Chúpamela en todos los idiomas que sabes, perra
Julia, na elegante diplomática vuelve a casa, sólo para caer en las zarpas de varios albañiles que la someten a su antojo.
Chúpamela en todos los idiomas que sabes, perra
Darth Kleizer
Llámenme Julia, simplemente. No es mi nombre real, pero no puedo darlo. Qué más les puedo decir soy diplomática, tengo doctorados y postgrados suficientes para redactar hojas de vida de hasta seis páginas, todo lo cual, a la relativamente temprana edad de 30 años. Me siento muy bien conmigo misma, físicamente, digo, mi piel es blanca, y mi madre me heredó un bonito par de ojos azules, voy al gimnasio regularmente, así que cuento con una figura más que satisfactoria en definitiva, siempre me creí capaz de conseguir al hombre que yo quisiera pero nunca se me ocurrió que eso aplicaba también incluso debajo de la escala.
Volvía a casa, luego de varias semanas defendiendo a mi país en la Corte Internacional de la Haya; mis padres mandaron un chofer a traerme al aeropuerto. Minutos después pude atisbar nuestra amplia y lujosa casa descollando sobre los árboles, ubicada en las afueras de la ciudad.
Mamá me había mencionado que estaba realizando unas ampliaciones en el ala este, y cuando el coche atravesó la reja, pude ver cómo iban las hechuras de varios muros nuevos y de algunas obras de infraestructura de madera, de una ojeada rápida, conté unos cinco o seis obreros, sucios, trigueños, algunos de ellos sin camisa mi inicial repugnancia no me impidió disfrutar maliciosamente al ver sus caras contemplándome, con mi corta falda y mis bien formadas piernas, sin embargo, me mostré altiva, como mi alcurnia lo exige, sin dedicarles ni una sola mirada, mucho menos una sonrisa sin embargo, uno de ellos no se rindió ante mi actitud implacable, pues, me pareció oírle comentar:
-Qué buena esta la hijita, ¿no? -fue el más trigueño quien dijo esto, de panza algo abultada y robustos brazos curtidos, casi negro, pero menos que un auténtico negro que me devoró con sus ojos brillante.
-Calla, pendejo, que es la hija de la patrona -le espetó otro, el que parecía ser el maestro de obras, más bajito que aquél y con algunas canas salpicándole su pelo.
-Bien que le gusta lucirse a la zorrita esa -dijo entonces, bajando su voz, en un no muy fructuoso intento de parecer discreto. Creo que su intención no era ser escuchado, pero, dejé mi sangre hervir mientras subía las gradas hacia la entrada principal, mientras el chofer cargaba mis valijas tras de mí.
Instantes después, ya siendo agasajada por mis padres y hermanos, olvidé las palabras del naco. Llegó la noche y me hallaba tendida en mi cama, con un corto camisón semi transparente, viendo la televisión en mi recámara, con una copa de vino tinto en mi mano. Pasé los canales, harta de noticias y de documentales, y llegué a las películas eróticas, donde ví una escena con una voluptuosa rubia siendo seducida por un mecánico, claro que el tipo era un actor muy guapo, y me imaginé qué haría yo coqueteando con ese apuesto actor y entonces recordé las palabras del albañil me enojé un poco, pero algo en mí se activó me dio miedo y repugnancia, que sólo fueron exponenciales a esa súbita oleada de morbo que comenzó a sugerirme ideas y fantasías descabelladas en mi cabeza.
Sólo por un instante, pasó una imagen en mi cabeza, donde ese tipejo deslizaba sus manos lascivas y pringadas de cemento seco por todo mi cuerpo intenté guardar la compostura y alejar tales pensamientos de mí, pero la naturaleza es mejor juez a la hora de dictaminar esas cosas como pude comprobar al tocar mi sexo y hallarlo algo húmedo no conseguí apartar mi mano de mi raja, y colocando la copa en la mesita de noche, empecé a obsequiarme una suave y prolongada paja, intentando contener mis gemidos, sin tener la más mínima idea del testigo que me vio tocándome así, desde la ventana, sólo que esto iba a saberlo hasta después
Así pasaron bien, unas dos semanas. Mis padres, ajetreados empresarios, pasaban la mayor parte del día fuera de casa, mis hermanos, ya casados, vivían en casa propia, así que era yo la que pasaba en casa, puesto que eran mis vacaciones. Y a pesar de lo que me dije a mí misma, no perdía oportunidad de lucir mis encantos a esos sucios hombres que seguían trabajando en la construcción.
