Chus, la cuenta atrás: episodio 10.

¿Qué ocurrió mientras la pobre Chus era repudiada en el club? ¿Cómo vivió ella el rechazo aquellas difíciles semanas?

Se pinta la raya del ojo y se perfila las pestañas: sus ojazos verdes vuelven a brillar, aunque con una luz todavía tenue y algo apagada. También se alisa el pelo con las planchas, y se pone carmín en los labios, realzando su hermosa boca de mamona experta. Luego se enfunda en unos vaqueros azules que le quedan de vértigo. Ha adelgazado en las últimas semanas, y ahora su culo tiene el tamaño y el contorno preciso para una mujer con curvas y de su edad. Lo que no le ha adelgazado son las tetas, y cuando las embute en el push-up y se pone la fina camiseta de tiras por encima, toda ella parece a punto de reventar. Chus es una bomba explosiva, y la metralla se aloja bajo sus senos. Después, sin que le cubra un ápice del tremendo escote, se viste una americana elegante, abierta, que se arremanga hasta debajo del codo. Eso y unos elegantes zapatos de tacón y un bolso caro -se lo compró para una boda hace un par de años- rematan la postal.

Se mira al espejo una vez más, el espejo de pared entera que tiene en su vestidor, y por primera vez en muchos meses se vuelve a ver atractiva. "Ahora no me repudiarán", piensa una y otra vez, de manera obsesiva, aquel mujerón que viene de ser montada hace pocos días por un perro. "Tengo que recuperar la forma, tengo que chupar muchas pollas y hacer muchas cubanas, tengo que conseguir quitarme este aura de despojo humano para que Juan vuelva a comprarme". Y así, una y otra vez, los mismos pensamientos surcan su inflamado cerebro, nublando su entendimiento.

Cuando da por terminada la tarea con unas gotas de perfume, se despide de su hija Esther quien, gratamente sorprendida, le da un beso y le regala un "vas preciosa, mamá". Acostumbrada a ver a su madre hecha un despojo desde hace semanas, la niña la obsequia también con una sincera sonrisa. Chus, ya en la calle, se dirije a la primera de las citas que ha concretado por una conocida red social. En la misma noche, ha quedado con un hombre maduro para cenar, al que piensa chupársela hasta ordeñarlo en los baños del restaurante, con un joven empresario para tomarse una copa en un pub, donde dejará que la monte también en los servicios y, por último, con un hombre de mediana edad y de estupenda herramienta -le ha mandado fotos- que la enculará en su piso al alba. Ya de camino, Chus le hará una paja al taxista, no porque no tenga dinero para la carrera sino, por supuesto, para volver a sentirse deseada.

Todo lo anterior sale como la seda, tal y como había planeado o incluso mejor. Algunos hombres, el maduro, por ejemplo, no dan crédito ante esta devoradora de rabos, siempre sedienta de esperma, que se lo lleva a los servicios a la primera de cambio. Chus, una mujer elegante y hermosa, intimida a sus citas cual depredadora sexual. A todas menos a la última: el dotado cubano con que se citó casi al amanecer le sigue el ritmo y se la folla por cada agujero con decisión, fuerza y soltura. Además, se corre en su cara si avisarla, algo a lo que la buena de Chus no estaba acostumbrada fuera del club. Todo ello la excita, la pone cachonda, hace que se le empape el tanga; pero no por el placer de ese instante en sí, sino porque se siente de nuevo deseada, se siente mujer, y sabe que eso la acerca a Juan, quien tal vez un día vuelva a regarle la boca con su orina.

Al día siguiente, de nuevo no le toca ir al club. Pasa el día como puede, apalabrando citas para la noche, mensajeándose con extraños en la escuela infantil en que trabaja, mientras tiene a los infantes a su cargo. No siente remordimiento alguno, ella siempre decente, pulcra y responsable al extremo; tampoco lo siente respecto a su propia hija, a quien deja con su padre cada vez más a menudo. Solo piensa en seguir comiendo pollas para no perder práctica, pues en el club es posible que desde ahora ya nadie quiera ni rozarla. Nadie, claro, salvo algún can adiestrado. Concierta solo dos citas para esa noche, lo cual le baja de nuevo la autoestima. Muchos hombres la perciben tan desesperada que temen que les quiera cobrar o algo peor, temen algún chantaje -en este caso es una web para casados-, por lo que dejan de contestar sus mensajes de buenas a primeras. No lo soporta, y cuando uno de los padres va a por su chiquilla a la hora de recogida y, como Juan hiciera en su día tantas y tantas veces, le mira con disimulo el prominente escote, ella no se corta y le da su número. Se whatsappean minutos después, cuando el padre puede dejar a la niña con la empleada de hogar y hurdir una excusa para ausentarse de nuevo, y una hora después se la está chupando en un hotel barato que ella misma se ofrece a pagar, ante la indecisión del hombre para concertar la cita.

