Cien azotes
Relato 50% real en que me dieron 100 azotes, y luego se negociaron otros temas.
Recuerdo que conocí a esta pareja de dominantes por internet. Su propuesta era simple: querían darme cien azotes con un látigo. Eran dos hombres, de nombre igual. Uno más alto y fuerte. El otro bajito, pero era el que mandaba y el que habló conmigo todo el rato.
Me comentó el que mandaba de los dos que quería negociar conmigo algo más, pero en situación de física desventaja: estando de rodillas, y desnudo. No sabía bien qué era.
Llegué a su piso y me recibió Fran (el bajito) vestido sin más. El otro, Paco, estaba fuera de la vista de la puerta. En cuanto me dirigió al salón lo vi ya desnudo.
-Has venido aquí sabiendo lo que había, ¿verdad?
-Sí claro, usarme, y azotarme. ¿No es eso?
-Si has venido es que aceptas.
-Por supuesto.
-Desnúdate. Y ponte en ese sofá de rodillas mirando a la pared.
Así lo hice. Mi físico era bueno en aquel momento. Bajito, pero de espaldas anchas, músculos marcados, cuello ancho y pectoral marcado. Nada de pelo en el pecho, pero mucho en las piernas.
Me dejaron allí un minuto, con las manos en la nuca, esperando que me pudiera caer una lluvia de latigazos. Les oía hablar pero no sabía de qué.
Paco, el alto y desnudo se puso delante mía a tocarme el cuerpo. La espalda, el pecho, la polla, el culo… Me besó. En ese momento, dejándome hacer por Paco, Fran, detrás mía, me dio el primer azote que no esperaba.
-Cuenta.
-Mmmno. - Paco ocupaba mi boca con un beso.
-Paco déjale contar.
Empezaron a caer azotes. “...dos, tres, cuatro...”. Mientras, Paco me hacía el amor, me abrazaba, me besaba…. Cuando ya íbamos por veinte Paco me hizo comerle la polla de rodillas en el suelo mientras él se sentaba en el sofá. Él disfrutaba de placer. Yo disfrutaba el suyo. Fran seguía azotándome la espalda y el culo con cuidado de no darle a su pareja. Cada vez que me daba, yo abría la boca para no morder, pero, sin sacarme la polla de la boca contaba: “feintifinco, feintifeif”. Yo no lo veía, pero mi espalda se llenaba de verdugones de cada azote.
-Sácatela y cuenta bien -dijo Fran.
Seguí masturbando a Paco mientras me caían más latigazos. “treintaycuatro, treintaycinco...”
Los azotes arreciaban. Cada vez me hacían más daño. Me empezaba a quejar. “Ah, cuarentaysiete”. Paco se corrió mientras yo le masturbaba con el cincuenta y cuatro. Se fue a limpiarse. Fran empezó a dar con menos cuidado: su pareja no estaba ya.
Mis lamentos fueron mayores. “Aaah! ¡Setenta!”.
-Lo estás haciendo muy bien, vamos, queda poco. Demuestra lo que vales.
El látigo me abrazaba a veces por la espalda y el pecho dejándome marcas en él desde atrás hacia delante. No veía por dónde me venían, porque no miraba atrás. Estaba concentrado sólo en aguantar.
-¡Noventa!
Fran estaba en el frenesí de azotarme. Lo imaginaba apretando los dientes con cara de crueldad y satisfacción.
Y llegó el cien. Todo se acabó.
-Muy bien. Te has portado muy bien y has aguantado. Veo que cumples.
-Eso intento. Gracias por los cien.
-De nada. Te dije que quería negociar algo más. ¿Sabes qué es?
-No.
- Quiero hacer una fiesta con unos amigos. Y quiero que tú seas el sirviente en ella. ¿Aceptas?
-¿Qué tengo que hacer?
-Servir la mesa, recogerla, comerás lo mismo que nosotros, pero no con nosotros. Y después… lo que surja. ¿Aceptas?
-Puede ser, pero hay que dejar muy claras las cosas. Lo que puedo y debo hacer y lo que no.
-Ya estás desnudo. Arrodíllate.
Y redactamos todas las condiciones. Fueron así:
“El esclavo llegará a las 13 horas del sábado para ayudar a poner la mesa y preparar todo para recibir a los invitados.
El esclavo acepta:
-Permanecer desnudo todo el tiempo que dure su estancia en la casa hasta que se vayan los últimos invitados.
-Servir la comida y no comer en la mesa con el resto de invitados. Se le dará su ración de las sobras de los demás, que comerá en el suelo de la cocina, sin poder usar cubiertos, ni las manos. Sólo la boca.
-Antes, durante y después de la comida, deberá obedecer las indicaciones de los anfitriones en todo momento.
-Ser usado y humillado por los anfitriones.
-Ser usado y humillado por los invitados.
-Dar placer sexual a todas las personas presentes que lo soliciten a los anfitriones, que controlarán en todo momento la actividad con el esclavo. Siempre dentro de las normas del sexo seguro.
-El esclavo podrá ser castigado físicamente de las siguientes maneras: azotes con mano, látigo u otros utensilios; cera caliente, pinzas de la ropa, ataduras y las que surjan en el momento.
-El esclavo aceptará todo el dolor que los anfitriones e invitados deseen inflingir.
-Todos los insultos y humillaciones que le deseen aplicar anfitriones e invitados.
-Servir en todo lo que se le pida.
Y así se firma para que se cumpla.”