Recuerdo que una vez, ya cerca de las cinco de la tarde, acudí a una velada, a reunirme con algunos amigos de profesión. Salí con un vestido blanco muy corto y escotado, me había dejado mi cabello corto, poco debajo del cuello. Me llenó una morbosa e ilícita satisfacción cuando las palas, los picos y demás bulla inherente a la albañilería, cesó cuando salí por el umbral rumbo a la limusina. Sin embargo, esta vez, el osado e indiscreto morenito volvió a comentar:
-¿Qué harías vós con eso en las manos, Tadeo? -le preguntó a otro, siempre en voz algo baja, sin intención aparente de hacerse oír. Agucé mi oído y quise escuchar lo siguiente, manteniendo mi fachada de aristocrática altivez y sin embargo, poseída por unas ganas inusuales de captar las palabras de esos tipejos.
-Qué no le haría -repuso el tal Tadeo, algo atrevido.
-A callar, que nos pueden dejar sin este trabajito -dijo el ya maduro maestro de obras, quien a pesar de su admonición, tenía sus ojillos clavados en mí.
-Esa puta lo que necesita es un macho de verdad, que la haga llorar, y no esos mariconcitos hijos de mami con los que sale -refunfuñó el trigueño. El maestro de obras le dio un codazo para que se callara.
Subí al coche y no pude escuchar más. Fui pensando en lo que ese obrero dijo. Se había referido a mí como una "puta", y lo que me tenía horrorizada es que, no me hallaba indignada en absoluto. Ese último comentario me tenía pensando, en mis experiencias con mis novios y demás amantes casuales, no me podía quejar, pero algo, una recóndita voz en mi cuerpo me decía que no era suficiente
Volví muy tarde, eran casi las cuatro de la mañana. Un amigo me fue a dejar. Creo que es irrelevante mencionar su nombre, sólo cabe destacar que bailamos muy pegados, oportunidad que no perdió para frotarme su miembro y manosearme de vez en cuando, cada vez de manera más descarada y yo, igual de picarita, pegándome más a él, al cabo de un par de canciones ya nos besamos, pero no pasó de ahí me hice la difícil, aunque una parte de mí no lo entendía, porque la verdad estaba ardiendo de ganas por un hombre "un macho de verdad", como había dicho aquél desagradable sujeto.
-Buenos días, señorita -me gruñó entonces, una voz detrás de mí, cuando me registraba mi cartera en busca de la llave. Me di vuelta, agitada, y tal como lo sospechaba, era el albañil grosero.
Miré mi reloj dorado en mi muñeca, eran las cuatro y medio.
-Buenos días -musité, algo mareada por las copitas-, no sabía que entraban tan temprano a trabajar.
-Es para terminar rápido, preciosa; además, uno nunca sabe qué sorpresita se puede hallar tan oscurito y mire nada más, me encuentro a esta ricura -decía, acercándose a mí.
-No se me acerque -le espeté, intentando ignorar cierto escozor allá abajo.
El albañil no me hizo caso y muy de cerca, tanto que pude oler su aliento a tortilla y café: Verá, yo sé cuando una hembra anda ganas de verga.
-¡Pero cómo se atreve ! -exclamé entonces, casi actuado, e intenté abofetear a ese sujeto, pero mi medio embriaguez había obnubilado mis reflejos, y el tipo me sostuvo la muñeca, apretándome contra la pared, oprimiendo contra mi vientre su tieso bulto, frotándolo, su lengua recorriendo mi cuello me asqueó y forcejeé con él, pero me tomó la otra mano, aplastándome con su cuerpo- ¡Déjeme, deje estas estupideces, puedo meterlo preso si quiero!
