Chus, la cuenta atrás: episodio 6.

Seguimos retrocediendo en la historia de vida de nuestra heroína.

Tiene treinta y dos años, una hija de seis meses y un matrimonio que se va a pique. Le han diagnosticado una depresión posparto, y ha empezado a ir a terapia. La psicoanalista es cara, está por encima de sus posibilidades, pues ella lleva varios años sin trabajar. Desde que acabó la carrera de Magisterio, no ha llegado a ejercer y lo más que ha conseguido ha sido dar algunas clases particulares o hacer de niñera, de esto ya hace unos años. Su marido sí tiene dinero. No es un hombre de negocios ni nada por el estilo, pero es abogado en un bufete de éxito y, aunque es uno más del equipo, gana bien. Él le paga la terapia con gusto, dice, pues ella está "insoportable". María Jesús ya no duda que es así, que ella ha cambiado y que no debe ser fácil convivir con ella. Ya nunca se arregla, apenas sale de casa, no deja que nadie coja a la niña en brazos. Sí, está segura de que él tiene razón, y se siente en deuda porque él le paga esa psicoterapeuta, una de las más prestigiosas de Madrid, gracias a la cual espera volver a ser ella misma.

Pero lo primero que le dice la doctora es que debe sentirse absolutamente libre de realizar "su propio proceso". Poco importa, le insiste, quién abone las sesiones, ella debe trabajar consigo misma para estar mejor para ella. Si su marido no lo entiende así, añade, ella misma se lo hará ver en una sesión de terapia de pareja más adelante. Chus, al principio, no acaba de verlo claro; pero, poco a poco, aquella mujer le da un vuelco a su vida. Empieza a entender que muchos de sus traumas, por ejemplo respecto al sexo, vienen de la educación católica y estricta que recibió por parte de su padre. Eso no hace que le entren ganas de follar, pero sí, retrospectivamente, se lamenta de no haber disfrutado más de su juventud. La doctora le recuerda que no debe hablar de su juventud en pasado, que apenas pasa de los treinta, pero a Chus, aunque ahora ve ciertas cosas, le cuesta todavía un mundo pensar de determinada manera sin sentirse una puta, una cualquiera.

La doctora, tras varios meses de terapia, consigue que Chus empiece a valorar buscarse un empleo. Envía currículums a distintas escuelas infantiles de la capital, aunque por el momento sin éxito. Empieza, también, a sacarse más partido, a intentar verse guapa de nuevo. Siempre tuvo cierto éxito con los hombres, aunque ella jamás le dio importancia a ese hecho ni tampoco se lo creyó demasiado. Pero cuando las dos eran adolescentes, su hermana, dos años mayor, siempre se lo hacía notar con rabia. "A ti te miran todos, y eso que eres la mosquita muerta". Aquello también la culpabilizaba, se sentía responsable por acaparar las miradas que su hermana, de belleza mucho más discreta y plana como una tabla de planchar, hubiese querido para ella.

Su hermana Isabel había sido un quebradero de cabeza para la familia. Se relacionaba con chicos mayores desde los trece años, y traía al severo padre de Chus por la calle de la amargura. Finalmente, a los dieciocho se había quedado embarazada y se había largado de casa con el padre de la criatura. Aquello también marcó a Chus, pues sus padres, siempre que sospechaban que se podía interesar por un chico, le decían que tuviese cuidado de no acabar como la furcia de su hermana. Chus no quería decepcionarlos, por lo que huía de los muchachos y no faltaba un solo domingo a la iglesia. Era una hija modelo, pero no era ni mucho menos feliz. Acumulaba miedos, traumas y debates internos. Ya en la universidad, con su primer novio, le había costado dar rienda suelta a sus sentimientos. Pero aquella fue otra historia. Ahora Chus tiene treinta y dos años y su psicoanalista le hace ver que aún está a tiempo de muchas cosas, aunque ella, algunas, no se permite sopesarlas siquiera.

En una sesión sale el tema del sexo oral. Chus le confiesa a su terapeuta, avergonzada, que para ella sigue siendo un tabú. Hace meses que no se lo practica a José Luis, y no es por falta de insistencia por parte de este. La doctora trabaja con ella ese punto. Poco le importa que se la chupe a su marido o al vecino del quinto, pero debe liberarse. ¿Qué hay de malo en comerse una polla? Si no le gusta el sabor del semen, no tiene por qué tragárselo. Sí le gusta, eso es lo peor, confiesa sumamente avergonzada, sin poder levantar la mirada de la cara moqueta del despacho. ¿Entonces, cuál es el problema? La doctora lo ve claro, "¡Mejor que mejor, ya verá qué alegrón se lleva el afortunado!". Chus se va a casa aquel día hecha un auténtico lío. En todo caso, piensa, hacerle una mamada a su marido no la convertirá en una fulana. Y si encima disfruta de ello, pues todavía mejor. Además, puede que así deje de darle la lata con lo de la "cubana", una práctica que él le reclama sin cesar ahora que sus pechos, de siempre grandes y bien formados, son literalmente descomunales con motivo del bebé. Chus, por otra parte, hace algunas semanas que ha redescubierto el placer de los escotes, el placer de sentirse atractiva, poderosa incluso, acaparando miradas de soslayo en el metro o por la calle. Su marido, cuando la ve vestir así, la censura. Le dice que mucho enseñarlas y luego ni siquiera le da a él un gusto con ellas. En una fuerte disputa incluso la llama puta a la cara, le dice que seguro que se viste así para trabajarse al butanero. Aquello llena de rabia a Chus, quien pasa días sin hablarle. Por un momento, incluso se despierta una oscura fantasía en su mente: el butanero. Sí, efectivamente, podría recibirlo con uno de esos escotes en el reparto semanal y, sin duda, aquel hombre estaría encantado de recibir una mamada de sus gruesos labios. Pero no, jamás lo hará y lo sabe, y no solo porque el butanero, entre otras cosas, es un hombre feo y pasado de quilos.

