Cierre de Campaña

Lo cierto es que ambos, y al mismo tiempo, se me estaban insinuando, en realidad casi se podría decir que me estaban metiendo mano. Habían sido muchas horas de trabajo en los últimos días, muchas confidencias. Los tres pasábamos por un mal momento en nuestras relaciones de pareja.

Nuestro candidato elevó el tono de voz y soltó una de esas frases del argumentario que hacían que los periodistas, que se apostaban indolentes en el corralito, pusieran sus bolígrafos a toda máquina para no perderse una coma de lo que podría ser un buen titular para sus noticias. Cuando Santos Rodero soltaba una de estas perlas las luces del auditorio se encendían a toda potencia y todos nos levantábamos a un solo grito aplaudiendo a rabiar y agitando nuestras banderitas celestes al aire.

Unos segundos después, ya con los ánimos nuevamente recogidos, las luces volvían a atenuarse lentamente y sabíamos que era el momento de volver a sentarnos y escuchar el discurso del líder. Al recuperar nuestra posición de descanso noté que dos manos se posaban suavemente, por un instante, en mis muslos. Mis compañeros de agrupación habían utilizado mis piernas para amortiguar el descenso hacia su asiento. Yo llevaba una falda corta y el contacto de las dos manos sobre el liviano tejido de las medias me provocó un pequeño escalofrío. No los miré. Habría sido casual, seguramente involuntario. Estaba atenta al discurso. Enervada por la emoción de ver a Santos en persona. Nos jugábamos mucho en estas elecciones.

Habíamos trabajado intensamente durante toda la mañana. La gente del provincial no hacía más que ordenar, pedir, reclamar nuestra presencia en un acto, repartiendo folletos en la calle, pegando carteles, en una reunión para coordinarnos con los pueblos de la comarca. La agenda se había ido llenando de tachones. Quito esto, pongo lo que ahora me piden, vuelvo a quitarlo que viene un diputado a última hora. Yo no puedo ir, yo tengo que recoger al niño, yo trabajo.

Solo los tres habíamos logrado liberar el tiempo suficiente para preparar los actos día y ensobrar la publicidad postrera. Habíamos trabajado codo con codo toda la mañana, casi sin mirarnos, respirando uno junto al otro y hablando, hablando sin parar, compartiendo las cuitas familiares y bromeando con el precio que íbamos a pagar por nuestra implicación en la campaña. Pero era importante, eso pensábamos.

A mediodía decidimos parar un rato y tomamos una cerveza para soltar la tensión y facilitar la transición entre el trabajo sacrificado del militante comprometido y la llegada a nuestras respectivas casas para almorzar con la familia. Juan sabía que su mujer y su hija lo esperaban de morros. Una llamada lo había alertado. La mujer de Domi había comenzado su guardia y no volvería a casa hasta la mañana siguiente. Y a mi, a mi.. los niños casi no me habían visto en los dos últimos días y Manu empezaba a estar cansado de tanta de dedicación al partido. La comprensión iba y venía para todos.

De nuevo Rodero lanzó una de esas proclamas; una ácida crítica al líder del partido en el Gobierno, una jocosa referencia a su lenguaje enrevesado que venía repitiendo desde que, me habían contado, la ocurrencia había causado risas generales en una reunión de la dirección nacional. Todos festejamos la gracieta con sonoras risas y nos incorporamos impulsados por un resorte para vitorear y aplaudir a quien nos llevaría a los mejores resultados de nuestra historia.

Las luces empezaron a atenuarse y sentí un escalofrío que me recorrió la espalda para terminar en un leve hormigueo en la entrepierna. Noté como mis bragas se humedecían ligeramente. Me senté. De nuevo antes que mis compañeros, que esperaron a que las luces se retirasen totalmente y entonces… las dos manos volvieron a posarse en mis muslos con suavidad, pero esta vez ambos penetraron unos centímetros debajo de la tela de la falda. Allí se mantuvieron unos instantes antes de retirarse. Noté que Juan me miraba de soslayo y esbozaba una mínima sonrisa con los ojos. No pude observar ningún movimiento a mi derecha. Traté de mantener la compostura, pero una oleada húmeda volvió a mojar mis bragas, ahora con más intensidad. No podía ser una casualidad. Ya no.

