que ya estaban abiertas y elevó mi culo apenas unos centímetros para llevarse mi sexo a la boca. Empezó por lamer mis ingles y fue acercándose a mis labios que mordió levemente. Y luego su lengua se deshizo en mi sexo. Se fundió con él produciéndome placer infinito, rebuscando en mis pliegues, penetrándome, encontrando mi clítoris y acariciándolo con vehemencia, llevándome a un convulsionado orgasmo tras el cual siguió lamiendo tranquilo unos minutos, recogiendo con su lengua mi orgasmo, apaciguándome.

Una vez se hubo separado de mí, me abalance felina a su polla. Era el primer acto de iniciativa por mi parte en esas dos noches, ya que hasta ahora me había limitado a dejarme hacer, pero después del banquete que se acababa de pegar en mí, del orgasmo que me había regalado, me sentía impaciente por darle placer. Así que, sin más, me la metí en la boca y empecé a succionar.

Tranquila, Elenita – dijo mientras me separaba la cabeza de su miembro – si me vas a hacer una mamada, tendrás que hacerla como Dios manda.

Me desconcerté. No conocía otra forma de comer la polla. Vamos, tampoco habría de tener ningún misterio; metérsela en la boca, y succionar. Más despacio o más deprisa pero básicamente era eso. O al menos así era cómo lo había estado haciendo hasta ahora.

¿Es que no te gusta?

Claro que me gusta, Elenita, pero no me conformo con una mamada para salir del paso. Tendrás que hacerlo bien.

No sé hacerlo de otra manera – confesé un poco avergonzada por mi recién descubierta torpeza.

No me puedo creer que Dani no te haya enseñado a hacerle una mamada en condiciones. – Su tono era casi jocoso. Sorprendido, sí, pero con cierta sorna.

Enséñame tú. – le pedí tímida.

Se dibujó entonces en su rostro una sonrisa maliciosa y la mirada más lasciva que nunca había visto.

Ven aquí, Elenita.

Acompañaba con su mano mi cabeza, guiándola hacia su erectísimo miembro, con total suavidad.

Ahora, mi niña, cógela por la base y mírala, incluso sopla con suavidad para ver cómo se estremece levemente.

Me hablaba como quién habla a un niño. Paladeaba cada palabra que decía. Y yo estaba entregada a sus enseñanzas.

Quiero que untes de saliva el glande… Muy bien, mi niña, así… restriega ahora toda esa saliva con tu lengua, por todos los recovecos

Estaba crecido, disfrutando como no lo hubiera hecho de haber sido yo la mejor mamadora del mundo. Yo me esmeraba siguiendo sus instrucciones.

Ahora lame desde la base hasta arriba y métetela en la boca. – lo hice – Mírame, Elenita. Mírame a los ojos.

Con su miembro ya en mi boca y venciendo mi timidez le lancé una ruborizada mirada. Me topé con sus ojos lascivos, viciosos, dominantes.

Muy bien, Elenita. Lo estás haciendo muy bien. Ahora quiero que, sin sacarte la polla de tu boca, muevas la lengua en círculos, acariciándome con ella.

Me concentré en ello rodeando con mi lengua el contorno de su glande. Se estremeció y gimió ligeramente.

No te he dicho que dejes de mirarme, Elenita. Quiero ver tu cara de niña obediente.

Volví a levantar la vista en un gesto de pedir perdón.

Y ahora, Elenita, es cuando tienes que deslizarte arriba y abajo – lo hice – Suave al principio. Eso es mi niña. Ahora empieza a succionar. Muy bien.

Seguía obediente sus instrucciones y el efecto empezaba a notarse en él, que cada vez me miraba de una forma más animal. Empezó a acariciarme el pelo, empujando a la vez ligeramente mi cabeza contra su polla, que se perdía en mi boca casi por completo. Me estaba empezando a doler la mandíbula, pero no me quejaría, no dejaría de mirarle a los ojos.

Elenita, me voy a correr en tu boca.

Le lancé una mirada suplicante. Nunca había dejado a Dani correrse en mi boca. Su mirada se volvió aún más caníbal ante mi silenciosa súplica.

Aunque me mires así, vas a ser buena y te lo vas a tragar todo. ¿Verdad, Elenita?

