Cierro los ojos

Recordar es casi como volver a vivir

Cierro los ojos y estoy en tu tienda. Allí, en caja, ensimismada, compruebas alguna cosa en el ordenador. No hay nadie en el local y tú no te das cuenta de mi presencia. Llego casi a tu lado sin dejar de admirarte.

Tu blusa blanca, suelta, apenas puede ocultar tus encantos y el pantalón azul marino resalta tu precioso culo. Me pongo detrás de ti y puedo ver que estás leyendo uno de mis mensajes: el que te dice que pronto estaré a tu lado. Tienes esa media sonrisa con la que sueles verme. ¡Qué bien hueles…..! Acercándome a tu pelo no puedo evitar el llenarme con un olor que me refresca hasta el alma. Poso mi mano en tu hombro y tú das un respingo que se calma en cuanto reconoces mi voz acariciando tu nombre. Carmen, que bien sabe esa palabra en mis labios…

Te has puesto colorada, el arrebol se extiende como un incendio sobre tu piel blanquísima. No te atreves a darte la vuelta, tiemblas de una manera apenas perceptible y tu respiración se nota agitada en las graciosas aletas de tu nariz. Ladeas apenas la cabeza y yo no puedo evitar el lanzarme a ese cuello delicado para llenarlo de besos dulces y levísimos. Se te escapa un gemido muy tenue. Te abrazo mientras mis labios buscan tus oídos para susurrarte cuanto he deseado este momento.

Mis manos se deslizan por tus brazos. Tienes una piel muy suave y es un placer inmenso dejar que las yemas de mis dedos la recorran. Se juntan nuestras manos. Yo sigo aspirando el bendito aroma de tu pelo, dando pequeños mordisquitos al sabroso lóbulo de tu oreja. Tú arqueas levemente tu cuerpo hacia atrás y los ojos se me van hasta tu pecho que asoma por el escote. El blanco sujetador apenas puede contener tanta belleza.

Te separas de mí, vas a cerrar la puerta de la tienda y a colocar un cartel que avisa de que vuelves en unos minutos. Cuando te vuelves me tienes delante, apenas a centímetros de ti, perdiéndome en tus ojazos. Sonríes una vez más, y yo me bebo esa sonrisa en un beso muy tierno que se va convirtiendo en un morreo descomunal. Entramos en un probador…

Alguien ha dejado un pañuelo y yo te lo pongo sobre los ojos para que no veas. Aceptas el juego y dejas caer los brazos a los lados. A un metro de ti yo disfruto del espectáculo: tu cuerpo un poco tembloroso, respirando profundamente y precioso. Intentas adivinar lo que vendrá y te sorprende no escuchar ningún ruido que me delate. Un minuto que pasa, otro y otro… Empiezas a jadear levemente por la tensión y, cuando estas a punto de poner fin a la travesura,  notas como mis labios empiezan a besarte.

Acariciando cada centímetro voy subiendo por tus piernas, disfrutando del contorno de tus muslos, rodeando tus caderas….Tiemblas ligeramente mientras mis manos se vuelven locas. Cuando llego al botón del pantalón y lo suelto, este se cae de tus caderas y llega al suelo. Mientras se me corta el aliento teniendo tus braguitas al borde de mis labios, te libero los tobillos de la prenda caída. Blancas, no podían ser de otro color, haciendo todavía más hermosa la palidez infinita de tu cuerpo, que ahora se tiñe en algunos sitios de carmín mientras te lleno de caricias.

¡Qué hermosas caderas! Me dejaría ahí la vida para siempre, enterrando el rostro entre tus muslos, mientras acaricio tu culo por debajo de la tela. Sin embargo necesito verte de nuevo de lejos, contemplar tus hermosas piernas, por las que caen pequeñas gotitas de sudor tuyas y mías. Eres una mujer impresionante, rotunda, con las curvas diseñadas para que uno pueda apenas seguirlas entre el mareo, con un tesoro guardado en el centro.

