Cien pavos

Bajé la cabeza y lo ví. Allí estaba. Inerte, como muerto. Protegido por un condón que me quedaba holgado. ¿Había estado follando con esa mujer?. Si, pero me negaba a dar crédito a tanta bajeza por mi parte.

CIEN PAVOS

Tomé consciencia sin querer. Mis ojos se movieron tras la cortina de mis párpados. Centré mi mente en mis oídos. No escuchaba nada. Mis manos estaban relajadas, tranquilas sobre algo blando. Al fin pensé. Tomé conciencia de que existía. Trataba de recordar sin éxito. Con impulsos leves abrí mis párpados. El color amarillento del techo se instaló en mis pupilas. Tanteé con mis manos a ambos lados de mi cuerpo. Encontré una arruga a la que aferrarme antes de morir. El mareo fue soberbio. El sabor de boca me recordaba que estaba besando a la muerte.

Mi mano se aferró a una tela. Ni giré la cabeza. Estaba fijo en el techo amarillo de aquél lugar. Trataba de recordar en vano. Me sentí cansado. La cama que acogía mi cuerpo era blanda. Presumiblemente sería una jodida cama de esas que aún existen y que el soporte del colchón está lleno de muelles. ¿Colchón?, nada más absurdo. Aquello debía ser una vulgar colchoneta de espuma. Pese a eso, mi cuerpo descansaba como si se estuviera preparando para quedar inerte cuando mi alma bajase al infierno.

¿Pero que hacía allí?, ¿Qué hacía sobre aquella cama mugrienta?. Giré la cabeza y eso me produjo su fracción en dos partes. La resaca estaba allí, recordándome que mi cuerpo había sustituido el agua por el alcohol de garrafa. Una mesilla ingrata soportaba un vaso de tubo medio lleno, un paquete de tabaco abierto mostrando unos cigarrillos arrugados entre los cuales uno pugnaba por evadirse de la cajetilla y un mechero marica color rosa que se mantenía en pie sobre la madera. ¿Todas mis pertenencias?, seguro que sí. Aunque no recordaba el mechero marica, la cajetilla de tabaco era de mi marca preferida. El vaso desahuciado antes de mi caída en brazos de Morfeo, debía haberme acurrucado en aquél camastro. ¿Pero cuánto tiempo hacía que estaba allí?, ¿Dónde cojones me encontraba?, ¿Y porqué estaba desnudo?.

Sin mover un solo músculo de mi cuerpo, cerré los ojos pese a mantenerlos abiertos. Quise escrutar en mi pasado. Buscaba respuestas. Nada, mi cerebro había registrado lo sucedido pero no lo había guardado en el disco duro. Hice ademán de incorporarme y mi cabeza se fraccionó por segunda vez. El aliento, mi aliento, batallaba en una estúpida pelea por no abandonar mi boca. Al fin, un atisbo de recuerdo. Después otro, y otro, y otro….necesitaba hacer el montaje de la película.

Recordaba el bar. Un cuchitril del tres al cuarto. Un camarero baboso que me miró mal al verme llegar en aquél estado. Vi sus manos temblorosas sosteniendo una botella que escupía líquido amarillo y se mezclaba con cola. El hijo de puta me instaló unas patatas alioli de aperitivo. ¿Con un cubalibre?. El calificativo que le impuse era bien merecido. Quise agradarle y le tendí un billete de diez pavos. No quise las vueltas. Tenía que demostrarle que yo era un trofeo en su asqueroso local. Debía compensarle por el vómito que estaba a punto de soltar. ¡Odio los cubalibres con pepsi-cola!.

Me recuerdo saliendo de aquel….!no me quedan calificativos, coño!, anduve por la calle dando tumbos de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Un banco me salvó de caer y darme de bruces con el suelo. Tomé un respiro. Mi cajetilla de tabaco salió del bolsillo acariciada por mi mano, y en mi afán de extraer un cigarrillo, partí al menos dos y arrugué el resto. A duras penas lo encendí con un mechero…..!Si joder, era rosa!, ¡Era el mechero marica que se sostenía en pie encima de aquél mueble que hacía las veces de mesilla!. Volví a mirarlo. Era mi compañero de borrachera. El que me sacaba de apuros cada vez que en mi boca no habitaba alcohol. ¡Joder!, ¿Qué cojones hacía allí?.

Un ligero ruido me descompuso. Alcé mi cabeza. ¡Dios!, ¿Dónde estaba?. El cuerpo alicatado con cien kilos de carne al menos, dormitaba casi en silencio a los pies de aquél jergón. Aquella imagen me recordó que en mi cara aún había lugar para la palidez. Apoyado sobre los codos la observé mientras su cuerpo se hinchaba y deshinchaba al compás de su respiración. ¿Tal vez 30 años, 40?, ¡Quien sabe!. La única seguridad era que no habría báscula que soportara su peso. Rebusqué un cigarrillo. El cilindro lleno de arrugas fue enderezado por mis dedos mientras la contemplaba. El mechero marica me ayudó otra vez. La calada de humo me hizo enloquecer cuando traté de abortar la tos con la que gruñían mis pulmones. Tomé el vaso en la mano. Necesitaba beber. Hubiera bebido hasta mi propio orín con tal de que mi necia lengua tomara vigor. Olí su contenido. Alcohol disimulado con cola. Era mi olor. El de mi ser. Con valentía dejé que eyaculara en mi boca. Mi lengua y mi mente mostraron su agradecimiento.