Y ese hombre, algún par de años mayor que mí, trigueño, más bajito que mí, me dijo, con total cinismo:
-Pues voy preso, bombón, pero desde hace días nos andás calentando, y usted está muy equivocada si la dejo ir antes de cogérmela como Dios manda -y estampó su bocaza sobre la mía, me revolví de asco, intentando, en vano, zafarme de las garras de ese tipejo, quien sin mayores dificultades, prácticamente me arrastró hasta la zona de construcción, donde mi familia o empleados no pudieran escuchar nada.
-¡Déjeme, déjeme ir! -forcejaba, por ratos, casi logrando soltarme de él, pero su fuerza superaba la mía, y entonces, con un súbito impulso, me arrojó al suelo. Me lastimé las rodillas y las manos con la grava, y lo miré, suplicante, a punto de llorar.
El albañil me contempló, con mi corto y ceñidos vestidito blanco, con mis largas y bien formadas piernas casi al descubierto, admirando el banquete que alguien de su calaña nunca soñaría poseer.
-¿Sabe usted quién soy? ¿Tiene idea? -le desafié, intentando rezagar esa tenebrosa parte de mí que deseaba seguirle el juego.
-Sí. Eres la próxima perrita que me voy a echar -y antes de que me permitiera responder algo, "para mantener mi fachada aristocrática", se bajó la cremallera y ante mí, oh, Dios, emergió la verga más gorda y venosa que mis ojos habían contemplado. Hasta mi incipiente llanto se cortó en seco.
El naco se rió y dijo:
-Sí, todas se quedan calladitas al verme la mazacuata.
Desvié mi mirada, avergonzada, la sangre subiendo vertiginosamente a mis mejillas. Poco faltó para que me relamiera, y mi sexo me picó, todo mi cuerpo deseaba una cosa, y pugnaba contra mi imagen de altiva niña rica para poseer ese nuevo capricho.
El hombre, sonriendo negligentemente, se acercó a mí, sobándose esa cosa, poniéndola tiesa para mí, y sin duda, mi escote y mis largas piernas lo ayudaron mucho. Se detuvo a escasos centímetros de mi rostro. Subí mi mirada y me encontré casi de frente con ese glande monstruoso y oscuro, creo que hasta un poco deforme, pero la boca se me llenó de saliva y bajé mi mirada otra vez, sumamente agraviada.
-Vamos, vamos, perrita, llevas días moviendo tu culito paradito frente a nosotros, me tienes bien arrecho desde hace días, ahora me las vas a paga, pisona a ver, ¿por qué no pegas un buen grito para que tus pinches criados vengan corriendo a detenerme? Porque eres una puta ganosa de verga, y aquí te tengo una bien grande y jugosa, vamos eso es lo que quieres, zorra
-¡Cállese, no me hable así! -le escupí, aunque ni una sola palabra de ese hombre era mentira. El se rió de mí y me frotó ese hongo contra mi mejilla, el ardiente contacto me hizo respingar y mirarlo con furor, entonces esa verga rozó mis labios y para mi eterna incomprensión, se abrieron, y ese mero albañil, sin dudarlo si quiera, introdujo su enhiesto miembro en mi delicada boca
Media hora antes, rodeada de mis refinados amigos de sociedad, nunca hubiera imaginado que minutos después estaría de rodillas ante un obrero, sosteniéndole su gruesa y tiesa pija, devorándosela con inusitadas ansias, mugiendo y retorciendo mi boca, enrollando mi lengua en ese monstruo, sobándole los guevos a ese cualquiera
-¡Aaaaaahhh, así es, prostituta, así, dale! ¡Yo siempre sé cuando las mujeres quieren verga, y yo no se las mezquino, no señor!