Después de disfrutar viéndote, me acerco de nuevo a llenar tu bonito rostro de besos. Nuestras bocas se buscan, se muerden, se convierten en una, Nuestras lenguas se enrollan anudando algo más que nuestras salivas. Cuando me aparto, sonríes, has notado como yo lo excitado que estoy. Apoyas una de tus manos en la cadera y con la otra te acaricias suavemente por encima de la leve tela de las braguitas. Después te llevas los dedos a la boca y te los introduces uno a uno como si los paladeases…. ¡Santo Dios!

Estoy ansioso por lanzarme encima de ti, pero espero. Poco a poco me voy acercando, dejo a mis manos recorrer tu camisa, demorándose en cada botón, jugando con el pero sin soltarlo. Tú ronroneas y a mí me parece enloquecer. Tu respiración se hace pesada, encima del labio superior se te están acumulando unas minúsculas gotitas de sudor y yo me las quedo en el índice con un gesto suave. Es mi turno de saborear un dedo, salado y con un inconfundible gusto a ti.

Abro el primer botón. Tu escote se ensancha hasta dejarme ver casi por completo ese precioso sujetador blanco casi transparente. Cuando piensas que seguiré bajando, pongo ambas manos en tus caderas y saco la blusa por tu cabeza mientras te dejo las manos en alto como una estatua clásica. Al alzar tus brazos se alza tu pecho y lo que solo había sido hasta entonces un busto generoso, se convierten en el mejor par de tetas que he visto en mi vida. Ahí también se puede descansar….., también se puede enterrar la cabeza.

Ahí estas, con la ropa interior, como si estuvieses posando solo para mí. Con todo tu cuerpo espléndido y desafiante. Sabes que me muero por desnudarte y te preguntas porque tardo tanto en hacerlo. Se te ve una sonrisa burlona mientras me escuchas jadear al faltarme el aliento. ¿Por dónde empezar? ¿Será demasiada mujer para mí? Me acerco, empiezo a besar tu espalda justo por encima de tu cintura. Mis manos acompañan a mis labios peregrinando hasta tu nuca. ¡Qué tersa esta tu piel! ¡Qué sabrosa!

Te arqueas de nuevo y mi entrepierna se acerca tanto a tu culo que se encaja. Me siento a punto de estallar y sobre todo cuando empiezas a moverte. Mi mano derecha se ancla a tu cadera, la izquierda recorre tu columna y se detiene en el cierre de tu sujetador. Cada corchete que se desengrana, es un nivel más de excitación. Al saltar el último, se me escapa un suspiro y me quedo hipnotizado con los tirantes fláccidos sobre tus hombros.

¿Cómo puede haber algo flojo cuando todo está lleno de tensión? Con un gesto rapidísimo dejas que el sujetador se escurra por tus brazos y se junte en el suelo con las demás prendas. Te das la vuelta y me encuentro con un espectáculo difícilmente comparable: tus pechos. Enhiestos, grandiosos, con los pezones duros, apuntándome.

Sabes que estoy disfrutando con el espectáculo, así lo demuestra tu gesto desafiante y orgulloso. Yo me decido y empiezo a acariciarlos, como si fuesen lo más precioso del mundo. Despacio, con cuidado, como corresponde a las bombas que son. Apretando muy poquito, cogiendo los pezones entre el pulgar y el índice mientras siento que crecen y se vuelven cada vez más duros.

Necesito metérmelos en la boca, chupetearlos, darles unos pequeños mordisquitos. Lo hago…….. Es un placer de dioses. Lamer tus aureolas, hasta acabar notando cada pequeño poro de tu piel, succionar cada uno de los pezones como si fuese un chiquillo hambriento de ti… ¡Oh Dios! Sentirlos entre mis labios, al borde de mis dientes, mientras mi lengua los recorre a placer una y otra vez. Tomar aire y volver a enterrarme entre tus pechos, beberme el sudor que se crea en tu canalillo…

Mientras yo me doy un banquete en tus pechos, tú mesas mis cabellos, gimes y tiemblas. Recorres con tus manos mi cabeza y a ratos la intentas apretar para que no deje de hacer lo que en ese momento esté haciendo y que te da tanto placer. Cierras los ojos, miras hacia arriba y te abandonas al momento: estas gozando.