Se come la polla de aquel padre primerizo con fruición, y el hombre no da crédito a su suerte. Tímidamente, después de correrse abundantemente en su boca, y viendo que ella sigue con ganas de más, le pregunta si le haría una paja con las tetas. Chus, ni corta ni perezosa, le pregunta si se ha pajeado alguna vez pensando en esas dos que ahora tiene delante. El hombre, tímido, le dice que sí, con un resto de vergüenza en los ojos. Ella entonces crece de nuevo en su autoestima, se siente otra vez atractiva e incluso poderosa, se quita la blusa y el sujetador y le menea la polla a aquel hombre con un arte de profesional del porno que lo deja pasmado y lo lleva al éxtasis. Al cabo de tan solo tres minutos, el semen de aquel padre recorre sus tetas, las cuales ella se limpia a lenguetazos. Después le limpia a él la polla y, por último, le pide que le mee en el rostro.

El hombre se asusta. Aquello ha ido demasiado lejos, piensa, ahora que ya no está tan caliente tras disfrutar de la mamada y la cubana de Chus, descargándose en dos ocasiones. Inventa una excusa y se marcha. Chus se queda hecha un trapo, pensando de manera obsesiva qué ha podido hacer mal. Unos días después, al finalizar el mes, la hija de aquel hombre es dada de baja en su escuela infantil, pero para entonces Chus ya ni se plantea lo bajo que ha caído y solo se culpa por no lograr seducir a más y más hombres.

Continúa visiténdose con elegancia y buen gusto, pero enseñando cada vez más las tetas con escotes imposibles que solo se ven en televisión y en mujeres operadas. Chus sigue este frenético ritmo de vida hasta que un día, sin acordarse siquiera de que su hija está esa noche en casa, se sube a dos chavales, dos universitarios borrachos y pasados de alguna droga, a los cuales se la come a turnos, pasando de una polla a la otra. Después la enculan, le follan las tetas, la insultan, le escupen y le hacen de todo. De todo menos comerle el coño, algo que a Chus no le interesa pues Juan nunca ha querido comérselo. Su hija no llega a enterarse de nada, pero cuando a la mañana siguiente la descubre en su camita, dormida, un escalofrío le recorre el espinazo. Ese día le toca ir al club, y el fin de semana hay un torneo en el cual ella quiere participar a toda costa, pero las reglas no lo permiten y, además, allí ya nadie la valora. Su mente da vueltas continuamente sobre una sola idea: para otra persona podría ser el suicidio, terminar con todo; para ella es conquistar de nuevo a Juan. Hará lo que sea, averiguará donde vive y se presentará en su casa. Necesita volver a chupársela, sin eso su vida no tiene sentido. Lo ha pensado muchas veces, si Juan se lo pidiese, hasta al perro del club se la mamaría con gusto.

Esa tarde noche, antes de irse al club, se mira de nuevo al espejo. Está cada vez más demacrada y delgada, pero por suerte las tetas no le adelgazan. Eso sería un desastre. Pero ya no hay rímel que esconda su llanto ni corrector que disimule sus ojeras, ni ropa elegante que oculte que ha perdido el juicio. Chus está al límite y siente cómo su vida se escapa entre sus dedos. Se sube a un taxi que paga mamando, como ya es costumbre en ella -al final todos los hombres son iguales, y casi siempre acaban por aceptar ese método de pago, a pesar de su aspecto cada vez más degradado-, y se dirige al club donde esa misma velada por poco no le quemarán el coño. Eso sí habría sido una desgracia, piensa al día siguiente, pero no lo piensa por su propia salud o por temor a quedar mutilada; lo piensa porque que con el chocho chamuscado Juan jamás querría volver a saber de ella de manera definitiva.

ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO. DE VEZ EN CUANDO PUEDE QUE HAGA ALGÚN NUEVO FLASHBACK SOBRE LA BUENA DE CHUS, YENDO CADA VEZ MÁS HACIA ATRÁS EN SU DESCENSO A LOS INFIERNOS.

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