Chus, la cuenta atrás: episodio 4.
Continuamos conociendo secretos...
-¡Joder! ¿Has visto las peras que se gasta aquella guarrilla? -Comentó el primero, sin apenas disimulo.
-¡Ya te digo, macho! ¡Menudo par de castañas! -Añadió su interlocutor más próximo.
-¡Yo, si la pillo, se la clavo hasta la campanilla! -Intervino un tercero.
-¡Pero qué vas a clavar, tú, pichacorta! -Se mofó el primero, interviniendo de nuevo.
Un grupo de chavales de primero de carrera, todavía saliendo a duras penas de la adolescencia, y con las hormonas notablemente exaltadas, se dan golpes y parlotean a propósito de una compañera, en el primer día de clases. La joven, de dieciocho años, aparenta alguno más. Es una mujer hecha y derecha, y sus atributos (una prominente delantera, un rostro bellísimo) quedan resaltados por un explosivo escote y un maquillaje -sombra de ojos, rímel, pintalabios- nada discreto, aunque pese a todo elegante. Todos la juzgan como una facilona, la típica buenorra de primero a la que los cuatro guaperas del curso, y sobre todo los de años superiores, podrán cepillarse en los baños de cualquier discoteca. Puede que incluso acabe enrollada con algún catedrático y logre quedarse en la facultad haciendo el doctorado a base de comer pollas. Eso piensan, pero la realidad que tienen ante sus ojos es engañosa. María Jesús, que así se llama la muchacha, se ha vestido así por vez primera en su vida. La noche anterior discutió con su padre, y su hermana, con la que ha estado distanciada en muchas épocas muy a su pesar, pasó a buscarla para llevársela a dormir con ella y con el crío, su sobrino, pues su hermana fue madre joven y el padre de la criatura hace tiempo que la ha abandonado. La hermana de María Jesús trata de convencerla esa misma mañana:
-Chusita, estás monísima. Hazme caso, nena, así vas a causar furor en la uni.
-No lo sé, yo no me veo... Llevo...
-Llevas las tetas fuera, sí, pero ese par tienes que lucirlo, tontorrona. ¡Ay, si yo hubiese heredado las tetas de mamá y los ojos de la abuela! Has tenido mucha suerte, y tienes que aprovecharla. Debes sacarte partido.
Chus había acabado por acceder, pero no se sentía nada cómoda allí, en los pasillos de la facultad, siendo el foco de todas las miradas. Había una parte que la excitaba, es cierto, y si no hubiese ocurrido aquello ese verano, tan solo un par de meses atrás, seguramente Chus disfrutaría del poder que le confería su escote. Pero ahora en cierto modo se sentía cohibida, además de sucia, pensando en su padre y en sus opiniones generales, así como, dejando ir su mente a lo más reciente, en su discusión con él del día anterior. Su padre la trataba de puta porque consideraba que su hermana mayor lo era, y que por tanto había un elevado riesgo de que ella fuese por el mismo camino si le llevaba la contraria. Daba igual que Chus fuese a misa y vistiese habitualmente recatada, poco importaba que sus modales fuesen excelentes o que rara vez contradijese a su padre: en cualquier mínimo desliz, él veía la pútrida abominación y el desenfreno más procaz. Bastaba, como en aquella ocasión, que Chus se pusiese unos zapatos de cierto tacón para salir a dar un paseo para que a su padre se lo llevasen los demonios: "vas a hacer las cuatro esquinas, como la zorra de tu hermana, ¿no es eso?". Esta vez Chus no se había callado y se habían enganchado en una fuerte discusión, la cual su padre había zanjado con un buen bofetón -de ahí que la idea del maquillaje no fuese del todo mala, pensaba cuando escuchaba a su hermana.
Pero ahora, mientras cada mirada masculina recaía en su escote, y escuchando los cuchicheos femeninos a sus espaldas, resolvió que no se volvería a vestir así, que una vez era más que suficiente, que ella no valía para llamar la atención y menos de ese modo. Isabel tendrá que entenderlo, pensó, mi hermana tiene que aceptar que yo no me siento a gusto conmigo misma vestida de esta guisa. Pero su hermana sabía que el culpable de aquello era su padre; aunque era más importante si cabe lo que ignoraba, aquello que a ella tan de cerca le tocaba y que había ocurrido apenas unos meses antes.
-Oye, morenaza, ¿te importaría casarte conmigo? -Le preguntó uno de aquellos chavales de primero, mirándole descaradamente las tetas y queriendo hacer la gracia delante de sus colegas.
-Vete a la mierda. -Le respondió ella, seca y tajante, a la vez que intentaba cubrirse parte del escote con el abrigo.
Muchos recordarían, incluso años después, que Chus, la tetona, la que había estado saliendo con el tipo aquel que se mató en la moto, el primer día de clase había ido con un escote de vértigo e incluso maquillada, algo inconcebible para quienes no llegaron a verla aquel día, pero la trataron después, y lo cual se extendió por el campus con el tiempo casi como si de una leyenda se tratase. Incluso muchas de las jovencitas que despellejaban a Chus, que la tachaban de mojitata, de virgen, que la llamaban en claro tono de burla santa María Jesús, también algunas de ellas recordaban cómo se había presentado aquel día en la facultad y cómo las había eclipsado (algo que por otra parte seguiría haciendo) ante la pandilla de hormonados trogloditas que tenían por compañeros de estudios.
Para Chus fue un alivio llegar aquella tarde a casa de su hermana y poder quitarse los tacones, la blusa, el maquillaje; aunque cuando lo hizo, un recuerdo del bofetón de su padre la saludó desde el espejo. Y con él volvieron los sentimientos encontrados, el dolor y el asco, la necesidad de una rebeldía que no lograría jamás. Chus fantaseaba a menudo con encontrar a su príncipe azul, imaginándolo siempre como un hombre alto, fuerte, musculoso; pero sobre todo inteligente y carismático, amén de una figura protectora. Rara vez osaba fantasear con cuestiones más explícitas, pero cuando su padre la trataba de puta para arriba injustamente, a veces se descubría tumbada en la cama, con los ojos muy apretados contra la almohada, pensando en un hombre dotado, en una polla inmensa que, a falta de ninguna otra referencia, era la de su padre, solo que agigantada por la imaginación de la muchacha. A Chus le había tocado vivir cosas muy duras, y el futuro le tenía reservados multitud de reveses. No es de extrañar que llegase a ser la mujer-prostituta-esclava de un pajero en unas islas perdidas, después de abandonar a su propia hija y pasar por mil y una desgracias. Su padre, su cuñado, la muerte de su novio, las infidelidades de su marido, la desgracia en la guardería, el club, las humillaciones constantes, la pérdida de su dignidad y casi de su identidad, el coito con canes, la prostitución de lujo, las mamadas a taxistas para pagar una carrera... Chus había tenido que recorrer un largo camino y pagar un enorme peaje hasta llegar a la felicidad. En este contexto, no debe resultar insólito que para ella ese sentimiento estuviese ligado a algo tan mezquino a nuestros ojos. ¿Cómo un mujerón como ella, atractiva y culta a partes iguales, iba a ser feliz siendo voluntariamente la puta de un don Nadie? He aquí, en lo pasado y en lo futuro, la única respuesta posible.