Chupadita imprevista

Ver a mi novia vestirse y maquillarse me excita y ella me sigue el juego.

Lo siguiente que voy a contar sucedió durante el día de la boda de un buen amigo mío. Estábamos mi, por aquel entonces, novia y yo preparándonos precisamente para tal evento. Como es habitual, ella cargaba con el peso de los nervios y del retraso acumulado, gracias al maquillaje que debía aplicar, al minucioso cuidado de la ropa que debía ponerse y al trato especial que debía ofrecer a su peinado, que debía mantenerse en perfecto estado hasta después del banquete y la barra libre.

De tal modo que bastante tiempo antes de que ella pudiera haber empezado siquiera a vestirse, yo ya estaba totalmente preparado y sin nada más que hacer que incordiarla un poco y meterle prisa. De pronto, el morbo comenzó a invadir mi cuerpo.

Teresa, que era y (supongo seguirá siendo) el nombre de la susodicha, daba nerviosos paseos de un lado a otro, moviéndose principalmente entre el cuarto de baño, atestado de productos de belleza, y el propio dormitorio. El baño era interior al dormitorio, por lo que podía verla en todo momento cómodamente sentado en un sillón dentro del mismo. Podría haber puesto la televisión, pero el cuerpo de Teresa me llamaba poderosamente la atención, cada vez más.

Su piel brillaba de forma especial aquella mañana. Por alguna razón, llevábamos alrededor de catorce horas y cuarenta minutos sin realizar el acto de la cópula. Teresa se negó en rotundo a follar después de acudir a la peluquería, que le había costado un riñón, por lo visto. Y probablemente aquella misma sensación de, llamémoslo prohibición, era lo que hacía que mi verga se fuera endureciendo y mi mente se fuera bloqueando en función "ERECT ON".

Como decía, su piel brillaba de forma especial aquella mañana, de forma sensual, diría que hasta sexual. Su cuerpo me era del todo apetecible, mucho más que el café con churros para desayunar. Decididamente me apetecía mojar el churro, pero prefería obviar el café en aquel instante. Ciertamente he de reconocer que el peinado le sentaba realmente bien. Era uno de esos peinados que no sabrías decir por qué, pero... vaya! La hacía más... más... cachonda.

Queda claro que su cuerpo me llamaba a voces. Por si fuera poco, llevaba puesto un excitante conjunto de ropa interior negra. Tanguita negro y sujetador a juego, ambos de encaje y transparentes. Cualquiera mínimamente observador notaría, para entonces, el tremendo bulto formado en mi entrepierna. Teresa era muy observadora, pero no en aquel momento. No, en aquel preciso instante estaba más preocupada del reloj que de cualquier otra cosa. En cualquier caso, verla en ropa interior delante del espejo aplicándose sombra de ojos, pintalabios colorete y demás realces y efectos del maquillaje que escapan a mi conocimiento y a mi interés, me resultaba absorbente. Me encontraba concretamente embutido en una especie de sueño extrasensorial, con una erección enorme y los sentidos a flor de piel.

Casi bruscamente, percibí que llegaba al final de su primera etapa de preparación. Regresó al dormitorio y se acercó a la cama, donde yacía extendido el vestido que iba a llevar aquel día. Un encantador vestido azul cielo, de un tacto suave como las nubes, con escote del tipo palabra de honor y dos sencillos y disimulados tirantes. De largo, apenas le llegaba a medio muslo. Ya se lo había visto probar como una centena de veces: cuando lo vio por primera vez, cuando fuimos a comprarlo, cuando se lo probó en casa para comprobar que todo estaba correcto, ...

Se puso el vestido con delicadeza y de forma rabiosamente sexy, o eso me pareció. Bien es cierto que un troll peludo con tutú también me habría resultado sexy en aquellas circunstancias, con tal afluencia de sangre a mi miembro, y por consiguiente, ausencia en mi cerebro. Me di cuenta de que Teresa me decía algo.

  • Se puede saber en qué estás pensando?
  • Yo... esto... en nada, cariño.
  • Pues ayúdame a subirme la cremallera de una vez, que vamos con retraso.

Me acerqué por detrás y le comencé a subir la cremallera. Sentí una vez más la tersedad de la tela del vestido y se me erizó el vello del pescuezo. Un escalofrío sacudió mi cuerpo entero, incluso por supuesto mi miembro, que con la sacudida, dio un vítore de guerra y se encajó entre las nalgas de mi novia. Esta, sorprendida, me miró con ojos curiosos. Unos ojitos de color miel con una mirada que nunca sabías discernir si era de morbo o de enfado.

  • Pero a qué estás jugando?
  • Lo siento, pero es que...
  • Es que nada, sabes perfectamente que vamos con retraso, no podemos hacer nada ahora!
  • Ya, ya, si lo sé...

Se retiró brevemente de mí y se agachó poniéndome el culo en pompa para recoger los zapatos. El vuelo del vestido casi me hizo ver la piel de sus nalgas, aunque no verlas fue igualmente una tortura. No podíamos, pero a ella también le gustaría jugar. Si no, a qué venía aquello? Tardó más de la cuenta en recoger los zapatos, unas sandalias de tacón de color plateado, abrochadas al tobillo y con varias escuetas tiras sobre los dedos de sus pies. Se levantó, se dio la vuelta y me miró. En realidad, primero miró el bulto bien marcado en mi entrepierna y después me miró a los ojos, con una mirada golosona.