Intercalé un gesto de asentimiento con el vaivén de mi boca al succionar. Haré lo que me digas – hubiera dicho de haber podido. Intensifiqué entonces la velocidad y la intensidad de la succión y fue cuestión de minutos, quizá segundos, que me llenara la boca. Estaba caliente. Esperma caliente que se apoderó de mi boca y rebosó por las comisuras de mis labios teniendo aún su miembro dentro.

Traga, Elenita.

Tragué con dificultad, mirándole a los ojos. Sacó su polla y con su dedo fue recogiendo las gotas de su semen que bajaban ya por mi barbilla y dándomelas. Yo lamía diligente sus dedos.

Muy bien, mi niña, ya sólo te queda limpiarme la polla.

No hizo falta que me dijera que quería que lo hiciera con la lengua. Y así lo hice; rebañé todos los restos metiendo mi lengua por todos los intersticios.

Apenas hube acabado, me dio las buenas noches con un leve beso en los labios y se levantó de la cama.

Jorge; es que no me vas a follar? – pregunté cuando ya estaba apunto de alcanzar la puerta.

Mañana será otro día, Elenita.

Y se fue.

No podría decir si después de irse Jorge, Dani tardó mucho en llegar o no. Estaba dormida y no me enteré.

TERCERA NOCHE.

Me untaba el ano con algo viscoso cuando me desperté. Crema o vaselina. Era una sensación agradable.

¿Qué estás haciendo? – le dije sin moverme, dejándome, desperezándome.

Elenita, hoy te lo voy a hacer por ese precioso culo que tienes.

Me asusté.

No me lo esperaba y me aparté de él sorprendida, escandalizada.

Él, sin darle la menor importancia, se volvió a acercar a mí acariciándome el coño con sus dedos, que aún tenían restos de lubricante y se deslizaban con suavidad. Me excitaba.

No Jorge, por favor, no lo he hecho nunca.

Venga, Elenita. ¿No me vas a dar ese capricho? Anda, déjame.

Aparentemente me pedía permiso, pero en realidad ya se había tomado el derecho dando por supuesto que conseguiría de mí lo que quisiera. De hecho, antes de esperar algún tipo de consentimiento por mi parte, ya estaba presionando con su dedo mi ano, que cedía y se abrazaba al intruso dejándolo entrar. Yo no me aparté. La sensación era extraña, pero agradable. Aún así contraje mi esfínter resistiéndome a la intrusión.

Como no te relajes, Elenita, te va a doler.

Me relajé en la medida de lo que pude. El efecto de sus caricias había dejado fuera de mi abanico de posibilidades la idea de negarme a sus caprichos. Yo quería lo que él quisiera con tal de tenerlo en mí. Además, una vez tuve su dedo dentro, no parecía que fuera a ser muy doloroso.

Está bien – dije cómo si él necesitara que yo diera mi consentimiento expreso.

Así que nunca le has dejado a Dani jugar con este culito… - me lo dijo cogiéndome la barbilla y obligándome a mirarle a los ojos. – ¿ni siquiera meterte los dedos?

No, nunca.

¿Es que no te lo ha pedido?

Mientras me interrogaba obligándome a mirarle a los ojos empezó a introducirme un segundo dedo. Yo emití una queja leve antes de contestarle, me estaba haciendo algo de daño.

No, no es eso. – gruñí otra vez por su intrusión – Es que nunca le he dejado.

Pobre Dani. Si supiera que ha tenido que venir alguien de fuera para estrenarle el culo a su novia… ¿qué pensaría entonces, Elenita?

Mi ano empezaba ya a acostumbrarse a sus dos dedos y a obtener placer del suave metesaca que mantenía. Eso y su interrogatorio capcioso me tenían muy caliente. Me sentía tan excitada como sucia.

No sé, Jorge. No sé lo que pensaría. – dije en un hilo de voz excitada.

No seas mentirosa, Elenita. Sabes perfectamente lo que pensaría tu novio. ¿No es verdad?

Sí.

¿Y qué diría?

No me lo podía creer pero esta situación me estaba excitando hasta un punto insospechado.

Diría que soy una puta.

Se sonrió satisfecho con mi respuesta. Y a mí se me encendió la cara de pura vergüenza.

Pues ahora, Elenita, mi puta, quiero que te pongas a cuatro patas porque te voy a dar por culo.

