Ciclos I

Otro humilde relato, para l@s mejores lectores de la web!

Ciclos.

I

La asistente de mi amigo Mateo anuncia mi entrada a su despacho, el cual se encuentra a tan solo unos pasos del mío. Vine a tomar mi típico café mañanero.

  • ¡Pero mira quien se cortó el cabello!, latonería y pintura ¿uh? – me dijo alegre, dejando de lado un par de documentos. Me carcajee - muy adolescente ¿no crees?

Me disponía a responderle cuando la pequeña rubia, su asistente, terminando de servirme un poco de café, intercedió por mí.

  • A mí me parece que se ve linda Licenciada Raquel.

Un tanto ruborizada y ante mi agradecimiento cerró la puerta para dejarnos a solas.

  • ¿Crees que se burlaba?, tal vez estoy mayor para estos cortes de moda.

  • ¡Por Dios que anciana suenas cuando te expresas así! – Puso sus ojos en blanco – yo dudo mucho que se burlara, sinceramente creo que te está echando los perros.

Era mi turno de reírme.

  • Deberías tenerla – lo mire con el ceño fruncido – sabes ahora que estas a punto de despedir el incompetente “asistonto” que tienes, aprovecha que me voy, no dejes a la chiquilla sin un jefe que la moleste.

Me relaje pensando que no era tan mala idea después de todo.

  • Y bueno ya sabes, quien quita y crezca la magia y ocurran divertidas escenas lésbicas de las cuales espero enterarme con detalle.

Me observo con esa perversión típica suya. Alce mi mano, señalándole mi anillo. Resoplo.

  • ¿Has visto a la carajita si quiera? – miro al infinito recordando la linda figura de la rubia en cuestión.

  • Si tanto te gusta “tenla tú” – sugerí.

  • ¿Qué más quisiera yo?; pero estoy segurísimo de que no juega para mi liga.

Me levante ya sin ánimos de oír sus incoherencias.

Al tiempo que coloque mi mano en la manija de la puerta lo oí decirme “recuerda que el anillo es simbólico Rocky”

  • Al igual que tu cerebro – respondí sin girarme a verlo. Agraciada de que usara aquel sobrenombre que no oía ya en más nadie sino él.

Ciertamente mi amigo en unos días se fue para celebrar su pronto retiro, la crisis de la mediana edad lo tenía loco, ya no quería su trabajo, si es que alguna vez lo quisimos; quería viajar, vivir, decía. He de reconocer que en el fondo lo envidiaba bastante.

La joven Kate comenzó a trabajar conmigo, sus habilidades y talento laboral me tenían fascinada, estaba convencida de que tendría un gran futuro en esta profesión.

Mañana de viernes, baje a la cocina en busca de Sarah, ella preparaba el desayuno en calzoncillos, su cuerpo maduro aun elevaba mis pulsaciones al máximo. Me acerque, abrace su cintura y busque besar su cuello, ¿su reacción? Girarse, evadirme sutilmente, camuflajeando el gesto con un beso fugaz.

Conversamos durante el desayuno, todo de acuerdo al cronograma habitual.

  • En la noche es la cena de aniversario del despacho.

  • Lo recuerdo – respondió sin elevar su mirada.

  • ¿Iras?

  • Por supuesto – al fin dejo de ver su celular – al término de mis reuniones estaré allá.

  • ¿No prefieres que te busque? Llegar juntas.

  • Recuerdo bien la dirección, no te preocupes.

Me sonrió, respondí sin emoción. Beso mi mejilla y sin culminar su desayuno subió a prepararse.

Estas cenas de abogados suelen ser genuinamente aburridas, la mayoría de nosotros somos mayores, serios y estreñidos; en mis primeros años goce de la parodia social de estos eventos, la hipocresía inmersa en la elegancia y la etiqueta; ni si quiera note el instante en el que me transformé en una aristócrata más.

La cena me resulta igual o aún más insípida que el brindis; distrayéndome un poco observaba las parejas, me divertía saber que en ellas encontraba un espejo de lo que Sarah y yo seriamos si ella hubiese asistido como aseguro que haría.

Las masas a un compatible tono oscuro, la mayoría así como yo optamos por trajes negros pero a unos instantes de mi apreciación la sala se paralizo y bajo una potente fuerza magnética se evocó a mirar a una despampanante rubia cubierta de un llamativo vestido rojo, se acercó a la barra libre a pedir una copa; fascinada por la naturaleza humana seguí los movimientos de ella, las reacciones de los caballeros deseosos y de las damas envidiosas o alarmadas por su perfecto escote. No fue sino hasta tenerla a unos pocos metros de distancia que pude procesar que la chica era Kate, mi asistente. Tomo asiento frente a mi perplejidad.