No hallé qué responder a eso, seguí mamando esa curtido pene, saboreándolo, nunca tuve algo parecido en mi boca, poco a poco iba perdiendo control sobre mí misma. Me la saqué de la garganta y le pasé mi lengua desde el borde del escroto hasta la punta, viendo a los ojos a ese inesperado amante mío, y luego, de golpe, me la volví a tragar como digna hembra en celo
-¡Ah, qué pedazo de puta! -dijo él, otorgándome el mejor cumplido de mi vida. Yo estaba embrutecida, olvidé todo, alcurnia, doctorados, títulos sólo era una hembra complaciendo a un hombre bien puesto, lamía, le deslizaba los labios, sintiendo cada vena hinchada y palpitante, y supe que eso no iba a quedarse en una simple mamada supe que necesitaba esa espléndida "mazacuata" bien clavada en mí me la saqué de la boca y me froté la cara con ella era la puta de ese afortunado bastardo, que supo aprovecharse de mí
-¡Ah, sí, qué perra! Y mira, que sólo de socada presuntuosa trabajabas, y saliste más puta que las del barrio rojo, ni un centavo tuve que pagar por que me la chuparas, hija de puta -me dijo él.
Sus insultos sólo consiguieron espolear mis desenfrenados instintos y seguí mamándosela como una posesa. El infeliz me agarraba del cabello, y se inclinó para tocarme los pechos, a lo que yo me dejé sin más, derritiéndome las caricias de ese tipo nunca imaginé estar en una situación semejante.
Entonces, me sujetó fuertemente de la cabeza, hasta casi sofocarme con su admirable pedazo de carne que bien estaba saboreando, pudiendo notar sus palpitaciones en las paredes de mis mejillas
-Espera, Tadeo, deja que ella solita se suba la falda, verás cómo obedece esta puta barata -dijo el albañil, dándome a entender, para mi horror (¿o gozo?), que otro de sus compañeros había llegado sentí unas cálidas y ásperas manos manoseándome las nalgas y mis preciadas piernas Dios mío, iba a ser poseída por dos albañiles
-Vamos, súbete esa faldita, ricura, que bien que te gusta el arroz con chancho -oí que me dijo el tal Tadeo, cuyo rostro recordaba, y mis manos, ansiosas y trémulas, sin obedecerme, corrieron la falda del vestido, arrugándolo hasta mi cinturita de avispa el tal Tadeo rompió mi tanga y empezó a manosearme el sexo Dios mío, me derretí y mugí como una auténtica puta
-Vamos, chúpamela en todos los idiomas que sabes, perrita -me dijo el albañil.
-Bien dicho, Saúl -le dijo Tadeo, revelando el nombre del dueño de esa vergota que me tenía fascinada, quien me aflojó entonces, al constatar que me dejaba hacer por parte de Tadeo, cuya verga finalmente entró en mí
-¡Aaaaaaggg! -me quejé, sin poder creerme que un albañil de esos me había penetrado, y mucho menos que me estaba encantando. Tadeo me sujetó de la cintura y comenzó a bombearme, chocando su carne contra la mía, en tanto mi boca seguí albergando la descomunal pija de su cuate.
-¡Aj, qué buena está esta perra! -exclamó Tadeo- ¡Y salió más fácil que nada, tan creída la pinche cabrona!
Eso decían de mí mientras me cogían y me humillaban como se les antojara. Entonces, Saúl, sacó su verga de mi boca, dándome golpecitos con ella, y entonces apuntando, pajeándose y finalmente, chorreando su tibio semen en mi bello y refinado rostro abrí mi boca y extendí mi lengua como la puta que era, ansiosa por paladear ese líquido, relamiéndome feliz, mientras Tadeo hacía mis delicias, follándome sin preocupaciones Saúl contempló, extasiado y triunfal, su semen chorreando mi bonita cara todo mi hermoso cuerpo estaba a merced de ese par de nacos ¿par? ¡No! Porque surgió otra verga frente a mí, frotándose contra mi cara, una cosota negra como el ébano mi boca no pudo mantenerse cerrada, porque Tadeo sabía complacer a una hembra, y a medio gemido, ese negro me la metió en la boca poco a poco, los albañiles iban llegando pensé que debía darles placer lo antes posible antes de que me tocara follar con todos y cada uno ¿o deseaba tomarme mi tiempo?