Nunca había visto a Juan y a Domi como dos hombres. Quiero decir, como dos hombres con los que podía tener sexo. Eran dos compañeros, dos personas con intereses parecidos a los míos, de orden, con quienes compartía ideales, deseos, trabajo y esperanzas. Es cierto que en los últimos meses habíamos convivido muchas horas, muchos días. Nos conocíamos bien. O eso creía. Tampoco había visto en ellos un interés especial por mi aspecto femenino. De hecho, hablaban conmigo con toda confianza, pero sobre todo con respeto. Esa actitud reinaba entre nosotros.

Lo cierto es que ambos, y al mismo tiempo, se me estaban insinuando, en realidad casi se podría decir que me estaban metiendo mano. Habían sido muchas horas de trabajo en los últimos días, muchas confidencias. Los tres pasábamos por un mal momento en nuestras relaciones de pareja. Las ausencias prolongadas, los imprevistos, la esclavitud a la que nos sometían las órdenes de arriba, había sacado a la luz los problemillas de convivencia acumulados y arrinconados durante años. Pero de ahí a mancillar el vínculo familar...

Juan era un tipo sensible, alto y no demasiado agraciado. Era agradable conversar con él. Comprendía a las mujeres. Era fácil conectar con él. Siempre educado, distante y reservado para sus cosas. Sólo en momentos muy puntuales se dejaba llevar por la conversación y contaba detalles de su vida. Prefería escuchar. Domi era más salvaje, con las manos grandes y fuertes, y hablaba sin medida. Parecía no esconder secretos. No le importaba desnudar su intimidad a la menor ocasión o al menos eso parecía.

Hacía semanas que Manu no se acercaba a mi. Al principio pensé que respetaba mi cansancio por la noches. Pero después, cuando me acercaba a él se daba la vuelta y simulaba un sueño voraz que lo atraía sin remedio. Necesitaba sexo. Había intentado olvidarlo, pero los roces de la manos de mis colegas habían despertado mis sentidos y ahora estaba en estado de alerta.

Las palabras de Rodero, su timbre sensual de voz, la modulación de las frases, cantarinas y ajustadas, los aplausos, la música efervescente de nuestro partido, la muchedumbre enfervorizada aplaudiendo y adorando a nuestro líder, el calor creciente a pesar de frío en el exterior. No había pensado, seriamente, poner los cuernos a Manu, pero la oportunidad se había plantado ante mí y sentía la necesidad de que me acariciasen. Pero dos, dos hombres a la vez. Eso sí era una locura, una fantasía que ni en mi imaginación me había permitido soñar.

Igual podría elegir. Si me dejaba llevar por uno de ellos el otro se retiraría elegantemente. Éramos buenos amigos y el rechazado lo comprendería. Juan olía a perfume y de cuando en cuando me miraba y sonreía, entre dientes podía leer su ilusión “vamos a ganar, vamos a ganar”. Domi cerraba los puños con fuerza, los alzaba ligeramente y nos miraba a ambos con una sonrisa abierta, franca. Estábamos exultantes.

Las palabras de Santos corrían por mi cabeza mientras imaginaba a Juan abrazándome tiernamente, besándome el cuello, recorriendo dulcemente mi cuerpo, acariciando mis pechos y descendiendo con lentitud hasta mi sexo húmedo, abierto, deseoso de recibir sus embestidas rítmicas y delicadas. Me decía palabras dulces al oído. Notaba como su miembro se hinchaba y se apretaba contra mis nalgas. Estaba duro, muy duro.

En un parpadeo el líder cambiaba el ritmo y era Domi el que me mordía el cuello mientras sus enormes manos apretaban con ansia mi culo y me alzaba sin esfuerzo. Yo rodeaba su cintura con mis piernas, me apretaba con fuerza contra él buscando sentir su sexo. Con una mano arrancaba los botones de mi blusa y liberaba mis pechos para morderlos y chuparlos con rabia.