Segura saludo, torpe respondí.

Observo la cartilla que indicaba el nombre de Sarah, correspondiente al puesto que ella ocupaba para el momento.

  • ¡Lo siento! – comento apenada, haciendo ademan de levantarse, la detuve de inmediato.

  • ¡No te preocupes! – Bebí de mi trago – Sarah no pudo asistir, no es necesario que te vayas.

La decepción posiblemente invadía mi rostro.

La chica negándose a invitaciones y miradas de otros, se mantuvo conversando a mi lado. Me preguntaba si se sentía obligada a hacerlo, pero a pesar de las dudas disfrutaba de su compañía.

Un grupo de chicos pasantes y asistentes de mis colegas se acercaron. Con timidez pidieron hablar con Kate, ella se alejó para volver un instante luego, sonriente.

  • Iremos a un club acá cerca – sonreí - ¿desea acompañarnos Licenciada Raquel?

Pregunto un poco sonrojada.

  • No, Kate, gracias, pásenla bien.

Se despidió dejando ahogar un impulso por decirme algo más, gesto al cual no pude prestar mayor atención. Observe mi reloj, planeando ir a casa.

  • Sigues manteniendo un placer por las reuniones aburridas – me levante a abrazar a Mateo.

  • Y ¿tú que haces aquí entonces?

  • El licor es gratis – alegó sentándose a mi lado.

  • Creí que te irías con la chiquilla.

  • ¡No comiences Mateo!

  • Deberías estar imaginando mil maneras de arrancarle ese vestido.

Mi rostro se llenó de seriedad.

  • ¡Antes eras chévere!

  • Creo que no puedo negar eso.

  • ¡Oh por Dios! ¿Tanto me extrañas que ya hasta la razón me das?

Ignorándolo bebí de nuevo.

  • Tercer año que no viene – me recordó tras unos segundos.

  • Esta vez aseguró que lo haría.

Nos observamos, opte por no entender el mensaje en su mirar.

Un tanto ebria y un poco más deprimida partí al departamento, a oscuras, como lo sospechaba Sarah aún no había vuelto. El sonido de la ducha en pleno amanecer me percato de su presencia.

  • Tuve una junta de emergencia ¡lo siento! – tomo asiento sobre la cama.

  • Si no querías ir solo tenías que decirlo.

  • ¡Ya te dije que tuve una junta emergencia! – se alejó, guarde silencio tragándome las mil cosas que quería decir.

  • ¡Claro que se lo que puede significar Carmen!, no soy estúpida.

Mi amiga me observo apenada.

  • No debí decirlo lo siento.

  • Ya lo he pensado – relaje mi tono, comprendiendo que no es su culpa – tal vez tiene una aventura, tal vez ya no quiere estar conmigo, tal vez si tuvo una emergencia.

  • ¿Por qué te lo guardas?, habla con ella.

  • Y arrojar todos estos años a la basura.

  • Si presumes que estarás arrojándolos a la basura y no salvándolos, es porque ya tienes muy claro lo que pasa.

Miércoles en la noche, sentada de espaldas a la entrada de mi oficina, observando la ciudad, con mi agenda sobre mis piernas y mi concentración viajando a lugares de mi pasado.

  • ¡Tengo una reservación a cenar, solo hace falta que le pongas fecha Sarah! – me senté a su lado, ella solo me miraba con enojo.

  • ¿Por qué demonios estas aquí siempre?, no estudias aquí. Se levantó dándome la espalda siguiendo su camino, fui tras ella ignorando la risa de Carol.

  • Sinceramente no quiero dejar de verte – observe su lindo trasero llenando el jean - ¡Vamos Sarah! Acepta salir, cambia la respuesta por una vez.

  • Ni siquiera te conozco.

  • Mejor razón, así nos conocemos.

  • ¡No soy lesbiana!, te lo he dicho mil veces.

  • Lo sé, lo sé, pero nada pierdes con aceptarme una salida. Tampoco es que mágicamente te convertiré en lesbiana; en serio me gustas Sarah.

Par de pasos en silencio.

  • Una sola cita es lo que necesito.

Se detuvo a verme.

  • ¿Necesitas?

Guarde silencio. Mis ojos picaros le decían todo.

  • ¿Si lo hago me dejaras en paz?

  • ¡Te doy mi palabra!

De vuelta a la realidad fingía trabajar en mis casos, cuando tan solo podía repetir en mi mente nuestra primera cita, fue terrible.

Mi carro fallo, a mitad de camino tuve que jugar con la batería, me había manchado un poco de grasa la camisa, ya era tarde para cambiarme.