Me senté en la cama. La observé de nuevo. Como si presintiera mi mirada, su cuerpo se movió. Girando sobre si mísmo cayó boca arriba. Sus pechos, con algunas marcas de los pliegues de la colcha, se deslizaron a ambos lados de su cuerpo emulando unas alforjas repletas del botín sustraído. Sus pezones no marcaban ninguna erección. Paseé la vista por su cuerpo repugnante. Excesos de carne en todos los lugares. Las plantas de sus pies estaban sucias. Ascendí por sus piernas hasta los muslos. El anillo fictício era imposible. Apenas un poco vello negro me advertía que allí, tras esas hebras, se escondía su grieta. Era vulgar. ¿Pero, quien coño era?.

Bajé la cabeza y lo ví. Allí estaba. Inerte, como muerto. Protegido por un condón que me quedaba holgado. ¿Había estado follando con esa mujer?. Si, pero me negaba a dar crédito a tanta bajeza por mi parte. ¿ Cómo era posible que un tipo tan estupendo como yo hubiera caído sobre aquél colchón de carne?. ¿Qué me había pasado para tan grotesca situación?. Y entonces fue cuando ella abrió su puta boca y  llenó el vacío de mi mente. Me contó lo que no quería oír….¿O sí?

Los cien kilos de carne se arrastraron hasta dónde se ubicaba mi cuerpo. Me vi envuelto entre sus brazos. Mi cuerpo derribado sobre la colcha marrón se fundió contra sus excesos de carne. El cobijo que me regaló no me entusiasmaba, pero no podía hacer nada. Mi lengua otra vez. Seca. Paralizada.

-¿Me follarás ahora, picador?. Me preguntó con una sonrisa fingida.

-¿Quién….quién….quién eres?. Atiné a preguntar antes de que se sentara sobre mis muslos provocando el inicio de una rotura masiva de ambos fémures.

-¿No te acuerdas de nada, verdad?. Es comprensible, estabas muy borracho.

-¿Qué hago aquí, ¿Quién eres tú?. Pregunté desencajado.

-Soy tu zorrita, picador.

Aquella masa de carne me sepultaba. Dudé si la cama aguantaría el peso de ambos. El suyo. El mío estaba fuera de dudas. Con su mano trabajaba mi pene, funda incluida, mientras me contó mi vacío.

-Anoche viniste al “Conejo verde”. Venías borracho. Pero tenías ganas de juerga. Te pedí que me invitaras a una copa y me invitaste. Nunca te hubiera molestado, pero al ver tu estado…..y antes de que alguna lagarta te sableara el bolsillo, me acerqué a ti y estuve contigo. Me contaste que trabajabas en AENA, que hacías aviones y esas cosas que vuelan. Y me contaste algún chiste. Lo pasamos genial, luego…..luego te quedaste dormido. ¡Pero despertaste pidiendo un coño y una copa!. Parece que esos diez minutos de sueño te despejaron algo. Me besaste y me dijiste que te gustaba. Y….te pedí cien pavos para venir a mi casa. ¡Y aquí estamos!. Eso fue a las tres de la madrugada, cuando cerramos el local. Ahora son las 9 de la mañana.

-¿Hemos follado?. Pregunté con temor a su respuesta. Los signos eran evidentes. La funda de látex no mentía.

-Noooo, no pudiste. Llegaste a ponerte insolente. Me insultaste llamándome cerda y cosas por el estilo. Ja, ja, ja….decías que te ibas a follar al elefante ja, ja, ja. Te tuve que poner un preservativo ante tu insistencia. !Ni chupándotela se te empinaba!. Luego….ja, ja, ja…caíste entre mis brazos. Supongo que perdiste el conocimiento por el alcohol consumido. En el “conejo verde” tomaste cuatro copas….y no se las que traías a cuestas ya, pero debían ser muchas. He visto muchas borracheras, pero la tuya…..ja, ja, ja.

-¿Entonces no follamos?. Pregunté aliviado.

-No. No pudiste, pero ahora si podrás. Me dijo mientras expulsaba de mi pene el preservativo y arrimaba mi glande entre sus hebras.

Quise protestar, pero mi boca no obedecía. Quise evadirme, pero sus carnes lo impedían. Quise….

Mi pene flácido se insertó en esa grieta. Su mano en mis testículos, sus movimientos de cadera, su calor interior….su cara dulce, transmitieron el vigor necesario para que la lanza se endureciera. Y fue cuando me besó, fue cuando me selló, y fue cuando me corrí.

-No te preocupes, picador. Esta noche ha sido mi primera noche de puta. Eres el primero que me folla después de mi marido. No te contagiaré nada. Llevo seis meses sin saber lo que es sentir a un hombre dentro. No valgo para puta. Sólo soy una ama de casa a la que su marido engañaba con otros cuerpos más estilizados que este que ha provocado que te corras. Me ha dejado. Y sin dinero, pero te devolveré los cien pavos. En eso no hay problema.

Y me besó. Me besó con ternura. Me besó con amor. Y correspondí a su beso. Ebrio.

A las 11 de la mañana, con un sol de cojones, salí de su casa. Ya en la calle, entré en un bar. Una cerveza aplacó por unos minutos mi sed. Mi cabeza aún daba vueltas. Aún estaba fragmentada por el alcohol. Pero en un fragmento había quedado grabado mi primer polvo con una puta. Y…..aún conservo aquellos cien pavos, los mísmos cien pavos que me hacen retroceder cuando mis deseos son exigentes.

Coronelwinston

Nota del autor; Pido perdón si alguien se ha sentido ofendido por mis reiterativas alusiones a la mujer del relato. Nada tengo en contra de las personas obesas, ni delgadas, ni altas, ni bajas, ni morenas, ni rubias...simplemente el relato lo escribí así. Todos tenemos nuestro encanto. Un saludo.