  • De verdad que no podemos, yo lo siento más que tú, cariño.

Más que yo? Eso era algo que dudaba desde lo más profundo de mi ser. Catorce horas! Catorce horas llevábamos sin darle vidilla al asunto. Pero había algo en su voz...

Se acercó a mí y se apoyó con una mano sobre mi hombro. Sentirla tan cerca me resultaba muy placentero. Su aroma invadía mis sentidos. Aquella dulce y delicada fragancia que tanto me gustaba. Cómo se llamaba aquel perfume? No lo recuerdo, solo su olor... tan característico, tan erótico. Estaba jugando conmigo, y no teníamos tiempo.

Se calzó una sandalia, aunque sin abrochar, cambió de mano y rozó de refilón mi paquete. Di un respingo y ella sonrió. Cómo le gustaba jugar y sentir el dominio de la situación. Mi verga era suya. Se calzó la otra sandalia, se incorporó y me besó. Su lengua húmeda y caliente danzó por mi boca con tesón, pero de pronto cesó y se separó de mí.

  • Qué pena que vayamos tan justos de tiempo.

Puso morritos mientras lo decía, excitándome aún más.

  • Vaya, el vestido tiene un hilito suelto. Será mejor que lo arregle. Te importa atarme las sandalias mientras? Así ganamos tiempo.

Era una chorrada. Ella lo sabía, yo lo sabía; pero daba lo mismo. Se acercó a una mesita donde tenía diversos utensilios de costura e hizo como que hacía algo necesario. Entretanto, yo de rodillas, acariciaba sus pies al tiempo que cerraba el broche de las sandalias. Levanté la mirada y vi unas piernas interminables con un tacto cercano a la seda. Mis dedos danzaron por sus muslos rumbo hacia la gruta más deseada, pero me detuvo.

  • No quiero tener que cambiarme de ropa interior, y como sigas así voy a tener que hacerlo, porque me estoy poniendo MUY cachonda.

No me sorprendió lo que dijo, porque Teresa tenía salidas como aquella de forma habitual, pero sí me sorprendió cómo lo dijo, y sobre todo lo que siguió a continuación. Me agarró el paquete y apretó con fuerza.

  • Pero así no podemos irnos, se te nota mucho esto de aquí con el traje.

Acto seguido, se puso de rodillas y me desabrochó los pantalones, que cayeron al suelo junto a mi ropa interior. Mi verga se mostró orgullosamente tiesa bajo su atenta y caliente mirada. Y comenzó entonces a hacerme una de las mamadas más calientes que pueda recordar. No solo era la situación apresurada, era la forma en que lo hacía. Era similar a aquellas veces que lo hacíamos con el riesgo de ser descubiertos infraganti. En esta ocasión no había tal riesgo, pero algo parecido flotaba en el ambiente. Sonó el teléfono móvil de Teresa. Dio un timbrazo, dos, tres. Teresa seguía chupando con frenesí, la práctica totalidad de mi polla inundaba su boca. Tenía tragaderas, doy fe. Me acercó su teléfono, indicándome que contestara. No sabía si iba a poder hacerlo.

  • Hola... sí... ya falta poco... Teresa, ya sabes como son las mujeres... enseguida termina, le echo unos... cinco minutos y bajamos.

Colgué. Me costó lo suyo, pero conseguí no lanzar ningún resoplido de satisfacción durante la breve conversación. Teresa ya estaba lanzada y meneaba su cabeza como una loca. Entre tanto, sus manos jugaban con mi pelotas depiladas por ella misma. Efectivamente, era cuestión no de cinco, sino de dos minutos máximo. No solo chupaba, disfrutaba chupando. Por eso lo hacía tan bien. Comencé a sentir la gestación de mi orgasmo en lo más profundo de mi ser. Iba a ser una corrida bestial. Traté de avisarla, pues acostumbraba a hacerlo. Me contestó con una mirada directa a los ojos. Se lo iba a tragar todito como una chica buena. Empecé a correrme.

Mi semen se esparcía por su boca. Su lengua seguía jugueteando con mi verga mientras sus labios apretados evitaban que se derramara cualquier mínima gotita de esperma. Lo saboreó y paladeó durante unos segundos, los mismos que yo tardaba en dar por concluido el orgasmo. A continuación se lo tragó sin contemplaciones.

Se incorporó y nos fundimos en otro tórrido beso con lengua, con el que saboreé en parte mi propia semilla. Al separarnos, vi a Teresa radiante, con una enorme sonrisa de satisfacción.

  • Ya estamos listos, nos vamos?
  • Venga, vamos, que están Jorge y Elena abajo esperándonos.

Le di una palmada en el culo y salimos cagando leches, porque llegábamos tarde. En ese momento supe que no iba a poder aguantar hasta la noche, y que iba a tener que follármela antes. De algún modo, tenía que hacerlo.

Y lo hice.