Las luces volvieron a ganar intensidad y nos levantamos. Esta vez me costó alzarme. Tenía la sensación de que la humedad de mi entrepierna se había desbordado y mis medias eran incapaces de frenar el deseo que se deslizaba por mis muslos. Sentía que las piernas me flaqueaban. Aplaudimos, gritamos, agitamos las banderitas y volvimos a aplaudir. El discurso de Santos estaba llegando a su punto álgido, al éxtasis oratorio. Nos sentamos y las dos manos, cada vez más atrevidas se deslizaron por mis muslos. Esta vez no se retiraron inmediatamente, subieron despacio hacia mi entrepierna. Mantenía las piernas levemente cerradas pero los dos pudieron notar la humedad de mis bragas en el mismo punto en que sus dedos chocaban y notaban que no eran los únicos invasores de ese territorio.

Juan y Domi se miraron con sorpresa y me observaron sorprendidos, incrédulos. Yo seguía disfrutando del placer que me habían proporcionado esos segundos y miraba el escenario. Mi espalda se había curvado. Estaba tensa. Los muslos, al retirarse las manos de ambos, se apretaron e impulsaron la salida del placer que había acumulado durante tantas semanas de abstinencia. No me importaba mucho lo que estaban pensando. No se dieron cuenta. Pensaron que estaba avergonzada o que no quería dar la cara y volvieron también sus miradas hacia el escenario. El mitin había terminado y los principales líderes abrazaban, felicitaban y besaban a Rodero sobre el escenario. Todos aplaudían, sonreían, casi saltaban de emoción y abrían los brazos hacia el auditorio. La música sonaba atronadora y golpeaba dentro de nuestros pechos. La emoción era casi insoportable. Había sido el mejor orgasmo de mi vida, un orgasmo políticamente… incorrecto.

Cogí las manos de los dos y las levantamos al cielo del auditorio. Felices, compartiendo el instante. El preludio de una victoria. De un cambio radical en nuestras vidas. Así estuvimos unos minutos, con las manos fuertemente agarradas mientras los candidatos agradecían nuestro esfuerzo. Éramos nosotros, unidos, fundidos en un abrazo, quiénes lo íbamos a conseguir.

Salimos del Auditorio flotando de felicidad. Yo tenía más motivos que ellos. Domi dijo que debíamos celebrar el cierre de campaña como era debido y ofreció su casa para tomar un vino y unas tapas antes de irnos a dormir y a reflexionar. El domingo teníamos por delante una dura jornada de trabajo. Larga, muy larga, pero todos esperábamos que enormemente satisfactoria. Juan conducía y yo me senté a su lado. Domi iba detrás y no paró de hablar durante el corto trayecto hasta el pueblo. Repetía los momentos más acertados de Rodero, imitaba su tono de voz. Reíamos sin parar.

Yo seguía su conversación pero no dejaba de pensar en lo que iba a suceder en casa de mi compañero. Estaba segura de que uno de los dos iba a intentar follarme esta noche. Quien sabe si incluso los dos. Tenía que decidir qué hacer. Tenía que elegir. No me sentía capaz de negarme. Estaba muy caliente. Solo había disfrutado de un aperitivo, quería sexo de verdad, quería que me follasen. Lo necesitaba. Era la culminación a tantas semanas de tensión. La explosión final.

Ellos parecían disimular mejor. Juan, silencioso, sonriente, Domi incontinente, feliz.

Entramos en casa de Domi y nos sentamos en el sofá, amplio y cómodo. Al dejarme caer sobre el respaldo, con cierto descuido, mi falda se subió unos centímetros dejando ver más de la mitad de mis muslos a mis compañeros. Me daba igual. Me sentía relajada, casi aliviada y al final y al cabo, ambos me habían acariciado hace un rato. Imaginé las veces que Domi habría disfrutado de ese sofá con su esposa, una cirujana muy seca, de carácter y de cuerpo, pero que miraba con una intensidad que te dejaba petrificada.

Nuestro anfitrión sacó rápidamente una botella de un vino valenciano, un crianza, de un curioso color casi morado y un sabor aterciopelado. Mientras Juan y yo, disfrutábamos una primera copa y comentábamos la calidad del caldo, Domi, en un santiamén, trajo unos aperitivos para acompañar y nos sentamos a disfrutar de este rato de asueto. Yo notaba tensión en sus cuerpos. Estaban más rígidos de lo habitual, cruzaban las miradas cuando pensaban que no me daba cuenta.

