Chus, la cuenta atrás: episodio 9.

Continúan las desventuras de nuestra fiel Chus.

Cinco hombres de diferentes edades, todos con look de ejecutivo, se apoltronan en sus cinco respectivas butacas. Para algunos es la primera vez en aquel lugar, para otros la última vez fue apenas la noche anterior. Todos visten traje y corbata, pero no tardarán en estar completamente desnudos. Al cabo de unos minutos que les resultan eternos, otro hombre entra en la sala. Va desnudo, con la polla al aire. El hombre, que no está precisamente muy bien dotado, disfruta exhibiéndose y, sobre todo, calculando los beneficios que esa noche le va a arrojar.

Se dirije a los presentes, les recuerda las reglas; recibe los pagos en metálico. Un minuto después, hace sonar un timbre de servicio y una exhuberante rubiaza aparece bajo el marco de la puerta. Está completamente desnuda, salvo por el tanga de hilo y los tacones altos, y al acercarse a los presentes con una bandeja repleta de copas y botellas caras, sus enormes pechos se bambolean al ritmo del hipnótico paso que marcan sus caderas. Tiene unas tetas enormes, y es muy alta. Los nuevos, solo con verla, tienen ya la polla a punto de explotar bajo sus pantalones de Armani; los más veteranos, quienes ya la han catado, se han pajeado antes de venir para tener más aguante con ella. Rocío, o mejor dicho Fidel, cobra por corrida. Si un hombre paga quince mil por una de sus mamadas o cubanas, o por darle por el culo, lo paga por el tiempo que le lleve correrse. Existen sonadas excepciones -en ningún caso de más de treinta minutos-, pero la media suele estar en torno a los cinco minutos. Pasado ese umbral, ya sea con la boca, con el ano o con las tetas, Rocío ha logrado ordeñar a su cliente en un ochenta o noventa por ciento de las ocasiones.

Algunas veces Fidel la vende a precios más populares, para que así se trabaje a varios a la vez. Él gana más en menos tiempo, y los ricachones más tacaños pueden permitirse también el gozar de Rocío. Normalmente, la rubia los engancha, y hasta los más reacios terminan por gastarse el doble más tarde en una sesión privada. De todo lo que Rocío genera con su cuerpo, le corresponde un porcentaje. Fidel no osa incumplir el acuerdo; no le saldría rentable y, además, se expondría a un gran peligro. Aunque, por otra parte, ya lo está corriendo.

Rocío deja la bandeja sobre una mesa auxiliar y empieza a servir las bebidas, a la vez que calienta al personal. De paso que suministra un whisky por aquí o una copita de champaña por allá, va magreando paquetes, dejándose tocar el culo y poniéndole las tetas en la cara a más de uno. Todos han pagado ya por adelantado, pero sabe que si los calienta le aguantarán menos tiempo y, al poco rato y tras otra copa por cuenta de la casa, querrán repetir.

Pero esa noche Rocío tiene compañía. Cuando ella se ausenta hacia una de las habitaciones con el primero de sus clientes, Fidel hace los honores y presenta a una nueva puta a su clientela. Se llama María Jesús, aunque pueden llamarla Chus, les dice, y, aunque no tiene el culo ni la altura de Rocío, es un bellezón y sus tetas tienen también un tamaño considerable -puede que una talla por debajo de la rubia, no obstante-. Chus acapara desde el inicio toda la atención. Aquellos cuatro hombres que esperaban con ansia el retorno de Rocío y que llegasen sus respectivos turnos, activan su atención al ver entrar a aquella morenaza de cuarenta y pico, de pelo largo y liso, ojazos verdes, facciones hermosas y un par de tetas grandes y turgentes. María Jesús las lleva al aire, pero, a diferencia de Rocío, no lleva solo un tanga, sino unas botas altas y un pantalón elástico, de montar a caballo. Así parece más alta, el efecto es el deseado. Sobre el cuello, casi cayendo sobre las enormes tetas, una cadenita dorada con un crucifijo al extremo recuerda el pasado de Chus, que un día fue una mujer decente.

Fidel, que influido por lo que ha visto sufrir a Chus en el club la subestima, aquella noche la vende muy barata. Cuando en posteriores veladas las cifras alcancen en ocasiones los cuatro ceros, su clientela no tomará aquello como un error sino como una estrategia. Aquellos hombres pensarán que Fidel la puso asequible al inicio para engancharlos a ella con mayor facilidad. "Como el camello que te invita a la droga", llegó a decir uno de los susodichos.

Esa primera noche de estreno, Chus se come unas cuantas pollas. Entre los millonetis corre rápido la voz, y todos quieren probar su boca de mamona experta. Chus se siente deseada de nuevo y se come alguna de esas pollas como si de la del mismísimo Juan se tratase. Uno de los clientes le pasa la verga por la cara y la insulta, y ella sonríe, resplandeciente, encantada de la vida. Por supuesto, Chus no gana un céntimo aquella noche, lo hace todo por placer, por sentirse atractiva, por subir otro peldaño en la escalera que la acerca a recuperar a Juan. Solo una cosa la incomoda, algunas noches más tarde, cuando ya ha entregado todos y cada uno de sus orificios. Ese día los ejecutivos de turno hacen una colecta para ver cómo Rocío y ella se comen el coño la una a la otra. A Rocío aquello le repugna, no solo porque no le va lo lésbico, sino porque ella sí sabe qué tipo de rabos han pasado por la raja de Chus. No puede olvidar que ha sido montada por un jodido perro pocas horas atrás. Pero haría cualquier cosa por dinero, y se indigna cuando es la propia Chus quien se niega a hacerlo. Les ofrecen un pastón ante la negativa, pero Chus sigue en sus trece. Finalmente, Fidel la lleva aparte y la convence. "O sales ahí y haces lo que hay que hacer, o me encargo de que Juan te repudie de por vida". Ella se arroja a sus pies, suplicante. Al fin y al cabo, a ella no le interesa que le coman el coño porque Juan nunca se lo ha hecho.

Rocío le devora su chochete casi rasurado, mientras Chus se abre de piernas como una auténtica golfa. De repente, pareciera que ha nacido para que le practiquen sexo oral. Rocío le trabaja el coño con esmero, pensando el los billetes que se va a ganar extra esa noche. Lo hace con tanta maña que Chus termina por correrse. Es el primer orgasmo que siente desde que Juan la vendió. Luego, cuando llega su turno, ella también se emplea a fondo. Rocío, de todos modos, no llega a correrse y finge el orgasmo para terminar de una vez con todo aquel espectáculo.

Otro día, les ofrecen otro pastizal por verlas en una "guera de tetas". Improvisan un ring en medio de la sala, a la que previamente le retiran todos los muebles. Luego vierten aceite por el suelo y establecen unas reglas. Rocío y Chus se pelean, con las manos esposadas a la espalda y rodándo continuamente por el suelo, a tetazo limpio durante más de media hora. Acaban exhaustas, pero Chus solo piensa en comerse de una vez unas cuantas pollas para seguir practicando de cara a ese torneo para el que falta cada vez menos, pues tiene la esperanza de que la dejen participar.

Como Fidel no todas las noches organiza este tipo de eventos, Chus prosigue su adiestramiento por cuenta propia. Se da de alta en algunas redes sociales, de búsqueda de pareja y de encuentros ocasionales, y logra de ese modo no pasar un solo día sin verse emputecida.