Cinco letras

La cotidiana espera, el anhelo y la lujuria se concentran en el protagonista; el cual, relata la experiencia esperanzadora que culmina con una agradable felación en unos baños.

"Cinco Letras"

"Cada vez que logro ver tu rostro entre la gran mole de cuerpos cuadráticamente alineados, a lo largo y ancho del salón de clases, el corazón rompe su ritmo y se desboca cual ferrocarril"

Estás sentado a unos cuantos lugares de mí. Tan cerca pero, a la vez, tan distante. Mis dedos no te alcanzan y mis labios tocan los tuyos con palabras vanas. Subes la vista y te topas con la mía. Mis ojos dicen: "Bésame" ; mis labios pronuncian: "¿Cómo has estado?".

Nuestros pies chocan inconcientemente. La mezclilla de los jeans se frota por encima de la piel, rosa las carnes y los vellos de nuestras piernas. Hay miradas que se pierden y uno que otro ojo que logra encontrarlas.

Permaneces en tu sitio. Ahí estás, con tu alto y delgado cuerpo simulando la espiga de trigo. Tus cabellos, rizos de obsidiana. Una delgada línea rosa forma tus labios, y, en tu pecho juvenil, apenas van brotando unos delgados y oscuros vellos que algún día cubrirán tu pecho.

Tus ojos me han tomado de la mano y me llevaron hasta el foso de la perdición. Unas fieras híbridas, que son mis deseos, me hacen compañía; se tumban a mis pies y lamen mis dedos. Aquellos ojos entrecerrados que esconden una perla ambarina, que me mira y me implora que desentrañe sus secretos, han hecho caerme en un sortilegio de sangre gitana.

Se forjó tu nombre en mis oídos y aún permanece encendido cual braza. Arde cuando, solo, vago por las calles y exploro mi soledad. Ha anidado en mis labios y celosamente lo repito a mis adentros. No quiero compartir tu nombre, ni siquiera sobre una hoja de papel. Tengo miedo de gastarle sus cinco letras y perder, con ello, su esencia.

Me levanto de la silla y pido permiso para ir al baño. El descenso por las escaleras se vuelve una monotonía de oleaje. Al cruzar el umbral que separa los sanitarios de la plaza central del colegio, un golpe se impacta en mis fosas nasales y mis ojos recienten el hedor del orín estancado.

No sé qué es más fuerte: si las ganas de orinar o la erección que presenta mi pene. El pantalón me lastima. Este miembro desea salir a un autoexilio para darle rienda suelta a sus ideales; pero, la prisión de un pantalón, es más fuerte que cualquier cárcel, dictadura o monarquía.

Me abro la bragueta y saco aquel miembro erecto que se ha quitado el sombrero y pugna por hallar resguardo a su concupiscente soledad. Le veo alzarse cada vez más hacia mi estómago; despierta por completo del letargo al que la mezclilla lo había condenado. La parte baja de mi vientre hace un esfuerzo por desalojar el contenido de mi vejiga; pero, la erección, hace que la empresa se torne más difícil de lo que parece.

Después de mucho esfuerzo - ¡por fin! – logro desahogar la vejiga. El líquido urinario se impacta en las paredes del excusado con toda su fuerza. Un alivio recorre mi vientre; sin embargo, la erección permanece.

Tocan mi espalda unas manos. Una boca susurra algo a mi oído. ¡Conozco esa voz!... es "Cinco Letras" que por fin comprendió mis signos. Finalmente comprendió que las miradas dirigidas por mí significaban más que amistad. Comprendió, entonces, que los roces de manos al pasarle la goma de borrar o cualquier tontería, tenían un trasfondo otorgado por mi palabra trunca.

Permanezco frente al excusado y él frente a mi espalda. "Cinco Letras" cierra, lentamente, la puerta de aquella sección del baño. Alternativamente siento su aliento que eriza los vellos de mi nuca, su mano izquierda enredándose en mis cabellos, su mano derecha sujetando mi barbilla, sus labios buscando los míos, nuestras piernas frotándose mutuamente y su hombría anunciando su presencia impactándose en mis nalgas. Despacio muerdes el lóbulo de mis orejas y el ápice de tu lengua juega con las comisuras de mi boca y luego se introduce a jugar con la mía. Decides deslizar tus manos por los costados de mi espalda y encallan en mi cintura. Me aproximas más a tu cuerpo y tu beso se torna más húmedo. Delicadamente me vas colocando frente a ti y me ves a los ojos. Sabes bien que tu mirada me mata y que tu sonrisa hace que nada más importe. Podría morir en este momento y no arrepentirme de nada. Morir entre tus brazos, sepultado con la tierra de tu mirada y adornado con las flores rosas de tus labios. ¡Tómame! ¡Tómame ahora que no hay prisas; ahora que los minutos pronuncian tu nombre y el mío!

Desabotono tu camisa, tu pecho se presenta ante mí. Beso tu cuello, tu pecho, tus pezones que se han despertado con mi aliento. Soplo lentamente mientras bajo por la línea de finos vellos que me han de llevar a la discreta abertura de tu ombligo. Dejas caer tu cabeza hacia atrás y una ligera gota de sudor resbala por tu garganta y baña tu diminuta Manzana de Adán. En mi nariz siento cosquillas cuando los vellos de tu ombligo le rozan. Con mis manos invadidas por un ligero temblor, aflojo tu cinturón, desabotono tu pantalón y deslizo tu bragueta hacia abajo. Tus pantalones caen y, frente a mis ojos, tu ropa interior es la única que se interpone entre la piel de ambos. Con mis dientes te despojo de los boxers y un miembro, ya despierto, me saluda. Lo acuno en la humedad de mi boca y se hincha de agradecimiento. Le tomo en mis manos y lo despojo de su capullo, para sentir aquella carne henchida de flujo sanguíneo, caliente y enérgico. Cuelgan tus testículos cual dos frutos en pleno proceso de madurez, los palpo y les proporciono delicadas caricias dignas de un Rahá o un Maharishi . Tomas mis cabellos y me apartas de tu miembro, te inclinas y me vuelves a besar como hace rato, con el mismo ardor, con las mismas ganas de acabar con mis labios. Te enderezas y, sin soltarme de los cabellos, introduces tu verga en mi boca. La parte baja de tu cuerpo se mueve rítmicamente hacia delante y atrás, introduciendo y alejando tu miembro de mi boca. Te veo cerrar los ojos y mostrar gestos de placer en el. Mis manos aferran tus nalgas y algunos dedos traviesos se ocultan entre ellas. Vas aumentando el ritmo de tus movimientos. Cada vez son más rápidos y precipitados. Mis latidos van aumentando junto con tus respiros. Sin avisar, introduces tu hombría hasta el fondo de mi garganta; una miel la recubre y baja por ella. Exhausto, sin sacar tu pene de mi boca, te dejas caer hacia delante. Tu rostro sudado topa con mi espalda y deja su silueta marcada en el sudario de mi camisa

Aún te veo sentado a unos cuantos lugares de mí y aunque estás tan cerca, te siento distante. Sin embargo, ahora puedo verme en tus ojos y decirte lo que quiero, a través de ellos.

No sé si sea cosa de herejía; pero aún guardo mi camisa, la cual, milagrosamente, aún conserva la silueta de tu rostro, marcado en la espalda al igual que tu nombre – "Cinco Letras" – en mis oídos. Aquella camisa, es el sudario que adoro y que me hace creer en la palabra: Esperanza