Dios, cómo conseguía excitarme con sus palabras, con el contraste entre lo soez de la expresión, cercana al mandato, el insulto y la dulzura en su tono de voz o en el diminutivo de mi nombre. Le obedecí sin rechistar.

Adopté la postura perruna, separé mis rodillas, incluso saqué pronunciadamente el culo, exponiéndolo, ofreciéndolo. Me temblaban las piernas.

Se situó detrás de mí y, tras abrirme los cachetes con las manos, empezó a introducir despacio su polla, produciéndome un fino dolor que me arrancó un gruñido.

Shhhh! A callar

Lo dijo con dulzura, acallándome, en un susurro. Me mordí los labios para silenciar mi queja. Dolía. Me contraje arqueando la espalda.

Relájate, Elenita, o te dolerá aún más cuando empiece a moverme.

Y tenía razón. Cuando empezó a moverse dentro de mí el dolor se volvió más pronunciado. Yo seguía mordiéndome los labios, aguantando sus envites. Cuando hubo cogido ritmo empezó a hurgar con su mano derecha en mi coño, buscando mi humedad, metiéndome los dedos. Empecé a sentir un placer indescriptible que se potenciaba con el dolor que por detrás me provocaba y que cada vez se hacía más llevadero. La situación me encendía y él había empezado a buscar mi clítoris con sus dedos.

Cuéntame, Elenita: ¿qué has hecho hoy con Dani?

El estómago me dio un vuelco a medio camino entre la culpa y la excitación al procesar la pregunta. En mitad de mi excitación y mientras él me tocaba a la vez que bombeaba en mi culo era lo último que podía imaginar que preguntaría.

¿Qué más da eso ahora? – contesté con dificultad a causa de mi respiración entrecortada.

Quiero saberlo, Elenita. Quiero que mientras te doy por culo me cuentes lo que haces con tu novio. Porque tú, Elenita, tienes novio. Acuerdaté.

¿Por qué me haces esto, Jorge? – cada vez me costaba más trabajo hablar.

Quiero que te sientas sucia. – sentirme sucia elevaba mi grado de excitación, y él lo sabía – Sucia y zorra.

Paró de bombear, quedando dentro de mí, apretado, con su pecho sobre mi espalda y su aliento en mi oreja, sin dejar de acariciarme con las yemas de los dedos en círculo en torno a mi clítoris, metiéndome un dedo de vez en cuando. Me esperaba.

Fuimos a la playa.

Y qué más? – empezaba de nuevo a moverse, muy despacio, dentro y fuera. El dolor empezaba a desaparecer con ese nuevo tratamiento de suavidad.

Comimos en la terraza del chiringuito.

Y qué más, Elenita?

Luego fuimos a echarnos una siesta.

Y dime, Elenita; ¿te folló? – el uso reiterativo que hacía del diminutivo de mi nombre, no conseguía sino excitarme aún más. Si acaso eso era posible.

Sí. – apenas me salía la voz, desconcentrada entre lo que sus dedos hacían en mi coño y la intrusión que sentía en mi culo (aunque me estuviera empezando a proporcionar cierto placer, aún seguía sintiéndolo como un atropello).

Esperé un momento a que dijera algo, pero lo único que escuché fue su aliento en mi oreja, así que proseguí:

A mí no me apetecía, pero Dani se puso pesado. Así que me dejé.

Qué más, Elenita, cuéntame cómo te sentiste. – la excitación hizo que levantara un poco el tono de voz, que hasta entonces había sido un susurro, y que volviera a intensificar sus embestidas. Volvió a doler.

Rara. – me quejé con otro gruñido. Me dolían sus fuertes empellones y a la vez estaba a punto del orgasmo a causa de sus enérgicas fricciones.

Qué más?

No me corrí.

Y como si de una sincronía premeditada se tratara, al yo decir esto, se derramó dentro de mis tripas dándome un violento par de últimos empellones para luego dejarse caer suavemente en mi espalda y besármela a la vez que, continuando la caricia de mi coño, me llevaba lentamente a un orgasmo que expresé entre el lloriqueo y el gemido.

Luego, con sumo cuidado, salió de mí y cogiendo un kleenex de los que yo solía tener encima de la mesa, me limpió delicadamente los restos de esperma, lubricante, flujo e incluso sangre que manchaban mi maltratado esfínter. Una vez hubo terminado, me dijo:

Hoy has sido una niña muy buena. Buenas noches, Elenita.