Tadeo me hizo jadear de emoción cuando presionó un pulgar en mi ansioso agujerito, bien visible para él, mientras Saúl terminaba de desagarrarme el vestidito blanco, dejándome totalmente desnuda y a merced de esos tres nacos. El negro posó una mano sobre mi cabeza, y me la movía, de adelante a atrás, a lo largo de su negra pija era mi primera vez con un negro a todo esto, el tal Tadeo ya me tenía al borde del orgasmo, pero el muy canalla se limitó a eyacular muy dentro de mí, sin importarle que me pudiera dejar embarazada, y con la misma me la sacó, entonces, de reojo, ví que Saúl se hincó tras de mí, y casi me desmayo de gozo cuando esa serpiente gorda y firme empezó a penetrarme, despacio, el cabrón quería hacerme sufrir
-¡Uuuunnnnhhhh, uuummmmmhhhhrrrgghhh! -era lo único que se oía de mí.
-¡Qué buena puta, ni un centavo costó! -dijo Saúl, satisfecho al sentir mis paredes vaginales cerrándose, abrazándole el ciclópeo miembro. Y así, mi boquita que había hablado ante la asamblea de la ONU, ahora daba placer a un albañil negro, y yo embobada, perdida, lamía y chupaba como una vil actriz porno, gimiendo al sentir esos dos miembros penetrando mi cuerpo, convirtiéndome en la peor de las putas Saúl aceleró sus embestidas, bien agarrado de mis grandes y generosas nalgas el contraste de esas oscuras y curtidas pieles con la mía, blanca como la leche, me daba mucho morbo, mis gemidos realmente me convertí en la esclava de esos sujetos
-¡Cómo chupa esta puta! -exclamó el negro, que se inclinaba para manosearme las tetas, que se las disputaba con Tadeo, tendido debajo de mí, ordeñándome con su ávida boca de dentadura amarillenta.
-Es buena la perra, ¿ah, Felipe? -dijo Saúl, follándome con ganas, y revelando así el nombre de ese semental de ébano cuya deliciosa verga tenía bien prensada entre mis lujuriosas mandíbulas.
Mis uñas se clavaron en los robustos y peludos muslos del negro Felipe cuando mi amado Saúl me condujo a las puertas de un inminente y explosivo orgasmo, Saúl siguió pisándome con fuerza, dándome fortísimas nalgadas, y mis jugos bañaron su instrumento, mi grito amortiguado por el esbelto y largo miembro de Felipe, cuyo semen rezumó entre mis labios, tragando lo que pude, saboreando esa grumosa leche de negro
-Ahora es mi turno con esta puta de mierda -dijo Felipe, poco me faltó para aplaudir su decisión. Felipe me cargó en brazos, yo desnuda y desmadejada, el cielo azul oscuro aún, todos dormidos adentro, Felipe se sentó sobre un muro empezado y supe lo que quería de mí, al sentir que apuntaba su miembro contra mi culo, quise apartarme pero me rodeó con sus musculosos brazos y me la clavó Tadeo supo meterme varios dedos en la boca para ahogar mi grito inicial mi propia saliva ayudó como lubricante, y ese negro dotado de gran fuerza empezó a subirme y bajarme, tomándome por la cintura sin embargo, con mis ojos entrecerrados de inefable placer, y aún algo ebria, pude contar cuatro vergas bien tiesas frente a mí habían llegado el entrecano y barrigón maestro de obras y el hijo de éste, él único de esos tíos que me pareció atractivo, un adolescente
-¡Don Simeón, Julián, únanse a la fiesta con esta perra, pinche estufa de mierda que sólo sabe calentar! Ahora le estamos dando su merecido -les dijo Saúl, y esta estufa, como pudo, mientras era empalada por el despiadado Felipe, se las arregló para al menos, chupetear esos cuatro miembros el de Simeón era corto y gordo, el de Julián, esbelto y vigoroso le dediqué mucho tiempo, chupándosela como si fuera una golosina, oyéndolo gemir de placer, mientras, el monstruoso Felipe me arrancaba casi alaridos, sodomizándome de un modo que nunca olvidaré
-¡Aaaahhh uufff oooohhhh! -gemía yo, y esas cuatro lanzas se restregaban, ansiosas, ora contra mi enrojecida cara, ora contra mis erectos pechos, que eran también el indudable centro de atención, pues ocho manos se turnaban, casi se peleaban, para manoseármelos o pellizcarme los pezones, incluso causándome dolor pero me tenían loca de placer, nunca imaginé llegar a esos niveles de salvajismo lujurioso, sólo me interesaba disfrutar, correrme y saborear esos órganos tiesos frente a mí, sin olvidar ese portento de verga que me estaba reventando el culo como nunca alguien lo hizo antes.