Ya solo quedan tus braguitas, cuando logro separarme de ti parecerías una turista haciendo un toples alucinante de no ser por la saliva mía que todavía se refleja en tus pezones. Sabiendo que te estoy mirando recoges esa saliva con la yema de tus dedos y te los metes en la boca chupándolos con empeño, como enseñándome lo que eras capaz de hacer con tu boquita. A mí algo me da un salto dentro de los pantalones y llega a ser casi doloroso.

Me quito la camiseta y los pantalones, quedándome solo con unos bóxer blancos. Me acerco de nuevo a ti y voy directo a quitarte lo que te queda de ropa. No voy a permitir que un pedazo de tela me impida contemplar una de las cosas que he venido a buscar: tu coño. Será mío. Será mi patio de recreo, mi plato de comida, mi descanso, el canal que nos conecte… Lo tienes depiladito, como si de una niña se tratase, está caliente y es muy suave, como los sueños.

Mientras bajan por tus piernas las braguitas empiezas a sentirte un poquito más indefensa, pero no puedes esconder que también estas excitada, la prenda esta mojadita. No puedo dejar que llegue a tus tobillos, así que te la arranco de un tirón y me la llevo a los labios, saboreando un adelanto de lo que me espera palpitante entre tus piernas. Huele a ti, a ese olor particular tuyo que me deja en celo, que me mata de ganas. Huele a lo que ya tengo entre mis manos mientras dejo que una de las tuyas tantee bajo mi bóxer.

Gemimos los dos, alguna vez tan fuerte que casi parecen gritos. Nos mordemos los labios por no chillar. Yo tengo mi mano entre tus muslos, tanteando el terreno, y tú has agarrado mi polla y me llevas hasta un rincón donde te yo te tumbo y me agacho sobre tu vientre. Con la boca, beso a beso, lametón a lametón, me voy acercando a ese coñito jugoso que está diciendo cómeme.

Cojo tu culo entre mis manos y alzo tu pelvis hasta que mis labios se quedan al borde de tu clítoris. Le hablo, le susurro y el aire caliente que sale de mi boca parece despertarlo. Me lo comeré, como una fruta madura, despacio…..saboreándolo. Es un placer inmenso lamerlo y ver al instante como te mueves, como te retuerces. Parece que este pequeño órgano controlase todo tu cuerpo y lo llevase muy alto.

Con los pulgares abro los labios de tu coñito y los recorro presionándolos con las yemas, viéndolos brillar de tan lubricados como están. Esto que sale es una comida de dioses y me la tomo con reverencia, sin dejar de acariciarte por todas partes: tu vientre, la curva de tu espalda, tu pecho, pero con mi rostro vuelto a este oasis que tienes entre tus piernas, saciándome de ti.

Meter la lengua en tu coño, por entre mis dedos, lamer hasta quedarme mi saliva ese bendito agujero, dejando que mi nariz roce de vez en cuando ese botoncito con el que pierdes el control… A veces creo que te gustaría que metiese toda mi cabeza dentro de tanto como la sostienes para que no salga de entre tus piernas. Parece como si sentir mis orejas atrapadas entre tus muslos te diese la seguridad de que iba a seguir comiendo el rico plato que ahí sirven.

¿Cómo despegarse de ahí, cuando se desea lamer cada centímetro de  piel? Mientras dejo que mi lengua vague por entre tus piernas, mis dedos te acarician y buscan el calor de tu interior. Cuando el primero de ellos entra y se revuelve tú das un gritito apagado y entierras más mi nariz en tu clítoris. Cuando entra el segundo de mis dedos hay una preciosa mezcla de mi saliva y tus jugos en las que chapotear.

Lamerte los labios, todos, desde arriba abajo y vuelta a empezar. Meterte algún dedito mientras con otro se explora ese trocito de piel tan sensible que hay entre tu coñito y tu culo. Detenerse un momento para oírte gemir. Volver a disfrutar ensanchando tu coño para mí. Sentir como empiezas a olvidarte de donde estamos y gritas…. Insistiendo una y otra vez, ahora más fuerte, ahora más suave, ahora superficial y luego todo lo profundo que lleguen mis dedos o mi lengua.