Finalmente, tras mucho comerse la cabeza, una tarde espera a su marido con un conjunto de lencería sexy, cuya parte de arriba realza sus enormes -casi no caben dentro- atributos, y sin mediar palabra, cuando él entra por la puerta, lo sienta en el sofá, se arrodilla ante él y le baja la bragueta. José Luis no da crédito, piensa que le ha ocurrido algo, que quizá su mujer esté cada día peor. Pero esos pensamientos lo acosan apenas unos segundos, pues cuando la boca de Chus empieza a trabajarle el miembro se abandona al placer.

Chus, sobra decirlo, no es ninguna experta chupapollas. No obstante, está muy bien dotada para esta práctica, pues tiene unos labios gruesos y hermosos. Además, es una mujer muy bella, de enormes ojos verdes, y sus tetas también ayudan a mejorar el conjunto de la situación. Por lo demás, la mamada es rítmica y sin grandes alardes. Chus no ha visto más que una vez en su vida, años atrás, una peli porno, y no sabe nada de tragarse pollas hasta la garganta, escupirles o pasárselas por la cara. Artes estas que, por otra parte, difícilmente pondría en liza de conocerlas, por considerarlas, a buen seguro, de auténtica guarra. No, Chus no hace maravillas con su boca ni ejecuta grandes aritificios. Solo la chupa, como un disciplinado pájaro carpintero, con un movimiento constante de sus cervicales. A veces se ayuda de su mano derecha, pajeando suavemente la polla de su esposo desde la base, mientras se come el capullo con sus carnosos labios. Esto es lo poco que recuerda de aquella cinta X que viera con su primer novio.

Chus se la chupa durante aproximadamente diez minutos, y si José Luis no se corre incluso antes es porque le está siendo infiel a su mujer desde hace meses -una vez ella casi lo pilló con las manos en la masa, pero él hábilmente aprovechó su depresión y la hizo pasar por loca, sembrando en ella la duda sobre su propia salud mental-, le ha sido infiel incluso aquella misma tarde, y por eso, a pesar del morbo de la situación y de lo buena que está su mujer (no como el esperpento de su compañera de despacho, a la cual se folla un par de veces por semana), aguanta esos diez minutos antes de llegar al clímax.

Justo antes de correrse, cuando ya no aguanta más y le fallan las rodillas a pesar de estar cómodamente sentado en una butaca, avisa a su mujer. Ella nunca se ha tragado su esperma, y teme quedarse sin más mamadas de por vida si él le hace esa jugarreta. "Cariño" dice en un susurro, loco de placer, "cariño, voy a acabar". Ella, entonces, sin dejar de mamar, levanta la vista y sus miradas se encuentran. Sigue chupando, solo que a mayor velocidad, y con la mano también acelera el ritmo. Él cierra los ojos, se siente desamayado de placer, jamás había sentido nada igual, a pesar de que su amante también se la chupa hasta el final. Ella, cuando siente la explosión intermitente del espeso esperma en su boca, llegando un buen chorro hasta su garganta, empapa sus bragas. Está excitada como nunca lo ha estado a lo largo de su matrimonio, y sigue chupando sin parar hasta que no queda ya más semen por salir en los cojones de su marido. Lo traga todo, se relamería incluso si no fuese porque ya empieza a sentirse, al bajar la excitación, de nuevo una puta. Recuerda a su padre, ¿qué pensaría si la viese así? Las lágrimas le acuden a los ojos y las náuseas al estómago. Se levanta y se va al baño, donde devuelve. Su esposo, que lo ha entendido todo mal, interpreta que su mujer quería darle el gusto, pues gracias a la psicoterapia es consciente de lo mala esposa que ha sido estos meses y en qué medida lo ha desatendido, pero que no tiene estómago para estas cosas, lo que por otra parte le gusta. Estaría bien que su mujer lo recibiera a partir de ahora siempre con una buena mamada al volver del trabajo, pero no es necesario que se trague su semen, para eso ya está la zorra de su amante.

Cuando ella vuelve del cuarto de baño, él le da las gracias, la abraza y le dice que está muy orgulloso de ella, y que, por supuesto, debe seguir yendo a esa terapeuta por cara que sea, pues la ve cada vez mejor.