La conversación se fue relajando poco a poco y acabamos con la botella. Juan comentó que quizás, antes de retirarnos podíamos abrir otra, de todas formas, mañana podríamos descansar a gusto y ya no había que conducir. Vivíamos todos en el mismo barrio. Domi descorchó la segunda botella. Esta vez un crianza de la Rioja Alta, más clásico, pero muy sugerente, o quizás, ya no era cosa del vino.

“Os voy a sorprender”, comentó Domi. Conectó la Smart TV y buscó una lista de reproducción de youtube. Se había preparado una lista con los mejores momentos de los discursos de Santos Rodero. Supongo que los escucharía para impregnarse de la locuacidad de nuestro líder. La voz de Rodero, con el fondo musical de nuestra sintonía de campaña, nos llevó nuevamente al auditorio, al calor, a la emoción, a la cercanía, a la euforia de la victoria que preveíamos, que deseábamos.

Juan propuso un brindis por el trabajo realizado, por nosotros, por un final feliz. Nos levantamos y chocamos nuestras copas con alegría. Al volver a sentarnos cambiaron de posición y lo hicieron uno a cada lado, muy pegados a mi. Yo sonreí. Solté mi copa en la mesa y me dejé caer sobre el mullido respaldo del sofá. Ahora mi falda solo cubría mi entrepierna, que en ese momento ardía en deseos de sentir las manos de mis compañeros nuevamente. Sentía que estaba en celo. Un deseo nacía en mi estómago y se apoderaba de mí, no podía controlarlo. No me conocía. Abrí las piernas invitándolos a repetir las caricias del mitin.

Los dos me miraron con las copas aún en la mano. Rodero soltaba una de esas frases que tanto elevaban nuestros ánimos. Se sentaron muy cerca de mi y posaron sus manos sobre mis rodillas. Lentamente comenzaron a subir por mis muslos. La piel del cuello se me erizaba. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación del contacto cada vez más cerca de mi sexo. Sentía los labios hincharse, el clítoris creciendo y mis fluidos volvían a convertir a mis pobres bragas en un océano de placer.

Juan y Domi continuaron con su recorrido por mi cuerpo. Pararon unos instantes en junto a mi sexo pero al unísono decidieron seguir hacia arriba, la respiración se me agitó y no pude evitar que un gemido de queja escapara de mis labios. ¡Joder, bajadme las bragas de una vez y haced que me corra!, pensé. Pero ellos se entretuvieron en magrear mis pechos sobre la ropa. Yo seguía con los ojos cerrados, disfrutando de las caricias pero cada vez más ansiosa.

De repente, debían de haberse puesto de acuerdo, buscaron nuevamente mi sexo y sus manos se encontraron en mi labios, en mi humedad. Abrí los ojos. Quería pedirles que me follaran de una vez. Ambos se entretenía jugando con sus dedos sobre mi coño, se miraban intensamente. Poco a poco se fueron acercando el uno al otro, con las manos enlazadas sobre mi sexo ardiente y se fundieron en un beso voraz. Sus lenguas penetraban la boca ajena con ansia.

Aún cogidos de la mano se pusieron de pie y se abrazaron con rabia, parecían querer meterse el uno dentro del otro. Yo me quedé con las piernas abiertas, el sexo encharcado y la boca muda ante aquel espectáculo que no esperaba. Pensé que en un momento volverían a dedicarse a mi. Tenían un manjar abierto en el sofá, esperándoles. Esto solo era una parte más del juego. Domi abrió la cremallera de Juan sacó su polla y se agachó. En un segundo se la había metido casi entera en la boca, después la recorría con la lengua, de arriba a abajo. Juan tenía los ojos cerrados y una sonrisa de placer en el rostro. Así siguieron durante un buen rato. Se habían olvidado de mí, parecía como si nos estuviera despatarrada y caliente  en el sofá, esperando que una polla se dirigiera a mi. Tenía dos a solo un metro de distancia y parecía que no iba a disfrutar de ninguna.

Me recompuse lo mejor que pude. Me levanté y salí de la casa. Cuando cerraba la puerta era Juan el que estaba de rodillas devorando el miembro de Domi. Lo mejor era irme a la cama y  reflexionar.