“Métemela” empiezas a decir bajito y a cada bocado que doy en tu coñito, tu voz va haciéndose más ronca y eleva su volumen, pero a mí me está gustando mucho la comida… Estoy disfrutando mientras en mi boca y en mis manos siento las convulsiones y temblores que te provocan mis caricias. Rozar tu clítoris con la lengua y saber que ese movimiento acercara un poco mas tu rajita a mi cara, chupetearlo y estar seguro de que tu responderás apretando mas mi cabeza entre tus muslos…

“Métemela, por favor”, ahora ya es un ruego, es imposible no escucharlo. Estamos listos. Tu coñito es un remanso hecho de mi saliva y tus jugos. Mi polla está dura como nunca antes, ya liberada de los bóxer apunta al bendito lugar que le espera palpitante. Me acerco poco a poco. Tú abres las piernas y me ofreces el coño para que entre dentro de ti, para que nos conectemos, para que gocemos.

Es un espectáculo grandioso verte ahí tumbada: la boca entreabierta respirando pesadamente, tus increíbles tetas destacándose en tu torso con los pezones erectos, las piernas abiertas y tu coñito abierto, palpitante, atrayéndome poco a poco. Te estás tocando, veo tus manos ocupadas entre tus muslos… MMMMMMMMMMMMM. Te retuerces un poco y vuelves con el mismo ruego: “Métemela, Jaime, métemela por favor”

Estoy a tu lado, con mi polla a pocos centímetros de su destino. Aparto tus manos porque quiero tener ese coñito solo para mí. Tú degustas lo que ha quedado entre tus dedos y cuando los has dejado limpios empiezas a tocarte las tetas, pellizcándote los pezones, ensalivándolas… ¡Que espectáculo! El primer contacto lo establecen mi prepucio y tu clítoris, empieza en un leve roce, un rodeo dulcísimo y termina intentando presionar ese botón dentro de ti.

Al sentir ese contacto arqueas tu espalda intentando resistir el envite y echas tu pelvis hacia delante y tus pechos se empiezan a mover como unos enormes flanes temblorosos. Yo, con mi lápiz palpitante intento volver a dibujar esa rajita tuya donde escondes los tesoros. Desde ese clítoris encantador hasta el estrecho agujerito de tu culo y vuelta al origen. Abajo… Arriba… Cada vez más rápido, evitando que se meta dentro, pero demorándose en los bordes de tu coño.

En un placer ver como mi polla recorre tu entrepierna, tensando a veces los labios de tu coñito, y empapándose de ti goloso. Resistirse a metértela toda es una tarea muy complicada, pero el entretenerse antes resulta delicioso y me quedo ante la entrada, intentando apuntar a los límites pero sin penetrarte. Apoyando mi polla en un extremo y tirando de ella hacia mi veo como te abres, como una flor, como un pozo donde ahogarse…

“Métemela, Jaime, por favor…” Como un hilillo de voz llegan esas palabras tuyas, que salen ahogadas entre suspiros y gemidos de tu boca. Y yo obedezco. Empiezo a penetrarte muy despacio, notando cada uno de los pliegues de tu coñito, cada centímetro del agujero que empieza a engullirme dentro de ti es un placer inmenso y un tiempo sin medida. Cuando noto como mis huevos tocan contra tu culo me doy cuenta de que he llegado al final, que eso era lo que quería hacer desde que te conozco…

Dentro de ti, llegando hasta dónde puede llegar mi polla, notando como las paredes de tu coño la abrazan con fuerza, sintiendo el calor que solo tienes ahí, soy tremendamente feliz. Te estoy follando… El gesto desencajado que tienes me demuestra que también estas disfrutando. Esas enormes tetas que manoseo ahora a mi gusto han llenado mis sueños, ahora apenas puedo acogerlas entre mis manos mientras mi boca se ve atraída por esos pezones riquísimos.

Estamos encajados, como dos piezas hechas a medida. Yo inmóvil, encima de ti, y tú moviendo los músculos de tu coñito para que mi polla sienta tus caricias. Tengo que dejar el manjar de tus pechos y ponerme a disfrutar más todavía. Pongo mis manos en tu cintura y voy bajando hasta tus caderas. Ahí te agarro bien y te atraigo un poco más hacia mí. Estoy todavía unos milímetros más dentro de ti, un buen punto para empezar.