-¡Aaaaahhhh, te preño por el culo, puta! -rugió Felipe, sintiendo yo, extasiada, casi con mis ojos en blanco, aquellos furiosos raudales de semen rellenando mis entrañas, creo que sonreí de placer, y los albañiles se rieron de mis muecas de placer. Incluso sentí un escupitajo en mis senos
-¡No seas imbécil, todos queremos mamarle las tetas a esa perra! -se quejó alguien, creo que Julián, yo con mis ojos entreabiertos, casi no distinguía nada, sólo mi bocota abierta profiriendo bramidos de hembra lujuriosa y vergas por turnos, deseé, con todas mis fuerzas, que ese momento no terminara jamás ese momento cuando cinco albañiles, quizás hasta analfabetos, me subyugaron y me pisaron como nunca creí posible
Caí de rodillas, en el suelo lleno de grava, rodeada por esos cinco sujetos desconocidos el cielo empezaba a clarear, yo respiraba con dificultad, cubierta en sudor, a pesar del frío ambiente, pero, tal y como lo sospeché, los dos recién llegados, padre e hijo, no iban a quedarse sin su tajada
Julián dispuso una manta y se acostó sobre la misma. Me hizo un gesto, y ante los insultos y piropos de esos hombres, fui gateando hasta el apuesto y curtido jovencito, primero me pasé su tiesa verga por mi cara, lamiéndosela y tragándomela, haciendo sus delicias, luego seguí subiendo, pasándomela por mis hinchadas y maltratadas tetas, gesto que al guapo Julián pareció gustarle mucho
-¡Ey, yo también quiero que la zorrita me haga eso! -dijo alguien por ahí, creo que el tal Tadeo.
Cuando nuestros rostros estuvieron a un mismo nivel, le sonreí, bien emputadamente, al jovencito, y con mi mano, dirigí su verga hacia mi irritada concha, aún así, ganosa por seguir comiendo pija sin poder controlarme, empecé a lamerle la cara y el cuello a ese joven, finalmente, logrando besarlo de forma asquerosa, como se ve en las películas pornográficas, ya totalmente fuera de mí
Pero don Simeón, el padre del muchacho, no tardó en hacer su aparición, y lo sentí arrodillándose detrás de mí, rozando su abultada barriga mis nalgas, y empujó su rechoncho cipote en mi recto
-¡Aaaaahhh, qué rico! -exclamé, y ellos se rieron de mí una vez más. Así, con el hijo debajo, poseyendo mi trémula concha, y con el padre sodomizándome, jadeé como una perra inmunda, y con tres penes bien tiesos frente a mí, exigiendo los gratuitos servicios de mi boca hasta entonces refinada, absorbiendo los restos de semen que quedaron en la pija de Felipe, como pude, porque esa doble penetración, la primera de mi vida, me estaba sacando de mis casillas, gritando sin importarme que mi familia y servidumbre entera salieran y me vieran así, montada por esos tipejos
-¡Aaaah, así, así, písenme, hijos de su madre, písenme toda! -exclamé, y ellos vitorearon mis palabras, padre e hijo arreciaron sus embates, y los demás me magreaban las tetas y me frotaban sus vergas en la cara incluso me metían sus sucios dedos en la boca, los que yo chupaba como si me fuera la vida en ello ya me tenían toda sucia, con mis rodillas raspadas pero a mí no me importaba nada
Algunos gallos cantaron en la lejanía, cuando Simeón, que me bombeaba con ira, como si quisiera partirme en dos, rugió satisfecho y anegó mis intestinos con su espesa y ardiente leche, siguiendo su ejemplo el joven Julián, quien, bien agarrado de mi estrecho talle, eyaculó dentro de mí
-¡Te doy un hijo, puta! -masculló, y yo me relamí los labios, sonriéndole, bañando ese espléndido y juvenil pene con mis agradecidos jugos, producto de mi segundo y glorioso orgasmo.