Sarah se negó a que la buscase, nos vimos en el lujoso restaurante, me levante de la mesa para recibirla, su mirada con desprecio observo la pequeña mancha en la blusa blanca de seda; gracias a Dios había logrado limpiar un poco de la blusa y lavarme las manos, de lo contrario me fulminaba con su mirada. Desde allí todo partió mal.

  • Pudiste venir decente al menos, ¿no?

Explique con torpeza lo sucedido. Sarah resistente y repelente se sentía desagradada ante cualquier cosa que le dijese, sus comentarios desdeñosos y quejas abatían la cena. Tanto esmero puso en amargarme que ya dudaba si solo estaba saboteándome o genuinamente la estaba pasando tan mal.

Después de una infantil discusión logre convencerla de dejarme llevarla a casa, en lugar de buscarle un taxi.

Observó los asientos traseros, un tanto desordenado tenia mis abrigos y alguna lata de gaseosa.

  • ¿Sueles ser así de desordenada?

  • Solo estoy teniendo un mal día.

Asegure cansada, su tono de critica estaba enloqueciéndome, como podía ser tan hermosa y tan imbécil aquella mujer.

  • Se te encendió la luz del motor, seguro no lo chequeas regularmente.

Tense la mordida, guardando silencio, tratando de no dejarme hundir por su actitud claramente mal intencionada.

Terminando la primera colina antes de llegar a su casa, el carro se apagó por completo, no podía creer aquello, jamás me había fallado, ese día llevaba dos veces.

  • ¡Sabia que debía tomar un taxi!

Baje del auto, jugando con los cables me pego corriente, ella de pie a mi lado con los brazos cruzados a la altura de su pecho lo disfruto, en su mirada pude verlo.

Manche de nuevo mi camisa y mis manos pero logre encenderlo, coloque tirro negro en un cable pelado y arreglado el problema, al menos por ese instante.

Exhalo aire con cansancio y se introdujo al auto, yo frente a ella, en la carretera desolada me canse de su actitud, de mi mala suerte y de todo, busque un botellón de agua y jabón en la parte trasera, me lave y frente a ella, en ese mismo lugar, me quite la blusa, atónita me observo a segundos antes de mirar a todos lados, asustada por si venia alguien. A mí ya no me importaba, nada me importaba ya, que más podía salir peor.

Entré con mi rostro serio, arrojando la blusa hacia atrás, cogiendo uno de los suéteres del desorden y colocándomelo frente a ella.

  • Perdona los retrasos, ya estamos por llegar.

Un tanto aturdida asintió, fue el mejor gesto que obtuve en toda la noche.

Me detuve frente a su casa, sin ánimos de mas caballerosidad me contuve de bajarme para abrirle la puerta, esperaba que se bajase corriendo pero no lo hizo. La observe.

  • Fue un placer Sarah – mi educación no me permitía atacarla. La suya por el contrario…

  • ¡Quisiera decir lo mismo! – y no pude resistir más.

  • Me imagino que con tu actitud te resultara imposible hallarle placer a algo.

  • ¿Mi actitud?

  • ¿Cómo podríamos lograr algo si estas saboteando todo el rato?

Se burló, incendiando un poco más la mecha.

  • ¿De verdad creíste que lograríamos algo?

  • Si no fueses tan mimada.

  • Fuiste tú quien me rogo por la cita.

  • Me confundí con la expresión angelical de tu rostro, mil disculpas por eso.

Y nos dijimos un par de tonterías más hasta que repleta de la ira me atrajo hacia ella, con rudeza beso mis labios, saliendo de la sorpresa y lidiando aun con mi enojo correspondí, mi mano sin necesidad de pensarlo busco tocarla bajo la blusa, su pecho vibraba en adrenalina, mis labios bajaban por su cuello.

La noche nos cobijaba, permitiéndonos recrearnos frente a las residencias universitarias, en mi auto, a plena vista.

Desabroche su pantalón, sin tener conciencia de que ya había reclinado su asiento y mi mano izquierda hallaba con habilidad el camino a su sexo. Mordiendo su labio, sus uñas se clavaban en mi espalda, me disponía a explorar mejor su ser cuando su bipolaridad ataca de nuevo, con energía me empuja alejándome de ella, yo tratando de calmar mi pulso la observaba, aturdida la vi acomodar su ropa e irse. Sin palabras.

La calentura no se me calmaba, el asombro menos, no podía pensar. Solo sabía que estaba loca y eso me fascinaba.

Pasaban los días y no podía sacarla de mi cabeza. Deseaba tenerla de nuevo