La saco lentamente, y me la veo brillante, empapada de ti… Quiero más. Vuelvo a adentrarme en tu rajita, despacio, gozando cada segundo como si fuese el último. ¡Qué bien entra! Suavemente, haciéndose camino dentro de ti, buscando otra vez el sonido excitante de mis huevos embistiendo contra tu culo. Es una de esas cosas que no debe olvidarse y mis sentidos lo guardan todo: las imágenes, los olores, los sabores, los sonidos y, sobre todo, ese recuerdo maravilloso de nuestros cuerpos rozándose, acariciándose, confundiéndose…

Poco a poco, estas penetraciones espaciadas como cuando se cata el vino a sorbitos, se van convirtiendo en una lenta cadencia acompañada por el hipnotizante movimiento de tus tetazas. Me siento como un deportista al que el bamboleo de tus pechos, como los pompones de una animadora, le ayuda a dar lo máximo. Ver que a cada embestida mía responden tus tetas como un eco magnífico es un placer increíble.

Cada acometida es recibida con un gemido y un “si” ahogado. Yo me maravillo de estar dentro de ti, dándote placer mientras noto que la fricción entre tu coño y mi polla ha dejado en esta un calorcillo delicioso y una dureza con la que me resulta sencillo taladrarte una y otra vez. El ritmo que ha empezado un poco errático se convierte en un metrónomo que marca las penetraciones más satisfactorias de toda mi vida. “Fóllame, Jaime, fóllame bien…” Y yo obediente incremento la velocidad.

Embestirte con esta polla que ha latido por ti desde el primer segundo en que te vio es facilísimo. Nunca ha estado tan dura, tan ansiosa, tan hambrienta… Entra una y otra vez en tu coño: lo rellena, lo ensancha, lo asalta para llegar a lo más hondo. ¡Qué gozada! Es como sentirse parte de una maquina de movimiento perpetuo: entrar y salir de ti a cada instante para volver a repetirlo indefinidamente.

Agarro tus muñecas con mis manos a ambos lados de tu cabeza, inmovilizándote. Te penetro intentando llenarte por completo y retrasándome para coger un nuevo impulso con el que arremeter en tus entrañas. Consigo que nuestras respiraciones se acompasen con mis acometidas y el alocado bamboleo de tus tetas. Te muerdes los labios por no gritar  y yo me decido a comerte esa boca anhelante.

“Ponte a cuatro patas, zorrita, que te quiero dar bien a gusto.”  Tú accedes y yo tengo al instante tu precioso culo delante de mí. Separo un poco tus piernas y vuelvo a colocar mi polla donde corresponde, en tu coñito, follándote. Me quedo quieto y te atraigo hacia mí jalando tus caderas. Choco una y otra vez con tu trasero. Cada embestida tiene su sonido, su calor, su magia…. Todo es perfecto.

Como dos perros en celo, así estamos. Tu a cuatro patas y yo de rodillas detrás de ti, hundiendo una y otra vez toda mi polla en ese jugoso coñito que tienes.  Es imposible no ir venciéndose para terminar con tus pechos rebosando mis manos, y mis labios susurrando en tus oídos lo bueno que es follarte, lo feliz que me haces…

Minutos que parecen horas de tan llenos como están de sensaciones, minutos donde el bombear dentro de ti acaba siendo como la sucesión de las olas en una playa llegando a la marea alta, cada vez un poco más arriba, cada vez más dentro de la playa. Nuestras respiraciones se han convertido en jadeos desenfrenados, los latidos de nuestros corazones se aceleran conforme la velocidad con la que penetro se hace mayor, y subimos….

Subimos los dos por una escalera interminable donde cada paso nos trae un poco más de placer. Cada segundo que pasa nuestros movimientos, nuestras caricias, el hecho mismo de follar tiene menos importancia. Es el conjunto de todas las cosas que han pasado y que hemos soñado, son los innumerables momentos que hemos llenado con las ganas de que esto se hiciese realidad, son nuestros temores y el inmenso gozo que ahora estamos sintiendo.

Mientras me corro dentro de ti en el estallido más descomunal del que tengo memoria, los temblores y el desmadejamiento de tu cuerpo me demostrarían que tu también has disfrutado, si no fuese porque sonriente me dices: “el mejor polvo de mi vida y mi mayor orgasmo”. Lo hemos hecho bien.