Y dándome el acostumbrado beso en los labios, se marchó como todas las noches anteriores.

Por segunda noche consecutiva, no escuché llegar a Dani cuando regresó. Dormía.

CUARTA NOCHE.

Esta vez no estaba dormida. Esperaba. O mejor dicho; le esperaba. A él.

Había pasado un día impaciente, nerviosa, mirándole con el rabillo del ojo cuando me lo cruzaba en los pasillos, sonrojándome cuando me dirigía la palabra para cualquier asunto cotidiano, evitando coincidir en una habitación con él y Dani a la vez. Pero ahora le esperaba. Podíamos comportarnos durante el día como auténticos desconocidos, pero las noches eran suyas. No voy a negar que la idea de que sólo quedaran dos noches junto a él me angustiaba tanto cómo me aliviaba. Y no voy a negar que no hubiera hecho cábalas para continuar viéndolo una vez acabado este verano. Pero ahora lo que importaba era esa noche, y la que le quedaba por venir. Le esperaba desnuda.

Y vino.

Apenas entró por la puerta, le invité a venir a la cama con un gesto, apartándome a un lado sinuosa, insinuante.

Elenita, hoy no quiero una amante. Hoy quiero una furcia.

Me dejó desconcertada con esa declaración previa de intenciones. No supe a qué se refería.

y qué quieres que haga? Haré lo que quieras.

Quiero que te pongas un precio.

¿Qué? ¿Estaba queriendo decir lo que yo estaba entendiendo?

¿Qué?

Pues eso. Que quiero que te vendas. Quiero pagarte esta noche.

Ni hablar, Jorge. Una cosa es que yo esté haciendo una cosa que no está bien y otra muy distinta que sea una puta de verdad. Ya te he dicho que haré lo que quieras, pero no voy a venderme.

Se sentó entonces en la cama junto a mí, me acarició la espalda mientras se acercaba a mi cuello, me dio un par de besos cerca, muy cerca del lóbulo de la oreja, y me dijo:

Está bien, Elenita. Como quieras. Me ha encantado estar contigo estas noches. Eres una mujer muy intensa, como pocas. Espero que volvamos a coincidir en otra ocasión. – Y dándome un beso más se levantó de la cama y fue hacia la puerta.

No me lo podía creer. Se iba. Le estaba diciendo que haría lo que él quisiera y aún así se iba. Esto era demasiado.

Te vas? – le pregunté con incredulidad.

Ya te he dicho que hoy busco una furcia.

Cabrón. Llevaba esperándole todo el día. A él. Que le jodan. No pienso ceder a ese humillante capricho.

Espera

Sí? – se detuvo en el quicio de la puerta

Está bien.

Estás segura? Que mira que no quiero obligarte a nada.

Asentí con la cabeza y él cerró de nuevo la puerta y volvió junto a mí.

Cual es tu precio, entonces?

Depende de lo que quieras. – Bajé la cabeza. Esto me estaba resultando de lo más humillante.

Depende de lo que ofrezcas – dijo esto en actitud chulesca. Era un claro vencedor.

Treinta por una mamada. Por cincuenta podrás tener lo que quieras.

Pues para tener tantas virtudes te vendes bien barata – dijo con una sonrisa jocosa mientras sacaba un billete de cincuenta y otro de diez y los ponía sobre la mesita de noche. – Ahí tienes. Y si estoy contento con los servicios, tendrás estos diez más de propina. Y ahora – me dijo dándome una barra de labios que sacó del bolsillo – ve a pintarte los labios y recógete el pelo, que quiero que parezcas una auténtica puta.

Sin mirarle a la cara, cogí la barra de labios que me ofrecía y fui al cuarto de baño a pintármelos. Los pinté exageradamente del rojo intenso que él me ofreció. Incluso perfilé y pinté fuera del contorno de mi boca para dar un efecto de labios más grandes. No me conformé con eso y saqué de mi estuche de maquillaje el lápiz de ojos y el rimel y me hice una línea sobre el párpado prolongando excesivamente los rabos y pinté muy tupidamente mis pestañas. Por último me recogí el pelo en una coleta. Un fantoche. Me sentí avergonzada mirándome al espejo. Parecía una auténtica puta. Toqué mi entrepierna. Húmeda estaba, la traidora. Volví al cuarto sin mirarme de nuevo en el espejo. No quería volver a sentir vergüenza.