-¡Déjenmela de nuevo, Tadeo, eduquemos a esta perrita de mierda! -dijo entonces, Saúl, tomándome de la mano y acostándose sobre la hierba, me atrajo y me tendió sobre él, clavándome por segunda vez, ya cuando creía que esa repentina y humillante orgía se terminba Tadeo se hincó tras de mí, me estremecí y sonreí al esperar una segunda doble penetración pero Tadeo empujó entonces su verga hacia mi coño, donde ya estaba la pija de Saúl
-¡No, qué me hacen . Aaaaahhh sssssssíiiii!! -exclamé entonces, sentir dos vergas bien duras en mi coño fue algo nuevo que marcó un antes y un después en mi vida, pronto, esos dos hombres uniformaron su ritmo y me tuvieron lloriqueando como un animal herido.
-¡Sufre, nena, sufre! -me dijo Tadeo, al oído, mezclándose el sudor de nosotros tres. Entonces, Felipe me metió su palanca en la boca para amortiguar el escándalo de mis alaridos. Paulatinamente, Saúl y Tadeo aumentaron su velocidad, llegando a lastimarme por dentro, pero ya nada me importaba, quería otro orgasmo .
-¡Sí, sí, háganme de todo, cabrones, písenme! -les chillé, en un momento que Felipe me la sacó para darme golpecitos en la cara con ella.
-¡Ya oíste a la magalla esta, dale con todo, Saúl! -jadeó Tadeo, que entonces, procedieron a violarme como nunca me corrí al sentir esos dos mástiles rebullir y palpitar en mi interior, y luego explotaron esos dos manantiales dentro de mí
-¡A ver si parís gemelos, perra! -masculló Saúl, y con su cara trigueña frente a la mía, sin dudarlo dos veces, nos besamos con desmesurada lascivia, chupándonos las lenguas y mordisqueándonos los labios. Esos hombres me habían vuelto loca de sexo.
Cuando el cielo mostraba un azul diáfano y el frío empezaba a ceder ante los rayos del sol, yo, toda una diplomática, yacía desnuda, sudorosa, temblando de lujuria y frío ante esos cinco obreros que me habían follado por todos mis agujeros, que habían hecho conmigo lo que quisieron
-Toma, puta -y me arrojaron los harapos de lo que quedaba de mi caro vestido. Saúl me arrojó mi cartera, para que buscara mi llave-, entra a tu casa, ramera barata, no querrás que tus papis te vean así
Y como pude, me levanté y corrí, desnuda, con mi vestido roto, sin saber si llorar o no, busqué mi llave, notando que todo mi dinero había desaparecido entre en la mansión y velozmente, me escurrí a mi amplia y lujosa habitación, corrí al baño y me miré al espejo: mi cabello desgreñado, mi cara sucia y con semen reseco, mis tetas magreadas y con algunos moretones y marcas de pellizcones y mordiscos, incluso ví restos de semen en mi pelo mis rodillas y manos raspadas
Me metí a la bañera, aún asimilando lo que había sucedido en esa última hora de mi vida tuve sexo con cinco albañiles el tal Saúl, casi me violó, pero fui yo quien cedió un poco al final, decidí que nunca contaría lo ocurrido a nadie, y mientras derramaba algunas lágrimas, supe que esa no iba a ser la última vez en que iba a ser el juguete sexual de esos granujas
Pero no pude dejar de admitir mi increíble satisfacción