De pie frente a él, era la primera vez que me sentía desnuda. Me presenté desnuda como estaba, con la cabeza gacha y los brazos cruzados bajo mi pecho.

Mírame y suelta esos brazos.

Lo hice. Probablemente me sonrojé.

Así me gusta – sonrió satisfecho tras verme la cara – que las putas parezcan putas. Ahora, arrodíllate.

Me arrodillé frente a él, que estaba sentado en la cama con los pantalones y los calzoncillos bajados a la altura de la pantorrilla y su imponente miembro erecto. Me dispuse a comer como él me había enseñado días antes. Pero él, sin intención ninguna de dejarme hacer, me asió de la coleta y tiró de ella obligándome a mirarlo. Cogió entonces su miembro y lo pasó por mis labios, dibujándomelos, extendiéndome el carmín por la cara con su glande. (¿Por qué estaba tan excitada?). Me dio golpecitos en las mejillas, me la metió un par de veces en la boca para sacármela apenas la había rodeado con mis labios, para luego volver a tirar de mi pelo obligándome a tragarla hasta dónde mi garganta dio de sí.

Me atraganté y él tiró de mi coleta hacia arriba para evitar arcadas, aunque sin darme la oportunidad de sacármela entera de la boca. Apenas me dejó unos segundos y volvió otra vez a presionar hasta el fondo. Así una y otra vez hasta que yo abrí por completo la garganta. Entonces lo que hizo fue levantarse de la cama, con su polla dentro de mi boca y, sujetándome la cabeza por el pelo, empezó a bombear con las caderas a un ritmo estrepitoso. Yo me dejaba usar abriendo todo lo que podía la boca y la garganta, a pesar del dolor de mandíbula que ya estaba empezando a notar y de las sacudidas que él daba. Cuando se corrió, me pilló de improvisto y empecé a toser, derramando hilos de esperma por la comisura de mis labios que, a estas alturas, debían ya estar emborronados de carmín.

Una vez recuperada, me limpié la boca con el dorso de la mano y lamí la mezcla de carmín y semen. Luego me acerqué a él, que había vuelto a sentarse en la cama, y le limpié concienzudamente con la lengua. Parte de su vello púbico estaba enrojecido a causa del carmín.

Una vez terminado, me levanté con intención de ir al baño a limpiarme la cara.

dónde vas? No hemos terminado todavía.

Creí

Hasta ahora sólo me has hecho una mamada, y que yo sepa, yo te he pagado cincuenta euros. Si hubiera querido sólo una mamada te hubiera pagado treinta. Así que… ya puedes volver a arrodillarte y hacer que mi polla se vuelva a poner en funcionamiento. Que no me voy a ir sin follarte ese precioso culo.

Me sobresalté.

No me vas a follar el coño? Por favor te lo pido, Jorge, el culo no. Que aún me duele de ayer. Además, estoy muy caliente y me gustaría que me follaras por el coño..

Elenita, cuando pago no es para dar placer, sino para que me lo den. Me importa un pimiento que tú te corras o no, así que, si quieres correrte, tendrás que apañarte tú solita. Es muy difícil encontrar una puta con el culo estrechito. Y tú lo tienes recién estrenado. Ya te dije, te has vendido barato. Hubiera pagado mucho más por ti. Y ahora, cariño, gánate tus honorarios y arrodíllate otra vez.

Juraría que tras oírle decir eso, la mitad de la sangre de mi cuerpo se agolpó en mi cara, poniendo en evidencia la vergüenza que sentí de mí misma, y la otra mitad en mi sexo, que empezaba a derramar flujo entre mis muslos. Él había pagado por mí y yo me arrodillé. Era la primera vez que me metía en la boca una polla flácida, fungible. Tenía la consistencia de un chupete. La lamí, me la metí en la boca, la succioné hasta que ésta fue llenándome la boca. Tragarla me resultaba placentero, pese a que sabía que era cuestión de minutos que me sodomizara. Volvía a estar como un flan. Sabía que me dolería. Intentaba entretener el momento dedicándome con la boca a su polla. Quizá si lo hacía bien cambiara de opinión y decidiera volver a correrse en mi boca. Pero no. Cuando él estimó que su miembro estaba en disposición, me asió del pelo y sacándomela de la boca, me condujo de mi coleta a ponerme a cuatro patas. Acto seguido me escupió en el ano y sin más lubricante que ese, me introdujo su polla sin ningún miramiento mientras seguía tirándome de el pelo hacia él.

Mordí mis labios. Era puta – literalmente – así que no debía gritar. Apenas empezó a bombear, resistiendo sus empujes como podía con mi brazo izquierdo, liberé el derecho para llevarlo a mi sexo y me empecé a masturbar. Estaba muy caliente, y sabía que esa sería la única forma de correrme. La situación me excitaba realmente. Pese a lo incómodo de mantener el equilibrio con un brazo entre sus empujones y los tirones de cabello que arqueaban mi espalda, y pese al dolor que sentía en mi ano maltratado, me corrí enseguida. Mucho antes que él, que siguió durante un rato más embistiéndome.

Apenas se hubo corrido dejando un reguero de semen entre mi culo y mi espalda, mientras me acariciaba metiéndome el mechón de cabello que escapaba de mi coleta detrás de mi oreja, me dijo:

Eres una buena puta. Te has ganado esos diez euros.

Y con esas me besó en la mejilla, se abrochó los pantalones y se fue.

Apenas se hubo ido fui a mirarme en el espejo. Tenía toda la cara emborronada por el carmín y el rimel. Volví a avergonzarme. Aún así, forzándome a mirarme a los ojos en el espejo, de nuevo excitada, me masturbé.

Cuando Dani vino, yo aún estaba despierta. Apenas se acostó me acerqué diligente a su polla y me la metí en la boca hundiéndola hasta el fondo de mi garganta. Se la comí como nunca antes se lo había hecho. Como nunca antes lo había hecho a nadie hasta esta noche. Y cuando me avisó de que iba a correrse, en lugar de apartarme como siempre hacía, la hundí hasta el fondo recibiendo su esperma. Se sorprendió, aunque no le dio importancia. Agradecido por mi "sacrificio", se tiró toda la noche abrazado a mí, besándome, diciéndome entre sueño y sueño cuanto le había gustado, cuanto me quería. Y yo, volví a sentirme puta.

QUINTA NOCHE.

Es imposible que la angustia no me invada. Doy vueltas en la cama, desnuda, esperándole, a sabiendas de que es la última noche. Se me hace cuestarriba precisamente eso; que sea la última noche. Haré lo que él quiera. Volveré a ser su puta si me lo pide. El mero roce de las sábanas ya me excita. Tarda. Otras noches a estas horas él ya estaba aquí. Me levanto a la ventana abierta para que la brisa nocturna me libere del calor y del sofoco de mi excitación. No quiero masturbarme. Prefiero esperarle. Vuelvo a la cama. Repaso lo acontecido esas cuatro noches y no puedo evitar pasar mis manos por mi piel desnuda, por mis pezones, por mis ingles, sin llegar a rozar mi sexo. Tarda. Paso mis dedos por mi ano. todavía me duele, pero eso me proporciona un extraño placer. Me extiendo el pegote de crema que me eché hace un rato aprovechando para aplicar una caricia. Meto un dedo. Entorno los ojos en un gesto de escozor. Tarda. Trato de conciliar el sueño para hacer más llevadera la espera, pero es imposible: la excitación me puede. Tarda. Me levanto al baño. Me miro en el espejo. Puta, me digo. Miro el reloj. Empieza a preocuparme su tardanza. Vuelvo a la cama. Abro mis piernas y el poco aire que entra por la ventana refresca mi coño mojado. Tarda. Me invade de pronto la sensación de que no vendrá y se me escapan las lágrimas. Mi sexo arde. Lloriqueo. Mis manos se deslizan hacia mi sexo desobedeciéndome. Es tal el silencio que puedo escuchar el sonido tan característico de los dedos impregnándose en mi flujo. Estoy asombrosamente mojada. Me acaricio mientras lloro. No vendrá. A estas alturas de la noche ya lo sé. Ese pensamiento hace que la caricia se vuelva violenta. Vuelvo a meter mis dedos en mi ano, pero esta vez sin miramientos, provocándome dolor. Me duele la garganta de retener mi llanto. Busco mi clítoris y empiezo a frotarlo enérgicamente. Mi llanto ya es abierto. Me corro en el más crudo de los desconsuelos. Al terminar, me quedo inmóvil en un lagrimeo silencioso. Ojalá esté dormida cuando regrese Dani.